RESEÑAS

Alejandro M. Rabinovich. Ser soldado en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824. Buenos Aires: Sudamericana, 2013, 216 páginas.

Ignacio Zubizarreta
Inst. Ravignani-UBA/CONICET

Desde hace algunos años a esta parte, la colección Nudos de la Historia Argentina realiza un esfuerzo considerable por acercar al gran público una serie de estudios que, narrados de forma asequible, puedan actuar como puente entre los historiadores académicos y ese perfil de lectores interesados por nuestro pasado pero, tal vez, alejados de la jerga historiográfica. Se trata de trabajos sumamente valiosos, que sin perder erudición, pretenden responder a una supuesta falta de voluntad de un gremio, el historiográfico, que cultiva sus saberes pero parece contar con algunas dificultades para compartirlos. Si esa recriminación podría ser considerada válida –el plantear la posibilidad no implica su afirmación–, en todo caso, la obra Ser soldado en las Guerras de Independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824, podría ser juzgada como un excelente ejemplo de un libro pensado para un vasto público que cuenta a su vez con una investigación exhaustiva de base y el mayor rigor académico. Así, la obra en cuestión podría paradójicamente no constituir un solo libro sino dos a la misma vez. Si se quiere, puede ser considerado un escrito de atrapante relato, entretenido, ameno, y que puede ser comprendido –y disfrutado– por cualquier persona de mediana cultura. Al mismo tiempo, también es un profundo estudio que, con tintes antropológicos y micro-históricos, nos introduce en una explicación sobre aquellos aspectos del ser humano tal vez más recurrentes y más difíciles de explicar: su inclinación–constante e invariable– hacia la violencia.
De este modo, historiar la guerra es historiar al ser humano en uno de sus aspectos más inveterados y complejos. Rabinovich no elude el desafío. Por eso, cabe preguntarse: ¿Qué es lo que hace que una persona pueda, con estímulo y reconocimiento social, matar a otra, y en otras circunstancias sea reprobado y castigado severamente? La guerra es la respuesta y el aval más legítimo y cruel a ese accionar. Y por suerte, para la mayoría, no conocemos esa instancia sino desde la experiencia de otros. En este sentido, Ser soldado en las Guerras de Independencia se constituye en una imprescindible obra que analiza la experiencia de aquellos que vivieron ese proceso histórico, pero con algunas innovaciones que vale la pena poner de relieve. Para comenzar, porque se diferencia notablemente de aquella historia de la guerra tradicional, la que remonta sus orígenes a las precursoras obras biográficas sobre José de San Martín y Manuel Belgrano escritas a mediados del siglo XIX por la intensa pluma de Bartolomé Mitre. Esa “historia tradicional” de raigambre liberal tenía implícitos ciertos propósitos que se ajustaban a otra realidad histórica y social que hoy no se encuentran vigentes, o al menos no en el mismo tenor. En la actualidad, los historiadores que hacen investigación seria ya no persiguen la meta de fortalecer las identidades nacionales, ni ennoblecer nuestro pasado enalteciendo ciertas figuras o degradando otras. Los objetivos del oficio han mutado significativamente. No existe el interés en creer o hacer creer en la existencia del virtuoso absoluto, o del malvado irredimible. Partimos de la base de que la realidad actual y pasada es bastante más compleja como para amoldarlas a esquemas reduccionistas. Y si hablamos de complejidad, el objetivo manifiesto de la obra es de por sí una tarea verdaderamente difícil. No busca acrecentar conocimientos acerca de los más conspicuos personajes que lideraron el proceso independentista, sino sobre los soldados rasos y de línea. Aquellos que nutrieron las filas de los ejércitos patrios, y pusieron cuerpo y alma para que ese traumático proceso se pudiera materializar.
¿Cómo vivieron, cómo comieron, cómo durmieron, qué sentían, cuánto sufrían, de qué modo se entretenían?; estas y otras preguntas están en la base de una obra que se divide de un modo tan sugerente como curioso. Los 22 capítulos, lo suficientemente breves como para no dar respiro ni espacio al tedio, se titulan con un verbo en infinitivo, verbigracia: “comer”, “sufrir”, “amar”, “morir”, “trabajar”, “beber”, entre otros. A través de sus páginas, se va reconstruyendo el día a día de la vida de estos soldados, con el objeto primordial, en palabras del autor, de “recuperar sus voces, sus nombres, sus prácticas”; porque esto es “mucho más que un acto de memoria, es recuperar una visión de la historia protagonizada no por grandes hombres sino por grandes sujetos colectivos. Es recuperar la dimensión humana, modesta, inmediata” de ese acontecimiento disruptivo para nuestra historia. De este modo, descubrimos la propuesta, aunque decíamos más arriba que llevarla a cabo no era tarea sencilla, pues como es sabido, dentro de aquellos que estudian los sectores populares, las fuentes no son siempre elocuentes ni generosas. En muchos casos, se reconstruye la vida de personas que no han dejado por sí mismos trazos escritos sobre su accionar, fundamentales para la labor del historiador. Así, el investigador tiene dos alternativas que son a su vez complementarias: analizar su objeto de estudio desde los relatos legados por los sectores letrados -verbigracia, Rabinovich utiliza las memorias de José María Paz para indagar cómo éste retrata la vida de sus soldados-, o bien, se sirve de otras fuentes más directas, como los archivos judiciales en los que aquellos actores involucrados estaban “obligados” a explicar por vía oral –aunque sus registros se asentasen por escrito– los sucesos en los que, por diversas circunstancias, se vieron envueltos. Cada tipo de fuentes tiene sus ventajas e inconvenientes, y deben ser tratadas e interpretadas con sumo cuidado, como es el caso de esta publicación.
Uno de los aportes más importantes del libro radica en retratar al periodo estudiado como aquel en el que se dio un proceso de militarización social inusitado. Ciertos trabajos precursores de Tulio Halperín Donghi ya trazaron el rumbo en ese sentido, pero aquí encontramos nuevos fundamentos. Es por ello que a diferencia de otras obras sobre la historia militar, el eje no está necesariamente puesto en la conflagración directa, o reducido en lo circunstancial de ciertas batallas. El complejo proceso independentista, que desde varios aspectos ha de juzgarse más como una guerra civil que como una contienda entre países oprimidos y metrópoli, ha sido una experiencia colectiva que por su duración, intensidad y sistematicidad causó una transformación social profunda que logró desarticular completamente la forma de vida preexistente. De allí la necesidad de explicar esos cambios irreversibles que experimentó traumáticamente la sociedad entera. Un análisis correcto sobre todo aquello que precede, rodea y contextualiza la guerra misma –la formación de la tropa, sus formas de vida, sus vínculos con el resto de la sociedad no movilizada en armas, etc. – no puede sino constituir un aporte fundamental en ese sentido.
El libro también se manifiesta como un manual -en el buen sentido del término- formativo y comprensible para todos aquellos que quieran tener conocimientos sobre cuestiones técnicas de la guerra de esa época: terminología, formación de cuerpos, modos de reclutamiento, estrategias de combate, tácticas bélicas, entre otros. Así, logramos aprender no solo acerca de todo lo que rodea a la guerra misma, sino también sobre ese duro trance que constituyó el combate o enfrentamiento directo entre dos ejércitos. Desde el sistema informal y sistemático de guerrillas hasta la batalla frontal; la que podía ser, según el autor, “un acontecimiento terrible, histórico, casi sagrado, porque por un lado revestía las más graves consecuencias (la caída de un Estado, la masacre de una población, el aniquilamiento de un ejército, la derrota de una causa) mientras que por otro lado no podía, pese a todos los esfuerzos, ser totalmente controlado. Toda batalla guardaba una considerable porción de azar, de intermediación, de imprevisibilidad, que la hacía al mismo tiempo aterradora y fascinante.”
Este relato apasionante sobre nuestras guerras de la Independencia, cuenta además en cada uno de sus capítulos con ejemplos concretos, esclarecedores y didácticos, protagonizados por personas de carne y hueso. Muestra a su vez, la grandeza y la miseria humana, en un contexto muy particular de “excepcionalidad permanente”, de un Estado y una autoridad marcial en constante formación, reconfiguración y crisis. Lo que a su vez se imbricaba en coyunturas en las que operaban variables regidas por disputas de poder, luchas de facciones y enrevesadas situaciones políticas, que reproducían constantes cambios en el timón de los gobiernos. De ese panorama incierto, en concreto, se deduce que las instituciones que regulaban el comportamiento de los soldados “no seguían un criterio de estricta justicia sino que respondían más bien a un sentido de la oportunidad librado a la discrecionalidad de las autoridades de turno.” De este modo, estos ejércitos, temibles y admirados a la vez, se regían bajo criterios a veces caprichosos, a veces crueles. Sufrían y hacían sufrir -por medio de saqueos, violencia, violaciones- a la sociedad que les daba sustento y paradójicamente, ese mismo ejército estaba integrado, era reflejo y formaba parte de la sociedad de esa época tan particular. Ese es uno de los principales hallazgos de una obra que está destinada a erigirse en piedra angular para todos aquellos que nos apasionamos por el pasado y queremos saber más sobre la vida, la guerra y nuestra historia.