EDITORIAL
Maria Graciela Di Franco
La Formación Docente es la problemática
que estamos analizando en los tres volúmenes
de Praxis en 2015. El foco en ella la
pusimos recordando a Ovide Menin, maestro
y amigo, -al que despedimos en los primeros
días de enero de este año- a su pasión de enseñar,
formar, confrontar, ofreciendo ejemplos,
vivencias, argumentos, vida…
Lo hacemos convencidas que la educación
es un acto político en tanto habilita herramientas
analíticas y de acción en la comprensión de
mundo y en su intervención. Para ello confiamos
en la escuela como un espacio de posibilidad,
y tenemos el compromiso de trabajar
para incidir en la formación de un profesorado
crítico, que recupere la conciencia de su poder
transformador, la autonomía que evidencie su
compromiso político (enunciado en los discursos)
en nuevas prácticas que se articulen con la
realidad y los intereses de los estudiantes para
propiciar la construcción de saberes que posibiliten
una inclusión y una participación activa y
consciente en pos de la emancipación.
Estos argumentos encuentran sentido y
asidero en los pensadores de la pedagogía
emancipadora, crítica y libertadora en Nuestra
América que encaminaron hacia esa dirección
la formación buscando la formación de hombres
y mujeres indignados y fuertes a la construcción
de un proyecto social, político cultural
propio, “nuestro”. Capaz de conquistar la emancipación
en tanto descree, discute y fractura
esa colonización como sujeto histórico que se
revele contra la sumisión en palabras de Martí.
La urgencia de este proyecto ancla en la necesidad
de sostener las nacientes repúblicas del
siglo XIX, lo que implica consolidar la inclusión
de negros, pardos, pobres, marginados, con los
mismos derechos de acceso a la educación que
los demás sectores de la sociedad. Diría Simón
Rodríguez, construir una democracia que sea
popular, a partir de las propias raíces, de allí que inventamos o erramos… traer ideas coloniales a
la colonia, un disparate!!!
Y allí los maestros.
El título de maestro no debe darse sino al que sabe enseñar, esto es al que enseña a aprender; no al que manda aprender o indica lo que se ha de aprender, ni al que aconseja que se aprenda. El maestro que sabe dar las primeras instrucciones, sigue enseñado virtualmente todo lo que se aprende después, porque enseñó a aprender. (Rumazo González, 1980:85)
Lo que pretendía decirnos en estas líneas el
maestro caraqueño era que no sólo saber algo
sobre alguna cosa es suficiente para que se le
otorgue la responsabilidad de hacerse maestro
y dejar en sus manos la ignorancia de otros a fin
de que ésta pueda ser superada. La enseñanza
y la educación no son un asunto inmediato y
breve, son actos que se ejercitan a lo largo de la
vida, se aprende no en el momento únicamente,
se aprende a aprender para toda la vida, esa es
la razón de la educación como responsabilidad
humana a la que se refiere Rodríguez en sus escritos
y sobre todo en su práctica como docente.
Esta preocupación estaba centrada educar para
la libertad y la igualdad. Ha de entenderse que
cada uno aprende lo que necesita y lo que es común a los demás, es decir, se aprende en colectivo
lo individual de cada quien, en permanente
respeto por el otro y por sí mismo. Siempre razonando,
pensando y en sintonía con los procesos
de aprender y enseñar para vivir en armonía;
este aprender para cambiar y transformarse
ha de ser tarea cotidiana e irrenunciable.
Y hacia allí ordenado el sentido político de
la educación. “El maestro de niños debe ser sabio,
ilustrado, filósofo y comunicativo, porque
su oficio es formar hombres para la sociedad”.
Esta sociedad entiende la importancia de interrumpir
el silencio, la marginación. A inicios
de 1820 escribía:
enseñen los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les mande hacer; se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad ni a la costumbre…
Y la confianza en una escuela que no forme papagayos sino ciudadanos “dar gritos i hacer ringorrangos, no es aprender a leer ni a escribir. Mandar recitar, de memoria, lo que no se entiende, es hacer papagallos, para que... por la vida!... sean charlatanes”
Enseñen. Enseñen repítanse mil veces, enseñen… Es la única manera de aprender a pensar y así las reformas se orientaran por rigurosas causas sociales. (Rodríguez, 1975:134)
Esta pasión, indignación y fuerza se expresa
también en la pluma de Martí. En “Nuestra
América”, el hombre natural es definido como
un sujeto histórico “desintoxicado de las mediaciones
culturales exóticas con las cuales se
han encubierto sus verdaderos orígenes y se ha
desviado la búsqueda de soluciones requeridas
por un dinamismo histórico propio, se constituirá como el agente que pondrá en cuestión,
desde sus ideales libertarios, las múltiples políticas
y discursos opresivos y discriminatorios,
sustentados ideológicamente desde posiciones
fundamentalistas que definen al hombre y sus
necesidades desde un humanismo abstracto y
deshistorizado” . Vuelve a presentarse la preocupación
por copiar porque en vez de crear
formas culturales propias nos alienamos desconociendo
los modos en las que fueron originadas
y las causas por la fueron generadas. “(…) esta es América, la tierra de los rebeldes,
y de los creadores”. (Martí, 1953:205)
Y señala que le corresponde a la educación
propiciar cambios profundos en el mundo interior
del hombre para hacerlo transformador.
Para él los problemas de América Latina están,
en primer lugar, en la necesidad de formar una
cultura diferente a la impuesta por la colonización,
de ahí que ha de hacerse una revolución
radical en la educación. Crear la propia
cultura.
Para Martí la educación es un acto de
creación. Diría Ricardo Nassif que este pensador
cubano concebía la educación como un
acto de amor, según puede comprobarse en el
sentido desarrollado en su propia vida y en el
ideario fecundo que propuso. Para él, el acto
pedagógico es una relación concreta de seres
humanos alimentada por el amor, creencia que
justifica que abogara por el establecimiento de
un cuerpo de maestros “misioneros” capaces
de “abrir una campaña de ternura y de ciencia” (II, 515), de maestros ambulantes “dialogantes”,
y no “dómines”.
Más concretamente todavía, la educación
es una constante creación y el agente principal
de esa creación es, para Martí, el maestro. Denuncia
su sentido potente, relevante, político…“lo hizo maestro, que es hacerlo creador”.
Esta creación incorpora a los hombres de
cada tiempo y cada tiempo exige instituciones
y formas educativas que le sean adecuadas, por
ello deja claro con respecto a la educación superior:
“Al mundo nuevo corresponde la Universidad
nueva. A nuevas ciencias que todo lo
invaden, reforman y minan nuevas cátedras.
Es criminal el divorcio entre la educación que
se recibe en una época, y la época. Educar es
depositar en cada hombre toda la obra humana
que le ha antecedido; es hacer a cada hombre
resumen del mundo viviente, hasta el día
en que vive: es ponerlo a nivel de su tiempo,
para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de
su tiempo, con lo que no podría salir a flote; es
preparar al hombre para la vida.” En estos argumentos
se encuentran dos ideas centrales de
la concepción pedagógica de Martí: la educación
es “preparación del hombre para la vida”,
sin descuidar su espiritualidad y es la “conformación
del hombre a su tiempo”, pudiendo
pensarse que la educación representa para el
individuo la conquista de su autonomía, su naturalidad
y su espiritualidad.
Acá se advierte que la educación es para
Martí un proceso humano, cultural y social.
Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas en la almohada, como los varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra. (Martí, 1974:27)
La opresión de los pueblos, la enajenación propia de la colonización y del imperialismo están presentes en la lucha de los sin voz de Paulo Freire
la educación... es un proceso de Conocimiento, formación Política, manifestación Ética, búsqueda de la Belleza, Capacitación Científica y Técnica; así es la Educación Práctica indispensable y especifica de los Seres Humanos en la historia, como movimiento y como lucha. (Freire, 1997:67)
Frente al proceso de marginalidad creciente
la escuela se presenta como un espacio capaz de
la inclusión social. Para ello necesitamos una
formación integral que pueda ubicar a la enseñanza
en el centro de un sistema socio político,
ordenado en favor de democracia y derechos.
Paulo Freire nos enseñó que enseñar implica
favorecer un acto de conocimiento y por ello es
político el problema de la formación y no técnico.
Propone que nos interroguemos permanentemente
a favor de quién trabajamos en nuestro
ejercicio profesional. ¿Qué sociedad queremos?¿Qué nos gustaría cambiar? ¿Cómo lo podríamos
cambiar? ¿Qué aspectos son los que nos
parecen más injustos, dolorosos, en contacto
con la realidad en la que estamos inmersos?
Estas preguntas nos habilitan a concentrarnos
en la exclusión, la marginación de los más
vulnerables, la violencia, el sometimiento, la
aceptación de imposiciones que sólo benefician
a determinados sectores. Y frente a ello ¿qué podemos hacer? En primer lugar pensar que podemos
ayudar a entender que esa realidad no es
natural sino construida por hombres y mujeres y
sostenida en diversas explicaciones de la cultura.
Podemos pensar y ayudar a otros a pensar críticamente;
a generar otras explicaciones que pongan
en duda lo que parece incuestionable, a pensar
alternativas o a recuperar modos de vivir y actuar
que otros grupos sociales llevaron adelante.
No puedo ser profesor si no percibo cada vez mejor que mi práctica, al no poder ser neutra, exige de mí una definición. Una toma de posición. Decisión. Ruptura. Exige de mí escoger entre esto y aquello. No puedo ser Profesor a favor de quienquiera y en favor de no importa que no puedo ser profesor a favor simplemente del hombre o de la humanidad, frase de una vaguedad demasiado contrastante con lo concreto de la práctica educativa. (Freire, 1997:99)
Y propone ser profesor a favor de la decencia contra la falta de pudor, favor de la libertad contra el autoritarismo, de la lucha constante contra cualquier forma de discriminación, contra el orden capitalista vigente; a favor de la esperanza que anima a pesar de todo, contra el desengaño que consume e inmoviliza; a favor de la belleza de la propia práctica, que exige cuido del saber que debo enseñar, pero no reducir la práctica a la sola enseñanza de esos contenidos, tan importante como ello es el testimonio ético al enseñarlos, la coherencia entre lo que se dice, escribe y actúa. Creo, dice, que esta coherencia es una virtud fundamental de un educador o educadora progresista, y por ello hay que reducir la distancia en el discurso y la práctica, el discurso que anuncia y la práctica que busca materializar ese anuncio. Hay una exigencia ética que este educador, educadora precisa encarnar porque lo difícil es vivir la coherencia, reconocerse incoherentes. Esto requiere de de otras dos virtudes, la tolerancia y la humildad. El educador como ser histórico y la educación como hecho histórico necesita de estas virtudes para pode re-pensar, reinventar cada propuesta pedagógica, en cada contexto con cada sujeto.
Bibliografía
1. FREIRE, P. (1997). Pedagogía de la autonomía. Buenos Aires, Paidos.
2. RODRIGUEZ, S. (1975) Obras completas. Venezuela, Biblioteca Ayacucho.
3. MARTI, J. (1891) Nuestra América. Revista Ilustrada de Nueva York, Estados Unidos (10 de enero de 1891), y en El Partido Liberal, México, (30 de enero de 1891).
4. NASSIF, R. (1999) JOSÉ MARTÍ (1853-1895). Paris, UNESCO: Oficina Internacional de Educación.
5. RUMAZO GONZÁLEZ. A. (1980) Simón Rodríguez, maestro de América. Ministerio de Comunicación e Información; Caracas. Venezuela.
6. UNIVERSIDAD “SIMÓN RODRÍGUEZ” (1975) “Simón Rodríguez - Obras Completas”. Caracas, Editorial Arte.
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