RESEÑAS
Hernán Otero
IGEHCS-UNCPBA/CONICET
Muy pocos temas de los debates actuales resultan tan relevantes y urgentes
como el que nos plantea Claudia Daniel en su libro sobre las estadísticas
argentinas del período 1990-2010, aunque sería un error reducir el alcance del
texto a su asociación, ciertamente crucial, con la evolución de una coyuntura
política que, tanto durante las llamadas reformas neoliberales menemistas
como durante el kirchnerismo, tensó dramáticamente las relaciones entre mercado,
política y estadísticas.
Como lo propone el título, que recorta un tema de indagación e introduce
un concepto de gran potencial teórico y heurístico, el libro se aboca
al estudio de los números públicos definidos por la autora a partir de cinco
rasgos básicos. En primer lugar, los números públicos son aquellos que tienen
un origen técnico y que, a diferencia de muchas otras cifras producidas por la
sociedad moderna, logran luego una circulación muy amplia, principalmente
a través de los medios masivos de comunicación. En segundo lugar, gozan del
prestigio asociado a su producción, más o menos compleja para el gran público,
pero rodeada siempre de algún grado de tecnicismo. En tercer término, e íntimamente ligado a lo anterior, suponen grados de confianza en los usuarios
y en el público en general, que pueden ir desde el consenso hasta la crítica o
impugnación. Los números públicos se caracterizan, asimismo, por su performatividad,
ya que no solo describen una realidad sino que también pueden
influir sobre ella al aportar elementos que inciden sobre las percepciones, expectativas
y conductas de los actores sociales. Por último, tanto su producción
como su interpretación y usos se ligan directamente a las posiciones expertas de
profesionales de diversos campos académicos, como sociólogos, estadísticos,
politólogos y economistas. Así definidos, debe quedar claro que los números
públicos no son sinónimo de números oficiales o gubernamentales, ya que su
producción puede ser tanto estatal como privada, dos ámbitos que, debido a
sus múltiples interconexiones, no pueden ser concebidos como comportamientos
estancos.
Esta definición, al igual que otras que se desarrollan en el texto, es tributaria
de una línea directriz que consiste en pensar a las estadísticas como objetos
culturales, precepto que inscribe al libro en la sociología y la historia de la producción
estadística. Este campo académico es por definición multidisciplinar y
heterogéneo, reconoce varias tradiciones intelectuales europeas y americanas,
destacándose en el libro que nos ocupa aquellas que, a través de la obra liminar
de Alain Desrosières, provienen de la tradición sociológica francesa en general
y de la obra de Pierre Bourdieu en particular. En estas coordenadas, el libro
constituye un substancial y decisivo aporte a la progresiva consolidación de un
área de estudios sobre la producción estadística en la Argentina.
Además de la introducción y las reflexiones finales de rigor, el libro se
estructura en tres capítulos que analizan sendos números públicos: el riesgo
país, los resultados de las encuestas políticas y el índice de precios al consumidor.
Un poco a la manera de los microhistoriadores italianos (que proponen
la elección de un conflicto para desentrañar, a partir del mismo, la trama más
amplia y compleja que lo produce), la autora elige sabiamente indicadores que
ilustran cabalmente la definición propuesta de números públicos y el carácter
conflictivo que los mismos pueden asumir.
En el primer capítulo (“914. Riesgo país, el termómetro de la crisis”),
Daniel analiza el pasaje de este índice desde el mundo financiero a la arena
política y su creciente relevancia durante el gobierno de Fernando de la Rúa
que desembocó en la crisis de 2001. Entre otros aspectos, el capítulo reconstruye
las formas de elaboración del índice y la alquimia a través de la cual
un conjunto heteróclito de evaluaciones subjetivas se convierte en un índice
final de apariencia objetiva. A través de un muy logrado análisis de coyuntura,
desgrana los enjeux de la medición, desde los más científicos hasta la trama de
intereses políticos y financieros que permitieron que el riesgo país se convirtiera
en un instrumento de condicionamiento de la política gubernamental. Resulta
particularmente lograda la sección “La obturación” en la que se analiza una
situación frecuente en la sociología del conocimiento estadístico: aquella en la
que un indicador se convierte en referente único de una realidad mucho más
compleja y de la que existen muchos y más relevantes indicadores alternativos.
La lectura propuesta por Daniel explora asimismo los efectos psico-sociales del
riesgo país, en tanto moldeador de la subjetividad colectiva, y el rol decisivo
jugado por los medios masivos de comunicación en esos procesos. Un punto
capital, que diferencia al indicador analizado en este capítulo de los demás, es
la recurrencia obligada a una escala de indagación mucho más amplia que el
caso nacional ya que incluye para su cabal comprensión a actores políticos y
económicos internacionales, como los operadores en los mercados financieros,
los tenedores de bonos, los fondos de inversión y las agencias calificadoras de
riesgo.
En el segundo capítulo (“+/- 2.5. Ascenso y traspié de las encuestas políticas”),
reconstruye el ciclo de auge y caída de la confianza pública hacia las
encuestas políticas y preelectorales, fenómeno que no es exclusivamente argentino
pero que adquirió tal vez una mayor velocidad en nuestro país. A partir
de la discusión crítica del concepto de opinión pública y con el telón de fondo
de la conflictiva relación entre la producción de encuestas y la pérdida de peso
de los partidos políticos en el caso argentino, la autora revisa la historia de los
errores en los pronósticos preelectorales (algunos por equivocaciones metodológicas,
otros por simple manipulación); la pérdida de espacio de los encuestadores
frente a periodistas y políticos; el uso de las encuestas como arma de
lucha política; los proyectos legislativos de reglamentación de la actividad (que
culminan en la Ley 26571 de Democratización de la Representación Política
del año 2009) y el debate entre regulacionistas y antiregulacionistas que, al
igual que en otras latitudes, supone responder a la pregunta de si la difusión de
los pronósticos electorales afecta o no la conducta de los votantes. A diferencia
de los restantes capítulos, construidos sobre todo a partir de información
bibliográfica y periodística, esta parte del libro incluye también investigación
empírica del mundo de las encuestas y sondeos de opinión, recurriendo a otros
registros como las entrevistas a actores claves. Esta ampliación heurística explica
la inclusión de otro aspecto esencial de la producción estadística: el de la
formación de los encuestadores de opinión que, en el caso argentino, ocurre
en el espacio profesional de las propias consultoras, hecho que si bien presenta
algunas ventajas contribuye a una formación más insuficiente que en otros
países.
El tercer capítulo (“1,1 %. El índice en cuestión”), sin duda el de mayor
actualidad, focaliza su atención en la crisis de credibilidad del Instituto Nacional
de Estadística y Censos (INDEC), hasta entonces un organismo referente en
el plano internacional, producida por la intervención de facto del organismo
por el gobierno nacional en enero de 2007 con el fin de controlar la elaboración
del Índice de Precios al Consumidor (IPC), indicador clave para el análisis
de la inflación y para múltiples instancias legales y conductas sociales. Sopesando
la abundante producción mediática escrita en los últimos años, la autora
propone una reconstrucción en tres direcciones que permiten contextuar
más adecuadamente el problema. En primer lugar, un análisis histórico de las
formas de medición, desde las pioneras encuestas de consumos de Alejandro
Bunge en el período de entreguerras hasta los cuestionamientos previos al IPC
de figuras como Alfredo Martínez de Hoz, durante la dictadura militar, Domingo
Cavallo en la etapa menemista o el propio Lavagna en los años iniciales del
kirchnerismo, saga que -conviene enfatizarlo- sugiere una línea de continuidad en la desconfianza de gobiernos de distinto signo político hacia la producción
autónoma de datos por parte del principal organismo estatal en la materia. En
segundo lugar, y al igual que en el primer capítulo, la autora contextúa los
procesos de medición mediante la inclusión de los cambios ocurridos en las
políticas económicas, en este caso las implementadas tras el abandono de la
convertibilidad. Por último, pone la lupa en “la explosión de productores” que,
desde el ámbito no estatal (consultoras, fundaciones y universidades privadas),
elaboraron IPC alternativos, cuyas reglas de producción y usos, al igual que las
del IPC oficial, también deben ser analizadas críticamente. El capítulo problematiza
las múltiples aristas del conflicto y las paradojas de la situación actual
que, como bien señala Daniel, no puede ser sostenible en el tiempo.
Dejando de lado los contenidos específicos de cada capítulo, cuya riqueza
hemos pretendido ilustrar pero en modo alguno resumir, el libro en su
conjunto presenta algunas virtudes destacables. En primer lugar, la capacidad
de la autora de transmitir al lector un conjunto de temas, pero también de teorías,
hipótesis, discusiones metodológicas, que pueden ser muy complejas o incluso
incomprensibles (como lo sugiere el viejo slogan de la estadística: “¿para
qué hacerlo simple si puede hacerse complicado”) y lo hace gracias a una clara
y lograda vocación didáctica y a un refinado ejercicio de escritura. En segundo
lugar, el importante rol asignado a la historia en cada uno de los temas, algo
que los productores de datos tienden a olvidar con frecuencia, le otorga al libro
una espesura temporal mucho mayor que la que sugiere el subtítulo. En el mismo
sentido, incluye referencias a otros países y contextos que permiten limitar
la vocación excepcionalista que suele caracterizar a los estudios basados en un
solo país, tanto más si ese país es la Argentina.
En el plano de los matices y no de las objeciones, podría argumentarse
que el enfoque propuesto tiende por un lado a sobrestimar el conflicto, ya que
la autora ha tenido la habilidad de elegir números públicos particularmente críticos
por su conexión directa con la arena política y económica. En tal sentido,
sería relevante preguntarse por los números más consensuales o, si se prefiere,
menos sometidos a discusión o impugnación ya que, como lo propone la propia
definición de Daniel, los números públicos también pueden experimentar
altos niveles de consenso. En dirección análoga, podría sostenerse que tiende a
subestimar el conflicto, al menos en relación a la situación del INDEC a partir
de 2007, ya que la concentración en el IPC (tanto el oficial como los alternativos
de origen privado) y en sus usos y recepción en la arena política, corre el
riesgo de dejar en segundo plano la inusitada violencia institucional producida
por la intervención. Más claro aún, la crisis del IPC no es solo la crisis de un
indicador estadístico (o de las formas de elaborarlo), algo a lo que todos los indicadores se enfrentan tarde o temprano, sino ante todo un punto de ruptura
mayúsculo en la evolución del principal organismo del sistema estadístico
nacional, ruptura que –conviene precisarlo- no registra antecedentes equiparables
en la historia argentina.
En suma, la calidad argumental desplegada por la autora, un mérito
nada menor en un tema en principio poco propicio para la narración histórica,
la pertinencia de los conceptos utilizados y la capacidad de congeniar la producción
científica con debates actuales, entre otros méritos, hacen de Números
públicos un libro de notable originalidad en el contexto argentino y de lectura
obligada para todos aquellos que se interesen en la producción estadística, sea
como especialistas o ciudadanos ávidos por comprender la sociedad actual.