http://dx.doi.org/10.19137/perspectivas-2021-v11n2a08
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ARTÍCULOS
Debates de economía feminista
Feminist economy debates
Debates de economía feminista
Mariana Santarossa
Universidad de Buenos Aires, CABA, Argentina
Resumen: La división entre el espacio privado-doméstico y el espacio público-político resulta funcional a un orden patriarcal y al sistema capitalista. En este sentido, deviene trascendental incorporar la dimensión financiera para comprender la lógica de explotación que el capital invisibiliza, explota y jerarquiza en los procesos de valorización. A lo largo de este trabajo nos proponemos abordar distintos debates que componen el campo de la economía feminista, utilizando para dicho análisis principalmente los siguientes textos: Mujeres, raza y clase de Angela Davis, El patriarcado del salario de Silvia Federici, Sacar del closet a la deuda: ¿por qué el feminismo hoy confronta a las finanzas? y Una lectura feminista de la deuda. ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! de Lucía Cavallero y Verónica Gago.1
Palabras Clave: Feminismo; Salario; Capital; Deuda; Explotación.
Abstract: The division between the private-domestic space and public-political space turns out to be functional to a patriarchal order and the capitalist system. In this sense, it becomes momentous to incorporate the financial dimension in order to understand the logic of exploitation that capitalism makes invisible, exploiting and hierarchizing the valuation process. Throughout this work, we propose to approach different debates that integrate the feminist economy field, using primarily the following texts: Mujeres, raza y clase by Angela Davis, El patriarcado del salario by Silvia Federici, Sacar del closet a la deuda: ¿porqué el feminismo hoy confronta a las finanzas? y Una lectura feminista de la deuda. ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! by Lucía Cavallero and Verónica Gago.
Keywords: Feminism; Wage; Capital; Debt; Exploitation.
Resumo: A divisão entre o espaço privado-doméstico e o espaço público-político resulta funcional a uma ordem patriarcal e ao sistema capitalista. Assim é transcendental incorporar a dimensão financeira para compreender a lógica de exploração que o capital se torna invisível, explotado e jerarquizado nos processos de valorização. Ao longo deste trabalho nos propomos a abordar diferentes debates que compõem o campo da economia feminista, utilizando os seguintes textos principalmente para tal análise: Mujeres, raza y clase de Angela Davis; El patriarcado del salario de Silvia Federici; Sacar del closet a la deuda: ¿por qué el feminismo hoy confronta a las finanzas? y Una lectura feminista de la deuda. ¡Vivas, libres y desendeudadas nos queremos! de Lucía Cavallero e Verónica Gago.
Palavras chave: Feminismo; Salário; Capital; DíVida; Exploração.
Fecha de recepción: 02/12/2020 / Fecha de aceptación: 09/02/2021
La presencia cada vez mayor de las finanzas en los territorios para proveer a las economías populares de financiamiento privado a tasas excesivamente usureras, en pos de hacer frente a las necesidades diarias de alimentación, salud, educación y a la provisión de los elementos más esenciales para la subsistencia, nos lleva a verter algunas reflexiones en este trabajo.
Entendemos que esta situación deriva de la inflación, de las desacertadas decisiones económicas de los gobiernos y de la falta de infraestructura mínima y vital en los territorios. Espacios y despojos estos de los que se aprovechan las finanzas para endeudar e incorporar en su estructura de obediencia a las economías domésticas, sostenidas en su mayoría por mujeres.
La deuda funciona como dinamizador interno de las relaciones de explotación. Es la falta de autonomía de las mujeres la que nos expone a la violencia machista, por tal razón desde el feminismo se asocia el problema de la deuda a las violencias contra los cuerpos feminizados.
Urge rebelarse, tomar dimensión y visibilizar sobre qué cuerpos y territorios aterriza la soberanía monetaria. Tal como sostienen Gago y Cavallero (2018), hoy, desde el feminismo, es posible sacar del closet a la deuda, visibilizar su modo específico de expropiación, y la estructura de obediencia que implica “... visibilizar y conectar las dinámicas no reconocidas de trabajo, rechazar la jerarquía entre lo productivo y lo reproductivo, y construir un horizonte compartido de luchas que reformula la noción misma de cuerpo, conflicto y territorio” (p. 11).
Entender cómo la deuda extrae valor de las economías domésticas, de las economías no asalariadas y de las economías consideradas históricamente no productivas permite captar los dispositivos financieros como verdaderos mecanismos de colonización de la reproducción de la vida. Y, desde aquí, trazar su conexión con las lógicas de explotación y extracción que caracterizan la valorización del capital hoy (Cavallero y Gago, 2019c, p. 71).
Se debe mostrar y visibilizar el diferencial de explotación que se produce cuando las endeudadas somos mujeres, diferencial sexual, de géneros, de raza y de locación, que la deuda explota: “La deuda, entonces, organiza una economía de la obediencia que es, ni más ni menos, que una economía específica de la violencia” (Cavallero y Gago, 2019c, p. 16).
Las finanzas explotan una trama productiva no asalariada, sostenida mayormente por mujeres, que en sus formas de contratación incluyen al salario informal y los subsidios estatales. Son las mujeres quienes acuden a ese financiamiento privado, con tasas usureras, para resolver problemas de su vida cotidiana. Se encubre la explotación financiera bajo la idea de “inclusión financiera”, y son los cuerpos feminizados lxs sujetxs predilectos de esa obligación, a quienes se consideran buenas pagadoras.
En este contexto, la deuda funciona como elemento estructurante, como un mecanismo compulsivo y de coacción: se aceptan trabajos fuertemente precarizados, condiciones indignas de empleo en pos de afrontar el pago a futuro de la deuda. Se dinamiza la precarización desde adentro. Por esta razón –y tal como sostienen las autoras– el gesto feminista sobre la deuda es, finalmente, tramar su desacato.
La deuda funciona, asimismo, como dispositivo de blanqueamiento de flujos ilícitos y de conexión entre economías legales e ilegales. Hace más frágiles y precarios los vínculos dado el sometimiento constante y permanente que genera la deuda; deuda contraída en las economías populares precarizadas en mayor medida por mujeres en su rol de jefas de hogar y cuyo carácter feminizado se observa también en las labores que desarrollan, relacionadas principalmente a tareas de cuidados comunitarios. Es la economía feminista la que hace visible y pone en cuestionamiento la dimensión reproductiva.
El diferencial de explotación tiene su inicio, su punto de partida, en la reproducción. Por eso resulta trascendental incorporar la dimensión financiera para comprender esta lógica de explotación que el capital invisibiliza, explota y jerarquiza en los procesos de valorización.
Debemos entender qué es lo que estructura un diferencial de explotación hacia las mujeres y cuerpos feminizados como categoría fundante del capitalismo. Ese diferencial de explotación implica una subordinación específica, en un lugar concreto, en la esfera de la reproducción que es el ámbito invisible, “privado”, oculto, impago o no remunerado, en oposición a la esfera de la producción, que es el ámbito “público”, visible y salarizado o remunerado. Y ello no es solo una dimensión económica, sino también política. No se puede alterar una esfera sin poner en cuestionamiento la otra.
Por esta razón, no se deben ocultar las operaciones puramente políticas del capital. El neoliberalismo es una racionalidad política, no solo económica, que actúa en la esfera de la política, en el Estado, en los derechos, en la noción pública de una nueva idea de justicia.
Cuando el capital se siente amenazado, la forma expansiva por excelencia es el crédito, es decir, reparte crédito. Es la forma más violenta y dinámica. La acción del capital siempre es reactiva; en momentos de crisis reacciona expandiéndose mediante el crédito. En este sentido, el neoliberalismo funciona al ras de los territorios, como una máquina de subjetivación.
Verónica Gago (2014) nos invita a pensar el neoliberalismo “desde abajo”, pensar otras figuras subjetivas que tienen capacidad de resistencia, de disputa, capacidad fáctica pese a que son afectadas negativamente por la subjetivación neoliberalista. Cómo sacarle la dimensión negativa a lo informal, y cómo pensar que lo informal es el momento de creación de nuevas formas productivas. Qué se reconoce como productividad y qué pasa cuando ese reconocimiento no es bajo la forma asalariada. Qué sucede con el trabajo no reconocido como tal. Las microeconomías proletarias son dinámicas proletarias de nuevo tipo.
Debemos repensar la dimensión de clase trabajadora para pensar la economía popular. Pensar las subjetividades como focos de experiencia que están creando fuentes de trabajo, que no aceptan el mandato de austeridad y que luchan por no ser consideradas como excluidas. Pensar al valor no limitado, sino como potencia de trabajo vivo.
Cuando las tareas de reproducción salen del ámbito privado y van al público producen nuevas formas de prestigio social, adquieren valor y prestigio político, tienen capacidad de disputa:
Sacar las ollas a las calles es también hacer político lo doméstico, como lo viene haciendo el movimiento feminista: sacándolo del encierro, del confinamiento y de la soledad. Haciendo de lo doméstico un espacio abierto en la calle. De eso se trata la politización de la crisis de reproducción. (Cavallero y Gago, 2019c, p. 28).
En este contexto, el feminismo pone en evidencia la heterogeneidad de tareas no reconocidas que producen valor, impugna la jerarquización y división que hace el salario entre trabajadorxs y desocupadxs, desobedeciendo la invisibilización y moralización de los cuerpos feminizados que construyen territorio doméstico más allá del hogar.
La economía feminista demuestra que no podemos delegar en el capital –a través de la herramienta del salario– el reconocimiento de quiénes son trabajadorxs. La forma de explotación organizada por el salario invisibiliza, disciplina y jerarquiza otras formas de explotación.
Del mismo modo, la asistencia social focalizada, con una orientación familiarista, determina un sistema de obligaciones en función de los roles y obligaciones de las mujeres en la familia patriarcal, a saber: tener hijxs, vacunarlxs, escolarizarlxs, cuidarlxs, alimentarlxs, etc.
En Argentina la bancarización de los subsidios fue determinante para la explotación financiera de la población asistida. El subsidio funciona como garantía para la toma de créditos, deuda que se contrae para la subsistencia misma, alimentos, medicamentos, pago de servicios básicos. El pasaje del salario al subsidio tiene un impacto directo en la división sexual del trabajo.
Si bien los subsidios representan una conquista política, se debe desacoplar la idea de beneficios sociales de la institucionalidad familiar.
El pasaje del salario al subsidio da cuenta de la desestructuración de la autoridad masculina que se produce al perder el salario como medida objetiva de su poder dentro y fuera del hogar (siendo lo que marca justamente esa frontera espacio-temporal), teniendo como efecto el declive de la figura de proveedor. Al entrar en crisis la figura patriarcal como estructuradora de relaciones de subordinación al interior de la familia, acude a formas de violencia sin medida, especialmente dentro de los hogares para intentar confirmarse y actualizarse. De aquí la relación intrínseca entre violencia llamada “doméstica” (y el aumento de feminicidios como su expresión más extrema) y su conexión con la reestructuración de las formas de explotación (Gago, 2017, citada en Cavallero y Gago, 2019a, Tesis 2).
Para continuar el abordaje resulta fundamental considerar el texto de Silvia Federici (2018) en pos de pensar el debate sobre acumulación de capital y explotación del trabajo desde el cruce entre feminismo y marxismo; así como los aportes brindados por Angela Davis (2005) respecto a la interseccionalidad entre clase, raza y género.
Para Davis2 (2005), raza, familia y nación son tres dispositivos de reproducción que permiten la acumulación de capital. Es una forma de no separar lo político de lo económico. La autora discutió desde el movimiento negro la universalidad de la figura del ama de casa, reflexionó sobre el carácter servil que había tomado el trabajo doméstico y puso de relieve el carácter colonial al que está asociada una lectura de la reproducción.
Sostiene que las cuantiosas y agotadoras obligaciones domésticas que han sido
descargadas sobre el conjunto de las mujeres constituyen una prueba cabal del poder del sexismo, debiendo
considerarse, además, la injerencia del racismo, por el que las mujeres negras debieron afrontar no
solo las labores de su propio hogar sino las tareas de otras mujeres, desatendiendo su casa y a sus hijxs:
“Como trabajadoras del hogar asalariadas, ellas han sido llamadas a ser esposas y madres subrogadas en
millones de hogares blancos” (Davis, 2005, p. 235).
Sexismo y racismo, entonces, explican las
elevadas tasas de desempleo femenino. En realidad, muchas mujeres son “solo amas de casa” porque
son trabajadoras desempleadas.
Asimismo, afirma que uno de los secretos más celosamente guardados en las sociedades del capitalismo avanzado se refiere a la posibilidad real de transformar radicalmente la naturaleza del trabajo doméstico, que no tiene por qué seguir siendo considerado, necesaria e inevitablemente, privado. En efecto, una parte sustancial de las labores domésticas del ama de casa pueden ser incorporadas a la economía industrial. Sin embargo, la economía capitalista es estructuralmente hostil a la industrialización del trabajo doméstico. Queda de manifiesto en este orden de ideas que la división entre el espacio privado-doméstico y el espacio público-político resulta funcional a un orden patriarcal y al sistema capitalista.
Davis visibiliza las situaciones de opresión que viven las mujeres afrodescendientes en un país racista, con una economía capitalista, explotación patriarcal y con resabios del colonialismo. Denuncia paralelamente la existencia de un movimiento feminista dominante que olvida las exclusiones y las opresiones étnicas, resultando funcional al capitalismo y al colonialismo. La clase y la raza son dos vectores fundamentales para comprender la situación de opresión de ciertas mujeres.
Angela Davis, más allá de comprender que el trabajo, bajo las condiciones del capitalismo, es embrutecedor y alienante, lo considera un medio para que las mujeres puedan unirse con sus hermanas –y hermanos– en aras a desafiar a los capitalistas en el centro de producción:
Y a medida que más mujeres se organicen en torno a la reivindicación de que se creen más empleos –de empleos en condiciones de plena igualdad con los hombres–, progresivamente se irán planteando más cuestiones importantes sobre la futura viabilidad de las labores de ama de casa de las mujeres. (Davis, 2005, p. 239).
Alienta, de este modo, un proyecto de emancipación colectiva.
Silvia Federici (2018), tomando como eje de su desarrollo la lucha de las mujeres contra el carácter gratuito y obligatorio del trabajo doméstico en los años 70, lleva adelante una relectura de Marx, imprescindible para comprender los reclamos del feminismo. Es una línea para pensar la economía feminista en tensión con Marx.
Sostiene que este autor alemán, como parte de un movimiento de liberación y cambio social, contribuyó al desarrollo del pensamiento feminista por concebir a la historia como un proceso de lucha, de lucha de clases y de todos lxs seres humanxs por liberarse de la explotación, resaltando la importancia de entender a la historia como una historia de conflictos y divisiones y dejando de lado una visión universalizante de la sociedad que reproduce la visión de las clases dominantes.
También pondera la cuestión de la naturaleza humana en Marx como resultado de las relaciones sociales, idea de fundamental relevancia para la teoría feminista, que lucha contra la naturalización de la feminidad, contra la asignación de tareas y comportamientos que se imponen como “naturales” y cuya función esencial es el disciplinamiento.
Sin embargo, y pese a sus valorables aportes, Marx nos dejó un análisis del capital y la clase realizado desde un punto de vista masculino. Por esta razón, desde el feminismo se elaboraron diversas críticas, ya que el enfrentamiento de este autor alemán ante el desarrollo del capitalismo lo hizo desde el punto de vista del trabajador industrial asalariado, sin considerar toda la esfera de actividades centrales para la reproducción de nuestra vida como el trabajo doméstico, la sexualidad, la procreación.
Marx no analizó la forma específica de explotación de las mujeres en la sociedad capitalista moderna.3 Comparte la idea de que el desarrollo industrial capitalista promueve una relación más igualitaria entre hombres y mujeres. No obstante, con la introducción del salario obrero masculino, las mujeres son relegadas de las fábricas y enviadas a casa, convirtiéndose el trabajo doméstico en su primer empleo, y convirtiéndose ellas en dependientes.
El salario crea una organización de la desigualdad, una nueva jerarquía, ya que es el hombre quien “supervisa” el trabajo no pagado de la mujer. Esta dependencia es la que se conoce como “patriarcado del salario”. Divide a la familia en dos partes, una asalariada y otra no asalariada, en donde el hombre tiene el poder de disciplinar y en donde la violencia siempre se encuentra latente. Esta nueva organización de la familia permitió un desarrollo capitalista imposible hasta el momento, logrando un trabajador más productivo, pacificado y explotado, pero que cuenta con una sirvienta en su casa. Por ello, compartimos con Federici que el trabajo no remunerado que los capitalistas extraen de los obreros es mucho mayor que el que extraen durante la jornada remunerada, puesto que incluye el trabajo doméstico no retribuido realizado por las mujeres.
La reproducción es la morada oculta de la producción. Lo que contiene la fuerza de trabajo es el cuerpo. Hay una política del cuerpo. Ese cuerpo no es neutral. Y es contra este modelo de familia contra el que se sublevan en los años 60 y 70 el movimiento feminista y las mujeres en general, rechazando el sometimiento de las mujeres, la naturalización de las tareas domésticas, reclamando su reconocimiento como trabajadoras no pagadas y el reconocimiento del trabajo doméstico en particular.
Federici sostiene que este trabajo, funcional a la organización del capitalismo,
… [n]os llevó a pensar la sociedad y la organización del trabajo como formado por dos cadenas de montaje: una cadena de montaje que produce las mercancías y otra cadena de montaje que produce a los trabajadores y cuyo centro es la casa. Por eso decíamos que la casa y la familia son también un centro de producción, de producción de fuerza de trabajo. (Federici, 2018, p. 18)
El salario es una forma de organizar la sociedad, de crear jerarquías, de invisibilizar y naturalizar formas de trabajo que en realidad son un mecanismo de explotación. Es este salario el que organiza relaciones de poder en la fábrica y en el hogar, expresa una relación de mando entre trabajador y patrón, y entre el trabajador y la esposa. Es una herramienta de orden económico, pero también político.
El salario tiene dos caras: capital y trabajo. Es la expresión de poder entre las dos. Por el lado del capital, es un intento de control de la productividad. Por el lado del trabajo, es el intento permanente de negociar más dinero por menos trabajo. Asimismo, supone la división entre las mujeres “que trabajan” y las “que no trabajan”, dado que solo “son amas de casa”; ello conlleva a que el trabajo doméstico no sea trabajo, que el trabajo no asalariado no se asuma como trabajo:
Producimos ni más ni menos que el producto más precioso que puede aparecer en el mercado capitalista: la fuerza de trabajo. El trabajo doméstico es mucho más que la limpieza de la casa. Es servir a los que ganan el salario, física, emocional y sexualmente, tenerlos listos para el trabajo día tras día. Es la crianza y cuidado de nuestros hijos –los futuros trabajadores– cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo. Esto significa que tras cada fábrica, tras cada escuela, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres que han consumido su vida, su trabajo, produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, escuelas, oficinas o minas. (Federici, 2018, p. 30)
La carencia de salario por el trabajo que desarrollamos las mujeres en los hogares es la causa principal de nuestra debilidad en el mercado laboral, ya que muchos empresarios saben de nuestra desesperación por lograr dinero para nosotras mismas y de nuestro acostumbramiento a trabajar por nada.
El salario es una herramienta política. A Federici le preocupa que la única manera de convertirse en sujetxs políticxs sea incorporar al reconocimiento salarial. Para ella hay otras formas, hay que romper la jerarquía interna a la clase sobre quienes cobran salario y quienes no. Sin perjuicio de ello, la autora considera que la demanda del salario doméstico es un claro rechazo a aceptar nuestro trabajo como destino biológico, condición esta imprescindible para comenzar a rebelarnos contra él.
Marx creía que las distinciones basadas en el género y la edad desaparecerían con el tiempo, y no vio la esfera de actividades y relaciones por las cuales se reproduce la fuerza de trabajo, específicamente el trabajo doméstico no remunerado y desarrollado por mujeres.
El trabajo femenino no remunerado que se realiza en el hogar es fundamental para la producción de la fuerza de trabajo. Ello redefine el trabajo doméstico, la naturaleza del propio capitalismo y la lucha en su contra.
A modo de conclusión, entonces, podríamos decir que la división entre el espacio privado-doméstico y el espacio público-político resulta funcional a un orden patriarcal y al sistema capitalista. El diferencial de explotación tiene su inicio, su punto de partida, en la reproducción. Por ello resulta trascendental incorporar la dimensión financiera para comprender esta lógica de explotación que el capital invisibiliza, explota y jerarquiza en los procesos de valorización.
El salario es una forma de organizar la sociedad, de crear jerarquías, de invisibilizar y naturalizar formas de trabajo que en realidad son un mecanismo de explotación. Es este salario el que organiza relaciones de poder en la “fábrica” y en el hogar, expresa una relación de mando entre trabajador y patrón, y entre el trabajador y la esposa, es una herramienta de orden económico, pero también político.
Según estadísticas de la OIT, en el año 2018, 647 millones de
personas en edad económicamente activa estaban fuera del mercado de trabajo por la
“imposibilidad de conciliar su vida laboral y personal”. El 93% de estas personas eran mujeres
–alrededor de 606 millones– mientras que solo el 7% eran varones
–aproximadamente 41
millones–. El principal obstáculo para la participación de las mujeres en el mercado
laboral lo constituye el trabajo de cuidados no remunerado y las responsabilidades familiares. (OIT, 2019,
pp. 83-84).
En este sentido, las finanzas explotan una trama productiva no asalariada, sostenida mayormente por mujeres, que en sus formas de contratación incluyen al salario informal y los subsidios estatales. Son fundamentalmente las mujeres quienes acuden al financiamiento privado, con tasas usureras para resolver problemas de su vida cotidiana. Se encubre la explotación financiera bajo la idea de “inclusión financiera”, y son los cuerpos feminizados lxs sujetxs predilectos de esa obligación, a quienes se consideran buenas pagadoras.
En este contexto, la deuda funciona como elemento estructurante, como un mecanismo compulsivo y de coacción: se aceptan trabajos fuertemente precarizados, condiciones indignas de empleo, en pos de afrontar el pago a futuro de la deuda. Se dinamiza la precarización desde adentro. Por esta razón, y tal como sostienen Cavallero y Gago (2019c), el gesto feminista sobre la deuda es, finalmente, tramar su desacato.
Nos enfrentamos a un empobrecimiento cada vez mayor de las economías populares que refinancian la deuda con más deuda para hacer frente a los alimentos y servicios más básicos. A través de la deuda se intenta disciplinar, se busca una economía de la obediencia. Sin embargo, en los barrios, las mujeres indagan nuevas formas de institucionalidad popular para hacer frente a la inflación y no acatar a la dictadura de las finanzas (cuidados colectivos, ferias, trueques, etc.).
Debemos visibilizar, rebelarnos, denunciar y enfrentar la violencia financiera. Debemos trabajar en la construcción de formas alternativas de desendeudamiento doméstico y préstamos no usurarios para hacer frente a la inflación y al ajuste económico, y minimizar sus daños. Empezar por reconocer todas aquellas tareas que no son identificadas como trabajo y a quienes históricamente se les negó el reconocimiento como productorxs de valor: mujeres, trabajadorxs de la economía popular, migrantes, disidencias sexuales, entre otrxs.
Como sostuvo Federici en 2018, frente a mujeres sindicalistas de todas las centrales en la Federación Gráfica Bonaerense: “Siempre nos han separado: entre las que trabajan en la fábrica, en la oficina, en la escuela, y en el hogar. Ha sido muy difícil crear un terreno común, debido a las diversidades económicas, sociales y generacionales. Pero ahora el movimiento feminista lo está haciendo” (citado en Cavallero y Gago, 2019c).
Referencias bibliográficas
Notas
1Este trabajo fue escrito para el Seminario “Debates de economía feminista: de las finanzas a los cuerpos”, a cargo de las docentes Lucia Cavallero y Verónica Gago, de la Maestría en Teoría Política y Social (Facultad de Ciencias Sociales, UBA).
2“Ser mujer ya es una desventaja en esta sociedad siempre machista; imaginen ser mujer y ser negra. Ahora hagan un esfuerzo mayor, cierren los ojos y piensen, ser mujer, ser negra y ser comunista; ¡Vaya aberración!”
3En La ideología alemana habla de la esclavitud latente en la familia y de cómo los varones se apropian del trabajo de las mujeres. En El manifiesto comunista denuncia la opresión de las mujeres en la familia burguesa, cómo las tratan como propiedad privada y cómo las usan para transmitir la herencia. Hay, por tanto, cierta presencia de una conciencia feminista, pero son comentarios ocasionales que no se traducen en una teoría como tal. Pero en los tres volúmenes de El Capital no hay ningún análisis del trabajo de reproducción (Federici, 2018, pp. 13-14).