DOI: http://dx.doi.org/10.19137/huellas-2024-2809


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ARTÍCULOS

La agroecología: de necesidad a opción. El caso de las huertas de Valle Viejo, Catamarca

Agroecology: from necessity to option. The case of the the vegetable gardens of Valle Viejo, Catamarca

Agroecologia: da necessidade à escolha. O caso do Valle Viejo, Catamarca

Silvia Carina Valiente[1]

Universidad Nacional de Catamarca / Consejo Nacional de Investigaciones

Científicas y Técnicas

scvaliente@gmail.com; svaliente@unca.edu.ar

Luciano Martín Mantiñán[2]

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

lmmantinan@yahoo.com.ar

Resumen

El presente trabajo comparte las primeras reflexiones de una experiencia de agroecología llevada adelante por mujeres -rurales y urbanas- del departamento de Valle Viejo, Catamarca, convertidas a productoras de alimentos en pleno contexto de pandemia. El punto de inflexión fue la llegada del Programa Mujer Rural en 2020, por el cual muchas mujeres se incorporaron al mismo aprendiendo el trabajo de la tierra y nuevos paradigmas vinculados a la agroecología; en principio por necesidad, luego como opción. Como investigadores sociales nos interesa analizar esa experiencia espacial e histórica particular que no admite copia de otro. En este caso, las mujeres nos colocan ante la necesidad de enriquecer corpus teóricos existentes sobre la agroecología desde una experiencia situadaque poco tiene que ver con lo ya escrito. Finalmente, el aporte que compartiremos deriva de una investigación en curso, y se pretende mostrar la multiactorialidad del espacio que nos ocupa, los diálogos instalados y las posibilidades de llevar adelante un trabajo colaborativo en la producción de nuevos conocimientos.

Palabras clave: Agroecología; Experiencia situada; Trabajo colaborativo; Dinámica socioterritorial

Abstract

This paper shares the first reflections of an agroecology experience carried out by women -rural and urban- from the department of Valle Viejo, Catamarca, who became food producers in the context of the pandemic. The turning point was the arrival of the Rural Women Program in 2020, through which many women joined it, learning how to work the land and new paradigms linked to agroecology; firstly, out of necessity, then as a possible option. As social researchers, we are interested in analyzing that particular spatial and historical experience that does not admit copying from another. In this case, women force us  to enrich existing theoretical corpus on agroecology from a situated experience that has little to do with what has already been written. Finally, the contribution that we will share comes from an ongoing research, and it is intended to show the multifactoriality of the space that occupies us, the dialogues emerged and the possibilities of carrying out a collaborative work in the production of new knowledge.

Keywords: Agroecology; Situated experience; Collaborative work; Socio-territorial dynamics

Resumo

Este artigo compartilha as primeiras reflexões de uma experiência de agroecologia realizada por mulheres rurais e urbanas no departamento de Valle Viejo, Catamarca, que se tornaram produtoras de alimentos no contexto da pandemia. O ponto de inflexão foi a chegada do Programa de Mulheres Rurais em 2020, por meio do qual muitas mulheres se juntaram a ele, aprendendo a trabalhar a terra e os novos paradigmas ligados à agroecologia; inicialmente por necessidade, depois como uma opção. Como pesquisadores sociais, estamos interessados em analisar essa experiência espacial e histórica específica que não pode ser copiada de nenhuma outra. Nesse caso, as mulheres nos colocam diante da necessidade de enriquecer os corpos teóricos existentes sobre agroecologia a partir de uma experiência situada que tem pouco a ver com o que já foi escrito. Por fim, esta contribuição deriva de uma pesquisa em andamento e tem como objetivo mostrar os múltiplos fatores do espaço que nos ocupa, os diálogos instalados e as possibilidades de realizar um trabalho colaborativo na produção de novos conhecimentos.

Palavras-chave: Agroecologia; Experiência situada; Trabalho colaborativo; Dinâmica sócio territorial

RECIBIDO: 13-01-2024 / ACEPTADO: 13-03-2024

Introducción

La preocupación por otras territorialidades, modos de existencia y otras formas de habitar, y en general temas vinculados a las memorias del territorio y producción de conocimientos, son temáticas presentes en las producciones de los autores de este escrito. En esta oportunidad, en el marco de un proyecto en curso (convocatoria PFI 2022) llevado adelante por un grupo de investigación interdisciplinario de reciente formación, nos adentramos en la tarea de conocer el trabajo que mujeres rurales y urbanas del departamento de Valle Viejo (provincia de Catamarca), quienes sin tradición en esta actividad, en un plazo menor a 5 años, se convirtieron en productoras agroecológicas a partir de su incorporación al programa de gobierno Mujer Rural[3].

A partir de dicha incorporación, estas mujeres comenzaron a experimentar otra relación con el lugar en el que viven, en sintonía con propuestas y premisas tales como “soberanía alimentaria”, “desarrollo económico regional”, “cuidado del medio ambiente”, generando nuevas prácticas y conocimientos desde sus experiencias y espacios vitales.

Parafraseando a Latour (2017), podemos considerar a estas propuestas y premisas como conocimientos “desde ninguna parte”, y son esenciales para pensar algunas de las problemáticas globales que le toca atravesar a la humanidad y nuestro planeta en la actualidad. Sin embargo, estos conocimientos no pueden imponerse siguiendo la misma lógica colonial que nos trajo a este punto de la geohistoria, avasallando otros conocimientos, favoreciendo la desmemoria, procesos que históricamente se tradujeron como despojo territorial, cognitivo e identitario.

Sostenemos, por lo tanto, que esos conocimientos “desde ninguna parte” deben informarse a partir de los “conocimientos situados” (Latour, 2017, p. 295), es decir, aquellos conocimientos que se nutren y constituyen desde los espacios vitales de sus habitantes. Sólo así pueden volverse factibles y contribuir en el desarrollo de sociedades más igualitarias, respetuosas del “otro”, colaborando en la construcción de vidas dignas y comunidades y espacios realmente empoderados (Silva y Martínez, 2004).

En términos generales, el proyecto del cual se desprende este escrito busca poner en superficie aquellos saberes redescubiertos o nuevos aprendidos por las mujeres productoras de agroecología, quienes le dan espesura al territorio, desestabilizando futuro-visiones que desestiman una única forma de organización y de hacer la vida en espacios rurales y urbanos no mercantilizados, como pretende ser este caso.

Presentación de la problemática

Según datos recientes de la FAO, el número de personas afectadas por el hambre a nivel mundial ha ido aumentando en los últimos años. Las estimaciones actuales indican que cerca de 690 millones de personas padecen hambre, es decir, el 8,9% de la población mundial. En 2019, cerca de 750 millones de personas se vieron expuestas a niveles graves de inseguridad alimentaria. Se estima que unos 2000 millones de personas en el mundo no disponían de acceso regular a alimentos inocuos, nutritivos y suficientes en 2019. De continuar estas tendencias el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones para 2030 (FAO, 2020)[4].  

Si bien es cierto que más de la mitad de la población mundial reside en ciudades (Davis, 2007), también lo es que cerca de un 10% de los territorios en el mundo son “urbanos” (Demographia 2019; Cox 2010). Es en el restante 90% donde se concentran la mayor parte de las reservas de agua dulce, gran parte de los ecosistemas costeros y terrestres, las tierras agrícolas, los minerales, y también los paisajes con las bondades medioambientales que ofrecen. De esta manera, “lo rural” deja de comprenderse como un espacio de deficiencias y de pobreza, y pasa a comprenderse como un espacio de oportunidades para transformar los sistemas alimentarios, para utilizar de manera sostenible la biodiversidad y contribuir a la conservación del medio natural (FAO, 2019a).

Uno de los principales obstáculos y desafíos que encuentran las experiencias comunitarias de agroecología es la hegemonía de narrativas de desarrollo que subvaloran y menosprecian su legitimidad, sus estrategias de vida y sus preocupaciones. Son estas narrativas las que cuestionan la validez de estas experiencias y que proponen que tales tierras deberían ser accesibles a inversiones de gran escala, en muchos casos del agronegocio (FAO, 2019b; FAO, 2019c). Estas narrativas deben ser contrastadas con la investigación situada de las experiencias que postulan otras territorialidades posibles (Valiente y Schweitzer, 2016), para profundizar en sus fundamentos filosóficos, sociales, culturales, y advertir sobre sus obstáculos, detectar sus limitaciones, brindar información de utilidad para el desarrollo de políticas públicas, así como promover el surgimiento de experiencias similares y fortalecer las existentes.

En este estudio, el departamento Valle Viejo es un lugar propicio para estudiar estas dinámicas por la originalidad del caso: la conversión de mujeres rurales y urbanas a productoras agroecológicas, sin antecedentes en esta actividad. Desde allí procuramos ampliar el corpus teórico existente, por lo general centrado en experiencias de grupos campesinos consolidados e indígenas. Gran parte de la bibliografía consultada sobre experiencias de agroecología remite al hacer de grupos que tienen un vínculo previo con la tierra, donde se ponen en juego saberes ancestrales y tradicionales, como veremos en el siguiente apartado. Aquí, la situación es completamente diferente porque la agroecología fue primero una necesidad; luego una opción. Una necesidad porque al momento de implementarse el programa Mujer Rural se contaba con pocos recursos (sólo disponían de un tractor y unas pocas herramientas para el laboreo de la tierra), lo cual empujó al desarrollo de la agroecología. Era lo único viable. Pero luego, pasó a ser una opción esta forma de producción y vínculo con la tierra.

Para contextualizar, el departamento está situado en la Región Centro de la provincia, dentro del valle Central de Catamarca. Es uno de los 16 departamentos. Tiene una superficie de 628 km² y ocupa el puesto 15° en el listado de los departamentos con mayor extensión. Su cabecera departamental es la ciudad de San Isidro, y comprende además a localidades de: Villa Dolores, Polcos, Santa Rosa, Zumalao, Pozo El Mistol, El Bañado, El Portezuelo, Santa Cruz, Huaycama, Hualcama, Antapoca, Agua Colorada, Las Tejas, Los Arbolitos y Las Esquinas. Es el segundo departamento más poblado.  A partir del censo de 1914 se constata un sostenido aumento de población como consecuencia de la división de las grandes parcelas y la venta de tierras a pobladores que venían de otras regiones a vivir en Valle Viejo, por su cercanía a la capital provincial. En los últimos 30 años, la expansión demográfica ha acelerado procesos de transformación del paisaje debido a la intensificación agrícola y deforestación. La mancha urbana se encuentra dispersa dentro del área cultivada de los minifundistas, pequeños y medianos productores donde la vegetación autóctona de tipo arbustiva-arbórea ha sido removida, conservándose en escasos sectores (Silva y otros, 2018).

Con lo expresado queremos dar cuenta que las modificaciones humanas han sido determinantes en la fragmentación de los ecosistemas, acelerando la pérdida de hábitat y la reducción de la diversidad biológica. Se pasó del monte nativo a áreas de pastizales y agrícolas, e hizo que el paisaje se encuentre más fragmentado, asociado a la deforestación y abandono de tierras, lo que también favorece los procesos de desertificación. En este escenario se crearon los proyectos de huertas sostenidas por mujeres rurales y urbanas en el marco del programa Mujer Rural que comenzó a implementarse en agosto del año 2020.  

Todo esto es relevante porque el papel de las mujeres es central en la producción de alimentos agroecológicos de Valle Viejo, principal cinturón verde del departamento capital. Desde estas anticipaciones, el proyecto en curso busca profundizar el trabajo en territorio ya iniciado, indagando sobre los conocimientos que las mujeres crean-aprenden-actualizan en los diálogos y prácticas que mantienen en su labor diaria.

Antecedentes y métodos

Desde el proyecto en curso coincidimos con la necesidad de (re)pensar la agroecología como una alternativa/respuesta a la crisis ecológica de nuestro tiempo. En el rastreo de antecedentes, poco se pudo recoger de otras experiencias; añadiéndose como objetivo al proyecto la construcción de un corpus teórico específico e inédito, dado que otras experiencias de agroecología, como la llevada adelante por estudiantes universitarios de la Universidad Federal de Matto Grosso do sul (Loschiavo Cerdeira y otros, 2019) con una clara perspectiva de descolonización del saber,  donde hay identidades fuertes vinculadas al territorio indígena y campesino, situación que no tiene relación con el caso de estudio.

Lugo Perea (2019) desde la opción decolonial, aborda la agroecología como objeto de estudio. De su aporte recogemos la idea que la agroecología promueve un diálogo de saberes que se nutre de los modos de habitar, transformar, permanecer y cuidar sus territorios.

Más próximo al caso de estudio podemos citar el trabajo de Montenegro de Siquot y Argibay (2023) quienes describe las ferias andinas, y aunque en el título y resumen se mencionen las ferias de las provincias del NOA, no hay ninguna mención a Catamarca, y menos a la venta de los productos en el mercado Chacarero de Valle Viejo (inaugurado en noviembre de 2022). Si bien las referencias incorporadas no son muchas, hablan de la falta de antecedentes en el caso de estudio.

Expuesta la necesidad de ampliar los marcos teóricos existentes, iniciamos una investigación exploratoria centrada especialmente en un trabajo de campo etnográfico (Guber, 2004) y colaborativo dentro de la investigación cualitativa (Vasilachis de Galdino, 2006; Peralta, 2009) que consist en visitas regulares a las huertas, realizando entrevistas, trabajo cartográfico y fotográfico de relevamiento. En este proceso de conocimiento entenderemos que la teoría se construye en el propio proceso de investigación a partir de la intersubjetividad entre los múltiples actores que participan en las huertas agroecológicas: las mujeres, los integrantes del equipo de investigación, los ingenieros agrónomos del municipio, personal del INTA, la intendente de Valle Viejo y COFECYT[5]. El criterio etnográfico de polifonía (Clifford, 1988) es el que guía nuestra observación y análisis, entendiendo que la enunciación reviste siempre un carácter intersubjetivo y social.

Ampliando lo expresado, la investigación en terreno está regida por técnicas no directivas, como la observación que mantiene la atención flotante, la entrevista no directiva y las líneas de vida (Guzmán Benavente y otros, 2022), herramientas que utilizamos para fortalecer el análisis de experiencias subjetivas, donde la intencionalidad no es la búsqueda de la verdad, sino un ejercicio de comprensión lo más detallado posible de las perspectivas de quienes participan. La entrevista no dirigida es la técnica más apropiada como forma de conocimiento a través de la experiencia directa, sustentada en la descripción y comprensión de las prácticas y conceptos acerca de cómo explican lo que hacen y el sentido que tiene para ellas.

Por lo tanto, interesa aprender como las mujeres generan nuevos conocimientos en relación al trabajo colectivo y con la tierra.  Los resultados están en construcción, y daremos cuenta de ellos en futuras publicaciones, en las que buscaremos mostrar la co-producción de los materiales como una de las modalidades de producción de conocimiento desde un trabajo colaborativo (metodologías participativas), apelando a la “sistematización de experiencias” (Torres Carrillo, 2014, 2017, 2021). Es desde esta metodología que se fundamenta en la reconstrucción narrativa e interpretación crítica desde la cual buscamos dar visibilidad y potenciar el trabajo que las mujeres vienen realizando.

Desde las disciplinas hacia lo transdisciplinar

Dado que esta contribución es incorporada a una revista disciplinar, y si bien sabemos que cada vez son más lábiles los límites las disciplinas y son conocidos los cuestionamientos a la fragmentación del conocimiento, reconocemos que las disciplinas no desaparecen en una mirada inter y transdisciplinar.

La geografía cultural realiza un gran aporte al reconocer que los espacios no sólo están llenos de poder, dominación e historicidad; sino que también contienen emociones, tal como invoca Restrepo (2010), al decir que es hora de restituir el lugar de las emociones al palacio del conocimiento. Así, ampliar la imaginación y el horizonte de investigaciones debe considerar la vida vivida, las emociones, como lo expresan Albán y Rosero: “la vida vivida, las emociones, esas otras maneras de razonar, emocionar que son constitutivas del territorio y escapan a los encuadres de la epistemología moderna” (2016, p. 33).

La llamada “geografía de la vida cotidiana” (Lindon, 2006) nutrida por la noción de geograficidad o “experiencia de habitar”, habla de la importancia de problematizar sobre y en el territorio, donde lo sensorial y experiencial se vuelven conocimiento. Así como el territorio no puede despojarse de su memoria porque ella habita en él, esa memoria es inconmensurable y se hace presente en la cotidianeidad. De allí que conceptos como “espacio vivido”, “espacio de la memoria”, “topografía de la memoria”, entre otros, pueden resultar centrales en las investigaciones.

Las geografías humanistas y posmodernas han considerado la forma en que las personas se vinculan con sus espacios, porque “(…) el espacio contiene también una dimensión subjetiva, que está dada por el conjunto de pensamientos, representaciones, sentimientos e imaginarios que las persona construyen a partir de sus experiencias” (Martin y Volonté 2021, p. 53). En los enfoques humanistas cobra especial importancia el concepto de lugar y se asocia al espacio vivido:

(…) es depositario de una carga emotiva, de un contenido simbólico y de unos valores que unas personas les atribuyen. Ortega Valcárcel lo define como “un espacio acotado, vinculado a la localización” y al mismo tiempo, “un espacio de la experiencia (Ortega Valcárcel, 2000, pp. 339-340, citado en Martin y Volonté 2021, p. 125).

Como anticipamos, el proyecto en curso hace un esfuerzo por contextualizar pluriescalarmente, multidimensional y multiactoralmente los procesos locales que tienen cabida en territorio, para mostrar las respuestas que se generan frente a las intervenciones hegemónicas.

Compartimos la idea que nada escapa a los lugares. Los lugares proveen la condición de posibilidad para la creación de prácticas sociales y la producción creativa de identidad (Cresswell, 2004), para habitar de otro modo, porque cada lugar se constituye en un espacio de interacción cotidiana, es el “ámbito de lo vivido, de lo percibido, de la existencia; un espacio con identidad, sentido y significado, de y para el individuo y el grupo social que lo habita y lo hace suyo” (Rojas Lopez y Gómez Acosta, 2010, p. 127).

Finalmente, valoramos positivamente los giros experimentados en los noventa por las disciplinas y la centralidad que se dió a la noción de territorio ligada a la praxis. Con el geógrafo brasilero Porto Goncalves (2008), el territorio pasó a ser pensado como la casa propia. Se asume que no es anterior o externo a la sociedad, y escapa a la visión del colonizador que hoy recrea el extractivismo. Se desplaza esta concepción impuesta que nada tiene de múltiple. Se entiende que el territorio es más que un recurso, es la base indispensable para el desarrollo de los pueblos.

Desde los discursos marxistas, el lugar es considerado ámbito de resistencia frente a las fuerzas del mercado y proyectos hegemónicos vinculados a intereses ajenos y distantes. A diferencia, aquí se valora la relación de las personas con su entorno de vida, y los vínculos entre las mujeres y su espacio, la huerta. Dicho esto, lo que veremos en este estudio es una estrategia de desarrollo endógeno mediante la recuperación y puesta en valor de predios abandonados para hacer agroecología, incentivadas por un programa del estado para potenciar el desarrollo. A través de los relatos de algunas mujeres, ponemos el acento en lo subjetivo, en sus experiencias, intenciones y propósitos, desde un abordaje de tipo inductivo y participativo. En adelante, nos adentraremos en unas primeras reflexiones de esta experiencia.

Cada lugar enraiza una experiencia espacial e histórica particular

Como se viene relatando, queremos evidenciar la necesidad de escribir y conocer desde la experiencia situada, lo que significa un conocimiento inicial de los territorios desde nuestra inserción en el campo, es decir, en las huertas donde cobran relevancia las vivencias de las mujeres con sus testimonios nutridos de memorias. Estas no son el recuento de hechos históricos. La memoria como dinamizadora del pasado convoca a revisar y “reconstruir los caminos por los cuales le otorgamos sentido a los acontecimientos de nuestra experiencia personal o de grupo” (Ospina, 2018, p. 123).

En algunos relatos las mujeres recurren a esa memoria de largo tiempo y el trabajo con la tierra remite a sus antepasados (abuelos, a veces a padres); pero en muchas otras, el trabajo en la huerta no viene a representar un retorno a la tierra cortado por dos o tres generaciones, reinstalando un vínculo interrumpido; sino que, inaugura una nueva relación. Sin embargo, prácticamente todas comparten el hecho de no haberse dedicado al trabajo de la tierra antes de estar en el mencionado programa. Tampoco lo habían considerado -en muchos casos- como una forma de vida o alternativa económica.

Entre otros aspectos podemos destacar de dichas experiencias es que en cada huerta se forma una densa red de relaciones que es vigilante de no caer en relaciones jerárquicas, llegando incluso –a veces- a cuestionar a los ingenieros de la municipalidad que las asesoran. No hay líderes en las huertas, tal como las mismas mujeres afirman. Tienen una organización horizontal e igualitaria, más allá que, a veces, en las entrevistas algunas de ellas tomen más la palabra frente a otras compañeras más tímidas o calladas.

Desde su incorporación al Programa Mujer Rural se busca mejorar la calidad de vida, salud y cuidado de los territorios en que viven. La agroecología que, como ya mencionamos, empezó como una necesidad por la falta de recursos, se convirtió luego para ellas en una opción. Trabajan en grupos de 3 horas por día. Para funcionar, INTA y el municipio les provee las semillas. Este último les paga un estipendio mensual por la tarea realizada. Vale aclarar que las huertas tienen un tamaño que va de un cuarto de hectárea a tres (aproximadamente), y la propiedad es privada en algunos casos, y en otros, funcionan en terrenos prestados. Todas se dedican a la producción de hortalizas y verduras, aunque proyectan en un futuro sumar árboles frutales.

A continuación, incorporamos una cartografía con la localización de las huertas agroecológicas del departamento Valle Viejo (Figura Nº 1). Se incluyen en la misma la totalidad de las huertas a la fecha de esta publicación, a saber: huertas urbanas (Pozo El Mistol y SOEM) y rurales (Portezuelo, Antapoca, Agua Colorada y Las Esquinas).

Figura Nº 1. Localización de las huertas agroecológicas de Valle Viejo

Fuente: Gentileza de Mgter. Sara Abbondanza, integrante del proyecto.

Consignamos a continuación una breve descripción de las huertas en cuestión (Cuadro Nº 1).

Cuadro Nº 1. Descripción de las huertas agroecológicas de Valle Viejo

AGUA COLORADA

PORTEZUELO

POZO EL MISTOL

SOEM

Tipo de propiedad

Privada. Unas 30 familias (todos parientes) viven ahí. Las tierras son del abuelo.

Privada. El predio es del padre de Fátima (quien trabaja con su hija, su madre, hermana y cuñada)

Predio prestado de un particular

El gremio SOEM les presta el predio

Disponibilidad de agua

Agua de red

Agua de red

No tienen agua. Le llena dos tanques la municipalidad y un vecino les comparte

Agua de red

Superficie y tipo de producción

Se utilizan 3  potreros chicos (20 x 20 metros aproximadamente) para la producción de verduras (cultivo de arvejas, repollo, remolacha) sobre un total son 220 has. dedicados a la cría extensiva de cabras

Predio cerrado donde funciona la plantinera (en Invernadero). Mediante el proceso de siembra controlada, se preparan los plantines de legumbres, tomates, rúculas, remolachas, verdeos, zanahorias, lavandas, ajíes, choclos, habas, arvejas, para diferentes productores y para las otras huertas del proyecto “Mujeres Rurales”,

Predio cerrado (3 has. aproximadamente)

Queda espacio libre para limpiar y ampliar la superficie cultivada.

Tipo de producción: tienen

cebollines, cebollas, puerros, pimiento, tomate, albahaca, rúcula, acelga, lechuga, rabanitos de arveja habas y choclos, estos últimos formando una barrera contra el viento.

Predio de de 20 x 50 metros aproximadamente. Falta cerrar en tramos el predio (entra  gente y se lleva verduras, o cabellos entran y la comen)

Queda espacio libre para limpiar y ampliar la superficie cultivada (igual producción que en Pozo El Mistol)

Inicio de la actividad y cantidad de mujeres que trabajan

Desde marzo de 2023. Trabajan 8 mujeres, en turnos de 3 horas por día  (mañana y tarde)

Desde 2020. Trabajan 5 mujeres. No hacen turnos porque el trabajo es intenso

Desde 2019. Trabajaban 14 mujeres en turnos de 2 horas por día  (mañana y tarde). Se desdobló esta huerta (agosto de 2023), Aquí quedaron 9, y 5 armaron otra huerta

Desde 2020.  trabajan 12 mujeres en turnos de 3 horas por día  (mañana y tarde)

Tipo de siembra

En surco. Tuvieron un  invernadero para la producción de plantines que el viento destruyó. Con fondos del proyecto se lo va a recuperar

En invernadero (estructura deteriorada). Se gestionarán más fondos desde el proyecto para mejorar y ampliar el invernadero.

En surco. Tienen un invernadero deteriorado (prod. de plantines) y otra estructura para hacer otro invernadero que se construirá con fondos del proyecto (ya se realizó la compra de los materiales)

En surco, cantero y paño.

construirá un invernadero con fondos del proyecto (ya se realizó la compra de los materiales)

Destino de la producción

mercado Chacarero (sábados por la mañana) y particulares

Venta a particulares. Producción de plantines por encargo. Vienen de otras provincias

Autoconsumo, venta a particulares y venta en el mercado Chacarero (sábados por la mañana)

Relación laboral

Algunas mujeres  cumplen sus tareas en el marco del programa “Potenciar trabajo” y otras incluidas en el Programa Mujer Rural

Empresa familiar

Algunas son becadas por el municipio, y las restantes reciben un estipendio mensual por estar incluidas en el Programa Mujer Rural

Proyeccción

Que entre en producción la Ecofábrica (producción de fertilizante con el guano de la cabra). [6]

Ampliar el invernadero

Ampliar los canales de comercialización

Convertirse en  cooperativa

Otros datos

La cooperativa recibe el nombre de la madre y abuela de las mujeres de la familia.

Fátima fue reconocida con el premio “Lía Encalada” (abril 2023)

FACEBOOK “Huerta Pozo El Mistol”

FACEBOOK “Huerta Agroecológica Soem”

Fuente: elaboración propia.

Para acceder a tales experiencias, advertimos la necesidad de explorar y comprender la singularidad de las mismas mediante la investigación etnográfica (Guber, 2011).  Teniendo a las mujeres como protagonistas, en nuestra investigación damos la palabra para que ellas narren para sí y para otros su experiencia. En este sentido, se trabaja desde la perspectiva de que son sujetos sociales, constructoras de su historia, acordando con lo aquí expresado:

Desde la perspectiva centrada en los actores sociales del desarrollo (Long, 2007), por lo general abundan los estudios con base en preguntas, no en hipótesis. Desde otra perspectiva, no se trata de actores sociales, sino de sujetos sociales en proceso de instituir vías alternas al desarrollo, con un proyecto histórico propio que se activa a partir de las acciones colectivas (Zemelman, 2011). Así que también es necesario redefinir a las personas de nuestro estudio ya no como “informantes”, mucho menos como “beneficiarios del desarrollo” o “sujetos pasivos”, sino que hay que considerarles como “actores sociales” o como “sujetos sociales”, aunque no son sinónimos. (Gómez-Martínez, 2022, p. 6).

Desde el conocimiento situado y siguiendo a Chakrabarty en su formulación de que “el pensamiento se vincula con los lugares” (2008, p. 26), es que traemos para finalizar esta primera aproximación, la voz de las mujeres de diferentes huertas:“Yo le digo a las chicas que entre nosotras nos tenemos que apoyar. Yo en mi casa no riego ni una planta, pero acá todo” (Silvana, SOEM - Figura Nº 2).

El comentario de Silvana es significativo en varios aspectos. Tal como nos han comentado los ingenieros de la Municipalidad de Valle Viejo algunas de las mujeres del proyecto han padecido violencia de género; en otros casos se trata del primer trabajo al que acceden algunas mujeres y la primera vez que adquieren cierta independencia económico. Tal es el caso de Roxana, de 22 años de huerta SOEM, que nunca había tenido un trabajo con anterioridad. Para estas mujeres el espacio de la huerta es un espacio del compartir, por eso la idea del “apoyo” que aparece en el relato de Silvana cobra especial intensidad. Ese apoyarse “entre nosotras”, porque más allá de las experiencias familiares, personales de cada una, el trabajo de la tierra con fines económicos para todas constituye una novedad. Y en esa novedad están inscriptas sus experiencias subjetivas y colectivas, con sus aspectos positivos y con sus problemas.

Figura Nº 2. Huerta del gremio SOEM

Fuente: Fotografía tomada por los autores.

En ese marco, aparece el aprendizaje como idea recurrente. La huerta como el espacio donde todo se tuvo que aprender: desmalezar los terrenos, preparar los espacios destinados a los cultivos, el trabajo con las semillas, los momentos de siembra y cosecha, la dedicación y el momento del riego, y también la comercialización de lo producido. En todo ese proceso, la idea del “apoyarse” fue y es clave.

La falta de experiencia en el trabajo, el aprender y compartir conocimientos aparece claramente en el relato de Jéssica: “Hacer y estar es cansador. Yo no sabía nada. Vino una chica y un chico, y él nos fue enseñando. Esas plantitas grandes las pusieron ellos, esa fue la primera vez que vino” (Jéssica, Agua Colorada, Figura Nº 3).

Figura Nº 3. Huerta Agua Colorada

Fuente: Fotografía tomada por los autores.

Margarita, por su parte, confirma y profundiza en esta idea del espacio de la huerta como un lugar de “disfrute”:

“Y bueno, acá uno se distrae, se olvida de todos los problemas que uno tiene. Es muy lindo” (Margarita, SOEM). En varios relatos aparece la huerta como el espacio donde van los hijos (bebés y niños pequeños) de las mujeres, donde juegan con sus pares y también aprenden, colaboran con algunas actividades, como siembre y cosecha.

Jorge, uno de los ingenieros municipales que asesora las huertas nos comentaba al respecto: “Los hijos de las mujeres lamentan que el horario en que la madre va a la huerta ellos están en la escuela. Les encanta ir, juegan, la pasan bárbaro” (Jorge, ingeniero de Valle Viejo).

Sin embargo y lejos de romantizar estas experiencias, las mujeres reconocen que los problemas no son pocos. Algunas huertas padecen la falta de acceso al agua; en otros casos las mujeres comentan que el pago que reciben por su trabajo no lo consideran un salario, sino una “ayuda”, por el poco monto que significa. El problema se agrava muchísimo en casos como los de Belén, de la huerta SOEM, que tiene siete hijos. Si bien las mujeres venden lo producido a los vecinos que se acercan a las huertas y al mercado Chacarero todos los días sábados, reconocen que muchas veces eso no alcanza para significarles un beneficio tangible. Por este motivo especialmente es que algunas mujeres que participaron en un comienzo del programa, terminaron posteriormente abandonándolo.

Por esto expuesto es que muchas mujeres deben complementar este ingreso con otros trabajos, aprovechando que en la huerta trabajan entre 3 y 4 horas por día manejando sus horarios. Sin embargo, y más allá de estas y otras dificultades que se podrían mencionar, las mujeres que permanecen, al menos al día de hoy siguen apostando por el proyecto, por su difusión y proyectándolo a futuro: “Nos encantaría que este trabajo se difunda a nivel de sociedad y a nivel de mercado sobre todo” (Soledad y Fernanda, Los Plateados).

Si bien, como ya mencionamos, en una primera instancia la agroecología no fue una opción, sino una necesidad, desde hace ya un tiempo las mujeres reconocen el valor de su producto y lo reafirman en muchas ocasiones “Esto es muy saludable, aparte no utilizas ningún fertilizante” (Daniela, Pozo El Mistol, Figura Nº 4).

Figura Nº 4. Huerta Pozo El Mistol

Fuente: Fotografía tomada por los autores.

Finalmente, mencionamos el caso de una de las mujeres que terminó armando su propio emprendimiento de producción de plantines y abastece a numerosos productores y huertas locales de la provincia de Catamarca y La Rioja, y se hizo merecedora de una distinción: “Gracias a mi trabajo fui reconocida con el premio La Escalada, premio que obtuve en Buenos Aires por mi trabajo en Mujer Rural” (Fátima, Portezuelo, Figura Nº 5).

Figura Nº 5. Plantinera Portezuelo

Fuente: Fotografía tomada por los autores.

Como vemos, en cada huerta, hay una historia del hacer y del vivir que merece ser contada. Hay una manera de crear, de planificar el trabajo, de organizar los horarios. Explorar esas formas de uso y organización del territorio es una forma de restituirle el lugar a esas pequeñas historias y saberes considerados como historias menores en la distribución geopolítica del conocimiento. Rosero (2020) nos habla de la necesidad de pensar en otras historias. Esto es, en otras palabras, entender que el contexto no está desprovisto ni de espacialidad, ni de temporalidad, ni de personas concretas. Ellas son constructoras de la historia de barrio, localidad, pueblo.

Conclusiones

Hay una historia del hacer y del vivir que contar y eso nos coloca en el plano de la praxis. No basta la teoría, se requiere aprender compartiendo experiencias en el territorio. De eso se trata la investigación situada, de entrar en diálogo con otras personas, otras historias para poder entenderlas. Resulta imperativo reinscribir los saberes que han sido enterrados en la telaraña de relaciones simultáneas en que habitamos, donde no existe una única forma de vivir, ni de ser campesino o urbano, o, mujer rural. En el proyecto en curso se procura indagar cómo se recrea la vida lugares que estaban desaprovechados (había tierra disponible pero no utilizada para la producción de alimentos), ya sea porque eran un basural (el caso del predio que presta el sindicato SOEM para la huerta) o estaban sin ser trabajadas, como el predio de Pozo El Mistol. De allí la importancia de los estudios situados, y la necesidad de enriquecer la teoría existente sobre propuestas de agroecología, donde nociones de comunidad, saberes de campesinos, o conocimientos ancestrales, no tienen cabida. Más bien aquí predominan los saberes occidentales en tanto que siguen las indicaciones de los ingenieros, pero lo que resulta más atractivo, es la manera en que las mujeres lo incorporaron y lograron aprender y sostener un proyecto de agroecología sin depender del personal técnico

Otro aprendizaje que está evidenciando esta experiencia, es que, para ellas, la agroecología no se reduce a un tema de producción, sino que las ha transformado, generando lazos de afectividad entre ellas y la tierra, aunque no exista un vínculo milenario con la tierra, como se menciona por lo general en la bibliografía consultada.

Es para ellas un espacio de libertad, de creación e iniciativa. Ellas están lejos de la narrativa de la ciencia que ve a la agroecología como propuesta a contracorriente de la ciencia y de los presupuestos de la nación moderna. Aquí se genera desde lo doméstico nuevas formas de hacer, de crear vida, y en un sentido más amplio, prolifera la esperanza y el deseo por la construcción de una sociedad más justa y menos degradante del ambiente.

Nuestro lugar de enunciación, la academia, nos hace testigos de esto que empezó siendo un proyecto para las mujeres y fue cambiando a ser un “proyecto con las mujeres” y no “para ellas”. Esto nos acerca al precepto de planificar “con la gente” y no “para la gente”. Se reconoce que es un camino incipiente todavía, y la intervención en el territorio es aún insuficiente. Las mujeres son “traductoras de realidades” y eso nos empuja a la necesidad de llenar de sentido la bonita expresión “investigar en territorio” y hacer efectivo el deseo de “aprender del otro y junto al otro, desde una escucha real”, como a los autores de este escrito les gusta decir, desde la convicción de que existen otras maneras de solucionar los conflictos y de entender el trabajo colectivo-colaborativo. Nuestra intervención, además de proveer de recursos materiales comprados con fondos del proyecto, pasa por colaborar en sistematizar ese conocimiento oral, resignificando la importancia de la tarea que realizan, contribuyendo con recursos materiales para el sostenimiento de esta actividad.

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Notas

[1] Prof. y Lic. en Geografía. Mgter. en Antropología. Dra. en Geografía. Investigadora Adjunta del Instituto Regional De Estudios Socio-Culturales (IRES); (CONICET–UNCA). Profesora Adjunta regular de Antropología General de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Catamarca (EDA-UNCA). Coordinadora del Grupo de Estudios sobre Espacios cotidianos y memorias. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1788-6330.

[2] Lic. y Dr. en Antropología. Investigador Asistente del Instituto Regional De Estudios Socio-Culturales (IRES); (CONICET – UNCA). Miembro Internacional Activo del Grupo de Investigación en Arquitectura y Ciudad (UNAP). ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5501-509.

[3] Se trata de un programa impulsado por la Organización de Naciones Unidas articulado por el Ministerio de Agricultura de la Nación (www.unwomen.org/es/what-we-do/economic-empowerment/rural-women). Citando el portal web del Instituto de Desarrollo Rural de nuestro país, el programa “busca el reconocimiento de los derechos de las mujeres en el marco de un proyecto de desarrollo rural con perspectiva de género, entendiendo que cumplen roles esenciales en la comunidad, además de contribuir a incipientes proyectos de soberanía alimentaria y a propiciar un desarrollo económico ambientalmente sustentable desde la producción orgánica basada en la rotación de cultivos por estación.

[4] La misma organización señala que los sistemas alimentarios hegemónicos han generado efectos negativos de carácter social, ambiental y de salud debido a las prácticas de producción, procesamiento, comercialización y consumo existentes (FAO, 2020). El 22% de las muertes de adultos en el mundo están relacionadas con sus hábitos alimentarios, siendo las enfermedades cardiovasculares la principal causa, seguida de cánceres y diabetes (FAO, 2020).

[5] Consejo Federal de Ciencia y Tecnología dependiente del Ministerio de Ciencia y Tecnología de Nación. Este organismo financia nuestro proyecto desde el cual se facilitan las unidades de compostaje para la producción de compost para incrementar el ingreso de las mujeres y no depender sólo de la venta de verduras. Además, mejora y aumenta la productividad del suelo.

[6] La ecofábrica es una cooperativa que lleva por nombre “Felisa Herrera”. Producen fertilizante con las heces de la cabra. Colocan el estiércol de la cabra con azúcar negra, levadura, carbón, carbonilla (es la ceniza que queda cuando sacan el carbón) y agua sin cloro, más la maleza, y suero del quesillo. Todo va a los tanques biodigestores (150/200 litros). Se pone una manguera, una botella y ahí destila el gas. Cuando deja de burbujear, ya está. Por ahora la producción no es segura. El actual PFI 2022 continúa con otro (PFI 2023) que busca la producción segura del biofertilizante para su comercialización.