https://doi.org/10.19137/anclajes-2024-2823


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DOSSIER

Una historia del orgullo gay en Argentina (1940-1980)[1]

A History of Gay Pride in Argentine (1940-1980)

A história do orgulho gay na Argentina (1940-1980)

Santiago Joaquín Insausti

Universidad Nacional de General Sarmiento

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Argentina

sinsausti@campus.ungs.edu.ar  

ORCID: 0000-0002-0640-145X

Fecha de recepción: 15/02/2024 | Fecha de aceptación: 13/03/2024

Resumen: Los orígenes de la política del orgullo gay en Argentina pueden rastrearse en las décadas de 1960 y 1970. En este periodo, mientras la criminología sostenía que la homosexualidad era un delito que debía ser castigado penalmente, la medicina afirmaba que era una enfermedad a tratar. Frente al aumento de la violencia policial, “maricas”, homosexuales y transexuales se apropiaron tácticamente del discurso médico y se identificaron como enfermos/as en sus intentos por descriminalizar la inversión sexual. Luego, en el marco del clima de modernización cultural, usaron las pretensiones de objetividad científica de la medicina para exigir la despatologización. En ese momento, abandonaron el discurso de la victimización, comenzaron a narrar sus experiencias como gozosas y a interpelar a sus bases desde la categoría del “orgullo”. La investigación se basó en el análisis historiográfico de un extenso corpus de prensa, material político-organizacional, tratados médicos y penitenciarios y documentos en primera persona.

Palabras clave: Orgullo; Discurso médico; Criminología; Identidad sexual; Argentina.

Abstract: The emergence of gay pride politics in Argentina takes places in the 1960s and 1970s in the context of the tensions between medical and criminological discourses on homosexuality, which respectively proposed that homosexuality was an immorality that should be criminally punished or an illness that could be treated. The conclusion is thatfaced with an increase in police violence, maricas, gay men and transgender people tactically appropriated medical discourses, identifying themselves as sick and allying with medical doctors in their attempts to decriminalize sexual inversion. Then, in the context of the climate of cultural modernization, they would use the pretensions of scientific objectivity of medicine to demand the de-pathologization of homosexuality, abandoning the discourse of victimization, narrating their experiences as joyful, and mobilizing their base through the category of pride. The paper is based on the historiographic analysis of an extensive corpus of mass-circulation press, political organizations' material, medical treatises and first-person documents.

Keywords: Pride; Medical Discourse; Criminology; Sexual Identity; Argentina

Resumo: Política do orgulho gay na Argentina surgiu nas décadas de 1960 e 1970 no contexto das tensões entre os discursos médico e criminológico sobre a homossexualidade, que propunham, respectivamente, que a homossexualidade era uma imoralidade que deveria ser punida criminalmente ou uma doença que poderia ser tratada.  Conclui-se que diante do aumento da violência policial, as bichas, homossexuais e transexuais se apropriam taticamente do discurso médico, identificando-se como doentes e aliando-se aos médicos em suas tentativas de descriminalizar a inversão sexual. Depois, no contexto do clima de modernização cultural, eles usarão as pretensões de objetividade científica da medicina para exigir a despatologização da homossexualidade, abandonando o discurso da vitimização, narrando suas experiências como alegres e questionando suas bases a partir da categoria do orgulho. Se baseia na análise historiográfica de um extenso corpus de imprensa de massa, material político-organizacional, tratados médicos e documentos em primeira pessoa.

Palavras-chave: Orgulho; Discurso médico; Criminologia; História da sexualidade; Argentina

Las manifestaciones anuales de los colectivos LGTB son llamadas, a nivel global, marchas del orgullo; día del orgullo, la efeméride de la revuelta estadounidense de Stonewall, y bandera del orgullo, el paño multicolor que identifica el movimiento. Existen cientos de bares, hoteles y agencias de viaje gais nominados con el anglicismo pride, así como infinidad de marcas comerciales: colecciones de ropa interior sofisticadas como Calvin Klein Pride, pero también la edición especial de las papas fritas Pride fries del restaurant de comidas rápidas McDonald’s.

La molesta cacofonía en el párrafo precedente ilustra el hecho de que, actualmente, el orgullo organiza, a escala global, los modos en los cuales las personas queer se narran a sí mismas, hacen política y son interpretadas por la cultura. Sin embargo, este dispositivo no apareció de súbito. La génesis de sus condiciones de emergencia puede rastrearse en las décadas de 1960 y 1970 y es producto de transformaciones profundas en el entramado de los discursos públicos sobre las sexualidades y los géneros disidentes.

A partir de la década de 1960, los discursos de criminólogos y periodistas que calificaban a los “amorales” como delincuentes monstruosos que debían ser perseguidos y encarcelados son confrontados por psiquiatras, sexólogos y otros profesionales de la medicina, quienes sostendrán que los invertidos sexuales son víctimas inocentes de una enfermedad que debe ser tratada por la ciencia en vez de ser punida penalmente. Ante esto, exigirán a jueces, policías y penitenciarios un tratamiento objetivo y científico del tema, que deje de lado los prejuicios morales y habilite el camino terapéutico hacia la rehabilitación. En el marco de estas disputas, maricas y transexuales se posicionarán rápidamente del lado de los médicos con el fin de deslegitimar la violencia institucional padecida. Con este objetivo, comenzarán a presentarse públicamente como víctimas dolientes de una patología y a reclamar un abordaje científico y objetivo.

Sin embargo, rápidamente utilizarán las mismas pretensiones de objetividad científica para autonomizarse del discurso médico, exigir la despatologización de la homosexualidad y construir un discurso agente que defina sus vidas como gratificantes, celebrables y dignas de ser vividas. Este trabajo enfoca los modos en los cuales las batallas entre médicos y policías por el ejercicio del poder legítimo de enunciar verdades sobre los homosexuales fueron utilizadas tácticamente por estos para deslegitimar ambas posiciones y arrebatarles el poder, a fin de definirse orgullosamente en sus propios términos.

Tanto las interpretaciones de médicos y policías como las narraciones en primera persona y los discursos del activismo, homosexualidad, transexualidad y travestismo eran muy diferentes de cómo las entendemos hoy en día. Las tres identidades tenían fronteras lábiles y confusas y, generalmente, eran usadas indistintamente. Todas implicaban un uso particular de la feminidad y un deseo sexual por hombres masculinos encarnados en personas originalmente asignadas al género masculino al nacer. La categoría de auto-identificación mayoritaria en la época era “marica”, aunque una minoría rechazaba esta identificación y se identificaba como “transexual”, argumentando que —al contrario que las primeras— ellas eran mujeres verdaderas. Sin embargo, algunas veces, las maricas también se imaginaban cambiando de sexo o fantaseaban con parir. Muchas se montaban con ropas femeninas para fiestas y reuniones, pensando el travestismo como una performance temporaria asociada al uso de un disfraz. En Argentina, identidad sexual e identidad de género recién se escindirán como esferas autónomas de la identidad a partir de fines de la década de los setenta, dándole a las identidades travestis, transexuales y gais entidad propia e independencia una de otra (Insausti, “La emergencia de las identidades travestis…”). Por tal motivo, en este texto, usaremos las categorías fluidamente, tratando de respetar la autodenominación de los sujetos en los diferentes contextos de enunciación. Por otro lado, al iluminar las décadas de 1960 y 1970, nos referiremos exclusivamente al orgullo gay. El privilegio de habitar posiciones orgullosas les estuvo reservado a sujetos precisamente delimitados en términos de identidad sexual, género, raza y clase. Las maricas afeminadas, morenas o de clases populares, así como las colectividades de lesbianas, travestis y trans siguieron otras temporalidades y fueron convidadas a sentir vergüenza durante mucho tiempo más.

Me basaré en el análisis histórico de un corpus de materiales diversos conformado por expedientes penitenciarios, crónicas policiales, artículos de revistas, libros de divulgación médica, material autobiográfico y prensa organizacional del incipiente movimiento de liberación homosexual. El corpus iniciará en la década de 1940, con la instauración de las primeras normativas criminalizantes de la diversidad sexual, y concluirá en la de 1980, con la consolidación del orgullo como principal estrategia política de la comunidad homosexual.

El tema que nos convoca ha sido abordado anteriormente desde diferentes perspectivas. Varios autores describen un pasado caracterizado homogéneamente por la vergüenza y un tránsito más o menos necesario hacia el orgullo contemporáneo (Brown; Murray; Meccia). Máximo Fernández complejiza esta posición, evidencia su carácter teleológico y demuestra la existencia de un vasto submundo de sociabilidad homosexual en la Buenos Aires del periodo que no estaba ordenado por las narrativas de la vergüenza y el sufrimiento, sino de la diversión y el goce. Otros investigadores han ampliado la perspectiva vergonzante, al mostrar un rico submundo de maricas que vivían su sexualidad lúdica y deseosamente. Estos enfocan sus formas activas de resistencia a la violencia estatal en el espacio público (Fernández Galeano, Maricas; Peralta; Cutuli e Insausti; Rapisardi y Modarelli) y la construcción de un rico lenguaje propio signado por la chanza y la ironía (Peralta y Mérida Jiménez). Esta perspectiva también emerge en los testimonios y las memorias de las y los protagonistas que describen el pasado como una sucesión de fiestas, carnavales y amantes (Jaumandreau; Malva; Argarañaz; Show). La vivencia gozosa y reivindicativa de la sexualidad y el género también es descripta en otros países de la región como Brasil (Perlongher; Kulick) y México (Carrier; Prieur). Algunos relatos de culpa y vergüenza extrema se conservan en materiales en primera persona de la época, pero solo en las cartas intercambiadas por católicos fervientes, como analiza Javier Fernández Galeano en su artículo en el presente dossier.

Mi posición incorporará algunos matices. Mi hipótesis será que las maricas hacen un uso táctico de la lástima, la vergüenza y la adscripción a la medicalización, que se activaba estratégicamente en ciertas coyunturas políticas y se desactivaba en otras. Los saberes médicos que interpelan a los invertidos proponiéndoles identificarse en la humillación son usufructuados por las maricas para confrontar a la policía, pero ellas rápidamente se autonomizan de estos cuando las condiciones les son propicias, utilizando las propias exigencias de objetividad científica que habían instalado los médicos para exigir con éxito la despatologización de la homosexualidad. Las categorías médicas se vuelven entonces contra los mismos médicos que las instituyeron. Paralelamente, los homosexuales emergen altivos en la prensa burlándose de periodistas, médicos y policías, al tiempo que diseñan estos mismos relatos sufrientes en reuniones en las que, según los testimonios, corría el vino entre risas, bailes y debates políticos (Queiroz). Por otro lado, ambas perspectivas muchas veces se superponen. El discurso del orgullo adquiere gradualmente centralidad en el repertorio discursivo gay desplazando, pero no excluyendo, algunas (auto) representaciones en clave médico-patologizantes, por ejemplo, con la crisis del VIH en la década de 1980.

Los diferentes apartados de este trabajo recorrerán los diálogos entre criminólogos, médicos, homosexuales y activistas queer. En una primera sección, presentaré la posición de las fuerzas de seguridad a través del análisis de crónicas policiales y material penitenciario. Luego, describiré la respuesta que presentaban los profesionales de la medicina a través de los informes en revistas y la literatura de divulgación científica. A continuación, analizaré los usos del discurso médico por parte de los mismos homosexuales, enfocándome en el testimonio de la transexual Susana Pinta Silva y en los materiales de la organización “Nuestro Mundo” (1967-1971). Finalmente, desarrollaré cómo estos significados empiezan a transformarse a partir del empoderamiento global de homosexuales y lesbianas para, finalmente, describir la lenta emergencia del discurso del orgullo en los materiales del “Frente de Liberación Homosexual” (1971-1976).

El “amoral” en el discurso de la criminología

Desde la década de 1940, el Estado argentino se empeñó en regular el homoerotismo urbano a través de la policía, que tenía la potestad de detener a los homosexuales por su mera circulación por el espacio público. Las maricas eran privadas de su libertad durante semanas, varias veces por año, lo que les impedía acceder a trabajos estables y las perpetuaba en la marginalidad. Las razias, frecuentemente reseñadas en los medios, implicaban decenas de detenciones simultáneas. En los grandes operativos policiales de la navidad de 1954, se contaron cientos de detenciones (Acha y Ben). El persistente accionar de la policía se apoyaba en la ciencia criminológica. Para esta, la pederastia era una perversión innata y degenerativa que constituía un peligro para la sociedad. Por esto, el pederasta no era considerado rehabilitable y el confinamiento penal era el único tratamiento posible.

Los informes criminológicos producidos por el Servicio Penitenciario Federal son un buen ejemplo de estas perspectivas. Estos eran confeccionados con el fin de determinar la posibilidad de reinserción de los internos y, llegado el caso, de recomendar o no al juez su libertad condicional. Antonio Vila, por ejemplo, fue detenido por violar a un menor. Su ficha criminológica indica la larga serie de castigos a los cuales fue sometido por ser descubierto cometiendo “actos de pederastia” durante su reclusión carcelaria. La descripción de su perfil indica “Malignidad, crueldad, escaso poder de inhibición, hipocresía, sugestionabilidad y temperamento apático” y es clara al señalar la imposibilidad de su reinserción social: “Durante su vida carcelaria ha dado muestras de su inadaptabilidad” (Ficha 423 s/p). La ficha tipifica a Antonio como “delincuente constitucional”, según la criminología lombrosiana aquel en el cual la propensión a la delincuencia se explica por una perversión degenerativa y psicobiológica congénita que le impiden adaptarse a la sociedad y lo llevan instintivamente hacia la maldad, la brutalidad y el delito (Di Tullio). En virtud de esta caracterización, le es negada recurrentemente la libertad condicional a causa de que, para él, “la pena debe obrar en el sujeto como eliminadora, ya que dadas las características de su psiquis difícilmente podrá lograr una modificación en su personalidad moral para estar en condiciones de reintegrarse al seno social” (Ficha 423 s/p). 

Estos sentidos, crípticos para la mayoría de los porteños, eran traducidos al vulgo por los medios de comunicación, muy especialmente por las secciones policiales de los diarios. Estas se aliaron históricamente con las fuerzas de seguridad y el poder judicial, jugando aún hoy un papel legitimador de los aparatos represivos del Estado. El periodista de policiales reproduce los valores de las fuerzas de seguridad, ya que debe mantener buenas relaciones con sus fuentes. Esto genera cierta simbiosis: el periodista ensalza el accionar de los agentes policiales mientras estos lo benefician, proveyéndolo de coberturas, primicias y datos off-the-record (Surette). 

En la dictadura de Onganía, el control de la sexualidad se extendió a toda la población en el marco de la revolución sexual: la policía ahora también detenía a los hombres por usar el pelo largo o a las mujeres por lucir minifaldas. Por otro lado, la vigilancia policíaca alcanzó a toda la sociedad en el marco de la radicalización del movimiento obrero. En este contexto, las noticias policiales que legitimaban la omnipresencia de las fuerzas represivas se multiplican (Insausti, De asesinos). Entre ellas, la crónica roja empieza a poblarse de relatos morbosos de cruentos asesinatos cometidos por homosexuales despiadados. Las historias se repetían a diario, deviniendo algunas de ellas casos resonantes (El asesino de la peña folclórica) que atraían la atención del público durante semanas (Román).

En la crónica roja, los homosexuales eran frecuentemente referidos con la categoría “amorales”. En las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, el “amoral” es un monstruo, un criminal irracional e inhumano que constituye una patente amenaza al orden social. El siguiente párrafo caracteriza a uno de ellos, asesinado por causas desconocidas:

Antiguos vecinos de la víctima conocían el turbio pasado de Herrera y sabían que tarde o temprano volvería a las andadas, a vivir en la promiscuidad y abyecta degradación moral, a buscar la satisfacción de su insana pasión de cualquier manera y a cualquier precio, no importándole mostrarse al mundo en su irreversible degeneración. […] Tres certeros disparos, en la madrugada, acabaron con lo que quedaba —si algo quedaba— de un verdadero cáncer social. (“Homo: morbosos detalles” s/p)

Expropiado de su condición de humano, no existe la posibilidad de empatía con el “amoral”, ni siquiera cuando es víctima de un asesinato. Este es únicamente agente de un mal incontenible y solo puede ser refrenado mediante los aparatos punitivos del Estado. A diferencia de las crónicas policiales, los semanarios y revistas de información presentaban una perspectiva diferente sobre la homosexualidad.

Los “invertidos” en el discurso médico

Michel Foucault sostenía que la modernidad no inaugura una represión particular sobre la sexualidad sino lo contrario, una profusión asombrosa de discursos sobre todo lo relativo al sexo. Las revistas de información y los semanarios son, en la década de los setenta, un ejemplo cabal de esto. En sus páginas, transexuales, travestis, maricas y homosexuales describen la miseria de sus días dando cuenta de la compulsión por producir —y confesar— las verdades íntimas sobre la propia sexualidad. Simultáneamente, médicos, psicólogos y psiquiatras interpretan estas verdades a través de sus saberes, contribuyendo a la grilla de discursos que guionarán la producción de las sexualidades, los géneros y los cuerpos durante este período.

Es necesaria una breve caracterización de las revistas de información, ya que constituyen un género periodístico ya extinto. Hasta los setenta, existía un tipo particular de medio gráfico —como es el caso de Así, Casos o Ahora— de frecuencia semanal, que alternaba noticias de actualidad política tratadas con pretendida seriedad con informes sensacionalistas sobre la inversión sexual, las sectas satánicas o los avistajes de ovnis. Muchas revistas tuvieron una existencia efímera. Producidas por pequeños emprendimientos editoriales, emergían, desaparecían y eran reemplazadas por otras rápidamente. Sin embargo, algunas se perpetuaron por décadas y llegaron a tener tiradas colosales (Ulanovsky). Este es el caso del magazín Así, cuya tirada y difusión eran verdaderamente masivas: quince veces mayor que el diario más vendido del momento.

Así como las crónicas policiales reproducían fielmente las perspectivas de las fuerzas de seguridad, los semanarios y revistas, que debían producir informes mucho más detallados y extensos, se valían del copioso material producido por los profesionales de la medicina, siempre ávidos de ser entrevistados. En las revistas de información, asistimos al intento de la ciencia médica por conquistar el monopolio de las definiciones legítimas de la sexualidad apartando a criminólogos y juristas. A través de sus páginas, los médicos se enfrascan en la tarea de disputarles, principalmente a los discursos punitivos, como así también a los moralistas y a los religiosos, la legitimidad en la definición y el tratamiento de las desviaciones sexuales.

Sean de maricas, homosexuales, amorales, transexuales, travestis o invertidos, tanto los relatos en primera persona transcriptos en la prensa como las interpretaciones que de estos harán médicos y periodistas dan cuenta de que los sujetos en cuestión se identificaban en su más temprana juventud con los roles pertenecientes al sexo opuesto. Esta identificación con la feminidad era interpretada de diferentes modos. La medicina seguirá sosteniendo el discurso de la inversión, paradigma principal mediante el cual el positivismo médico finisecular intentó dar sentido a la extensa proliferación de sexualidades disidentes. A fines del siglo XIX y principios del XX, para autores como Leopoldo Lugones, Francisco De Veyga, Juan Bialet-Massé o Eugenio Cambaceres, la inversión del instinto sexual suponía el desarrollo en los “hombres” de una amplísima y diversa gama de atributos que eran adjudicados a la psicología, hábitos e incluso fisiología de las mujeres. Estos autores distinguían entre una “inversión-perversión” que era objeto de la medicina y que estaba exenta de culpabilidad, de la “inversión-perversidad” artificial, falsa, que opera sólo por vicio” (Figari; Salessi; Bao).

Sesenta años después, esta clasificación se mantendrá: las notas distinguirán entre dos niveles de desorden: por un lado, en el caso del invertido completo, se habla de un trastorno irreversible; estas serían personas que quedaron varadas en etapas sexuales intermedias y, como tales, presentan funciones sexuales inversas a las características de su sexo. El invertido parcial es, en cambio, un neurótico. En su desviación incide “la voluntad”, por lo que el desorden no deriva en sentido pleno de una enfermedad, sino que constituye una inmoralidad viciosa.

Las diferencias entre estas dos formas de desviación son ampliadas por el Dr. Opizzo en la nota Homosexuales, publicada en la revista Causa y Delito. En la primera, el invertido total siente y viste como mujer, al tiempo que presenta la sexualidad acotada y temerosa propia de la verdadera feminidad. El invertido parcial, en cambio, no presenta un sincero conflicto con su cuerpo. La asunción de la feminidad, en su caso, es una excusa para justificar un apetito sexual tan perverso como insaciable. Así, mientras en el primero de los casos el homosexual es un enfermo que debe ser estudiado, pero también atendido y protegido, dado que no es culpable de su enfermedad, en el segundo es un amoral consciente y culpable de su perversión y, por lo tanto, plausible de ser perseguido y criminalizado.

Ante esta clasificación, se hace indispensable desarrollar instrumentos para diferenciar a los homosexuales susceptibles de ser rehabilitados de aquellos otros que no. En la nota “El problema de la homosexualidad”, publicada en Panorama en 1968, se define a esta como una “enfermedad en el sentido físico”, señalando: A este dictamen se aferran casi todos los homosexuales, quienes encuentran así una justificación (s/p). Paralelamente, ante este intento de simulación, médicos y legalistas son compelidos a distinguir a los verdaderos invertidos de los homosexuales subjetivos que intentan imitarlos. Este problema es frecuentemente reseñado por los médicos encargados de las operaciones de cambio de sexo, habilitadas únicamente para los auténticos invertidos, y no para los degenerados que intentan acceder a la operación en vistas a tener mayores elementos para satisfacer sus pasiones insanas. En la nota USA: El médico argentino que cambia los sexos, publicada en la revista Siete Días en 1974, el doctor Randell afirma no haber operado nunca a travestis ni homosexuales, y describe las minuciosas pruebas que debe efectuar para descubrir a los simuladores. Estas pruebas incluyen maquillaje, manejo de la voz y comportamiento en público, y son tan rigurosas que el doctor Randell afirma haber autorizado solo el 20% de todas las intervenciones quirúrgicas solicitadas durante su ejercicio profesional.

Así como la construcción del homosexual “monstruoso” en las crónicas policiales estaba mediada por el discurso jurídico-criminológico, la construcción del homosexual “sufriente” de los semanarios estará mediada por la apelación al recurso de la patologización y por el discurso médico. Para este, el homosexual no constituye una amenaza inminente contra la vida y la propiedad de todos, sino que se trata de una víctima inocente. El amoral de las crónicas policiales, asociado inherentemente a la violencia y al crimen, es un monstruo. El homosexual de las revistas puede ser un enfermo o un vicioso, pero no deja de ser aprehensible como sujeto humano cuyo sufrimiento merece empatía.

Este choque de perspectivas activará una puja por parte de los médicos por arrebatarles a las fuerzas de seguridad y a sus intelectuales el monopolio sobre la enunciación de verdades en torno a la homosexualidad. El artículo “El amor que no osa decir su nombre”, reproduce las palabras del Dr. José Opizzo, director del servicio de sexología del hospital Argerich. Este sostiene que la sistemática detención de homosexuales por parte de la policía no hace más que agravar el problema, ya que la encarcelación de los invertidos y su aglomeración en cárceles no solo evita su tratamiento por parte de los médicos, sino que potencia la desviación.

La policía los trata como a delincuentes y los manda a [la cárcel de] Devoto, donde “el que no lo es al entrar, lo es al salir”, según dicho conocido; allí se los deja vestir de mujer y casarse entre sí. El doctor Opizzo asegura que no son delincuentes: son enfermos. (130)

Opizzo escribe su libro Desviaciones sexuales aspirando a un reemplazo definitivo de los viejos conceptos de ‘delito’ y cárcel’ por los que corresponden a la realidad médica actual(Maffia 217). En sus páginas, se dedica a criticar tanto la falta de fundamento científico de las morales religiosas sobre la sexualidad como la intromisión del poder punitivo del Estado en el control de un fenómeno que debiera ser exclusivamente médico:

Todos debemos saber que la patología sexual no es un capítulo de la delincuencia; que el enfermo sexual merece la misma consideración que los otros enfermos y que su destino no es la cárcel, sino el INSTITUTO SEXOLÓGICO que lo trate y lo devuelva a la sociedad recuperado o por lo menos inofensivo. (217)

Los médicos exigían permanentemente dejar de lado prejuicios y tabúes en pos de un análisis científico y objetivo de la sexualidad. La moral, para ellos, obturaba un abordaje racional del tema. En este marco, los informes periodísticos de las revistas de los sesenta y setenta sostendrán la necesidad de descriminalizar las desviaciones sexuales como condición de posibilidad para encarar su estudio científico.

Ante la confrontación entre una perspectiva que los interpretaba como criminales y proponía su detención y otra que los consideraba enfermos, pero también víctimas inocentes que debían ser tratadas piadosa y empáticamente, las maricas y transexuales rápidamente tomaron partido por la segunda; declarándose enfermos, exigieron tratamientos y denunciaron la poca empatía de la policía.

Apropiaciones individuales del discurso médico: El drama de la transexual uruguaya

En 1974, Susana Pinta Silva escribe y da a conocer El drama de la transexual uruguaya, un folletín de 22 páginas publicado informalmente en Buenos Aires y vendido por la propia autora en colectivos y puestos de diario para recaudar fondos y costear su operación de cambio de sexo. Susana nació en 1943; en el momento de la publicación de su historia, tenía treinta años. El relato corresponde de modo casi calcado al de los invertidos verdaderos, los únicos justificados tanto por los semanarios y los médicos como por la criminología. Así, repone una infancia signada por su ligazón con la feminidad: relata haber preferido siempre los juegos de niñas, el hecho de ser muy femenina y de haber deseado a varones desde muy joven. También narra relaciones estables, monogámicas, de larga duración, interpretadas desde el amor romántico, y correspondidas. Su primer matrimonio dura seis años, entre 1961 y 1967, periodo en que Susana “deja los estudios para dedicarse enteramente al cuidado del hogar” (s/p), hasta que su vínculo se hace público y deben divorciarse por presión de la familia de su marido. En 1969, conoce a quien será su segundo amor, con quien convive hasta 1974, hasta que de nuevo es descubierta por la prensa y denunciada en primera plana.

Susana afirma que un transexual es un invertido, una mujer dentro del cuerpo de un hombre. La transexualidad, en su perspectiva, es una enfermedad física que tiene en la intervención quirúrgica su única solución, definición que se intuye influenciada por la teoría del transexualismo del doctor Harry Benjamin. Ella se refiere a su padecimiento en términos de “mal físico” y a la cirugía de reasignación de género como “rehabilitación física”. De esa manera, expone que lo suyo no es una cuestión psíquica sino un problema morfológico del cuerpo. El relato de Susana es una narración doliente, en la cual se enfatiza permanentemente el sufrimiento inenarrable que le causa la enfermedad que padece. Su testimonio hilvana trágicamente la violencia física ejercida por su padre en su infancia, la expulsión de las escuelas en la niñez, el rechazo recibido por parte de la familia de su marido, la imposibilidad del amor, sus intentos de suicidio y la burla de los medios:

No creo que nadie dude de este drama, el cual empecé a sufrir

meses antes de nacer, que sigo sufriendo hasta hoy, día de la publicación, y que quién sabe hasta cuándo seguiré sufriendo […] siempre tengo el deseo de quitarme la vida y eso es cuando llego a ciertos límites de resistencia espiritual. Fíjense ustedes que mis problemas son muy grandes. (Pinta Silva s/p)

En esta línea, Susana comenta en su folletín: Mucho me costó reorganizar mi vida y probar lo contrario, que no era un pederasta pasivo sino un ser humano enfermo(Pinta Silva s/p). Incorporar estratégicamente los relatos dolientes y el discurso de la patología permite a Susana demandar acceso a cirugías, evadir el estigma y deslegitimar la represión policial. Además, la habilitan a construir una voz empoderada y agente con la cual irrumpir en el espacio público y en los medios de comunicación masiva dando cuenta de su historia en primera persona. La estrategia de Susana no es novedosa. Sandy Stone describe cómo históricamente las transexuales memorizaban los tratados médicos para responder “correctamente” los interrogatorios y acceder a los diagnósticos que habilitaban el acceso a cirugías.

Cuando los primeros homosexuales empiecen a organizarse para resistir la violencia del Estado también harán suyas estas tácticas. El boletín de “Nuestro Mundo”, el primer grupo político de activismo homosexual, está compuesto casi exclusivamente de notas que presentan la trágica vida de homosexuales y travestis o que acercan novedades en el campo de la medicina en relación con la cura de la homosexualidad o del cambio de sexo.

Apropiaciones políticas del discurso médico: la objetividad científica y la política de la lástima en “Nuestro Mundo” (1967-1971)

“Nuestro Mundo”, la primera organización de activismo homosexual de Latinoamérica, surge alrededor de 1967 en la Ciudad de Buenos Aires, en el ámbito del sindicalismo combativo. El grupo estaba integrado mayoritariamente por activistas de la Federación Obreros y Empleados de Correos y Telecomunicaciones (FOESIC). Su líder, Héctor Anabitarte, era un activo militante comunista.

La organización editaba un boletín de dos páginas tipeadas a máquina, cuya distribución se hacía de mano en mano y que estaba constituido mayoritariamente por textos reproducidos de diarios y revistas. El boletín se ceñía estrechamente a las propuestas de los médicos y exigía junto a estos un tratamiento objetivo y científico de la homosexualidad. En el editorial del boletín n.° 4, el grupo declara que su objetivo no era promover la homosexualidad sino “polemizar en un nivel de franqueza y honestidad, dejando de lado prejuicios, ignorancia y 'tradiciones'” (“Editorial” s/p). Al igual que el Dr. Opizzo, “Nuestro Mundo” insistía en la necesidad de ser objetivos para alcanzar la verdad, a la par que asociaba esta objetividad al discurso de la ciencia.

Luego del editorial, en el mismo número, una nota titulada "¿Varón o hembra? En búsqueda de la enigmática sustancia X”, ensaya una explicación sobre las causas endocrinológicas de la homosexualidad. A continuación, el boletín notifica que un hospital de la Ciudad de Buenos Aires se hallaba reclutando voluntarios para ensayar una nueva cura para la homosexualidad, al momento sólo probada en animales. La siguiente noticia informa la inauguración de un nuevo centro médico dedicado al tratamiento de la transexualidad. Estratégicamente, los activistas de “Nuestro Mundo” hacen suya la voz de los médicos para legitimar sus denuncias contra la policía. En palabras del descubridor de la misteriosa sustancia X: [los homosexuales] “serían tan poco dignos de castigo como el enfermo de tuberculosis o de cáncer” (s/p).

Los testimonios de los homosexuales reproducidos estaban organizados en torno a la experiencia del “sufrimiento”. El boletín ya citado incluye una entrevista a un homosexual. Al ser preguntado por activistas acerca de “si puede un homosexual ser feliz”, contesta que “no, en la medida en que viva pendiente de un afecto” (“Reportaje” s/p). También se presentaban dos reseñas cinematográficas. La primera de ellas, reproducida de la revista Siete Días y titulada “Miserias y esplendores” recorre la vida del protagonista del filme homónimo, “un hombre solitario e infeliz […] Lulú era viejo, infeliz, estaba cansado. La reseña reproduce la perspectiva del director sobre los homosexuales: “se sienten ajenos a la sociedad. Son tímidos, profundamente desgraciados.” (s/p). Otro filme reseñado se enfoca en El trágico drama de dos mujeres que se amaban y no podían dejar de destruirse... Una obra dramática, profunda y densa que desnuda las más íntimas miserias humanas (s/p).

Si bien la mayoría de los artículos de la publicación no había sido escrita por miembros de “Nuestro Mundo”, sino extraída de diferentes revistas, la selección trasluce el contenido ideológico de la agrupación, profundamente permeado por los discursos patologizantes que hegemonizaban la prensa del momento. En la perspectiva de los integrantes de la organización, abrazar el paradigma médico, hacer suyo el discurso de la ciencia y narrarse de forma doliente podía convertirse en un instrumento para enfrentar los discursos que los constituían como blanco del accionar represivo de las fuerzas policiales, en un contexto de violencia material y simbólica que no permitía aún la emergencia de discursos plenamente reivindicativos.

Por otro lado, los testimonios de estos activistas demuestran que no interpretaban su vida cotidiana ni su militancia en términos medicalizantes, sino que habitaban su sexualidad reivindicativa y gozosamente. A fines de la década de 1960, Luis Troitiño trabajaba como auxiliar contable en una sucursal y cumplía funciones, además, como secretario administrativo del sindicato, en el cual atendía a los diferentes delegados. Luis era abiertamente homosexual y afeminado. En una entrevista, cuenta divertido las andanzas de las maricas empleadas en el correo. Por ejemplo, relata que uno de sus compañeros vestía “un tapado de piel al revés con un slip abajo y cuando llegaba a mi oficina entraba diciendo permisooooo y se sacaba el delantal” (Queiroz s/p). Como delegadas sindicales, las maricas exigían a la patronal el respeto de sus derechos. El correo, por ejemplo, fue el primer ámbito laboral en que se reconoció la identidad de una persona transexual. En su testimonio, Luis narra cómo el sindicato acompañó a una compañera que necesitaba que la obra social le reconociera los gastos de su operación de reasignación genital. El sindicato logró que se le reintegrasen los costos de la cirugía y se la admitiera con su nuevo nombre.

Estas tensiones nos permiten vislumbrar que, a pesar de los usos tácticos de las explicaciones patologizantes de la homosexualidad, la aparición de “Nuestro Mundo” y la publicación de su boletín advierten que maricas y transexuales habían decidido convertirse en agentes de su propia historia. Este agenciamiento, lentamente, empezará a ser registrado por la prensa, para pánico de las elites médicas, y habilitará el terreno para la emergencia en estos mismos medios de la voz reivindicativa de los activistas por la liberación homosexual en las primeras planas de los diarios a mediados de los setenta.

Críticas activistas al discurso médico: el orgullo gay en la trama de la modernización

Como ya se ha señalado, desde la década de 1940, las maricas emergían en la prensa sólo en la crónica roja, como monstruos abyectos efectores de los crímenes más abominables. El primer artículo que quiebra esta tendencia es el informe “El amor que no osa decir su nombre”, publicado en 1964 por Panorama. Este es, posiblemente, el primer texto periodístico de difusión masiva que enfoca el tema desde una perspectiva empática. Dado su carácter pionero, los periodistas se ven en la obligación de justificar el dar prensa a un tema tan controversial para la época:

Nos ocupamos de los homosexuales, porque en realidad son ellos quienes han reclamado nuestra atención. Su actitud al enfrentarse a sí mismos y su modo de comportarse han cambiado fundamentalmente y en este cambio se refleja toda la evolución cultural de la sociedad contemporánea. (“El amor …” 128)

La primera nota sobre la homosexualidad se entiende a sí misma como producto de los profundos cambios que atravesaba la sociedad en la década de 1960. La autonomización de las mujeres en el marco de la incipiente revolución sexual (Cosse), la emergencia de la juventud como un nuevo sujeto autónomo (Manzano), la creciente radicalización política, los avances técnicos relativos a la imprenta que masificaban los materiales escritos y la avanzada de la globalización que ponía a disposición de los empresarios de medios locales contenidos extranjeros a muy bajo precio activó una transformación en el tratamiento de la diversidad sexual. Para mediados de la década del sesenta, la sociedad —y con ella, los homosexuales— empezaba a cambiar irremisiblemente.

Casi todos los medios presentarán una ligazón necesaria entre homosexualidad y modernidad cultural proveniente de la traducción e interpretación de artículos de la prensa extranjera. Los informes argentinos analizados muestran la homosexualidad ligada al progreso: todas relatan con énfasis la magnitud del movimiento homosexual, las dimensiones del ambiente y la creciente aceptación que esta ya tiene en los países desarrollados[2]. La globalización y la modernización cultural, con sus pros y sus contras, traen aparejados un sistema de cambios —algunos positivos, otros negativos— de los que forma parte el aumento de visibilidad de los homosexuales.

La proliferación de la homosexualidad en los países centrales es interpretada como una consecuencia negativa del progreso y como síntoma de la “creciente degradación moral de Occidente” en la gran cantidad de pequeñas noticias policiales que regularmente se publicaban en las secciones policiales o internacionales de los diarios, dando cuenta de detenciones o escándalos homosexuales acontecidos en el hemisferio norte. Sin embargo, a pesar de reproducir la representación de la homosexualidad como un mal inevitable de nuestro tiempo, estas noticias también nos informan acerca de avances del activismo homosexual localmente impensables. A modo de ejemplo, sólo en junio de 1977, se registran noticias provenientes de Nueva York (“Homosexuales”), Washington (“Prohíben el pan con pan”), Tennesse (“Juicio a sacerdote pervertido”), Alabama (“El ejército no ha de tolerar el matrimonio entre dos mujeres”), Florida (“Declaran ilegales las bodas de personas de igual sexo”) y San Francisco (“Que no se persiga a los homosexuales pide la señora Carter”). Una nota cita profusamente el ensayo “Homo atomicus” de Héctor Murena para mostrar este fenómeno:

La homosexualidad se ha convertido así en un constitutivo esencial de la atmósfera de nuestro tiempo, tanto para quienes la practican como para quienes se sienten ajenos a ella, todos la compartimos de algún modo, pues, al igual que la energía atómica, la dictadura del proletariado, las filosofías existencialistas, etc., la homosexualidad es uno de los factores preponderantes en el 'zeitgeist' en que vivirnos. (“800.000 Homosexuales en Argentina” 42) 

Estas impresiones plasmadas por Murena guían las notas: la mayoría coincide en presentar la homosexualidad y su progresiva aceptación social como un signo de los tiempos, ligado —para bien o para mal— al progreso científico, al desarrollo económico y a la globalización cultural, y al cual conviene analizar con seriedad pues llegó para quedarse[3].

La articulación que hacen los periodistas de ambas fuentes —las médicas, que reclaman un análisis objetivo alejado de la moral, y las de medios de prensa norteamericanos, que sugieren el desarrollo de las subculturas homosexuales como necesario y ligado al progreso— resignifica al discurso científico más allá de sus propios límites: el reclamo de objetividad y el rechazo a los prejuicios podrá ahora ser usufructuado por posiciones homófilas para rechazar la patologización de la homosexualidad.

Parte de este cambio de época descripto por la cita de Murena se vincula con el progresivo empoderamiento de los homosexuales y con su creciente reacción al discurso patologizante: en el extracto que abre esta sección, no son los médicos y periodistas los que deben salir a buscar homosexuales temerosos y camuflados, sino que son estos los que, mediante un cambio radical en sus modos de acción, se manifiestan públicamente reclamando la atención de la prensa. En la misma nota, citándo al Dr. Opizzo, el periodista evidencia que no aumentó el número de homosexuales, como muchos creen, sino que al desaparecer las barreras inhibitorias que los forzaban a ocultarse, aumentó su visibilidad. La nota cuenta cómo los homosexuales se empoderan progresivamente y ya no se avergüenzan:

El “nuevo estilo” batallador que han asumido los homosexuales podría sugerir la idea de personas perfectamente reconciliadas con su anomalía y aun quizás contentas de poseerla, a las que solo [les] faltaría conseguir de los demás la absolución y la aprobación que ya se han otorgado a sí mismas. (“El amor…” 129)

 

El artículo presenta a continuación varias encuestas europeas. Una de ellas, efectuada por el médico inglés West, concluye que a pesar de que la mayoría había atravesado un periodo de dudas, sólo el 12% de los entrevistados seguía viviendo en una situación de “conflicto interior”; en la otra, un médico alemán, el Dr. Giese, afirma que solo un 36% se sometería a un tratamiento médico para normalizar su situación. Para sorpresa de estos especialistas, muchos homosexuales “no manifiestan ningún sentimiento de culpa y no encuentran mal vivir según su propia naturaleza” (“El amor…” 129).

Los informes dedican varias páginas a describir los barrios gais de San Francisco y Nueva York y a informar sobre las manifestaciones multitudinarias regularmente organizadas en diferentes ciudades norteamericanas. En “Mitín del tercer sexo”, publicación de la revista Así de 1971, se describe una multitudinaria convocatoria en Chicago. El cronista comenta sorprendido que “resultó llamativo que ninguno de los espectadores intentara provocar a los protagonistas del evento y que nadie dejara escapar una frase que pudiera herir la sensibilidad de la multitud (17). La aceptación de estos homosexuales empoderados marchando a cara descubierta es ligada a un progreso que, a ojos del periodista, resulta cuestionable: para él, estos homosexuales son un conjunto de víctimas de un sistema caótico y terrible (17). Un mes después, Panorama publica Homosexualidad: la lucha por la reivindicación de las lesbianas, una traducción de una nota del New York Times Magazine en que una reportera que se define a sí misma como “normal” convive una semana con las integrantes de la agrupación lésbica The Daughters of Bilities”, con las que recorre el ambiente lésbico neoyorquino. La periodista describe a las activistas como personas encantadoras y, si bien reproduce en un apartado la posición de médicos y juristas, se apropia de la perspectiva de las mujeres, parafraseando las burlas que la presidenta de la asociación hace de ellos. Al año siguiente, en 1972, Siete Días publica No queremos ser invisibles (s/p), una entrevista empática e intimista realizada en Nueva York a activistas de la organización homosexual The Mattachine Society”, quienes reaccionan con firmeza frente a la patologización y cuestionan severamente a los médicos, quienes, por primera vez, no tienen ningún tipo de cabida en la nota.

Los informes locales, si bien reproducen textualmente las voces de psicólogos y facultativos —que ocupan la mayor parte de las notas—, lo hacen incorporando también las críticas que estos reciben y las limitaciones de las que adolecen. En uno, un médico se burla de la incompetencia de sus colegas:

Un psiquiatra, por toda cura, recomendaba a su paciente seducir a una muchacha vecina. Un médico intentó aprovecharse de la situación: él mismo era homosexual. Otro aconsejaba directamente dibujar mujeres desnudas. En todos estos casos, la incomprensión humana y la incompetencia científica no pudieron ser más perfectas. (“El amor…” 128) 

Según este médico, por culpa de la incompetencia de la medicina, los homosexuales no recurren a ella, sino que se repliegan sobre el universo homo y, una vez allí, se acostumbran a su anormalidad, adaptándose e integrándose en este submundo. Como resultado, los homosexuales aparecen cada vez más empoderados. En la misma crónica, al periodista le sorprende que un homosexual europeo describa el submundo homosexual de un modo petulante y con cierto aire de desafío (128). En otra, “al preguntárseles [a cinco homosexuales] si se consideran superiores al resto de los hombres por su sensibilidad o su refinamiento intelectual, cuatro reconocen que sí (“800.000 Homosexuales” 42). También hay una nota en la que se cuenta que, en una mesa redonda en la que participaban también religiosos y psicoanalistas, Paquito Jamandreu, el último en hablar, declara “yo soy homosexual”, dejando muda a toda la mesa. “¿Cuándo empezó todo?”, le pregunta el escritor Dalmiro Sáenz, que también participaba. “¿Todo qué?”, contesta irreverente Paquito, alardeando de la naturalidad con la que se relacionaba con su sexualidad (“El problema de la homosexualidad” 40). En esta petulancia de las maricas, que descoloca a médicos y periodistas a la espera de seres sufrientes ansiosos de ser contenidos, podría encontrarse un germen del discurso del orgullo, pilar fundamental de la posterior militancia homosexual que, a partir de 1971, empezaría a emerger regularmente en los medios masivos. En este marco, emerge en el espacio público un nuevo tipo de discurso sobre la homosexualidad: el discurso agente de los propios homosexuales, que reaccionan tanto contra el control punitivo de la homosexualidad como contra los discursos patologizantes de la medicina.

La génesis del dispositivo del orgullo en el Frente de Liberación Homosexual (1971-1976)

El Frente de Liberación Homosexual surge en 1971 —vigente aún durante la dictadura del general Onganía— por la fusión del grupo “Nuestro Mundo” con un grupo de intelectuales diversos entre los que se encontraban jóvenes militantes de izquierda de la Facultad de Filosofía y Letras y escritores ya consagrados como Juan José Sebreli, Juan José Hernández o Blas Matamoros (Insausti, “¿Hedonistas o revolucionarios?...”). En el marco de la radicalización política, el Frente rápidamente se identificará con la izquierda radical. La estrategia victimizante de los activistas de la década pasada será dejada de lado por una estrategia activa de alianza con el resto de los sectores en lucha contra el capitalismo: el sujeto político del FLH ya no será un homosexual doliente en busca de empatía sino el agente de la revolución social y sexual. El Frente tratará de acercarse en una primera instancia al peronismo revolucionario y en una segunda al trotskismo de base. Para esto, comenzarán una estrategia de intervención en la prensa con el fin de presentarse ante ellos como aliados dignos en la lucha revolucionaria.

Para mediados de 1973, el “deshielo” de los últimos años de la Revolución Argentina y la posterior primavera camporista habilitan la extensión de las nuevas subculturas juveniles, la masificación de las estéticas del rock, la extensión del uso de drogas recreativas, el jipismo y la revolución sexual. Estos fenómenos parecían acompañar los augurios de los primeros informes de los sesenta que habían sido plasmados en las impresiones de Murena: se transitaba hacia el fin de la represión y hacia una apertura al progreso cultural, que implicaba la superación de los prejuicios irracionales y el pasaje hacia una convivencia civilizada con los diferentes.

El Frente de Liberación Homosexual había empezado a ser referido por la prensa a partir de su misma fundación (“Informe sobre homosexuales”), al tiempo que sus comunicados fueron periódicamente difundidos por los diarios Crónica y Así desde 1972 (“Acude en defensa de lesbianas el Frente de Liberación Homosexual”). Paralelamente, en 1972 (“Homosexualidad: las voces clandestinas”), 1973 (“La batalla homosexual”) y 1974 (“Homosexualidad: ¿quiénes son?”), se publican extensas entrevistas a miembros del Frente, en las cuales su voz es reproducida sin distorsiones, y su mensaje no es ni burlado ni confrontado con las voces autorizadas de la ley o de la medicina.

La entrevista publicada en Así en julio de 1973 y titulada “La batalla homosexual en Argentina” ocupa la tapa y la nota central con una posición de una afinidad tal que hace sospechar que haya sido escrita en su totalidad por los mismos miembros del Frente. La publicación se agota rápidamente y no pasa inadvertida: la revista Satiricón percibe en ella las primeras señales profundas de la agonía del prejuicio (“La ofensiva de la subcultura homosexual” 20), y describe el clima que se vivía en este año en relación con la homosexualidad: “No es casual que […] la revista Así, cuyo espectro más vasto de lectores se detecta en las clases bajas, dedique una nota al Frente de Liberación Homosexual en el que no se desliza una sola frase irónica” (20).

En esta nota, tres militantes del FLH explican la opresión patriarcal como mecanismo de sustentación del capitalismo y ligan necesariamente la revolución sexual a la revolución social, al tiempo que hacen un llamado a la izquierda combativa. La nota es importante, además, porque en ella se inaugura un discurso político que luego, en la década del ochenta, se volverá hegemónico: por primera vez, el Frente hace un llamamiento a sus bases interpelándolas desde la categoría de “orgullo” y brindándoles una herramienta poderosa para re-interpretarse en términos celebratorios y dignificantes:

Usando como una de nuestras banderas de lucha la consigna "orgullo homosexual" intentamos destruir y alentar a los hermanos de lucha el complejo de culpa y vergüenza que desde nuestra infancia y durante los años de existencia arrastramos como producto de la educación represiva y antihumana del sistema. (“La batalla homosexual” 6)

La apelación al orgullo también aparecerá en las publicaciones del Frente. La revista Somos, cuyo primer número data de diciembre de 1973, tendrá como destinatario las amplias bases de homosexuales. El objetivo ahora no será forjar una alianza con las organizaciones de izquierda, sino partir del empoderamiento de las bases de maricas para empezar a construir desde ahí un camino hacia el cambio social.        

Las revistas construyen una historia colectiva de larga data al incorporar notas históricas: la revista Somos, en diferentes artículos de su quinto número, conmemora la gran razia porteña de 1954, relata los escándalos en Uruguay en 1958 y enumera cuatro acciones judiciales contra sodomitas durante la Edad Media en España. Construye, así, la idea una comunidad global con una historia de muy larga data y un destino común compartido. En casi todos los números, se refieren las noticias de los grupos de homosexuales con las que se tiene contacto en otras regiones del mundo y se transmite la idea de que, a pesar de la complicada situación interna, muchos otros intentos de organización homosexual estaban floreciendo por el globo. Todo llevaba a forjar una identificación colectiva que generase lazos de solidaridad y que permitiese superar la vergüenza y la culpa, problema que venía preocupando a los activistas desde hacía tiempo. En un documento interno titulado “Análisis de la represión policial y del comportamiento homosexual ante la misma”, se indagaba en los efectos subjetivos de la persecución cotidiana a partir del estudio de cómo la interiorización de la moral homofóbica provocaba efectos devastadores. El documento relata la historia de Alberto, un homosexual que, después de haber sufrido el hostigamiento de policías, “emergió, destrozado en su personalidad, como un individuo de existencia casi fantasmal [...] al punto de sentirse espiado y perseguido, de no confiar en nadie, de no sentirse vivir [sic]” (s/p). Para enfrentar esto, el Frente declaraba que uno de sus objetivos principales era “devolver a los homosexuales el gusto por la vida” (Análisis de la represión sexual s/p). Con este objetivo, nuevamente se apelará al dispositivo del “orgullo”. En “Los homosexuales somos hermosos”, la nota principal de la Somos número 3, se consigna:

Los homosexuales típicamente carecemos, como cualquier grupo oprimido, de una identidad satisfactoria. [...] Debemos pues construir una identidad homosexual, reivindicando en primer término nuestra condición de seres humanos con los mismos derechos de cualquier otro, exenta de noción de enfermedad o inferioridad o anormalidad. Y, en segundo lugar, debemos reivindicarnos orgullosamente como homosexuales, tirando de una vez por la borda el tremendo peso de la vergüenza y la culpa que nos han hecho sentir. [...] La identidad homosexual de que hablamos no puede salir más que de nosotros mismos, de nuestra unidad, de nuestra solidaridad, de nuestro orgullo y de nuestro creciente amor entre nosotros. (s/p) 

En 1969, en la revista Nuestro Mundo —como ya se ha mencionado— un entrevistado sostenía que un homosexual no podía ser feliz, que las relaciones entre homosexuales no podían ser duraderas y que conocía a muchos que nunca habían logrado dejar de serlo. En 1974, en la Somos Número 3, se presenta otra entrevista similar. En este caso, las respuestas resultan opuestas:

Charlando, estando en el Frente, llegué a comprender que me siento feliz de ser homosexual. Antes no me aceptaba, luchaba por no serlo. Hice una pila de cosas por no ser homosexual. Me metí en un convento, con yoga, budistas, psicólogos, psiquiatras. Ahora siento como un placer en serlo. He llegado a la conclusión de que no soy un enfermo, un condenado o un monstruo. Me siento feliz. A partir de sentir, vivir una relación nueva, no vergonzante con otros homosexuales, leer literatura liberacionista, participando en el grupo en el Frente, reflexionando sobre el ser humano y su naturaleza, me siento como asumiendo naturalmente mi homosexualidad. Puedo afirmar que siento placer en ser homosexual. (“Reportaje” s/p) 

Este nuevo modo de habitar el deseo y los cuerpos desde una perspectiva gozosa, autonomizada tanto de médicos como de policías, construye las bases de lo que, una vez pasada la dictadura (1976-1983), devendrá la principal estrategia de la comunidad homosexual: la política del orgullo.

Epílogo

En Argentina, en las décadas de 1980 y 1990, el orgullo devino un dispositivo medular para las estrategias políticas del movimiento que habilitaron luego las grandes conquistas legislativas del siglo XXI (Ben e Insausti). En los primeros años de la democracia, los activistas sostenían que cuantos más gais se visibilizasen en el espacio público, más se naturalizaría su existencia y más rápido se lograría la aceptación. Para esto se necesitaba que superasen la vergüenza y el miedo al estigma y se animaran a mostrarse públicamente orgullosos de “ser quienes eran”, a fin de confrontar y desmentir los prejuicios. El orgullo se convirtió, en definitiva, tanto en una táctica para interpelar a las bases como en un modo de presentarse ante la prensa: con el retorno de la democracia en 1984, los activistas empezaron a recorrer sistemáticamente los medios de comunicación, presentándose como personas merecedoras de los derechos que reclamaban. Este marco interpretativo se masificará con la aparición de las marchas del orgullo que verán multiplicar exponencialmente su poder de convocatoria, pasando de tener 300 participantes en 1992 a cientos de miles en este siglo.

La perspectiva sufriente, sin embargo, siguió siendo utilizada estratégicamente. Este es el caso del activismo contra el HIV, que en las décadas de 1980 y 1990 también apeló a discursos patologizantes y optó por una exposición mediática de la enfermedad con el objetivo de demandar acceso a medicamentos. En este siglo, en el marco de la lucha por la ley de matrimonio igualitario, que garantizaba el acceso a derechos como la herencia, las trágicas historias de ancianos desahuciados ante el fallecimiento de sus parejas recorrieron la prensa. Hoy en día, la lucha por políticas de pensiones para las travestis ancianas en situación de vulnerabilidad también recurre a los relatos dolientes de la violencia durante la última dictadura. Las prácticas políticas siguen transformándose estratégicamente en relación con los cambios en las coyunturas sociales y políticas. Estas transformaciones no implican tránsitos irreversibles, sino un uso táctico de diferentes narrativas, tanto vergonzantes como orgullosas.

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  2. Peralta, Jorge Luis. Paisaje de varones: genealogías del homoerotismo en la literatura argentina. Barcelona, Icaria, 2017.
  3. Perlongher, Néstor. El negocio del deseo: la prostitución masculina en San Pablo. Buenos Aires, Paidós, 1999.
  4. Pinta Silva, Susana. El drama de la transexual uruguaya. Montevideo, Edición de la autora, 1974.
  5. Prieur, Annick. La casa de la Mema: travestis locas y machos. México, UNAM, 2014.
  6. “Prohíben el pan con pan”, Crónica, 1 de junio de 1977, s/p. Archivo hemerográfico del Comisario Tuculet, Buenos Aires.
  7. “Que no se persiga a los homosexuales pide la señora Carter”, Razón, 22 de junio de 1977, s/p. Archivo hemerográfico del Comisario Tuculet, Buenos Aires.
  8. Queiroz, Juan. La historia de nuestra historia. Entrevista a Luis Troitiño. Buenos Aires, Moléculas Malucas, abril de 2020.
  9. Rapisardi, Flavio y Alejandro Modarelli. Fiestas baños y exilios: los gays porteños en la última dictadura. Buenos Aires, Sudamericana, 2001.
  10. “Reportaje”, Nuestro Mundo, diciembre de 1970, s/p.
  11. “Reportaje”, Somos, n.º 3, mayo de 1970, s/p.
  12. Román, Paula. “Un papel manchado con rouge. ‘Amorales suburbanos’ en el discurso periodístico durante el primer peronismo”. Sociohistórica, n.°49, marzo de 2022, pp. 1-18, doi: 10.24215/18521606e163
  13. Salessi, Jorge. Médicos maleantes y maricas: higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación argentina. Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 1995.
  14. Show, Vanesa. Es verdad. Buenos Aires, Edición de la autora, 2005.
  15. Stone Sandy. “The Empire Strikes Back: A Posttranssexual Manifesto”. Camera Obscura: Feminism Culture and Media Studies, vol. 10, n.°2, 1992, pp. 150-76.
  16. Surette, Ray. Media, crime, and criminal justice: images and realities. Nueva York, Pacific Grove Brooks, 1992.
  17. Ulanovsky, Carlos. Paren las rotativas: una historia de grandes diarios, revistas y periodistas argentinos. Buenos Aires, Espasa, 1997.
  18. “¿Varón o hembra? Búsqueda de la enigmática sustancia X”, Nuestro Mundo, diciembre de 1970, s/p.
  19. West, Donald. Homosexuality. London, Duckworth, 1955.

Notas

[1] Este trabajo fue financiado por el programa NextGeneration de la Unión Europea y forma parte del proyecto de investigación “Memorias de las masculinidades disidentes en España e Hispanoamérica” (PID2019-106083GB-I00) del Ministerio de Ciencia e Innovación (Gobierno de España): AEI/10.13039/501100011033. Anahí Farji y Luciano Uzal, queridos amigos y brillantes colegas, contribuyeron de muchas y diferentes maneras a esta investigación.

[2] Un papel importante, en estos informes, lo tuvo la revista Panorama, que mantenía íntima relación con la redacción de la revista Time, en Nueva York. A esta revista pertenecen las primeras notas editadas sobre el tema, en 1964 y 1968, además de una nota de una periodista norteamericana, que convive una semana con activistas lesbianas y dos entrevistas diferentes a miembros del FLH. El lema de la revista, “Panorama: la revista de nuestro tiempo” da cuenta de esta pretensión de estar a la vanguardia cultural.

[3] La asociación de la homosexualidad con el progreso y con las grandes urbes de los países desarrollados emerge de un modo interesante en el artículo “El homosexual en Rosario”. El informe señala que la homosexualidad, cotidiana en los Estados Unidos y en potencial crecimiento en Buenos Aires, no es aún un problema en Rosario por encontrarse al margen de la dualidad desarrollo/degeneración característica de las grandes metrópolis.