DOI: 10.19137/anclajes-2020-2415
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ARTÍCULOS
La imposibilidad moral de la existencia del drama: notas sobre la controversia del Ollantay
The moral impossibility of the existence of drama: notes on the Ollantay controversy
A impossibilidade moral da existência do drama: notas sobre a controvérsia do Ollantay
Sofía De Mauro
Centro de Investigaciones "María Saleme de Burnichón"
Facultad de Filosofía y Humanidades
Universidad Nacional de Córdoba, CONICET
Argentina
ssofiadem@gmail.com
ORCID: 0000-0002-1767-0954
Resumen: A mitad de siglo XIX, a partir de la publicación del drama inca Ollantay, se desata un amplio intercambio sobre literatura indígena en el ámbito americanista. En 1881, Bartolomé Mitre se alza como una de las voces disonantes al poner en tensión sus particulares representaciones acerca de la lengua, la literatura y las culturas indígenas y al cuestionar el estatuto de las producciones prehispánicas. Para revisar el debate que se genera, nos acercaremos a la problemática del Ollantay a partir de sus planteos y de la publicación de “Ollantay. Estudio sobre el drama quechua” inserto en la obra póstuma de Mitre, el Catálogo razonado de la sección lenguas americanas (1909-1911). Al seguir el recorrido de estas publicaciones intentaremos mostrar, también, la recepción de la ciencia filológica en el círculo letrado rioplatense. Particularmente, nos adentraremos en los problemas que emergen, en ese momento, como preguntas centrales de las ciencias antropológicas y que fueron sustentados, con distintos enfoques, desde la lingüística indígena americana.
Palabras clave: Ollantay; Bartolomé Mitre; Literatura y lenguas indígenas; Siglo XIX.
Abstract: In the mid-nineteenth century, a broad exchange of thought on indigenous literature in the Americanist context was unleashed following publication of the Incan drama Ollantay. In 1881, Bartolomé Mitre rose as a dissonant voice in the debate by questioning its particular representations of language, literature, and indigenous cultures, while also challenging the status of pre-Hispanic works. In reviewing these discussions, we approach the problem of Ollantay through his theoretical proposals and the publication of “Ollantay: Estudio sobre el drama quechua”, inserted into his posthumous work Catálogo razonado de la sección lenguas americanas (1909-1911). Analyzing these works, we also seek to convey philological science’s reception in the River Plate literate circle. In particular, we delve into the problems that emerged at that time as issues in anthropological science and which were supported, with varying foci, by indigenous American linguistics.
Keywords: Ollantay; Bartolomé Mitre; Indigenous languages and literature; 19th century.
Resumo: Em meados do século XIX, após a publicação do drama incaico Ollantay, inicia-se um amplo intercâmbio a respeito da literatura indígena no ámbito americanista. Em 1881, Bartolomé Mitre destaca como uma das vozes do período ao tensionar suas representações particulares sobre a língua, a literatura e as culturas indígenas, questionando, com isso, o status das produções pré-hispânicas. Com o intuito de revisar o debate do período, abordaremos a questão do Ollantay a partir das propostas e da publicação de “Ollantay. Estudio sobre el drama quechua”, de Bartolomé Mitre, inserido em seu trabalho póstumo denominado Catálogo razonado de la sección lenguas americanas (1909-1911). Seguindo o percurso dessas publicações, nos debruçaremos, também, sobre a recepção da ciência filológica no círculo literário da região do Prata. Aprofundaremos, ainda, em problemas que emergem naquele momento como, por exemplo, questões centrais das ciências antropológicas que foram sustentadas, com diferentes abordagens, a partir da linguística indígena americana.
Palavras chave: Ollantay; Bartolomé Mitre; Literatura e línguas indígenas; Século XIX.
nosotros podemos elevarnos hasta cualquier nivel de abstracción;
los otros, por causa de sus lenguas, están como condenados
a aferrarse a las más pedestres lógicas de lo concreto.
Carlos Reynoso,
Lenguaje y pensamiento, 2014.
El drama Ollantay es una de las escasas composiciones literarias
que nos quedan de la antigua América. Está escrito en
quechua, el idioma de los Incas; y aunque lo hacen algunos
autores posterior á la conquista del Perú por las armas españolas,
dan sobrados motivos para creerlo anterior lo clásico
de su lenguaje, la índole de sus versos, la estructura general de
la obra, la naturaleza del asunto y el orden de ideas en que la
acción se desarrolla. No hay en él nada que revele la manera de
pensar ni de sentir de Europa, ni nada que no esté adecuado
á las instituciones, á las costumbres y al estado social de aquel
vasto Imperio que dominó Pizarro y se extendía de las riberas
del Ancasmayu á las del Mauli. Pudo el cura D. Antonio Valdéz,
á quien algunos lo atribuyen, ser el primero en descubrirlo
y recogerlo, no á mi entender escribirlo.1
Gabino Pacheco Zegarra,
Drama en verso quechua del tiempo de los incas, 1886.
La problemática acerca del origen y datación del drama Ollantay es una discusión que parece no estar cerrada en la crítica literaria y en los estudios quechuistas (Calvo 2006; Itier 2006; Millones 1981). Desde la publicación de la obra, por parte de Johann Jakob von Tschudi, en 18532, se formaron tres posturas al respecto: la hispanista, la incanista y la del hibridismo (Calvo)3. A decir verdad, actualmente no es usual encontrar algún planteo que sostenga la pre-hispanidad total del drama; pero, aparte del origen de la leyenda, muchos han coincidido en atribuir su escritura al cura cuzqueño Antonio Valdez, fallecido en 18164. Sin embargo, Valdez anotó que había adquirido un manuscrito copiado en La Paz con fecha de 1735, aunque nadie conoció el paradero de este documento, además de que suele ser común que haya errores de datación en la época. A su vez, Clements Markham también afirmó poseer un manuscrito de 1707;5 no obstante, pudo comprobarse que decía “1797”. En todo caso, si ambos –Markham y von Tschudi– se inclinaron por la tesis de la incanidad del drama fue porque no conocían las características del teatro español del Siglo de Oro ni tampoco que, en la época colonial, se realizaba teatro quechua eclesiástico (Itier).
En rasgos generales, el argumento de la obra cuenta la historia de Ollanta, un importante guerrero que se enamora de Cusi Coyllur, hija del rey inca Pachacútec (1438-1471). Esta unión entre un plebeyo y una princesa era prohibida, por lo que haber solicitado su mano desata el odio del rey, quien no lo perdona y encierra a su hija. A partir de esto, el guerrero se instala en la región del Antisuyo que gobernaba y, desde allí, se origina la “rebelión de Ollantay”, donde se proclama nuevo inca. Pasan varios años, el rey inca muere y le sucede su hijo Túpac Yupanqui, quien decide vengarse en nombre de su padre; pero, finalmente, lo perdona. Así, Ollanta no solo logra reencontrarse con su amada, con quien había tenido una hija, sino que, además, es encumbrado con un puesto de importancia.
El intercambio de material que se desató durante el transcurso del siglo XIX con el auge coleccionista de obras americanas y, en particular, de la civilización incaica, pudo haber generado, como dice César Itier, cierta “impostura turística” que haya forzado argumentos a favor de la tesis incanista. Sea como fuere, el impacto de la obra en la época fue notable y produjo gran cantidad de publicaciones en varios idiomas. La cronología de las apariciones es la siguiente: en 1835, se dio noticia del texto en el diario cuzqueño “Museo Erudito” y, en 1851, Martín E. de Rivero y von Tschudi publicaron parcialmente el Ollantay en el reconocido libro Antigüedades Peruanas; luego, apareció por primera vez en 1853 de manera completa, sin traducir, en la obra de von Tschudi, Die Kechua Sprache. A partir de allí contamos con la edición de José Barranca en 1868 en castellano; en 1871 en inglés, a cargo de Markham; en 1873, nuevamente al castellano de la mano de José Fernández Nodal; en 1875, otra vez por von Tschudi; en 1876, también en castellano por Constantino Carrasco; en 1878, al francés por el quechuista Gabino Pacheco Zegarra; en 1890, al alemán por Ernst Middendorf, entre otras. De la crítica a algunas de estas obras nos ocuparemos a continuación, a partir de lo que escribió Bartolomé Mitre sobre ellas en el apartado “Quichua-Aymará” de su Catálogo razonado de la sección lenguas americanas (1909-1911)6.
la palabra dicha, luego escrita, luego leída, después meditada y
vuelta a pronunciar ha pasado por varios crisoles para salir más
pura y resplandeciente. Esta es la marcha de todas las lenguas a
medida que las palabras se reproducen, se reproducen también
las abstracciones y cuando se piensa en la distancia que media
entre los primeros monosílabos y el
alfabeto, entre éste y el futuro y el condicional, etc., la imaginación se abisma. La
lección más provechosa que sacamos es que el espíritu humano
es perfectible hasta el infinito.
Bartolomé Mitre,
Diario de la juventud, [1843] 1936.
El Catálogo razonado de la sección lenguas americanas salió a la luz póstumamente y se publicó en formato “catálogo” que, para el círculo de letrados estudiosos de asuntos americanos, era una de las herramientas más útiles para la circulación, difusión y venta del material cada vez más requerido por los coleccionistas del Río de la Plata y del mundo. El Catálogo contiene los comentarios, reseñas y críticas que Mitre realiza a las publicaciones sobre lenguas y lingüística americanas aparecidas hasta el momento (aunque también sobre manuscritos e incunables). Es una obra que se enmarca en el interés creciente del americanismo por un campo de estudios específico referido al léxico y por las lenguas del nuevo continente, inaugurado, según Devoto, en el primer tercio de siglo por Pedro De Angelis (1784-1859). Parafraseando a Luis María Torres (1909) –encargado de la edición y de la Introducción del Catálogo–, Mitre sería el continuador de la línea de De Ángelis, con un catálogo único en su género por la gran cantidad de información que contiene (se publica en tres tomos y abarca alrededor de seiscientas obras; entre las cuales, más de cuatrocientas tratan sobre lenguas americanas).
El título cuarto del Catálogo razonado (en adelante CR) es la parte más extensa, en la que se consigna el material sobre lenguas americanas en particular, desde el extremo sur del continente hasta las lenguas del norte. La séptima sección dentro de este apartado se denomina “Quichua-Aymará” y contiene la reseña de sesenta obras7. En este apartado, se ubican las obras de algunos autores referidas al Ollantay y, curiosamente, ninguna de estas entradas tiene algún comentario. Sin embargo, al revisar las fichas manuscritas que sirvieron de base para la publicación del C8, hemos podido comprobar que existió un borrador referido específicamente a la entrada de Markham. Se trata de ocho papeletas que no fueron incorporadas al CR, pero que coinciden, en líneas generales, con el artículo de Mitre que se incorpora como “Adición” a la sección “Quichua”: “Ollantay, estudio del drama quichua”, publicado con anterioridad en el primer número de la Nueva Revista de Buenos Aires en abril de 18819. Estas papeletas están agrupadas con una carátula que reza “Ollantay (Quechua) 26”. Este número indica el orden de la entrada de la obra de Markham en la sección “Quichua-Aymará” del CR.
“¿Existía en América una literatura cualquiera, antes de la época de su descubrimiento por la Europa?” (Mitre, Ollantay, 3). Con esta pregunta inicia Mitre su ensayo e inaugura, como voz disonante frente a las publicaciones de otros letrados, la controversia sobre la autoría y origen del drama. Introduce su estudio con el comentario acerca de que, hasta el momento, no se había planteado formalmente la existencia de una literatura americana precolombina y que, quienes él denomina “apologistas de lo americano”,se atrevieron como mucho a poner de relieve otro tipo de manifestaciones artísticas. Pero, categórico, Mitre asume que es imposible intentar elevarlas a otro nivel, ya que se trata de agrupaciones humanas “aun en el estado salvaje”. Así, se propone demostrar la imposibilidad de una creación literaria para civilizaciones que no sean las occidentales. Para América, estas manifestaciones podrían ser, en todo caso, el “protoplasma de una literatura” (Mitre, Ollantay, 3).
A su vez, la inconsistencia en los planteos de sus contemporáneos está dada por la falta de documentación o de documentación verídica, como también de formas de razonamiento válidas. Ese punto se condice con su particular manera de hacer historia (Devoto y Pagano) y que –como veremos más adelante– es uno de los ejes centrales en su debate con Vicente Fidel López (1815-1903), quien también forma parte de la polémica.
El argumento de Mitre para desechar las teorías incanistas tiene dos pilares: uno que podríamos denominar sociológico y otro estético, aunque ambos se intersecan. El primero se relaciona con su representación acerca de las comunidades originarias americanas, que puede apreciarse con mayor profundidad en un escrito de 1879, Las ruinas de Tiahuanaco, a propósito también de la civilización incaica10. Siguiendo a Mitre, se trata de civilizaciones que por poco llegan a la condición de humanas y su “estado sociológico” en el momento de la Conquista no permitía la “posibilidad moral de la existencia del drama” (Mitre 1881: 4).
De acuerdo con su planteo, la falta de cultura –su animalidad– está dada, a su vez, por la ausencia de una de las tecnologías predilectas de las sociedades modernas: la escritura; discurso muy a tono con el carácter grafocéntrico de la lingüística decimonónica y en particular, de la lingüística andina (Noriega). La no-escritura indígena, esto es, el hecho de que no hayan podido evolucionar a ese estadio de complejidad cultural es símbolo de un estado mental inferior, de una “psicología” simple; además, sin capacidad de abstracción, según sostiene Mitre. De esta manera, se explicaría, también, el tipo de lenguaje aglutinante y no flexivo como las lenguas indoeuropeas. Este eje de análisis del que parte su crítica se materializa en el CR con una categoría que parece acuñar él mismo: “ideología lingüística”.
En este punto, se articula el aspecto sociológico con el estético: para el análisis de las lenguas lo que le importa es su “ideología idiomática”11, es decir, la forma en que cada pueblo piensa en su lengua. La literatura, entonces, que debe tener como base una lengua evolucionada, sería imposible en civilizaciones culturalmente subdesarrolladas. Siguiendo este razonamiento, el drama, “ya sea como síntesis psicológica por la asociación de ideas, ya sea como espectáculo emocional en que las pasiones intervienen personificadas presentando su faz esterna [sic]” (4), no podría haber existido antes de la llegada de los españoles a América. Así, el drama como representación de las emociones humanas se produce solo con la aptitud del hombre civilizado de alejarse de lo inmediato, lo concreto, la naturaleza. Es la competencia de la que carecen los idiomas americanos, “desprovistos de palabras representativas de ideas abstractas y de proyecciones morales [...] porque todo drama escrito tiene que representarse primero en sus componentes, en el alma del pueblo que lo concibe y lo formula” (5).
Los salvajes, entonces, “que solo ven con los ojos de la carne” (6), el único drama que podían concebir era la danza, entendida como una expresión artística tribal en relación directa con la tierra o la “pantomima”, en la cual ni siquiera interviene la palabra. De hecho, profundiza Mitre, mientras observamos a las comunidades más al sur del continente, esas mismas danzas tienen aún menos vestigios de forma dramática en su estructura. Siguiendo a Noriega, es también típico entre los quechuistas establecer esta íntima relación entre lengua y literatura, que no serían solo “fenómenos culturales hermanados, sino complementarios e inseparables” (292). Los quechuistas decimonónicos han emitido comúnmente juicios de valor respecto a la lengua; ya sea para denostarla (como es el caso de Mitre), aduciendo su pobreza e incapacidad de abstracción, o para enaltecerla (esta posición es la que asumirá López, entre otros, para intentar comprobar el origen del quechua en la lengua de los pelasgos). Pero, ambas posturas se sirvieron de la analogía como recurso para sus desarrollos teóricos, es decir, la comparación directa con las lenguas occidentales o, más precisamente, con el modelo latino de la lengua. A pesar de que Mitre se encarga en diferentes ocasiones de poner al descubierto el hecho de que algunos estudiosos sigan ese molde, no deja de comparar las “capacidades” de una y otra lengua12.
La tesis hispanista de Mitre sostiene que el Ollantay fue representado hacia 1780, en momentos de la insurrección de Tupac Amaru y fue dirigido por el cura Antonio Valdez, aunque en 1781 fue prohibida a partir de la condena de muerte del último inca. Luego de ser publicados algunos fragmentos por Rivero y von Tschudi en 1851, comienza a expandirse la creencia de que se trataba de “un monumento original de la literatura dramática de la época precolombina, y poco después ya nadie lo ponía en duda” (Mitre, Ollantay, 10). Solo en 1876, el reconocido quechuista Ricardo Palma, quien se encarga de escribir la introducción del Ollantay del poeta peruano Constantino Carrasco, tímidamente, según Mitre, habla en contra de la originalidad del drama. Aunque, aclara, esta posición es expuesta por él ese mismo año, meses antes, en la Revista Chilena13, con la publicación de su carta enviada, en 1875, sobre literatura americana a Barros Arana.
Se inicia, entonces, de la mano de reconocidos quechuistas europeos y locales lo que Mitre da en llamar la “leyenda bibliográfica” en torno al Ollantay que, a partir de “pruebas considerando el drama en su estructura, sus elementos y sus tendencias políticas y morales” (19), intentará derribar.
El Ollantay como composición dramática, no tiene el mérito
literario que se le atribuye, no obstante que su acción tenga
unidad y sea bien conducida, con situaciones de bastante efecto
teatral. [...] A no haber sido escrito en lengua quechua, nadie se
habría ocupado de él, y sólo debe su celebridad á la creencia de
ser una producción indígena precolombina.
Bartolomé Mitre,
Ollantay, 1881.
Según podemos deducir a partir de la lectura de la correspondencia y según sostienen Teresa Mozejko y Ricardo Costa, la década de 1880 es para Mitre, hasta sus últimos días, una etapa dedicada casi exclusivamente a la producción intelectual. En estos años, justamente, se concentra gran parte de sus textos sobre arqueología y lingüística americana, muchos de los cuales serán luego incorporados al CR.
Más arriba nombramos una famosa carta que Mitre le envía a Barros Arana en 1875, publicada meses después en Chile14. En este texto se pueden ver también los comienzos de la polémica historiográfica entre Mitre y López, a partir de la crítica que le hace aquél a Les races aryennes du Pérou (1871)15, primero y, luego, por el reproche acerca del método de López para la escritura de la historia, aunque, como veremos, ambos temas confluyen.
En la carta, se propone comentar los libros y materiales que Barros Arana le remite anteriormente. Pero, su Tratado de Geografía Física yla Revista Chilena es lo que más le ha llamado la atención y se centrará en esta última. Específicamente, se detiene en la sección bibliográfica16 que contiene la revista, hecha precisamente por Barros Arana en diferentes números. Así, hará “ligeras observaciones, que quizás puedan serle de alguna utilidad en sus estudios” (1876, 297).
Nos interesa, en esta oportunidad, el análisis a la obra del Abate Charles E. Brasseur de Bourbourg17 (que también aparece en el CR). Mitre se alegra de encontrar en Barros Arana un aliado en relación con sus opiniones sobre el abate, este “pretendido americanista” y hasta un “charlatán ignorante” (307). Critica así la creencia de que el Popol Vuh sea literatura americana prehispánica, lo mismo que el Rabinal Achí, contenido en su Gramática Quichua, que también Mitre se encarga de denostar, por ser, sobre todo, una copia encubierta de la del padre Francisco Ximénez18:
supone [Brasseur de Bourbourg] que es un manuscrito «del arte dramático de los antiguos americanos». No es extraño esto, cuando Marckam [sic] y otros sabios europeos y no europeos, dan por producción original del tiempo de los incas, el drama en quichua Ollanta, cuyo autor se conoce, y que no es sino una traducción ó una imitación de una comedia española de capa y espada en que ni el gracioso falta. (310)
Estas consideraciones acerca de la literatura americana, y del Ollantay en particular, dan paso a su crítica sobre el aspecto lingüístico de la obra de B. de Bourbourg. Así, los errores en los que incurre son los mismos de Vicente Fidel López, quien lo toma como modelo. Ambos, según Mitre, reaccionan en contra de la escuela filológica alemana, que basa las filiaciones entre las lenguas a partir de la analogía en las formas gramaticales. En cambio, ellos siguen el modelo de la escuela lexicológica (esta crítica también es recurrente en el CR), al poner especial atención en el “sonido aislado de las sílabas radicales” o en el léxico. Este error capital, para Mitre, es sobre todo un error metodológico por no seguir el devenir histórico de las lenguas o el “encadenamiento lógico y geográfico en las palabras” (Mitre, Ollantay, 310).
El juicio sobre el Vocabulario de raíces de los dialectos guatemaltecos de Bourbourg se convierte también en un reproche a Les races aryennes de López19, obra en la que, afirma Mitre, “se pretende probar que los antiguos peruanos eran nada menos que los descendientes de los griegos”. En la reseña a esta obra en el CR (1910), copia casi exactas las palabras de la carta que le envía a Barros Arana referidas al abate:
Para fundar esta tesis, el autor reacciona contra la escuela filológica, la que ha establecido la filiación de las lenguas por las analogías de las formas gramaticales, y no por el sonido aislado de las sílabas radicales, ni aun de las mismas palabras análogas. Con arreglo á esta teoría, sostiene, que aunque la lengua Quichua sea aglutinante, según él mismo lo reconoce, y el ariaco un idioma de flexión, los quichuas se separaron de sus congéneres en su tránsito de aglutinación á la flexión, quedando inmovilizados en esta forma primitiva; por manera que el quichua contendrá en sí el germen de las lenguas indo-europeas. Según esta teoría, desnuda de pruebas históricas y sin encadenamiento geográfico, lo mismo podría probarse, que todas las lenguas americanas tienen un origen ariaco ó semítico. (191)
En relación con el debate gramática vs. vocabulario –que definió las coordenadas de las investigaciones de la lingüística indígena americana en la época–, pareciera que, en realidad, la decisión de López sí es apoyar su análisis en la estructura gramatical, sin dejar de lado las comparaciones léxicas (Quijada; y Ennis). De hecho, lo dice explícitamente también en otros escritos anteriores20:
Lo que se necesita para descubrirlo [al parentesco] es el estudio analitico del mecanismo gramatical con que los pueblos que se trata de conocer, han dado forma á la espresion de sus ideas uniéndolos con las raices que contiene el tema de cada sentido. No basta por consiguiente que sean análogos los sonidos con que se esprese la misma idea, sino que es preciso que esa analogia sea constante, y que esté regida ademas por las leyes gramaticales de la palabra: porque solo la palabra viva y combinada puede demostrar que la accion intelectual que la produjo es igual y paralela entre las lenguas que se comparan: solo ella puede darnos la prueba efectiva del parentezco que envuelva á dos lenguas diversas con los lazos de la familia haciéndoles miembros de una misma civilizacion, ó si se quiere afluentes del mismo rio. (1869, 482)
Sin embargo, metodológicamente, según las críticas de Mitre, sigue incurriendo en ese “error”.
Más adelante en la carta, aunque Mitre le recomienda a Barros Arana la lectura de algunos escritos de López, le advierte, categórico:
Excuso prevenirle que este escritor [Vicente Fidel López] debe tomarse con mucha cautela, porque escribe la historia sin documentos (al menos muy escasos, fuera de los impresos), guiándose por ocurrencias ó ideas preconcebidas, afirmando dogmáticamente, puede decirse, en cada página, lo contrario de lo que dicen los documentos inéditos, que no conoce. (1876, 317)
Barros Arana comenta en su respuesta21 que se trata de un tipo de historia “que no puede agradar á los que tenemos la costumbre de estudiar los documentos, comprobar las fechas, etc., y que, en realidad no enseña nada, absolutamente nada” y que lo “que se llama historia filosófica es el asilo de los que no quieren estudiar la historia, de los que quieren hacer de esta ciencia un conjunto de generalidades y declamaciones vagas é inútiles” (326).
Si la sociabilidad peruana hubiera contenido alguna vez un
principio de desarrollo moral, daria testimonio de ello su
lengua, la cual por el contrario nos dice y nos enseña, que
no solo no tenia ningun abstracto, ni siquiera para generalizar
las cosas materiales; pero que ni aun tenia elementos de
acercarse a la abstraccion.
Bartolomé Mitre.
Marginalia en Les races aryennes de López
la conclusion de que el drama de Ollantay es de orígen incano permanece establecida con más fijeza, y en un terreno más sólido, desde que ha resistido la crítica del General Mitre. El ataque fallido es una adicion de fuerza. [...] Demasiada erudicion es seguramente cosa peligrosa.
Clements Markham,
Poesía dramática de los incas.
El Ollantay de Mitre –publicado en 1881 e insertado como adición en el CR– viene a consolidarse como una respuesta conjunta a las entradas que, en la sección Quichua-Aymará, silenciosamente se refieren al drama inca. Como estuvimos viendo más arriba, coloca en el tapete, “esplicito i terminante” (477), los posicionamientos incanicistas que planteaban los quechuistas decimonónicos. Esas críticas tienen especial repercusión en Markham y López, materializada en la obra The second part of the Chronicles of Peru (1883) de Pedro de Cieza de León, transcripta y traducida por Markham, quien en la introducción dedica dos capítulos22 a contestar, punto por punto, las críticas que Mitre realizó a su trabajo, pero, sobre todo, para reivindicar el origen genuinamente incaico del drama. Esa cuestión salta a la vista no bien comienza su réplica: “The reference of Cieza de Leon to the songs and recitations at the court of the Yncas suggests the question of the existence among the ancient Peruvians of a drama, or system of representing historical and other events by means of dialogues.” (XXIX) En la traducción al castellano de esos artículos que anteceden a The second part de Markham, publicados como Poesía dramática de los incas. Ollantay (1883),López escribe una “Carta crítica” que se hace eco también de las críticas de Mitre.
El artículo comienza haciendo una cronología de las obras que tratan sobre el drama, todas ellas tendientes a proclamar el origen prehispánico del Ollantay y presenta algunos rasgos que comprobarían esa hipótesis, en la que aclara, también, que se ha basado en el manuscrito más fiel. Luego, abre la discusión: “En este caso el «Devil’s Advocate» es nada menos que el general Don Bartolomé Mitre”. Así:
No debe desoirse su opinion, porque es un hombre de vastos estudios que posee un espíritu crítico de primer órden. Pero su conocimiento del idioma quíchua y de los autores españoles en los primeros tiempos de la conquista es limitado [...]. A pesar de ello, el cumplido general y estadista hubiera sin duda probado su tésis si ello hubiera sido posible. Los hechos sin embargo son muy numerosos y se encuentran demasiado conjurados contra él. Su ataque fué bien combinado, y llevado á cabo con gallardía, pero ha sido completamente infructuoso. (20)
Las páginas que siguen se encargarán de desmentir cada uno de los argumentos de Mitre. Precisamente, la aparición de la segunda parte de las Crónicas de Cieza de León es una de las piedras de toque: Mitre no las conocía, por consiguiente, no estaba al tanto de lo que allí se dice respecto al drama. A su vez, critica el concepto de “capa y espada”, la famosa frase que será luego citada por diversos especialistas al comentar la postura de Mitre. Markham aduce, entonces, como vimos en la cita anterior, que Mitre tampoco tenía un buen manejo de la literatura española de la época, ya que este tipo de composición tiene como fin la “galantería”, diferente a lo que sucede en Ollantay que es una “composicion historica en la que actúan personajes reales”. De esta manera, no sólo no se trata de un drama de “capa y espada”, sino que “seria dificil de encontrar dos géneros de composiciones dramáticas más distintos entre sí” (22).
Si la embestida de Markham está dirigida más a los aspectos literarios, la carta de López pretende enfocarse en la parte lingüística. Como Markham, aduce primeramente que el problema central del artículo de Mitre es haberse basado en una copia y no en un manuscrito original -la obra que Pacheco Zegarra traduce al francés-, sin haberla cuestionado. No hay “examen directo” y sí análisis sobre una traducción. Esta traducción es, para López, demasiado libre, además de que los términos en quechua son inexactos; errores que en otros códices han sido salvados. Así, las “pruebas” con las que sostiene Mitre sus argumentos, son falsas.
Algunas de las palabras que López toma como fundamentales para su vituperio son acheter, offrir, ma petit; ninguna aparece en el texto y, además, se trata de acepciones que los incas no conocían. También encuentra un error cuando Mitre traduce “dinero” en vez de “plata” (mineral), lo que implica un sentido de la acción relumbrar mi plata bastante diferente: “precisamente este diálogo y estos conceptos, en donde el Sr. Mitre supone un dinero ó sea pesetas que suenan, y que no existe ni en sombra siquiera, es uno de los que caracterizan mejor la evidente antigüedad histórica de esa pieza dramática y de su contextura” (50, con itálicas en el original). Remata, López, vengativo:
Francamente, seria bueno saber las razones que ha tenido para hacer esta preferencia de un códice sobre el otro, y quisiéramos saber también si al decidirse consultó ó no con el Sr. Barros Arana, que debe saber mucho de esto y de otras cosas á estar á las cartas que sobre la materia ha publicado, ó le han publicado, y en las cuales poco descubre por cierto las bases de su criterio filológico. [...]
El señor Mitre se ha ocupado de mí en su traduccion y folleto de Ollantay á pesar de que hasta ahora muy poco y muy prudente era lo que yo habia avanzado sobre ese drama. [...] Pero el Sr. Mitre, que en sus cartas privadas y en sus opúsculos parece siempre interesado en mostrar que disiente en todo de mi manera de pensar, ha insistido muchas veces en hacer aparato del poco valor que dá á mis estudios sobre la antigüedad Pre-Colombiana. Yo lo hago sin embargo, sobre los textos, hasta donde puedo, jamás sobre traducciones libres y malas que nunca acepto lijeramente sin verificar y sin saber verificarlas; y en cuanto á mi libro, en sus mismas pájinas he dicho que aventuraba una tésis: y que la ponia en discusion dando la manera en que la entendia (58-61, con itálicas en el original).
Este es el tono de la reyerta y, luego de las respuestas de uno y otro lado, silencio. Por lo menos, no hemos encontrado que Mitre conteste los argumentos de Markham y López, pero sí hemos visto que en el CR ninguna de las entradas referidas al Ollantay tienen alguna reseña, solamente Les races aryennes de López. Y, como dijimos más arriba también, la entrada referida a Markham aparece vacía en la edición publicada del CR, pero bien desarrollada en la ficha manuscrita inédita.
¿Cuál es el alcance, entonces, de la voz disruptiva de Mitre en el medio del debate? Si bien Mitre se demoró casi cuarenta años en escribir Las ruinas de Tiahuanaco –ya que el viaje lo había realizado en 1846 y el libro se publica en 1879–, hubo en el medio un reconocido esfuerzo por el armado de una Biblioteca Americana de amplias dimensiones. En el camino, planificó proyectos que nunca se concretaron, pero que aspiraban a relatar ciertos vacíos en la historia americana como Historia del descubrimiento, conquista y población del Río de la Plata y El hombre salvaje de la cuenca del Plata (Mitre 1876). Además, en sus últimos veinte años, publicó artículos referidos exclusivamente a asuntos americanos y, en particular, sobre lenguas indígenas.
Ruinas es una obra integral, por momentos un diario autobiográfico, un tratado arqueológico, un estado de la cuestión de los estudios americanistas. El libro condensa información variada: ubicación, geografía lingüística, tradiciones, origen, presentación de algunas teorías y sus refutaciones (Alcides D’Orbigny, Léonce Angrand), mezclada con información personal tal como “circunstancias que llevan al autor á visitar las riunas” o “impresiones que despierta el paisaje” (205). Desde las primeras líneas el género diario de viaje se hace presente y, en consecuencia, a veces aparece la pluma en primera persona (de manera explícita en el primer y último párrafo). Son reveladores los capítulos en los que se cristaliza la postura de Mitre atravesada por el discurso del spencerismo social (Lightman): Tiahuanaco es, para él, el modelo de lo que no debe ser, el retraso del hombre americano frente al progreso de las sociedades occidentales. En esas páginas, postula la “teoría de la ley del retroceso americano” y la “rotación de los estados sociales de la América en el círculo vicioso” (67). De esta manera, siguiendo el modelo de involución de Spencer y las ideas biologicistas de Darwin, la barbarie no es un fenómeno de estancamiento, sino de regresión.
La “ideología lingüística”, en este sentido, le permite explicar, a partir de la división tipológica de las lenguas, cómo algunas lenguas –y, por extensión, los pueblos que las hablan– no son capaces de asimilarse a la cultura occidental. Así, como apunta en su Diario, si bien “el espíritu humano es perfectible hasta el infinito” (15) en relación a la evolución de las culturas, esto no se aplica a las sociedades pre-existentes. En otra oportunidad, pudimos rastrear las primeras y, tal vez, escasas utilizaciones del término “ideología lingüística” por parte de Mitre (De Mauro) y, si bien aún no podemos precisar a partir de qué otras lecturas específicas Mitre comienza a utilizar la expresión, a modo de hipótesis, arriesgamos que se trata de su propia versión de los postulados de Du Ponceau referidos al polisintetismo como característica general de todas las lenguas americanas, pero desde una perspectiva asentada en notables prejuicios evolucionistas23. En todo caso, siguiendo a Campbell en este punto (1991), “various "ideologic" psychological-typological-evolutionary assumptions are shared by virtually all nineteenth-century theorists of American Indian linguistics”, ya sea sistemáticamente o de manera contradictoria (28). Campbell y Poser (2008) reconocen la utilización del término “ideología” en un sentido particular para la lingüística: “‘Ideology’ embraced the various forms, structures, and systems of languages and the means whereby they differently group and expound the ideas of the human mind. It governed the broader evolution of language and thus also had implications, at a more abstract level, for language classification” (226).
Mitre sostiene hacia el final de Ruinas lo mismo que, en solitario, dice en relación al Ollantay: las “tribus salvajes de la América” no poseían ni en su organización “ni en su cerebro” las posibilidades para la progresión, lo cual explica que “estaban fatalmente destinadas a morir por esterilidad” (191). Estos recuerdos de viaje, su “sueño arqueológico” (203), son una importante guía de lectura para entender todos los trabajos que en los últimos veinte años del siglo XIX Mitre escribe sobre lingüística americana. Con todo, hemos podido revisar que en los debates que tienen como centro a Mitre y López (la carta a Barros Arana que López nombra, Les races que Mitre anota en consonancia con Ruinas, el Ollantay que es criticado por López y por Markham) se discuten cuestiones relacionadas con el método de historizar –y, en algún punto, de hacer lingüística– y con la posibilidad de acceso a la verdad a través de los documentos. Esta preferencia documental, base y fundamento de la historiografía luego denominada “erudita” son la manera de relacionarse con las sociedades siempre pretéritas que, por otro lado, no pueden formar parte del pasado argentino, según Mitre (Devoto y Pagano). Entendemos, en este sentido, que revisitar estos debates en sus distintos soportes (édito e inédito, artículos de revista, libros, correspondencia, notas de lectura) nos da la posibilidad de indagar acerca de algunas recurrencias, silenciamientos u ocultamientos en la incorporación de ‘lo indígena’ en la agenda de esta lingüística americana.
Notas
1Tanto en esta como en todas las citas, respeto la ortografía original.
2Johann Jakob von Tschudi, de origen suizo, nació en 1818 y falleció en 1889. El título completo de la obra es Die Kechua Sprache. Erste abtheilung Sprachlehre.
3La tesis hispanista sostiene que la obra fue escrita después de la Conquista; la incanista, que fue escrita por los incas; en cambio, el hibridismo propone una escritura conjunta (esto es, sobre la base de la leyenda incaica, la intervención escrituraria de algún español).
4Los manuscritos de Antonio Valdez son encontrados en 1816 por su sobrino, Narciso Cuentas, quien asegura que la autoría de la obra es de su tío (Calvo 2006).
5Clements Markham (1830-1916), geógrafo e historiador británico.
6El Ollantay de Mitre no toma en cuenta la obra de Middendorf, ya que se publica nueve años más tarde. A su vez, no todas estas publicaciones son incorporadas como entradas en el Catálogo razonado.
7La séptima sección dentro del capítulo IV es una de las más copiosas. En primer lugar, tenemos la sección “Norte América y Canadá”, con 74 entradas, luego “Guaraní” con 64 entradas y, en tercer lugar, la sección que nos compete. Las obras que la componen se dividen de la siguiente manera: cuatro para “Quichua aymará”, cuarenta y seis para “Quichua” y diez para “Aymará”.
8Agradecemos a la Lic. María Ximena Iglesias, responsable del Archivo Histórico del Museo Mitre, por su predisposición en la consulta del material.
9El primer número de la Nueva Revista –con tirada aparte en la Imprenta Mayo ese mismo año y dirigida por Vicente Quesada– comienza con una sección que se denomina “Los ex-presidentes” y está compuesta por los trabajos de Mitre, Sarmiento y Avellaneda. Tal hecho “afirma los propósitos del Programa” de la revista (1881, 9).
10Se trata de un texto que rescribe cuarenta años después de su viaje a las Ruinas en 1836. Hasta el momento no hemos podido hallar la versión de 1879, que tampoco se encuentra en la Biblioteca del Museo Mitre. En cambio, trabajamos con la edición de 1954 (Hachette).
11Los términos ideología lingüística, idiomática o filológica son colocados como sinónimos en Mitre.
12En algunas de las reseñas de Mitre a ciertas obras del CR, critica que ciertos autores analizan las lenguas americanas con los “moldes latinos”, sobre todo, las gramáticas de los misioneros (por ejemplo, el Arte y vocabulario de la Lengua Guaraní de Ruiz de Montoya); aunque tiene presente que los objetivos de unos (religiosos y de adoctrinamiento) en relación con la especificidad de los estudiosos contemporáneos y sus intereses “científicos” son diferentes. La crítica apunta en estos casos a quienes, ya enmarcados en los estudios americanistas, siguen utilizando esos métodos.
13La Revista Chilena es fundada en 1875 por Diego Barros Arana y Miguel Luis Amunátegui y dura solo cinco años hasta 1880. En el primer tomo de la publicación, hablan de “servir de órgano al movimiento literario de nuestro país” y convocan a quienes se dediquen a los asuntos de “ciencias i de letras” (1875, v).
14La carta es del 20 de octubre de 1875. En su respuesta, Barros Arana le dice a Mitre de publicarla: “Mi primer propósito fué darla á la prensa, convencido de que su lectura debía ser agradable á los abonados á la Revista Chilena; pero luego medité y comprendí que no convenía dar publicidad á las opiniones desfavorables que usted me da acerca de algunas obras argentinas, sobre todo cuando esas opiniones están revestidas de la crudeza que se usa en una conversación familiar.” (1912: 325). Cuando la carta sale a la luz en la Revista –bajo el título: “Algo sobre literatura americana”, en el tomo IV (1876) –, en una nota al pie aclara que ha sido publicada, pero con algunos recortes de “pasajes puramente familiar[es]” (1876, 477).
15Respecto a Les races, hemos tenido la posibilidad de acceder a la obra de López que tenía Mitre en su biblioteca personal y nos encontramos con una interesante marginalia que entra en relación directa con la obra que mencionamos sobre las Ruinas de Tiahuanaco y el Ollantay. Se trata de todo un aparato argumentativo que Mitre despliega para rebatir las teorías de López acerca de las civilizaciones del Perú, sobre su lengua y su literatura. Queda por descifrar aún el orden cronológico de esta escritura, teniendo en cuenta que la obra de López es del 1871, la carta a Barros Arana del 1875, la publicación de Ruinas del 1879, el Ollantay de Mitre del 1881 y la réplica de Markham, con introducción de López del 1883: ¿estas notas son la base para el armado de esas obras o las escribe a la luz de éstas?
16Vale la pena copiar lo que escriben los directores de la revista en el primer tomo cuando se refieren a la parte de “revista bibliográfica”: “En esta reseña, ajena a todas las pretensiones de la alta crítica literaria, i reducida casi esclusivamente a describir los libros de que se trata, daremos la preferencia a las obras que de algún modo se refieren a la América, ya sean escritas en este continente i por autores americanos, ya en Europa i por autores estranjeros.” (1875, vi). Mitre, al comienzo de su carta, critica fuertemente el carácter poco americano de la Revista Chilena, aunque resalta el valor de esta sección.
17El abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg (1814-1874) publicó varias obras sobre historia y lenguas americanas, especialmente sobre el maya quiché.
18Fray Francisco Ximénez (1666-1722), religioso español de la Orden de Santo Domingo. Actuó principalmente en Guatemala y fue reconocido por haber conservado el manuscrito del Popol-Vuh.
19A partir de la teoría que plantea López se entabla, también, una polémica con von Tschudi que, como vimos anteriormente, se posiciona a favor de la tesis incanista del drama, pero discute la filiación lingüística entre quechua y sánscrito que propone López. En la misma sección del CR que venimos analizando, aparece la entrada “45. TSCHUDI-LÓPEZ, Deux lettres à propos d’archéologie péruvienne,- Buenos Aires, 1876. Correspondencia entre el doctor J. J. von Tschudi y el doctor Vicente F. López; refiriéndose á la obra del segundo: Les races aryennes du Pérou” en relación a esto.
20 En este caso, seguimos el orden de apariciones de los escritos sobre el tema. Antes de Les races, López publica unos “fragmento[s] de una obra que está a punto de terminar” (Gutiérrez 1865) en la Revista de Buenos Aires, denominados “Estudios filológicos y etnológicos sobre los pueblos y los idiomas que ocupaban el Perú al tiempo de la conquista”. En 1867, “Estudio sobre la colonización del Perú por los Pelasgos en los tiempos prehistóricos, demostrada por el análisis comparativo de las lenguas y de los mitos” y, en 1868, "Sistema astronómico de los antiguos peruanos". Y, también, dos entregas de “Iniciaciones filolójicas”, título bajo el cual prosigue con el asunto de los “Estudios filológicos” en la misma revista, pero cuatro años después (1869).
21 Respuesta de la carta anterior, con fecha del 5 de diciembre de 1875.
22“Note on the Ancient Ynca Drama” y “Peruvian Love Story”.
23Para Mitre, el polisintetismo es sinónimo de pobreza, para Du Ponceau, por el contrario, este rasgo que comparten todas las lenguas americanas, es signo de creatividad y originalidad.
Referencias bibliográficas
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Fecha de recepción: 25/06/2019
Fecha de aceptación: 23/10/2019