Typesetting
in Anclajes
Voces silenciadas y cuerpos despedazados: drama migratorio en Libro centroamericano de los muertos (2018) de Balam Rodrigo
Resumen
En el Libro centroamericano de los muertos (2018), Balam Rodrigo presenta el drama de las comunidades migrantes centroamericanas en su travesía por el territorio mexicano hacia los Estados Unidos. El poeta chiapaneco recurre a procedimientos intertextuales como el palimpsesto para denunciar la sistemática vulneración de los derechos humanos de las comunidades centroamericanas, desde la época de la Conquista hasta nuestros días, de modo que retoma documentos como la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de fray Bartolomé de las Casas, para exponer el sufrimiento de las poblaciones migrantes contemporáneas. En el poema se expresan las torturas, secuestros, violaciones, desmembramientos y desapariciones que sufren los y las migrantes en su recorrido sobre La Bestia (nombre popular de la red de trenes de carga que transitan por México), de modo que se presenta el cuerpo violentado y fenecido como espacio de la dominación, el borramiento y la diferencia.
Main Text
Introducción. Migraciones contemporáneas
En el Libro centroamericano de los muertos, Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018, Balam Rodrigo testimonia, desde las posibilidades expresivas del discurso poético, el drama de los migrantes centroamericanos en su tránsito por México hacia los Estados Unidos[1]. El poeta chiapaneco denuncia las violencias y exclusiones sistemáticas e históricas que castigan a las poblaciones migrantes, no sólo en sus países de origen como determinantes de su éxodo, sino principalmente en su trayecto por la nación mexicana, que multiplica los sufrimientos, extorsiones, violaciones, desmembramientos y desapariciones de hombres, mujeres, niños y niñas provenientes de Guatemala, Nicaragua, Honduras y El Salvador, quienes deciden arriesgar sus vidas para cumplir el “sueño americano”.
Balam Rodrigo recurre a múltiples estrategias discursivas y textuales como la construcción de distintas voces poéticas que enuncian sus dramas desde el espacio polifónico de la muerte. Asimismo, incluye recursos documentales como sinopsis de noticias, recortes de informes de organismos institucionales y no institucionales y archivos fotográficos familiares —que impulsan al lector a desplazarse de lo imaginario a lo documental[2]—, acompañados de coordenadas geográficas que configuran una cartografía textual del tránsito migratorio.
Como poema extenso, el Libro centroamericano de los muertos reúne intertextos narrativos, poéticos y religiosos que, desde la estrategia del palimpsesto, mencionada en la “Nota del autor”, proponen una lectura conjunta y sumativa de las formas de violencia coloniales y poscoloniales que operan sobre sujetos y poblaciones subalternas. Así pues, la reunión de diferentes formas genéricas, textuales, artísticas y discursivas, si bien resalta el carácter proteico, híbrido y fragmentario del poema, no rompe con su unidad compositiva interna, la cual se sostiene en la diversidad y multiplicidad que identifican las posibilidades experimentales del poema extenso moderno, al “integrar diversos elementos sin perder su visión de conjunto, de unidad estética que proyecta un universo poético coherente” (González 34).
Desde finales del siglo XX la crisis migratoria constituye, junto con el cambio climático, una de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo, al ocupar un lugar principal en la agenda pública de diversos organismos nacionales e internacionales. Las dinámicas económicas, culturales y laborales de la sociedad globalizada (Wihtol de Wenden 80-81; Martínez 26-29; Jiménez 33); los cambios en los flujos y las poblaciones migratorias (Wihtol de Wenden 85-86; Álvarez y López 23-24; Ceja et al. 11-12); y los conflictos armados producto de las crisis políticas y sociales que flagelan a distintos Estados-nación (Naranjo 271), transformaron definitivamente el panorama migratorio contemporáneo al imponer condiciones adversas para determinadas comunidades en tránsito, particularmente a aquellas provenientes de países mal llamados “no desarrollados” o en “vías de desarrollo”.
En el caso de América Latina, la población migrante duplica, en términos porcentuales, la estimación mundial, de modo que alrededor de veinticinco millones de latinoamericanos residen fuera de sus países de origen, fenómeno que se ha acelerado en las últimas décadas producto de las políticas neoliberales de la región (Sandoval “No más muros” xvi), y la implementación de estrategias de seguridad nacional e internacional que, en determinadas ocasiones, autorizan la violación de los derechos humanos de ciudadanos y ciudadanas del continente. En palabras de Stefanie Kron, “el manejo de la migración irregular parece haberse convertido en sinónimo de combate del tráfico ilícito y de la trata de personas” (61).
En su obra No más muros. Exclusión y migración forzada en Centroamérica, Carlos Sandoval García afirma con claridad que en esta región del continente los procesos migratorios constituyen una “dimensión estructural y estructurante de las sociedades (…) que resultan de procesos de exclusión y al mismo tiempo suplen lo que ni el Estado ni el mercado proveen” (11). En consecuencia, la diáspora centroamericana no sólo duplica, sino que cuadriplica el estimado de migrantes a nivel mundial, como resultado de un sistema económico global inequitativo, que acelera los procesos de industrialización y tecnificación en determinadas regiones del mundo (el hemisferio norte, Medio Oriente, y algunos países de Asia, Australia y Nueva Zelanda), y ocasiona una distribución desigual de bienes y servicios en las sociedades centroamericanas, históricamente golpeadas por la pobreza y la exclusión multidimensional.
En el Libro centroamericano de los muertos, Balam Rodrigo poetiza el drama de la migración forzada centroamericana, que tiene sus orígenes en los gobiernos dictatoriales y las guerras civiles que dominaron el panorama político y social de la región en la segunda mitad del siglo XX[3]. La profunda crisis humanitaria ocasionada por el acelerado deterioro de las economías locales y la implementación de estrategias de lucha contrainsurgente –que en los países del Triángulo Norte Centroamericano tomaron el nombre de “tierra arrasada”, “guerra de baja intensidad” o doctrina de “seguridad nacional” (París 14; Sandoval “No más muros” 6)– obligó a miles de habitantes a desplazarse del campo a la ciudad, o incluso a otros países del continente como México y Estados Unidos.
La ausencia de reformas políticas, agrarias y económicas que consolidaron el proceso de transición democrática, que siguió a las firmas de los acuerdos de paz (París 22), prolongó la pobreza estructural, la violencia y la desigualdad social en la región. Desde finales del siglo XX, el crecimiento de las pandillas –consecuencia, en parte, de la política de deportación de Estados Unidos– se convirtió en un fenómeno transnacional, que acrecentó el éxodo de centroamericanos acorralados por los asesinatos, las torturas, las violaciones y las extorsiones cometidas por las “maras” en el desarrollo de sus actividades delictivas (París 25).
La escritura palimpséstica y el continuum de la historia
En el Libro centroamericano de los muertos, Balam Rodrigo explora las posibilidades creativas y enunciativas del palimpsesto, entre otros procedimientos intertextuales[4], para denunciar las prácticas violentas que, histórica y sistemáticamente, se acumulan sobre la población migrante y así señalar que el aumento del éxodo centroamericano en las primeras décadas del siglo XXI no responde solamente a la crisis actual de los gobiernos locales, pues también es resultado de diversas formas de dominación, exclusión y violencia que sobreviven desde la época colonial hasta nuestros días.
En el poema se incluyen fragmentos de relaciones de Indias, obras literarias y textos bíblicos con modificaciones, transformaciones y adendas puntuales, de modo que se explora la ambivalencia de la palabra literaria, que permite al autor, como explica Julia Kristeva, “utilizar la palabra de otro para poner en ella un sentido nuevo, al mismo tiempo que conserva el sentido que tenía ya la palabra. De ello resulta que la palabra adquiere dos significaciones, que se vuelve ambivalente. Esa palabra ambivalente [en cursivas en el original] es pues el resultado de la junción de dos sistemas de signos” (201).
En este sentido, Cristina Rivera Garza recuerda que toda escritura responde a dinámicas de apropiación textual que ineludiblemente recuperan la palabra del otro, como un proceso de reescritura siempre inacabado “que, produciendo el estar-en-común de la comunalidad, produce también y, luego entonces, el sentido crítico –al que a veces llamamos imaginación– para recrearla de maneras inéditas” (274). En su poema, Balam Rodrigo realiza, desde la estrategia del palimpsesto, un proceso de desapropiación de autorías ajenas como una propuesta de escritura colectiva que permite descubrir de nueva cuenta, pero con diferentes mecanismos de poder y dominación, las terribles violencias que castigan a los migrantes centroamericanos. Por consiguiente, en los palimpsestos que aparecen en el Libro centroamericano de los muertos “la repetición siempre implica variaciones: no hay repetición propiamente dicha” (Rivera 268).
Al iniciar el poema, el autor anuncia la relación intertextual que establecerá con la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, colegida por el obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552, como una forma de descubrir en la intervención de los procesos escriturales el drama de los pobladores centroamericanos en diferentes momentos de la historia. Así pues, el Libro centroamericano de los muertos se acompaña del siguiente subtítulo: “Brevísima relación de la destrucción de los migrantes de Centroamérica, colegida por el autor, de la orden de los escribidores de poesía, año de MMXIV” (Rodrigo 15). Por tanto, además de los textos, también se superponen las figuras del fraile dominico y del poeta mexicano como un ejercicio de apropiación textual que denuncia los crímenes contra los nativos y migrantes centroamericanos, quienes son víctimas de mecanismos y estructuras de poder que buscan beneficiar económicamente a determinados sectores de la sociedad[5].
Balam Rodrigo recupera el sumario de la Brevísima relación para construir el argumento de su propio escrito, por consiguiente, mediante el recurso del palimpsesto manifiesta y posiciona su voz de denuncia:
En el fragmento citado –y en todos los palimpsestos que aparecen en el poema–, Rodrigo utiliza la tipografía itálica para destacar las intervenciones que realiza, a manera de adición o modificación, de los hipotextos en la obra. En su argumento, se aleja de la presentación del “maravilloso descubrimiento […] tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido” (De las Casas 7) que aparece en las primeras líneas de la obra lascasiana, para señalar el espacio y la situación que orientan la escritura palimpséstica; a saber: el tránsito de los migrantes centroamericanos por México hacia Estados Unidos. Posteriormente, los pliegues textuales vuelven a unirse en una voz plural para acusar “las matanzas y estragos de gentes inocentes”, así como todos los vejámenes cometidos sobre los centroamericanos, de modo que el poeta chiapaneco se reconoce como un testigo que “con toda la indignación y la rabia” sostiene y actualiza la antigua y, al parecer, sempiterna voz de denuncia, que ya no se dirige al futuro rey Felipe II de España, como en los tiempos coloniales, sino a nosotros, lectores del poemario en las primeras décadas del siglo XXI.
Así pues, en el Libro centroamericano de los muertos, se representa el continuum de la historia, al documentar en el espacio de lo testimonial, lo poético y lo cronístico, la violación sistemática y estructural de los derechos humanos de las comunidades centroamericanas, tanto en el siglo XVI con el extermino de los pueblos indígenas, como en el siglo XXI con los atropellos a la población migrante. Dicha comprensión de la historia recuerda las reflexiones de Walter Benjamin al contemplar el cuadro del Angelus Novus: “El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándola sin cesar” (44).
En el poemario, la “catástrofe única” se manifiesta en el drama de los migrantes centroamericanos, desafortunados herederos de innumerables torturas y vejaciones sobre las que se construyó la sociedad moderna, sus estructuras de poder y sus dinámicas de pobreza y exclusión[6]. Balam Rodrigo –al igual que Walter Benjamin– reconoce el continuum de la historia como la demostración constante del dominio de los opresores y, en el “instante de peligro” que constituye la vorágine brutal de la migración contemporánea, acude a la fuerza revolucionaria de la palabra poética para introducir el discontinuum histórico en la representación de la voz de los oprimidos[7], pues “más difícil es honrar la memoria de los sin nombre que la de los famosos, de los festejados, sin exceptuar la de los poetas y pensadores. La construcción histórica está consagrada a la memoria de los sin nombre” (Benjamin 91-92). Y la escritura poética, también.
El Libro centroamericano de los muertos incluye, además de la obra lascasiana, otros intertextos que expanden y afirman su propuesta poética y su denuncia política. Por ejemplo, el testimonio de Balam Rodrigo está acompañado por la representación imaginaria de hombres, mujeres y niños migrantes que exponen el doloroso drama de su travesía interrumpida por la muerte. La estructura polifónica del poema recuerda el suceder de voces fantasmales que habitan en la novela Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo y que resuenan como un eco en algunos versos del poema: “Vine a este lugar porque me dijeron que acá murió mi padre / en su camino hacia Estados Unidos, / sin llegar a ver los dólares ni los granos de arena en el desierto” (28). La visible diferencia entre estas composiciones es que la ilusión de la vida proyectada en un inicio por la obra rulfiana desaparece sin haberse por lo menos adivinado en el poema extenso de Rodrigo.
Asimismo, el continuum de la historia que arrastra el doloroso pasado de conquista y explotación indígena de la época colonial apuntala sus correlatos en otros espacios de la historia centroamericana, como las guerras civiles y los gobiernos dictatoriales que dominaron la realidad política y social de El Salvador, Nicaragua, Honduras y Guatemala en la segunda mitad del siglo XX, que se encadenan a los procesos migratorios centroamericanos recientes. En el Libro centroamericano de los muertos se incluyen algunos versos del poema “Vámonos, patria, a caminar” (1965) de Otto René Castillo, texto en que el poeta guerrillero requiere la compañía de su pueblo para combatir la dictadura militar. En este caso, Balam Rodrigo acude nuevamente a la escritura palimpséstica para exponer que ahora el poeta debe acompañar a la población migrante en su periplo por tierras mexicanas, pues dichos migrantes son la misma y, a su vez, otra cara diferente[8] de aquellos que tiempo atrás combatieron o huyeron de la guerra. En el doblez del palimpsesto que aparece en el Libro centroamericano de los muertos el poeta declara: “Vámonos patria a migrar, yo te acompaño” (Rodrigo 27). En el mismo tenor, se retoma el famoso microrrelato “El dinosaurio” de Augusto Monterroso que es asumido en el poema como mecanismo denunciatorio contra la brutalidad de los agentes mexicanos de migración: “Y cuando despertó, la migra todavía estaba allí” (Rodrigo 126).
Ahora bien, la superposición de voces y acontecimientos en la construcción del mundo poético se complementa con la inclusión de textos religiosos desde las primeras páginas del escrito, que apuntan a la actualización de relatos espirituales en el mundo contemporáneo, como representación del destino trágico que persiste en la experiencia de los migrantes centroamericanos en el siglo XXI. Los relatos bíblicos cumplen una función primordial en el Libro centroamericanos de los muertos, donde la diáspora del pueblo judío y el anhelo de la “tierra prometida” se representa como el constante migrar de los centroamericanos por tierras mexicanas en busca del “sueño americano”, que constituye su única posibilidad de abandonar el mundo infernal que los vio nacer: “ʻMaestro, ¿qué debemos hacer si nos detienen / y nos deportan?ʼ a lo que Él respondió: ʻDeben migrar setenta / veces siete y si ellos les piden los dólares y los vuelven a deportar, […] / vuelvan a migrar nuevamente / de Centroamérica y de México, sin voltear a ver nunca más, atrás…” (Rodrigo 22). Pero el viaje no sólo será difícil, sino además infructuoso, pues los hombres, las mujeres y los niños que emprenden la diáspora contemporánea no logran alejarse de su realidad marcada por la pobreza, la desigualdad y la muerte; por el contrario, los migrantes ingresan en una nueva vorágine de violencia que multiplica, en tierra ajena, el sufrimiento de los oprimidos y olvidados en su interminable errancia.
Polifonía de la muerte: cuerpos migrantes profanados
Todas las presencias que habitan el mundo poético del Libro centroamericano de los muertos sobrellevan la violencia, el dolor y la muerte en sus propios cuerpos, de suerte que el sufrimiento se visibiliza en desmembramientos, punzadas, abscesos, contusiones y demás señales físicas que representan la violencia social sobre el migrante, pues “el cuerpo metaforiza lo social, y lo social metaforiza el cuerpo. En el recinto del cuerpo se despliegan simbólicamente desafíos sociales y culturales” (Le Bretón “La sociología del cuerpo” 73). Por consiguiente, la imagen divina no sólo se manifiesta como guía, consejera e interlocutora del migrante, pues en el poemario Dios asume la figura del exiliado, se corporaliza como espíritu encarnado que patentiza la naturaleza humana (Duch y Mèlich 245) y representa en la imagen de Cristo crucificado las mutilaciones que soportan los migrantes al caer de La Bestia, ese tren de carga en que se transportan irregularmente, escondidos y temerosos, como último recurso para escapar de la miseria y desventura que los atrapa en sus países de origen[9]. La Bestia, entonces, ocupa la imagen demoniaca que provoca la caída de los migrantes al inframundo, a la constante e inevitable muerte que condena todas sus esperanzas:
Si bien el drama de cada migrante palpable en su carne herida puede entenderse como único e indivisible, ya que en los límites de la experiencia humana el dolor es “un hecho íntimo y personal que escapa a toda medida, a toda tentativa de aislarlo y describirlo, a toda voluntad de informar a otro sobre su intensidad y su naturaleza” (Le Breton “Antropología del dolor” 43), también es necesario considerar que la violencia se deposita en el cuerpo social del migrante, comúnmente indiferenciado como un cuerpo otro, un cuerpo extraño que puede ser objeto de múltiples formas de vejación e instrumentalización por ser el cuerpo de la diferencia. Aunque el victimario no reconozca atributos particulares en el anonimato de su víctima, el migrante sí comprende que en su dolor particular también anida un dolor compartido, producto de una esperanza conjunta por arribar a una nueva vida: “Agotados, seguiremos aquí, / esperando el día de la vergüenza, / el día de la resurrección y la venganza: / con la lengua y los huesos en eterna rotación” (Rodrigo 125).
En el Libro centroamericano de los muertos los migrantes son víctimas de múltiples ultrajes y maltratos por parte de militares, narcotraficantes, pandilleros, criminales, y agentes del Estado que, incluso, sobrepasan las fuerzas demoniacas de La Bestia: “Hemos caído desde las fauces de La Bestia / sólo para caer en las garras de peores bestias, / esas que asesinan y cercenan / amparadas por la ley de las matanzas” (Rodrigo 106). El cuerpo violentado del migrante declara sus múltiples muertes como destinatario de una violencia sistemática que, desde la época de la guerra civil, le arrebató su “familia”, su “corazón”, su “palabra” y su sustento:
Así como en la migración contemporánea los victimarios se multiplican, también se diversifica el conjunto de sus víctimas. En las últimas décadas distintos sectores de la sociedad integran los movimientos migratorios, de modo que su composición mayoritariamente masculina se ha venido remplazando por mujeres, niños, ancianos, colectivos étnicos y LGBTIQ+, que se han visto en la obligación de abandonar sus lugares de origen para preservar sus derechos fundamentales y buscar mejores oportunidades de vida que los alejen de la miseria, el crimen y la exclusión. Precisamente, en el Libro centroamericano de los muertos se representan las violencias acumuladas sobre niños y jóvenes que, a pesar de su corta edad, deben emprender el éxodo hacia Estados Unidos como víctimas de una realidad criminal que les arrebata sus familias y, con ello, toda posibilidad de felicidad y bienestar[10]. Desafortunadamente, sus cuerpos infantes desmembrados –y, con ello, sus sueños de convertirse en grandes futbolistas como el “Mágico” González– yacerán en el cementerio insepulto que se extiende en las vías del tren, a los pies de La Bestia:
Al drama de la migración infantil se suma la trata de mujeres con fines sexuales que nutre, junto con el tráfico de drogas, dinero, armas y personas, la economía ilegal de las fronteras y las rutas migratorias irregulares. La intimidación, secuestro e instrumentalización de mujeres evidencia la dinámica de borramiento.posesión que supedita a los cuerpos migrantes. Por una parte, “el cuerpo de los migrantes –sus cuerpos enfermos, muertos, necesitados, heridos, sexuados, reproductivos– no le interesan al Estado, que se limita a detenerlos y expulsarlos” (Parrini 106), de modo que su corporeidad se transparenta en el sistema de símbolos y valores que constituyen la sociedad, hasta el punto que su presencia es silenciada y borrada del espacio de la vida compartida. Como señalan Lluis Duch y Joan-Carles Mèlich, la “corporeidad constituye la concreción propia, identificante e identificadora, de la presencia corporal del ser humano en su mundo, la cual, constantemente, se ve constreñida al uso y al «trabajo» con símbolos” (240).
Por otra parte, el cuerpo migrante y, particularmente, el cuerpo femenino, es objetualizado como instrumento sexual para ser poseído y manipulado impunemente; es decir, aparece frente al Otro en la medida en que se abre a la saciedad del deseo carnal del victimario. Las embestidas sobre los cuerpos mancillados de las migrantes se multiplican en la ruta mexicana donde deben pagar con sus sexos la posibilidad de continuar el trayecto:
En consecuencia, la experiencia dolorosa de la violación se impone sobre la misma muerte: “Quiero decirles que ni todo el peso de la tierra / me asfixia tanto como el peso de uno solo de los cuerpos / jadeantes y sucios que en vida soportaba” (Rodrigo 33). Para las migrantes centroamericanas, el territorio mexicano se transforma en una tumba abierta, en el “cementerio más grande de Centroamérica / fosa común donde se pudre el cadáver del mundo” (Rodrigo 30). Sus rutas migratorias son extensas sepulturas que no reúnen, sino que dispersan en el campo abierto los restos mortuorios de quienes emprendieron la marcha a la “tierra prometida”, pero que atestiguan su infortunio emplazados en los dominios de la muerte.
Conclusión
En su obra, el poeta chiapaneco representa las desventuras de los migrantes centroamericanos en su trayecto por México hacia los Estados Unidos. El poema extenso se configura como un coral de voces que denuncian, desde el espacio de la muerte, todas las intimidaciones, violaciones, vejaciones, torturas, y desmembramientos que sufren quienes se arriesgan a transitar las rutas de La Bestia en busca de un mejor futuro. Además del testimonio de Balam Rodrigo, quien recupera sus memorias de infancia para restituir la existencia de aquellos migrantes que se hospedaron en su casa –el cual aparece en las cinco secciones intituladas “Álbum familiar centroamericano”–, el poema destaca la representación –evidentemente creada por el autor chiapaneco– de quienes perdieron sus vidas en el trayecto migratorio y que, desde los terrenos de la muerte, construyen una polifonía del agobio y la desesperanza: “Entre los rieles de este libro yace mi lengua: / descuartizada” (Rodrigo 67).
Balam Rodrigo ofrece su escritura a los exiliados, construye voces y cuerpos que visibilizan a las víctimas anónimas de la crisis migratoria que castiga nuestro continente, de modo que articula en su poema los relatos trágicos y brutales que nunca pudieron ser contados por el advenimiento de la muerte. Así pues, asume desde la creación artística una actitud crítica frente a la vulneración de los derechos humanos de la población migrante en la nación mexicana, al denunciar la violencia sistemática y estructural que oprime a los centroamericanos en su tránsito a la frontera norte. Para el poeta chiapaneco es imprescindible señalar que los abusos a la población migrante no se consuman solamente en el territorio estadounidense, sino también en ese cementerio abierto que se extiende por las vías de La Bestia, desde el Río Suchiate hasta el Río Bravo. Para concluir, el Libro centroamericano de los muertos –como un poema extenso, documental y testimonial con una clara intención denunciatoria– realiza un llamado a la implementación de procesos de acompañamiento, protección e inclusión a la población migrante que, desde lo personal y lo colectivo, desde lo político y lo moral, permitan mitigar los sufrimientos y dolores de la diáspora, así como restituir el tejido social que se desintegra en los escenarios de violencia, exclusión y pobreza de sus países de origen.
Copyright & License
Author
Óscar Javier González Molina
Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia