ARTÍCULOS

Experiencias políticas de mujeres, relatos de militancia y literatura testimonial durante los años setenta. Textos de Rodolfo Walsh, Francisco Urondo y María Esther Giglio desde una lectura en clave de género

Women’s political experiences, militancy’s stories and testimonial literature during the 1970s. Texts of Rodolfo Walsh, Francisco Urondo and María Esther Giglio from a gender point of view

 

Fabiana Grasselli

Investigadora Asistente. INCIHUSA-CONICET Mendoza, Argentina

 


Resumen

El trabajo se propone, desde una perspectiva inscripta en el cruce entre los estudios culturales y los estudios de género, contribuir al análisis de las narrativas testimoniales publicadas en la década del setenta en el ámbito rioplatense que recuperan experiencias de militancia de mujeres. A tal efecto se aborda un corpus que comprende relatos testimoniales producidos en el período 1968-1976 por los escritores y periodistas argentinos Rodolfo Walsh y Francisco Urondo, y por la periodista uruguaya María Esther Giglio. Se busca analizar esas experiencias de mujeres militantes como una dimensión compleja situada en la tensión entre pasado y presente, entre lo individual y lo colectivo, y vinculada a las condiciones materiales en las que esa experiencia vivida es reflexionada, significada y puesta en el orden del lenguaje.

Palabras clave: Testimonio; Experiencia política; Mujeres.

Abstract

This work aims, from a perspective placed at the crossing between cultural and gender studies, to contribute to the analysis of the testimonial narratives published during the 1970s in the rioplatense field which recover women’s militancy experiences. With this objective, a corpus comprising testimonial narrations produced during the 1968-1976 period by Argentinean writers and columnists Rodolfo Walsh and Francisco Urondo, and by the Uruguayan columnist María Esther Giglio is approached. This research tries to analyze these women’s militancy experiences as a complex dimension located in the tension between past and present, individual and collective, and liked to the material conditions in which that lived experiences is thought, represented and put on the order of language.

Key words: Witness; Political experience; Women.

Sumario: 1. Introducción, 2. Experiencias políticas, revueltas y decires de mujeres, 2.1. Sobre las posibilidades de decir y ser escuchadas, 3. Voces de mujeres militantes en la literatura testimonial de los setenta, 3.1. Más allá del miedo: una huelga, una obrera y la hija de otra obrera en La guerrilla tupamara, 3.2. María Victoria Walsh desde la Carta a mis amigos, 3.3. Mujeres combatientes y rebeldía: el testimonio de María Antonia Berger en La patria fusilada, 4. Consideraciones finales.


 

Qué queremos unas de otras después de haber contado nuestras historias
Queremos ser curadas queremos una musgosa calma que crezca sobre nuestras cicatrices
queremos la hermana todopoderosa que no asuste
que haga que el dolor se vaya que el pasado no sea así.
La pregunta de qué queremos más allá de un “espacio seguro”
es crucial en lo que respecta a las diferencias
entre el relato individualista sin lugar donde ir,
y un movimiento colectivo que dé poder a las mujeres.
Audre Lord

1. Introducción

El presente texto tiene como propósito fundamental contribuir al análisis e interpretación, desde un punto de vista de género, de los relatos testimoniales producidos por mujeres durante los últimos cuarenta años en Argentina acerca de sus experiencias de militancia política en las década del sesenta y setenta.

En virtud de ello me he ocupado de revisitar narrativas testimoniales publicadas durante los años setenta, en las que se recogen testimonios sobre militancia de mujeres que transitaron ese período. En otras palabras, el corpus de análisis está conformado por testimonios sobre práctica política mujeril en los setentas, producidos durante esos mismos años, los cuales se hallan incluidos en los libros La patria fusilada (1973) de Francisco Urondo y La guerrilla tupamara (1970) de María Esther Giglio1, y en el texto de Rodolfo Walsh sobre su hija Victoria “Carta a mis amigos” (1976). El hecho de abordar relatos incorporados al ámbito discursivo de la literatura testimonial setentista se vincula, por una parte, a la necesidad de dar cuenta de las modulaciones que adquiere en este género escritural el gesto de recuperar una experiencia que fue, tanto vivida como narrada, en ese escenario político, social y cultural de gran densidad histórica. Por otra parte, volver la mirada sobre esas narrativas obedece también a la intención de interrogar un núcleo conceptual constituido por la compleja y tensa relación entre las experiencias políticas de mujeres, la voluntad de transformación social nominada como “revolución” y las posibilidades habilitadas en esa particular situación epocal para decir esas experiencias.

En este sentido, utilizando herramientas metodológicas propias de los estudios culturales, de género y del análisis social de los discursos, he procurado describir en los mencionados textos los modos de nombrar y significar la experiencia política de mujeres en función de la corporalidad sexuada, habida cuenta de dos aspectos centrales:

a) las condiciones históricas y sociales de enunciabilidad que hicieron posible la emergencia de esta literatura testimonial vehiculizadora de relatos acerca de experiencias políticas de mujeres; b) el hecho de que estas narrativas por sus condiciones de producción y circulación constituyen discursos fundacionales, esto es, por un lado, que en las trayectorias intelectuales y militantes de sus autores y autora condensan procesos colectivos de la época y, por otro lado, que estos discursos están dotados de una “vida editorial”2 (Arfuch, L. 2002) que les permite participar del espacio cultural con un mayor grado de circulación en la sociedad, e ingresar en la trama de relaciones sociales, ideologías e instituciones que se juegan en la construcción de la memoria social en nuestro país.

2. Experiencias políticas, revueltas y decires de mujeres

Las década del sesenta y setenta fueron un tiempo de una densidad singular, cuya marca fundamental fue una experiencia del mundo caracterizada por la visión compartida de que era necesario y posible, dichos en términos de la época, revolucionar el orden establecido. En la sociedad argentina tuvieron lugar procesos sociales, políticos y culturales que podrían pensarse, en términos gramscianos, como el desarrollo de una crisis de hegemonía que venía gestándose desde fines de los cincuenta. En ese marco de transformaciones económicas, de proscripción del justicialismo y de creciente autoritarismo y clima represivo se abrió un ciclo, a partir de 1966, en el que es posible identificar una intensa actividad política, auge de masas, y el crecimiento de la izquierda marxista y peronista. Se desarrolló un sindicalismo de gran combatividad, crecieron grupos y organizaciones de la nueva izquierda que se desarrollaban por dentro y por fuera del movimiento peronista e involucraban no sólo a la clase obrera sino también a importantes franjas de los sectores medios, como estudiantes e intelectuales. Las fuerzas sociales emergentes se manifestaron tanto en levantamientos urbanos, cuyo punto de mayor ascenso en las luchas fue el Cordobazo (1969), como en la revuelta cultural, y en la militancia política tanto como en el accionar guerrillero. Al ritmo de esos procesos, las formaciones culturales, en las que se inscribían los y las escritores-intelectuales Walsh, Urondo y Giglio venían sosteniendo arduos debates a nivel latinoamericano y local en torno a la figura del intelectual y su responsabilidad política. En el devenir de esos debates y posicionamientos dentro del campo cultural, el acontecimiento que funcionó como decisivo vector de radicalización de los intelectuales fue el Cordobazo de mayo de 1969, que reorientó la intervención de intelectuales hacia una articulación práctica con el movimiento obrero y la protesta social.

Este tiempo de experimentación política, de condensación, anudamiento y precipitación de acontecimientos también habilitó experiencias de participación de las mujeres. Varios estudios han constatado una irrupción femenina en diversos ámbitos de la escena social y política de una manera que no tenía precedentes en décadas anteriores3 (Andújar, A. 2009). No sólo en la vida universitaria y el mundo del trabajo, sino también en las diversas esferas de la práctica política, grupos importantes de mujeres se sumaron a las luchas feministas, fueron parte de sindicatos, agrupaciones estudiantiles y “partidos políticos de izquierdas o que comulgaban con el nacionalismo de izquierda y el antiimperialismo”4 (Andújar, A. 2009). De este modo, muchas de ellas también se incorporaron a las filas de las organizaciones político-militares. Según Pasquali, existe consenso en señalar que la presencia de mujeres en las organizaciones armadas se hizo más visible a partir de 1971 o 1972, y más aun desde 1973, cuando todo el arco de la militancia política se intensificó. No obstante se pueden rastrear porcentajes significativos de mujeres (sobre todo pertenecientes a sectores medios) en algunas regionales, desde finales de la década del sesenta. A partir de estos datos la autora argumenta en favor de que las opciones militantes de las mujeres fueron producto de una sociedad convulsionada, es decir, que “esas expresiones políticas se desarrollaron en estrecha relación con la sociedad de que eran emergentes”5 (Pasquali, L. 2008: 35-52).

En ese sentido, cómo señalé más arriba, los relatos de experiencias de mujeres militantes que nos ocupan aquí han sido recuperados en tanto materiales testimoniales en el marco de las prácticas escriturales de Walsh, Urondo y Giglio, las cuales se configuran como producciones culturales constituidas y constitutivas de ese proceso social total, esa experiencia histórica activa6 (Williams, R. 1980) que se configuró en el período sesentas-setentas. En otras palabras, el gesto de dar cuenta de historias, experiencias y testimonios sobre militancia de mujeres que aparece en estos textos está ligado, por una parte, a la presencia efectiva de mujeres entre los/las militantes de la generación de los sesentas/setentas, pero por otra parte, a las posibilidades habilitadas en los discursos de circulación social, como la literatura testimonial, en relación a la presencia de las voces de las mujeres en ese complejo juego de límites y presiones, visibilidades e invisibilidades que constituyen las condiciones materiales de existencia en una situación epocal.

En esa particular coyuntura histórica en la que la política lo impregnó todo y un clima de contestación dejaba su impronta revulsiva no sólo en las formas de organización de la explotación clasista sino también en los modos de la subalternización y la dominación patriarcal ejercida sobre las mujeres, muchas de estas militantes cuestionaron las relaciones jerárquicas entre los sexos, lo cual iría conduciendo, en términos de Andújar, “a transformaciones en la vida familiar, la forma en que las mujeres se posicionaban en las relaciones domésticas y público-políticas, la indagación del propio deseo, la exploración del cuerpo y la mente”7 (Andújar, A. 2009). Con diversos matices, lo inédito de esa radicalización política dio lugar, de un modo acelerado y transido de tensiones, a experiencias transitadas en el campo de las probabilidades y las posibilidades, que al decir de Daniel Bensaïd, propician las crisis históricas. Las tareas, responsabilidades, saberes, exigencias, peligros, riesgos que las militantes asumían, implicaron un modo de actuar/ser que entraba en contradicción con las fronteras institucionalizadas según el orden patriarcal para las relaciones inter e intragenéricas. Los avatares de la participación femenina, y la praxis política que conllevó, se inscriben en un registro de desborde de lo normativizado, lo cual podría ser conceptualizado en términos de Adrienne Rich, como la tensión entre experiencia e institución, es decir, “entre un viejo sistema de ideas que ha perdido su energía pero que se apoya en la fuerza acumulada de la costumbre, la tradición, el dinero y las instituciones, y un naciente conjunto de ideas que está lleno de energía pero que sin embargo se expresa poderosamente a través de la acción”8 (Rich, A. 1996).

2.1. Sobre las posibilidades de decir y ser escuchadas

Podríamos decir, entonces, que estas experiencias de militancia de mujeres exhiben los tensos vínculos entre lo subjetivo y lo colectivo configurados en las trayectorias vitales femeninas, mostrando la dialéctica existente entre el ser humano y su temporalidad como “lo vivido dramáticamente” por un/ una sujeto, en un terreno no elegido e históricamente marcado9 (Ferrarotti, F. 1990). Las experiencias hilvanadas en una historia de vida constituyen un material que totaliza un sistema social, son la sedimentación de lo vivido en la historia.10

Ahora bien, concomitantemente, lo vivido en los diversos escenarios históricos no es experimentado neutralmente, si no en la encarnadura de un cuerpo sexuado, lo cual es constitutivo de la experiencia, y por lo tanto, también configura los sentidos y prácticas que gravitan en torno a la experiencia. Como teoriza E.P. Thompson, la experiencia es una dimensión que permite percibir los modos de agencia política de los sujetos frente a las condiciones heredadas del pasado, en la cual se entrecruza el pasado y el presente, lo subjetivo y objetivo, lo individual y lo colectivo. Esta noción de experiencia también remite a comportamientos, acciones, pasiones, resistencias, sentimientos, percepciones, es decir a una gama amplísima de registros del mundo anclados a una subjetividad atravesada por la relación pasado-presente en el marco de las circunstancias históricas11 (Thompson, E.P. 2001). De allí la insistencia desde los estudios feministas de considerar al género como una de las dimensiones, valorada, elaborada, significada y puesta en el orden del lenguaje.

El testimonio narra la vivencia, que necesariamente porta la marca de la sexuación, del mismo modo que muestra una sutura siempre inacabada entre eso que es experimentado de modo complejo, imbricado y multidimensional, y las posibilidades del decir en una situación histórica. Corporalidad, experiencias y palabras articulan anudamientos que dejan marcas en los relatos testimoniales. El testimonio funda su razón de ser en que desprende de “la huella vivida” un vestigio de ese rastro, y ese vestigio es la declaración de la existencia de lo acontecido12 (Ricoeur, P. 2003). De manera que lo experimentado acontece en un cuerpo que sostiene una subjetividad con una trayectoria, sujeta a condiciones materiales de clase, etnia y género, así como a circunstancias específicas de enunciación para nombrar y narrar. Giorgio Agamben conceptualiza esta tensión en la relación entre las categorías de archivo y testimonio. Entre el relato singular y el archivo13 (Agamben, G. 2002), entendido éste último como sistema de construcción de frases posibles que establece las condiciones de enunciabilidad (lo decible), se establece una relación tal que abre o cierra la posibilidad de que los/las sujetas hablen, de la misma manera que modela las formas de narración de las experiencias políticas y las maneras de (re)significarla. En este sentido, en oposición al archivo, Agamben sitúa al “testimonio” y lo conceptualiza entre una posibilidad y una imposibilidad de decir. El testimonio se produce en la mediación de un lenguaje sujeto a las posibilidades y los modos de decir que son factibles en un momento histórico determinado. Por otra parte, esta noción también implica comprender que las voces de los y las sujetos evocan, articulan y verbalizan sus relatos pregnados de tensiones, ambivalencias, intersticios. Son ambigüedades no audibles articuladas como resistencias que habitan los relatos y, muchas veces, empujan los límites de visibilidad de lo decible. Las voces de mujeres no siempre hallan un lugar propicio de escucha.

En ese sentido, proporciona una clave interpretativa el señalamiento de Stone-Mediatore acerca de que los discursos testimoniales que articulan experiencias marginales (en este caso, experiencias de militancia de mujeres) constituyen narrativas compuestas por tensiones entre experiencia y lenguaje, “tensiones que son soportadas subjetivamente como contradicciones dentro de la experiencia, contradicciones entre percepciones del mundo construidas ideológicamente y reacciones a estas imágenes toleradas a múltiples niveles psicológicos y corporales”14 (Stone-Mediatore, S. 1999). De allí la necesidad de abordar los relatos de experiencias políticas de mujeres producidos durante los setenta, desde un punto de vista de género que propicie claves de lectura y la utilización de herramientas analíticas que permitan advertir los matices, tensiones y especificidades de la diferencia sexual. Un análisis de las narrativas testimoniales -en este caso de militancias de mujeres en los años sesentas/ setentas- que tome en cuenta estas tensiones permite percibir, en los universos de significaciones y en los modos de construcción de los relatos, la densidad de la experiencia en su trama compleja de acciones, identidad y conciencia dentro del marco de re-articulación de los recuerdos y la memoria15 (Stone-Mediatore, S. 1999)

3. Voces de mujeres militantes en la literatura testimonial de los setenta

En el ámbito latinoamericano, la puesta en discurso de las experiencias de sujetos subalternos y de mujeres, es decir, la recopilación de historias de vida y la producción de relatos que recogen testimonios históricos sobre el pasado reciente, se ha realizado desde lo que se denomina “narrativas testimoniales” o “género testimonial”. A partir de la década de los sesenta, se produce en América Latina un florecimiento del uso de las historias de vida y otros tipos de narraciones personales, tanto en las ciencias sociales como en las humanidades. En particular, la recopilación de historias de vida de mujeres de las capas populares se intensifica a partir de los años setenta, impulsada en gran parte por la aparición del movimiento feminista, que promueve la conformación de las mujeres como un sujeto social y político diferenciado. También se inscribe en este tipo de prácticas intelectuales el interés por reconstruir, a partir de testimonios, la memoria de acontecimientos silenciados o tergiversados por los regímenes dictatoriales, como fueron los casos investigados y narrados por Rodolfo Walsh en toda su literatura testimonial y la masacre de Trelew, reconstruida por Francisco Urondo, a través de entrevistas a los sobrevivientes, en La patria fusilada (1973). En la misma dirección se orienta la voluntad autorial de María Esther Giglio en La guerrilla tupamara (1970). Se trata de textos que se proponen “hacer creer, hacer decir, hacer hacer” y por ello se comportan como “máquinas de producir efectos” constituyendo “acciones de escritura”16 (Chartier, R. 2000). La práctica discursiva que encarnan los textos de Walsh, Urondo y Giglio supone pensar en un modo de “funcionamiento” que produce efectos políticos. Estas narrativas testimoniales hilvanan dialécticamente pasado y presente, contribuyen a articular un relato de la experiencia histórica de los oprimidos/as, señalan aliados y enemigos en el desarrollo del conflicto y de las luchas sociales y advierten su violencia. Asimismo, han jugado en el período pos-dictadura un papel relevante generando significados y representaciones sociales sobre ese pasado y sus protagonistas, habida cuenta de que han sido objeto de reiteradas lecturas e interpretaciones a lo largo de los últimos treinta años, en las que se ha librado una disputa por el sentido de la lucha revolucionaria, la memoria acerca de esas experiencias de militancia y los modos de urdir genealogías políticas. Por ello son pasibles de ser caracterizados como textos fundacionales apelando a las concepualizaciones foucaultianas acerca de la “función autor”. Los relatos de Walsh, Urondo y Giglio tienen la capacidad de erigirse como discursos que no son “una palabra que flota y pasa, una palabra inmediatamente consumible, sino que se trata de una palabra que debe ser recibida de un cierto modo y que debe recibir en una cultura dada un cierto estatuto”17 (Foucault, M. 1999).

3.1. Más allá del miedo: una huelga, una obrera y la hija de otra obrera en La guerrilla tupamara

El texto La guerrilla tupamara de María Esther Giglio fue publicado en octubre de 1970 por Casa de las Américas. La publicación fue parte del reconocimiento por haber obtenido el Premio Anual que ese mismo año entregó la revista en la categoría “testimonio”. En este concurso, uno de los jurados fue Rodolfo Walsh. Se trata de una recopilación de entrevistas a integrantes del Movimiento del Liberación Nacional-Tupamaros, en las que la entrevistadora explica las razones históricas de la opción por la lucha armada de dicha organización, reconstruye acciones de guerrilla urbana a partir del relato de los entrevistados, denuncia tanto las torturas a las que los y las militantes tupamaros fueron sometidos/as en la cárcel como el asesinato de varios de ellos, y ofrece un espacio para el análisis socio-político de la situación uruguaya desde la perspectiva de algunos cuadros de esta organización político-militar. Dicho conjunto de entrevistas se agrupan en la parte final del libro, que se titula “Hemos dicho basta”. Las partes del corpus textual que preceden a estas entrevistas comprenden: a) Una introducción en la que la autora expone el proceso histórico uruguayo que desembocó en la agudización del conflicto social, en un alto grado de radicalización política de los sectores populares y en el surgimiento de la lucha armada como la forma que adquirió en esa situación histórica el combate contra la burguesía y la resistencia a las políticas represivas y dictatoriales de los gobiernos. b) Otras tres partes cuyos títulos son “Signos del deterioro”, “Uruguay, país de emigrantes” y “Sí, la historia tendrá que contar con los pobres...” , en las cuales recupera testimonios de obreros y obreras, empleados estatales, pensionados y pensionadas, trabajadores y trabajadoras rurales, maestras, emigrados, niños y niñas de escuela primaria. En estas entrevistas el énfasis de las interrogaciones está puesto en propiciar la visibilización de “la desocupación, la miseria, la precariedad de las formas de vida”18 (Giglio, M. 1970) que afectaban a grandes sectores de la población en Uruguay, así como dar cuenta de las experiencias de organización que surgieron en los barrios, los sindicatos, y otros colectivos y agrupaciones populares para enfrentar dicha coyuntura.

En la sucesión de reportajes y fragmentos de entrevistas que se organizan en este montaje de memorias de militancia19, se destacan dos relatos de experiencias políticas de mujeres. Uno de ellos surge del diálogo entre Giglio y una obrera de un frigorífico en huelga identificada como B.C., de 40 años de edad. El otro se configura en la conversación que la entrevistadora mantiene con una niña de 10 años, nombrada como E.B., hija de otra obrera del Frigorífico Anglo. Los testimonios son recuperados durante el transcurso de un importante conflicto gremial que llevaron adelante los trabajadores y trabajadoras de la carne a lo largo de cuatro meses en 1969. Dicha huelga contó con apoyo popular, principalmente de los y las estudiantes que participaron junto a los trabajadores y trabajadoras en combates callejeros con barricadas contra las fuerzas represivas. El epicentro de estos sucesos fue el Cerro, un barrio obrero conocido por la combatividad de sus pobladores y pobladoras.

Ambos relatos ponen en escena experiencias políticas en torno a la mencionada huelga. Asimismo, el modo en que la obrera y la niña construyen el “yo” de la enunciación presenta como estrategia fundamental un solapamiento entre un yo y un nosotros que organiza la narración de los hechos. De manera que en la sucesión narrativa el énfasis recae sobre los hechos que dan cuenta de esa tensión entre lo subjetivo y lo colectivo: los vínculos de solidaridad en la organización de los campamentos y ollas populares, la conciencia de formar parte de una fuerza social cuyas acciones de lucha son legítimas, la unidad en los enfrentamientos con la policía. En ninguno de los relatos aparecen referencias a la especificidad de la condición femenina o bien a la corporalidad de las mujeres, más bien los discursos igualan a varones y mujeres; o más bien se observa una indiferenciación de géneros. Un rasgo interesante es que en ambos relatos se tematiza el miedo como una frontera, un umbral difícil que se ha cruzado en un sentido emancipatorio. Asumir el desafío de la acción colectiva propia de la lucha social parece comportar el acceso a un territorio posibilitador de nuevas resistencias, mejores condiciones de vida, otras subjetividades, hasta ahora vedado para estas mujeres. La experiencia de la participación política se articula como reorganizadora de sentidos que dejan de ser monológicos y se vuelven polifónicos exhibiendo una crisis, una disputa abierta en el campo de batalla de las representaciones sociales: la lucha significa padecer el miedo, el peligro que angustia; pero también, concomitante y ambivalentemente encarnar lo desafiante y habilitar otras posibilidades diversas de las existentes. Lo instituido aparece trastocado. Los relatos dan cuenta de cierta impronta sobre los roles asumidos tradicionalmente según la cual las simbolizaciones y los lugares efectivos desde y para las mujeres se configuran en clave de trangresión. Así afirma la obrera:

-Yo creo que esta vez uno no sabía a dónde podía llegar.

-¿En qué sentido?

-En el sentido de que...No sé, hubo momentos en que se tenía la sensación de que el Cerro entero iba a arder. La gente no tenía miedo... nada de miedo.20 (Giglio, M. 1970)

Un registro parecido de experiencias se lee en el relato de la la niña, hija de otra obrera:

-Fuimos todos a la Plaza Artigas y Macedo habló (...)

Después Macedo nos acompañó hasta las barreras y allí una señora se subió arriba de un cajón y habló y dijo que no lloráramos.

-¿Alguien lloraba?

-Mi mamá lloró un rato.

-¿Por qué lloraba?

-Porque pensaba en muchos peligros... (...)

-¿ Tenías miedo?

- Tenía miedo pero un rato...después mamá me dijo que a la policía no hay que tenerle miedo porque es mucho peor; y yo me dormí.21 (Giglio, M. 1970)

3.2. María Victoria Walsh desde la Carta a mis amigos

Rodolfo Walsh escribe Carta a mis amigos en diciembre de 1976 al cumplirse tres meses de la muerte de su hija María Victoria en un combate con las fuerzas del Ejército. El texto tiene un tono conmemorativo que busca reconstruir la memoria de la militancia de Vicky y ensaya una explicación de esa muerte. En este gesto escritural el autor traza una trayectoria para las experiencias políticas más importantes atravesadas por su hija: ser delegada sindical de los y las periodistas en el diario La Opinión, su trabajo en una villa miseria, la creación de medios de comunicación en el frente sindical de Montoneros y la muerte junto a sus compañeros empuñando un arma, dispuesta a no entregarse con vida.

El relato de Walsh modela una figura de Vicky en constante tensión entre una militante heroica y una mujer agobiada por las duras condiciones de la vida en clandestinidad. Vicky es recuperada en la discursivización del recuerdo como una militante que se distinguía por sus convicciones claras y sus decisiones firmes, con un sentido del deber que la llevaba a empeñarse más allá de sus fuerzas físicas, y al mismo tiempo, como una joven cuyo esposo estaba preso, había perdido muchos compañeros y compañeras a quienes ni siquiera había podido llorar, temía por su vida y por la de sus familiares y tenía un hijita de un año que la acompañaba en sus actividades y tareas políticas porque algunas veces no encontraba alguien que pudiera hacerse cargo del cuidado en su ausencia22 (Walsh, R. 2007)

En el testimonio de su padre, la imagen de esta mujer guerrillera se modula sin marcas específicas que aludan a la diferencia sexual. De hecho la decisión de morir disparándose en la sien, que toma junto a un compañero una vez cercados, es presentada como una convicción razonada colectivamente con el objetivo de salvar el cuerpo de la tortura sin límites, y compartida, dice Walsh, con tantos otros que así “han obtenido una última victoria sobre la barbarie”23 (2007). No obstante, la palabra testimonial del autor se detiene reiteradamente en la narración de detalles que dan espesor afectivo a la imagen de Vicky. Es en esos pasajes donde es posible advertir la complejidad de una experiencia que descubre significaciones políticas ancladas en la sexuación:

Su marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de mi hija fue muy duro (...) anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. (...) El 28 de septiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quien dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes. A las 7 del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros.24

El relato da lugar a la cotidianeidad de Vicky habilitando una lectura capaz de hurgar en las contradicciones dichas a medias, casi irreconocibles, nominadas entre líneas de una experiencia en cuya densidad se hace audible una existencia sexuada y condicionada por las consecuencias de esa sexuación. Se observa en Carta a mis amigos una ambivalencia cuya impronta es la fluctuación entre la imagen de una combatiente heroica y la recurrente puesta en escena de una cotidianeidad atravesada por la precariedad (clandestinidad, cárcel, represión, asunción de una práctica política que suponía riesgos). La ambivalencia, lo elidido, lo dicho en tensión comporta la posibilidad de resignificar esos silencios y esas contradicciones que pregnan las experiencias de militancia de mujeres. En este sentido es posible visibilizar la presencia de tematizaciones relativas a la corporalidad femenina y a la inscripción de esas experiencias en un registro de impugnación a los roles tradicionales asignados a las mujeres.

3.3. Mujeres combatientes y rebeldía: el testimonio de María Antonia Berger en La patria fusilada

La patria fusilada es una larga entrevista realizada por Francisco Urondo a los tres sobrevivientes de la masacre de Trelew ocurrida el 22 de agosto de 1972, luego de un intento de fuga masiva del penal de Rawson por parte de más de cien detenidos por razones políticas. Los entrevistados fueron: María Antonia Berger y Alberto Miguel Camps, militantes de las fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y Ricardo René Haidar de Montoneros. El reportaje se desarrolla en la cárcel de Devoto el 24 de mayo de 1973 durante la víspera de la amnistía otorgada por el gobierno de Héctor Cámpora a los presos políticos. Fue publicado en 1973 con el sello editorial de la revista Crisis.

La entrevista se configura como una reconstrucción colectiva de los hechos sucedidos en Rawson y Trelew, como un documento construido a varias voces, como una denuncia coral, ya que los testimoniantes van articulando una narración dialogada que fluye en las intervenciones solidarias entre sí, donde los interlocutores (entrevistador y entrevistados) procuran aclarar detalles, aportar información confusa u olvidada, reconstruir la secuencia narrativa con precisión, polemizar sobre algunos puntos, y resignificar los hechos ocurridos desde su presente de revuelta. Se da forma en la narración a una contra-historia que entraña la doble operación de refutar la versión oficial (la historia de los momentáneos vencedores) y de legitimar, no sólo una representación contrahegemónica de la historia, sino una imagen de la historia como campo de batalla, en el que es necesario intervenir a contracorriente.

Las intervenciones de María Antonia Berger se suceden e intercalan con las del resto de sus interlocutores en esa tarea de recuperar la experiencia vivida. De esas intervenciones puede inferirse que posee de modo equivalente a sus compañeros formación política, capacidad de análisis y debate, conocimiento militar y experiencia en combate. Cuando se refiere a las acciones militares que se llevaron adelante en la fuga del penal de Rawson con frecuencia habla de “los combatientes” sin establecer diferenciaciones sexuales. En largos pasajes de la entrevista se convierte en la voz que relata, puesto que conoce con precisión los detalles de la fuga y la masacre, no sólo por haber sobrevivido a esos acontecimientos, sino también porque tuvo un rol de dirección en la operación político-militar. Esta mujer se ubica en una situación de enunciación de igualdad en relación a la palabra de los varones. Así, ese yo de enunciación que construye María Antonia Berger elabora un relato en el que casi no hay huellas del género, excepto por los sentidos que atribuye a algunas experiencias en las que emergen alusiones a la corporalidad mujeril y cierta conciencia de que ser mujeres militantes constituye una modalidad diferente de habitar el lugar de “lo femenino”. En este sentido, la testimoniante advierte la cuestión del trato diferencial por parte de las fuerzas represoras, lo cual aparece tematizado en varios pasajes del discurso de Berger, como por ejemplo en el siguiente:

Si bien la revisación de ustedes fue superficial, la de nosotros no. Los médicos se encargaron de revisarnos bien, en profundidad, medio vejatorio fue. Eso nos dio mucha bronca.25

Y refiriéndose a los interrogatorios la militante apunta:

El primero para nosotras fue de día, bien caballeresco (…) lo que se intentaba decir es que nosotros no íbamos a declarar nada con respecto a la fuga y a la entrega (…) Les digo “por lo menos ofrézcanme una silla”. Se quedaron medio cortados, pero no me ofrecieron la silla, por supuesto. Entonces les hablé del trato medio vejatorio a que nos habían sometido, que nos habían revisado a nosotras casi desnudas.26

Otra cosa que les extrañaba era porque nosotros como mujeres estábamos allí, y sobre todo de la Sayo, de la mujer de Santucho, y le decían “pero cómo es que su marido se fue y Ud. no, ¿qué pasa, su marido la ha dejado?”. No comprendían.27

Así, aparecen huellas en su enunciado de la percepción de la ‘diferencia’ entre géneros. De hecho utiliza la palabra “machista” en su relato para caracterizar a los militares. De este modo, en la narración de su experiencia se articula una tensión que estructura, por momentos, la palabra testimonial: se trata de un posicionarse como una militante indiferenciada de sus compañeros en la lucha, y por otro lado, dar cuenta en el discurso de una advertencia de las marcas de la corporalidad y de su percepción de cierta particularidad de su condición femenina. Asimismo el hecho de remarcar la situación de resultar mujeres incomprensibles para el enemigo asigna significaciones a las consecuencias políticas que surgen de las diferencias entre los sexos. Fundamentalmente estos sentidos parecen gravitar en torno a desplazamientos y re-definiciones simbólicas y prácticas relativas a una autopercepción como mujeres-otras derivadas de la experiencia política. Se evidencia una suerte de ruptura vinculada a la advertencia de la corporalidad femenina, su diferencialidad y las consecuencias de esta diferencialidad en estrecha relación a una rebeldía entendida como el desafío, el cuestionamiento, la contestación a los hegemónicos estereotipos de género.

4. Consideraciones finales

Las experiencias de participación política de las mujeres durante los años setenta en el ámbito rioplatense, sus formas (sus modos de ingreso a la militancia, los vínculos a veces conflictivos con la familia y la pareja y los caminos hacia el acceso a roles dirigentes) y las posibilidades históricas habilitadas durante esos años para tematizar esas revulsivas experiencias constituyen un núcleo conceptual insoslayable para nuestro campo de estudio. De lo que se trata es de privilegiar el carácter sexuado del testimonio, atendiendo a las paradojas del decir de las mujeres, lo cual permite explorar las formas ambiguas presentes en la evocación de una experiencia que atraviesa el plano simbólico del lenguaje. La subjetividad de lo vivido –en este caso materializada en los testimonios abordados- se revela como relato y se integra a la historia, permitiendo la reconstrucción de las memorias/historias de las subalternas, sus rasgos distintivos, los modos de percibir/significar/decir su corporalidad y la diferencia sexual.

En este sentido, los años setenta aparecen como un tiempo de experimentación política, de condensación, anudamiento y precipitación de acontecimientos que dio lugar a experiencias novedosas de participación de las mujeres. Se trata de un clivaje histórico a partir del cual resulta interesante construir una perspectiva de análisis para comprender las modulaciones, representaciones, formas de tramitar el pasado en los relatos testimoniales sobre las militancias de mujeres que han sido posibles a lo largo los últimos cuarenta años. Asimismo esas experiencias y las narrativas articuladas sobre las mismas, ponen en juego lo universal y lo particular; lo subjetivo y lo colectivo, mostrando que estos niveles se re-asumen en un proceso dialéctico en constante movimiento. De manera que abren un espacio para interrogar las vivencias, las palabras y los significados que las mujeres militantes de esa época han logrado recordar, significar y re-narrar en el devenir histórico en relación a experiencias en las que la centralidad de la praxis política parece impregnar los cuerpos, y con diversos matices, desorganizar/poner en cuestión los roles y conductas socialmente asignados para ellas. Se trató, como ha explicado Marta Vasallo28 (2014), de una forma más o menos explícita, más o menos duradera, de dar cuenta de un malestar y de operar una ruptura con los roles tradicionales.

Si bien en ninguno de estos relatos aquí analizados aparecen referencias concretas a la especificidad de la condición femenina o bien a la corporalidad de las mujeres, más bien los discursos igualan a varones y mujeres; o se observa una indiferenciación de géneros; se filtra en los testimonios una ambivalencia en torno a las significaciones de “lo femenino” y una constante referencia a la trangresión que habita la acción política como un umbral más allá del cual otras formas de encarnar cuerpos e identidades de mujeres se insinúan.

Esta clave de lectura propicia un modo de acceso a la densidad de una experiencia cuya decibilidad y audibilidad es compleja e imbricada con las condiciones históricas que hacen (y han hecho posible) ese decir y ese escuchar, a la vez subjetivo y social. Entre el relato singular y el archivo se establece una relación tal que que abre o cierra la posibilidad de que los/las sujetas hablen, de la misma manera que modela las formas de narración de las experiencias políticas y las maneras de (re)significarla. Estas narrativas, exhiben contradicciones en su (re)elaborar y (re)narrar sus experiencias políticas en las cuales puede vislumbrarse un desplazamiento de los límites de visibilidad de lo decible habilitando la posibilidad de nombrar o iluminar de forma diferente la corporalidad, las relaciones inter o intragenéricas, la significación política de la diferencia sexual.

Notas

1 María Esther Giglio es de nacionalidad uruguaya, y los relatos que recupera en su texto corresponden al ámbito uruguayo. No obstante, sus nexos con el campo cultural argentino han sido muy fluidos, particularmente en la década del setenta, puesto que ha colaborado con trabajos periodísticos en revistas como Crisis y diarios como La Nación y Clarín. Asimismo estuvo exiliada en Argentina entre 1972 y 1977 desarrollando su actividad como periodista y entrevistadora. En función de esto, es que he decidido incluir su obra testimonial en el corpus ya que su texto es la única recopilación de testimonios realizada por una mujer durante la década del setenta en el ámbito rioplatense.

2 ARFUCH, Leonor. 2002. El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea. Buenos Aires: FCE.

3 ANDÚJAR, Andrea y otras. 2009. De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los 70 en Argentina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg; Grammático, Karin. 2011. Mujeres montoneras. Una historia de la Agrupación Evita 1073-1974. Buenos Aires: Luxemburg; VASSALLO, Marta. 2014. La terrible esperanza. Buenos Aires: Colisión Libros; PASQUALI, Laura. 2008. “Mandatos y voluntades: aspectos de la militancia de mujeres en la guerrilla”, Temas de mujeres, Año 4, Núm. 4, Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, pp. 35-52.

4 ANDÚJAR, Andrea y otras. 2009. Deminifaldas,militanciasyrevoluciones.Exploraciones sobre los 70 en Argentina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg.

5 PASQUALI, Laura. 2008. “Mandatos y voluntades: aspectos de la militancia de mujeres en la guerrilla”, Temas de mujeres, Año 4, Núm. 4, Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras, pp. 35-52.

6 WILLIAMS, Raymond. 1980. Marxismo y literatura. Barcelona: Península.

7 ANDÚJAR, Andrea y otras. 2009. De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los 70 en Argentina. Buenos Aires: Ediciones Luxemburg, p. 11.

8 RICH, Adrienne. 1996. Nacemos de mujer. La maternidad como experiencia e institución. Valencia: Ediciones Cátedra.

9 FERRAROTTI, Franco. 1990. La historia y lo cotidiano. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina

10 FERRAROTTI, Franco, op. cit, pp.91-103.

11 THOMPSON, E.P.. 2001. Obra esencial. Barcelona: Crítica.

12 RICOEUR, Paul. 2003. La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Editorial Trotta.

13 AGAMBEN, Giorgio. 2002. Quel che resta di Auschwitz. L’archivio e il testimone. Homo sacer III. Torino: Bollatti Boringhieri. El archivo constituye la dimensión positiva que corresponde al plano de la enunciación, es decir, es el conjunto de reglas que definen los acontecimientos de discurso, situándose entre la langue, como sistema de construcción de frases posibles y el corpus que reúne el conjunto de lo ya dicho, de las palabras que han sido efectivamente pronunciadas o escritas. De este modo, el archivo es lo decible, y se configura en un sistema de relaciones entre lo dicho y lo no dicho en cada acto de palabra. En otras palabras, el archivo es un sistema de enunciados que se pueden agrupar conforme a un régimen preciso de aparición y emergencia, es lo que permite establecer la ley de lo que puede ser dicho, el sistema que rige la aparición de los enunciados como acontecimientos singulares y regula las prácticas discursivas. No es lo que permite conservar o preservar lo dicho en una memoria colectiva sino lo que establece las condiciones de enunciabilidad.

14 STONE-MEDIATORE, Shari. 1999. “Chandra Mohanty y la revalorización de la ‘experiencia’”, Revista Hiparquia, Vol.10, Nº 1, Julio, Buenos Aires, Asociación Argentina de Mujeres en Filosofía, pp. 85 a 109.

15 STONE-MEDIATORE, op. cit, pp. 104-106

16 CHARTIER, Roger. 2000. El juego de las reglas: lecturas. México: Fondo de Cultura Económica.

17 FOUCAULT, Michel. 1999. Entre filosofía y literatura. Madrid: Paidós.

18 GIGLIO, María Esther. 1970. La guerrilla tupamara. La Habana: Casa de las Américas; p.92.

19 Para precisar la utilización que realizo de la nomenclatura “memorias de la militancia” tomo como referencia la distinción realizada por Rossana Nofal en su trabajo La escritura testimonial en América Latina (2002). Según Nofal el testimonio letrado o intelectual, que se caracteriza por un sistema más igualitario de negociación de la palabra escrita en el que el informante realiza un trabajo cooperativo con el compilador de sus recuerdos, es un relato que recupera una experiencia personal y que se subdivide en dos categorías: aquellos que sólo dan cuenta de la experiencia de una flagelación corporal (experiencias de cárcel y torturas) y aquellos que se definen como memorias de una militancia.

20 GIGLIO, María Esther. 1970. Laguerrillatupamara.La Habana: Casa de las Américas; p.80.

21 GIGLIO, María Esther, op. cit; pp.87-89

22 WALSH, Rodolfo. 2007. “Carta a mis amigos”, en Esehombreyotrospapelespersonales. Buenos Aires: Ediciones de la Flor; pp. 268-269.

23 WALSH, Rodolfo, op. cit, p.269.

24 WALSH, Rodolfo, op. cit, p.269.

25 URONDO, Francisco. 1973. Lapatriafusilada.Buenos Aires: Ediciones de Crisis, p.69

26 URONDO, Francisco, op. cit, p.67

27 Ibídem; p.68.

28 VASSALLO, Marta. 2014. La terrible esperanza. Buenos Aires: Colisión Libros.

Bibliografía

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