http://dx.doi.org/10.19137/qs.v27i2.6594

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ARTÍCULOS

“Sacar la cabeza”. El desarrollo de la militancia política juvenil durante la transición democrática en Resistencia, Chaco (1980-1983)

"Getting your head out." The development of youth political militancy during the democratic transition in Resistencia, Chaco (1980-1983)

“Emergir”. O desenvolvimento da militância política juvenil durante a transição democrática em Resistencia, Chaco (1980-1983)

Marina Campusano

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Universidad Nacional del Nordeste. Instituto de Investigaciones Geohistóricas

Argentina

Correo electrónico: marinacampusa@gmail.com

Resumen: En este artículo analizamos a la militancia política juvenil en la provincia del Chaco (Argentina) durante el período de la historia reciente conocido como transición democrática, específicamente desde 1980 hasta 1983. Indagamos las características de las agrupaciones juveniles, sus integrantes y el desarrollo de sus prácticas políticas desde el inicio de la década hasta el avance de la campaña electoral.

Los resultados de la investigación –realizada a partir de fuentes periodísticas y de entrevistas orales– permitieron matizar la caracterización del “entusiasmo juvenil” asignado a la época. Recuperamos aspectos que hicieron a la reorganización de los partidos políticos e influyeron en el escenario de apertura política provincial, deteniéndonos en la experiencia de las agrupaciones juveniles. De esta manera, incorporamos aspectos como las tensiones con el pasado reciente, las relaciones con las dirigencias mayores y el aprendizaje intergeneracional de la política.

Palabras clave: Transición democrática; Militancia; Experiencia intergeneracional; Juventudes

Abstract: In this article we analyze youth political militancy in the province of Chaco - Argentina during the period of recent history known as democratic transition, specifically from 1980 to 1983. We investigate the characteristics of youth groups, their members and the development of their political practices from the beginning of the decade until the advance of the electoral campaign.

The results of the investigation, carried out from journalistic sources and oral interviews, allowed us to clarify the characterization of the "juvenile enthusiasm" assigned to the time. We recover aspects that led to the reorganization of political parties and influenced the scene of provincial political opening, stopping at the experience of youth groups. In this way, we incorporate aspects such as tensions with the recent past, relationships with senior leaders, and intergenerational political learning.

Keywords: Democratic transition; Activism; Intergenerational experience; Young people

Resumo: Neste artigo analisamos a militância política juvenil na província de Chaco (Argentina) durante o período da história recente conhecido como transição democrática, especificamente desde 1980 até 1983. Indagamos as caracteristicas das agrupacoes juvenis, seus integrantes e o desenvolvimemtno de suas práticas politicas desde o início da década até o avanço da campanha eleitoral.

Os resultados da investigação –realizada a partir de fontes jornalísticas e entrevistas orais– nos permitiram esclarecer a caracterização do “entusiasmo juvenil” atribuído naquela época. Recuperamos aspectos que fizeram a reorganização dos partidos políticos e influenciaram o cenário de abertura política provincial, com foco na experiência dos grupos juvenis. Desta forma, incorporamos aspectos como tensões com o passado recente, relações com altos dirigentes e aprendizagem intergeracional da política.

Palavras-chave: Transição democrática; Militância; Experiência intergeracional; Juventudes

Recepción del original: 29 de marzo de 2022./ Aceptado para publicar: 4 de noviembre de 2022.

“Sacar la cabeza”. El desarrollo de la militancia política juvenil durante la transición democrática en Resistencia, Chaco (1980-1983)[1]

Introducción

El presente artículo busca contribuir al estudio de dos campos de la historia reciente; por un lado, el que hace a las dinámicas internas de los partidos políticos provinciales, y por otro, a la historia de las juventudes en la etapa de la transición democrática. Para ello reconstruimos el desarrollo de la militancia juvenil desde 1980 hasta el contexto de campaña electoral en la ciudad de Resistencia (provincia de Chaco, Argentina). Nos interesa indagar las características que le imprimieron las juventudes a la política local, su rol en el proceso de reorganización interna de los partidos, las disputas al interior de sus filas con la dirigencia de “mayores”, al igual que la confluencia generacional con militantes de décadas anteriores y los procesos de aprendizaje político que supusieron, considerando las oportunidades que pusieron en evidencia los comicios de 1983.  

El período de transición a la democracia en Argentina ha sido abordado de manera diferenciada, privilegiando el estudio de determinadas periodizaciones, procesos y actores. En principio, desde la sociología y la ciencia política existen numerosas investigaciones referidas a los procesos de transición del régimen autoritario a la reinstitucionalización democrática desde una perspectiva etapista (Ferrari, 2017). Asimismo, desde los estudios historiográficos se antepuso la indagación de los factores que favorecieron la defensa de los derechos humanos y la ruptura con el paradigma autoritario. Este aspecto, de acuerdo con Marina Franco y Florencia Levín (2007), se vincula al hecho de haber “atravesado regímenes represivos de una violencia inédita” (p. 34), por lo tanto, tales elementos de ese pasado influyeron en la delimitación del campo de estudios.

El desarrollo de estas investigaciones fue en desmedro de lecturas más complejas sobre la configuración del escenario político de la etapa atendiendo al rol de diferentes actores, como es el caso de los partidos políticos (Franco, 2017). De esta manera, son escasos los trabajos que indagan sobre los partidos, su (re)organización interna y sus estrategias con diferentes actores durante los últimos años de la dictadura y los primeros del gobierno constitucional. Marcela Ferrari (2017) señaló que, si bien desde 2000 en adelante los estudios referidos a los partidos políticos se han multiplicado, aun es minoritario el grupo que refiere a esta etapa.

En la transición temprana, los partidos políticos comenzaron a ganar mayor espacio y a conformar estrategias en conjunto, pasaron de un estado de “relativa fragmentación a convertirse en un actor que empieza a reclamar para sí el monopolio de la representación política” (Velázquez Ramírez, 2015, p. 3). De esta manera, ocuparon gradualmente el centro de la escena pública, como organizaciones indiscutidas de participación y resolución de conflictos. Desde dichos espacios se desarrollaron estrategias de negociación, de organización política en un contexto de tensión latente con los sectores militares y conservadores que aún se mantenían en el poder. En estas páginas exploramos las transformaciones que atravesaron las agrupaciones juveniles y recuperamos especialmente el contexto de la campaña electoral de 1983. Nos detendremos en las elecciones, no como punto de llegada de un camino lineal, sino que recuperamos las prácticas y las estrategias del proceso de reorganización política que ya se venía gestando desde inicios de 1980 (Franco, 2017; Moroni, 2019; Velázquez Ramírez, 2019).

En este contexto, se evidencia la apertura de un ciclo de militancia que configuró una experiencia generacional para las juventudes de la época (Tcach, 1996; Vázquez, Vommaro, Núñez y Blanco, 2017). Este “entusiasmo juvenil” se tradujo en una gran presencia en estructuras partidarias y estudiantiles que representaron la forma predominante de participación de las personas jóvenes (Larrondo y Cozachcow, 2017; Vommaro y Cozachcow, 2018; Castro, 2019). En la provincia del Chaco, se observó un escenario agitado donde las agrupaciones juveniles se convirtieron en un factor de dinamismo de las fuerzas políticas, pues conformaron espacios comunes y transversales en los que confluían distintos tipos de militancias, aspecto que se constituyó en un rasgo de la época (Campusano y de los Reyes, 2022).  

A partir de lo señalado hasta aquí, este trabajo se inserta dentro del campo de la historia de las juventudes y constituye un aporte al conocimiento de temáticas menos atendidas, en tanto evidenciamos que la práctica política juvenil en los años ochenta como tema de investigación cuenta con reducidos estudios en Argentina, dado que la atención se ha concentrado principalmente en la participación juvenil en las décadas de 1960 y 1970 en proyectos radicalizados (Chaves y Núñez, 2012; Vázquez, Vommaro, Núñez y Blanco, 2017). No obstante, resaltamos aquellos estudios que recuperan al movimiento estudiantil secundario y universitario acentuando su papel en el proceso de reorganización democrática. Si bien la mayoría refieren a Buenos Aires (Larrondo, 2015, 2019; Yann, 2017; Yann y Seia, 2018; Manzano, 2018), identificamos contribuciones que recuperan casos provinciales como el trabajo de Elvio Monasterolo (2020), quien analizó el activismo estudiantil en la Universidad Nacional de La Pampa. A su vez, cobran relevancia las investigaciones que desde la sociología de la cultura y la historia del arte han explorado la experimentación política de colectivos juveniles del underground en tanto “culturas de resistencia” (Usubiaga, 2012; Lucena y Laboureau, 2016); al igual que aquellos que examinan las formas de politicidad que adquirieron las prácticas artísticas en contextos provinciales, marcando continuidades entre el momento dictatorial y la posdictadura (González 2012, 2020; Cañada y La Rocca, 2022).

Mientras que mucho menos abundante es la literatura dedicada a la politización de las juventudes al interior de los partidos, recuperamos los trabajos que analizan las disputas en torno a las representaciones y los discursos de las juventudes partidarias (González, 2016), al igual que las transformaciones y nuevas prácticas políticas que dan cuenta de cómo se configuró el escenario democrático en tensión con la dictadura (Larrondo y Cozachcow, 2017; Vázquez y Larrondo, 2020). Si avanzamos en lo que refiere a trabajos sobre las militancias juveniles en la provincia del Chaco, la búsqueda no da muchos resultados, incluso para el período en general. Sí son importantes para su genealogía los estudios sobre el movimiento estudiantil durante las décadas del sesenta y setenta, que describen las características de las agrupaciones en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), sus vinculaciones con distintos actores –como los sacerdotes tercermundistas– y, fundamentalmente, con el “Correntinazo” en 1968, que visibilizó a las juventudes en el escenario político local y nacional (Román, 2009, 2010; Zarrabeitia, 2003, 2007; Millán, 2017; Campusano, 2017).

Es así que en las siguientes páginas recuperaremos las experiencias de militancias, principalmente a través de relatos de militantes de la época, con quienes nos fuimos contactando a partir de informantes clave. De esta forma, seleccionamos tanto personas que militaron durante la dictadura como aquellas que se iniciaron con la campaña electoral, al igual que quienes presentaban trayectorias en distintos espacios (estudiantil, barrial, partidario). Los relatos se recopilaron por medio de entrevistas semiestructuradas que se realizaron en 2020 y 2021 en forma virtual, dadas las medidas de cuidado a raíz de la pandemia de COVID-19. Además, para la reconstrucción del contexto y de los posicionamientos de los actores, nos apoyamos en materiales de los diarios chaqueños El Territorio y Norte. Cabe destacar que son escasas las fuentes disponibles en archivos públicos, por lo tanto, las principales referencias las constituyen las publicaciones de la prensa local. En cuanto a los archivos personales, las personas entrevistadas y consultadas no contaban con materiales que dieran cuenta de esos años.

El inicio de la década y el encuentro de las juventudes chaqueñas

Los 80 tienen eso, el furor de la participación y la construcción de los espacios de derechos humanos, políticos, sindicales, democráticos, y siempre tuvo latente lo otro, que era esa relación con el aparato represivo de los setenta que seguía estando. Que estaba legitimado por referentes políticos del radicalismo, del peronismo, por la Iglesia. Y nosotros (las juventudes) convivíamos con todo eso.[2]

La década del ochenta, como expresa la cita precedente, se mueve de manera ambivalente y acentúa los contrastes del período. En este primer apartado, abordamos las formas en que las juventudes se agruparon en la ciudad de Resistencia para habilitar espacios de participación a medida que los actores generaban las condiciones de un clima político de mayor apertura. Indagamos en sus características y sus perfiles de militancia.

En principio, el estudio de los colectivos juveniles durante la transición en Chaco nos posibilita identificar su rasgo intergeneracional. Nos obliga a poner en relación las juventudes que militaron durante la dictadura con la generación de jóvenes que iniciaba su actividad política en 1983 con un horizonte democrático más claro. Este encuentro le otorgó a la militancia, durante la transición, matices de experimentación política que estaba cruzada por lo nuevo del entusiasmo de la época, las exigencias de reorganización partidaria y las tensiones con la dictadura.

Se trataba de jóvenes de distintas filiaciones y procedencias. En el Gran Resistencia se distinguía la confluencia de diversos tipos de activismos que, a los fines del análisis, presentamos por separado, aunque, en muchos casos estaban relacionados y se daban de manera conjunta, como el estudiantil, principalmente universitario, nucleado en la UNNE; el activismo territorial, integrado por los movimientos religiosos, sindicales y partidarios de base; e identificamos un tercer tipo, al que podemos denominar como independiente, es decir, jóvenes que se sumaban por fuera de las filiaciones de las organizaciones, quienes a partir de relaciones cercanas se vincularon a los espacios de participación sin identificarse específicamente con alguna de ellas.

En el caso de la militancia estudiantil en la UNNE, las agrupaciones se plegaron con las corrientes históricas como el Reformismo, la “Fede” (Federación Juvenil Comunista) y la Juventud Peronista que también estaba presente pero, como nos relató uno de los entrevistados, “casi ninguna de las agrupaciones peronistas se llamaban peronistas, sino que tenían nombres de fantasía”;[3] también se identificaba a la “Unión Para la Apertura Universitaria” de tendencia liberal y a la “Franja Morada” que se vislumbraba como una de las más atractivas, dada la influencia que tenía la figura de Alfonsín, entre otras. Estas agrupaciones tuvieron un momento de bajo perfil, caracterizado por la realización de actividades tales como pequeñas charlas en los pasillos de las facultades y reuniones en las pensiones universitarias; espacios estos indicados en las entrevistas como lugares de encuentro a partir de los cuales las y los jóvenes comenzaban a conocerse y organizarse. Las demandas estudiantiles estaban alineadas a nivel nacional; así, el ingreso irrestricto y la gratuidad de la educación superior eran los principales reclamos. Tras la guerra de Malvinas, estos militantes confluyeron en el proceso político que abrió el llamado a elecciones y pasaron a integrar las agrupaciones juveniles de los partidos, otorgándoles otras dinámicas de sociabilidad que contribuyeron a la reorganización de esas estructuras (Luciani, 2017).

A su vez, la militancia territorial evidenciaba la vinculación necesaria entre distintos actores, durante el inicio de la década, como forma de seguridad y de acceso: los y las referentes barriales pertenecientes o relacionados con partidos políticos al igual que las personas provenientes de sectores religiosos y sindicales, quienes articulaban con los grupos juveniles, ya sea de los partidos o estudiantiles. Cabe destacar que la militancia en el territorio se concentró en tareas de alfabetización, alimentarias y de gestión de problemáticas vecinales que eran llevadas adelante con mucho cuidado y bajo perfil hasta antes de la campaña electoral, momento en el cual se evidencia de manera indiscutida un clima de apertura pública a las actividades políticas.

Si bien el accionar político se encontraba limitado por la suspensión impuesta a los partidos políticos, sindicatos y agrupaciones estudiantiles por la ley 21323, se advierte que las organizaciones y sus actores se encontraban en movimiento. De acuerdo con Paula Canelo (2015), el debilitamiento del denominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN) ya se percibía desde 1978, marcado por la presencia de distintos frentes de oposición al régimen –como los organismos de derechos humanos, las agrupaciones políticas y sindicales–, sumado esto a la agudización de las contradicciones internas que generaron una profunda crisis.

Desde el inicio de la década se pueden establecer distintos momentos en el camino hacia la reconstrucción democrática: en 1980 y 1981, el PRN con el denominado “diálogo político” pretendía controlar y establecer los términos de la reapertura democrática, convocando a los dirigentes y a los partidos políticos (Velázquez Ramírez, 2015). Cabe destacar que, hasta esa fecha, los partidos no visualizaban un modo de transición que no involucrara la convergencia cívico-militar (González Bombal, 1991). Sin embargo, estas reuniones expusieron las divisiones entre las distintas facciones militares y permitieron, por fuera de lo previsto, el acercamiento de las fuerzas y actores políticos (Canelo, 2005; Moroni, 2019). Durante ese primer momento, en la provincia primaron las reuniones secretas entre las agrupaciones juveniles vinculadas a los partidos, organizadas cautelosamente en las sedes partidarias o en las casas de los líderes más importantes, de esta manera, el reconocimiento de los líderes de alguna forma les servía de resguardo al resto de los y las militantes. De igual modo, la militancia era organizada con mucha reserva en los barrios, principalmente del Gran Resistencia, donde el rol de los referentes locales y de las organizaciones sociales y religiosas fueron centrales.

Del acercamiento entre los partidos se produjo la creación de la Multipartidaria en 1981, primero a nivel nacional y luego tuvo su réplica en los distritos del país. En el Chaco estuvo integrada por los partidos: Justicialista, Comunista, Socialista, Radical, Demócrata Cristiano, el Frente de Izquierda Popular y el Movimiento de Integración y Desarrollo; más adelante se sumaron otras fuerzas. A través de los diversos comunicados en la prensa, se presentaban “comprometidos con el pueblo del Chaco como células vivas organizadoras de la sociedad, autoconvocadas por impulsos patrióticos tendientes a la restauración de la Democracia”.[4] Las páginas de los diarios mostraban a las fuerzas políticas realizando reuniones para establecer acuerdos, hacer llamamientos públicos y organizar visitas de dirigentes nacionales que marcaron con más fuerza la presencia de los partidos en el escenario provincial. Este movimiento no pasó desapercibido, en uno de sus primeros comunicados en la sección destinada a eventos y análisis político del diario Norte, “Semana Chaqueña”, se leía: “el documento multipartidario se explayó en coincidencias principistas con un lenguaje sumamente mesurado que significa, más que nada, que con el peso de ese entendimiento los partidos chaqueños ya no quieren retirarse de la escena”.[5] 

Este marco de mayor posicionamiento les permitía a las agrupaciones juveniles chaqueñas moverse de manera más visible y realizar actividades abiertamente. Como referente de ellas podemos nombrar al grupo que se presentaba en la prensa como la Multipartidaria Juvenil, compuesta por las ramas juveniles de cada partido, en la cual confluían juventudes de distintas procedencias y que luego se conformó como el Movimiento de Juventudes Políticas (MOJUPO). La experiencia del MOJUPO fue muy significativa pues, al poner en relación a militantes provenientes de distintas fuerzas y tradiciones políticas, su convocatoria trascendió los límites partidarios, ya que agrupó a jóvenes independientes y de distintos sectores. De cierta forma, este espacio formalizó los vínculos y las relaciones que ya se venían estableciendo entre distintos grupos juveniles.

El año 1982 fue muy agitado y estuvo marcado por dos eventos que fueron centrales para posicionar con mayor relevancia la acción de los partidos y de las juventudes políticas en el escenario local. Por un lado, la guerra de Malvinas y, por otro, las inundaciones que sufrió la provincia en 1982 y en 1983. Estas últimas fueron de gran magnitud, golpearon el principal sector productivo –algodonero y forestal– y en el Gran Resistencia,[6] el Riacho Barranqueras y el Río Negro afectaron a miles de familias; lo cual las constituyó en el eje de tensiones a nivel territorial, urbano, económico y laboral (Caputo, Hardoy, Herzer y Vargas, 1985; Barreto, 1993). Son de destacar los espacios comunes de militancia articulados entre distintas agrupaciones que desde la prensa convocaron públicamente a recitales, ferias y colectas en beneficio de los soldados y las familias afectadas por las inundaciones. En las entrevistas, los y las militantes mencionaron que las agrupaciones aprovechaban los eventos para incluir manifestaciones de protesta y críticas a la dictadura.  

Resulta indispensable dar cuenta de estos antecedentes y puntos de encuentro que se fueron acordando entre las juventudes y que, tras el fin de la guerra y con la expectativa democrática más cercana, se multiplicaron y manifestaron de manera más notoria. Entendemos tales experiencias como preparatorias, fueron acciones de organización valiosas para el trabajo que demandaría, meses más tarde, la carrera electoral, tras siete años de dictadura y del fuerte accionar de su aparato represivo. Los pasos que los partidos comenzaron a dar en la negociación con el PRN y los acuerdos entre las distintas fuerzas políticas, habilitaron las bases para un contexto de mayor apertura que favoreció la tarea y el despliegue de las juventudes. El perfil que conformó la militancia juvenil al inicio de los años ochenta estuvo cruzado por la transversalidad de la diversidad de tradiciones y procedencias. Sus formas de encarar la política se forjaron en esos encuentros y a partir de las tensiones que tuvieron diferentes impactos, que a los fines del análisis hemos agrupado en relación con: a) el aprendizaje político en clave generacional, y b) la experiencia del conocimiento y posicionamiento al interior de sus propios espacios. En estos aspectos nos detendremos en los siguientes apartados.

Experimentación política juvenil: el aprendizaje político generacional

Como adelantamos, durante el período que analizamos, los grupos juveniles confluyeron en espacios y acciones comunes. Dieron forma a lo que podemos caracterizar como una militancia extendida y conectada, puesto que, independientemente de los límites ideológicos o partidarios, se apoyaron en las causas comunes y priorizaron los reclamos que eran coincidentes entre una y otra organización.

El MOJUPO fue uno de esos espacios y estuvo centrado principalmente en la creación de frentes conjuntos para impulsar los procesos de democratización. El encuentro que habilitó permitió instancias de intercambio, revisión y exploración de nuevas prácticas políticas. Se trataba de un momento nuevo, tanto para quienes recién se iniciaban en la militancia como para quienes venían de la práctica política desde antes y durante la dictadura, aspecto que les demandaba la necesidad de aprender y armar otras estrategias. Entonces, estos espacios eran aprovechados para suplir tales vacíos; las coordinaciones y articulaciones que conformaban se complementaban con lo que cada agrupación política hacía en su local partidario. Así lo mencionó Silvia, militante estudiantil que estuvo detenida durante la dictadura y que, tras haber sido liberada, se incorporó a la militancia en las elecciones dentro del Partido Justicialista (PJ):

era una dinámica de muchas reuniones y de acordar en documentos, había mesas chicas, mesas más grandes, habitualmente era sentarse entre cuatro o cinco y tratar de acordar y después ver en las asambleas cómo cada uno en sus ámbitos impulsaba eso. Porque cada una de estas agrupaciones a su vez tenían diez, veinte, treinta o cincuenta militantes, y entonces se hacían plenarios internos y después los referentes de cada agrupación nos reuníamos. Había muchas diferencias, pero también mucha confianza generacional. Esto que te da la juventud, la confianza de la construcción más cotidiana. Eso es lo que te permite generar acuerdos, aun peleándonos, porque peleábamos hasta las comas que había que poner en los documentos y eso era una cuestión absolutamente natural y casi cotidiana.[7] 

En la campaña electoral confluyeron hacia los sectores partidarios distintos tipos de militancia, como aquellas provenientes de los colectivos territoriales de “base”, sindicales, religiosos y estudiantiles. Tales encuentros, como mencionamos, se produjeron a partir de relaciones previas, es decir, que estos grupos no se movían por separado, sino que, por el contrario, lo hacían de manera conectada. Así lo explicaba Silvia: “todo se daba muy natural de acuerdo al contexto”, refiriéndose a su llegada desde la militancia estudiantil al barrio Villa Libertad de la ciudad de Resistencia a través de un “cura compañero” y de la vinculación con los referentes del partido en el territorio. Las y los militantes establecieron relaciones con actores de los otros espacios políticos a partir del desarrollo de la campaña, aspecto que fue central para su organización tras la prolongada dictadura.    

De este modo, se produjo un trabajo articulado entre las agrupaciones pues para las juventudes era claro que el momento demandaba acciones conjuntas. En este sentido, de acuerdo con Darío, militante universitario, se evidenciaba una “vocación frentista” por parte de los movimientos juveniles:

 

en la reapertura democrática, nosotros fuimos participando de todos estos espacios de debate y construcción; teníamos una vocación frentista, más allá de que nos cagábamos mucho a pedos y a piñas (risas). Pero, más allá de las zancadillas y las chicanas, que ya eran rutina, había una articulación muy importante, porque la época exigía ese tipo de relaciones y construcción política, porque estaba todo desmantelado y había que volver a empezar.[8] 

Entre los distintos colectivos ya se habían tendido puentes para unificar acciones, principalmente aquellas dirigidas a presionar por la vuelta a la democracia nucleadas alrededor de la Multipartidaria. En el contexto de la campaña, también aprovecharon para instalar temáticas que conciliaban las diferencias, en especial, las demandas con relación a los derechos humanos: los pedidos de liberación de presos políticos o de información sobre la desaparición de militantes. Como describe Antonio, militante de la Juventud del Partido Intransigente:

íbamos armando actividades que tenían que ver con ese espacio, tampoco que proponíamos una actividad que tenía un perfil más de tu agrupación cuando vos sabías que ahí estaban la Juventud Comunista, que venía de tal proceso; o la Democracia Cristiana, que tenía que rendir pleitesía al Papa y al Obispo; y toda la experiencia del peronismo, que los tenías de izquierda a derecha; y también las agrupaciones radicales. Entonces vos ibas con propuestas de acciones conjuntas que tenían un contenido amplio y un alcance que en esa época tenía que ver con los valores democráticos. Después, cada uno en su familia (refiriéndose al partido) armaba sus estrategias más chicas.[9] 

La democracia emergió como el valor que aglutinaba el accionar de todas las agrupaciones; fue el factor conciliador que brindaba la certeza de una meta compartida e indiscutida. Así lo expresaban en la prensa en la convocatoria a la Marcha por la Paz y la Democracia realizada el 26 de julio de 1983: “los jóvenes integrantes de los partidos políticos se han planteado como meta, la definitiva institucionalización del país a través de la democracia… es el derecho a la vida, a pensar libremente, trabajar sin hambre y vivir sin miedo”.[10] Asimismo, sumaban a los valores del restablecimiento institucional el reclamo por los derechos humanos: “los jóvenes exigimos la investigación, juicio y castigo dentro del marco institucional de los responsables del desastre nacional y provincial que llevó al país a la más brutal de las represiones”.[11] 

Marcha por la Paz y la Democracia organizada por el Movimiento de Juventudes Políticas

Fuente: Tapa del diario Norte (30 de julio de 1983).

Estos espacios permitieron que jóvenes que iniciaban su militancia conocieran el accionar del sistema represivo de la dictadura. Aunque las denuncias de los organismos de derechos humanos habían tomado estado público, localmente, el conocimiento sobre las persecuciones, secuestros, torturas y desapariciones se limitaba al “mundillo político”. Ya para ese tiempo, algunos y algunas militantes habían recuperado su libertad y en sus círculos más cercanos podían contar lo que les había ocurrido; además de quienes tenían familiares o personas cercanas vinculadas a los partidos o agrupaciones políticas, cuyos referentes ya encaraban acciones de todo tipo con el objetivo de averiguar por personas desaparecidas o de lograr su liberación.

Como recordaba Gladis, quien había comenzado a militar en la Juventud Radical del Movimiento Renovación y Cambio para las elecciones internas de la Unión Cívica Radical (UCR) en 1983:

A medida que nosotros íbamos teniendo más debates con las otras juventudes, comenzábamos a tomar dimensión del drama que había vivido el país y la tragedia. Recién ahí, yo por lo menos, con mis compañeros y compañeras de militancia, pudimos tener dimensión de los secuestros, de las desapariciones, de las torturas, de los robos de bebés. De hecho, muchas veces sentíamos que había personas que respondían a esos intereses. Hemos tenido algunos episodios bastante jodidos con algunos compañeros de militancia que por ahí nos enterábamos que eran informantes, hemos llegado a echar gente de reuniones.[12] 

Contar con esa información resignificó el sentido de la noción del riesgo que conllevaba la militancia, y así, las prácticas tomaron otras formas para las personas jóvenes que participaron durante esta etapa de transición. El aprendizaje sobre cómo hacerlo sin arriesgar la vida propia y sin poner en riesgo la de los y las demás fue uno de los legados de la generación setentista. Germán, que en ese entonces pertenecía a la JP, rememoró los recaudos que tomaban ante la organización de las marchas:

en estas movilizaciones que hacíamos, estas marchas de los partidos políticos, decíamos nos concentramos acá, pasamos por todo el centro de Resistencia, después pegamos una vuelta a la plaza, sin hacer mayor quilombo. Cantando con la bandera, todo, pero no ir a confrontar a Casa de Gobierno y armar bardo. Eso no, porque teníamos que cuidarnos, cuidar a los compañeros marchando.[13] 

La confluencia generacional de las militancias evidenciaba las diferencias en los marcos de la politización entre las dos décadas, y esta revisión de las prácticas de los años setenta daba cuenta de su resignificación (Vommaro y Cozachcow, 2018). De esta manera, las reuniones secretas de principios de la década –más reducidas y a las que se accedía mediante invitación– para 1983 pasaron a realizarse visiblemente y de manera multitudinaria en el marco del MOJUPO y en entornos partidarios. No obstante, los cuidados cotidianos seguían formando parte de la rutina de estas organizaciones.

Este tipo de apertura habilitaba cuestionamientos en relación con los distintos niveles de autonomía que los y las militantes podían lograr en las agrupaciones de pertenencia. De acuerdo con algunas personas entrevistadas, la autonomía de las agrupaciones estudiantiles o independientes era mayor a la de los partidos, donde el respeto por la carta orgánica y las dirigencias mayores de cada uno de ellos limitaban su accionar. En ese sentido, el espacio de encuentro les permitió tejer alianzas y desmarcarse de las estructuras más rígidas, como contaba Darío: “incluso nosotros hacíamos rosca para acompañar al compañero de tal agrupación que estaba en el MOJUPO, para ayudarlo a cagar a los viejos de su partido, y nosotros desde otros espacios colaborábamos porque eran los códigos de la época”.[14] 

La militancia juvenil en la transición chaqueña cruzaba elementos que concilian diversas generaciones y tradiciones. La “rosca” les permitía discutir y apoyarse para poner en tensión las posiciones de los dirigentes mayores de los partidos, de igual modo que revisar posibles estrategias o acciones para tramitar las demandas de manera articulada. Son las militancias juveniles las que permiten evidenciar con mayor claridad la dinámica política durante la transición en la provincia y sus contradicciones.

 

La política hacia adentro: el conocimiento de sus propios espacios

Las elecciones de 1983 constituyeron un hito fundacional para la actividad política en el país. Como revisamos en el apartado anterior, demandaron aprendizajes que no fueron experimentados de igual manera por todas las juventudes. A partir de las entrevistas podemos trazar algunas diferencias y matices si consideramos las generaciones de pertenencia. Nos detenemos en los casos de las fuerzas políticas mayoritarias en la provincia: el Partido Justicialista y la Unión Cívica Radical. Ambos pasaron por procesos de reorganización interna. De acuerdo con lo dispuesto por el PRN, debieron hacer elecciones internas para la formalización de sus autoridades y, luego, la definición de las candidaturas. Entonces, las internas definieron primero, en el mes de julio, qué línea conduciría el partido y cómo estaría conformada cada una de las convenciones provinciales, las cuales precisaron en agosto las candidaturas, tanto a gobernador y vice como las de diputados y concejales.

En principio, tanto para las juventudes de los setenta como aquellos y aquellas que se iniciaban en los ochenta, fueron las primeras elecciones en las que participaban; la mayoría recordaba que fue la primera vez que votaron. Fueron actores reconocibles en el espacio público, que encabezaron actividades, realizaron posicionamientos a través de comunicados y disputaron los espacios a las dirigencias mayores. Este proceso les demandó el aprendizaje del trabajo que suponía una campaña electoral, y de posicionarse a su vez al interior del partido dentro de una línea, es decir, la militancia vinculada al aparato partidario. En el caso de quienes ya contaban con su experiencia desde los setenta, tenían que enfrentarse con un tipo de política que las y los descolocaba de su práctica anterior, como por ejemplo las resistencias a las elecciones internas. De cierta forma, para ellos y ellas significaba la burocratización de la revolución, les parecían triviales las peleas entre compañeros y compañeras por un lugar en las listas. Silvia marcó claramente esa distancia: “nosotros no buscábamos un lugar en las listas, sino que buscábamos un lugar en la historia y no como individuos, sino como generación”. Podemos identificar esta desazón como uno de los rasgos del desencanto que atravesarán las militancias juveniles de esta etapa.

A nivel discursivo, la campaña publicitaba la democracia asociada a los partidos desde premisas como “libertad” y “paz social”, valores que para el momento histórico se presentaban problemáticos a quienes tenían pertenencia a las agrupaciones revolucionarias. De esta manera, la militancia setentista –y más aquella vinculada al peronismo– no era conveniente, pues estaba asociada a la violencia del pasado que rápidamente se quería dejar atrás. Silvia nuevamente mencionó que existía mucha resistencia al interior del partido desde distintos sectores:  

Nosotros éramos el demonio… éramos parte de una cuestión de la sociedad que no se podía procesar. Y de nuestros propios errores también, digamos, pero hubo quienes directamente, en esa debilidad y después de haber sido víctimas de la salvajada, nos seguían marcando como los demonios. Como una manera de descalificarte políticamente, porque no era solamente una cuestión social, sino una forma de cerrarte las puertas en las disputas internas que se podían dar en esos tiempos electorales… en la conformación de listas no te referenciaba el hecho de haber sido luchador montonero, peronista, revolucionario ni nada de eso, al contrario, era una forma de deslegitimarte, ‘que Perón nos echó de la plaza’, fue una práctica constante.[15] 

La referencia al período anterior específicamente vinculado a los derechos humanos era un tema que generaba divisiones entre las fuerzas políticas. Desde inicios de la década, la referencia a “los desaparecidos” se reconocía como un tema que se debía dejar de lado para avanzar hacia la reinstauración del orden democrático, como expresaba la columna del periodista José Ignacio López:

puede restarse significación, por ejemplo, al debate precedido en el seno de la Multipartidaria en torno al espinoso tema de los derechos humanos y a la forma en que momentáneamente quedó resuelto deberá reconocerse que si lo que se procura es una solución política estable, aquella cuestión no podrá ser escamoteada a la hora de lograr coincidencias entre los sectores más decisivos de la sociedad. Incluidas, claro, las Fuerzas Armadas.[16] 

Este posicionamiento persistió, pese a la proximidad de las elecciones. En la propaganda electoral, las agrupaciones marcaron su distancia del poder militar, primordialmente en lo que refería a su política económica, pero sin llegar a constituir una verdadera alianza antiautoritaria (Quiroga, 2005). La cuestión humanitaria se representaba de manera diferente para cada uno de los actores involucrados, como ha destacado Marina Franco (2017): “los militares porque querían cerrarla; la mayoría de los sectores partidarios porque no querían heredar el problema, pero tampoco podían ignorarlo” (p. 131). Entonces, las juventudes que venían de una militancia vinculada a las agrupaciones revolucionarias no terminaron de encontrar su lugar, y fueron los espacios juveniles los que dieron mayor apertura y reconocimiento en tanto militantes. Es de destacar que, durante todo el período analizado, fueron los sectores juveniles quienes manifestaron de manera más contundente el reclamo por la liberación de los presos políticos y el pedido de información por las personas desaparecidas, interpelaron a la dictadura, señalaron sus responsabilidades y con ello enfrentaron a las dirigencias mayores de sus propios espacios. Los reclamos fueron impulsados principalmente desde frentes como el MOJUPO porque les permitía despegarse de los partidos y con una clara influencia del discurso alfonsinista, mucho más atractivo que las figuras tradicionales del peronismo y de los líderes locales, quienes, en palabras de las personas entrevistadas, se presentaban como conservadores y sin una posición tajante con respecto a la dictadura.

A su vez, la campaña electoral representó la reorganización de los partidos, tarea que para la militancia juvenil significó la oportunidad de conocer sus agrupaciones al interior, proceso atravesado “a los tumbos” de una manera intensa y acelerada. En esa línea, las elecciones ordenaron de manera más clara las acciones que tenían que llevar adelante los partidos, como indicaba Gustavo, militante de la línea radical Movimiento de Afirmación Yrigoyenista: “la campaña electoral hace más evidente el trabajo que teníamos que hacer, reuniones de comité a toda hora, incluso había algunas disputas internas que se habían silenciado y que las internas resolvían”.[17] El proceso de cara a las elecciones reavivó las viejas disputas al interior de las fuerzas que ahora tenían que tramitarlas en el marco de las elecciones internas, tareas que recayeron en las militancias juveniles. La preparación electoral supuso la extensión de los partidos en circuitos electorales en los que se dividió la provincia, donde el trabajo estaba organizado por comités y comandos electorales que agrupaban a militantes de distintas líneas políticas de cada partido.

Las elecciones internas dejaron al descubierto las distintas facciones en disputa, sus actores e intereses. Tanto el PJ como la UCR contaban con líderes de gran trayectoria con proyección nacional y protagonismo que hacían pensar la resolución de las internas sin tanto sobresalto. No obstante, ambas fuerzas estaban fragmentadas y en distintas localidades emergieron liderazgos intermedios que buscaban ganar un mayor espacio (Campusano, 2022). En el caso del PJ, era la primera vez que a nivel provincial realizaban elecciones internas para la elección de autoridades, y a su vez, se habían conformado corrientes internas que le disputaron la conducción al histórico referente Deolindo Bittel[18] tras la muerte de Perón.[19] De esta manera, se presentaron cuatro sectores enfrentados: el Movimiento Intransigencia y Movilización Peronista, la Lista Azul, el Movimiento de Bases Peronistas y el Movimiento Unidad y Lealtad liderado por Bittel, quien a nivel nacional también enfrentaría una interna para convertirse en candidato a vicepresidente de la nación a partir de la fórmula Ítalo Luder-Deolindo Bittel. En tanto que en el radicalismo se conformaron tres agrupaciones: Renovación y Cambio-Lista Celeste alineada nacionalmente con Raúl Alfonsín, Línea Chaco que representaba a nivel local a la Línea Nacional, y la línea principal era el Movimiento de Afirmación Yrigoyenista (MAY) de tendencia balbinista, liderado por Luis León, quien era la figura central del partido.    

El reconocimiento de la delimitación del partido en líneas internas visibles que competían entre ellas para la definición de las listas supuso para las juventudes tomar una posición. Es decir, decidir a qué línea pertenecer y así hacer la campaña para un candidato u otro. En el peronismo, esto presentaba ciertas características, dado que no era lo mismo militar agrupados en el gran movimiento peronista que hacerlo en una línea. Germán expresó haber vivido ese momento como un “gran sismo” que dividió a las juventudes, y explicó que:

Mientras vos hacés una militancia social, una militancia de base política, está todo bien, pero se mete el bichito de las internas de las disputas por el poder y eso te pudre todo. Empiezan las aspiraciones personales, y te termina dividiendo. Para nosotros, fue muy traumático pasar de una militancia muy idealista a una etapa electoralista, donde afloran las disputas, las mezquindades, porque todos querían ser candidatos.[20] 

A su vez, más adelante, ya consagrada la candidatura oficial, los enfrentó a militar fórmulas que no entusiasmaban a las juventudes, como el caso de Florencio Tenev en el PJ. Nuevamente Germán contó la dificultad que atravesaban: “como juventud, nunca nos gustó la candidatura de Florencio Tenev porque él había sido el ministro de Gobierno en la etapa anterior y había tenido enfrentamientos con la juventud peronista. Nosotros lo visualizábamos como muy milico, como muy derechoso”.[21]  A pesar de las diferencias que identificaban, se plegaron a la decisión orgánica del partido y llevaron adelante la campaña electoral que terminó por consagrarlo ajustadamente como gobernador. Aunque las disputas persistieron y se extendieron hacia los primeros años de su gobierno, las enfrentaron en términos del nuevo contexto democrático.

En el radicalismo también se presentaron conflictos. Las internas evidenciaron tensiones y, para las juventudes, se planteaban en términos de disputas con las dirigencias mayores. En primer lugar, significó comprender la lógica de cómo se tomaban las decisiones en el partido respecto a la distribución del poder político y, principalmente, saber quiénes eran los que resolvían, por ejemplo, los nombres que integraban las listas. Como explicaba Gladis la situación de la rama juvenil del sector que internamente era la oposición al MAY:

Si bien el partido tenía un órgano rector, que era la Convención Provincial, era sabido que esa convención no elegía los candidatos. Entonces, se trabajaba, por ejemplo, para buscar consenso, para ver cuál era el mecanismo que se iba a aplicar para poner los candidatos, para que aquellos que no calzaban en la lista de cargos electivos puedan tener chance. Nosotros como jóvenes decíamos ‘no, nosotros tenemos que proponer que en una mesa haya tres de ellos y tres nuestros’. Bueno, todo eso me ayudó a ver que había un sector oficial que manejaba todo y un sector que no era oficial, el nuestro. Y había que armar una mesa –la ‘mesa del contubernio’ le decíamos nosotros–, y esa mesa estaba integrada por dos o tres de una línea, dos o tres de otra línea y así. Nosotros decíamos ‘trabajamos mucho y no puede ser que haya un Comité Provincial y que al final sea una mesa de cinco tipos los que deciden todo’. Nosotros trabajábamos mucho para poder unificar eso, pero nuestros propios referentes mayores aceptaban esas reglas porque convengamos que a ellos también les convenía una mesa chiquita donde tenían que convencer a dos o tres que tener que convencer a 240 convencionales. Peleamos mucho para definir cuáles eran las reglas del juego de la política interna.[22] 

Estos procesos fueron centrales para las juventudes que comenzaban a comprender y negociar las herramientas para enfrentarse a la “política interna”, empero, estuvieron marcados por momentos de mucha incertidumbre, desencanto y desconcierto, y se constituyeron en el “lado B” del “entusiasmo juvenil”. Las juventudes tuvieron que tramitarlos rápidamente para adaptarse a la dinámica política y seguir en el juego. En el proceso de la transición chaqueña, fueron las protagonistas de la revitalización al interior de los partidos, marcaron las discusiones necesarias en torno a la distribución de poder político, las concesiones con la dictadura y las figuras asociadas al accionar represivo, como también las demandas y los reclamos vinculados a los derechos humanos.

Palabras finales

Las elecciones de 1983 inauguraron un nuevo momento en la transición democrática del país; de allí en más, la meta ya no era llegar a la democracia sino consolidarla. En el período de la temprana transición fue fundamental el posicionamiento de los actores, quienes en distintos momentos contribuyeron a un escenario político de mayor apertura. Los partidos políticos se presentaban cautelosos y seguían el ritmo que les marcaba el PRN, del cual luego se distanciaron de manera más abierta y fijaron cada vez más una mayor oposición. En esos límites habilitaron instancias de acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y unificaron los objetivos que les posibilitaron acelerar el paso hacia el llamado a elecciones.

En la provincia del Chaco la apertura del escenario político fortaleció a los dos partidos tradicionales. Mientras el peronismo aglutinó las fragmentaciones y liderazgos emergentes bajo la figura de Bittel, en el radicalismo, el dirigente Luis León logró posicionarse después que sus ambiciones nacionales se diluyeran ante la indiscutible consolidación de Raúl Alfonsín. Ambas estructuras partidarias se presentaban ante las juventudes como conservadoras; los años de dictadura habían congelado los procesos de recambio en cuanto a las dirigencias y la renovación de la discusión interna. Además, el veloz proceso electoral comenzó a plantear prioridades que marginalizaron las demandas juveniles por la redistribución del poder político, al igual que sus reclamos por mayor protagonismo y reconocimiento.

Podemos pensar a las juventudes conciliando estos ritmos para poder establecer uno propio, no en tanto actores subsidiarios, sino con la capacidad de reconocer y discutir las reglas que se instauraron en ese nuevo momento. En este lapso, aún no se habían producido los hitos que marcaron las definiciones en torno al pasado autoritario como el Nunca Más (1984) o el juicio a las Juntas militares (1985), por lo tanto, la militancia juvenil estaba marcada por una gran ambivalencia. Por un lado, se las asociaba con la violencia que se quería dejar atrás; y por otro, representaban la nueva militancia, vinculada a la lucha por los derechos humanos y la democracia. Es que eran justamente las juventudes las que concentraban el escenario de mayor dinamismo y apertura; el encuentro entre distintas generaciones de militantes les otorgó a las agrupaciones juveniles chaqueñas la posibilidad de dar discusiones en torno a la relación con el pasado reciente, y les permitió tender continuidades con la militancia setentista en lugar de expulsarla.

La caracterización del entusiasmo con el que se describió la participación de las juventudes en esta época, dejaba de lado los procesos de politización que atravesaron los colectivos en esta etapa y en los que avanzamos en este escrito. En principio, la militancia juvenil en clave democrática se debe recuperar en relación con la dictadura, los condicionamientos que el terrorismo de Estado impuso y con el modo en el cual influyó en las formas de pensar y proyectar la política posterior, factores con los que tuvieron que convivir y que no muchas veces pudieron sortear. Reconstruir la historia de la militancia juvenil es una clave valiosa de lectura que nos permitió acercarnos a las nuevas formas de construcción política en la apertura democrática, que no admitía poner en riesgo la vida y en la cual no había lugar para la violencia.  

Las juventudes políticas chaqueñas evidencian de manera clara las vinculaciones y confluencias entre diversas tradiciones de militancia –estudiantil, setentista, territorial, sindical– que permite dar cuenta del aprendizaje político intergeneracional que vivieron “a los tumbos”. Estos aprendizajes les significaron redefinir sus prácticas frente un nuevo contexto, tejer alianzas y solidaridades entre colectivos ante las dirigencias, que, aunque productivos, no borraron las distancias ideológicas. Sin embargo, también les posibilitaron concentrar la mirada en las disputas que al interior de cada fuerza les iban marcando las posiciones que tenían que tomar y el tipo de militancia que iba a primar en los marcos democráticos.  

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Notas

[1] Una versión de este trabajo fue discutida en el XL Encuentro de Geohistoria Regional realizado los días 3, 6 y 10 de septiembre de 2021 en modalidad virtual. Agradezco la lectura atenta y los comentarios de Francisco Favieri.

[2] Darío, militante estudiantil durante el período analizado. Entrevista virtual realizada por Marina Campusano el 28 de agosto de 2020.

[3] Darío, contaba que “en el caso de Económicas, por ejemplo, era la FAE, el Frente de Agrupaciones Estudiantiles, que en realidad era la JUP, en Humanidades e Ingeniería era la lista Unidad y en Arquitectura era el FRESAR”.

[4] Convocatoria al Chaco para salvar la emergencia (9 de agosto de 1981). Norte, p. 9. Archivo Histórico de la Provincia del Chaco “Monseñor Alumni” (AHPCH), Resistencia, Chaco, Argentina.

[5] Semana Chaqueña (10 de agosto de 1981). Norte, p. 7.

[6] El aglomerado urbano está conformado por las ciudades de Vilelas, Barranqueras y Resistencia; las tres tienen sectores de ribera, como el riacho Barranqueras y el río Negro, ambos conectados al río Paraná.

[7] Silvia, entrevista virtual realizada por Marina Campusano el 31 de marzo de 2021.

[8] Entrevista a Darío.

[9] Antonio, militante de la Juventud Intransigente, entrevista realizada por Marina Campusano el 12 de abril de 2021 en la ciudad de Resistencia, Chaco.

[10] Juventudes Políticas del Chaco marcharán por la paz y la democracia (27 de julio de 1983). El Territorio, p. 6. AHPCH.

[11] Hay una sola JP (2 de septiembre de 1983). Norte, p. 2.  

[12] Gladis, militante de la Juventud Movimiento Radical Renovación y Cambio, entrevista realizada por Marina Campusano el 20 de octubre de 2020 en la ciudad de Resistencia, Chaco.

[13] Germán, entrevista virtual realizada por Marina Campusano el 28 de octubre de 2020.

[14] Entrevista a Darío.

[15] Entrevista a Silvia.

[16] De la Multipartidaria a la concertación amplia (2 de agosto de 1981). Norte, p. 2.

[17] Gustavo, entrevista realizada por Marina Campusano el 18 de junio de 2021 en la ciudad de Resistencia, Chaco.

[18] Líder histórico del peronismo chaqueño, fue elegido como gobernador de la provincia en dos oportunidades, y en la época que abarca este trabajo era el vicepresidente primero del PJ a nivel nacional.

[19] Dan su opinión los candidatos de las cuatro líneas internas (4 de julio de 1983). El Territorio, p. 4.

[20] Entrevista a Germán.

[21] Entrevista a Germán.

[22] Entrevista a Gladis.