DOI: https://dx.doi.org/10.19137/praxiseducativa-2019-230109
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ENTREVISTAS
Educar para la construcción de ambientes narrativos: una conversación sobre la descolonización de la educación con Rui Mesquita
Educate for the construction of narrative atmosphere: a conversation about the decolonization of education with Rui Mesquita
Educar para a construção de ambientes narrativos: uma conversa sobre a descolonização da educação com Rui Mesquita
Francisco Ramallo
Universidad Nacional de Mar del Plata.
franarg@hotmail.com
Orcid 0000-0002-4611-3988
Cassiana María de Farías
Professoea da Prefeitura do Recife.
cassiana.farias@yahoo.com.br
Orcid 0000-0003-0684-4127
Entrevistado: Rui Mesquita
Profesor e investigador del Centro de Educación de la Universidad Federal de Pernambuco (Brasil)
P1: Rui estamos muy agradecidos de compartir esta conversación, para comenzar
podrías presentarte y contarnos ¿cómo caracterizarías tu formación académica y cómo
se inició tu vinculación con el campo de la educación?
Yo nací en 1964 -que fue el año del último golpe militar en Brasil- soy de una familia de
clase media baja de nueve hijos. Estudié en escuelas privadas toda mi vida, a pesar de que mi familia
no tenía condición financiera para ello mi mamá se esforzó por conseguir becas e impulsar en sus
hijos un buen desempeño. Desde muy temprano quise trabajar y a los dieciocho años entré a
trabajar en la compañía del sistema de trenes y metro –Compañía Brasileira de Trenes Urbanos
(CBTU)- como maquinista. Trabajé en Recife por ocho años y después fui transferido para la Rede
Ferroviária Federal (RFFSA) en Piauí y Maranhão, allí estuve otros cuatro años. Mientras trabajaba
en el metro estudié la carrera de historia, aunque por varios años no ejercí la función de profesor.
Estando en Piauí comencé a estudiar inglés y un día decidí entrar en un proceso de retirada
voluntaria que indemnizaba con un dinero interesante a quién quisiera salir de la empresa. Como
yo tenía ese deseo abandoné mi trabajo y con ese dinero, pase seis meses en Inglaterra
perfeccionado ese idioma de manera intensiva. Luego cuando volví comencé a enseñar inglés, lo
hice durante ocho años.
Olvidé decir que un poco antes de entrar en metro ya venía aproximándome mucho con el
ambiente político y ya en mi trabajo me involucré bastante con la política sindical en la construcción
de la Central Única de los Trabajadores (en adelante CUT) y el Partido de los Trabajadores (en
adelante PT). Sin embargo en 1993 cuando fue a vivir a Piauí me fui distanciado de la militancia, en
esos años con la caída del este europeo y la gran decepción del imaginario de la izquierda occidental
yo ya notaba que el PT venía verticalizándose y que la CUT venía burocratizando. En los años
noventa perdí un poco la fe en esa militancia y en esa posibilidad.
Por los inicios de los años dos mil decidí retornar a Recife, en aquél entonces con la gestión
del PCdoB en las administración de Lucía Santos en Olinda y del PT en las administración de João
Paulo Lima en Recife comencé a trabajar en la Secretaría de Asistencia Socialen un proyecto que
articulaba juventudes, culturas y periferias y eso me re encendió todo un proceso de militancia y
de trabajo con la educación. Tuve un re encender de la militancia y eso me provocó también un
retorno a la universidad. Decidí comenzar una maestría en sociología para estudiar una huelga
autogestionada por los trabajadores del metro y que siempre quise entender como se había
producido. Los maquinistas hicieron un trabajo de autogestión y tomaron para sí el funcionamiento
de los trenes durante tres días, hasta que la huelga acabó duramente reprimida. Y fue reprimida no
sólo por la empresa sino también por la dirección del PT y de la CUT, que la consideró como un acto
juvenil e inocente. Posteriormente entre los años 2005 y 2009 realicé un doctorado en sociología
con una investigación sobre la representación política y la constitución de identidades. Tanto es
esta tesis como en mi doctorado me concentré en las teorías posestructuralistas, principalmente
en la teoría del discurso de Ernesto Laclau- que es una persona muy importante en mi formación
hasta hoy-.
Una vez terminado mi doctorado era una época que aquí en Brasil existían muchos
concursos públicos y en el año 2009 entré como profesor en el Centro de Educación de la
Universidad Federal de Pernambuco, quizás por diferentes motivos pero sobre todo porque el
campo de la educación era el más abierto para mi recepción. Podría decir también que me sentí
inspirado para el llegar al Centro de Educación por mi trabajo en la Secretaría de Asistencia Social
con los jóvenes de las periferias de Recife.
P2: ¿Cómo describirías tu relación con la universidad?
De alguna manera siempre pensé al ambiente universitario como muy hostil. En mis
experiencias como alumno -incluso en una anterior estudiando terapia ocupacional- siempre la
universidad se me presentaba muy inhóspita y no entendía muy bien su dinámica. Esa desconexión,
sumada a motivos personales y familiares, me llevaron a optar por trabajar y mi retorno a estudiar
lo realicé de adulto, casado, cuidando hijos pequeños y participando activamente como sindicalista.
Realicé un curso nocturno de historia en la Universidad Católica de Pernambuco, sin profundizar
mucho mi presencia el claustro universitario porque por cuenta del sindicato viajaba mucho. Solo
me encontré con la universidad cuando retorné para hacer mi maestría.
Hoy podría decir que mi relación política con la universidad fue mudando. Por más que sea
una noción que hoy no comparto, en mis primeros años de estudiante de posgrado sentía una
fascinación por el oficio del cientista y del sociólogo. Tenía una creencia muy fuerte del oficio y
fueron años en que sentía que me estaba ajustando conmigo mismo, investigando la política
sindical -que fue algo que había tomado mi vida en la década del ochenta-. Entonces mi relación
con la universidad fue también un proceso de catarsis, de auto entendimiento y de encuentro
conmigo mismo en varios aspectos.
Cuando entré como profesor el campo de la educación me hizo percibir cuestiones muy
importantes y enseñar en la universidad hizo una diferencia significativa en mi vida. Comencé a
identificar una mayor percepción por las luchas por el poder y del conocimiento, se amplió mi
marco intelectual al notar como mis abordajes y mis marcas políticas pueden percibirse en las
elecciones de mi actuación en el propio campo. Las articulaciones dentro del centro de educación,
del departamento, las redes institucionales, el trabajo en grupo, los seminarios y los congresos, todo
eso me mostró un grande juego político que comencé a percibir con mayor claridad. En ese
entonces se quiebra en mi cabeza esa pureza de la construcción teórica y paso a percibir otras
lecturas, Jorge Larrosa o Silvio Gallo por ejemplo van cuestionando esa supremacía del saber
científico, con todo el cuestionamiento del conocimiento y eso en mí me abre de una manera muy
profunda. Sumado a ello el ejercicio de la función de profesor y estar con alumnos, hacer cosas con
los estudiantes y establecer una manera de lidiar con ellos, me provocó una mudanza.
Hoy podría decir que por un lado aun me gusta mucho estar aquí y por otro lado me
encuentro haciendo cosas a pesar de la universidad. Porque aún la veo como un ambiente muy
inhóspito y muy conservador. Particularmente en el Centro de Educación del que formo parte hay una gran cantidad de personas que piensan de una manera sistémica, dentro de la escuela y de esa
forma escolar hegemónica. A pesar de que lo que yo fui intentando hacer, en el fondo es pensar
por otras vías que no son las aceptadas por la cultura universitaria.
P3: En esa trayectoria que nos describís ¿qué continuidades y qué rupturas has
podido advertir en la vida universitaria?
En sí la universidad yo creo que no cambió demasiado, lo que cambió fue mi forma de relacionarme
con ella. Para mí la universidad fue una oportunidad para establecer continuidades con experiencia
pasadas que eran puntos sueltos en mi vida. Y hoy yo me veo más o menos recolectando esas
marcas de mi propio pasado. Colocando eso dentro de un relato de vida, recuerdo que cuando era
sindicalista cayó en mis manos un libro de Abdías doNascimento. Era el libro “O Quilombismo” en
el que Abdías hacía una fuerte crítica a la lectura marxista de la historia brasilera, a Caio Prado
Júnior, demostrando cómo el negro está presente siempre en los márgenes sociales, no apareciendo
como sujeto de esa narrativa. En ese momento esa lectura me hizo observar el profundo racismo
estructural en la empresa que yo trabajaba -a CBTU- como las funciones más bajas eran ocupadas
por personas negras y a medida que iba subiendo las personas eran blancas, pero sin embargo
cuando llevé esa lectura a la dirección del sindicato el rechazo era muy fuerte. Con mi entrada al
Centro de Educación, pero también a pesar del Centro de Educación, es que comienzo a sentir una
fuerte vinculación con la reflexión de lo afro y lo indígena en Brasil. Eso se dio en el campo de la
educación, pero el Centro de Educación como institución no tiene mucho mérito en esa
aproximación, al contrario yo creo que hegemónicamente nos aleja hasta el día de hoy de eso. El
campo de la educación me abrió posibilidades de crear una continuidad en mi vida, de inventarme
en un retorno a mí mismo. De sentir y reconocer que cuando era pequeño recibía visitas de
entidades espirituales de esa matriz y que era protegido por un petrovelho1, que circulaba en mi
casa. La educación como campo me invitó a sensibilizarme con eso de ahí, además de haberme
enlazado con amistades importantísimas en mi vida, como la que tengo con maestro de
CapoeiraAngola JoabJó.
Recuerdo que cuando ingresé mi desafío era trabajar con la teoría del discurso en el campo
de la educación principalmente a partir de Ernesto Laclau, aún con esa visión más clásica de
profesor. Un profesor que repasaba los contenidos de una manera sistemática, un profesor que más
que sensibilizarse era capaz de remarcar el punto de vista cognitivo. Principalmente desde la
racionalidad y todo con mucha cabeza, a partir de cuestiones teóricas importantísimas en mi
entender y también con una característica de rigidez respecto al estudio y la respuesta que esperaba
de los estudiantes.
Los estudiantes tenían que leer y hacer pruebas, entré con esa percepción y con esa práctica
muy exigente. El hecho de desarmar aquel conjunto de conceptos de la teoría del discurso para
pensar la educación, en vez de estrictamente la política como lo había hecho antes, envolvió otra
dimensión de mi vida. Una dimensión cultural muy intricada. Mi práctica como profesor fue metiéndose con un sistema teórico que yo tenía más o menos estabilizado en mi cabeza y comencé
a articular con esas otras cuestiones. De la misma manera que me propuse en mi tesis de doctorado
pensar lo político como dimensión constitutiva de los social y no como topología objetiva, comencé
a pensar las fronteras del campo de la educación de forma dislocada. Por tanto para mí la pedagogía
comenzó a componer dislocaciones y descubrimientos.
Como ser humano y como profesional tengo muchos defectos y límites que no
necesariamente tendré que decir aquí (risas) –aunque es fácil advertir que no suelo ser una persona
muy organizada-, pero creo que tengo una cualidad. Tengo explorado mucho mi intuición, creo que
soy una persona muy intuitiva. Y una de mis intuiciones me llevó a pensar la potencia de las
narrativas audiovisuales y los documentales. Haciendo audiovisuales empecé a entrar en contacto
con personas que hoy son muy importantes en mi vida y comencé especialmente a trabajar con el
campo de estudios étnico-raciales -aunque nunca me ate únicamente a este-. De hecho nunca me
conformé a estar en ningún campo establecido de la educación, podría decir que transité dentro de
los estudios de currículum –donde predominaba un abordaje pos-estructuralista-discutiendo con
colegas del campo de la teoría curricular pero no conseguí sentirme allí dentro. También estudié y
participé sobre los estudios de la educación y el trabajo, hegemonizado por el marxismo, y el campo
masivamente freireano de la educación popular, pero nunca me sentí parte de ningún campo fijo.
Este malestar con áreas estabilizadas en el campo de la educación ya tenía que ver con algo
que percibí cuando llegué como profesor al Centro de la Educación, existe una dualidad entre los
que piensan la educación desde el punto de vista de su “metodología” al interior de las clases y
aquellos que piensan la educación desde “afuera”. Los primeros tienen generalmente una práctica
sistémica, parcialmente fenomenológica y son interpelados por los presupuestos ontológicos de
una colonialidad. Los segundos, a pesar de asumir una postura crítica presentan una dimensión
reproductiva de la educación escolar y también son ideológicamente interpelados por aquellos
presupuestos. Es por eso que decidí, con algunas otros colegas, fundar en 2012 LaButuca, que se
pretende un laboratorio de innovaciones políticas en prácticas educativas. Personalmente mi
actuación en LaButuca se concentra en desenfocar las fronteras entre el adentro y el afuera de las
escuelas y las universidad, de manera que eso tiene que ver con buscar otras formas de ser, conocer
y saber.
P4: Entonces ¿podríamos decir que el trabajo con las narrativas audiovisuales y
los documentales provocó una mudanza en tu práctica académica?
Sí, creo que sí. Ese trabajo empezó en el año 2012, aunque en el 2013 me organice para hacer
un curso de construcción de documentales para la formación continua de profesores en la red
estadual de Pernambuco. A partir de ahí me encontré con un equipo, formando un equipo. En ese
entonces me encontré con Marconi Bispo -una persona reconocida del candomblé aquí y
establecido dentro de esta matriz religiosa- y con Helena Tenderini –una actriz y antropóloga
practicante de la Jurema Sagrada, una religión afro-indígena muy presente en Pernambuco-. Ambos ya tenían experiencias con el mundo audiovisual y yo comencé a ver que ahí existía un mundo de
posibilidades y de posturas que yo no conseguía vislumbrar antes cuando mi postura era más rígida
y disciplinar. No se sí me estoy expresando claramente pero lo que quiero decir es que aprendí
mucho con aquellas personas. Y más aún cuando conocí al maestro de CapoeiraAngolaJoabJó y
también en esa jugada a las personas de Coco do Catucá. Ahí comencé a descentrar esa noción de
jerarquía que la academia coloca en relación al saber, componiendo ciertas lógicas que verticalizan
una ficcionalidad de los supuestos “que saben más”, y por tanto están en una posición de educar y
de orientar investigaciones. En realidad pura y simplemente esas personas me estaban educando
y comencé a pensar en la necesidad de reconocer esto, en una postura de honestidad intelectual. A
partir de eso reconocí lo que me estaba sucediendo y modifique mi posición dignísima de profesor
universitario.
A partir de estas experiencias intenté comenzar a vestir las sandalias de la humildad, no
sólo como una cuestión de orden laboral sino también como una postura de vida. Fue un cambio
político y vital, aprendí a no colocarme en una posición de superior al otro. Y más aún ese otro que
se reconoce en las matrices civilizaciones diferentes a la hegemónica. A pesar de no tener casi
ningún contacto con teorías descoloniales y poscoloniales, a excepción de Homi Bhabha y Stuart
Hall, comencé a percibir en mi cotidiano laboral el eurocentrismo y la colonialidad. Si bien en esas
primeras experiencias no tenía una necesidad de contactar otras epistemes, comencé a percibir el
postestructuralismo al que yo me afilié como eurocéntrico y occidental. De hecho comencé a
discutir la teoría del discurso de Ernesto Laclau en el campo de la educación y percibir, a pesar de
toda la riqueza de sus estudios sobre el populismo y la “razón populista”, que, de forma contundente
cuestiona la posibilidad de una especie de razón comunicativa habermasiana que propone
estabilizar el espacio público, por lo que piensa la política de una manera eurocentrada. Por ejemplo,
en su discusión sobre ideología tomo como imperativo que toda crítica ideológica sea intraideológica,
exactamente en el sentido que se vuelca a la promoción de un cerramiento de lo social.
Ahora aprendí, con la mandinga del pueblo de la capoeiragem que esa energía podría
pensarse necesariamente difusa, como algo que no se enseñanza y que tampoco se aprende –o
digamos que no se presta a las tentativas de universalización de cualquier racionalidad. Entonces
intuitivamente yo fui haciendo, pensando y diciendo cosas que tensionaban con la teoría del
discurso de Laclau y que me aproximaban cada vez más con otras epistemologías. Y eso fue un
proceso de seguir mi intuición, de ir haciendo cosas en la docencia y no sólo investigando. Se trata
de un conocimiento que se construye en movimiento, en las relaciones con la diferencia, en la
concreción de aquello que Glissant llama la “carne do mundo”. No se trata de relaciones pensadas
dentro de sistemas conceptuales formales. Al mismo tiempo empecé a ver como eso que yo ya
estaba reconociendo, estaba formulando teóricamente y tenía proximidad con las tentativas de
descolonizar las epistemologías occidentales.
En mi práctica desde ese primer curso hasta los otros documentales que realicé se inició
una discusión epistemológica. El primer documental se llamó “Corta o no corta”2, fue sobre la población negra en la zona agreste de Pernambuco en una comunidad llamada “los negros de
Cafundó” con personas que hasta cuarenta años atrás sufrían castigos físicos por adentrar y pescar
en la tierra del Coronel Cordeirinho–irónicamente el nombre en diminutivo remite a la imagen
pacífica de un cordero, a pesar de que su familia hasta el día de hoy reivindica la posesión de la
tierra y las prácticas violentas ocurridas-. Junto con una escuela comunitaria de esa comunidad
hicimos un documental de las historias de vidas de las personas que hacía trece años resistían
“ocupando” esas tierras.
Después hicimos un documental que se llamó “Las historias de mandinga y peleya”,
compuesto por una serie de pequeñas narrativas que buscaban hablar de personas potentes en los
discursos sobre la diáspora africana en Brasil. Más bien digamos personas que desconfiasen de los
peligros maliciosos de la inclusión, sobre todo que sean conscientes del peligro de ser incluido.
Después “El baboad y el currículum” fue el documental más largo y reunió historias alrededor del
Baobá –un árbol ligado a la ancestralidad y la memoria del pueblo negro-, resaltando la opacidad
de lo que Silvia Cusicanqui llamó los “hilos sueltos de la historia” y convocando imágenes que desde
este lugar dialoguen con una noción de currículum abierto y de riesgo. Sumado a las radionovelas
populares que hicimos para narrar el actual exterminio de la población negra en Brasil.
Todas esas experiencias comenzaron a demostrarme como yo podía estar lo mínimo posible como
profesor en eses procesos educativos. Como, por ejemplo, en el documental del Baobá, los
estudiantes o las otras personas que estaban participando comenzaron a armar equipos que al
principio fueron convocados simplemente para ser entrevistadas y luego terminaron dirigiendo el
documental conmigo. La proactividad tanto de los estudiantes- no sólo de pedagogía, sino de varios
cursos que se interesaron en las diferentes disciplinas que fui ofreciendo- tuvieron una gran
participación, desde los niños hasta los más viejos los veía participar, moverse y autogestionarse.
Eso me dio una riqueza educativa y pedagógica muy grande, comencé a deconstruir mi trabajo
como docente y apostar en procesos no regulados de subjetivación.
P5: ¿Es a partir de estas formas no convencionales de trabajo con narrativas
audiovisuales que comenzaste a pensar la idea de ambientes narrativos y a profundizar
el concepto de articulación pedagógica?
Fui, como dije, pensando en la formación de subjetividades y conciencias con todo ello que
fui aprendiendo. En el 2016 decidí realizar un post-doctorado en la Universidad de Buenos Aires y
allí pude sistematizar una crítica a la idea de mediación en la educación y propuse –a partir de mi
lectura de la teoría del discurso de Laclau el concepto de Articulación Pedagógica (en adelante AP).
Que sería a groso modo la posibilidad de hacer que las personas aprendan cosas que uno
no está enseñando. Para ello se propician ambientes en los que esos conocimientos se aprendan y
me parece que eso tiene consecuencias políticas impresionantes. Incluso consecuencias políticas
que no consigo vislumbrar ahora, pero que dentro de mi proyecto intelectual espero y pretendo
poder percibir.
P6: ¿Podrías caracterizar un poco más el concepto de AP?
Podría comenzar diciendo que las prácticas de mediación son variadas y están
ampliamente presentes en nuestro cotidiano, vivimos en una cultura de mediación. De modo que
estas prácticas no son propias del dispositivo que la caracteriza en la educación; pero si la educación
moderna las legitima y las profundiza. Sumado a ello es necesario resaltar que las prácticas de
mediación no se restringen, como se puede pensar, a una mera metodología instrumental. Sino que
por el contrario cuentan con un ambiente (el de la educación moderna) que las favorece y que las
instituye colaborativamente. Estos ambientes internalizan la mediación, en instituciones que como
la escuela la naturalizan y la legitiman según presupuestos ontológicos y fines políticos tácitos
universalizados.
Por lo tanto la mediación reproduce y da continuidad a “el” mundo tal cual existe. Trasmite un
ordenamiento social particular aceptado, a fin de “formar” (o darle forma) a un sujeto a construir.
La mediación actúa para la construcción de continuidades entre teoría/sujeto y vida/objeto, ya que
ambiciona construir unidades plenamente representables de lo social. Una unidad social
proyectada con la fantasía de lo completo que evita el peligro de las disgregaciones, provocando
que se proyecte algo que está esencialmente dividido en la ilusión de una plenitud. Su actuación,
por supuesto, no requiere una imposición explícita ni exige que los mediadores sigan o apliquen un
manual rígido de procedimientos. Al contrario, presupone normalmente, una interiorización
fundada en presupuestos y principios que se rigen en las maneras que median el pensar, ser, ver y
sentir (o no) de las cosas y de “el” mundo. Y esto significa que, independientemente de su intención,
contribuyen para la reproducción de un sistema más amplio de relaciones sociales caracterizados
por la colonización.
En contrapartida la AP percibe la existencia de otras racionalidades capaces de ser
conjugadas en la educación actual. Esta noción se constituye a partir de un presupuesto ontológico
inverso al de la mediación, que toma como punto de partida la negatividad de lo social. En el sentido
que imposibilita el cercamiento de lo social por su reclamo de estructuras sociales intangibles y
contingentes. La articulación percibe la dispersión y la discontinuidad, configurando racionalidades,
lógicas y modos diferenciados e ilimitados. La AP restringe el régimen de la tutela, históricamente
estructurante del ambiente narrativo colonial, en nuestra capacidad de instalar otro lugar fundador.
Recordamos que alimentado por el mito eurocéntrico de los orígenes civilizatorios en la
antigua Grecia la idea de mediación se funda en una noción tutelar, entramando de manera
bastante intricada valores morales, racionales e intelectuales en conformidad con una acción
educativa colonialista. De hecho la tutela se consolida como la espina dorsal de la relación entre
colonizadores y colonizados. En contrapartida la articulación remite a prácticas performativas y
contextuales, que consideran la existencia residual de elementos ocultados. Nos invita a usar la
imaginación, discontinuamente, para transitar otra educación posible que hace confluir los
contextos de descubrimiento y aprendizaje atentos a las posibilidades de construir lógicas y
subjetivaciones inauditas. En esta polarización podríamos afirmar que de un lado está la mediación, que mantiene el deseo colonialista de autoexpansión, más aún que se trata de una manera de
conocer, subjetivar y educar que se direcciona preferencialmente a unidades sociales (individuo,
identidades, etnias, género, clase, entre otras) que son partes estructurantes de lógicas sociales de
espacios discursivos; a fin de proceder, de alguna manera, reforzando las culturas simbólicas
diferencialmente estructuradas que se quieren contestar (democracia liberal, racismo,
heteronormatividad, capitalismo, etc). Del otro lado la noción de articulación pedagógica estimula
la nutrición y la construcción de espacios de sociabilidad, aberturas del mundo que lidian con el
conocimiento de una manera más orgánica, personal, corporal y antiformalista.
P7: ¿Cómo se relaciona la articulación pedagógica con la descolonización de la
educación?
La noción de articulación pedagógica es influencia de una manera central por la noción de
mandiga de la capoeira, lo que yo sé de mandiga lo aprendí con mi amigo y maestro Joab Jo. La
articulación pedagógica implica acciones educativas que puedan disponibilizar elementos antes
rechazados por el ambiente narrativo colonial, con la intención de producir subjetividades activadas
intuitiva y poéticamente por memorias y narrativas que posibilitan imaginar, construir y reconocer
la existencia de otros mundos (posibles).Especialmente en la camaradería y en la mandinga vivida
entre el pueblo de la capoeira en Brasil encontramos un ambiente narrativo descolonial capaz de
advertir un dislocamiento de las fronteras y de los espacios sociales coloniales del acto de educar.
En contrapartida se proyecta una pedagogía que no vampiriza las energías en el nombre de
la construcción de unidades, sino que remarca la discontinuidad y descuida cualquier intento de
normalización o universalización de los sujetos que la atraviesan. El énfasis de la educación, en este
caso, como nos inspira Édouard Glissant no está ni en el todo ni en las partes, sino en la relación.
La noción, así, de mandinga no desea un proyecto (eso sería otro posicionamiento unificado, lineal
y mediado) sino como una intención discontinua, alude a algo que por propia definición no se
puede definir. Algo que al mismo tiempo es y no es. Una existencia que no se define, que existesiendo
vital al juego de lacapoeira - pero que no se puede reducir al pensamiento. Es entregarse a
un tiempo y un espacio en el que no hay reglas cercadas. Mandiga es una energía difusa, es una
actitud intravisible que significa también “no creemos en las reglas del juego”. Es dislocarse de las
formas lógicas esperables y racionales, liderar con ambigüedades y discontinuidades. Es también
correrse de un ambiente rígido y proponer ambientes fértiles para ser y existir, que no
necesariamente estén estructurados dentro de la topografía supuestamente objetiva de lo social.
En ese sentido articular educación y mandinga tiene el efecto de embobarnos- en el sentido
de no desear o luchar por el poder- la primera, en el sentido de tornarla espacialmente imprecisa,
menos autónoma y dueña de sí. La mandinga abriéndose a lo inusitado de las relaciones humanas,
renuncia y combate en un solo tiempo a la concentración del saber y del poder. Bebiendo de la
mandinga la articulación pedagógica no niega ningún orden normativo para generar procesos de
significación. Tal como aprendemos con Joab, podemos aceptar o transformar lo dado, aunque nunca sucumbir en los términos en que una pelea se pueda dar. La mandinga nutre un ambiente
de riesgo que justifica una educación que se proyecta en la construcción de ambientes narrativas
descoloniales frente a las prácticas de mediación movidas por el miedo y el control del otro.
P8: ¿Cómo caracterizarías el campo de estudios descoloniales en la educación?
¿Cómo te posicionas en la producción académica de espacio?
Primeramente creo fundamental reconocer que aún tengo que conocer más sobre este
campo de estudios, pero podría señalar algunas cuestiones sobre mi impresión actual. No creo que
la cantidad de lecturas o producciones que tenga sobre el tema pueda legitimar o no mi discurso,
eso es un juego de poder muy grande en la academia que nos obliga a construir una imagen de
autor -para hacer una referencia bien directa a Michel Foucault-. Y más aún desde que uno
mencione autores claves o cita personas que ya tienen un determinado control de poder dentro de
un campo académico entra en un juego que no necesariamente tiene que ver con la calidad. Y
resalto esto porque creo que tiene que ver con la postura con que yo defiendo de la articulación
pedagógica, en el sentido que pocos consiguen apropiarse de una determinada acumulación
civilizacional o de una tradición teórica. Uno por ejemplo puede dedicar toda su vida a ser un buen
comentarista de Derrida pero eso crea un conjunto de compromisos y un conjunto de rituales que
muchas veces van cerrando los campos académicos. Esa situación domina el cotidiano de la
universidad y produce empobrecimientos, sobre todo de los paramentaros que define y dicen que
es de excelencia o que no es de excelencia. Las marcas institucionales de la producción de saber
terminan transformando el ambiente universitario en autoreferente, porque los parámetros que lo
juzgan son circulares. Por eso es que creo que el saber que es producido en la universidad tiene que
ser colocado en alguna instancia de escrutinio social. La excelencia de ese saber tiene que ser
colocado en escrutinio. Por ejemplo la universidad hoy está iniciado un movimiento de reconocer
la existencia de maestros populares y darle un lugar de reconocimiento en este espacio es muy
importante. Más aun así es la universidad es la que produce esa legitimación y que da poder de
habla. Pero podría ser lo contrario -podríamos pensar la contrario-y preguntarnos quienes dentro
de la universidad tienen ese saber.
Y lo que yo veo es que los estudios descoloniales o poscoloniales no se desvinculan de eso.
No consiguen- con raras excepciones- hacer una crítica profunda al propio espacio universitario
con su inclinación colonizadora tan profunda. En cuanto no se rompa con ese conjunto de rituales
yo creo que se limita mucho una posibilidad de descolonización del saber. Y principalmente porque
las epistemologías otras o los cortes civilizaciones otros no están dentro de la Universidad. Parecería
que muchas veces los universitarios nos apropiamos de esos otros saberes, pero yo creo que ni la
posibilidad de apropiarse de esos saberes se produce en estos estudios. Existe mucha autoarrogancia
o una intención de representar más que acercarse a esos saberes. Yo creo que
deberíamos empezar a hacer cosas que realmente traiga fisuras. Traer maestros populares a la
Universidad y las cuotas étnicas son importantes, no es que no se está haciendo nada, pero hay límites que necesitan romperse. La universidad tiene que abrirse a otras ritualistas y a la inoculación
de otras maneras de ser y pensar. Por ejemplo, en este momento estoy pensando en hacer una
presentación pública de mi ensayo de post-doctorado y mi propuesta es que participe un maestro
de capoeiraJoab Jo en la banca, como una persona que va a evaluar mi trabajo. No solo eso, estoy
empezando a mover acciones, en el sentido de traer personas de afuera de la universidad para los
jurados y otros espacios de evaluación que continúan representando el saber de los “otros”. Yo
creo que eso mínimamente comienza a mover un poco el lugar de habla de la universidad, porque
podemos posibilitar una relación con el otro que no sea de representación o apropiación.
Silvia Rivera Cusicanqui me parece que percibe bien todo esto, cuando denuncia la clásica
malicia colonialista de la inclusión. Cuando habla claramente de la existencia de una estructura de
mediaciones legitimadora de la palabra del poder y de los poderosos, que se apropian de una
energía difusa de la memoria de los pueblos. Creo que Glissant también es un autor muy querido,
porque reitera la propia existencia de la diáspora africana en las Américas del sufrimiento
inconmensurable de la deportación de los africanos, dando la posibilidad de recuperar otros
pensamientos, formas otras de relación con el saber-un saber de relación-.
P9: En los actuales tiempos políticos en América Latina com el doloroso giro
neoliberal de nuestros gobiernos ¿cuál crees que es el lugar de la Universidad y cuál crees
que es el lugar de los estudios descoloniales?
Hay una reflexión de Jacques Derrida sobre las universidades que está en un libro publicado
aquí en Brasil con el nombre Olho da universidade, allí él dice que la fundación de un curso de
filosofía no es nada filosófico. Traigo esta idea para decir que existe una ritualística universitaria
que posibilita poco, o más bien podríamos decir que el discurso descolonial es poco descolonial.
Porque continúa colonizando el saber y ahí soy bastante pesimista y creo que va a continuar así
durante mucho tiempo. En gran parte es una moda, que ya fue liberacionista, marxista y ahora
descolonial.
Hasta que realmente no busquemos otros pensamientos, otras prácticas y otras relaciones
con el saber las consecuencias potentes y efectivas son muy limitadas. Yo pienso que una forma de
movernos de eso, es juntamente la construcción de ambientes -aunque reconozco que no sería el
único camino. Existirán otros, este no sería la única opción. Es la que yo encuentro, como una
necesidad de enflaquecernos y de todo eso que aprendí también con la mandiga. Esta idea también
aparece en Glissant cuando él dice que necesitamos enflaquecernos, ya que muchas veces
pensamos que cuanto más fuertes o más nos expandimos más vamos a conseguir o más poder
vamos a tener para transformar las cosas. Pero la única forma de crecer, la única forma de hacer
crecer nuestra lengua diría Glissant es hacer que otras lenguas florezcan y no desaparezcan. Allí hay
pistas para otro camino.
Entonces pensando en eso, no proyecto nada de específico, sólo pensaría en la necesidad
de construir ambientes múltiples para con-formar universidades menos viciadas. Tal vez en ese sentido sería interesante una universidad que extraña y contradictoriamente acumule
conocimiento sin tener el precepto de una síntesis cultural.
Patricia Bonjour. Santa Rosa, laguna Don Tomás inundada. Fotografía.
Es importante que esos “otros” tuviesen participación en la posibilidad de producir cosas diferentes. Desenblanquecer la universidad es fundamental, porque tenemos que reconocer que la universidad tiene sangre azul. Por lo menos en la Universidad Federal de Pernambuco las personas que ocupan los cargos más destacados son personas blancas de clase alta o clase media y recién ahora es que otros sectores sociales o las personas negras entraron en las universidades y ocupan lugares de poder. La mayoría de los profesores tienen nombres y apellidos que existan cincuenta o cien años atrás, son las mismas familias y eso se reproduce en varias esferas de lo social -en las empresas privadas, en las ocupaciones de cargos políticos, en las secretarias de culturas y en la gestión de conocimientos-. Por eso pensar en la construcción de ambientes de riesgos y discontinuos pueda ofrecer una posibilidad múltiple con relaciones más rizomáticas. Tal vez sea eso lo que podemos aprender con Glissant en términos de políticas educacionales: relaciones rizomáticas que estimulen pensamientos rizomáticos, de relación y así el pensamiento sistema – que mata y destruye- recibiría un gran golpe.
Notas
1“Pretosvelhos” o “pretasvelhas” son espíritus de luz, sabiduría y paz de culto en las religiones de matriz africana e indígena en Brasil. Se acostumbran a presentar con abuelos o abuelas con una gran capacidad de consejeros.
2 Documental de 12 minutos. El nombre se refiere al “corte de la tierra” ocupada por los efectos de división de los lotes de tierra ocupados entre diferentes familias.
Recibido: 2018-07-30
Revisado: 2018-08-30
Aceptado: 2018-09-08