ARTÍCULOS

Las guerrillas blancas: anticomunismo transnacional e imaginarios de derechas en Argentina y México, 1954-1972

Luis Alberto Herrán Ávila1

Resumen: Este artículo explora los puntos de contacto entre grupos de extrema derecha en Argentina y México, en términos de sus trayectorias intelectuales e ideológicas compartidas, sus discursos sobre “el enemigo” (el comunismo) y las maneras en que se inscribieron en contextos particulares de conflicto durante la Guerra Fría. Desde una perspectiva comparada, se abordan, en lo particular, los imaginarios políticos esbozados por los grupos Tacuara en Argentina y el Movimiento Universitario de Renovadora Orientación (MURO) en México, y la manera en que intentaron insertarse en las cruzadas anticomunistas en sus respectivos países y en América Latina, entre 1954 y 1972. Enfrascados en sus propias luchas, aspiraciones y contradicciones, estos grupos buscaron crear espacios de militancia y acción nacionalista contrarrevolucionaria, y aunque marcados por la particularidad de lo nacional, fueron síntoma de una novedosa concepción de lucha política y espiritual contra el comunismo a escala global.

Palabras clave: Anticomunismo; Nacionalismo; Guerra Fría; Argentina; México.

White Guerrillas: Transnational Anti-Communism and Right-Wing Imaginaries in Argentina and Mexico, 1954-1972

Abstract: This article explores the “contact zones” between extreme right-wing militant groups in Argentina and Mexico, in terms of their shared intellectual and ideological trajectories, their discourses about “the enemy” (communism) and how they inscribed themselves within particular contexts of conflict during the Cold War. From a comparative perspective, the article deals with the political imaginaries and forms of political action that allowed the Tacuara groups in Argentina, and University Movement of Reformist Orientation (MURO) in México, to play a role in the anticommunist crusades in their respective countries and in Latin America, between 1954 and 1972. Framed by their own particular battles, aspirations and contradictions, these political entities appeared as spaces for nationalist and counterrevolutionary militancy and action, branded by their national particularities, but also as symptoms of a novel conception of political and spiritual struggle against communism at a global scale.

Key words: Anticommunism; Nationalism; Cold War; Argentina; Mexico.

Las guerrillas blancas: anticomunismo transnacional e imaginarios de derechas en la Argentina y México, 1954-1972

Este trabajo propone un análisis de los imaginarios anticomunistas transnacionales erigidos por Tacuara en Argentina y MURO en México durante el período 1954-1972. Desde una perspectiva comparada que abra camino al estudio de redes transnacionales, se busca situar estas experiencias en un horizonte de mayor proximidad ideológica e histórica que permita dilucidar la dimensión regional y global de las cruzadas anticomunistas latinoamericanas. Se sugiere que, a pesar de lo particular de sus contextos nacionales, es posible vincular a estos grupos con un imaginario y práctica del anticomunismo que promovió nexos ideológicos e interpersonales concretos, fincados en una concepción sagrada de la lucha política contra el comunismo y un sentido de solidaridad nacionalista contra el enemigo común.
Tacuara ha recibido una atención considerable en el ámbito académico y periodístico, entre los que se destacan aquellos trabajos sobre su ideología y práctica anticomunistas en virtud de su matriz nacionalista, sus temáticas y motivos fascistas y los derroteros de sus distintas facciones (Finchelstein, 2014; Galván, 2009; Padrón, 2009; Gutman, 2003; Lvovich, 2006). Con ello en mente, este artículo analiza, primero y a manera de esbozo con fines comparativos, el anticomunismo profesado por las distintas escisiones de Tacuara, abordando su génesis católico-nacionalista y las tensiones de su visión reaccionaria y nacional-sindicalista con relación al Estado y las cruzadas anticomunistas castrenses. La segunda parte, sitúa al MURO en el proceso de surgimiento y consolidación del anticomunismo civil mexicano, en tanto ejemplo de la articulación de la reacción conservadora, católica, antisecular y anticomunista frente al crecimiento de las izquierdas. Retomando aportes historiográficos recientes (Dávila Peralta, 2003; González Ruiz, 2004), se sugiere una genealogía del grupo como escaparate de las batallas libradas por las derechas radicales, así como de sus tensiones internas. Por último, a partir de los aportes de López Macedonio (2006, 2010) sobre los vínculos de los anticomunistas mexicanos con la Liga Mundial Anticomunista (LMA), y de algunos elementos sugeridos por los trabajos periodísticos de Anderson y Anderson (1986) y Buendía (1984), se analizan brevemente los elementos que permiten ubicar a estas entidades en un horizonte común de imaginarios y prácticas que se traducen en la creación de la Confederación Anticomunista Latinoamericana. Se toman en cuenta similitudes discursivas, continuidades y rupturas, contextos paralelos y vínculos transnacionales concretos.

Las Tacuaras: anticomunismo y revolución nacional

El estudio de los imaginarios de derechas en la Argentina de la posguerra nos refiere inevitablemente a los itinerarios del nacionalismo, sus forcejeos con el peronismo y la manera en que sus distintas vertientes intentaron resolver estas tensiones en el marco de la Guerra Fría global. En ese sentido, la ideología y práctica del anticomunismo se situó como parte esencial del repertorio discursivo del nacionalismo argentino, hundiendo sus raíces en la construcción, característica del período de entreguerras, del “enemigo” como “la antipatria”, una amenaza y negación de “la argentinidad”, encarnada por el liberalismo, el imperialismo, el judaísmo y el comunismo.
Con el arribo de Juan Domingo Perón al poder, esta dimensión antiliberal, anticomunista y antiimperialista del nacionalismo cobraría nuevos bríos, apuntalada por la figura del “conductor”, y por las ideas de “revolución nacional” como rechazo a la imposición o imitación de modelos foráneos, y de la Argentina como nación católica, ambas pilares del proyecto corporativista de la revolución de 1943 (Zanatta, 1996, 1999). Sin abandonar el anticomunismo, el peronismo apuntaló su proyecto nacional-populista con la Constitución de 1949, la cual, aunada a las presiones económicas externas, la tracción del discurso antitotalitario y el rechazo a la ritualización del régimen, truncó la coalición que había apoyado el ascenso de Perón y agudizó la pugna entre peronismo y antiperonismo. Esta dicotomía definiría los términos de deslinde de lealtades y enemistades en el campo político, con efectos desestabilizadores en los sectores intelectuales y políticos del nacionalismo, quienes en su diagnóstico de una endémica crisis de representación y la búsqueda continua del núcleo de la “argentinidad”, vacilaban en reconciliar su complejo bagaje ideológico -republicanismo, revisionismo histórico, catolicismo, militarismo y fascismo- con los retos que imponía la realidad del peronismo.
En ese contexto, la trayectoria del grupo Tacuara da cuenta de la pluralidad interna del nacionalismo, así como de los forcejeos en su seno con respecto al peronismo. Movido por el ideal de la “revolución nacional”, el germen tacuarista fue producto de la movilización temprana de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), la cual fungió como epicentro de las líneas autoritarias, católico-conservadoras y filofascistas dentro del nacionalismo de los años treinta y cuarenta (Finchelstein, 2002; 2014; Spektorowski, 2003). Surgida en 1935 como una de las ramas juveniles de la ALN, la Unión Nacional de Estudiantes Secundarios (UNES) cobró cierta notoriedad en el ámbito estudiantil a través de su revista Tacuara, desde la cual llamaba a la defensa de “la tradición de fe católica, de independencia política y de dignidad nacional” en contra de la “marea roja” y las fuerzas del “internacionalismo y el desorden.”2 Definiéndose como “minoría quijotesca”, la UNES entendió la revolución como “la voluntad nacional de imponer concepciones, normas de un estilo distinto”, apuntaladas por un “verdadero apostolado” de “monjes y guerrilleros”.3 Su lema (“Por Dios y por la Patria, hasta que la muerte nos separe de la lucha”) y la veneración de Primo de Rivera como prototipo del líder nacional-revolucionario4 imprimieron al grupo un anticomunismo que pretendía emular al falangismo como el “rencuentro del pueblo con la patria” tras la lucha “para extirpar el virus comunista”5 y en defensa de lo político-sagrado: la unidad y soberanía del pueblo, su tradición hispánica y la fe cristiana. En ese sentido, el discurso unista reprodujo la tensión, propia del nacionalismo, entre la evocación del particularismo argentino y el tributo a la experiencia española como parte de una lucha común en defensa de la cristiandad y lo nacional. La UNES dejaría una marca indeleble en el imaginario de sus sucesores: el anticomunismo exaltado, la reivindicación del nacional-sindicalismo, el Estado comunitario6 y la educación cristiana como armas contra la democracia liberal y el materialismo.
La UNES se mantuvo adherida a la ALN a través del peronismo de derecha, hasta que la Revolución Libertadora empujó al nacionalismo juvenil a movilizarse en defensa del catolicismo y a unirse a los llamados comandos civiles antiperonistas. Repudiando más tarde lo que aparecía como una claudicación del régimen frente al establishment, la UNES reflejó la desilusión dentro del nacionalismo frente a la Libertadora y su proceso de desperonización del país. En efecto, importantes figuras del nacionalismo -Mario Amadeo, Marcelo Sánchez Sorondo y Juan Carlos Goyeneche, entre otros- aplaudieron la caída de Perón y renegaron del cuño igualitario-populista y anticlerical del justicialismo (Spinelli, 2005, pp. 228-233). Con la intención de reposicionar su agenda política, los nacionalistas refrendaron su desconfianza hacia los partidos y reivindicaron el ideal de la “revolución nacional” y el temor a la infiltración comunista en el peronismo, augurada por uno de los voceros del nacionalismo católico integrista, el prestigiado presbítero Julio Meinvielle, quien señaló al justicialismo como encarnación del marxismo que amenazaba con instalarse de manera parasitaria en el discurso de “lo nacional” (Meinvielle, 1956, pp. 113-121).
Tras la proscripción del peronismo, las líneas más duras del nacionalismo antiperonista hicieron eco de la sospecha meinvielliana. Por ejemplo, desde el periódico Combate, el teólogo Jordán Bruno Genta condenó el “ni vencedores ni vencidos” del general Eduardo Lonardi como una muestra de la falta de decisión autoritativa necesaria para aplastar al enemigo y desmantelar el Estado justicialista, encarnación, según él, de la “tiranía” marxista, masónica y pro-judía que buscaba explotar los bajos instintos de la plebe.7 Así, Genta exigía la extensión de la “limpieza política” a los elementos liberales, masónicos, comunistas y judíos mediante la acción de los “verdaderos” nacionalistas, movidos por los valores de la jerarquía y el catolicismo integral.8
Por otra parte, a través del semanario Azul y Blanco,9 el grupo de Sánchez Sorondo criticó a la Libertadora por su incapacidad para sobreponerse a su condición de régimen de facto, y reconoció casi a regañadientes la necesidad de reincorporar al peronismo (mas no a Perón) con el fin de evitar que éste fuese copado por el comunismo, o que, al borrar la distinción entre ambos, el comunismo cobrara una “aureola romántica” que lo convertiría en mártir para atraer el resentimiento popular.10 Estas suspicacias aumentarían con la actividad creciente del peronismo proscrito, las tensiones de los nacionalistas con el régimen tras la censura y clausura de Azul y Blanco y, más tarde, el advenimiento del detestado pacto Perón-Frondizi, que aumentó el recelo nacionalista hacia la “restauración demo-liberal”.
Dicho retorno al gobierno civil coexistió con la adopción, a nivel del Estado, de una lógica político-militar surgida a raíz de la Libertadora y que impulsó la implementación de una visión particular de la doctrina francesa de la guerre révolutionnaire “adaptada” al contexto argentino (Mazzei, 2002; Ranalletti, 2005, 2009). Ésta consignó el lenguaje de “resistencia” y “liberación nacional” del peronismo como “fermento revolucionario”, lo que permitió a la cúpula militar y civil refrendar la visión del peronismo como problema de subversión en tanto encarnación de una fuerza nacional-revolucionaria con capacidad para facilitar el putsch comunista. Así, hacia 1960, la “guerra contrarrevolucionaria” se asumía como tarea paralela al desarrollo económico y la modernización a través de la Ley de Defensa Nacional, concebida como instrumento legal contra el peligro de la llamada “guerra total”.11 La ley fue apuntalada por el Plan del Conmoción Interna del Estado (CONINTES), la creación de la Comisión de Investigación y Estudio sobre las Actividades Comunistas, la proscripción y criminalización de toda “actividad comunista” y el uso del aparato militar para reprimir y juzgar al “terrorismo” peronista.12 Aunada a los efectos legales-institucionales de la represión, esta imagen del peronismo subversivo fue compartida, cultivada y transmitida, en distinto grado, por los nacionalismos anticomunistas de Genta y Meinvielle, o los más “moderados” del grupo Azul y Blanco, y en buena medida “validada” por la acción de la guerrilla peronista y los comandos de la Confederación General del Trabajo (CGT), las cuales movilizaron a sindicalistas y estudiantes fusionando, paradójicamente, la insurrección de tipo guevarista con el anticomunismo que caracterizaba al llamado peronismo de base (Cucchetti, 2010).
Los Tacuaras participaron de estas tensiones entre la resistencia frente al “falso nacionalismo” de la Libertadora, por un lado, y la identificación estatal del peronismo con una variante subversiva revolucionaria, por el otro. Comandado por José Baxter y Alberto Ezcurra, el Movimiento Nacionalista Tacuara (MNT) conservó el discurso reaccionario y beligerante heredado de la UNES, con su tono de revuelta generacional que buscaba la originalidad en la acción y el “estilo”. Mantuvo también una cierta rusticidad ideológica, patente en su “Programa Básico Revolucionario”,13 marcada por el “sentimiento” nacionalista, un manifiesto antiimperialismo y, más tarde, la solidaridad con las luchas anticoloniales en Asia y África. Este “sentimiento” abrevó del viejo ideal de la revolución nacionalista contra los “enemigos de la argentinidad” (los judíos, los masones, los comunistas y la burguesía). Deudores del catolicismo integrista de Meinvielle y el comunitarismo filo-peronista de Jaime M. de Mahieu, el MNT aspiraba a un “nacionalismo cerrado” que exaltaba “las virtudes del propio pueblo” y que buscaba la solidaridad “de los pueblos hermanos en la medida de su realización de un nacionalismo igualmente cerrado y militante”.14 Por otro lado, la traza antisemita de Tacuara acaparó la mayor atención nacional e internacional,15 dado el carácter público y violento de sus acciones contra la comunidad judía -por ejemplo, los ataques a estudiantes judíos o las pintadas de cruces esvásticas en lugares públicos en respuesta al caso Eichmann-16 fundadas en la identificación inequívoca del judaísmo con el comunismo y lo “indeseable” extranjero.
Esta belicosidad planteó una serie de dilemas al interior de los cuerpos de seguridad argentinos: ¿era Tacuara parte de la amenaza subversiva? Según el análisis de María Valeria Galván (2009), el Estado argentino mantuvo posiciones ambiguas y cambiantes frente a la violencia tacuarista, las cuales incidieron y se retroalimentaron en los discursos públicos acerca del grupo. Así, en algunos reportes, Tacuara aparece como chivo expiatorio para la represión de las izquierdas.17 En otros, es descripto de manera sutilmente positiva como un grupo de choque bien organizado, compuesto por militantes católicos y ultranacionalistas entrenados en el uso de armas, aunque susceptible a la infiltración de la llamada izquierda nacional y, por supuesto, del peronismo.18 Estas visiones encontradas responderían, precisamente, al contexto de inestabilidad política, en general; y en particular a las señales contradictorias y tensiones que aquejaban al grupo, que permitían una lectura vacilante sobre el lugar de Tacuara en el esquema represivo estatal.
El resultado de estas paradojas internas y externas ha sido ampliamente estudiado y cabe aquí proveer un esbozo de los clivajes que llevaron a la eventual disolución del grupo. Por un lado, la línea católica-comunitarista de Baxter y Ezcurra sostuvo motivos neo-fascistas inspirados por la Falange española, la Guardia de Hierro rumana y el nacionalismo paneuropeísta de Nuevo Orden Europeo.19 Asumiendo las interpretaciones y apropiaciones argentinas20 del fascismo como fuente doctrinal, el imaginario del MNT intentaba distanciarse de las derechas e izquierdas “tradicionales” para resituarse en el contexto de los años sesenta mediante el planteo de una posición nacional-revolucionaria que aspiraba a superar el supuesto impasse liberal en el que habían caído las fuerzas armadas en su combate al comunismo.21 Así, con el retorno del peronismo legal, los forcejeos de los militares con el civilismo y la activación de la izquierda armada neo-peronista, el MNT aparecía dispuesto a un acercamiento con el ala católico-nacionalista del peronismo.22 Pero el choque entre la visión católico-integrista de Ezcurra y el nacionalismo insurreccional de Baxter provocaron un nuevo quiebre, que en diciembre de 1962 daría origen al Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT), célebre por su espectacular acción en el asalto al Policlínico Bancario.
En repudio a este supuesto giro a la izquierda, los pupilos más fieles del tradicionalismo de Meinvielle fundaron la Guardia Restauradora Nacionalista (GRN), de corte más elitista, integrista e igualmente antisemita (“Patria sí, judíos no” era, según ellos, un “grito por la soberanía”). Con presencia en Buenos Aires, Córdoba, Bahía Blanca y Mar del Plata a través de publicaciones como Restauración, Nuevo Orden, Tradición, Mazorca, entre otros, la GRN exaltó las cualidades de Perón como caudillo, pero refutó al peronismo como tal y reafirmó las raíces “profundamente cristianas” de la Argentina, atacadas por el “sionismo” y la “guerra revolucionaria imperialista”. Con el deseo de pasar “de la mística a la acción”, en abril de 1964 la GRN lanzaba una “declaración de guerra” tras la muerte de jóvenes tacuaristas en un enfrentamiento armado en Rosario.23 El resultado fue el asesinato del estudiante judío Raúl Alterman a manos del MNT de Ezcurra. Hacia 1966, en el contexto de la Revolución Argentina, una debilitada GRN se defendía de los cargos de racismo antisemita, rechazando además la viabilidad de una “guerra civil abierta” y optando por un activismo “puramente ideológico” que se mantuvo explícitamente profascista hacia finales de los sesenta.24
Por otro lado, el MNRT insistió en aliarse con el peronismo a fin de proveer a éste la chispa revolucionaria que, según los tacuaristas, había estado ausente desde su proscripción en tanto partido de “vanguardia pequeño-burguesa” que negaba la “espontaneidad” y “autonomía” de “las masas” (Cóndor-MNRT 1964). Así, el MNRT formaría parte de la serie de articulaciones y dislocaciones político-religiosas entre las militancias católicas y peronistas estudiadas por Humberto Cucchetti (2010), claves para la configuración de las izquierdas y derechas peronistas tras el regreso de Perón en 1973, cuando las Tacuaras se encontraban ya desperdigadas en un abanico de grupos que incluyó a un sector clave de la extrema derecha peronista que fue agente e instrumento de la represión de Estado tras la muerte de Perón.25
Sin menoscabar su importancia, las trayectorias personales de los tacuaristas y sus afinidades con un fascismo “a la argentina” resultan insuficientes para dar cuenta de la entronización de las derechas anticomunistas más radicales y su papel en la violencia de Estado. Con la proscripción explícita de las Tacuaras (Ley 3134 de 1963) y el advenimiento de la Revolución Argentina en 1966, el impulso tacuarista perdió fuerza ante la cruzada anticomunista oficial, apuntalada por el antiperonismo castrense y el nuevo acercamiento de ciertos sectores del nacionalismo (incluidos los que apoyaron la Libertadora) con el discurso refundacional de Onganía y con el militarismo católico contrarrevolucionario que exaltó su régimen.
El caso del propio Ezcurra es ilustrativo: después de abandonar el MNT, refinaría sus ataques al marxismo mediante una filosofía política que emparejaba el nacionalismo reaccionario e integrista con la doctrina contrainsurgente,26 logrando insertarse, aunque de manera discreta a través de la revista Mikael, en una larga tradición de pensamiento católico-nacionalista cultivada por los círculos teológico-militaristas. Con mayor impacto institucional, Jordán Genta y el también teólogo Carlos Sacheri cultivarían también las premisas de la guerra contrarrevolucionaria en su versión argentina, vinculándose al aparato educativo militar y constituyendo el eslabón más robusto entre el poder de facto de las Fuerzas Armadas y la doctrina que legitimaba el papel preponderante de la espada y la cruz (Genta, 1963; Sacheri, 1970).
Estas articulaciones tuvieron lugar también en función de procesos de intercambio transnacional en círculos del catolicismo anti-progresista y el pensamiento militar europeo y latinoamericano (Ranalletti, 2005; Scirica, 2010). Así, por ejemplo, tanto Sacheri como Genta estaban ligados a las revistas Verbo y Ciudad Católica, ambas creadas por Georges Grasset, capellán del grupo paramilitar ultra-nacionalista francés Organización Armada Secreta y vinculadas también con Juan Carlos Goyeneche y el coronel (r) Juan Francisco Guevara, ferviente comunitarista (Scirica, 2010, pp. 33-34).27 Partícipe del grupo que dio origen a Ciudad Católica, Meinvielle no fue ajeno a estas redes transnacionales tejidas alrededor del anticomunismo y las doctrinas contrarrevolucionarias. A invitación del Sexto Congreso de la Liga Mundial Anticomunista, realizado en Ciudad de México en 1972, el clérigo dictó la conferencia magistral “La civilización cristiana contra el comunismo” ante una audiencia internacional y con el patrocinio de la flamante Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL). Como uno de los guías espirituales e ideológicos del anticomunismo argentino, la presencia de Meinvielle en lo que se vislumbraba como la iniciativa anticomunista más importante de su tiempo reafirmaba su condición de figura intelectual leída, discutida y admirada en el ámbito latinoamericano, así como su estatus como símbolo de las ramificaciones y puntos de contacto de las batallas libradas en el seno del nacionalismo argentino con otras iniciativas de alcance continental y global.

El MURO: anticomunismo civil y la cruzada anticomunista en México

En los años de la posguerra, el régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México entabló vínculos con la práctica y la ideología del anticomunismo en distintos niveles: desde la doctrina de la “mexicanidad” como sustento ideológico de la modernización hasta la adopción del discurso y práctica de la contrainsurgencia hacia comienzos de los setenta, pasando por el respaldo a grupos antiizquierdistas dentro del partido y la tensa relación con la extrema derecha antiliberal y antisecular. Marcado por este contexto, el anticomunismo civil28 mexicano padeció, desde sus orígenes, de una contradicción fundamental: su lucha contra el “enemigo rojo” implicaba, a su vez, la pugna contra el Estado posrevolucionario, heredero de las tradiciones liberales, secularizantes y de reforma social que sostuvieron al régimen priista en el período de entreguerras y durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940). En ese sentido, la trayectoria del MURO revela la matriz de conflictos entre el Estado posrevolucionario y un bloque heterogéneo de oposiciones de derechas, así como las formas en que ambos instrumentalizaron el “problema comunista” para poner freno al avance de las izquierdas sindical y universitaria.
Durante los años de modernización autoritaria de Miguel Alemán (1946-1952), el anticomunismo civil tendría como organización pionera al Frente Popular Anticomunista de México (FPAM), creado en 1948 por el veterano de la revolución y miembro fundador de la Acción Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), Jorge Prieto Laurens. Con una plataforma que abogaba por la democratización, el equilibrio entre propiedad y trabajo, la cooperación entre clases y la condena del “totalitarismo burdo” de la Rusia comunista (Prieto Laurens, 1968, pp. 343-344), el FPAM se situó como fuerza de oposición moderada que intentó capturar el sentimiento anticomunista promovido por grupos católicos, el empresariado y las vertientes más conservadoras del PRI y del centro-derechista Partido Acción Nacional (PAN), que temían el resurgimiento del “socialismo” oficial de los años veinte y treinta.
Más allá de su pragmática adhesión a la “mexicanidad” anticomunista del alemanismo y su evidente marginalidad en el ámbito interno, el FPAM ganaría notoriedad internacional en el marco de la Décima Conferencia Interamericana, celebrada en Caracas en 1954, al lanzar la convocatoria para el Primer Congreso contra la Intervención Soviética en América Latina a celebrarse en la Ciudad de México. El evento fue auspiciado por la Confederación Interamericana de Defensa del Continente (CIDC), encabezada por el propio Prieto Laurens y el brasileño Carlos Penna Botto, líder de la Cruçada Anticomunista Brasileira, quienes buscaban reunir a figuras políticas e intelectuales latinoamericanas identificadas con la causa anticomunista, además de procurar la formación de un “frente sólido” para defender la “soberanía, tradiciones e idiosincrasia” de México.29 Según documentos de la CIA, el evento sirvió también para que la CIDC obtuviera el apoyo clandestino de la Agencia, la cual, además de asegurar su influencia en el flamante organismo, deseaba congregar a los exiliados guatemaltecos que planeaban en México el derrocamiento de Jacobo Árbenz y afinar los detalles para la invasión de ese país centroamericano.30
En el ámbito interno, el Congreso consolidó los nexos del FPAM con el priismo de derechas, pero también con sectores históricamente opuestos a la hegemonía del nacionalismo revolucionario del PRI. En el centro de estas disputas se encontraban las exigencias esgrimidas por grupos católicos y empresariales en torno al papel de la religión en la vida pública, la abolición del modelo educativo “socialista” heredado del cardenismo, y la reducción de la intervención estatal como mediadora en cuestiones laborales. En el ámbito educativo, la Universidad Autónoma de Guadalajara (UAG), fundada en 1935 por el activista católico Agustín Navarro Flores, había fungido como emblema de la resistencia conservadora frente al “socialismo” oficial, el Estado laico y el comunismo, lucha encabezada por la Federación de Estudiantes de Jalisco (FEJ) y los llamados “Tecos”, una sociedad secreta creada por el líder estudiantil Carlos Cuesta y financiada por los Leaño, acaudalada familia jalisciense. La UAG mantuvo un perfil bajo hasta los años cincuenta, época en la que la FEJ ganó reputación en la vida estudiantil de Guadalajara por su activismo cimentado en el integrismo católico y un marcado antimarxismo (Romero, 1986), en contienda con la Federación de Estudiantes de Occidente (FESO), de tendencias cardenistas.
En un proceso similar, en 1955 un grupo de estudiantes de la Universidad de Puebla anunció el inicio de una lucha “contra la infiltración comunista” en la universidad y en defensa de la “civilización cristiana”. Bajo el lema “la fuerza del enemigo es nuestra cobardía”, este Frente Universitario Anticomunista (FUA) encabezó una agresiva campaña para denunciar el “asalto total” a las universidades por parte de la “conspiración judía, masónica y comunista”, concibiéndose a su vez como organización canalizadora de la “virilidad de la juventud universitaria” (Dávila Peralta, 2003, p. 90). Surgido del proselitismo clerical en los colegios secundarios jesuitas, donde los jóvenes reclutados eran infundidos con un “catolicismo activo” (Louvier, Díaz Cid y Arrubarrena, 1991, p. 21), el FUA contó además con el apoyo del arzobispo Octaviano Márquez y el patrocinio de empresarios y organizaciones cívicas locales que compartían la idea de una lucha que trascendía la esfera de la educación superior.
Expresión de un anticomunismo juvenil agreste y frecuentemente violento (González, 2005; Yáñez Delgado, 2000), el FUA también jugó un papel relevante en propiciar la formación de una red que, a partir de 1958, ligó a líderes estudiantiles con los Tecos y con miembros del PRI y funcionarios de la Secretaría de Gobernación (Buendía, 1984, p. 161). Estos nexos informales contribuirían a la consolidación de las organizaciones estudiantiles como laboratorios de control de redes clientelares y de intermediación política, así como la creación de “porras” o grupos de choque como instrumentos políticos violentos para la regulación de estas redes (Pensado, 2013).
Heredero del activismo del FUA, el MURO surge en un contexto de polarización, producto de la fallida invasión norteamericana a Cuba, el apoyo entusiasta del expresidente Lázaro Cárdenas hacia el régimen castrista y la reacción anticomunista patrocinada por la Iglesia bajo el lema “cristianismo sí, comunismo no” (Pacheco, 2002). En efecto, el acercamiento de Cárdenas con la izquierda validó, en términos ideológicos, las ansiedades de los anticomunistas con respecto a la “subversión” promovida por agentes extranjeros y sus “cómplices criollos”.
Vinculado al grupo alemanista al interior del PRI, el Frente Cívico Mexicano de Afirmación Revolucionaria (FCMAR) fue producto de esta reacción.Éste lanzó en 1961 una campaña anticomunista basada en la “defensa de la soberanía nacional y el orden constitucional”, el rechazo a ideologías extranjeras como “antimexicanas”31 y la condena al “falso radicalismo” por el abuso de las instituciones democráticas para perpetrar su agitación.32 Buscando neutralizar la influencia cardenista, detrás del FCMAR estaban los ex presidentes Miguel Alemán y Abelardo L. Rodríguez,33 quien meses antes publicaba en la prensa un llamado a los empresarios del país para la creación de centros de difusión anticomunista y la formación de brigadas de choque ciudadanas conformadas por jóvenes “capaces de rechazar materialmente los actos de vandalismo, de subversión social [que] vienen ejecutando los agentes del comunismo ruso-chino-cubano”.34
Bajo esa consigna, el FCMAR se convertiría en uno de los patrocinadores de las actividades del MURO en el ámbito estudiantil, pero no fue creación e instrumento exclusivo del priismo de derechas. Ramón Plata Moreno, miembro fundador del FUA poblano fungió como líder del MURO y personero de una red que abarcó al FUA, a sacerdotes de Acción Católica, al FPAM y a dos operadores del FCMAR: el empresario maderero Alfredo Medina y el priista Melchor Ortega.35 Según fuentes oficiales, el MURO era además una de las fachadas de la llamada Liga Universitaria Nacionalista (LUN, o La Organización), que aglutinaba a los Tecos, al FUA-MURO y a otros grupos como el Frente Patriótico de México y las Juventudes Integristas, todo con el apoyo financiero del FCMAR, los lasallistas y los empresarios de Guadalajara y Monterrey.36
El MURO cobró notoriedad en agosto de 1961, tras la expulsión de dos estudiantes de la Universidad Nacional por actos violentos contra manifestantes izquierdistas. Luego de la restitución de los inculpados, el MURO advertía en un desplegado de prensa que “el peligro del faccionalismo Rojo no ha terminado” y se declaró “en estado de lucha permanente para desenmascarar las actividades de los enemigos de la paz pública, la libertad y la democracia”.37 En marzo de 1962 circulaba el primer número de Puño, el órgano informativo del MURO, recibido con entusiasmo por la revista Atisbos del FPAM la cual alabó la “lucha viril y abierta” de los estudiantes en contra de la “subversión” dentro de la universidad.38 Desde Puño, el MURO atacó la educación oficial “socialista”, denostó la “dictadura” del rector Ignacio Chávez y denunció el problema comunista en las universidades, desplegando un nacionalismo militante que llamaba a la “juventud nacionalista” a combatir a los “mercenarios del odio” y llevar a cabo “la sagrada obligación” de defender “los valores más altos de la humanidad” como guías de la sociedad con base en principios cristianos y un autoadjudicado fanatismo por “la libertad y la dignidad humana”.39
Siguiendo el modelo de los Tecos, el MURO operó como sociedad secreta para atraer estudiantes hacia las llamadas legiones, accesibles solo mediante un juramento ritualizado y tras una minuciosa investigación familiar para detectar cualquier indicio de ascendencia judía. Los iniciados eran adoctrinados con Los Protocolos de los Sabios de Sión y El Judío Internacional; el Mein Kampf de Hitler; los escritos antisemitas de Traian Romanescu; el clásico nacional Derrota Mundial del escritor pro-nazi Salvador Borrego; así como con los manuales guevaristas y maoístas sobre guerra de guerrillas, como “estudios de táctica”. A fin de combatir la “conspiración judía anti-cristiana” y a sus “infiltrados” en el gobierno, los reclutas eran entrenados como “milicia popular”, adiestrando a los muchachos en judo, karate y el manejo de armas y bombas, y a las muchachas como delatoras.40
Alarmado por las actividades del MURO, el arzobispo de México Darío Miranda lanzaba en 1963 una advertencia a la juventud católica sobre la prohibición del Vaticano con respecto a las sociedades secretas. Sin embargo, Octaviano Márquez y Manuel Pío, arzobispos de Puebla y Jalapa respectivamente, autorizaron las actividades del grupo, llamando a sus feligreses a formar un “comité unificado” que coordinara la oposición al régimen del PRI y que promoviera “una mística alrededor de las Fuerzas Armadas” y un “sentido de respeto por el Ejército norteamericano”. Por su parte, el MURO reviró la acusación de Miranda y condenó a los “infiltradores comunistas con disfraz católico”, es decir, al detestado “progresismo” dentro de la Iglesia, denunciado por el confesor de LUN, el presbítero Joaquín Sáenz Arriaga, como agente de las sociedades masónicas, del judaísmo y el comunismo (González Ruiz 2004, pp. 222-223; 239-240).41
Aunque expresión de una corriente minoritaria radical dentro del catolicismo, el furioso antiprogresismo de Sáenz Arriaga formó parte de la creciente circulación de propaganda anticomunista y de escritos del nacionalismo tradicionalista y antisemita, síntoma y efecto de la exitosa movilización y difusión de las cruzadas anticomunistas oficial y eclesiástica.42 En ese sentido, la actividad del MURO fue consistente con la propagación del discurso anticomunista, la ampliación de sus bases sociales y la radicalización de su lenguaje y práctica, esbozando un patrón de expresiones que, aunque incitadas o toleradas por el gobierno, alimentaba las tensiones del anticomunismo civil frente a las ambigüedades del régimen y el carácter secular del Estado.

Anticomunismos transnacionales y la Liga Mundial Anticomunista

Amén de su papel como grupo de choque contra la educación laica, las izquierdas estudiantiles y la contracultura,43 los reportes oficiales dan cuenta de los vínculos del MURO con “el movimiento nazi internacional, a través del Frente Patriótico de México, los cuales se materializan a través de la organización Joven América”; con Tacuara en la Argentina y la anticomunista John Birch Society en los Estados Unidos.44 Las implicaciones de estos nexos se hicieron evidentes en 1965 cuando dos ataques con granadas contra el Instituto Cultural Ruso-Mexicano (21 de mayo) y el periódico El Día (7 de julio) condujeron al arresto de Henry Agüeros, veterano de Playa Girón y miembro de la organización de exilados cubanos Movimiento Nacionalista Cristiano (MNC). Los ataques eran parte de la llamada Operación Castigo, un plan ideado por el MNC para atacar a los supuestos aliados del “castro-comunismo” en América Latina. En los preparativos, Agüeros recibió la ayuda de Daniel Ituarte Reynaud (militante del PAN), Manuel Hernández (sobrino de Salvador Borrego) y Manuel de la Isla Paulín, este último era jefe del MURO en Guanajuato, director del periódico antisemita Renovación del Frente Patriótico Mexicano y editor de la Revista Nacional, a través de la cual el MNC habría formado vínculos con la extrema derecha mexicana.45
Tras los ataques, en entrevista para El Día, los líderes del MNC se declararon “netamente fascistas” y afirmaron ser, junto con el MURO, miembros de Joven América, la cual fungía como la rama latinoamericana del movimiento paneuropeísta Jeune Europe. El MNC confirmó, además, que Joven América (cuyo boletín homónimo se publicaba en Buenos Aires) era una confederación de organizaciones que congregaba al Movimiento Nacionalista Tacuara, la Guardia Restauradora Nacionalista, el Frente Patriótico Mexicano, entre otros, bajo la bandera del “nacionalismo iberoamericano” y antiimperialista. 46
En 1972, el MURO se convirtió en Guardia Unificadora Iberoamericana (GUIA) y su líder Ramón Plata se vinculó con la democracia cristiana europea y con la entidad brasileña ultraconservadora Tradição, Familia e Propriedade, junto a la cual crearía, en 1970, el Movimiento Cívico Tradicionalista de México (Juventudes Nacionalistas de México, 1975, pp. 8-10). Dichos gestos de autonomía provocaron el rechazo abierto y la condena pública de los sectores integristas afines a los Tecos contra Plata, y muy posiblemente, su apartamiento del núcleo de la LUN. Fungiendo aún como jefe del MURO-GUIA, Plata sería asesinado en 1973 en circunstancias aún no esclarecidas.
Por otra parte, a comienzos de los setenta, los Tecos junto con el FPAM
y el FCMAR se volcaron a la consolidación de la Federación Mexicana Anticomunista (FEMACO), surgida en 1967 como entidad aglutinadora de la más amplia coalición de grupos empresariales, estudiantiles e intelectuales anticomunistas hasta entonces. Presidida por Raimundo Guerrero y Rafael Rodríguez, ambos profesores de la UAG con sendas credenciales anticomunistas, la FEMACO iniciaría la publicación de Réplica, portavoz de la organización y, más adelante, de su retoño latinoamericanista, la Confederación Anticomunista Latinoamericana, en el marco de una intensa movilización estudiantil en demanda de apertura política, la aparición de guerrillas de corte guevarista y maoísta, y el correspondiente esfuerzo del régimen por controlar y reprimir el disenso.
A través de Réplica, la FEMACO manifestó su lealtad al régimen, si bien estratégica, denunciando el complot comunista para “sabotear las ideas del Presidente Díaz Ordaz”, al tiempo que se refrendaban el carácter “criminal” y “antipatriótico” del comunismo y la naturaleza heroica de los Tecos y la UAG frente al secularismo. En consecuencia, la FEMACO aplaudió incondicionalmente la actuación del Ejército en la masacre estudiantil del 2 de octubre de 1968, culpando por la violencia a “francotiradores extranjeros”, los “guerrilleros de corbata” (la intelectualidad de izquierda) y los “filósofos de la destrucción” (Sartre, Marcuse y Freud).47 Así, aunque radicalizada, la FEMACO asumió una posición oficialista para asegurar su integridad y consolidar su red de organismos regionales y favorecer su inserción en la naciente Liga Mundial Anticomunista (LMA), creada también en 1967.
En 1971, bajo el auspicio de la FEMACO y el liderazgo del teco Rafael Rodríguez, surge la Confederación Anticomunista Latinoamericana (CAL), que asume la tarea de organizar al año siguiente la Sexta Conferencia de la LMA en Ciudad de México, la primera a realizarse en América Latina.48 Con presencia predominante de la FEMACO, la conferencia albergó a representantes de toda América Latina y los cinco continentes; la Argentina, por su parte, estuvo representada por la Federación Argentina de Entidades Democráticas Anticomunistas (FAEDA)49, cuyo presidente, el doctor Apeles Márquez había participado activamente en los congresos de la CIDC (1954-1958) junto al periodista Alberto Daniel Faleroni, ex dirigente del aprismo argentino, antiguo peronista de derecha y asesor del Círculo Militar en materia de lucha antisubversiva (Sessa, 2011, p. 140).
Amén de estos nexos entre la difunta CIDC y la LMA, la conferencia magistral dictada por Julio Meinvielle -una síntesis de su visión del liberalismo, el marxismo y el capitalismo como encarnaciones de la eterna conspiración judeo-masónica (Meinvielle, 1974, pp. 71-81)- reafirmaba los entrecruces y afinidades del anticomunismo argentino de raigambre católica con el imaginario político de las derechas radicales mexicanas, movidas por el antisemitismo, integrismo y “antiprogresismo” inspirados por Sáenz Arriaga, entre otros, y llevados a la práctica por el MURO y los Tecos.
De la mano de los sentimientos de unidad y solidaridad anticomunista provistos por esta doctrina compartida, en el congreso de la LMA surgían otros planteamientos sobre la necesidad de radicalizar la práctica anticomunista. La intervención de Jorge Prieto Laurens, por ejemplo, llamaba a ir más allá de “conocer al comunismo” y a cultivar las “técnicas para luchar contra él" a través de “un espiritualismo exaltado”, en el que la “afirmación religiosa” y la promoción de un “auténtico nacionalismo” jugarían un papel central en la creación de una red anticomunista de denuncia, educación cívica y adoctrinamiento en “tácticas y procedimientos para la lucha”.50 En ese mismo tono, Luis Ángel Dragani, joven delegado de FAEDA, abundó sobre éste último tema. Según Dragani, había llegado:

“el instante de cesar de mostrar al marxismo y a sus métodos en toda su cruel realidad antihumana, para proceder a combatirlo por sus propias armas… Con la sustentación de una mística filosófica en nuestros principios occidentales y cristianos, y del que se desprende el genuino y auténtico nacionalismo americano… estamos seguros que podremos arrebatar de las manos del comunismo internacional, las banderas de la reivindicación obrera, campesina y de las restantes escalas sociales… Nuestras fuerzas adoptarán los medios y tácticas que exijan las circunstancias. A la guerrilla roja opondremos, llegado el caso, la guerrilla blanca en unión a nuestras Fuerzas Armadas, que asumirán el rol que las circunstancias y la patria demanden.”51

Así, el congreso de la LMA fungió como escaparate para la construcción de un consenso continental sobre la urgente necesidad de hacer la guerra al enemigo utilizando sus propios medios, sintetizados en la idea de la guerrilla blanca: la guerra contrarrevolucionaria total, apoyada por la creación de un fondo mundial anticomunista, una amplia campaña de divulgación y un plan de “rescate” de las juventudes para instruirles en “la lucha”.52
El congreso de la LMA significó, pues, la realización máxima del movimiento anticomunista continental, la reafirmación de la prominencia intelectual del anticomunismo católico argentino y del papel clave que la FEMACO tenía pensado para sí en la cruzada anticomunista global. El congreso fue también una oportunidad para que la CAL solidificara sus conexiones con compañeros de viaje norteamericanos, asiáticos y europeos, que serían vitales para empujar a la CAL como la promotora ideológica y financiera de varias iniciativas de violencia anticomunista en las guerras sucias de los años setenta y ochenta a lo largo del continente, en las cuales el régimen argentino del Proceso militar cumpliría un papel central (Anderson y Anderson, 1986; Armony, 1997; López Macedonio, 2010).

Conclusión

¿Fueron los Tecos, el MURO, el FUA, las Tacuaras, o incluso el MNC cubano, antecedentes en la práctica de las guerrillas blancas promovidas por la Liga Mundial Anticomunista? Sin duda, las formas de acción política que caracterizaron a los anticomunismos juveniles de medio siglo prefiguraron la formulación ideológica de “las guerrillas blancas” como instrumento de lucha “civil” contra “el enemigo”, constituyendo un eslabón importante en la genealogía de ciertas formas de violencia anticomunista de los años setenta y ochenta. En los casos aquí abordados, el lenguaje y práctica de la contrarrevolución como defensa de un orden social cristiano, jerárquico y autoritario se transformó en lingua franca de alcances globales con claras repercusiones locales, en ocasiones mediada por el Estado y en otras por fuera y más allá de él. En ese sentido, las gesticulaciones neofascistas de MURO y Tacuara, con sus truísmos ideológicos y caracterizaciones estereotipadas del enemigo, les permitieron insertarse en las cruzadas anticomunistas en sus países, además de construir un sentido de pertenencia a una comunidad de solidaridad nacionalista más amplia -ejemplificada por la llamada Joven América-, aunque siempre limitada por el carácter nacional-local de sus luchas particulares y por las tensiones propias de los nacionalismos que propugnaron.
Las guerrillas blancas fueron también la conclusión lógica a las respuestas que la extrema derecha se planteó respecto de la revolución cubana y la retórica insurreccional que surgió de la Conferencia Tricontinental en La Habana. En ese sentido, en el marco de otros conflictos percibidos como cercanos dado el carácter global de la Guerra Fría (Argelia, Vietnam, Congo), la difusión del foquismo insurreccional funcionó como validación ideológica para la radicalización del movimiento anticomunista continental ante la percepción de que era necesario combatir al beligerante enemigo revolucionario con sus propios medios de propaganda y acción política. Asimismo, la proximidad geográfica y preeminencia política de la cuestión cubana, acentuada por las actividades de grupos anticastristas y los lazos cultivados por éstos en la región, resultan cruciales para aprehender el impacto de la revolución cubana para la ideología y práctica de estos imaginarios anticomunistas transnacionales.
Amén de la importancia que tuvo el catolicismo integrista como fuente doctrinal para las militancias de derechas, el hecho de que personajes como Julio Meinvielle, Joaquín Sáenz Arriaga y Salvador Borrego (los tres leídos y publicados tanto en México como en Argentina)53 aparecieran como guías intelectuales y políticos de una lucha compartida muestra la receptividad y permeabilidad del universo nacionalista-anticomunista latinoamericano, que ante el contexto de la Guerra Fría, se vio empujado a intentar trascender los particularismos que le subyacían.
La centralidad del catolicismo integrista y sus formulaciones sobre la lucha contrarrevolucionaria como guerra justa y santa, revela también un punto clave para el análisis historiográfico de estos anticomunismos: su relación cambiante con el Estado y la sociedad civil. En ese sentido, destaca para ambos contextos el papel preponderante de los cuerpos de seguridad como filtros y mediadores de la mirada estatal frente a agentes considerados como instrumentos potenciales de control y contención, por un lado, y elementos subversivos o criminales, por el otro. En ese sentido, la experiencia tacuarista fue de constante tensión frente al anticomunismo del Estado y de lucha interna contra la fragmentación, en vista de que los pilares ideológicos de la agrupación (catolicismo y nacionalismo) sucumbieron a los efectos de la radicalización de los distintos peronismos y antiperonismos de izquierdas y derechas. También, la aparente despolitización de Tacuara a través de su proscripción y criminalización acentuó la tensión entre el anticomunismo como pilar de la dupla desarrollo/seguridad nacional, por un lado, y como defensa de la nacionalidad y la “argentinidad”, por el otro. Aunque mutuamente constitutivos de la matriz ideológica de la represión estatal, estos aspectos fueron fuente de desconcierto para quienes deseaban canalizar y domesticar la violencia nacionalista con fines de Estado.
Para el MURO, el reto se planteó por el carácter clandestino y secreto de la organización, su papel esporádico e incómodo como aliado involuntario y reticente del régimen, sus colaboraciones con los Tecos, así como los nexos con los ataques anticastristas que le valieron su criminalización. Como ocurrió con Tacuara, el MURO fue seguido de cerca por el aparato de inteligencia mexicano, el cual consideró al grupo como cabeza de playa del activismo antisecular católico en el ámbito universitario y, por lo tanto, como elemento de potencial disrupción social y política. Al mismo tiempo, la disposición militante del MURO y organizaciones afines para ejercer la violencia localizada, aunada a su fuerte retórica antiizquierdista, le valió el apoyo subterráneo de actores vinculados al PRI y de otros compañeros de viaje anticomunistas, quienes, sin compartir necesariamente su imaginario neofascista, echaron mano del grupo para ejercer control e influencia en el ámbito estudiantil, esfera clave de la lucha anticomunista.
Por último, cabe enfatizar que la comparación entre los imaginarios cultivados por Tacuara y el MURO como unidades de análisis discretas, da cuenta en realidad de una matriz ideológica compartida, marcada por un appeal fascista con contenidos religiosos y la construcción del comunismo como enemigo perpetuo y radical, combatible solo a través de una guerra santa sin reglas, universal, total y permanente. Además del catolicismo integrista postconciliar y el antisemitismo, en estos vínculos destacan las ambigüedades del “nacionalismo revolucionario”, compañero de viaje incómodo para los nacionalismos “a secas” y que aparece como especie de bisagra ideológica que permitió, en el caso argentino, ciertos acomodos, si bien inestables, entre militancias de izquierdas y derechas nacionalistas juveniles. En el caso mexicano fue ese nacionalismo revolucionario devenido ideología oficial el que causó escozor entre las derechas y que las mantuvo en constante tensión con un régimen al que consideraron producto y cómplice histórico de fuerzas anticatólicas.
Así, el análisis de cómo estas organizaciones se insertaron en discursos, iniciativas y movimientos que veían al comunismo como un problema de orden político y moral se ha llevado a cabo bajo un lente comparativo que, a su vez, revela una serie de nexos ideológicos, organizacionales y personales de carácter transnacional, matizados por colores locales. Ello sugiere la necesidad de ampliar el espectro geográfico y metodológico para el estudio de estos grupos, y confeccionar nuevas miradas que den cuenta de la particularidad de los contextos en que se desenvuelven estos actores y, a la vez, de la manera en que los traslapes en el discurso y la práctica anticomunistas permiten entender dichas particularidades como parte de procesos más amplios. Ello contribuirá a un acercamiento entre las historiografías nacionales y a una mejor comprensión de cómo estos grupos tejieron sus nociones de lo político y de cómo imaginaron su lucha contra un enemigo que era, a la vez, interno y global.

Notas

1 Candidato a Doctor por el Departamento de Política/Comité de Estudios Históricos/The New School for Social Research. Nueva York, EEUU. Correo electrónico: herrl567@newschool.edu.

2 Boletín Tacuara, julio de 1945, p. 11. Instituto Bibliográfico Antonio Zinny (IBAZ), Buenos Aires.

3 Boletín Tacuara, agosto de 1946, p. 7. IBAZ, Buenos Aires.

4 Sobre los vínculos de Tacuara con el falangismo y su matriz nacional-sindicalista, véase Nörling (2007).

5 Boletín Tacuara, noviembre de 1945, p. 5. IBAZ, Buenos Aires.

6 La visión del Estado nacionalista católico de Tacuara sería más tarde influenciada por el comunitarismo de Jaime María de Mahieu, colaboracionista francés durante el régimen de Vichy y teórico afín a la Acción Francesa, emigrado a la Argentina después de la guerra. Sobre el impacto de Mahieu en Tacuara desde una perspectiva testimonial, véase Bardini (2002).

7 Odio masónico al nacionalismo. (1956, enero 5). Combate, pp. 1-2. Frutos podridos de la democracia. (1956, febrero 9). Combate, p. 1. IBAZ, Buenos Aires.

8 Nuestra definición. (1955, diciembre 8). Combate, p. 1. IBAZ, Buenos Aires.

9 Sobre los nacionalistas de Azul y Blanco y su actividad durante la Revolución Libertadora, véase el minucioso estudio crítico de Galván (2013).

10 La campaña anticomunista (1956, septiembre 26). Azul y Blanco, p. 2. IBAZ, Buenos Aires.

11 Ley de Defensa Nacional. 1960. Caja 1421. Archivo Centro de Estudios Nacionales (ACEN), Biblioteca Nacional de la República Argentina (BN), Buenos Aires.

12 Plan CONINTES: texto del decreto. (1960, marzo 15). Clarín, s/p. Caja 1675. ACEN, BN, Buenos Aires. Se asegurará con energía la paz social en el país. (1960, marzo 14). Democracia, s/p. Caja 1675. El decreto de represión (1960, marzo 16). La Nación, s/p. Caja 1675. ACEN, BN, Buenos Aires.

13 Boletín Tacuara, septiembre de 1961, p. 4. IBAZ, Buenos Aires.

14 Boletín Tacuara,1959, p. 1. IBAZ, Buenos Aires.

15 La embajada norteamericana siguió de cerca las actividades de Tacuara, especialmente a partir de 1960 tras las denuncias del American Jewish Committee sobre el antisemitismo tacuarista, su parafernalia nazi-fascista y su ambigua cercanía con el peronismo. Memorándum. Embassy Airgram A-265. Documento 735.00/4-1362. 13 de marzo de 1962. National Archives and Records Administration (NARA), Washington, D.C.

16 En paredes de varios edificios y en 2 sinagogas pintaron cruces gamadas. (1960, enero 7). La Razón, s/p. Caja 981. ACEN, BN, Buenos Aires.

17 En 1961, un reporte del American Jewish Committee señalaba que, en reunión entre oficiales de la Secretaría de Inteligencia de Estado, oficiales del Ejército y miembros de la comunidad judía, los funcionarios culparon al comunismo internacional de estar manipulando a Tacuara para lanzar un ataque en gran escala contra los judíos en Argentina y poder culpar a la derecha. Comentario del American Jewish Committee. 25 de octubre de 1961. Caja 1626. ACEN, BN, Buenos Aires.

18 Memorándum. Movimiento Nacionalista Tacuara. s/f. Caja 1424. ACEN, BN, Buenos Aires.

19 Sobre las futuras elecciones (1962, diciembre). Boletín Ofensiva, p. 7. Movimiento Nacionalista Tacuara. IBAZ, Buenos Aires.

20 Para un examen más completo de la recepción del fascismo en la Argentina y su conversión al lenguaje político del nacionalismo católico, véase Finchelstein (2010), especialmente el capítulo 4 sobre lo que el autor denomina “fascismo cristianizado”.

21 Fuerzas Armadas y liberalismo. (1962, diciembre). Boletín Ofensiva, pp. 4-5. Movimiento Nacionalista Tacuara. IBAZ, Buenos Aires.

22 La crisis del peronismo. (1962, noviembre). Boletín Ofensiva, pp. 3-4. Movimiento Nacionalista Tacuara. IBAZ, Buenos Aires.

23 Revista Restauración. (1964). Lanús: Guardia Restauradora Nacionalista. IBAZ, Buenos Aires.

24 Revista Panorama. (1968). Buenos Aires: Editorial Abril. BN, Buenos Aires.

25 Gutman (2003), Goebel (2007) y Finchelstein (2014) aportan datos y explicaciones importantes respecto a estas conexiones, y señalan los vínculos de la Alianza Anticomunista Argentina (denominada Triple A) con ex tacuaristas del Movimiento Nueva Argentina y del núcleo que editaba la revista El Caudillo (1973-1975), entre otros.

26 Para una recopilación de textos reveladores de este entrecruzamiento entre catolicismo y militarismo, véase Ezcurra (2007).

27 Véase el artículo de Gabriela Gomes que se publica en este mismo dossier.

28 Rescato la idea de “anticomunismo civil” de López Macedonio (2006) como forma de distinción, de carácter meramente analítica, frente al anticomunismo oficial o de Estado, tomando en cuenta vínculos e intersecciones entre ambos.

29 Memorándum. Continental Congress Against Soviet Intervention. Documento 712.00/4-2354 del 23 de abril de 1954. NARA, Washington, D.C.

30 Memorándum. Mexico City in Hemisphere Congress. 4 de marzo de 1954. Central Intelligence Agency, Freedom of Information Act Reading Room. Disponible en: http://www.foia.cia.gov/sites/default/files/document_conversions/89801/DOC_0000913138.pdf.

31 Repudia el FCMAR cualquier doctrina antimexicanista. (1962, enero 22). El Sol de Puebla, p. 4. Biblioteca Nacional de México (BNM), México.

32 Discurso pronunciado por Luis L. León en la Asamblea del Frente Cívico Mexicano de Afirmación Revolucionaria. 5 de febrero de 1962. Caja 1477A, expediente 14. Investigaciones Políticas y Sociales (IPS), Archivo General de la Nación (AGN), México.

33 Memorandum. Frente Cívico Mexicano de Afirmación Revolucionaria. Documento 712.00/12-2161 del 21 de diciembre de 1961. NARA, Washington, D.C.

34 Documento: Despierten, hombres de negocios de México. 1961. Caja 2895A, expediente 21. IPS, AGN, México.

35 Movimiento Universitario de Renovadora Orientación. 2 de abril de 1964. Caja 2851, expediente 3, fs. 44-45. IPS, AGN, México.

36 La UNAM víctima de la agitación promovida por MURO. 4 de abril de 1968. Caja 1448B, expediente 42. IPS, AGN, México.

37 Derrota comunista en la universidad. Mensaje a la opinión pública nacional y a nuestros compañeros universitarios. (1961, diciembre 13). Excélsior, s/p. BNM, México.

38 Entrevista: luchar contra el comunismo universitario es la misión del MURO (Corro y Matar, 1967).

39 Presentación. Puño (1962, marzo), p. 2. BNM, México.

40 Documento demoledor sobre las sociedades secretas, falsamente católicas, a las que combate la Iglesia (Corro y Matar, 1967).

41 En 1972, Sáenz fue excomulgado por Miranda a causa de su feroz oposición al Concilio Vaticano II y sus ataques contra Paulo VI por su supuesta alianza con el judaísmo internacional (Rius Facius, 1980). La doctrina “antiprogresista” de Sáenz puede encontrarse en Sáenz Arriaga (1964, 1973).

42 Entre estas obras de amplia circulación destacaron Derrota Mundial de Salvador Borrego, que en 1960 contaba ya con dos ediciones y varias reimpresiones; las ediciones mexicanas de las diatribas antisemitas de Traian Romanescu La gran conspiración judía y Traición a Occidente aparecidas en 1961, impresas y distribuidas por la editorial nacionalista Jus.

43 Las acciones del MURO abarcaron desde enfrentamientos callejeros con organizaciones de izquierda y toma violenta de instalaciones, hasta “campañas de virilización” en las que se atacaba a “hippies y melenudos”. El impacto y difusión de estas actividades en la prensa puede consultarse en Corro y Matar (1967). Para un análisis monográfico detallado del MURO, véase González Ruiz (2004).

44 De la Isla Paulín, Manuel. s/f. Expediente 15-3 L. 9, fs. 64-68. DFS, AGN, México.

45 Memorándum. 1963. Expediente 48-2-63, fs. 40-41. DFS, AGN, México. Memorandum. s/f. Expediente 11-15 L-1, f. 2. DFS, AGN, México.

46 Nuestra ideología es netamente fascista, declaran los jefes terroristas de Miami. (1965, julio 14). El Día, p. 3. BNM, México.

47 Revista Réplica (1968). México: Comité de Representantes Anticomunistas de América Latina. BNM, México.

48 En la lista de delegados se destacaban los “históricos” de la CIDC, Jorge Prieto Laurens y Carlos Penna Botto; el Movimiento de Liberación Nacional de Guatemala; el grupo extremista cubano Alpha 66; el American Council for World Freedom; así como invitados del Bloque Anti-Bolchevique de Naciones y la Liga Anticomunista de los Pueblos de Asia-Pacífico. Liga Mundial Anticomunista. 19 de julio de 1972. Caja 1616B, expediente 6, fs. 102-104. IPS, AGN, México.

49 En el ámbito argentino, a FAEDA se le conoció por su uso de solicitadas de corte macartista para denunciar a judíos y supuestos comunistas. Estas campañas fueron a su vez expuestas y objetadas por el periodista Augusto Bonardo (Bonardo, 1965). Por otro lado, la virtual ausencia de FAEDA en los estudios sobre el anticomunismo de la época es notable, considerando su actividad intensa en la Argentina y su presencia en los foros de la CIDC desde 1954 y en la LMA al menos desde 1967. Sobre FAEDA en el contexto de los años sesenta, véanse Bohoslavsky (en prensa) y Padrón (2012).

50 Cómo luchar contra el comunismo. Ponencia del FPAM. s/f. Caja 1616A, expediente 3, fs. 63-73. IPS, AGN, México.

51 Ponencia del Lic. Luis Ángel Dragani. s/f. Caja 1616A, expediente 3, fs. 78-79. IPS, AGN, México.

52 Ponencia del Lic. Luis Ángel Dragani. s/f. Caja 1616A, expediente 3, fs. 80-82. IPS, AGN, México.

53 Nótense, por ejemplo, la edición mexicana del libro El judío de Meinvielle (1961) y las ediciones argentinas de la obra de Borrego (1976, 1979) y de Sáenz Arriaga (1964), publicadas por Nuevo Orden.

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Fecha de recepción de originales: 01/08/2014.
Fecha de aceptación para publicación: 28/11/2014.