Notas y comunicaciones

Una historia generacional

Sergio Pujol
UNLP/CONICET

Como los años veinte, los sesenta gozan de cierta popularidad como objeto de estudio prácticamente desde que concluyeron, y en todo el mundo, claro. Sin embargo, tendemos a poner el acento sobre la segunda mitad de la década, esa que el historiador inglés Arthur Marwick llamó los “high sixties”. Eso también nos cabe a los argentinos. Ya sea la historia de la música o la historia de las revueltas sociales, entre 1966 y 1970 -aunque los '60 argentinos terminaron en el '73- sucedieron las grandes rupturas y fueron proclamadas las grandes consignas. Digamos, el primer disco de Almendra y el Cordobazo. O la edición en Buenos Aires de Cien años de soledad y el surgimiento de Montoneros.
Oscar Terán nos propone, en cambio, otra periodización, otra década dentro de la década: la década post-peronismo; o mejor dicho, post-gobierno de Perón. Es el tiempo histórico que concluye bruscamente con el golpe de Onganía y la intervención a la Universidad: los “bajos sesenta”, para decirlo según la cronología del mundo cultural anglosajón. En ese sentido, aunque no solo en ese, Terán nos habla de “nuestros años sesentas”, y en ellos de una generación de intelectuales críticos, contestatarios o “denuncialistas”, que modularon de Sartre a Gramsci y que fueron interrumpidos por una suerte de “bloqueo tradicionalista” que Terán ubica, precisamente, en aquel '66. Poco antes del giro reaccionario –que no impidió algunos florecimientos bastante audaces en el mundo de la cultura y las artes -, despunta una luminosidad nueva, alerta de una sensibilidad en ciernes que pronto hará parecer vetusto lo que no mucho antes fue novedad. En ese sentido, la idea de un “destello de modernidad”, circunscripta principalmente al fenómeno de la revista Primera Plana y su agenda actualísima, es uno de los tantos hallazgos de este ensayo original y en cierto modo precursor.
Nuestros años sesentas se erige entonces como el análisis discursivo de una generación que estaba en la Universidad como principal institución, pero que también estaba, física y anímicamente, en los libros, las revistas y los debates públicos. Época fascinante en materia de circulación de ideas -ahí están los guarismos del mundo editorial, aún hoy ejemplares, así como los ejes de discusiones dominantes- y de fuerte articulación entre la actualización teórica y un anhelo de acción política demorada. Por lo tanto, una historia de intelectuales “comprometidos” o politizados, a la vez que “modernizados”, deviene finalmente en una historia de aquella vida cultural marcada por los imperativos de la política. Por supuesto, a una época se la puede mirar de distintas perspectivas. Recientemente, libros como el de Isabella Cosse Pareja, sexualidad y familia en los años sesenta y el de Inés Pérez El hogar tecnificado también enfocan los años sesenta, aunque sin el tono político-generacional empleado por Terán, y desde preocupaciones o registros bastante diferentes. Estos datos de la actualidad historiográfica podrían verse como una sutil observación al libro de Terán, o al menos a su título: ¿por qué un período histórico debe ser hegemonizado por aquellos tópicos que sus intelectuales de izquierda consideraron en su momento de vital importancia?
Si bien este libro tiene agregados muy valiosos -el nuevo prólogo de Hugo Vezetti y un diálogo entre Terán y Silvia Sigal, que por esos años también hizo su aporte al estudio de los sesenta- , es indudable que se somete ahora a la lectura de este tiempo. Otra gente -otra generación- lo va a leer, y quienes lo leímos en 1991, seguramente lo volveremos a recorrer de otra manera. ¿Cómo olvidarnos que aquella lectura de principios de los ´90, que nos introdujo a un tema más charlado que escrito y más añorado que examinado, tenía un marco de recepción aclimatado por el avance neoliberal y la premeditada operación
de olvido (amnistía, en los casos más escandalosos) de no solo la sangría de la última dictadura sino también de su turbulento preámbulo? Y si bien “los sesenta” no eran -no son- “los setenta”, el texto de Terán tomaba entre sus manos esa candente dialéctica, por más que, nos advertía el autor, una buena reconstrucción del período bloqueado por el '66 no necesariamente debía quedar condicionada por lo que sabíamos sucedió después. Esa tensión entre un antes y un después es clave en el abordaje de Terán: tratar de analizar el campo intelectual de los sesenta sin el tono fatalista -la tragedia en su acepción clásica- de la espiral de violencia de los setenta.
Con una escritura que abrevaba en la mejor tradición ensayística pero que, a su vez, reforzaba un estilo ya despuntado en Positivismo y nación en la Argentina y En busca de la ideología argentina, el libro de Terán sobre los años sesenta mantiene vigente su llamada a todo lector ansioso por seguir indagando un tema de inacabables variaciones.