DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v24i1.3388


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ARTÍCULOS

 

El Museo Social Argentino (1911-1925). Los vínculos de los reformadores sociales en el Cono Sur de América

The Argentine Social Museum (1911-1925). The links of Socials Reformers on Southern Cone of América

O Museu Social Argentino (1911-1925). Os vínculos dos reformadores sociais no cone sul da América

 

Juan Carlos Yáñez Andrade

Universidad de Valparaíso. Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas
Chile
Correo electrónico: juancarlos.yanez@uv.cl

 

Resumen: Las instituciones con vocación internacional son una excelente entrada para estudiar la conformación de la realidad social sudamericana, en un contexto de desarrollo del panamericanismo y de las agencias pertenecientes a la Sociedad de las Naciones. El Museo Social Argentino (MSA), inaugurado en 1911, nace como una respuesta para pensar la cuestión social desde un prisma nacional, pero sin perder de vista su dimensión internacional. El presente artículo analiza los vínculos que el MSA estableció con el Museo Social de París, la Dotación Carnegie, la Organización Internacional del Trabajo y los reformadores sociales en el Cono Sur de América. Especial mención merecen el marco ideológico de su fundación y los valores que promovió, así como las conexiones con intelectuales europeos y del continente americano.

Palabras clave: Museo Social reformadores; Cuestión social; Filantropía

Abstract:The institutions with international vocation are an excellent entry to study the conformation of the South American social reality, in a context of development of Pan-Americanism and of the agencies of the League of Nations. The Argentine Social Museum, inaugurated in 1911, was born as an answer to think about the social issue from a national perspective, but without losing sight of its international dimension. This article analyzes the links that the MSA established with the Paris Social Museum, the Carnegie Endowment and the social reformers in the Southern Cone of America. It is worth noting the ideological framework of its foundation and the values it promoted, as well as the connections with European intellectuals and the American continent.

Keywords: Social Museum; Reformers; Social question; Fhilanthropy

Resumo: As instituições com vocação internacional são uma excelente entrada para estudar a conformação da realidade social sul-americana em um contexto de desenvolvimento do pan-americanismo e das agencias pertencentes à Sociedade das Nações. O Museu Social Argentino (MSA), inaugurado em 1911 nasce como resposta para pensar a questão social desde um prisma nacional, mas sem perder de vista sua dimensão internacional. O presente artigo analisa os vínculos que o MAS estabeleceu com o Museu Social de Paris, a Dotação Carnegie, a Organização Internacional do Trabalho e os reformadores sociais no cone Sul da América. Especial menção merece o caráter ideológico de sua fundação e os valores que promoveu assim como as conexões com intelectuais europeios e do continente americano.

Palavras chave: Museu Social; Reformadores; Questão social; Filantropia

 

El Museo Social Argentino (1911-1925). Los vínculos de los reformadores sociales en el Cono Sur de América

¿Qué hay de extraño que Europa ignore
nuestra América, si ni siquiera nosotros la conocemos?
(Juan Bautista de Lavalle, 1912)1

 
Introducción

El presente artículo analiza la creación y desarrollo del Museo Social Argentino (MSA) entre 1911 y 1925, y el rol que jugó en el fortalecimiento de las relaciones que los reformadores sociales del Cono Sur de América establecieron entre sí y con organizaciones congéneres de Europa y Estados Unidos. El marco temporal se explica por su año de creación (1911) y por la visita de Albert Thomas –director de la Organización Internacional del Trabajo (OIT)– a Argentina en 1925, acontecimiento que implicó el desafío de integrarse a un nuevo mundo heredero de la Primera Guerra Mundial y marcado por las instituciones creadas al alero de la Sociedad de las Naciones (SDN). Un hito importante es la convocatoria y desarrollo del Primer Congreso Internacional de Economía Social en 1924, evento que mostró la consolidación de los vínculos internacionales que había logrado establecer el MSA desde sus primeros años.
Las primeras décadas del siglo XX fueron propicias para el encuentro de intelectuales interesados en las problemáticas sociales, en especial por el desarrollo del panamericanismo, que abrió nuevas experiencias de reunión y vinculación para la intelectualidad latinoamericana (Quesada, 1919; Marichal, 2002).
El MSA, en tanto institución precursora en el estudio y la promoción de lo social, debe ser inscrita en el contexto del nacimiento de la cuestión social y de influencia del pensamiento europeo en América Latina a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Podemos señalar que, si el acceso a la modernidad pasaba por aceptar la existencia de la cuestión social, el MSA podía justificar su presencia en función de su capacidad de hacer visible dicho problema y de promover políticas de intervención adaptadas a las condiciones propias de Argentina. En el presente artículo se pretende complejizar las investigaciones que se han realizado sobre esta entidad, superando las perspectivas que ven en esta institución una copia del Museo Social de París, pero también aquellas que solo han destacado sus rasgos nacionales, desconectados de la formación de vínculos entre los intelectuales que dieron forma a un pensamiento social en América del Sur (Novick, 1998; Pelosi, 2000). Otras investigaciones que supusieron un aporte se han centrado en sus cuadros directivos y acciones en materia de reformismo social (Solveira y Girbal, 1984; Bracha, 2011), así como su labor formadora de profesionales (Girbal y Ospital, 1986; Rossi e Ibarra, 2013).
El marco teórico-conceptual que orienta esta propuesta se enmarca en las perspectivas de la historia transnacional, conectada y de las circulaciones, las cuales han tenido un importante desarrollo en los últimos años y ofrecen miradas renovadoras sobre los procesos regionales, las instituciones internacionales y los actores presentes en el dominio supranacional (Saunier e Iriye, 2009). Si bien las unidades espaciales y políticas como la nación o el Estado continúan siendo pertinentes para conocer aspectos importantes de la evolución de lo social, los estudios transnacionales se caracterizan por vincular estas unidades con áreas de circulación regional y con conexiones globales. El campo social supone un dominio en el que dichos actores buscan legitimarse frente a problemas que no son ni políticos ni económicos estrictamente hablando, sino que conciernen un amplio espectro, que puede ir de los problemas del trabajo a las condiciones de vida (Castel, 1995). Frente a una historiografía latinoamericana centrada en los procesos de formación del Estado-nación o en la dimensión nacional de las temáticas que se analizan, las perspectivas transnacionales de lo social se sitúan en el cruce de la historia del trabajo, de las instituciones internacionales, de la cooperación regional, de las políticas laborales y de la historia de la producción de saberes.
Una ventaja de la historia transnacional con respecto a los enfoques tradicionales es que, por una parte, permite ampliar la dimensión en la que los actores se movilizan, al reconocer amplias áreas de circulación de ideas, sujetos y artefactos; y, por otra, ayuda a comprender cómo se producen las dinámicas de creación de consensos, de una comunidad de valores o la estandarización de normas. Esta perspectiva transnacional posibilita enfocarse en las redes, conexiones y circulaciones que favorecen los puntos de encuentro de los actores con vocación internacional, como las instituciones que jugaron un papel fundamental en pensar regionalmente el continente americano (como la SDN, la OIT o la Unión Panamericana). Estas ayudaron a difundir determinados principios universales por sobre los intereses nacionales y a conectar a una intelectualidad permeable a las instancias de cooperación regional y deseosa de compartir experiencias.
Las investigaciones sobre las instituciones internacionales han evolucionado desde una posición que las situaba en la historia diplomática y de las relaciones exteriores a un intento por develar su grado de importancia en la formación del mundo contemporáneo, como lo explicita el historiador Akira Iriye (2002). De esta forma, instituciones como el MSA se transforman en modalidades privilegiadas de conocimiento, que permiten repensar las dinámicas de pasaje entre las instancias nacionales y globales (Clavin, 2005; Kott, 2011).
Por su parte, la noción de intelectuales reformistas hace referencia a todo un movimiento ideológico que se desarrolló en los países del Cono Sur de América a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, en el contexto de la llamada cuestión social y las necesidades de cambio que esta provocó en la forma de comprender la política, la economía y, en especial, la organización del Estado (Zimmermann, 1995). Este proceso de reforma fue impulsado por intelectuales que, desde posiciones ideológicas más diversas (liberales, socialistas y católicos), participaron del debate de la época y utilizaron su prestigio académico y profesional para influir en los órganos de decisión política (Yáñez, 2003).
En síntesis, en el cruce de los enfoques transnacionales y el de las conexiones culturales, el acercamiento al MSA, como caso de estudio, permite comprender las estrategias de una institución que se transformó en referente en su época, estableció vínculos con otras entidades y buscó conducir con éxito relativo el proceso de reforma social del período.
En términos metodológicos, el enfoque es cualitativo y apunta a un análisis exhaustivo de las fuentes, en particular del principal medio de difusión del MSA, su Boletín, desde el primer número publicado en 1912 hasta 1925, año en que finaliza este estudio con la visita del director de la OIT Thomas. Se busca rastrear en las páginas de dicha publicación las posiciones ideológicas que expresaron distintos miembros del MSA, los debates en torno al mutualismo, las temáticas sociales y las vinculaciones y encuentros que se promovieron con distintas organizaciones e intelectuales. Entre las fuentes se incluyen las existentes en los archivos de la Dirección General del Trabajo en Santiago de Chile y de la OIT en la ciudad de Ginebra (Suiza), donde se encuentran las notas de Thomas sobre su viaje en 1925 por los países del Cono Sur de América.
El presente artículo se ha organizado en cinco secciones. En la primera, se examina el nacimiento del MSA y los lazos –formales e informales– que logró construir, tanto en Europa como en América del Sur. En la segunda, se estudia la ideología que asumió y cómo las relaciones establecidas con diferentes personalidades y organizaciones le permitieron la promoción de esas ideas a nivel continental. En la tercera, se presentan los vínculos que sostuvo con la filantropía norteamericana, como prueba de su eclecticismo y de la influencia que Estados Unidos comenzó a ejercer en América Latina en el transcurso de la Primera Guerra Mundial. Luego se analiza la convocatoria y desarrollo que realizó el MSA del Primer Congreso Internacional de Economía Social de 1924 y cómo tal convocatoria reflejó la apertura a los problemas laborales. Por último, se indaga en la visita de Thomas a Argentina, su interés por promover la acción de la OIT y de las convenciones del trabajo, donde se puso en tensión los alcances y la misma ideología del MSA.

El Museo Social Argentino: sus orígenes

En una reunión de notables celebrada en la Sociedad Científica Argentina el 23 de mayo de 1911, se fundó el MSA bajo la iniciativa del ingeniero Tomás Amadeo, siguiendo el modelo de su congénere de París que se enmarca en el espíritu de reforma de la época. Con el objetivo de llenar el vacío institucional existente frente a la cuestión social, el MSA configuró una organización de características muy particulares, cuyos miembros formaban parte de una verdadera elite de intelectuales y políticos que concordaban en lo relativo al diagnóstico crítico de la realidad de su país (Amadeo, 1911). Como señala Alicia Novick (1998), esas personalidades provenían de un medio muy variado, compartían su pertenencia al ámbito universitario y las ideas reformistas. Hebe Carmen Pelosi (2000), al analizar el grupo fundador y el primer consejo directivo, estableció que, del total de 33 miembros, los ingenieros, los abogados y los médicos correspondían a la mayoría, y 24 de ellos habían asumido cátedras universitarias o responsabilidades públicas. De manera prematura, la institución alcanzaría un reconocimiento importante, con la adhesión de un centenar de instituciones y miembros (ver cuadro).

Organización administrativa del MSA


Fuente: Orígenes y desenvolvimiento del Museo Social Argentino (enero-febrero 1912). BMSA, n° 1, p. 7.  

Es necesario recordar –de acuerdo con numerosas investigaciones– que a comienzos del siglo XX no existían en Argentina facultades de Ciencias Económicas, seminarios, revistas, bibliotecas especializadas ni ninguna organización pública o privada que se ocupara de los aspectos laborales y de la condición de los trabajadores, a excepción del Departamento Nacional del Trabajo (Pelosi, 2000; González Bollo, 2003; Lobato, 2007). De todas maneras, este organismo no tenía alcances verdaderamente nacionales y sus vínculos –aun cuando eran importantes– se limitaban al intercambio de revistas con oficinas del trabajo de Chile y Uruguay (Yáñez, 2000).
En todo caso, solo cuatro secciones de carácter general fueron creadas a la espera de la recepción del MSA en el público. Estas comprendieron las cuestiones urbanas, rurales, legislación y propaganda. De esta forma, el MSA se propuso como objetivos promover estudios económico-sociales y realizar una activa propaganda de Argentina en el mundo. Esta última meta era muy original, porque escapaba al conjunto de atribuciones reconocidas en los museos sociales europeos. Además de ser necesaria, esta difusión debía ser sistemática y estar alejada de todo entusiasmo exagerado, como lo remarcaba el responsable de la misión especial del Museo Social de París en Argentina, Edmond Contand Delpech.2 El objetivo de impulsar la cohesión nacional era también explícito y suponía el progreso económico de todos los sectores, por ende, debía existir un órgano que mostrara los avances y los problemas presentes en la sociedad. Así, el MSA buscaba ocupar el rol de conciencia crítica. El público al cual estaba destinada la institución comprendía a los intelectuales, los políticos y los legisladores, a quienes se les entregaría “una información exacta y desinteresada”. Además, abarcaba a los sectores populares, en busca de “la extirpación de muchas formas más o menos vergonzantes de mendicidad”.3
Su implementación buscó alejarse de la idea que se tenía de los museos tradicionales, por esa razón se destacaba su perfil didáctico y pedagógico. Florencio Molinas –miembro del Consejo Superior del MSA– señaló en una carta al médico Wenceslao Tello4 que esta institución debía ser comprendida como un espacio receptivo a todos los elementos que podían marcar un mejoramiento del bienestar de la colectividad, por lo que debían ocupar un lugar destacado la biblioteca, el archivo y las secciones de investigación:

Complete usted –continuaba Molinas– todo esto con un museo objetivo, que por medio de maquetas, gráficos, planos y modelos de todas clase, enseñe lo que el hombre crea para su propio progreso; las publicaciones de la labor emprendida en su gabinete de trabajo: las conferencias instructivas y una propaganda sobre el país organizada convenientemente, y tendrá usted una idea acabada de lo que es a mi entender un museo social y lo interesante y útil que resulta esta clase de instituciones.5

Esta opinión era compartida por Adolfo Posada –director del Instituto de Reformas Sociales de Madrid, quien apoyó la creación del MSA– y, en relación con su rol didáctico, destacó lo siguiente: “Nos imaginamos los museos como almacenes o depósitos de cuadros, estatuas, objetos, en suma, que se exponen pasivos. Pero, por fortuna, el concepto va cambiando. El Museo, hasta el de arte, propende a ser activo, docente, vivo, dinámico”.6 De esta manera, los estatutos del MSA reconocieron la documentación como un importante medio de acción, que comprende aspectos gráficos y objetos plásticos. Todo en relación estrecha con la divulgación sistemática y didáctica de la información compilada. El ideal de conjunto era importante, al intentar reunir y coordinar el material disperso para facilitar los estudios en materia social.
La biblioteca y el Boletín debían jugar un papel central en el cumplimiento de los objetivos del MSA. La primera debía ser un lugar de especialización y de trabajo sistemático para aquellos interesados en estudiar la cuestión social y económica. El segundo sería un órgano de difusión de los problemas del continente, a partir del intercambio de información entre las naciones y tomando como base la confraternidad e integración intelectual. De acuerdo con los datos estadísticos del mismo Boletín, en los dos primeros años (1911-1912), las piezas bibliográficas comprendían un total de 7955 y las entradas por mes llegaban a 116 en promedio.
Este crecimiento veloz de la biblioteca se explica por un activo sistema de canjes y préstamos. Durante el primer año, el MSA recibió boletines de la Oficina del Trabajo de Francia y a partir de 1913 llegó una donación especial del Instituto de Reformas Sociales de Madrid sobre legislación del trabajo en España, la cuestión social, debates parlamentarios y estadísticas de huelgas. Además, se recibió una colección especial del Instituto Internacional de Agricultura de Roma, que comprendía el Boletín de Bibliografía Agrícola, el Anuario Internacional de Legislación Agrícola y el Boletín de Instituciones Económicas y Sociales.7 Los contactos con los países sudamericanos también fueron activos, por ejemplo, desde Chile llegaban los boletines de la Sociedad Nacional de Agricultura y de la Sociedad Nacional de Minería.8 En 1914, la Sociedad Médica de Chile envió su revista con una nota que reafirmaba su compromiso con el ideal de solidaridad internacional y de mutuo conocimiento de ambas naciones: “Con el fin de procurar el conocimiento recíproco entre los pueblos hispanoamericanos a través del intercambio de publicaciones que esta institución organiza actualmente, se acordó enviar la Revista Médica de Chile y de aceptar el intercambio de otras revistas”.9
Frente a la inexistencia de museos sociales en América del Sur, el MSA promovió sus relaciones con las oficinas o departamentos del trabajo, que como instituciones pioneras buscaban contribuir al conocimiento sobre materias laborales. Por ejemplo, el intercambio de publicaciones con la Oficina del Trabajo de Chile y de Uruguay fue permanente desde los primeros años.10 De esta forma, la biblioteca llegó a disponer de 10.686 piezas, aunque estos vínculos se vieron seriamente afectados a partir del estallido de la Primera Guerra, en especial con los países europeos. De todas maneras, las piezas bibliográficas alcanzaban, al término de la guerra, las 24.000.11 El Boletín, al ser un medio de propaganda y de propagación del conocimiento, era reconocido entonces como fundamental en la difusión con el resto de los países y sería la base de la confraternidad e integración intelectual.
Desde un comienzo quedó claro que el objetivo del MSA era actuar como una institución de coordinación de estudios y de experiencias de diversos países de América del Sur, para transformarse en un reservorio de conocimiento sobre distintas materias de los países de la región. Es sintomática una carta de Juan Bautista de Lavalle12 a Jacinto García –delegado del MSA en Perú– donde manifiesta, con un tono crítico, la falta de lazos internacionales entre las instituciones latinoamericanas:

El intercambio sigue siendo en nuestra América más una bella aspiración que una cierta realidad. Se le oponen ciertamente el aislamiento y las distancias. Intensificado con los congresos y las conferencias panamericanas, languidece después falto de órganos especiales y permanentes. La creación y perfeccionamiento de la Unión Panamericana de Washington […] vino a constituir ese órgano por tantos deseados. Ella misma continua aun luchando contra la indiferencia de los gobiernos y comisiones panamericanas que no siempre cumplen con suministrar los documentos que reclama un servicio informativo continental.13

El problema para Lavalle era la ausencia de centros de información y editoriales con una ambición continental, que hicieran circular el conocimiento más allá de las fronteras nacionales. Esta era, precisamente, la misión más importante que podía cumplir el MSA. Uno de los primeros vínculos fue con el Museo Social de París. Tomás Amadeo, en uno de sus viajes a Europa firmó un acuerdo de reciprocidad entre las dos instituciones, esa medida permitía colaboraciones permanentes y el intercambio de colecciones completas de investigaciones y publicaciones. Otros lazos institucionales se establecieron con el Museo Social de Budapest y los Servicios Sociales de Washington y de Londres, así como con el Instituto Internacional de Agricultura de Roma, la Oficina de Repúblicas Americanas, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la Asociación Internacional para la lucha contra la cesantía y la Oficina Central de Asociaciones Internacionales de Bruselas.14
Esas relaciones de carácter institucional eran sostenidas por una red de colaboradores en el extranjero, con el carácter de delegados honorarios en diferentes capitales europeas y latinoamericanas. Su función era dar a conocer los alcances y las actividades del MSA, además de la entrega de informes sobre la situación local. Varios colaboraban con donaciones a la biblioteca, en especial de libros y documentos oficiales. Un trabajo importante de esos delegados –considerando que la sección de investigaciones no estaba del todo consolidada en los primeros años– era la realización de encuestas y estudios a nivel local e internacional. No pasó mucho tiempo para que el MSA comenzara a enviar sus propios informes a instituciones extranjeras, como aquel sobre la situación de la inmigración argentina para la Asociación Internacional para la Lucha contra la Cesantía.
Los lazos internacionales se enriquecieron con la visita de personalidades extranjeras, como Léopold Mabilleau –director del Museo Social de París– y el expresidente de los Estados Unidos Teodoro Roosevelt. Sin embargo, el MSA no se limitó a invitar a personalidades extranjeras y a establecer lazos formales con otras instituciones del mismo tipo. Además, aprovechó las exposiciones universales para dar a conocer su trabajo y realizar las acciones de propaganda de Argentina en el exterior, como sus reglamentos lo establecían. De esta forma, el MSA participó en la Exposición de Gante (Bélgica) en 1913, de Génova (Italia) en 1914 y de San Francisco (EE.UU.) en 1915.

La ideología del Museo Social Argentino

Los elementos ideológicos juegan un aspecto esencial en la conformación de los vínculos que los intelectuales promueven, en la medida en que se reconocen como pertenecientes a una cultura política, la cual comparte principios, valores y acciones tendientes a consolidar su presencia en el escenario internacional (Devés, 2007). Por ejemplo, en el caso del Museo Social de París, Janet Horne (2004) señala que su historia no puede estar desconectada de las características del desarrollo socioeconómico francés, así como de los rasgos particulares que tuvo el debate de la cuestión social. Esto explica que la creación de ese Museo se diera con la confluencia de variadas redes reformistas que se conformaron a partir de una amalgama que comprendía diagnósticos críticos, vacíos institucionales e investigaciones personales, factores que permitieron la convivencia de corrientes políticas e ideológicas muy distintas al interior de la institución (monarquistas, católicos, positivistas y liberales). A su vez, esto posibilitó un mayor margen de acción en el debate público y de menor compromiso ideológico.
En el MSA, la red de reformadores provenía preferentemente del campo universitario, sin una filiación política definida, pero con una visión crítica de Argentina en lo concerniente a su posición en el orden de las naciones americanas. Las importantes posiciones nacionalistas que la entidad asumió desde un primer momento son el reflejo, por un lado, de la búsqueda de un sostén transversal de la sociedad argentina y, por otro, del énfasis puesto en los elementos que fortalecían la unidad nacional, más allá de los aspectos que la dividían, como eran la lucha de clases, la pobreza o la cuestión social. Este discurso nacionalista se entronca con uno antiguo que destaca las cualidades naturales de la nación, en lo relativo a los recursos naturales y a las posibilidades de desarrollo para su población, que promueve al mismo tiempo la inmigración extranjera como vía de mejoramiento de la raza. El énfasis puesto en mejorar una imagen de país organizado, estructurado en torno a la tierra, con posibilidades para el comercio y la industria, y abierto al aporte extranjero, es recurrente en las páginas del Boletín.15
Un segundo orden en el posicionamiento ideológico del MSA se enmarca en lo que puede entenderse como un intervencionismo limitado por parte del Estado. Es decir, en la creencia de que la solución de la cuestión social debía provenir de una acción conjunta entre el Estado y la sociedad civil organizada, en la cual el primero cumpliría su función ofreciendo un cuadro reglamentario e institucional a la acción de los individuos –además de un sostén financiero explícito– y las organizaciones serían el brazo ejecutor de esas políticas de intervención. Tal distancia con respecto a la acción del Estado podría ser explicada por una adscripción ideológica a los principios inspiradores del Museo Social de París, aunque también por una convicción sobre la incapacidad del Estado argentino para procurar soluciones efectivas a la cuestión social. Para sus promotores, este tipo de intervención se adaptaba mejor a las condiciones del país, el cual debía pasar por una etapa en que la propia acción de los sujetos fuese la antesala de cualquier intervención que garantizara derechos universales.
Cierto eclecticismo entre las posiciones nacionalistas, por una parte, y las del mutualismo y del reformismo social –más abiertas a enfrentar los problemas modernos que aquejaban a Argentina y al resto de los países sudamericanos– por otra, se ve reflejado en algunas estrategias innovadoras para la época, como eran los cursos destinados a la formación de los trabajadores (Bracha, 2011, p. 9). Sin embargo, el desarrollo de las corrientes ideológicas que convivían al interior del MSA no estaba exento de tensiones. Por ejemplo, un ámbito que refleja los límites del reformismo asumido por este organismo tiene relación con la legislación social. Si bien el Boletín se mostró abierto para dar a conocer los avances en materia de legislación europea, algunos sectores fueron críticos respecto del carácter que asumió en países como Alemania. Se cuestionaron en especial los costos asociados al sistema de protección social y las consecuencias negativas en la moral de la población de ese país. En cuanto a Argentina, cuando se discutió el proyecto de retiro de los empleados ferroviarios, el MSA entró en la polémica exponiendo los puntos de vista de su presidente, Emilio Frers,16 quien también era diputado de la nación. Para Frers, tal proyecto era contrario al bien del país, porque promovía un sistema de previsión social que deterioraba las libertades públicas y consagraba un privilegio inaceptable para un sector de la sociedad. Para el presidente del MSA, el proyecto aprobado sería “el primer triunfo franco y decidido de la revolución socialista”.17
La promoción del mutualismo por parte del MSA debe ser comprendida en el marco de esta crítica sobre las capacidades del Estado en resolver la cuestión social. De hecho, los primeros años luego de su fundación fueron utilizados en popularizar los conceptos de mutualismo; en esta dirección fueron las conferencias que Léopold Mabilleau dictó en Buenos Aires. Para el director del Museo Social de París, el mutualismo ofrecía dos ventajas: la concordia entre las clases y el bienestar a partir de la propia organización de los individuos. Aparecía, de este modo –a los ojos de sus promotores–, como una doctrina moderna, distante del reforzamiento del Estado y respetuosa de la organización individual existente.18
El MSA apostó durante la década de 1910 –en pleno desarrollo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)– por fortalecer sus vínculos con la filantropía americana, como respuesta al debilitamiento de las relaciones con el continente europeo producto del conflicto, aspecto que se abordará a continuación.

El Museo Social Argentino y la filantropía americana

Inscritas en la modalidad de relaciones internacionales, las fundaciones filantrópicas ofrecieron un espacio de participación nuevo, consecuente con la realidad de los Estados Unidos de fines del siglo XIX y con la idea ampliamente compartida por las elites norteamericanas de su rol dominante en el devenir del mundo (destino manifiesto). En primer lugar, sin motivaciones partidarias explícitas –aunque fuertemente portadoras de ciertos principios e ideologías–, las fundaciones se organizaron en función de un criterio de administración favorable a la acción de los empresarios. En segundo lugar, facilitaron el desenvolvimiento de intelectuales y hombres de negocios con posiciones críticas frente a la acción del Estado (Tournès, 2010).
Que algunas fundaciones hayan decidido establecer relaciones con las instituciones y los gobiernos de América del Sur, en un marco de desconfianza histórica, muestra el interés de unos y de otros por modificar esas impresiones, por lo cual la filantropía ofrece una nueva imagen de los Estados Unidos hacia el resto del mundo, con un rostro más abierto a la cultura y no solamente a los éxitos económicos. Esa sería la función principal de algunas fundaciones que buscaban ocupar un lugar de dominio en la educación y en el compromiso de la defensa de la paz y la solución pacífica de los conflictos durante los primeros años del siglo XX.
Como Ludovic Tournès (2010) ha señalado a propósito de los compromisos políticos de Andrew Carnegie, la Dotación Carnegie se inscribe en la línea de la política extranjera de los presidentes Theodore Roosevelt y William Taft, de acuerdo con la cual la cooperación pacífica y la expansión comercial debían ir de la mano (pp. 25-44). Los objetivos principales de la fundación eran la promoción de las investigaciones y los estudios científicos sobre las causas de la guerra y los medios prácticos de evitarla, entre muchos otros. Sin embargo, la idea no era transformarse simplemente en una institución de estudios y fomento de los beneficios de la paz mundial, sino también de difusión de acciones concretas para alcanzar ese objetivo (Bacon, 1915, p. 2).
¿Cómo se puede entender la cercanía que tuvo el MSA con la Dotación Carnegie durante la década de 1910? La respuesta no puede estar desconectada de los efectos que tuvo la Primera Guerra en la intelectualidad latinoamericana. Como señala el historiador Olivier Compagnon (2014), dicha contienda obligó a tomar partido y a reconocer la crisis civilizatoria que afectaba a Europa, este factor explica en parte la emergencia de las corrientes nacionalistas e identitarias en América Latina, que identificaron este continente con el pacifismo y el nacimiento de una nueva civilización. En todo caso, no hay que descartar ciertos intereses estratégicos de los miembros del MSA que vieron en sus vínculos con la Dotación Carnegie la posibilidad de abrirse al mundo de las subvenciones e intercambios que ofrecía por entonces el modelo de las fundaciones filantrópicas.
A mediados de 1913, la Dotación Carnegi19 nombró a Robert Bacon su representante en ocasión de una visita que realizó a los países de América del Sur. Su objetivo central fue dar a conocer a los principales líderes de la opinión pública las funciones de la institución filantrópica y promover la cooperación con ella. En 1914, nombró a Harry Edwin Bard –quien era director de la División Panamericana de la Asociación Americana para la Conciliación Internacional y profesor de la Universidad de Columbia– presidente de una comisión de académicos de diversas instituciones y universidades norteamericanas para recorrer América del Sur (Bard, 1914), con el fin de iniciar la política de intercambio de intelectuales y académicos entre los Estados Unidos y la región, además de establecer lazos más formales entre la Dotación Carnegie y algunas instituciones locales. En Argentina se avanzó mucho más rápido en este segundo objetivo. Frers, al frente del MSA, encabezó la comisión de recepción. No existía otra institución con los objetivos que se planteaba el MSA, que parecía el lugar natural para iniciar los contactos formales con la dotación. Para Bard, había razones que justificaban la confianza en esa entidad:

Para dar a este centro un carácter nacional e internacional, el Dr. Frers invita a las naciones extranjeras a establecer y mantener secciones o institutos especiales para la propagación de su cultura en Argentina y para actuar como agentes para la propagación de la cultura argentina en sus países (Bard, 1914, p. 10).

Entre las proposiciones concretas que la comisión sugirió se pueden señalar las siguientes: la elaboración de catálogos de obras latinoamericanas, obras generales de historia, de geografía, de literatura y de otros aspectos del continente; confección del diccionario de la lengua española; el intercambio de publicaciones entre las municipalidades, el gobierno de Estados Unidos y las naciones del continente. La organización de un instituto panamericano, bajo los auspicios de la Dotación, debía ser una tarea para el futuro, con la finalidad de promover relaciones intelectuales y culturales más intensas entre Estados Unidos y América del Sur. La evocación de este instituto panamericano adquiere sentido teniendo en cuenta el análisis crítico de los intelectuales y de aquellos que habían participado en la creación del MSA frente a la ausencia de instancias de acercamiento en la región, situación que había sido ya añadida en la resolución de la IV Conferencia Panamericana de Buenos Aires de 1910, en cuanto a establecer un intercambio de profesores y estudiantes entre las universidades del continente (Unión Panamericana, 1938, pp. 194-195). Como lo señala Juliette Dumont (2008, p. 94), la creación de un Instituto Panamericano de Cooperación Intelectual fue solicitada durante la VI Conferencia Panamericana de la Habana en 1928, sin embargo, jamás fue creado.
En los primeros meses de 1915, el MSA prosiguió los contactos formales con la Dotación Carnegie, y se mostró favorable a profundizar los vínculos, aunque manifestó algunas objeciones a los medios utilizados en la promoción de la paz.20 Por ejemplo, si bien el MSA era favorable a la ideología del panamericanismo y a su difusión por parte de la Dotación, criticó el hecho de que sus iniciativas y sus instituciones residieran en Estados Unidos, lo que favorecía la supremacía norteamericana por sobre el resto de las naciones del continente. Su presidente Frers, proponía la creación de un centro de propaganda de los ideales panamericanos con sede en América del Sur, que trabajara de manera paralela con las instituciones similares estadounidenses; señalaba que tal centro debía establecerse en Buenos Aires y contar con el apoyo del MSA: “Así, los pueblos de América del Sur comenzarán a convencerse que la Unión Panamericana es el ideal común a todos y que su apostolado no es una misión exclusivamente yankee”.21
Frente a las dificultades económicas que la creación de este centro o instituto implicaría, Frers sugería la organización de una sección norteamericana en el MSA para desarrollar un programa de colaboración y de propaganda que consistiría en la distribución de folletos y de libros por parte de la Dotación Carnegie y en el intercambio de visitas entre los intelectuales y académicos de Argentina y Estados Unidos.
Estas propuestas están en el origen de la creación de una biblioteca norteamericana en el MSA, para la cual la Dotación hizo una donación inicial de 10.000 dólares, que aumentó posteriormente a 20.000, destinados a la adquisición de mobiliario y libros, así como su catalogación y transporte.22 Este último proceso estuvo bajo la responsabilidad de la Universidad de Columbia y fue supervisado por la Asociación Americana para la Conciliación Internacional. Se donaron también 10.000 volúmenes, que llegaron a Buenos Aires el 7 de junio de 1916. Peter Goldsmith, representante de la fundación y quien tenía la misión de hacer efectiva la donación, llegó el 19 de junio. Para la ocasión, y con el fin de darle realce a la ceremonia, el MSA designó un comité responsable de establecer un programa de celebraciones con motivo de la inauguración de la biblioteca y de la recepción de Goldsmith.23 Dicha biblioteca fue inaugurada el 3 de julio del mismo año, como forma de rendir homenaje –en la víspera– al aniversario de la Independencia de Estados Unidos. De cierta forma, por la cantidad de volúmenes entregados, lo que se buscaba era marcar las relaciones culturales de dicho país con la región, dar a conocer su realidad y fortalecer los lazos internacionales. Así, se incluían obras de ciencias sociales, de ciencias aplicadas, de arte, de cultura y de educación, entre otras; además de diccionarios y de enciclopedias, sumados a una colección de retratos que formaba la “galería de hombres famosos”.
La biblioteca pretendió cumplir con dos objetivos explícitos. En primer lugar, el más evidente, consistía en estimular la cultura y el desarrollo intelectual, al brindar un acceso directo al conocimiento de la historia y del progreso de la sociedad americana. El segundo objetivo no era tan evidente. La colección debía ayudar en la promoción de la identidad nacional de los Estados Unidos: “colocando en esta institución importante un símbolo, una expresión durable de aquello que nosotros pensamos, sentimos y hacemos”.24 De esta manera, con esta biblioteca la Dotación buscaba instalar un relato sobre ese país, una visión determinada de su paisaje, de sus hombres y de su progreso.
La noción de comunidad de intereses se reitera en distintos pasajes de los numerosos discursos que se sucedieron en las reuniones de protocolo. La biblioteca debía simbolizar la unión de objetivos de estas instituciones. Para Frers, tanto el MSA como la Dotación Carnegie perseguían los mismos fines, pero con métodos distintos. Si la última promovía la conciliación internacional como medio de solución pacífica de conflictos, la primera propulsaba la solidaridad entre los individuos como fundamento de la armonía social. La conciliación entre los países completaba el esfuerzo de solidaridad de los individuos. En síntesis, no podía haber una paz mundial sin la paz al interior de los países; ideas que se parecen mucho a los principios que llevaron a la creación de la OIT en 1919 (Lespinet-Moret y Viet, 2011). No es sorprendente que la paz mundial fuese un tema de discusión durante la época y un modo de justificación del acercamiento de la Dotación Carnegie a los países sudamericanos, en la medida en que la Primera Guerra Mundial estaba en pleno desarrollo y afectaba seriamente el comercio, las finanzas y otros intereses del continente.

El Congreso Internacional de Economía Social (1924)

Los vínculos internacionales de los intelectuales reformistas constituyen una dimensión importante para tener en cuenta a la hora de explicar el posicionamiento de estos intelectuales a nivel continental. Los congresos científicos americanos fueron instancias favorables para el desarrollo de estos lazos, como, por ejemplo, el de Buenos Aires en 1898 (Congreso Científico Americano, 1908). El Cuarto Congreso Científico de 1907 (Primer Congreso Científico Panamericano), celebrado en Santiago de Chile, fue uno de los más importantes por la cantidad de volúmenes de sesiones publicados (20 volúmenes). Los temas tratados no diferían mucho de los presentes en eventos previos, categorizados en nueve secciones que incluían: matemática, ingeniería, agronomía, pedagogía y ciencias físicas, médicas, naturales, jurídicas y sociales (Cuarto Congreso Científico, 1908). En esta oportunidad, un área nueva fue la de Economía Social, corriente disciplinar que había llegado al continente sudamericano hacia fines del siglo XIX en el marco del reformismo católico. El Cuarto Congreso Científico de 1907 recibió ponencias sobre las condiciones laborales de la población, los salarios, la cuestión social, las doctrinas sociales, la constitución de la familia de la clase trabajadora, las causas y consecuencias de las huelgas, entre otros temas, lo que muestra la apertura por parte de la intelectualidad latinoamericana a tratar aspectos vinculados a grandes rasgos con la denominada cuestión social.25 Además, se ofrecieron medidas de mejoramiento de la vivienda obrera, legislación protectora de mujeres y niños, los contratos de trabajo, las cajas de ahorro, las cooperativas de trabajo, producción y consumo, seguro obligatorio, y la posibilidad de construir acuerdos y tratados entre los países del continente o, eventualmente, con algunas naciones europeas, para proteger a los trabajadores.
El Quinto Congreso Científico Americano, celebrado en Buenos Aires en 1910, aprobó propuestas concretas en favor de la población trabajadora. Alfredo Palacios, diputado e intelectual socialista, propuso la introducción en la legislación nacional de medidas de protección para mujeres embarazadas y garantizar así la lactancia del niño. Justificó tales medidas por el interés económico que implicaba la mejora de las condiciones de trabajo: “La higiene social muestra que la acción de defensa del trabajador debe ser preventiva y persistente; no debemos esperar a que los momentos de explosión social cedan a las demandas de los trabajadores” (Sociedad Científica Argentina, 1910, p. 386). Palacios apelo al pensamiento social europeo para fundar sus ideas de protección a la mujer embarazada, al indicar que muchos países de Europa garantizaban el descanso obligatorio. La ciencia –continuó– había establecido los beneficios del descanso antes del parto, que fue aceptado por la Conferencia de Berlín en 1890, por el Congreso Científico de Higiene de Lyon en 1894 y por el IV Congreso Internacional de Asistencia Pública de Milán en 1906.
Es en este contexto, donde los intelectuales reformistas tenían un historial de encuentros científicos, donde se inserta el llamado del MSA a realizar un Congreso Internacional de Economía Social en 1924. En principio era novedoso no solo porque dicho evento escapaba en parte a las reuniones dirigidas por la Unión Panamericana, sino, además, por lo particular de la temática. La economía social era una doctrina que había ingresado como cátedra universitaria a fines del siglo XIX, en especial en las universidades católicas, influenciadas por las corrientes reformistas del catolicismo, que buscaban ofrecer una alternativa a la economía política o clásica a partir de la encíclica papal Rerum Novarum (Zimmermann, 1995; Yáñez, 2003).
De esta forma, la realización del Congreso de 1924, celebrado en Buenos Aires y organizado por el MSA, fue importante en relación con el acercamiento a los intelectuales reformistas. Tuvo una amplia difusión y contó con el respaldo del Instituto de Reformas Sociales de Madrid, el cual había apoyado desde un principio la creación del MSA e influyó en el programa final del Congreso, al proponer un estudio y fichero bibliográfico referido al estado de la legislación laboral en América Latina, la situación del trabajador inmigrante y la promoción de las estadísticas internacionales del trabajo, con la colaboración de la OIT.26 El director de la OIT, Thomas, tomó conocimiento de la realización del Congreso durante la décima Asamblea General de la Asociación Internacional para la Protección Legal de los Trabajadores, y comprometió el apoyo de la institución que dirigía, aunque se excusó de participar por problemas de agenda. Por su parte, los museos sociales de París, Budapest, Milán y Berlín confirmaron su participación.27
Además, el Primer Congreso Internacional de Economía Social obtuvo la adhesión de más de 30 gobiernos, 129 membresías personales y cerca de 300 instituciones públicas y privadas. Por ejemplo, asociaciones profesionales y empresariales del continente (la Asociación de Trabajo de Chile, la Sociedad Nacional de Agricultura de Ecuador, la Asociación Rural de Uruguay, la Asociación Nacional de Educación de Chile, entre otras); academias de ciencias, cámaras de comercio, departamentos de trabajo, salud o estadísticas de México, Suiza, Colombia, Uruguay y Brasil. También estaban las facultades de economía de Brasil, Perú, Guatemala, Estados Unidos y México, junto con invitados especiales como John Dewey, José Ortega y Gasset y Albert Thomas. El Congreso comprendió seis secciones: museos sociales, cuestiones obreras, higiene social, enseñanza, cuestiones agrarias, estadísticas y cuestiones sociales. Sobre la acción internacional de los museos sociales, el Congreso aprobó, en primer lugar, una resolución propuesta por el delegado uruguayo para crear un museo social latinoamericano en la ciudad de Montevideo en 1931 y, en segundo lugar, una disposición sobre colaboración con instituciones similares que trabajaran en beneficio del bienestar común.
La sección de cuestiones obreras estuvo presidida por el abogado Alejandro Unsain,28 figura importante de la red de colaboradores de la OIT (Caterina, 2010). Entre los miembros de la sección, estaban el socialista Alfredo Palacios y Carlos Saavedra Lamas,29 futuro presidente de la Conferencia Internacional del Trabajo de 1928. Los relatores fueron el cubano Carlos Trelles30 y el uruguayo César Charlone.31 Los expositores eran figuras reconocidas en cada uno de sus países, e incluso en el concierto americano, como Moisés Poblete Troncoso, Trelles, Leopoldo Bard, Eduardo Mujica, Joaquín Cafferata, entre otros.32 El programa incluyó aspectos generales, como la situación del obrero inmigrante y los seguros sociales internacionales, y temáticas específicas para el continente americano, como la organización de los departamentos del trabajo, legislación social, reglamentación del trabajo de mujeres y niños, fijación de la jornada laboral, salario mínimo, conciliación y arbitraje, contrato colectivo y participación en las utilidades de la empresa, entre otros.
Dos aspectos llaman la atención del programa de la sección sobre cuestiones obreras y que reflejan las posiciones asumidas por los intelectuales reformistas. En primer término, la necesidad de promover el seguro social a nivel continental y avanzar en una legislación que se adaptara a las condiciones particulares de la región. Cabe señalar que recién en 1923, la Conferencia Panamericana en Santiago de Chile aprobó una resolución sobre la necesidad de incorporar los problemas sociales del continente en los programas de las futuras conferencias panamericanas (Unión Panamericana, 1925). Además, la creación de la OIT, en 1919, obligó a los gobiernos sudamericanos a replantearse el papel de las legislaciones nacionales en un concierto internacional proclive a la aprobación de las convenciones del trabajo. En este sentido, congresos como el de Economía Social y las resoluciones de las conferencias panamericanas se transformaron en instancias que permitieron aunar esfuerzos para hacer compatibles las soberanías nacionales con el avance hacia un derecho social americano.33 Otro hecho que llama la atención es el interés manifestado en la convocatoria que hace el MSA de crear un instituto responsable de “centralizar la información sobre los hechos sociales americanos”, propuesta que demuestra el deseo de sus miembros de promover la iniciativa de crear un centro que albergara al movimiento social reformista y que sirviera, a su vez, de reservorio al conocimiento sobre materias sociales del continente. Puede considerarse como un antecedente del movimiento panamericano que buscó crear un Instituto Interamericano del Trabajo a principios de la década de 1930, el cual se esperaba que fuera una alternativa al papel que tenía la OIT en el continente (Yáñez, 2014). Sin embargo, los miembros de la sección de cuestiones obreras terminaron aprobando un voto de resolución que reconocía el trabajo realizado por la OIT y la recomendación para que los países ratificaran los convenios de las conferencias del trabajo de Ginebra.34
Dentro de las resoluciones de la sección se encuentran la extensión de la ley de accidentes de trabajo al conjunto de los trabajadores –independiente de su ingreso u ocupación–, la creación de organismos de estadística laboral y que los departamentos del trabajo de las repúblicas americanas establecieran una comunicación entre sí e intercambiaran aspectos referidos a información laboral, la promoción de la participación de los trabajadores en los beneficios de la industria, la sanción de la ley de contrato laboral, la fijación del salario mínimo legal, la aprobación de una legislación especial para el trabajo indígena, junto con la jornada de ocho horas.35
Si se analizan las resoluciones aprobadas por la sección, queda claro el papel que tuvieron los expositores para impulsar sus puntos de vista hacia resoluciones que comportaran las posturas más avanzadas del reformismo social del momento, muy en línea con la trayectoria de algunos de ellos y con el peso que comenzaba a tener la OIT y sus convenciones del trabajo. Además, si el temario del encuentro marca un intento del MSA por ponerse al día con las temáticas más acuciantes que cruzaban a los países del continente, las resoluciones reflejan sus propósitos por avanzar hacia ideas más acordes con los tiempos que corrían.

La visita de Albert Thomas en 1925

Estudiar la OIT entre 1919 –año de su creación– y 1925 –año de la visita de Thomas a América del Sur– es conocer las acciones que promovió para transformarse en una organización con alcances universales y promotora de los estándares laborales a nivel internacional. Para tal objetivo, la entidad operó a partir de un cuadro de funcionarios internacionales de alto nivel y un sistema de convenciones internacionales que se reunían periódicamente en la ciudad de Ginebra, con la participación tripartita de autoridades gubernamentales, sindicales y patronales.
Los años que abarcan el presente estudio son fundamentales en la consolidación por parte de la OIT de una red de colaboradores y corresponsales sudamericanos. Para el caso de Argentina se establecieron vinculaciones permanentes con organizaciones patronales –como la Asociación del Trabajo–, sindicales y partidarias –como la Confraternidad de Ferrocarriles y el Partido Socialista–, además de intelectuales y personalidades públicas como Alejandro Bunge, Alejandro Unsain, Antonio de Tomaso y Juan B. Justo.36
Con la creación de la OIT y el interés que manifestó en vincularse con las naciones sudamericanas, el MSA comenzó a desarrollar los primeros contactos con la entidad de Ginebra. En los archivos de la OIT, este último aparece como una institución colaboradora, que enviaba periódicamente su Boletín. En este contexto se debe entender la convocatoria al Primer Congreso Internacional de Economía Social de 1924 y la apertura a incorporar temáticas laborales en el temario que reconocían abiertamente una mayor intervención del Estado.
En 1925, el MSA se preparó para el arribo de Thomas a la ciudad de Buenos Aires, en el marco de su visita por diversos países del Cono Sur de América (Ferreras, 2011). Los preparativos de dicha visita –organizada por delegados de la propia OIT y autoridades del gobierno argentino– fueron ampliamente difundidos en las páginas del Boletín, donde se prometía que sería el evento más importante del año. El MSA era destacado por los corresponsales de la OIT como una institución colaboradora y su secretario, Tomás Amadeo, como un aliado para “secundar su acción”.37
Thomas estaba empeñado en una cruzada por ampliar la participación de los gobiernos sudamericanos en las instancias de representación de la OIT, en especial en sus convenciones internacionales. Por ello, promovió en su visita una política de acuerdos fundamentales entre los gobiernos y las organizaciones sindicales, en base al reconocimiento de los principios constitutivos de dicha asociación y la defensa de los derechos laborales. De esta forma, para la OIT era fundamental detener el avance del comunismo y el consiguiente control que tenía esta ideología en las organizaciones obreras, por lo cual apoyó a los sindicatos de tendencias socialistas, representadas en Argentina por la Confraternidad de Ferrocarriles (Yáñez, 2016).
El programa de visitas de Thomas incluyó una reunión con el presidente de la República y el de la Cámara de Diputados. Además, asistió a una conferencia ofrecida por los Centros Socialistas y a un encuentro con las organizaciones obreras La Fraternidad y la Caja de Ferrocarriles. También se hizo presente en un banquete ofrecido por la Unión Industrial Argentina y la Asociación del Trabajo. Por último, visitó las ciudades de Rosario y Mendoza, y desde allí inició su viaje a Chile.
Su visita al MSA se llevó a cabo el día 2 de agosto e incluyó un almuerzo con su plana directiva. En la ocasión se hizo una presentación sobre la función de los museos sociales en el mundo y la particularidad del MSA. En su diario de viaje, Thomas destacó “su obra verdaderamente patriótica, el fundar la nueva unidad nacional sobre la base de la justicia social” y en su discurso de agradecimiento se refirió a la labor del MSA, en particular a “su obra científica y sus publicaciones de nuevas ideas”, además de valorar la resolución final del Congreso Internacional de Economía Social de 1924, donde el MSA había expresado la intención de colaborar con la OIT. Sin embargo, en el mismo cuaderno de viajes, Thomas señaló su desconfianza con respecto a la entidad y, en particular, sobre Tomás Amadeo, a quien calificó como un individuo “no del todo serio, ni muy crítico”.38 No tenía dudas de su entusiasmo y fe, aunque manifestó su temor de estar frente a una persona un poco ingenua y que exageraba en demasía la fuerza del MSA.
En el fondo, la crítica que hizo Thomas de la institución y de sus miembros, representados por su secretario Amadeo, se apoyaba en la distancia que el director de la OIT tenía respecto del mutualismo, ideología central de MSA, que refleja los vientos de cambio que corrían en el mundo y en el Cono Sur de América en cuanto a la forma de abordar la cuestión social. Esta no había pasado de moda, más bien seguía estando presente en los debates del período y era utilizada como bandera de lucha por reformistas y revolucionarios descontentos con el orden imperante. Sin embargo, en el marco del avance de los procesos de proletarización, la consolidación de las competencias legislativas y de inspección del Estado, la creación de oficinas del trabajo –que se transformaron en importantes organismos de investigación sobre lo laboral– y el desarrollo de ideologías socialistas y revolucionarias entre los trabajadores, el MSA –anclado al mutualismo y a una visión elitista de pensar la cuestión social– no podía entregar nada nuevo al accionar de una institución internacional que estaba dispuesta a ofrecer a los trabajadores del mundo un camino alternativo a la Revolución rusa.

Conclusiones

El presente artículo abordó el desarrollo del MSA entre 1911 y 1925, en especial los vínculos que estableció con su institución homóloga de París, con la Dotación Carnegie, la OIT y los intelectuales reformistas sudamericanos. En el contexto de la Primera Guerra Mundial y el consiguiente aislamiento europeo, surgió un fuerte nacionalismo en los países sudamericanos, el cual promovió un ideal pacifista y civilizatorio para la región. Los contactos del MSA con la Dotación se explican por cierto eclecticismo de sus miembros fundadores y como una oportunidad de abrirse al mundo de las subvenciones, donaciones y viajes que ofrecía la filantropía norteamericana. Sin embargo, también se han rastreado nexos importantes con las oficinas del trabajo de Chile y Uruguay, y con el Instituto de Reformas Sociales de Madrid, instituciones a las cuales enviaba su Boletín y con las que intercambiaba información sobre la realidad social y laboral.
Otra vinculación importante, y que comenzó a tomar forma durante los primeros años de la década de 1920, fue con la OIT, institución protagónica del universo de la SDN y que se transformó en la difusora de una serie de estándares sociales a nivel internacional. Estas relaciones muestran la apertura de los miembros fundadores del MSA a establecer vínculos con un amplio espectro de organizaciones. La convocatoria al Primer Congreso en 1924 refleja el nivel de relaciones que había logrado en la década de 1910 y el interés por repensar la cuestión social. El hecho de que el Congreso haya tratado sobre economía social da cuenta de su eclecticismo, porque recogía los principios de la corriente ideológica fundadora de la entidad, como lo eran el mutualismo y el pensamiento social católico, pero en un encuentro donde se incorporó la temática de las cuestiones obreras bajo la sugerencia del Instituto de Reformas Sociales de Madrid, y en el que participaron figuras importantes del derecho laboral latinoamericano, como Poblete y Unsain.
Dicha apertura para repensar el fenómeno de la cuestión social y la legislación laboral, así como los supuestos que conllevaban sus vínculos con la OIT, implicaba el reconocimiento de mayores regulaciones al mercado laboral y el fortalecimiento de las agencias del Estado. Las tensiones ideológicas estuvieron presentes en el MSA a la hora de cuestionar algunos avances en materia laboral e influyeron, a su vez, en la visión crítica que tuvo el director de la OIT hacia ella.
En términos de legado, el MSA podía mostrar hacia 1925 un importante historial de actividades relacionadas con la acumulación y difusión de conocimiento sobre lo social, destacados vínculos con instituciones internacionales, intelectuales conectados con universidades y entidades profesionales, entre otras condiciones positivas. Sin embargo, la visita de Thomas mostró que el eje de los debates en la solución de los problemas sociales había virado hacia las agencias del Estado, las cuales venían mostrando una lenta pero sostenida profesionalización de sus cuadros burocráticos y un marco normativo que permitió sentar las bases de lo que se ha llamado Estado de bienestar o social. Además, las instituciones estatales, como las oficinas y los ministerios del Trabajo, habían consolidado sus vínculos con las agencias técnicas internacionales como la OIT y la Organización Panamericana de la Salud.
Si bien el MSA se mantuvo activo por muchos años más como institución preocupada por estudiar los problemas sociales en Argentina, y posteriormente como universidad formadora de profesionales en el ámbito social, a partir de la década de 1930 perdió fuerza como entidad rectora del reformismo.

Notas

1 Carta de Juan Bautista de Lavalle. Junio de 1912. Boletín del Museo Social Argentino (BMSA), n° 6, p. 199. Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina.

2 Carta de Edmond Contand Delpech. Marzo-abril de 2012. BMSA, n° 2, p. 114.

3 Orígenes y desenvolvimiento del Museo Social Argentino. Enero-febrero de 1912. BMSA, n° 1, p. 10.

4 Médico y fundador de la Asociación Médica Argentina, quien aparece como editor del libro de Tello (1921).

5 Carta de Florencio Molinas. Agosto de 1912. BMSA, n° 8, pp. 336-337.

6 Carta de Adolfo Posada a Tomás Amadeo. Agosto de 1912. BMSA, n° 8, p. 338.

7 Bibliografía. Mayo de 1913. BMSA, n° 17.

8 Bibliografía. Marzo-abril de 1913. BMSA, n° 15-16, pp. 122-123.

9 Crónica y archivo. Septiembre de 1914. BMSA, n° 33, p. 479.

10 Ver intercambio de notas entre el MSA y la Oficina del Trabajo de Chile, entre 1917 y 1919. Notas recibidas del extranjero, 1917-1919. Volumen 36. Dirección General del Trabajo, Archivo Nacional, Santiago de Chile, Chile.

11 Bibliografía. Septiembre-noviembre de 1918. BMSA, n° 81-84, p. 459.

12 Juan Bautista de Lavalle (1887-1970), jurista y diplomático peruano. Mantuvo vínculos formales con organizaciones panamericanas y la Sociedad de las Naciones.

13 Carta de Juan Bautista de Lavalle. Junio de 1912. BMSA, n° 6, p. 199.

14 Crónica y archivo. Octubre de 1913. BMSA, n° 22, p. 359.

15 Exposición Internacional de Gante, 1913. Enero-febrero de 1913. BMSA, n° 13-14, p. 17.

16 Emilio Frers (1854-1923), abogado, fue ministro de Agricultura y presidente de la Sociedad Rural Argentina.

17 La jubilación de los empleados ferroviarios. Enero-febrero de 1913. BMSA, n° 13-14, p. 27.

18 Conferencia del Teatro San Martín. Octubre de 1912. BMSA, n° 9, p. 441.

19 La Dotación comprendía tres divisiones: División de Relaciones y Educación, dirigida por Nicolás Murray Butler; División de Economía Política y de Historia, bajo la dirección de John Bates Clark; División de Derecho Internacional, cuyo director era James Brown Scott. De las tres, la más activa era la primera (Bacon, 1915, p. 73).

20 Estos primeros lazos del MSA con la Dotación se fortalecieron gracias al antiguo embajador norteamericano en Argentina, Charles Sherrill, quien, en una carta a Emilio Frers de mediados de 1914, solicitó su apoyo a la obra de difusión de la entidad, en particular para dar a conocer el Boletín de la Asociación Americana para la Conciliación Internacional, su organismo asociado. Dotación Carnegie. Mayo-junio de 1914. BMSA, n° 29-30, p. 238.

21 Carta de Emilio Fres. Marzo-abril de 1915. BMSA, n° 39-40, p. 207.

22 Carta de Peter Goldsmith de la Asociación Americana para la Conciliación Internacional. Enero-febrero de 1916. BMSA, n° 49-50, p. 91.

23 Biblioteca Americana. Julio-agosto de 1916. BMSA, n° 55-56, p. 290.

24 Biblioteca Americana. Julio-agosto de 1916. BMSA, n° 55-56, p. 294.

25 James Morris (1967, p. 79) define la cuestión social como: “consecuencias sociales, laborales e ideológicas de la industrialización y urbanización nacientes: una nueva forma dependiente del sistema de salarios, la aparición de problemas cada vez más complejos pertinentes a vivienda obrera, atención médica y salubridad; la constitución de organizaciones destinadas a defender los intereses de la nueva «clase trabajadora»; huelgas y demostraciones callejeras, tal vez choques armados entre los trabajadores y la policía o los militares, y cierta popularidad de las ideas extremistas, con una consiguiente influencia sobre los dirigentes de los trabajadores”.

26 Interesante comunicación del Instituto de Reformas Sociales de Madrid. Enero de 1923. BMSA, n° 19, p. 8.

27 Programa del Congreso. Octubre de 1924. BMSA, n° 40, 1924, p. 180.

28 Alejandro Unsain (1881-1952), abogado, especialista en legislación laboral, docente universitario y representante argentino ante la OIT.

29 Carlos Saavedra Lamas (1878-1959), político, jurista y diplomático argentino. Fue presidente del comité de recepción de la visita del director de la OIT, Albert Thomas, a Argentina.

30 Carlos Trelles (1866-1951), bibliófilo cubano e integrante de la Sociedad Cubana de Derecho Internacional, de la Sociedad Económica de Amigos del país y de una serie de sociedades de Geografía y de Historia.

31 Cesar Charlone (1895-1973), abogado y político uruguayo, corresponsal de la OIT.

32 Programa del Congreso. Octubre de 1924. BMSA, n° 40, pp. 225-226.

33 La idea de un derecho social americano no era nueva y se desarrolló al alero de las conferencias panamericanas, cuando los delegados comprendieron, por una parte, que enfrentaban situaciones muy similares, en el contexto de la cuestión social, y que, por otra, varias de sus legislaciones habían recogido disposiciones de algún u otro país latinoamericano.

34 Programa del Congreso. Octubre de 1924. BMSA, n° 40, p. 224.

35 Congreso Internacional de Economía Social. Octubre de 1924. BMSA, n° 41, pp. 440-446.

36 Note pour le Directeur. République Argentine. 1925. CAT: 1-25-9-1. Archivo Organización Internacional del Trabajo (AOIT), Ginebra, Suiza.

37 Amérique Latine. 1925. CAT: 1-25-3b-3. AOIT. 

38 Albert Thomas. Note pour le travail personnel sur mon voyage en Amérique du Sud. 1-2 de agosto 1925. CAT: 1-25-7-1. AOIT.

 

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Recepción del original: 12 de septiembre de 2018.
Aceptado para publicar: 09 de mayo de 2019.