http://dx.doi.org/10.19137/qs.v27i2.6336

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ARTÍCULOS

El vegetarianismo en la prensa anarquista rioplatense

Vegetarianism in the anarchist press of the Río de la Plata

Vegetarianismo na imprensa anarquista do Rio da Prata

Sebastián Stavisky

Universidad de Buenos Aires. Instituto de Investigaciones Gino Germani

Argentina

Correo electrónico: sebastian.stavisky@gmail.com

Resumen: Este artículo rastrea y analiza la presencia del vegetarianismo en la prensa anarquista rioplatense a lo largo de las tres primeras décadas del siglo XX. A través de la revisión de fuentes periódicas y otros documentos impresos editados en Buenos Aires y Montevideo entre 1900 y 1930, se sostiene la hipótesis de que, en los periódicos libertarios, el vegetarianismo fue interpretado desde dos perspectivas heterogéneas, de las cuales se desprendían, a su vez, dos estrategias de difusión distintas. Por un lado, fue promovido al interior de una ética antimilitarista, la cual comprendía que la abstención del consumo de carne comportaba un hábito de conducta sobre el cual descansaba la esperanza de un mundo sin conflictos armados. Luego, fue promovido también como parte de una dietética naturista, según la cual el sostenimiento de un régimen vegetariano era una prescripción de carácter fisiológico esencial para el alcance de una vida saludable. Finalmente, a partir de la recuperación de distintos debates suscitados al interior de la prensa anarquista por la presencia de la propaganda vegetariana, se indaga en las incomodidades que esta última generó y en las dificultades que tuvo que sortear para hacerse un lugar en la militancia ácrata.

Palabras clave: Anarquismo; Vegetarianismo; Antimilitarismo; Naturismo

Abstract: This article tracks and analyzes the presence of vegetarianism in the Río de la Plata anarchist press throughout the first three decades of the 20th century. Through the review of periodical sources and other printed documents published in Buenos Aires and Montevideo between 1900 and 1930, the hypothesis maintained is that, in the anarchist newspapers, vegetarianism was understood from two heterogeneous perspectives, from which emerged two different diffusion strategies. On the one hand, it was promoted as an antimilitarist ethic, which understood that abstaining from meat consumption implied a habit of conduct on which rested the hope of a world without armed conflicts. Later, it was also promoted as part of a naturopathic diet, according to which the maintenance of a vegetarian diet was a physiological prescription essential for achieving a healthy life. Finally, based on the recovery of different debates raised within the anarchist press due to the presence in it of vegetarian propaganda, it investigates the discomfort that the latter generated and the difficulties it had to overcome to find a place in the anarchist militancy.

Keywords: Anarchism; Vegetarianism; Antimilitarism; Naturism

Resumo: Este artigo rastreia e analisa a presença do vegetarianismo na imprensa anarquista do Rio da Prata ao longo das três primeiras décadas do século XX. Através da revisão de fontes periódicas e outros documentos impressos publicados em Buenos Aires e Montevidéu entre 1900 e 1930, sustenta-se a hipótese de que, nos jornais libertários, o vegetarianismo era compreendido a partir de duas perspectivas heterogêneas, das quais emergiram, por sua vez, duas formas de divulgação distintas. estratégias. Por um lado, foi promovido dentro de uma ética antimilitarista, que entendia que a abstinência do consumo de carne implicava um hábito de conduta sobre o qual repousava a esperança de um mundo sem conflitos armados. Mais tarde, foi promovida também como parte de uma dieta dietética naturista, segundo a qual a manutenção de uma dieta vegetariana era uma prescrição fisiológica essencial para a obtenção de uma vida saudável. Finalmente, a partir da recuperação de diferentes debates provocados na imprensa anarquista pela presença nela da propaganda vegetariana, investigam-se os inconvenientes que esta gerou e as dificuldades que teve de superar para conquistar um lugar na militância anarquista.

Palavras-chave: Anarquismo; Vegetarianismo; Antinilitarismo; Naturismo

Recepción del original: 03 de diciembre de 2021. / Aceptado para publicar: 18 de junio de 2022.

El vegetarianismo en la prensa anarquista rioplatense

Introducción

Un día de comienzos de 1904, el todavía presidente Julio Argentino Roca recibió en su despacho un ejemplar de la revista La Vida Natural y, probablemente, también el Almanaque de los vegetarianos editado para el mismo año por aquella publicación. Tras leer los impresos, Roca escribió una carta al remitente agradeciéndole el envío y confiándole que, sin dudar de que los partidarios del vegetarianismo puedan tener sobradas razones para afirmar la superioridad de su régimen, “sus teorías pueden ser muy peligrosas para este país, una de cuyas principales fuentes de recursos es la producción de carne”. Si tales teorías se generalizaran –continuaba luego–, podrían ocasionar “la ruina de nuestra industria ganadera”. El destinatario de la carta era Antonio B. Massioti, director y redactor de La Vida Natural, revista publicada en Buenos Aires desde 1901 y dedicada a propagar la filosofía del sistema natural de curación. Massioti había nacido en Montevideo, ciudad en la cual, poco antes de instalarse en la capital vecina y utilizando el apellido Massa, cumplió la función de administrador de los periódicos anarquistas El Trabajo y Tribuna Libertaria (Zubillaga, 2011, p. 272). Sin embargo, para cuando hizo llegar a Roca el ejemplar de su nuevo proyecto editorial, ya se encontraba distanciado de sus simpatías con las ideas ácratas. Así se lo hizo saber al presidente argentino en la carta de respuesta que le remitió con la intención de convencerlo, por todos los medios posibles, de la importancia de apoyar su política alimentaria. “El vegetalismo [sic] –afirmó entonces– aspira al perfeccionamiento físico y moral del individuo, creyendo, con sincero convencimiento, que para extirpar el alcoholismo y otras plagas sociales, como el anarquismo…, hay que volver al alimento natural del hombre”.[1] 

A inicios del novecientos, tal como argumentaba Roca, la industria ganadera y frigorífica constituía no solo la principal fuente de ingresos de divisas al país, también era una gran productora de alimentos destinados al mercado interno. Una situación muy similar experimentaba por aquellos años la misma industria en Uruguay. Se calcula que, por entonces, el consumo de carne en ambos países era de alrededor de 300 gramos diarios per cápita, cantidad significativamente mayor a la de otras regiones de Latinoamérica y del hemisferio norte donde el alto costo de la carne vacuna la convertía, en gran parte, en un producto restringido a los sectores de mayores ingresos.[2] Estas condiciones favorables de acceso a la carne en el Río de la Plata tal vez permitan comprender las dificultades que tuvo que afrontar allí la práctica y la difusión del vegetarianismo. Más allá de la decisión individual que pueda subyacer a la adopción de un determinado régimen alimenticio, podría conjeturarse que ser vegetariano implicaba, de algún modo, la expresión de un cuestionamiento a la actividad industrial más pujante del capitalismo periférico del Atlántico sudamericano. Asimismo, y posiblemente con mayores niveles de asertividad, implicaba también la expresión de una crítica al hábito de consumo popular de productos que en otras partes del mundo solían considerarse como una suerte de bienes de lujo.

Ahora bien, si el temor de que una eventual generalización del vegetarianismo provocaría la ruina de la industria ganadera podía llegar a tener sus fundamentos, la proposición que lo enlazaba a la supresión del anarquismo resultaba un tanto menos plausible. Y es que, en definitiva, dicho régimen alimenticio era practicado por varios de los propios militantes libertarios rioplatenses. Este fue el caso, entre otros, de Arturo Montesano, el “profesor vegetariano que solo comía hierbas”, tal como lo definió en sus memorias Julio Camba (2014, p. 91) al narrar el momento en que, en noviembre de 1902, ambos fueron expulsados de Argentina por la Ley de Residencia. También, de Salvador Planas y Virella, quien incluso sostenía “un régimen alimenticio algo más que vegetariano, fructívoro, tal como lo informó el médico y criminólogo Francisco de Veyga (1906, p. 530) en la pericia realizada a Planas luego de que este, en agosto de 1905, atentara de manera fallida contra la vida del presidente Manuel Quintana.[3] Asimismo, y más allá de haberlo practicado o no, hubo quienes postularon el vegetarianismo como ideal de vida futura para el conjunto de la sociedad, como se desprendía de las narraciones utópicas de La ciudad anarquista americana, de Pierre Quiroule (1914), o En el país de Macrobia, de Albano Rosell (1928).[4]

Sin embargo, a pesar de estos y otros vínculos que algunos anarquistas mantuvieron con el vegetarianismo, la propaganda vegetariana no fue un asunto al que la prensa libertaria le haya prestado demasiada atención. El rechazo al consumo de carne no fue una política que los periódicos ácratas hayan sostenido de manera abierta, tal como lo hicieron a propósito del consumo de otros productos, por ejemplo, con las bebidas alcohólicas.[5] Tampoco fue un tópico que convocó a la reflexión con cierto detenimiento, como lo hicieron en ocasiones otras conductas que podríamos conceptuar también discordantes para la época, tales como el amor libre o el ejercicio no silenciado de la sexualidad.[6] Finalmente, la costumbre de comer carne entre los trabajadores no solo no fue problematizada con insistencia, sino que incluso fue promovida en las propagandas de convocatoria a picnics anarquistas. Entre muchísimos otros, cabe mencionar el realizado a beneficio del diario La Protesta y del Comité pro máquinas La Rebelión el 7 de febrero de 1915 en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe. El anuncio que invitaba a concurrir a este encuentro de camaradería al aire libre informaba que el buffet despacharía “asado con cuero”, mientras que en las actividades que se habrían de realizar en el horario del almuerzo figuraba una “[g]ran cinchada entre carnívoros y vegetarianos”.[7] 

Aun teniendo en cuenta este conjunto de factores, es posible encontrar en los periódicos libertarios la presencia de voces dispersas que procuraron hacer que el vegetarianismo se constituyera en un tema de interés para la militancia ácrata. El estudio de la prensa anarquista rioplatense de las primeras décadas del siglo XX permite arrojar la hipótesis de que, en ella, el rechazo al consumo de carne asumió dos estrategias de difusión distintas. Por un lado, fue promovido como parte de una dietética naturista, para la cual el sostenimiento de una alimentación principalmente a base de frutas, verduras y legumbres era una prescripción de orden fisiológico y, por tanto, esencial para el alcance de una vida saludable. Por el otro, fue concebido desde la perspectiva de una ética antimilitarista, según la cual la abstención del consumo de carne comportaba un hábito de conducta sobre el cual descansaba la esperanza de un mundo sin guerras.[8] 

En el presente artículo me propongo analizar estas dos estrategias de difusión del vegetarianismo desplegadas en la prensa anarquista. Se trata, cabe señalar, de un asunto aún no abordado por la historiografía dedicada al anarquismo en el Río de la Plata. Respecto de las experiencias libertarias en otras regiones, pueden hallarse referencias a la propaganda vegetariana en trabajos abocados al análisis de la relación entre el anarquismo y la medicina naturista.[9] Estos, sin embargo, prestaron escasa atención al estudio de las controversias que la experimentación con tales hábitos de conducta orientados por un ideal ético y dietético produjeron al interior de la militancia ácrata. Si bien –como señalaron Suriano (2008) y Anapios (2011), entre otros autores– la multiplicidad de tendencias que convivían dentro del anarquismo fue una de las principales fortalezas de dicho movimiento, lo cierto es que no todas las expresiones gozaron en la prensa doctrinal de la misma libertad para hacerse escuchar. Las reacciones que los anarquistas rioplatenses practicantes del vegetarianismo tuvieron que enfrentar muchas veces al hacer propaganda en favor de su régimen alimenticio, dan cuenta de las restricciones que encontraron para que sus estilos de vida fueran contemplados como parte del proyecto político libertario. También, de la incomodidad que el vegetarianismo generaba entre anarquistas, para quienes el consumo de carne parecía ser una costumbre a la que no estaban dispuestos a renunciar tan fácilmente. Sobre este punto volveré en el apartado final del artículo.

La ética antimilitarista del vegetarianismo

En 1902, un grupo de anarquistas de Buenos Aires se volcó a la creación de una Casa del Pueblo en el local del Skating Ring, ubicado en la calle Charcas 1109-1149. En un conflicto desencadenado con la policía, cuando la Casa recién comenzaba a constituirse, uno de sus socios fundadores fue detenido acusado de ebriedad y portación de armas. El periódico El Trabajo, editado por la Casa, informó acerca de la injusticia cometida contra el compañero que, según decían, además de vegetariano era abstemio y no acostumbraba llevar armas. “¿Y cuándo restituirá [la policía] los 50 pesos que se pagaron para libertar a dicho vegetariano?”, se preguntaban. En la misma nota, se denunciaba la posición asumida por los miembros de la Federación Obrera Argentina, quienes “disponiendo a su arbitrio de la prensa libertaria han combatido y combaten la grande iniciativa de la Casa del Pueblo”.[10] La prensa libertaria a la que los redactores de El Trabajo hacían alusión era La Protesta Humana, periódico que manifestaba no acordar ni con la política de quien había asumido la función de administrador del local ni con el programa que los miembros de la Casa del Pueblo se habían dado para sí.[11] Dicho programa proyectaba la oferta en el lugar de un conjunto amplio de servicios destinados a los obreros, tales como una sala de reuniones, un consultorio médico, una universidad popular y un restaurante vegetariano. Según el volante de creación de la Casa, el objeto del restaurante era contribuir a la propagación de un régimen alimenticio racional, económico y saludable, que permitiera, “inutilizando por completo el triste sacrificio de los animales, [arrancar] al hombre funestos hábitos de crueldad”. De tal manera, se esperaba que el menú desprovisto de carne colaborase en conjurar los efectos que esos malos hábitos asociados a la comida producían “sobre los actos individuales sangrientos y sobre la matanza fratricida en los campos de batalla” (citado en Barrancos, 1990, p. 260).[12]

Esta idea según la cual el rechazo al consumo de carne permitiría terminar no solo con la crueldad hacia lo que hoy llamaríamos los animales no-humanos, sino también con la amenaza de la creciente militarización del mundo, se encontraba presente en reconocidos referentes del pensamiento libertario internacional. Entre ellos, uno de los más emblemáticos fue León Tolstoi, cuyos textos publicados en la prensa anarquista rioplatense solían versar sobre dos cuestiones: el pacifismo y la importancia del control de los placeres considerados perjudiciales para el desarrollo de una vida moral. El autor ruso sostenía que el dominio de sí en los hábitos de la comida era el puntapié inicial desde el cual debía partir toda persona que deseara avanzar por el camino de la virtud, y entre las distintas variedades de alimentos que acostumbraban servirse en los platos de las personas de apetito inmoderado, aconsejaba comenzar por la abstención de la carne.[13] 

Los escritos de Tolstoi sobre vegetarianismo tuvieron un gran impacto en Rusia, donde, a inicios del novecientos, el movimiento vegetariano gozaba de cierto auge hasta que, tras la Revolución de Octubre, comenzó a sufrir la persecución del gobierno soviético. En septiembre de 1929, el periódico La Protesta –que por entonces publicaba a modo de folletín la novela de Tolstoi La guerra y la paz– informó en una de sus tantas notas dedicadas a denunciar las atrocidades del régimen bolchevique que, a comienzos del pasado mes de mayo, las autoridades moscovitas habían clausurado la Sociedad Vegetariana de Moscú, fundada, según afirmaban, por el propio pacifista ruso veinte años antes. Al parecer mejor suerte habría corrido la Sociedad Vegetariana de Leningrado que, precavida de que el término vegetarianismo se encontraba “rigurosamente prohibido”, cambió su nombre por el de “‘Sociedad de propaganda para una alimentación láctea y vegetal’… Contrariamente a los tolstoianos pacifistas de Moscú –concluía el articulista trazando una explícita diferenciación a propósito del militarismo– esta sociedad recomienda un régimen racional para uso especial del ejército rojo”.[14]

Otro de los referentes del anarquismo internacional y practicante del vegetarianismo fue Eliseo Reclus, uno de los autores de lengua extranjera más traducidos y publicados por la prensa libertaria rioplatense.[15] En una larga nota aparecida en el Suplemento Quincenal de La Protesta y dedicada a recordar aspectos de la vida de sus hermanos Elías y Eliseo, Paul Reclus refirió a la adopción, por parte de ambos, de una dieta vegetariana, y trazó una distinción a propósito de la manera en que cada uno vivía esta política alimentaria. Elías se había hecho vegetariano a través de un estudio reflexivo de cuanto se hubiera escrito sobre el tema. Sin embargo, a los fines de no incomodar a sus amigos cuando lo invitaban a cenar, o a su madre, quien creía que no era posible alimentarse de manera adecuada con solo verduras, podía, llegado el caso, comer un plato de carne. Por el contrario, en Eliseo, la decisión de no alimentarse con productos provenientes de la matanza animal fue terminante y, una vez que la asumió, se mantuvo en ella de manera incólume.[16]

En 1901, Eliseo Reclus escribió un artículo para el periódico La Réforme Alimentaire, de la Sociedad Vegetariana de Francia. Tres años más tarde, en abril de 1904, la revista montevideana Natura, dedicada a la propaganda del método naturista de curación, publicó una traducción del escrito a cargo del adventista peruano Eduardo Francisco Forga.[17] Titulado “A propósito del vegetarismo” [sic], el artículo fue también publicado en el mes de julio del mismo año por la revista de Buenos Aires Martín Fierro.[18] En él, Reclus se propuso mostrar los profundos contrastes en el comportamiento ético y moral de quienes se alimentaban de carne, y el de quienes ya habían abandonado ese hábito que consideraba digno de antropófagos. El modo en que dio inicio al desarrollo argumental aludía a la masacre que por aquellos años se producía en China a raíz de la guerra desatada tras el levantamiento de los boxers contra la ocupación extranjera. “[¿Q]uienes son esos horrorosos asesinos?”, se preguntaba.

Son gentes que nos asemejan, que estudian y leen como nosotros, que tienen hermanos, amigos, una mujer o una novia; y tarde o temprano estamos expuestos a encontrarlos, a apretarles la mano sin encontrar los vestigios de la sangre derramada! ¿Pero no hay acaso una relación directa de causa a efecto entre la alimentación de esos verdugos que se dicen ‘civilizados’ y sus actos feroces? ¡Ellos también se han acostumbrado a ponderar la carne sangrienta como generadora de salud, de fuerza y de inteligencia. Ellos también entran sin repugnancia en las carnicerías donde uno resbala sobre un piso rojizo y donde se respira el olor acre de la sangre! ¿Hay acaso una diferencia tan grande entre el cadáver de un buey y el de un hombre? Los miembros descuartizados, las entrañas mezcladas del uno y del otro se parecen mucho: la matanza del primero facilita el asesinato del segundo.[19]

Para el anarquista francés, la opción por el vegetarianismo era una exigencia ética fundada sobre la certeza de que el tipo de alimentación de las personas condicionaba sus modos de conducta. En un trabajo dedicado a reconstruir la historia del naturismo y de su relación con el anarquismo en Francia, Arnaud Baubérot sugirió que sería posible comprender esta concepción del vegetarianismo presente en el autor de El hombre y la tierra como una suerte de pliegue sobre sí de sus ideas acerca de la íntima relación entre la historia humana y la acción de la naturaleza (Baubérot, 2015, p. 174). En tal sentido, la apuesta política que permitía enlazar el rechazo al consumo de carne con las posiciones antimilitaristas del anarquismo suponía la búsqueda por extender las relaciones de solidaridad entre las personas al vínculo con los animales. Luego, se esperaba que el cambio en el régimen de conductas que esta búsqueda propiciaba permitiera a la sociedad terminar de una vez por todas con las guerras, y alcanzar la armonía propia de la naturaleza.

Si bien estas ideas de Tolstoi y de Reclus no tuvieron demasiado impacto en anarquistas con militancia en el contexto rioplatense, es posible encontrar momentos en los cuales formulaciones similares volvieron a hacerse un lugar en la prensa libertaria de la región. Una de estas ocasiones se produjo en el contexto de la Primera Guerra Mundial y del debate en Uruguay por la sanción de un proyecto de ley de servicio militar obligatorio. Fue entonces que se constituyó en dicho país una Liga Antimilitarista, cuyas actividades eran difundidas con regularidad por el periódico El Hombre. Este semanario anarquista, editado por el Centro de Estudios Sociales, acompañó las acciones de la Liga publicando contenidos que permitieran a los lectores informarse y reflexionar acerca del problema de la guerra y el militarismo. Con dicho objetivo, en noviembre de 1916, se convocó a escribir a Diógenes Costa, seudónimo de Juan Esteve Dulin, quien unos años más tarde sería director de la Escuela Libre Naturista y editor de la revista ¡Vivir!, publicación dedicada a una corriente de la medicina natural conocida como trofología y orientada al estudio de la salud desde el exclusivo punto de vista de la alimentación.  

Según informó El Hombre, Diógenes Costa había llegado hacía poco a Montevideo, “después de haber recorrido a pie miles de kilómetros de tierras americanas” y de haber realizado “notables observaciones… entre diferentes tribus de indios”.[20] A fin de aprovechar los conocimientos que había adquirido a lo largo de su peregrinaje –y como forma, al mismo tiempo, de difundir una conferencia suya que, organizada por el periódico, tendría lugar esa misma noche en el Centro Internacional–, se le pidió que diera su “opinión sobre la guerra, particularmente si creía que los primitivos han sido o siguen siendo guerreros por esencia”. La respuesta, básicamente, fue que algunos sí y otros no. La diferencia radicaba en las condiciones de vida de los distintos pueblos, en el ambiente natural en que se desarrollaban y en el tipo de alimentación que consumían. Este conjunto de factores constituía la pauta que permitía explicar la mayor o menor disposición a la guerra de las tribus que Diógenes Costa había estudiado. Así, destacaba el ejemplo de los pacíficos tahitianos, quienes “[s]e alimentaban con frutas silvestres y miel”, vivían en una isla encantadora en que no había “ningún animal dañino ni carnívoro” y “desconocían las enfermedades”. Otro ejemplo lo constituían los guayakis de la región paraguaya, quienes desconocían por completo los vicios de la civilización, “no fuman ni conocen el alcohol; comen cualquier cosa, pero con preferencia [nuevamente] las frutas y la miel”.[21]

Sumado a la costumbre de no vestir ropas y de practicar el nomadismo, estas formas de vida en apariencia arcaicas eran señaladas por Diógenes Costa como fundamento de la bondad que caracterizaba a las tribus vegetarianas. Su existencia pacífica y en armonía con la naturaleza era resaltada por el autor en contraste con los hábitos enfermizos de los llamados pueblos civilizados. La mala alimentación, las costumbres sedentarias que privaban a los cuerpos del contacto con el aire libre, la poca o nula realización de ejercicios físicos, la ignorancia de las reglas de higiene en la vestimenta e, incluso, de las formas correctas de respiración, constituían, junto con el desarrollo de una ciencia médica errada, no solo la causa de los tantos problemas de salud que aquejaban a las sociedades modernas, sino también el impulso que las llevaba a declararse la guerra unas contra otras.

La dietética naturista del vegetarianismo

La otra estrategia por medio de la cual se buscó difundir el vegetarianismo en la prensa anarquista rioplatense fue la que impulsaron los partidarios del sistema natural de curación. Sin dejar de atribuirle beneficios de índole moral, estos promovieron la alimentación vegetariana apoyándose, principalmente, en argumentos que apuntaban a señalar una suerte de imperativo de carácter fisiológico. En libros y revistas de principios del siglo XX, los practicantes del naturismo solían publicar estudios –muchos de ellos a cargo de profanos de la ciencia médica– dedicados a detallar las características específicas del cuerpo humano: la forma de sus dientes, el tamaño de su esófago, la dimensión de su estómago. De estas descripciones deducían que, a diferencia de otros animales, el aparato digestivo del ser humano no se encontraba apto para la correcta absorción de las proteínas de la carne. Así, afirmaban que la dieta vegetariana le correspondía a las personas por naturaleza, y que gran parte de los problemas de salud que ellas sufrían eran resultado de la mala costumbre de ingerir productos provenientes de la matanza animal.

A través de la publicación de distintos anuncios en la prensa libertaria, los naturistas procuraron interpelar a los anarquistas para que adoptaran el vegetarianismo. En ellos, llamaban a los trabajadores a plegarse a su régimen alimenticio, “el único que se aviene con las ideas emancipadoras…, sin sustancias provenientes de animales muertos ni fermentadas” –tal como rezaba la publicidad de un restaurante vegetariano y antialcohólico ubicado en la calle 25 de Mayo 449, sede del Centro Natura de Buenos Aires fundado en 1904.[22] El mismo anuncio, publicado en la revista Martín Fierro, bajo el argumento de que “la base de la existencia está constituida por una sana alimentación”, convocaba a concurrir al lugar a “todos los que deseéis una vida sana y alegre”.[23] 

Si bien algunos anarquistas practicaron el naturismo e, incluso, buscaron conjugar sus ideas de emancipación social con aquellas otras que apuntaban de manera específica al cuidado alternativo de la salud, anuncios como los referidos desataron en ocasiones el enojo de militantes libertarios que consideraban irresponsable el ensayo con técnicas curativas a distancia de la medicina oficial. Así fue que, tras la aparición en La Protesta de la publicidad de un consultorio naturista atendido por Arturo Montesano, quien prometía curar a los enfermos “empleando solamente aire, sol, luz, agua, electricidad y alimentación vegetariana”,[24] Juan Creaghe envió una carta a los editores del periódico para manifestar su disconformidad con la publicación. En la misiva, expresó que “la propaganda que se hace por intermedio de dicho aviso es en extremo perjudicial”, y argumentó que esto se debía a “la ignorancia científica en que se encuentran los actuales curanderos naturalistas para diagnosticar con acierto en la más insignificante dolencia”.[25]

La carta de Creaghe resulta significativa en tanto se trataba de la reacción de uno de los fundadores de La Protesta, publicación de la cual fue su administrador y director en distintos períodos. Además de reconocido militante, Creaghe, quien había nacido y estudiado en Irlanda, era médico diplomado, así como un apasionado polemista. Ya en 1901 había participado de un extenso debate contra otro compañero de ideas practicante del naturismo, de igual modo que lo haría en otros momentos a lo largo de los primeros años del siglo XX.[26] En una de estas ocasiones, su contendiente fue José María Acha, quien había publicado un artículo en el que llamaba a los trabajadores a abandonar la carne, “alimento anti-natural o incompatible con el organismo humano”.[27] Tres días más tarde, Creaghe le respondería que no comprendía cómo alguien que viviera en Argentina, “en donde la carne es el sustento principal de sus habitantes”, podía realizar semejante afirmación carente de cualquier fundamento científico.[28] En otra ocasión, después que el anarquista irlandés publicara nuevamente una nota donde despotricaba contra los centros de medicina natural, un lector vegetariano del periódico envió una colaboración en la cual daba a conocer el conjunto de factores fisiológicos que, según afirmaba, prestaban conformidad de que su conducta alimentaria era aquella que al ser humano le correspondía por naturaleza. Algunos de estos factores eran: la falta de hocico, una dentadura no preparada para la masticación de carne, un canal intestinal más extenso que el de los animales carnívoros y un conjunto amplio de características sensiblemente parecidas a las de su ancestro frugívoro, el mono.[29]

Si durante el tiempo en que Creaghe participó activamente de La Protesta la difusión de la propaganda vegetariana apoyada sobre argumentos de carácter fisiológico soportó un cuestionamiento recurrente, para mediados de la década del diez, el periódico pareció mostrarse más contemplativo a este tipo de discursos. Hacia 1915, varias notas alusivas a temas relacionados con la medicina naturista comenzaron a ser publicadas al interior de una sección de La Protesta titulada “Divulgaciones científicas”. Algunos de estos escritos llevaban la firma de Domingo Marconi y Caiola, uno de los fundadores del antes referido Centro Natura de Buenos Aires; tiempo más tarde, director de la Escuela Moderna de Almagro e integrante del Centro Vegetariano “Sol y Tierra”.[30] Fundado en 1913 en la calle Jufré 52 de la ciudad porteña, el objetivo del Centro Vegetariano era “propagar el vegetarismo científico y el naturalismo [sic], como factores de conservar la salud física y psíquica”.[31] Las actividades auspiciadas por el espacio, para cuya difusión solía recurrirse a las páginas del periódico anarquista, incluían reuniones, conferencias, banquetes vegetarianos y préstamo de materiales sobre asuntos de interés para quienes desearan aprender a cuidar de su propia salud.

El 17 de julio de 1915, Marconi y Caiola publicó un artículo titulado “Sobre la alimentación” en la referida sección “Divulgaciones científicas”.[32] Haciendo uso de un vocabulario digno del espacio que se le concedía, el autor argumentó en contra del hábito de ingerir alimentos procedentes de animales muertos a través de una sucinta descripción del modo en que estos producirían una desorganización de distintas funciones vitales del organismo. Según manifestaba, la carne excitaba las pasiones, dificultaba la digestión, irritaba el estómago, generaba un aumento del cansancio físico, y era la causante de terribles neurosis y torturantes dispepsias. Por razones obvias, todo ello se debía a que el cuerpo humano no se encontraba apto para el consumo de tales productos; por ende, el desconocimiento de esta elemental premisa fisiológica comportaba un desvío artificial de las leyes de la naturaleza. A modo de corrección de este desacierto tan arraigado en las costumbres alimenticias de la región rioplatense, Marconi y Caiola recomendaba con urgencia la adopción de una dieta exclusivamente vegetal.

Finalmente, un caso singular en el vínculo de la prensa anarquista con el vegetarianismo fue el del periódico montevideano Despertar. Fundado en 1905 por la sociedad de resistencia “Obreros Sastres”, las notas de carácter gremial y doctrinario solían compartir el espacio de las páginas de cada uno de sus números con artículos dedicados al cuidado de la salud. Al abordaje de temas con cierta presencia en la prensa del ideario con el que comulgaba, tales como la lucha contra el alcohol, el periódico sumaba de manera recurrente notas que trataban sobre los riesgos del tabaquismo y el consumo de mate, los beneficios del control neomalthusiano de la natalidad y de la dieta vegetariana. Su línea editorial mantenía una posición fuertemente crítica de la medicina oficial, y al uso de la farmacología, la cirugía y las vacunas contraponía una abierta e indiscutida promoción de la terapéutica naturista. Es de suponer que esta política haya sido motivada por quien fuera uno de los fundadores y director del periódico, Pascual Lorenzo.

Lorenzo fue uno de militantes más activos en los inicios del movimiento anarquista uruguayo, así como también de los primeros en practicar y difundir la medicina naturista en Montevideo, Uruguay. Fue socio fundador del Centro Natura, de cuya revista homónima ocupó el cargo de director durante la primera época de la publicación. En 1904, coeditó junto con un compañero libertario practicante del naturismo, Herminio Calabaza, el libro del Dr. Rosch Higiene del matrimonio, traducido al castellano por Eduardo Forga y F. Diez. El primero de ellos, recordemos, fue quien también tradujo el artículo de Reclus que la revista en la que por entonces Lorenzo participaba publicó ese mismo año.[33] Una serie de altercados con otros miembros del Centro Natura propició, en 1905, su alejamiento del espacio. Sin embargo, no por ello Lorenzo dejó de contribuir a la causa naturista, cuyos saberes y métodos curativos –entre los que la práctica del vegetarianismo ocupaba un lugar destacado– difundió tanto desde el periódico Despertar como a través de la Asociación Naturista, fundada en 1915 por él mismo poco antes de su muerte.

Al recurrir a la cita de estudios científicos como sostén de su propaganda en favor de una dietética naturista, los editores de Despertar pretendían difundir entre los trabajadores los beneficios que aseguraban traería la adopción de una alimentación vegetariana, así como los perjuicios que afirmaban producía la mala costumbre de comer carne. A propósito de los primeros, divulgaron informes que atestiguaban haber comprobado que el vegetarianismo constituía no solo un régimen de vida saludable, sino también una terapia sumamente efectiva en la lucha contra el alcoholismo. Dicha constatación se fundaba en la evidencia de que la alimentación cárnica “provoca la sed, como sobre la observación no menos evidente de que una alimentación insuficiente arrastra a muchos trabajadores a buscar un suplemento de fuerza en las excitaciones transitorias de las bebidas alcohólicas”.[34] En un tono similar, otra de las notas publicadas por el periódico añadía, a las referencias de personalidades presuntamente eminentes de la medicina, la experiencia mostrada en la sede de la Asociación Naturista, sita en la calle Yaguarón 2060 de la ciudad de Montevideo, donde “se ha conseguido la regeneración de algunos alcoholistas” gracias a la prescripción de un simple régimen frugívoro.[35]

Si el vegetarianismo era un factor de regeneración, el consumo de carne era, para Lorenzo, uno de degeneración. Así lo hizo saber en una carta abierta publicada en el periódico El Día y transcripta luego en Despertar. La misiva estaba dirigida al médico uruguayo Francisco Soca –uno de los principales impulsores de la ley de vacunación antivariólica obligatoria sancionada en Uruguay en 1911–, y era la respuesta a una intervención del diplomado en el Congreso, en la cual este señalaba al uso del mate como “el principal culpable de la gran cantidad de enfermos que la campaña produce”.[36] Lorenzo acordaba con tales afirmaciones, atribuibles, según comprendía, al desconocimiento por parte de la población de las reglas básicas de higiene. Y agregaba que el otro gran enemigo de la salud de los trabajadores era su antinatural régimen de alimentación cárnica. De tal manera, aseguraba que si se quería gozar de una vida saludable, resultaba imperioso renunciar al consumo de dos productos fuertemente arraigados en las costumbres de los sectores populares rioplatenses: el mate y el “sabroso churrasco”.

La incomodidad del vegetarianismo

Este trabajo partió de un interés por rastrear la presencia de la propaganda vegetariana en la prensa anarquista rioplatense, a partir de cuya dispersión elaboré una propuesta de lectura organizada en lo que comprendí como dos estrategias de difusión distintas. Ahora bien, si hiciéramos a un lado el afán de imputar cierta regularidad a la dispersión, además podríamos decir algo a propósito de los escasos momentos en que dicha propaganda logró insertarse en las páginas de los periódicos libertarios. Excepto el caso de Despertar –que de algún modo constituyó una suerte de rara avis–, el vegetarianismo no gozó de demasiado espacio de difusión en la prensa ácrata. Y, como vimos, ello no se debió a que tales hábitos de conducta alimentaria no contaran con suficientes adeptos, sino más bien a que el llamado de estos en favor de una política de rechazo al consumo de carne generaba reacciones adversas en quienes no comulgaban con tales estilos de vida. Así, las respuestas que la prédica vegetariana recibió solían fluctuar entre la indiferencia y la recusación, incluso esta última arrojada en ocasiones con inusitada agresividad.

Un episodio paradigmático de las contrariedades que la propaganda vegetariana debió afrontar se produjo en un periódico libertario de corta duración, Fulgor, editado en Buenos Aires durante 1906. En el mes de mayo de ese año, Domingo Chiappero –integrante de la Federación Obrera Santafecina y del Centro de Estudios Sociales– publicó allí un artículo titulado “Anarquía y Naturismo”. El escrito, de unos pocos párrafos, tenía el propósito de demostrar la estrecha relación que existía, según argumentaba el autor, entre las ideas orientadas hacia la revolución social y aquellas motivadas por alcanzar un régimen de vida saludable en armonía con las leyes de la naturaleza. A propósito de estas últimas, Chiappero prestaba conformidad de que, según el “naturismo científico”, el aparato digestivo del ser humano no estaba preparado para el consumo de carne, motivo por el cual las personas deberían seguir una dieta vegetariana. Y a este argumento de carácter fisiológico le añadía razones de índole moral que apuntaban a denunciar las atrocidades de la matanza animal. En resumidas cuentas, al autor le resultaba sencillamente incomprensible que los anarquistas participaran de ella: “desde luego no se concibe cómo entre los anarquistas haya tantos necrófagos comedores de cadáveres, sacrificadores de aquellos individuos más inofensivos al género humano”.[37] 

En el siguiente número de Fulgor, apareció un artículo con el mismo título que el de Chiappero, en el cual su firmante, Daniel Gómez, buscó no solo echar por tierra cuanto el compañero vegetariano había osado afirmar, sino exponerlo como un ignorante que no mostraba siquiera un correcto manejo del léxico. Si bien acordaba en la importancia de que los trabajadores adoptasen un régimen de vida saludable, consideraba una desproporción medir el consumo de carne con la misma vara con que, por ejemplo, se medían el consumo de alcohol y de tabaco o el desenfreno sexual. La lucha de los anarquistas, sostenía, era “para que cese la guerra del hombre con el hombre y para que todos tengamos asegurado nuestro plato en el banquete de la vida”. Gómez decía no tener los conocimientos suficientes para determinar si el cuerpo humano se encontraba o no fisiológicamente predispuesto a ingerir carne, razón por la cual no le quedaba del todo claro que el referido banquete no pudiera incluir animales muertos. Sin embargo, en relación con la lucha para que cesara la guerra, sí le constaba que “la generalidad de los anarquistas vegetarianos no hacen un bledo por la emancipación del pueblo y… sólo emplean el tiempo en el conocimiento de vegetales, en dormir la pereza en pleno sol o restregarse el prepucio”. Finalmente, recordaba el presunto caso de tres vegetarianos de la ciudad de Rosario que en 1905 “[p]or amar la vida determinaron no comer y turu rut”, acabaron muertos.[38]

La virulencia que se desprendía de la respuesta a Chiappero hizo que este publicara una nueva nota en Fulgor y pidió calma al compañero Gómez, informándole que, sin aludir a nadie en particular, consideraba una muestra cabal de ignorancia la obstinación en combatir al vegetarianismo que mostraban ciertos anarquistas que nunca se habían preocupado por estudiar y comprender aquella conducta de vida. “Por lo demás [replicaba más adelante en referencia al caso de los tres vegetarianos rosarinos] hace seis años que soy vegetariano y sin embargo no me he muerto; antes por el contrario, he revivido física, moral e intelectualmente”.[39] También se refirió a los rosarinos fallecidos un militante de aquella misma ciudad santafecina. En una nota publicada el 26 de julio, este hizo saber a los lectores de Fulgor que, como era de suponer, ninguno de los tres había muerto a causa de su régimen alimenticio. Dos de ellos, apellidados Galli y Girado, lo habían hecho víctima de la tuberculosis, mientras que el restante, Perpiña –quien, dicho sea de paso, “nunca fue vegetariano; lo único que hizo alguna vez fue comer pan de Graham”–, víctima de la fiebre tifoidea.[40] 

En fin, según demostraron sus controversistas, los argumentos esgrimidos por Gómez no eran más que un conjunto de calumnias arrojadas con el mero propósito de desprestigiar la práctica del vegetarianismo. Ellos expresaban en forma elocuente las dificultades que la propaganda de dicho régimen de vida debió enfrentar al querer difundirse en periódicos anarquistas. Si bien varios de quienes adoptaron el vegetarianismo no cesaron en su intento por conseguir que otros siguieran el mismo camino, su prédica no logró insertarse dentro de un proyecto que trascendiera la exclusiva decisión individual. Pero tampoco logró que la política de rechazo al consumo de carne llegara a constituirse en un asunto de relativo interés, en tema de reflexión y, sobre todo, motivo de debate fraternal al interior del movimiento. Por el contrario, las reacciones en contra que suscitó acostumbraron a descalificarlo como una cuestión sin mayor importancia, una suerte de excentricidad que en nada se correspondía con los ideales de emancipación que encauzaban a la militancia libertaria. De esta manera, la presencia dispersa de la propaganda vegetariana en la prensa anarquista del Río de la Plata nos habla menos de la falta de adeptos a este régimen alimentario que de una enconada resistencia a hacerle un lugar a sus voces discordantes. En una región en la cual los sectores populares podían acceder con cierta facilidad al consumo cotidiano de un producto cuyo costo en otras partes del mundo lo convertía en un bien casi suntuario, hacer publicidad en favor de su renuncia parecía tener sus costos.

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Notas

[1] El general Roca vegetariano (12 de febrero de 1904). El Tiempo, X (2947), p. 1. Biblioteca Nacional Mariano Moreno, Hemeroteca. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

[2] Los datos fueron extraídos, para el caso de Argentina, del libro de Peter Smith (1986); para el caso de Uruguay de la obra de José Pedro Barrán y Benjamín Nahum (1979).

[3] Un análisis del informe de de Veyga se encuentra en Albornoz (2016).

[4] Sobre el pensamiento de Albano Rosell, ver Stavisky (2020). Acerca de su utopía, ver Petra (2005). Respecto de la utopía de Quiroule, existe una enorme cantidad de estudios dedicados a ella. A propósito de este trabajo, resulta pertinente referir a los análisis realizados por Armus (2007) y Ansolabehere (2011).

[5] Respecto al rechazo de consumo de alcohol por parte del anarquismo en Argentina, ver Martínez Mazzola (2000); en Uruguay, Porrini Beracochea (2019, p. 116-124).

[6] A propósito de estos temas, Dora Barrancos afirmó que “el pensamiento libertario sobre la sexualidad se [nutrió] del movimiento pan-erótico representado por Tolstoi” (1990, p. 254), uno de los promotores del vegetarianismo más referenciados por el anarquismo rioplatense, sobre quien volveré más adelante. Sobre anarquismo y amor libre en Uruguay, ver Wasem (2015); en Argentina, Fernández Cordero (2017).

[7] Pic-nic en Rosario (26 de enero de 1915). La Protesta, XIX (2452), p. 3. Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI), Hemeroteca. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Esta constatación no resulta trivial si se tiene en cuenta la importancia que para las izquierdas de comienzos del siglo XX tenían los picnics, los cuales –como afirmó Porrini Beracochea– buscaban ofrecer “una experiencia vital significativa para sus protagonistas” (2019, p. 245).

[8] La cuestión del antimilitarismo en el anarquismo de Argentina fue analizada por Gisela Manzoni en distintos artículos. Entre ellos, a propósito de este trabajo, cabe destacar Manzoni (2012, 2018).

[9] Para la relación entre anarquismo y naturismo en España, Masjuan Bracons (2000), Roselló (2003) y Cubero Izquierdo (2015); en Cuba, Masjuan Bracons (2006) y Schaffer (2019); en Francia, Baubérot (2015).

[10] A los enemigos de la Casa del Pueblo (26 de junio de 1902). El Trabajo, I (1), p. 6. CeDInCI. 

[11] Sobre la “Casa del Pueblo” (7 de junio de 1902). La Protesta Humana, VI (177), p. 3.

[12] Sobre el proyecto de la Casa del Pueblo y los conflictos que suscitó, ver Oved (1978, pp. 231-235).

[13] Uno de los textos en el cual el autor ruso trató con mayor detenimiento su concepción del vegetarianismo como una actitud ética fue el escrito titulado “El primer peldaño” (Tolstoi, 2017). Este formó parte del período en que Tolstoi comenzó a ensayar una revisión de las enseñanzas de Jesús, y a asumir el mandamiento “No matarás” como máxima de conducta que, si se deseaba alcanzar la perfección moral, debía ser aplicada en el vínculo no solo con otros seres humanos, sino con todos los seres vivos. En este contexto, mientras empezaba a adoptar una dieta estrictamente vegetariana, tradujo al ruso el libro dedicado a la historia del vegetarianismo del inglés Howard Williams, The ethics of diet, para el cual redactó un prólogo que terminó constituyendo el referido texto (Spencer, 1996, pp. 288-289).

[14] Del paraíso sovietista. Noticias de presos y de prisiones (15 de septiembre de 1929). La Protesta, XXXIII (6369), p. 2.

[15] Juan Suriano encontró que Eliseo Reclus fue, luego de Pedro Kropotkin, el teórico más difundido por La Protesta, diario que entre 1904 y 1910 publicó 27 artículos del francés, apenas uno menos que del ruso (Suriano, 2008, p. 101)

[16] Reclus, P. (16 de abril de 1928). Recuerdos sobre los Reclus. La Protesta. Suplemento Quincenal, VII (282), pp. 219-223.

[17] Reclus, E. (abril de 1904). A propósito del vegetarismo. Natura, Segunda época, I (4), pp. 59-62. Biblioteca Nacional de Uruguay, Hemeroteca. Montevideo, Uruguay.

[18] Reclus, E. (28 de julio de 1904). A propósito del vegetarismo. Martín Fierro, I (21), p. 3. CeDInCI. Es posible que los editores de Martín Fierro, sin mencionar la fuente ni la traducción, hayan transcripto el artículo desde Natura, en tanto la revista dirigida por Alberto Ghiraldo publicaría, tres números más tarde, otro escrito que había también aparecido en el número de la revista montevideana en que figuraba el de Reclus. Se trató de “Bebidas venenosas”, de León Tolstoi.

[19] Reclus, E. (28 de julio de 1904). A propósito del vegetarismo. Martín Fierro, I (21), p. 3.

[20] Diógenes Costa (4 de noviembre de 1916). El Hombre, I (4), p. 4. https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/. Diógenes Costa fue famoso por los largos trayectos que decía recorrer a pie. El 20 de enero de 1917, El Hombre informó una nueva conferencia suya en el Centro Internacional, la cual se realizaría antes de que partiera a Buenos Aires, “desde donde se dirigirá a pie a Santiago de Chile”. Conferencia de Diógenes Costa (20 de enero de 1917). El Hombre, I (13), p. 4.

[21] Costa, D. (4 de noviembre de 1916). Las ideas de un naturalista sobre la guerra. El Hombre, I (2), p. 4.

[22] Restaurant Vegetariano y Anti-alcohólico (2 de noviembre de 1904). La Protesta, VIII (439), p. 4. Al año siguiente, el restaurante se mudó a la calle Lavalle 951.

[23] Restaurant Vegetariano y Anti-alcohólico (7 de noviembre de 1904). Martín Fierro, I (35), p. 2

[24] Consultorio del Sistema Curativo Natural (14 de febrero de 1906). La Protesta, X (660), p. 3. Énfasis del original.

[25] Publicaciones de avisos en ‘La Protesta’ (20 de marzo de 1906). La Protesta, X (683), p. 2. Énfasis del original.

[26] Sobre el debate de 1901, ver Stavisky (2016).

[27] Acha, J. M. (16 de enero de 1907). Sobre neo-malthusianismo. Ampliando conceptos. La Protesta, X (936), p. 1.

[28] Creaghe, J. (19 de enero de 1907). A propósito de un artículo. La Protesta, X (940), p. 1.

[29] S. (26 de enero de 1905). Sobre vegetarismo. Réplica al compañero Creaghe. La Protesta, IX (512), p. 3.

[30] En 1916, la Escuela Moderna de Almagro se instaló en la calle Quintino Bocayuva 761, donde también funcionaba la sede del comité “Pro Salud” patrocinado por “Sol y Tierra” y dedicado a hacer campaña en contra de la ley de vacunación obligatoria. Sobre la Escuela Moderna de Almagro, ver Barrancos (1990, p. 138).

[31] Centro Vegetariano “Sol y Tierra” (15 de junio de 1913). La Protesta, XVIII (1989), p. 4.

[32] Marconi y Caiola, D. (17 de julio de 1915). Sobre la alimentación. La Protesta, XIX (2601), p. 3.

[33] Esta coincidencia, sumada a que Lorenzo y Calabaza expresaron, en un anuncio “A los lectores” incluido en las primeras páginas del libro de Rosch (1904, p. 3), ser cercanos a Forga, invita a pensar que, tal vez, el escrito de Reclus haya sido publicado en la revista Natura por iniciativa del propio Lorenzo. Para más datos sobre la biografía de Lorenzo, ver Zubillaga (2008, pp. 122-123).

[34] Remedio preventivo y curativo contra el alcoholismo (Septiembre de 1908). Despertar, IV (9), p 71. Biblioteca Nacional de Uruguay, Hemeroteca. Montevideo, Uruguay.

[35] Libero, O. (Abril de 1915). La salud es la vida. Despertar, XI (57), p. 537.

[36] Lorenzo, P. (Octubre de 1912). La salud en la campaña. Despertar, VIII (37), p. 275.

[37] Chiappero, D. E. (24 de mayo de 1906). Anarquía y Naturismo. Fulgor, I (5), p. 3. CeDInCI.

[38] Gómez, D. (12 de junio de 1906). Anarquía y Naturismo. Fulgor, I (6), p. 4.

[39] Chiappero, D. E. (8 de julio de 1906). ¡Calma Compago! Fulgor, I (7), p. 3.

[40] Sena, J. J. (26 de julio de 1906). Por la verdad. Fulgor, I (8), p. 2.