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El Proceso de profesionalización del Ejército Auxiliar del Perú durante las guerras de independencia1

Alejandro Morea2

Resumen: La formación de una Junta provisional de gobierno en la ciudad de Buenos Aires en mayo de 1810 fue el inicio del proceso que culminó con la Independencia de los territorios que conformaban el Virreinato del Río de la Plata de la corona española. El Ejército Auxiliar del Perú fue una de las principales herramientas con las que contaron las nuevas autoridades para hacer frente a un fenómeno que se mostró como inevitable: la guerra. La historiografía argentina ha señalado que tras las derrotas experimentadas en el Alto Perú y en el Paraguay, los ejércitos fueron sometidos a un proceso de profesionalización. El presente artículo pretende abordar cómo fue vivido dicho proceso en el Ejército Auxiliar del Perú, tratando de visualizar las distintas iniciativas así como los límites experimentados.

Palabras clave: Guerra; Ejército; Profesionalización; Oficiales; Tropa.

The process of professionalization of the Army of Alto Peru during the wars of Independence

Abstract: The Formation of a temporary Board of government in Buenos Aires city in May of 1810 was the beginning of a process that would end with the independence from the Spanish crown of the territories that made up the viceroyalty of Río de la Plata. The Auxiliary Army of Peru was one of the main tools the new authorities had in order to face an inevitable phenomenon: war. Argentine historiography has shown that, after the defeats in Alto Peru and Paraguay, the armies would be subject of professionalization. The goal of this article is to show what this professionalization process looked like, trying to visualize the different aims as well as the limits experienced.

Key words: War; Army; Professionalization; Officials; Troop.

Introducción

La Revolución de Mayo implicó una increíble movilización de hombres y la formación de distintos ejércitos para hacer frente a una cuestión central para el período: la guerra. La historiografía argentina, de la mano de lo propuesto por Halperin Donghi (1972), ha señalado que a partir de 1811 es posible identificar el inicio del proceso de “profesionalización de los ejércitos” (p. 201). Éste habría estado sustentado en la “transformación de los milicianos en veteranos, el endurecimiento de la disciplina y la limitación del igualitarismo heredado tras las invasiones inglesas dentro de las tropas, la separación progresiva de los oficiales de los soldados, el retorno a los primeros planos de los oficiales de las unidades veteranas existentes antes de la formación de Junta y la incorporación de oficiales con experiencia en las guerras napoleónicas” (pp. 204-206, 215).
Sin embargo, Fradkin (2009, pp. 114-115) ha señalado “la pervivencia que tuvieron las tradiciones militares coloniales en la militarización revolucionaria, mostrando que sería un error creer que el proceso significó un simple tránsito de las milicias al ejército profesional” y “que los intentos por construir ejércitos veteranos en base al modelo borbónico fueron incompletos y finalizaron como una experiencia frustrada”. Teniendo en cuenta lo sostenido por ambos, el presente trabajo pretende dilucidar el alcance del “proceso” de profesionalización dentro del Ejército Auxiliar del Perú.
Nuestra hipótesis es que dicho proceso tuvo éxito relativo en tal Ejército, ya que muchas de las medidas implementadas no tuvieron el impacto positivo que esperaban las autoridades, y en cambio pervivieron algunas problemáticas que se querían transformar, como la falta de cuadros profesionales dentro de la conducción o la indisciplina.

El cuerpo de Oficiales y la profesionalización del Ejército

Hasta 1811 el nuevo poder instalado en Buenos Aires confió en los cuerpos milicianos que se habían demostrado efectivos en las invasiones inglesas y en hombres cercanos al grupo revolucionario para comandarlos. Por eso, la expedición que partió de Buenos Aires con el objetivo de doblegar la resistencia surgida en Córdoba y asegurar la sujeción del resto de los territorios que componían el Virreinato del Río de la Plata a las nuevas autoridades instaladas en Buenos Aires, estuvo conformada principalmente por las milicias que habían enfrentado los ataques a la capital en 1806 y 1807.
Las cuestiones relacionadas con la oficialidad fueron una constante preocupación para los responsables de conducir este ejército, así como para las autoridades político-administrativas de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los primeros eran conscientes que su desempeño estaba directamente asociado a la capacidad del cuerpo de oficiales de cumplir con sus tareas y deberes. Los segundos, sabían que su suerte estaba ligada, en mayor o menor grado, al éxito de los ejércitos.
En 1810, la Junta se mostró preocupada por el limitado conocimiento que los oficiales milicianos tenían de las Ordenanzas y de todo lo ateniente a la profesión militar e intentó solucionarlo con conferencias a las que estaban obligados a asistir los oficiales y cadetes (Goyret, 2000, p. 273). En este sentido, la descripción de Paz (2000, p. 207) sobre las capacidades militares de algunos de los principales oficiales surgidos de los regimientos milicianos es ilustrativa:

“El brigadier Rodríguez era un patriota sincero, un hombre leal a la causa de la independencia; era dotado de un excelente corazón, era generoso, de maneras insinuantes y de un trato agradable; pero sea como militar, sea como administrador, era de limitadísimos conocimientos, ignoraba aún la práctica de rutina de su profesión, porque la escuela que tuvo en los cuerpos urbanos de Buenos Aires no pudo suministrárselos”.

Si analizamos las trayectorias de los 57 oficiales que integraron esa primera expedición al Alto Perú y sobre las cuales pudimos reconstruir sus carreras militares, los resultados son interesantes. Dentro de esta muestra, podemos ver que entre los oficiales sólo el 29,83% no contaba con experiencia militar antes de iniciar la marcha al Alto Perú.3 Esto indica que el 70,17% sí la tenía. Sin embargo, dentro de ese grupo, el 57,5% de los oficiales había iniciado su carrera como oficial en los cuerpos de milicias del rey surgidos tras las invasiones inglesas. Por esto, podemos pensar que esta expedición careció de cuadros profesionales en su conducción.
Lo que se conoció como la segunda campaña al Alto Perú (1812-1814), trajo de regreso a aquellos oficiales formados en las viejas estructuras militares de la corona, a los que se les encargó la reestructuración de los ejércitos y se les cedió su mando por ser teóricamente los depositarios de un saber específico adquirido en el entrenamiento y el estudio dentro de las tropas del rey. Este retorno de viejos oficiales se vio acompañado por la incorporación de oficiales que hasta ese momento habían actuado en las guerras napoleónicas, portadores de nuevas tácticas y conocimientos que habrían permitido dar un salto de calidad en la organización y funcionamiento de los ejércitos (Halperin Donghi, 1972, p. 210). Algunos de ellos fueron Carlos de Alvear, José Rondeau, José de San Martín, José Moldes y Diego Balcarce.
No obstante, el análisis que realizamos para la primera expedición al Alto Perú mantiene su validez con el correr del tiempo, ya que la relación entre oficiales proveniente de tropas veteranas y milicianas permanece constante en los períodos siguientes. De una muestra de 116 oficiales que integraron el ejército entre 1810 y 1820 podemos decir que el 59,50% (69 oficiales) tenía experiencia militar previa al inicio de la Revolución, lo que señala una diferencia con respecto a la primera expedición donde el 70% contaba con esa experiencia. Pero dentro de este grupo, el 52% (es decir, 36 oficiales) había iniciado su carrera en los regimientos de milicia de la corona surgidos en 1806, hecho que marca la continuidad y la importancia de este grupo durante todo el período, ya que para nuestro primer análisis el porcentaje de oficiales milicianos alcanzaba el 57,5%. Esto no es de extrañar si tenemos en cuenta que de los 116 oficiales 79 eran nacidos en Buenos Aires y la Banda Oriental, donde la tropa veterana existente en para este período era escasa (Fradkin, 2009, p. 112), y que 32 de ellos habían revistado como milicianos.

La instrucción y formación de oficiales

Una de las medidas más importantes tendientes a mejorar la capacidad operativa del Ejército fue la creación de una Academia Militar. Ya en 1811 Juan Martín de Pueyrredón, al mando del cuerpo, reconocía la necesidad de dar un salto de calidad en la formación de los cuadros de oficiales y suboficiales y daba cuenta al gobierno de los motivos que lo impulsaban a crear una Academia donde tuviera lugar su instrucción:

“Exmo. Señor: Convencido de la imposibilidad de tener soldados sin instrucción de cabos y sargentos y sintiendo diariamente los malos efectos de la ignorancia de éstos en sus obligaciones y aún de muchos de los Oficiales de este Ejército, he establecido una Academia a la Dirección del Teniente Coronel Graduado Don Toribio de Luzuriaga para la instrucción de Oficiales, y una Escuela de Enseñanza al cargo del Teniente Coronel Don Ignacio Warnes para la de los Cabos y Sargentos, lo que aviso V.E. para su noticia”.4

Belgrano también era partidario de profesionalizar a los oficiales, por lo cual al hacerse cargo del Ejército introdujo algunos cambios:

“Los domingos tenían obligación los jefes de concurrir a la posada del general, desde las 8 de la mañana hasta las 12, a tratar asuntos del servicio, su política de economía, etc. El proponía las materias sobre que se había de discurrir y protesto que esta escuela me fue de mucha utilidad …. También advertía en esta junta los defectos que había notado en los regimientos y tenía precisión el jefe de disculparse, lo que nos obligaba a tener la conducta más esmerada”.5

Cuando José de San Martín llegó a Tucumán, continuó con la instrucción de los oficiales en la Academia que había organizado Manuel Belgrano. Él en persona impartía los conocimientos teóricos y prácticos sobre el arte de la guerra siguiendo los lineamientos de Federico y Napoleón, los cuales a su vez debían ser trasmitidos al cuadro de suboficiales como lo recuerda el General Paz (2000, p. 154) en sus memorias:

“El General estableció una academia de jefes que se reunían las más de las noches en su casa, y éstos presidían a su vez las de los oficiales de los regimientos, de modo que los nuevos conocimientos se transmitían desde la cabeza hasta las últimas clases”.

Asimismo, San Martín puso especial atención en el reclutamiento del cuerpo de artilleros por la especialización que requería esa arma (Ruiz Moreno, 2005, p. 176). Durante la conducción de Belgrano, el barón Eduardo Von Holmberg había cumplido una labor importante en este cuerpo.6 Por otro lado, San Martín, también obligó a los oficiales a concurrir al curso de Aritmética y Geografía a cargo Enrique Paillardelle, jefe de ingenieros, ya que los conceptuaba como conocimientos indispensables para un buen oficial (Ruiz Moreno, 2005, pp. 176-177). Resulta importante señalar las cualidades especiales que poseían los que fueron encargados de la instrucción y formación de los oficiales. Tanto Enrique Paillardelle7 como Von Holmberg tenían en común, además de ser extranjeros, el poseer los conocimientos sobre matemática y geometría considerados indispensables para desempeñarse como oficiales de artillería. Estas cualidades, además, los transformaba en excelentes candidatos para la conducción y formación de la artillería. La falta de especialistas es señalada por Tomás de Iriarte en 1816: “El teniente coronel Ramírez era el comandante general de artillería, oficial adocenado, sin conocimientos y poco a propósito para campaña, los oficiales todos de este cuerpo era practicones sin escuela, pero podían desempeñar muy bien el servicio de campaña” (Iriarte, 1944, p. 123).
Los casos de Luzuriaga y Warnes son diferentes. Toribio de Luzuriaga, al iniciarse la Revolución, se incorporó a la expedición que debía marchar en auxilio de las provincias interiores. Para ese momento, era un oficial con cierta experiencia: había sido incorporado a las fuerzas armadas españolas en 1801 y para 1810 revestía como capitán en el Regimiento Real de Artillería Volante de la ciudad de Buenos Aires. En 1811 fue ascendido a teniente coronel y organizó el Regimiento Dragones Ligeros de la Patria. Sin embargo, creemos que, si bien los oficiales con formación militar no abundaban dentro del Ejército, éste no fue el único elemento que distinguió a Luzuriaga de otros jefes. A nuestro entender lo que puede haber inclinado la balanza en su favor fueron otro tipo de cuestiones. Por un lado, luego del desastre de Huaqui, Luzuriaga, junto a Díaz Vélez, fue uno de los pocos oficiales que lograron mantener cierta cohesión dentro de sus regimientos. Por otro lado, intervino exitosamente en Oruro, Chuquisaca y Charcas contra levantamientos realistas. En esta última ciudad actuó en conjunción con Pueyrredón, al que más tarde ayudó a trasladar los caudales de Potosí hacia Jujuy. Son quizás estas tres acciones -y especialmente las últimas dos- las que inclinaron a Pueyrredón a elegir a Luzuriaga para hacerse cargo de la academia para oficiales.8 Es probable que la pericia demostrada por este oficial, junto a su capacidad de mando y sus virtudes en la formación y conducción de tropas, hayan tenido un fuerte influjo en la decisión del nuevo General en Jefe del Ejército.
Una situación similar ocurrió con Ignacio Warnes. Este oficial hacia 1810 contaba con una larga experiencia dentro de las tropas realistas. Se había iniciado como cadete del Regimiento de Infantería de Buenos Aires en 1791, con 19 años, y posteriormente había sido destinado al regimiento de Blandengues de la Frontera de Montevideo. Antes de incorporarse a las tropas que comandaba Pueyrredón, participó de la desafortunada campaña de Belgrano al Paraguay, donde ya había ejercido las funciones de comandante y su destreza y capacidad habían sido destacadas por el jefe de la expedición. Es probable que este tipo de atributos influyeron en la decisión de Pueyrredón. Su capacidad para organizar tropas e instruirlas en los rudimentos militares fue quizás lo que le permitió sostenerse con sus guerrillas en la zona de Santa Cruz de la Sierra entre 1813 y 1816.
Sin embargo, la instrucción no se limitaba sólo a los momentos en que los oficiales concurrían a estas improvisadas academias. Muchos de los oficiales de los distintos regimientos que revestían graduaciones menores, como las de alférez o teniente, hacían su aprendizaje junto a los suboficiales y soldados en los entrenamientos. En los momentos de cierta estabilidad, y especialmente bajo la conducción de Belgrano y San Martín, cada regimiento practicaba los distintos movimientos y estrategias que se podían implementar durante el combate o la marcha, lo que era fundamental para el correcto desenvolvimiento del Ejército. En el desarrollo de esta función, cumplían un rol imprescindible los oficiales de más altas graduaciones. Su pericia, capacidad y formación definía en parte el desempeño de los distintos regimientos, por lo que la participación de lo oficiales de mayor trayectoria era fundamental. Tal fue el caso de José María Paz en 1816 cuando ya era sargento mayor:

“era el único jefe que había, y mi trabajo era tan asiduo como penoso. Tuve que vencer gravísimas dificultades, que me oponían el estado de los ánimos y la indisciplina en que habíamos estado; para colmo de trabajo, la ignorancia de los Dragones de la Patria en táctica y demás deberes era tan supina, que fue preciso empezar por la instrucción del recluta. Cuando se empezó a evolucionar, mandaba yo mismo las maniobras” (Paz, 2000, p. 254).

Los períodos de relativa tranquilidad que los oficiales podían dedicar a su instrucción fueron escasos, producto del apremiante contexto. Hay que recordar que durante esos años se produjeron los tres avances sobre el Alto Perú y el posterior repliegue del ejército a Tucumán. Asimismo, otro inconveniente para el desarrollo de la formación de cuadros fue la poca estabilidad de algunos de los encargados de la instrucción dentro del Ejército.
En el caso de Ignacio Warnes, su desempeño se vio interrumpido por la designación como gobernador de Santa Cruz de la Sierra durante el avance de Belgrano sobre el Alto Perú y su posterior alejamiento del Ejército al transformarse en uno de los principales jefes de guerrillas tras la derrota de Ayohuma. Las actividades del barón Holmberg, a cargo de la instrucción de los regimientos de artillería y la dirección de la fabricación de pólvora y cañones, concluyeron porque Belgrano lo separó del ejército tras un problema disciplinario.9 Algo similar ocurrió con Enrique Paillardelle, quien ya en 1814 abandonó el acantonamiento en Tucumán y se incorporó al ejército que sitiaba la ciudad de Montevideo, e incluso llegó a presidir la Academia de Matemática fundada por San Martín por un corto período de tiempo. Toribio de Luzuriaga se hizo cargo de la instrucción hasta 1812, cuando tras la llegada de Belgrano, pasó a la capital muy enfermo y no retornó al Ejército Auxiliar.10 El mismo San Martín sólo estuvo en el Ejército nueve meses.
La mayor parte de los ejércitos que las autoridades centrales conformaron para hacer frente a las Guerras de Independencia contaban entre sus filas con oficiales con experiencia en las guerras napoleónicas. Sin embargo, cabe preguntarse ¿hasta qué punto la tan mentada trayectoria militar de algunos oficiales en las guerras napoleónicas jugó un rol importante?
Si nos remitimos a la figura de Carlos de Alvear, aparecen varias dudas. Este futuro general de las Provincias Unidas, cuando se embarcó hacia el Río de la Plata junto a San Martín, no contaba con una larga trayectoria como oficial de la corona española. Al retirarse de los ejércitos españoles, Alvear sólo había alcanzado el grado de subteniente de la Guardia de Corps del Rey. Si bien éste era un regimiento de infantería de elite, las responsabilidades que le cupieron por su grado fueron exiguas, su preparación militar no era adecuada en relación a las comisiones y cargos que más tarde desempeñaría dentro de los ejércitos independentistas, tal cual lo señala Iriarte (1944, p. 163) en sus Memorias:

“los militares que había entonces en el país no habrían tenido modelos y Alvear que algo había visto, creyó entonces que entre tales hombres él podía sobresalir …. y entró a servir en clase de sargento mayor de caballería de un regimiento de nueva creación, granaderos a caballos, cuyo mando se confió al coronel San Martín: éste conocía su arma y fué el primero que regularizó su servicio en Buenos Aires …. Alvear a su sombra adquirió prestigio militar: ascendió a coronel de un cuerpo de infantería”.

En realidad, fue bajo la instrucción de San Martín que Alvear adquirió los rudimentos básicos de la vida militar. Esta circunstancia, sin embargo, no le quita mérito a su carrera militar posterior ni cuestiona su capacidad como oficial del Ejército, pero el racconto realizado permite poner en contexto su formación e instrucción al momento de incorporarse a la revolución y comenzar a poner en duda los beneficios que la incorporación de hombres con trayectorias similares a la de Alvear produjeron en los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Lo ocurrido con José Moldes nos permitirá ilustrar esta argumentación también para el caso del Ejército Auxiliar del Perú. Este salteño estuvo enrolado en las fuerzas españolas y participó de la defensa del territorio español de la invasión francesa. En 1806, siendo oficial de la Guardia de Corps del Rey, fue ascendido a teniente de las tropas regulares por el Rey, tras un lance con un oficial francés. Posteriormente, en el territorio del Río de la Plata, la Junta de Gobierno le otorgó los despachos de teniente coronel en marzo de 181111 y le ordenó a Juan Martín de Pueyrredón que lo integrara al Ejército Auxiliar del Perú para que se encargara de la organización y disciplina de la tropa. Sin embargo, su actuación generó malestar entre los oficiales, por lo que no duró en el cargo. Éste no fue el único intento que hicieron las distintas autoridades para que Moldes desempeñara tareas dentro de ese ejército. Tras la batalla de Tucumán, Belgrano pretendió incorporarlo nuevamente como inspector del ejército a cargo de su organización, instrucción y disciplina12, pero como un año antes, su presencia fue resistida por el resto de los oficiales por lo que el nombramiento debió ser rectificado:

“El genio adusto de Moldes; su severidad, que se había hecho proverbial; las antipatías que se había creado en el Ejército cuando, el año anterior, mandándolo el señor Pueyrredón, había desempeñado las funciones de segundo general, todo contribuyó a sublevar los ánimos contra su elección. Hubo murmuraciones, se formaron corrillos, y de allí se pasó a formalizar una representación para pedir su destitución…” (Paz, 2000, p. 59).

Si bien Paz en sus Memorias no ahonda en los motivos, sí señala que en la petición que elevaron los oficiales para pedir la remoción de Moldes hablaban de arbitrariedad y despotismo. Podemos aventurar entonces, que los motivos de recelo contra este oficial también se podían deber a los cambios que quizás intentó llevar adelante. De lo que no hay dudas es que el conductor del Ejército prefirió mantener la cohesión y la paz dentro de ese cuadro de oficiales, antes que apostar por su profesionalización en base a la incorporación de un oficial “napoleónico” que crispaba los ánimos. La correspondencia de Belgrano con las autoridades nos permite confirmar esta cuestión:

“habiendo sobrevenido posteriormente varios sucesos, de que ya he informado a Vuestra Excelencia con bastante extensión, he tenido a bien, consultando la paz, concordia y buen orden entre los oficiales del Exército de mi mando, comunicarle la anterior disposición de Vuestra Excelencia, incluyéndole el Pasaporte, para que pase a esa Capital, según lo participo a Vuestra Excelencia en otro de esta fecha”.13

En 1812, Diego Balcarce, otro de los militares napoleónicos, fue destinado por el gobierno en el Ejército Auxiliar del Perú con el grado de capitán del Regimiento de Dragones del Perú.14 Este grado intermedio dentro de las jerarquías militares sólo lo colocaba al frente de una de las compañías, por lo que la mayor parte de la responsabilidad de la instrucción de esas tropas recaía en otros oficiales de mayor rango. Recién en años posteriores tendría la responsabilidad de conducir al Regimiento. No obstante, la oportunidad de aplicar aquellos conocimientos que podría haber significado una mejora en el desempeño de esa arma coincidió con el momento de mayor desorden dentro del Ejército bajo la conducción de José Rondeau. Su repentina muerte en 1816 impidió que pudiera hacerse cargo de la instrucción de ese regimiento bajo la segunda conducción de Belgrano. Sin embargo, para el caso del coronel Diego Balcarce pudimos verificar que su participación en los ejércitos españoles e ingleses que hicieron frente a la ocupación francesa de la Península Ibérica no resultó trascendental para el Regimiento de Dragones al que se incorporó una vez que retornó al Río de la Plata. Así, vemos a través de un nuevo ejemplo, que la sola incorporación de oficiales con experiencia en los campos de batalla europeos no significó un paso adelante en relación al proceso de profesionalización del Ejército como tantas veces se ha mencionado. El general Paz (2000, p. 19), incorpora nuevos elementos de juicio a nuestra afirmación al aseverar:

“me permitiré una observación que hirió mi imaginación desde mis primeros pasos en la carrera militar. Ella no es en todo común a don Juan Ramón Balcarce, que nunca estuvo en Europa, pero sí a sus otros hermanos, que estuvieron en España durante la guerra de Napoleón y sirvieron un tiempo a las órdenes de Wellington. ¿Se creerá que estos oficiales que siempre pertenecieron al arma de caballería no diesen, de regreso a su país, nociones útiles sobre ella? …. Todos ellos eran hombres honrados, de juicio, con tal cual instrucción pero limitados de talentos, lerdos de genio y, por consiguiente, incapaces de inventar algo, ni aun aplicar en su país lo mismo que habían visto en otros. Acaso esta observación pudiera extenderse a algunos otros oficiales que se hayan visto en las mismas circunstancias”.

El juicio de Paz, si bien puede resultar exagerado o subjetivo ya que la mayoría de los hermanos Balcarce no tuvieron un largo recorrido en el Ejército Auxiliar del Perú (dos de ellos murieron en el combate de Nazareno de 1812), asegura que la presencia de algunos oficiales con experiencia en las guerras napoleónicas no permite presuponer un cambio sustancial dentro del Ejército. Pese a su juicio adverso, el general Paz (2000, p. 58) también da cuenta de los esfuerzos de Diego Balcarce por mejorar el desempeño del Regimiento de Dragones del Perú:

“Debo decir en honor de la verdad que en poco más de un mes que medió entre las Batallas de Vilcapugio y Ayohuma, en el año siguiente, hizo Don Diego Balcarce una variación ventajosa en el regimiento de Dragones…. Contraído entonces Balcarce, y provistos de excelentes caballos que se trajeron de Chuquisaca (en Vilcapugio la tropa cabalgaba en mulas), se dio una instrucción más adecuada y propia del arma cuanto era posible en unos pocos días. .… Sin embargo, no se crea que el adelanto era mucho, pues ni aun sabíamos maniobrar por cuatro, ni dar medias vueltas”.

Esta descripción estaría dando cuenta de un panorama un poco más complejo que la primera de sus aseveraciones, sin anular por esto lo anteriormente dicho sobre los hermanos de Diego Balcarce. Sobre el rol jugado por San Martín, Paz (2000, p. 172) dice lo siguiente:

“el nuevo general reorganizaba el Ejército en los rudimentos de la táctica moderna que hasta entonces no conocíamos. La caballería principalmente recibió mejoras notables, pues como he indicado antes estábamos en el mayor atraso en la más crasa ignorancia”.

Podemos pensar entonces, que la sola condición de haber pertenecido a los ejércitos que se enfrentaron a Napoleón en España no alcanzó para cambiar las formas, las tácticas y las prácticas de los primeros ejércitos revolucionarios. La sola incorporación de individuos no parece haber tenido el poder de transformar ninguna situación dada, si éstos no tenían la posibilidad de trabajar por el cambio. Si bien Balcarce se ocupó de mejorar el desempeño de su regimiento, el corto período en el que estuvo a cargo le impidió lograr importantes transformaciones. El gran número de hombres con pasado en las tropas del rey que se incorporaron a los distintos ejércitos independentistas es en parte lo que llevó a suponer que su mera presencia permitió dar un salto de calidad y una profesionalización del cuadro de oficiales (Halperin Donghi, 1972, p. 111).
Si Moldes, Alvear y Balcarce no ostentaban grados importantes en la milicia cuando dejaron las fuerzas españolas para integrarse a la Revolución en el Río de la Plata, por el contrario, José Rondeau, había escalado algunas posiciones más y, como San Martín, al dejar el Ejército no sólo ya tenía experiencia en la conducción de compañías o regimientos sino que al retornar al Río de la Plata era reconocido como teniente coronel de caballería. Rondeau era un oficial con varios años dentro del Ejército. Al producirse el ataque a Montevideo por parte de fuerzas inglesas en 1806, ya era capitán de una compañía del Regimiento de Blandengues de Montevideo y participó de los primeros enfrentamientos, en los cuales cayó prisionero y fue enviado a Inglaterra junto a otros. A raíz de la capitulación de Whitelocke, aquellos prisioneros entraron en el acuerdo y fueron liberados en España. En ese momento, Rondeau se integra a las fuerzas españolas y combate a las órdenes del general Black y del marqués de la Romana contra los franceses, por lo que es nombrado capitán de una de las compañías del Regimiento de Voluntarios de Ciudad Rodrigo, además de obtener una medalla de oro tras el combate de Tarrares. Posteriormente, consigue pases para retornar a Montevideo y servir en esa plaza. Llega en agosto de 1810 y recién el 8 de marzo de 1811 es dado de alta como oficial del gobierno revolucionario de Buenos Aires. El breve repaso de la carrera de Rondeau nos permite ver que hacia 1811 este oficial ya tenía una amplia experiencia como militar, a lo que podemos sumarle el hecho de haber participado en los ejércitos que hicieron frente a Napoleón. Por esta razón, podría pensarse que a su regreso al Río de la Plata introdujo las nuevas tácticas y métodos aprendidos en esos enfrentamientos. Sin embargo, su desempeño como General en Jefe del Ejército Auxiliar del Perú fue uno de los más abiertamente criticados por las numerosas faltas que cometían sus oficiales, por la indisciplina general que rodeaba a las tropas y por los errores que el mismo Rondeau cometió como conductor.
En los casi dos años que estuvo al mando del Ejército, no hubo mejorías en su desempeño ni en sus condiciones materiales o estructurales, sino que se resintió en aquellos rubros en los que Manuel Belgrano había hecho importantes adelantos como el orden, la disciplina o la instrucción:

“El señor Rondeau que era por lo demás un excelente sujeto en todo sentido, no era respetado en el ejército por su excesiva tolerancia y bondad, por cuya razón había poca subordinación hacia él, en la mayor parte de los jefes, así fue que casi todos habían llevado una conducta irregular mientas anduvieron por el Alto Perú…” (Aráoz de Lamadrid, 1947, p. 148).

Los conocimientos adquiridos por Rondeau no parecen haber sido de gran utilidad para el Ejército Auxiliar, así como tampoco la experiencia recogida tras su paso por la conducción de las fuerzas que sitiaron a la ciudad de Montevideo por casi dos años. Esto quizás se deba a que la mayor parte de su carrera la realizó en el Regimiento de Blandengues de Montevideo, una fuerza que era una forma híbrida entre una estructura veterana y una miliciana (Fradkin, 2009, p. 97).
El repaso de las trayectorias de los oficiales que la historiografía ha señalado como portadores de un nuevo saber que habría hecho posible el proceso de profesionalización del Ejército Auxiliar del Perú, nos permite sostener que el paso de algunos de estos hombres por los regimientos españoles no produjo tal cambio. Los motivos -, como vimos, fueron diversos. En algunos casos, esa mentada formación y experiencia que se atribuía a aquellos que habían actuado en España, no era tal. En otros, pese a tenerla, no bastó para producir cambios significativos en las situaciones heredadas. Aparentemente, la introducción de nuevas formas de hacer la guerra no fue fecunda porque esos nuevos conocimientos no habrían sido tan numerosos ni tan profundos como se creía, o bien por la resistencia que la presencia de estos hombres produjo en el Ejército. Por otro lado, la participación en los ejércitos que hicieron frente a Napoleón no alcanzó para subsanar las diferencias de índole personal, y otras nacidas de la capacidad individual, la predisposición y el gusto por la tarea o vida militar, el compromiso con la formación propia y de sus subalternos y la conciencia sobre la importancia de esta cuestión (Weber, 1979, p. 243). Como decía Paz (2000, p. 19)

“limitados de talentos, lerdos de genio y, por consiguiente, incapaces de inventar algo ni aun aplicar en su país lo mismo que habían visto en otros. Acaso esta observación pudiera extenderse a algunos otros oficiales que se hayan visto en las mismas circunstancias”.

Es en este punto donde la carrera de San Martín muestra grandes diferencias con el resto, ya que su instrucción y formación había sido constante desde su ingreso a las tropas españolas en 1789. Para 1812 había recorrido todos los grados militares existentes entre alférez y teniente coronel y había asumido diferentes responsabilidades dentro del Ejército, tanto en momentos de paz como en situaciones de guerra, por lo que su experiencia en todo lo que hacía referencia a un ejército como la instrucción, el aprovisionamiento y la organización, era ampliamente superior (Lynch, 2009, p. 45). La formación de calidad y la constancia en el aprendizaje son las dos cuestiones que quizás permitieron que San Martín lograra tomar medidas tendientes a mejorar el funcionamiento del Ejército y que éstas resultaran exitosas. A diferencia de Rondeau, Balcarce y Moldes, tenía capacidad y conocimientos reales para hacerlo y la habilidad suficiente para que sus subordinados aceptaran lo propuesto por él y valoraran sus conocimientos. Este cuadro de situación propicia que pensemos el Ejército y sus transformaciones considerando nuevas variables.

Trayectorias de los oficiales encargados de la instrucción y de aquellos provenientes de las guerras europeas incorporados al Ejército Auxiliar del Perú15

La guerra moldea al Ejército Auxiliar del Perú

El 29 de mayo de 1810 la Junta Provisional de Gobierno convirtió en veteranos a los regimientos milicianos que iban a componer la expedición auxiliadora de las provincias interiores. La medida apuntaba a limitar algunas de las prerrogativas que tenía el pertenecer a los cuerpos milicianos, -servicio sólo en caso de ataque y por breves períodos, no tener que permanecer acuartelados, servir sólo en el pueblo o ciudad a la que pertenecían sus regimientos o participar en la elección de los oficiales-.
Por otro lado, empujados por las necesidades de la guerra, se aumentó el reclutamiento y las zonas donde se realizaba. Estas decisiones, acentuadas desde 1811, formarán parte del proceso de profesionalización del ejército que nos interesa.
De la misma época fue el impulso que Pueyrredón dio a la organización del ejército, estructurándolo por divisiones a cargo de un solo jefe y compuestas, a su vez, por dos regimientos cada una. También se reformó el Estado Mayor, la Junta de Guerra y la Intendencia del Ejército. A esto debemos sumar la separación de numerosos oficiales por considerarlos “faltos de honor, inútiles y viciosos”.16
Pero Pueyrredón no fue el único preocupado por la profesionalización del Ejército. Manuel Belgrano tomó algunas disposiciones en este sentido: reorganizó el Parque y la Maestranza, mejoró el Servicio de Sanidad, organizó un Tribunal Militar, un Cuerpo de Ingenieros, una Compañía de Guías y fundó una Academia para oficiales (Bidondo, 1968, pp. 121-122). Esto sin mencionar la nueva disciplina de la que intentó dotarlo efectuando revistas diarias y otorgando una metodología a los ejercicios doctrinales. Así, en la semana cada regimiento practicaba los distintos movimientos y estrategias que se podían implementar durante el combate o la marcha y los domingos se realizaba un ensayo general con todos los regimientos y batallones del ejército.
Por otro lado, San Martín, además de ordenar la construcción de la Ciudadela que sirvió de cuartel general al Ejército en la ciudad de San Miguel de Tucumán, reorganizó el cuadro de oficiales desplazando a algunos y despachando a los sobrantes. También otorgó pases y licencias a aquellos que estaban disconformes con sus decisiones como una forma de sanear al ejército.17

¿Obediencia y subordinación? Negociación y consenso

Halperin Donghi (1972) ha señalado que gran parte del proceso de profesionalización descansó en el endurecimiento de la disciplina, en la progresiva separación de los oficiales y la tropa con el fin de frenar los excesos y la indisciplina y de limitar el igualitarismo heredado de los cuerpos milicianos (pp. 204-206). Sin embargo, esta idea resultó difícil de llevar a la práctica y las situaciones conflictivas dentro del cuerpo de oficiales, y entre éstos y los soldados, se reiteraron a lo largo de los años.
Muchos de estos inconvenientes se debieron al difícil tránsito que significó la conversión de los milicianos en veteranos que, lejos de ser una cuestión simple y mecánica, fue uno de los grandes desafíos de la revolución (Fradkin, 2009, p. 121). La continuidad de las distintas tradiciones milicianas borbónicas hizo sentir sus efectos al momento de marcar las relaciones entre oficiales y soldados.
Tras el enfrentamiento entre los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú y las autoridades centrales por el fallido intento de reemplazo de Rondeau por Alvear en 1814, la autoridad del General en Jefe se vio resentida. José Rondeau había logrado mantener su posición gracias a la decisión de sus subordinados de rechazar a su relevo (Morea, 2010, pp. 74-76). Un claro ejemplo lo constituye la insubordinación del coronel Forest durante la tercera expedición al Alto Perú. Sin embargo, el punto más álgido se suscitó cuando, tras la derrota en Sipe-Sipe, Rondeau acusó públicamente al Coronel Forest de ser el principal culpable de lo sucedido en el campo de batalla.18 Finalmente, los inconvenientes se solucionaron cuando en Humahuaca se incorporó el coronel French con los refuerzos en los que se apoyó Rondeau para separar a este oficial del Ejército y disolver al Regimiento de Infantería Nº 1 entre las demás unidades.
Esta situación, constituye un caso ejemplificador de que durante la conducción de José Rondeau, uno de los pilares sobre los que se intentó impulsar la profesionalización del ejército -el endurecimiento de la disciplina y la subordinación-, se mostró poco efectivo. En este sentido, la incorporación de San Martín al Ejército trajo como novedad la legalización de los duelos y desafíos por causas de honor. Esta modalidad había sido introducida en el Regimiento de Granaderos a Caballo al momento de su formación y quiso hacerla extensiva a todo el Ejército como forma de elevar la moral dentro del cuerpo de oficiales. Sin embargo, con su alejamiento del Ejército, esta práctica fue sustituida por el mayor general Fernández de la Cruz, porque consideraba que resentía la disciplina. Así da cuenta Paz (2000, p. 160) en sus Memorias:

“Sin embargo, los efectos se sintieron en todo el ejército, pues el desafío se hizo frecuente, produciendo lances en que padecía la disciplina. Hubo alférez, que no excedía la edad de dieciséis años, que desafió a su coronel, hombre respetable, porque le había impuesto una punción muy justa, bajo el pretexto de que lo había hecho delante de otras personas del regimiento, con lo que había ajado su honor; a más andar, hubiera tenido un jefe que estar con sus armas en la mano para hacer obedecer a punta de espada las órdenes que diese, o lo que era peor, hubiera desatendido la disciplina para no ser citado a un duelo a cada paso que diese”.

La práctica del duelo fue marginal en la vida política y social del período, las guerras de independencia y los enfrentamientos armados habrían frenado o inhibido los desafíos y, por el contrario, fueron una característica de la “argentina moderna” (Gayol, 2008, p. 107). Por eso, no es de extrañar que los duelos sean percibidos por los protagonistas como un hecho perturbador. Lejos de saldar las afrentas personales o resolver cuestiones de honor entre los oficiales, podían ser utilizados para resistir el cumplimiento de órdenes y para cuestionar la autoridad de los superiores, resintiendo el servicio. No obstante, este tipo de inconvenientes no sólo ocurría dentro del cuadro de oficiales. En ocasiones, las relaciones entre la tropa y los oficiales estuvieron lejos de manejarse por los carriles que la subordinación y obediencia señalaban. El relato de Paz (2000, p. 210) nos permitirá introducirnos en una cuestión central para comprender la vida de ese ejército:

“Se había introducido la manía, por no decir la infamia, de clasificar a los oficiales en buenos y malos; siendo los últimos aquellos que reprimían los excesos y se empeñaban por buenos aquellos que permitían la licencia y toleraban toda clase de abusos. Esta clasificación, que se permitía muy particularmente el soldado, era funestísima para el orden militar, a que se añadían los rumores vulgares, de que en el conflicto de un combate, la tropa se hacía justicia por si misma, asesinando a los oficiales que se reputaban por malos, sin que pudieses hacerse cargo alguno de los asesinos, por la dificultad de probar el crimen”. Y agrega: “Con estas hablillias y amenazas se retraían los oficiales jóvenes de conducirse con celo y con una justa circunspección, llegando muchos a cometer bajezas para mendigar el sufragio del soldado y acaso garantirse de sus tenebrosas venganzas”

Más allá de la opinión de Paz sobre lo funesta que según él resultaba esta situación para el orden militar, su relato da cuenta de que la autoridad de los oficiales no estaba exenta de sufrir cuestionamientos. Si concebimos al Ejército como un espacio de sociabilidad, podríamos llegar a pensar que los vínculos que se generaban dentro del mismo pueden haber dificultado su funcionamiento. Aquí, lo relatado por Paz nos estaría señalando el trato horizontal que existía dentro del Ejército Auxiliar del Perú. En este sentido, consideramos que la proximidad de la tropa con los oficiales provocaba que los límites y las jerarquías militares establecidas estuvieran difusos y que, en ocasiones, fuera imposible ejercer la cadena de mando, flexibilizando la disciplina y atentando con ello a la profesionalización que se intentaba promover.
La pregunta que debemos hacernos ante esta situación es ¿cómo resolvieron los oficiales encargados de conducir el Ejército el problema que representaba el cuestionamiento de su autoridad por parte de las tropas? Para responderla es necesario prestar atención a los mecanismos que emplearon los oficiales para ganarse el respeto de sus soldados o, al menos, lograr que sus órdenes fueran cumplidas y mantener cierta cohesión dentro de sus regimientos o compañías.
Di Meglio (2003, p. 43) ha sostenido que las deserciones eran una forma de resistencia por parte de la tropa no sólo a las duras condiciones de vida sino al reclutamiento forzoso. Por su parte, Bragoni (2005, p. 120) ha argumentado que para el Ejército de los Andes el robo, la embriaguez o hasta la deserciones fueron acciones que lejos de constituir una acción contraria a la autoridad pueden ser concebidas como una estrategia corriente y eficiente para favorecer la “subsistencia de los guerreros”. De esta forma, todas aquellas prácticas desarrolladas por la tropa y los oficiales del Ejército Auxiliar del Perú que afectaban la idea de formar un ejército de línea profesionalizado, pueden ser consideradas como parte de la resistencia de la tropa a la vida en la milicia pero asimismo pueden haber adquirido cierta “legalidad” al ser utilizadas como elemento de negociación para lograr un mejor desempeño. La negociación de la obediencia por parte de los oficiales y la tropa parece haber sido un elemento fundamental dentro del ejército. Bragoni (2005, p. 121) analizó cómo el salario funcionó como correa de transmisión de la negociación entre oficiales y tropa. El pago de los sueldos se convertía en un mecanismo favorable a la disciplina en cuanto operaba como elemento compensatorio para exigir el cumplimiento de normas y eludir excepciones ante eventuales desviaciones. Los oficiales distribuían entre sus subordinados los sueldos ejerciendo una intermediación que asignaba recursos de manera diferenciada en tiempo y forma, y podía servir para canalizar cadenas de obediencia y lealtad.
Si para el Ejército de los Andes las autoridades hicieron notables esfuerzos para evitar el retraso en los pagos, la realidad del Ejército Auxiliar fue muy diferente. Halperin Donghi (1971, pp. 5-6) ha señalado que el retraso en el pago de los sueldos a los ejércitos se volvió insalvable desde 1812 y que esta irregularidad trajo una consecuencia aún más grave: la progresiva alteración del equilibrio en las retribuciones entre los oficiales y la tropa. No obstante esta situación, los oficiales del Ejército contaban con otros recursos materiales y simbólicos con los cuales reemplazar los sueldos, y de esta manera conseguir que sus subalternos les respondieran tanto en combate como diariamente:

“Llegó [Ferreira] a la casa donde tenía sus sesiones el Tribunal, en los momentos en los que se hacía el lavatorio del dinero .…; era presenciado por el Coronel Quintana, presidente del Tribunal, quien le dijo: Ferreira, ¿por qué no toma usted algunos pesos?, tome usted más. Entonces Ferreira, sacando su pañuelo, puso en el cuanto podía cargar, que probablemente serían algunos cientos…. Entre tanto estoy persuadido que Quintana creía un acto de perfecta justicia, remunerar de este modo a un buen soldado y honrado patriota, como era Ferreira, y este quedó muy agradecido y encomiaba la generosidad del Coronel Quintana” (Paz, 2000, p. 179).

De esta situación relatada por Paz podemos deducir que quizás partir de hacer partícipe a Ferreira de la malversación de los fondos que deberían haber favorecido a todo el Ejército, el coronel Quintana no sólo se aseguraba no ser delatado, sino también se garantizaba su lealtad o al menos obediencia. Por otro lado, esta situación no permite ver cómo funcionaban estos mecanismos con el grupo más numeroso del Ejército, los soldados. ¿Qué de recursos utilizaron los oficiales para ganarse el apoyo de sus tropas? buen ejemplo de los arbitrios que tenían al alcance los oficiales de menor graduación para hacerse respetar por los soldados bajo su mando es relatado Lamadrid (1944, p. 222):

“Con el auxilio que recibí de Tucumán, del señor general en jefe, había yo comprado cordillete blanco de lana . Y mandado hacer con los sastres que había en la división, pantalones y ponchos para todos, de mi abajo, y había proporcionado también una miserable cuota de un peso a la tropa, diez y doce reales a los cabos y sargentos y dos pesos a los oficiales; pero duplicada dicha cantidad a todos los que me habían acompañado en Sopachuy, los cuales eran desde entonces preferidos para todo hasta para las cabalgaduras”.

Si anteriormente vimos que Quintana, como oficial principal del Ejército, contaba con la influencia necesaria como para poder distribuir dinero entre los oficiales, Lamadrid, con recursos más modestos, daba cuenta del mismo tipo práctica: la concesión de beneficios a aquellos que respondieran al jefe en momentos en que les era requerido. De esta forma, lo que estos oficiales estaban buscando era asegurarse un grupo de personas leales que cumplieran sus órdenes para hacer frente a aquellos que cuestionaban su autoridad lograr imponerse sobre el conjunto de sus subordinados. Por otro lado, al impulsar las gratificaciones o la entrega de beneficios, los distintos oficiales quizás aspiraban a que los soldados a su mando compitieran entre ellos por obtener estas distinciones y de esta manera tener un consenso mayor dentro la tropa.
Las situaciones aquí reflejadas muestran cómo la disciplina y la obediencia no eran fáciles de lograrse, lejos estaban los oficiales de imponer su autoridad solamente por llevar charreteras en sus uniformes. La historiografía ha señalado que desde 1812 uno de los pilares sobre los que se sostuvo la profesionalización de los ejércitos fue la separación entre oficiales y tropa y el endurecimiento de la disciplina. No obstante, las situaciones anteriormente descriptas nos hacen dudar sobre los alcances del endurecimiento de la disciplina y de la separación entre oficiales y tropa impulsada por el poder político. Como acertadamente ha señalado Míguez (2003), el hecho de formar parte de un cuerpo militar no transformaba a sus integrantes en soldados profesionales (p. 19), por lo cual se explica que la obediencia y la subordinación no siempre discurrieran por los caminos trazados en las reglamentaciones, y que los distintos oficiales tuvieran que trabajar y negociar con sus subordinados para lograr algún tipo de consenso u orden que fuera respetado por ambas partes (Fradkin, 2008, p. 189).

Conclusión

Las autoridades buscaron la profesionalización del Ejército a partir de mejorar las capacidades del cuerpo de oficiales, la conversión de los regimientos de milicianos en tropa veterana, el endurecimiento de la disciplina y una progresiva separación entre oficiales y tropa.
La formación e instrucción de los oficiales y suboficiales fue una preocupación central de los generales, debido a la escasa o nula preparación de la mayoría de los hombres antes de iniciarse la guerra. Estas falencias intentaron ser superadas mediante la formación de academias dentro del Ejército y con la incorporación de hombres “fogueados” en las guerras europeas. No obstante, las medidas adoptadas no fueron totalmente exitosas. Su impacto muchas veces fue limitado, o no tuvo los alcances que sus impulsores esperaban. La mayor parte de los oficiales que ingresaron al Ejército entre 1810 y 1820 carecían de la preparación adecuada y la corta vida de la mayoría de las Academias impulsadas por Pueyrredón, Belgrano y San Martín no pudo revertir esta situación.
Asimismo, la mera incorporación de oficiales provenientes de las guerras napoleónicas no produjo grandes transformaciones en el Ejército Auxiliar del Perú. La mayoría de estos hombres no eran oficiales profesionales con una larga carrera en Europa, sino jóvenes que recién se iniciaban en la carrera militar por lo que la formación y experiencia que debían aportar no fueron tales. La excepción parece haber sido la figura de José de San Martín quien sólo estuvo un corto período de tiempo en este ejército por lo que su influencia, aunque importante, fue limitada.
Además, la obediencia y la disciplina fueron los pilares sobre los cuales se intentó edificar la profesionalización del Ejército, lo cual también presentó dificultades. El cumplimiento de las órdenes y la subordinación no siempre corrió por los canales que las relaciones verticales pautan para los ejércitos. En numerosas ocasiones, los oficiales se vieron en la necesidad de negociar con sus subordinados. Para esto, utilizaron recursos tanto simbólicos como materiales. Si en reiteradas ocasiones los soldados apelaron a su poder de negociación en pos de hacer más liviana la vida en la milicia, los oficiales recurrían a este tipo de mecanismos para ganar posiciones dentro del Ejército y disputar lugares de preeminencia.
Como hemos señalado, el proceso de profesionalización del Ejército Auxiliar del Perú fue limitado y los principales obstáculos se registraron tanto dentro del cuerpo de oficiales como en la tropa. El fracaso puede ser percibido en los numerosos problemas de disciplina y en las dificultades que experimentaron los oficiales para asegurarse la obediencia de sus subordinados.
Las cuestiones centrales que se encuentran detrás de estas situaciones son la escasa o nula formación profesional de los oficiales, aún de muchos de aquellos que habían participado en las guerras napoleónicas, y la pervivencia de prácticas, costumbres y comportamientos vinculados a la experiencia miliciana tanto de la tropa como de los oficiales.
Si la formación de cuadros profesionales para la conducción del Ejército resultó una tarea compleja, dificultosa e inacabada, no es de extrañar que el endurecimiento de la disciplina, una mayor subordinación y los intentos por imponer límites al igualitarismo entre oficiales y los soldados haya resultado una tarea incompleta. El proceso de profesionalización del Ejército Auxiliar del Perú que pretendía transformar un cuerpo de origen miliciano en uno veterano se topó con las dificultades que le propuso la falta de hombres con la formación suficiente para llevar a cabo una tarea a todas luces difícil.

Notas

1 Este trabajo forma parte de mi tesis de licenciatura, titulada: “‘La memoria de la guerra’. Una aproximación a las campañas de Independencia a través de sus protagonistas”, bajo la dirección de Valentina Ayrolo en el marco del proyecto “Pensar la construcción del Estado Nacional. Actores e identidades. (II)”, Universidad Nacional de Mar del Plata 2008-2009 (15F/210).

2 Profesor y Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Mar del Plata, becario del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, con lugar de trabajo en el Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata, bajo la dirección de Valentina Ayrolo. Estudiante del doctorado de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Correo Electrónico: alemorea@hotmail.com.

3 Para la confección de estos datos recurrimos a los diccionarios históricos de Jacinto Yaben (1939) y de Ione Wright y Lisa Nekhom (1990).

4 Carta del teniente coronel Juan Martín de Pueyrredón al Secretario de Guerra. 17 de diciembre de 1811. Documentos del Archivo de Belgrano. A.5. C.4. C.8. Folio 7, Museo Mitre, Buenos Aires.

5 Así lo señala el Coronel Blas Pico, comandante del Regimiento de Infantería Nº 6, Pico, Blas J. Conducta militar del general Belgrano. Documentos del Archivo de Belgrano, A. 5. C. 9. Folio 15, 1816. Museo Mitre. Buenos Aires.

6 Fue jefe de Estado Mayor a cargo de la artillería y cuerpo de ingenieros; posteriormente prestó servicios en la Banda Oriental y en la Guerra contra el Brasil. Sus habilidades en materia de ingeniería contribuyeron a las necesidades militares y de defensa argentina, especialmente en los campos de artillería y fortificaciones. Cfr. Wright, y Nekhom, (1990, p. 334).

7 De origen desconocido, se desempeñó como ingeniero militar en el Ejército Auxiliar del Perú bajo la conducción de Belgrano y de San Martín. También formó parte de las fuerzas que operaron en la Banda Oriental. Fue fusilado en Buenos Aires, en 1815, tras ser sentenciado por una comisión militar por haber intervenido en los conflictos del 16 y 17 de abril de 1815. Cfr. Cutolo, (1968, p. 274).

8 Legajo Personal de Toribio Luzuriaga, Foja 3. División Legajos, Servicio Histórico del Ejército (en adelante SHE), Buenos Aires.

9 Carta de Belgrano al Secretario de Guerra, 29 de septiembre de 1812. Legajo 3-10-4. Sala X, Archivo General de la Nación (en adelante AGN), Buenos Aires.

10 En enero de 1813 el gobierno lo volvió a destinar al Ejército Auxiliar del Perú como mayor general del Ejército interino, pero Belgrano intercedió ante las autoridades para evitar que se efectivizara su nombramiento por el desprestigio de este oficial tras haberse visto comprometido en faltantes de dinero en el regimiento que mandaba. Carta de Belgrano al Secretario de Guerra, 26 de enero de 1813. Sala V, Cuerpo 2, Anaquel 3, AGN, Buenos Aires.

11 Legajo Personal de José Moldes. Foja .2 División Legajos, SHE. Buenos Aires.

12 Legajo Personal de José Moldes. Foja 4. División Legajos, SHE. Buenos Aires.

13 Belgrano al Secretario de Guerra, octubre de 1812. Legajo 3-10-4, Sala X, AGN, Buenos Aires.

14 Legajo Personal de Diego Balcarce. Foja 2. División Legajos, SHE. Buenos Aires, y Yaben, (1939, p. 437).

15 Fuente: División Legajos del Servicio Histórico del Ejército y diccionarios biográficos citados en la bibliografía.

16 Pueyrredón, Juan Martín como se cita en Bidondo, Emilio, (1968, pp. 90-91).

17 Carta del Coronel San Martín al Director Supremo con fecha del 8 de abril de 1814 como se cita en Yaben, Jacinto (1939, pp. 262-263).

18 Proclama de José Rondeau a las Provincias Unidas del Río de la Plata, 7 de enero de 1816. Legajo 36. Sala VII, Fondo Saavedra Lamas, AGN, Buenos Aires.

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Fecha de recepción de originales: 17/08/2010
Fecha de aceptación para publicación: 17/05/2011