http://dx.doi.org/10.19137/qs.v28i3.8238
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RESEÑAS
Santiago Garaño, Deseo de combate y muerte. El terrorismo de Estado como cosa de hombres.
Fondo de Cultura Económica, 2023, 440 páginas.
Paula Zubillaga
Universidad Nacional de General Sarmiento
Universidad Nacional de José C. Paz
Argentina
Correo electrónico: pzubillaga@campus.ungs.edu.ar
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8256-0877
Los estudios sobre el pasado reciente constituyen un área en creciente expansión, proceso facilitado, entre otros factores, por la apertura de archivos, el surgimiento de posgrados específicos y, en determinados períodos más que en otros, por el financiamiento del Estado a la investigación. En los últimos veinte años, la pregunta por las condiciones de posibilidad del surgimiento del terrorismo de Estado en Argentina ha atravesado a diferentes trabajos. Ahora bien, ¿qué papel cumplieron las condiciones emocionales y afectivas para el ejercicio de la represión? ¿Cómo se creó el clima favorable entre los miembros del Ejército para involucrarse en la represión? ¿Cómo se tradujo el código moral y emocional del Ejército en actos de violencia estatal? ¿Es posible considerar al Operativo Independencia como un rito de pasaje o iniciación? Estas son algunas de las interesantes preguntas que articulan el nuevo libro del antropólogo Santiago Garaño, Deseo de combate y muerte. En el texto, se intenta mostrar que, en el “teatro de operaciones” de Tucumán, el personal del Ejército vivió una experiencia corporal y afectiva que atravesó a sus integrantes –y en cierta medida, los desbordó– y los volvió capaces de cometer delitos terribles. De esta forma, la hipótesis central que sustenta la obra es que las relaciones personales y las condiciones afectivas y emocionales resultan fundamentales para poder entender las formas que adquirió el terrorismo de Estado en Argentina. No obstante, realiza su análisis sin desconocer el peso del contexto de la Guerra Fría, la formación en la Doctrina de Seguridad Nacional y la escuela francesa de guerra contrarrevolucionaria. Así, aporta una mirada que resulta complementaria –y no contrapuesta– a los análisis que hacen foco en otras condiciones de posibilidad.
La investigación se basa fundamentalmente en entrevistas realizadas por el autor a exconscriptos, militares retirados y familiares de soldados desaparecidos; expedientes judiciales; documentos castrenses; diarios de tirada nacional y provincial; revistas militares y publicaciones de organizaciones de izquierda y peronistas. A su vez, se apoya en una amplia bibliografía proveniente de distintas disciplinas y de diferentes corrientes, como la antropología de las emociones, el giro afectivo y la perspectiva de género.
El libro retoma y profundiza la investigación realizada por el antropólogo para su tesis doctoral, en la que trabajó sobre la experiencia de los soldados conscriptos en el sur tucumano en el marco de la campaña militar denominada Operativo Independencia, iniciada en febrero de 1975 durante el gobierno constitucional de María Estela Martínez. Deseo de combate y muerte aporta un panorama más completo que aquella investigación –centrada en las tareas de acción psicológica para producir consenso–, en tanto trabaja sobre las condiciones emocionales que hicieron posible el ejercicio de la violencia estatal. De esta forma, pone el foco en una serie de emociones, sentimientos y valores morales sin los cuales no hubiera sido posible que las fuerzas armadas y de seguridad cometieran delitos atroces. Para ello, toma en cuenta también el papel que cumplieron los rumores y los mitos que las Fuerzas Armadas hicieron circular sobre el “enemigo” a combatir. Asimismo, la investigación da cuenta del carácter generalizado de la represión, al ser entendida como una “cosa de hombres”, de “machos”, por lo que las autoridades militares apelaban a valores vinculados a la hombría como el coraje, la valentía, el heroísmo, la camaradería, la lealtad, la dureza y el sacrificio. El autor muestra que este último ocupó un lugar central en la moral castrense, en un intento de volver deseable lo que se presentaba como obligatorio: dar la vida por la patria y por los compañeros de armas.
Luego de la introducción, el libro se estructura en tres partes, divididas a su vez en tres capítulos cada una, y finaliza con un epílogo en el que Garaño reflexiona sobre la figura del testigo de contexto y el papel de las ciencias sociales en los procesos de justicia, a partir de su propia experiencia en el marco del juicio por la causa “Operativo Independencia. Primera Parte”, a pedido del Ministerio Público Fiscal en el año 2016.
En la parte inicial de la obra, “Afectos, emociones y sentimientos”, el antropólogo presenta cómo se construyó la trama de relaciones, emociones y lealtades masculinas que posibilitaron el ejercicio de la violencia. En primera instancia, muestra cómo impactó en la “familia militar” la muerte del capitán Humberto Viola y de una de sus hijas – utilizada como “escudo humano” por parte de su padre– en diciembre de 1974 en Tucumán. Este ataque fue realizado por la Compañía de Monte Ramón Rosa Jiménez del Partido Revolucionario de los Trabajadores –Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP)– y formó parte de la respuesta de dicha organización al fusilamiento de catorce de sus militantes. El Ejército respondió, a su vez, con nuevas muertes, convirtió al caso de Viola en emblemático, alentando el odio, el temor y el deseo de enfrentamiento, y promovió un fuerte compromiso en las filas castrenses. Entonces, de acuerdo al autor, la represión estatal ilegal se volvió una forma de venganza y de castigo moralizante, ejemplificador y disciplinante. Garaño sostiene que, de esta forma, se fueron creando las condiciones emocionales para el surgimiento del Terrorismo de Estado –cuyo punto de inicio sitúa en el Operativo Independencia–, caracterizado por la generalización de las detenciones ilegales, la tortura y la desaparición forzada de personas.
A lo largo de los tres primeros capítulos, el antropólogo afirma que el compromiso con el ejercicio del terror estatal no fue un proceso evidente, necesario, obvio ni natural, sino el resultado de un fuerte proceso de acción psicológica y propaganda militar que modeló una experiencia inicialmente corporal. Muestra, también, que la violencia no se ejerció de forma burocrática e impersonal, sino a partir de códigos morales y emocionales, cargada de deseo y de fuertes sentimientos, como el odio al enemigo, el miedo a ser considerado un traidor, la fidelidad y la sensación de deudas y obligaciones con los compañeros de armas “caídos”. Así, siguiendo al autor, debe entenderse al Operativo Independencia como un pasaje o rito de iniciación, como un espacio de práctica represiva contrainsurgente; y al monte tucumano, como el teatro donde se realizaron los sacrificios que se volvieron fundacionales, en tanto obligaban a otros a estar dispuestos a matar o morir. Esta experiencia iniciática, este “bautismo de fuego”, fundó un cuerpo represivo sexuado en el cual los “verdaderos hombres” eran aquellos guerreros, heroicos y valientes que estaban dispuestos a sacrificar su propia vida.
En “Mostrar y ocultar”, la segunda parte del libro, Garaño da cuenta de la doble cara del accionar represivo del Estado: la puesta en escena de una guerra –una cara que exhibía, aterrorizaba y espectacularizaba– y la invisibilización de la represión ilegal en los centros clandestinos de detención –una cara secreta y negada–. En primera instancia, muestra cómo la desaparición forzada fue producto de una experiencia represiva que estuvo regulada por normas y directivas secretas, es decir, que existió un marco burocrático-administrativo que reguló el inicio del terrorismo de Estado. La documentación con la que trabaja aquí evidencia que la campaña militar se basó en la idea de que había que librar una guerra no convencional frente a un combatiente irregular. Señala que el Operativo fue un “campo de prueba”, que permitió dotar de una impronta nacional y original a la doctrina contrainsurgente y entrenar en las nuevas técnicas de represión a una parte importante de las fuerzas armadas y de seguridad, a partir de un sistema de rotación del personal. A la par de la faceta secreta, el autor argumenta que el Ejército hizo una “puesta en escena” de una guerra para combatir a la guerrilla rural, presentada como una batalla decisiva para “salvar a la patria”. De esta forma, no es casual que el Ejército, apelando al imaginario bélico y a valores nacionalistas, buscara legitimarse frente a la sociedad argentina creando una continuidad entre la gesta de independencia en el siglo XIX y este operativo.
Para entender por qué el monte tucumano fue el centro de la estrategia del PRT-ERP y luego se constituyó en el centro de la estrategia represiva, el antropólogo sostiene que debe apelarse al concepto de “teatro de operaciones”, en tanto permite iluminar aspectos centrales del ejercicio del poder, como la dimensión expresiva y la puesta en escena. Dado que los sistemas de poder necesitan producir imágenes, manipular símbolos y realizar ceremonias rituales, el Ejército hizo una puesta en escena de una guerra apelando a una serie de imágenes y valores nacionalistas y belicistas, a la vez que sumó dos imágenes potentes: el monte como un espacio de naturaleza salvaje, indómita, plagado de peligros, misterios y secretos; y un enemigo omnipresente, escurridizo y peligroso. Así, estas imágenes habilitaron que el personal del Ejército se volviera capaz de cometer cualquier acto ilícito y atroz. Siguiendo a Garaño, el ejercicio de esa violencia extrema era masculinizada como una actividad de “machos” –guerreros duros y viriles– y quien se negaba o se mostraba impactado por ella, era feminizado y considerado débil y cobarde. Señala, a su vez, que el Operativo implicó la creación de un “espacio de muerte”, en el que toda la población tucumana fue convertida en potencial sospechosa y, por ende, susceptible de ser objeto de una violencia sexualizada y generizada.
La tercera parte de la obra, “Entre fuleros, héroes y traidores”, pone el foco especialmente en una serie de narrativas, rumores y mitos que el Ejército hizo circular sobre las características y la peligrosidad del enemigo a combatir –sobredimensionando sus capacidades para aumentar la sensación de riesgo– y cómo se construyó una “cultura del terror” en la provincia de Tucumán como medio para controlar a la población. Así, muestra el proceso en el que los militantes del PRT-ERP fueron transformados en “fuleros” –término entendido como tramposos o no confiables– y animalizados como “monos”, a partir de un proceso de producción de emociones, sentimientos y afectos por parte del Ejército, que permitió hacer circular el terror y desatar prácticas de violencia extrema.
En esta última parte del libro, el autor retoma la construcción de la lógica héroe/traidor y el clima de sospecha generalizada, en tanto dispositivo de regulación de las relaciones al interior del Ejército. Así, da cuenta de cómo se incitaba la delación y se castigaba al sospechoso, al posible “infiltrado”, a la vez que se alentaban los comportamientos “heroicos” de los “verdaderos hombres” dispuestos a sacrificar su vida. Cierra la obra un capítulo que hace especial foco en la inauguración de cuatro pueblos con el nombre de personal militar “caído” en combate, donde fueron reubicados pobladores que vivían dispersos en el piedemonte tucumano. Ciertamente, esta acción debe ser interpretada como una escenificación y ratificación del dominio del Estado nacional de una zona de fuerte activismo político y sindical desde los años sesenta del siglo XX. Un lugar donde el PRT-ERP había disputado la hegemonía estatal y desafiado a las Fuerzas Armadas al fundar una guerrilla rural y, por lo tanto, el espacio propicio para que el Ejército recuperara su orgullo, su honor y la masculinidad puesta en duda por los ataques.
Para cerrar, en el epílogo, el autor relata su experiencia como testigo de contexto y construye una narración a partir de las preguntas realizadas por los agentes profesionalizados en el marco del juicio por este Operativo. Ciertamente, reconstruir la experiencia de los perpetradores no es una tarea sencilla, y si bien queda abierta la pregunta sobre qué sucedió con el personal de la Marina, la Fuerza Aérea o del Ejército argentino que no participó del Operativo Independencia, es decir, de qué forma se creó su compromiso con la represión política, el libro aporta una perspectiva aún poco explorada en los estudios de historia reciente. Deseo de combate y muerte, inscripto en un giro hacia las emociones, los sentimientos y los afectos, constituye una interesante obra para seguir pensando las lógicas, dinámicas y motivaciones de los perpetradores. Muestra que la tortura, el asesinato y la desaparición forzada de personas no constituyeron prácticas despersonalizadas o desprovistas de emociones, sino que, por el contrario, existió un conjunto de pasiones, sentimientos y afectos sin los cuales no hubiera sido posible cometer delitos de lesa humanidad. De esta forma, el libro es un aporte no solo a los trabajos que abordan el papel de los afectos y las emociones y el cruce entre género y represión política, sino al campo de la historia reciente en general, a partir de la pregunta clave de cómo fue posible el surgimiento del terrorismo de Estado en Argentina.