DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v23i2.2704


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ARTÍCULOS

 

Dos siglos de desigualdad. ¿Qué sabemos? Un parcial estado del arte en el siglo XIX desde la historia1

Two centuries of inequality: What do we know? A partial state of the art in 19th century from History

 Dois Séculos de desigualdade. O que sabemos? Estado parcial da arte no século XIX a partir da história

 

Daniel Santilli
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
Universidad de Buenos Aires. Instituto de Historia Argentina y Americana "Dr. Emilio Ravignani"
Argentina
Correo electrónico:dvsantilli@gmail.com

 

Resumen: En este artículo se presenta un resumen historiográfico de la evolución de la desigualdad y el nivel de vida durante el siglo XIX en la futura Argentina. Se desarrollan cuatro aspectos, íntimamente relacionados, como una reflexión acerca del papel del historiador en la materia, un estado de la cuestión y un breve resumen de las diferentes metodologías utilizadas, una presentación de los principales resultados logrados para Buenos Aires y una descripción de la desigualdad historiográfica sobre el tema en el país.

Palabras clave: Desigualdad, Nivel de vida; Metodología; Historiografía

Abstract: This article presents a historiographic summary of the evolution of inequality and the standard of living during the nineteenth century in the future Argentina. Four aspects, closely related, are developed, such as a reflection about the role of the historian in the field, a state of the art and a brief summary of the different methodologies used, a presentation of the main results achieved in Buenos Aires and a description of the historiographical inequality on the subject in the country.

Keyboards: Inequality; Standard of living; Methodology ; Historiography

Resumo: Neste artigo, apresenta-se um resumo historiográfico da evolução da desigualdade e o nível de vida durante o século XIX na futura Argentina. Desenvolvem-se quatro aspectos intimamente relacionados como também uma reflexão sobre o papel do historiador nestes assuntos, a situação em que se encontra e um breve resumo das diferentes metodologias utilizadas, uma apresentação dos principais resultados conseguidos para Buenos Aires e uma descrição da desigualdade historiográfica sobre o tema no país.

Palavras-chave: Desigualdade; Nível de vida; Metodologia; Historiografia

 

 

La desigualdad representa una oportunidad perdida para reducir la pobreza
Escuchado a Paul Segal, 17/8/17

Introducción

Desde hace ya varias décadas los temas relacionados con la desigualdad y el nivel de vida son objeto de estudios generalizados universalmente. La ya legendaria discusión acerca del nivel de vida de los pobladores ingleses durante y después de la Revolución Industrial puso la cuestión en el centro del debate.2 Más allá de que se considere saldada esta discusión a partir de la observación que se efectuó desde la antropometría (Floud, Fogel y Harris, 2014), la temática pasó a la consideración de las ciencias sociales en su conjunto. Pero es en los últimos 20 o 30 años que el tema ha pasado a primer plano, sobre todo a partir de la comprobación de que, a pesar de las predicciones positivas (Kuznets, 1966), la desigualdad y la pobreza no han disminuido. Y según últimos estudios, la posibilidad de que la historia se revierta no se avizora en el horizonte (Piketty, 2014), salvo que se produzcan hechos que signifiquen un cambio violento de dirección de la historia o que los Estados impongan políticas que contrarresten esa tendencia. Es decir, un sector de los economistas ha descubierto que las “leyes naturales” de la economía tienden a acrecentar la acumulación de ingresos entre los más ricos en detrimento del resto de la población. Y esta aseveración se impone en el conjunto de la sociedad mundial, de modo que la globalización, tan auspiciosa en algunos sentidos, también globaliza la desigualdad (Bourguignon, 2017), incluso trayendo a primer plano la desigualdad entre individuos o grupos familiares más que entre países (Milanovic, 2016).3
De modo que la desigualdad y sus consecuencias son una herida abierta. De allí las preguntas que la actualidad le hace a la historia; todo aquel o aquella que esté interesado en aportar a doblegar este estigma y construir una sociedad menos injusta comprende que debe acercarse a la historia. Y la historia como ciencia debe responder. El objetivo de este trabajo es entonces hacer un repaso de las principales líneas que acerca de la temática en estudio se están llevando a cabo en nuestro país.
Desde la sociología y la economía se estudia en estos momentos el decurso de la desigualdad, la pobreza y el nivel de vida en la actualidad. Se pueden fijar, en el ámbito académico nacional, tres espacios donde se profundiza la temática, cada cual con diferentes enfoques. Se trata del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED), dirigido por Javier Lindenboim, que tiene su sede en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. El segundo grupo es el Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina, de Buenos Aires, cuyo investigador más conocido es Agustín Salvia, y que está integrado por más de diez pares. El tercero se encuentra en la Universidad Nacional de La Plata, es el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (CEDLAS), dirigido por Leonardo Gasparini. El CEPED se dedica mayormente al estudio del mercado de trabajo, el Observatorio analiza con mayor profundidad la desigualdad como consecuencia de la heterogeneidad estructural del modelo de acumulación y el CEDLAS dedica un mayor esfuerzo al análisis de la distribución del ingreso y la riqueza.4 Las investigaciones de los tres centros apelan a la historia reciente para construir sus hipótesis y conclusiones.
Mi intención es poner la lente en el largo plazo, de investigar sobre la desigualdad desde los inicios de nuestra historia, a fin de entrever su decurso a lo largo del tiempo. Estas son las motivaciones que nos llevaron, junto con el malogrado Jorge Gelman, a indagar en archivos que abarcan desde la etapa tardocolonial, datos que nos permitan en nuestros trabajos reconstruir la desigualdad y el nivel de vida durante el largo siglo XIX, tarea en la que estoy inmerso.
Las fuentes sobre las que se han basado este tipo de trabajos han sido en primer lugar los censos de población y las listas nominativas. Más tarde se han agregado los listados impositivos, los presupuestos estatales, los gastos de los hospitales, cuarteles y dependencias del Estado que han dejado registros contables, las cuentas de gastos en las sucesiones y, más escasos aún, los diarios personales de gastos, entre otros. Con estos datos se elaboran listados que contribuyen al análisis de la distribución de la propiedad y del capital, índices de precios y de salarios, canastas de consumo con su equivalente en calorías consumidas por grupos familiares, y vamos en camino de examinar el nivel de ingreso de los pobladores, fueran asalariados y/o pequeños productores. Además, se han hecho aportes para reconstruir los datos de mortalidad y esperanza de vida para períodos preestadísticos. Por supuesto, los investigadores que estudian las últimas décadas hacen uso de fuentes y métodos que los que analizamos períodos más remotos no tenemos, como las encuestas y los testimonios directos, además de aplicar metodologías que precisan mucho más de la certeza de los datos. Este tipo de trabajo nos sirve de inspiración para adaptar dicho herramental a nuestras sociedades antiguas.
Este artículo hace referencia a cuatro aspectos que están íntimamente imbricados y que adrede no separaré. Se trata de una reflexión sobre la práctica profesional del historiador, de su compromiso con la actualidad y de la asunción o no de temas que están íntimamente relacionados con el tiempo que le toca vivir. Un segundo punto es el historiográfico, un recorrido por lo escrito sobre parte de los más de 200 años de historia que nos conciernen. El tercero es la evolución histórica de la desigualdad, por lo menos durante el largo siglo XIX; es lo que no puedo ni quiero separar. Y un último aspecto que es un registro de la desigualdad historiográfica en el país, la escasez de estudios regionales; por falta de fuentes, de interés, pero también por falta de estudiosos, por desigualdad en la formación, así como en el acceso a metodologías y bibliografías. Es por esta desigualdad que mi análisis hará eje principalmente en la campaña y ciudad de Buenos Aires, porque es la región que ha sido más estudiada y porque, además, me he especializado en ella.
Puedo considerar cinco etapas con características diferentes en el devenir de la desigualdad de los más de 200 años de historia, en el caso de Buenos Aires. El lapso que denominamos tardocolonial, que abarca los últimos años de la colonia y la primera década revolucionaria; un segundo momento, el del modelo agroexportador,5 que se inicia con la doble expansión, la ganadera y de la frontera, y que se extiende hasta 1914, utilizando la denominación que Hobsbawm ha universalizado: el largo siglo XIX. Un tercer momento, el mercadointernismo, industrialización por sustitución de importaciones o industrialización dirigida por el Estado6 (Bértola y Ocampo, 2013), que finaliza, en forma abrupta en nuestro caso, en 1975. Lo continúa la apertura de la economía, el modelo neoliberal, que concluyó estrepitosamente en la mayor crisis económica argentina en 2001, y que dio lugar a una quinta etapa, que denomino la lucha contra la desigualdad, con avances y retrocesos, con políticas cambiantes o erróneas por momentos. Como muy bien ha caratulado Aldo Ferrer (2017), la economía ha seguido, por lo menos durante el siglo XX, un movimiento pendular entre políticas ortodoxas y heterodoxas, entre lo que recomienda el mainstream económico y lo que una visión menos esquemática propone.
Por razones de espacio, voy a limitarme a describir los trabajos que se han efectuado y las conclusiones principales a las que se ha arribado para los dos primeros períodos descriptos, es decir, la etapa tardocolonial y el modelo agroexportador.

De la colonia a los inicios del modelo agroexportador

En buena medida, el puntapié inicial para el estudio del nivel de vida lo dieron los análisis de la estructura poblacional de la campaña de Buenos Aires, que permitió vislumbrar la existencia de una población estable, conformada básicamente por familias nucleares con agregados, parientes o no parientes, esclavos y mano de obra libre, en algunos casos propietarios de sus parcelas, para la segunda mitad del siglo XVIII. Estos hallazgos dieron la pista de un estatus de vida que permitía esa posibilidad para buena parte de la población rural y no la opresiva condición de esclavo, o la de jornalero a tiempo completo o parcial, reservada para un sector minoritario de esa población. Una compilación de Juan Carlos Garavaglia y José Luis Moreno (1993) reunió una serie de textos que podrían indicarse como inaugurales. Las fuentes utilizadas fueron los censos tardocoloniales. Ellos demostraban el predominio de los pequeños productores en el conjunto de la población.
En confluencia con este descubrimiento, se produjo la polémica sobre el gaucho, sobre sus características y sus ocupaciones, que demostró que este personaje era un labrador que vivía en familia y que en los tiempos muertos de su explotación se empleaba en establecimientos más grandes y que, además, convivía con mujer e hijos (Mayo, Amaral, Garavaglia y Gelman, 1987).
Estas comprobaciones no eran un indicador concluyente de un nivel de vida aceptable, sin embargo, sí indicaban la posibilidad abierta a los pobladores de establecerse por su cuenta y riesgo. Pero podemos acordar que es un indicio más potente la cantidad de migrantes de otras regiones del Virreinato del Río de la Plata que se venían a la campaña de Buenos Aires en busca de mejores oportunidades para satisfacer sus necesidades, presentes en los censos. Mateo (1993, 2001), Garavaglia y Moreno (1993), Garavaglia (1993), Canedo (1993, 2000) y a partir de ellos una serie de trabajos que muestran la relevancia de las migraciones y el establecimiento de gran parte de los migrantes, luego de unos años, como pequeños productores independientes en tierra propia o ajena (Contente, 1999; Santilli, 2008; Andreucci, 2011).
Si bien estos estudios no se preguntaban por el nivel de vida de los pobladores,  abrieron la puerta para que prosperaran las indagatorias en tal sentido. Con el soporte físico de los censos de 1836 y 1838 en Buenos Aires, se trabajaron los padrones de 1839 de la contribución directa, un impuesto al capital, excelente balcón para observar la distribución de la riqueza, tanto en la ciudad como en la campaña (Gelman y Santilli, 2006); Guzmán, 2011). La novedad fue que, en la campaña, el 42% de las familias eran poseedoras de capital en tierras y/o ganado. Y más aún en la ciudad: el 68% de las familias eran propietarias. Además, el coeficiente de Gini –una de las medidas de distribución aplicables a este tipo de análisis– llegaba a 0.867 para la campaña (Gelman y Santilli, 2006, p. 83) y 0.648 para la ciudad (Guzmán, 2011, p. 60). Esos datos eran elocuentes; si bien no podemos considerarlos como un indicador de nivel de vida, sí hablan de un nivel de ingresos que permitía el acceso amplio a la propiedad o a la producción independiente.
Con posterioridad se realizaron estudios similares para otros años para los cuales había datos, tanto censales como impositivos. Así, se analizó información de los años 1789, 1855, 1867, 1895 y 1914, sobre uno de los aspectos de la distribución de la riqueza: la de la propiedad de la tierra. Con muchas limitaciones –que tienen que ver con la presentación de los datos para cada uno de los años– se ha podido establecer la siguiente representación gráfica para la campaña de Buenos Aires.

Gráfico 1: Evolución del coeficiente de Gini


Fuente: Gelman y Santilli, 2011; Santilli, 2016b; Djenderedjian y Santilli, 2017; Gelman y Santilli, 2018a.
Nota: (1) Areco, Magdalena y Pilar; (2) Arrecifes, Azul y Cañuelas; (3) Pergamino, Arrecifes, Azul y Cañuelas.

No se ha podido analizar la totalidad de las jurisdicciones de la campaña de Buenos Aires para el fin de la colonia y las postrimerías del modelo agroexportador, por falta de datos. Para el primer punto, 1789 (Gelman y Santilli, 2016), solo existen datos de tres partidos, muy importantes, por cierto –Magdalena, San Antonio de Areco y Pilar–, pero no agotan la comparación entre todo el universo. Se verifica una caída pronunciada de la desigualdad en la distribución de la propiedad en el lapso que concluye en 1839, pero no se puede asegurar que la tendencia sea continua durante esos cincuenta años. Bien pudo verificarse una subida de la desigualdad hasta algún punto antes de la revolución y luego una caída hasta 1839, o viceversa. Lo notorio es que es en ese lapso cuando se produce el despegue de la economía ganadera porteña, y que este proceso de crecimiento se habría producido en un marco de, por lo menos, mantenimiento de la desigualdad.
Para el período 1839 y 1867 se ha podido examinar la totalidad de la campaña, y lo que se percibe es un aumento continuo de la desigualdad, con un pronunciamiento de la tendencia a partir de 1855. Hemos atribuido este desempeño al mantenimiento en la primera etapa de las condiciones de supervivencia de los pequeños productores que abastecían a la ciudad y a la escasez de mano de obra, sin dejar de considerar cuestiones políticas que tienen que ver con la compleja relación del rosismo con los sectores populares y con las elites (Santilli, 2011). A partir de Caseros, esas condiciones cambiaron; en primer lugar, la legitimación del gobierno ya no pasaba tanto por la apelación al voto de las clases más bajas; y en segundo lugar, por un proceso de liberalización de mercados, de mayor disponibilidad de mano de obra y de cierre momentáneo de la válvula de escape del período anterior, la expansión de la frontera. Pero en ambos períodos es importante resaltar que, si bien la tasa de crecimiento de los propietarios fue constante, 2,8%, la de la población en su conjunto fue mayor, 4,3% anual. Una razón poderosa para explicar el crecimiento de la desigualdad (Gelman y Santilli, 2011).
Desde 1867, el análisis vuelve a ser parcial, en este caso por ausencia y también por abundancia. En primer lugar, no se ha encontrado información nominativa sobre este impuesto hasta 1914. Hay un escalón intermedio, el censo de 1895, pero una parte de la información está extraviada, por ello solo se pudieron analizar tres partidos. En cambio, en 1914 la provincia publicó tres tomos sobre la totalidad de los contribuyentes del impuesto sobre la propiedad de la tierra, que continuó a la contribución directa, con el detalle de todas las propiedades, tanto urbanas como rurales (Ministerio de Hacienda de la Provincia de Buenos Aires, 1914). Tales datos están aún en el nivel de procesamiento, dada su inmensa cantidad, aproximadamente 500.000. Mientras tanto, se han considerado algunos partidos individuales, representativos del conjunto: Azul, Arrecifes, Cañuelas y Pergamino. En los cuatro casos, la tendencia en el lapso que va de 1839 a 1914 –85 años– es la del aumento de la desigualdad; en algunos partidos más pronunciada, como Arrecifes y Cañuelas, y en otros menos, como Azul y Pergamino, a pesar de haberse verificado un incremento de la cantidad de propietarios y una disminución del tamaño de las tenencias, atribuido a la parcelación por la creación de los ejidos en las urbanizaciones. Pero el mantenimiento de la desigualdad se debe al aumento del valor de la tierra. A pesar del discurso en el sentido de que la ordenación y la legislación propuesta por el gobierno surgido de Caseros iba a producir igualdad y a desterrar los latifundios, la situación que se advierte en 1914 indica el mantenimiento, si no el incremento, de la desigualdad observada 85 años antes, aunque en algún momento de tan prolongado lapso se note alguna disminución (Santilli, 2016; Djenderedjian y Santilli, 2017).
Un trabajo posterior sobre dos partidos incorporados a partir de la expansión de la década de 1870 –Adolfo Alsina y Guaminí–, que culminará con la denominada conquista del desierto, muestra niveles de desigualdad en 1895 mayores que los de los partidos analizados de colonización anterior (Santilli, 2018b). Entonces la desigualdad es una consecuencia del sistema desplegado desde la organización nacional, que asigna la responsabilidad de la distribución al mercado.
Este deterioro continuo de la distribución puede corroborarse con un trabajo de largo alcance (1770-1880), que hace referencia a la relación entre el salario y el precio de la tierra, y que ejemplifica mejor el reparto del ingreso fundamentado en la asignación entre factores. Para otros espacios, Kevin O´Rourke y Jeffrey Williamson (2006) reflexionan que el aumento del precio del factor tierra supone un deterioro del salario, y a la inversa, si se incrementa el precio del trabajo, el terrateniente disminuye su tasa de ganancia. Es decir, un sustituto de la distribución funcional del ingreso. El gráfico siguiente muestra esa relación para Buenos Aires.

Gráfico 2: Relación salario nominal/precio de la tierra (salario peón mensual/precio por Ha en pesos fuertes)


Fuente: Gelman y Santilli (2015).

La imagen es la de un deterioro casi continuo de la distribución en detrimento del factor trabajo. Sin embargo, como indicamos en la citada investigación (Gelman y Santilli, 2015), la situación del Río de la Plata era especial, porque lo que más pesaba era la valorización de la tierra debido a su nueva utilidad como principal recurso para la producción de cueros, a partir precisamente de la independencia, momento de la gran expansión ganadera. En una primera instancia, más que de deterioro del salario estamos en presencia de un aumento del precio de la tierra, ya que la escasez de mano de obra no permitía caídas de los salarios, que, como veremos, mantenían su nivel. Es decir, el razonamiento seguido por los economistas es de aplicación en economías en las cuales la oferta de mano de obra es abundante y en las que el costo de los bienes que produce la tierra se acrecentaba con el aumento del precio de esta, un corolario de la teoría de la renta diferencial de David Ricardo. Pero en Buenos Aires, en primer lugar, la mano de obra era escasa, en la medida que abundaba la tierra no explotada, y además su principal producto, el cuero, no era consumido por los porteños, sino por compradores externos. Al contrario, el incremento de la producción generaba mayor oferta del principal componente de la canasta de consumo, la carne, como veremos.9
De modo que –y también a la luz de otras investigaciones– el acrecentamiento de la desigualdad no parece afectar el nivel de vida de los pobladores de la ciudad, medido a través de los salarios y teniendo en cuenta las limitaciones de ese tipo de medición para economías agrarias. La aplicación de la metodología ideada por Robert Allen (2001, 2009), basada en la cantidad necesarias de calorías para la reproducción individual –criticable por cierto,10 pero que sirve para tener una medida uniforme de la capacidad de compra de los salarios–, muestra en Buenos Aires una situación muy provechosa durante la primera mitad del siglo XIX. El cuadro siguiente compara ese cálculo con otras ciudades del mundo, medido a partir del salario del peón de albañil.

Cuadro 1: Welfare ratio de algunas ciudades, siglo XIX-BBB de subsistencia


Fuente: Allen, Murphy y Schneider (2011, p. 45); para Buenos Aires, Gelman y Santilli (2018b, p. 13); México, Challú y Gómez Galvarriato (2015, p. 95); Lima, Arroyo Abad (2014).
Nota: (1) Este valor ha sido tomado de Allen (2009, gráfico 2.4), pero no conocemos el valor exacto porque el autor solo muestra el gráfico (publicado en Gelman y Santilli, 2018b).

Se puede apreciar que la relación entre el salario y una canasta básica reconstruida a partir de las necesidades y de la oferta de bienes en Buenos Aires evidencia una paulatina mejora durante la primera mitad del siglo, ya que pasa de 0.7411 en 1810 a 4.71 en 1849. Es decir, a mitad del siglo, el poder de compra se había multiplicado más de seis veces, y superó ampliamente al de ciudades del Viejo Mundo, incluyendo Londres, la ciudad de mejor nivel de vida de Europa. Solo era superada por otra región americana: Massachusetts.
Un trabajo posterior (Santilli, 2018a), en el que se utilizaron registros de distintas instituciones y se elaboraron canastas para diferentes años desde la colonia hasta fines de la primera década revolucionaria, permitió corroborar en parte estas cifras y se arribó a conclusiones interesantes en cuanto a su verosimilitud.

Cuadro 2: Welfare ratio de Buenos Aires, 1796-1849. Canasta respetable


Fuente: 1796 y 1806, Sala III, 35-5-10; 1818 y 1819, Sala III, 16-9-3. Archivo General de la Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina; 1835, Gelman y Santilli (2018b).

En este caso se aplicó una canasta respetable, es decir, con la misma cantidad de calorías, pero con alimentos más caros y/o más raros en esta zona del mundo, como más harina y azúcar, o con el agregado de chocolate. La relación sigue siendo positiva en alrededor de 30%, con un inicio muy alto en la colonia y un final que lo supera en 1849, y que constituye un dibujo en “U”.12
De todos modos, hay aquí una cuestión metodológica que se traduce a partir del contexto del Río de la Plata, que es la relevancia del salario para los pobladores de la región. El salario urbano en Buenos Aires tenía una importancia relativa, dado el todavía difuso límite con la zona rural. Es muy probable que la demanda de trabajadores rurales mantuviera el salario alto, pero a su vez también, que condicionara la cantidad de asalariados; es decir, la pregunta sería cuán representativa es esta remuneración acerca de las condiciones de vida de la ciudad. Se impone entonces considerar a su vez el salario rural; pero hay aquí otro inconveniente. En primer lugar, el jornalero rural –fuera estable o temporario– recibía, además de su paga monetaria, alimentos, la carne en primer lugar, habitación o espacio donde construir su casa y, a veces, una pequeña parcela donde cultivar parte de sus alimentos o alimentar animales domésticos, además de derechos consuetudinarios, como la caza o la pesca en tierra ajena. Pero si esta reflexión ya mediatiza la importancia del salario como ingreso, tanto rural como urbano, no hay que olvidar que la abundancia de tierras explotables proporcionaba una válvula de escape a las condiciones laborales; es decir, una gran cantidad de pobladores –migrantes en su gran mayoría– podía establecerse con relativa facilidad en tierras no propias y explotarlas con mano de obra familiar.13 Está probada la volatilidad de los contratos de trabajo en la campaña del Río de la Plata, tanto desde la oferta como desde la demanda (Mayo, Amaral, Garavaglia y Gelman, 1987; Mayo, 1995; Gelman, 1998; Garavaglia, 1999). Es, por tanto, de cierta urgencia establecer una metodología que permita evaluar el ingreso de los pobladores de Buenos Aires teniendo en cuenta la producción independiente, la apropiación de recursos considerados libres en aquel entonces y el salario de trabajadores estables y estacionarios, así como de la cantidad de componentes de cada unidad doméstica que se contrataba y el tiempo que ofrecía, o que necesitaban los establecimientos.14 Una aproximación es el estudio de los diezmos coloniales, pero tienen un inconveniente, y es que en la mayoría de los años su cobro se remataba y se percibía una cifra global no desagregada por contribuyente; por ende, no hay nóminas de productores, salvo en los pocos años en que el gobierno se hacía cargo de la percepción.15
Con respecto a los ingresos globales, esta relación positiva en favor de los asalariados o de los campesinos explicaría, en primer lugar, el flujo migratorio del interior a la ciudad y a la campaña de Buenos Aires, así como –si no totalmente– en una alta proporción, así como el procedente de Europa hacia América que caracterizó a la primera globalización, flujo que se inició hacia fines de la primera mitad del siglo (Masse, 2006). Los estudios indican que el movimiento de mano de obra se produjo desde zonas de bajos salarios hacia otras con remuneraciones mayores, lo cual generó una tendencia a la convergencia del salario (O’Rourke y Williamson, 2006). Indudablemente, un ingreso más alto atraía la fuerza de trabajo y descomprimía la situación social en el viejo continente, a la vez que disminuía los costos del nuevo mundo al ampliar la oferta de mano de obra, lo que redundaba también en una baja del precio de los alimentos que América proveía a Europa.16
Pero una mejora en el ingreso no significa automáticamente una mejora en el nivel de vida. Las exposiciones de Amartya Sen y sus seguidores (Nussbaum y Sen, 1996; Sen, 2001) nos han demostrado que, además, hay que tener en cuenta la utilización que los habitantes hacían de ese ingreso. Su traducción en una mejora del nivel de vida –medida, por cierto, subjetiva– se puede encontrar en la antropometría. En efecto, la variación en las alturas de las personas a lo largo de generaciones puede indicar, en ciertas condiciones, la mejor o peor alimentación recibida durante los primeros años de vida. Esas ciertas condiciones son las que deben evaluarse cuidadosamente para determinar la validez de los datos. En primer lugar, la cantidad de datos de la misma generación, para minimizar las diferencias genéticas; en segundo lugar, la homogeneidad étnica de la población y en tercer lugar, la movilidad regional. Además, como generalmente eran las autoridades militares las que llevaban a cabo las mediciones a fin de seleccionar los datos, hay que tener en cuenta el sesgo en las tomas, dado que se podrían haber eliminado los relativos a hombres que no cubrían los requisitos mínimos de contextura física; por último, el sesgo de género, al no contemplar a las mujeres en la toma de datos.17 Algunas de las restricciones nos tocan muy de cerca en el Río de la Plata y América Latina en general, como la diversidad étnica y la movilidad horizontal. Sin embargo, a juzgar por los resultados, se ha tratado de superarlas.18 Veamos un gráfico de la primera mitad del siglo XIX.

Gráfico 3: Estimación de alturas medias, Buenos Aires, 1780-1839


Fuente: Salvatore (1998, p. 107).

Como se puede observar, los datos de bienestar medidos a través de las alturas son coincidentes con el mantenimiento del nivel de ingreso medido a través de las canastas y con cierta equidad en la distribución de la tierra, lo que haría suponer que el ascenso de este último factor repercutió positivamente en el primero. Es decir, el incremento en el ingreso fue invertido en mejorar la alimentación. Queda por averiguar si también puede notarse esta recuperación en otros aspectos del nivel de vida, como educación y salud.
En este segundo aspecto, se puede ver un reciente trabajo sobre mortalidad y esperanza de vida. La tasa bruta de mortalidad de la ciudad de Buenos Aires evolucionó como se ve en el siguiente gráfico.

Gráfico 4: Tasas brutas de mortalidad, por mil, por quinquenios. Ciudad de Buenos Aires, 1810-1869


Fuente: Dmitruk y Guzmán (2016).

Nuevamente notamos en este gráfico la mejora producida en este aspecto desde la colonia hasta mediados de la década de 1850. Desentona allí el lapso 1825-29, pero se debe a una epidemia de viruela y sarampión producida en 1829, que duplicó el número de decesos del año anterior. Vuelto a la normalidad, la tendencia siguió descendiendo, lo que indica que las condiciones para la baja se mantuvieron hasta la década indicada.
La esperanza de vida en 1827, elaborada con las tablas de defunciones y el censo porteño de ese año, muestra al nacer una edad de 28 años, a la vez que superado el primer año, la edad ascendía a 37.3; el máximo llegó, a los cinco años, a 43.5 (Dmitruk y Guzmán, 2017, p. 9), un valor comparable con datos de otras regiones del globo. En Francia, para el período 1750-59, la esperanza de vida al nacer era de 27.2; mientras que España estaba por debajo de la de Buenos Aires todavía en 1850-59, 29.8; y Rusia solo sobrepasó a la porteña en 1900 con 32.4 (Livi Bacci, 1999, p. 139).
Aún no se han calculado cifras para etapas posteriores con la misma técnica, ya que es imperioso resolver a la brevedad dificultades metodológicas como: la ausencia de fuentes similares, los archivos parroquiales y los censos o padrones completos, dada la importancia de este tipo de estudio. Sin embargo, Dmitruk y Guzmán (2016, p. 18) nos muestran datos de otros autores en los que se nota un leve aumento de la esperanza de vida al nacer hacia 1855, para reflejar luego una caída más importante en 1869, según el primer censo nacional, 26.4, y luego comenzar una espiral ascendente hasta 1914, cuando llegó a 48.6. Comparativamente, la tasa era superior a España e Italia, similar a Francia y Alemania y superada por cinco o más años por Inglaterra, Holanda y Suecia; este último país mostraba el guarismo más alto de Europa, 57.3 (Livi Bacci, 1999, p. 139).
En vista de este panorama, todas las metodologías parecen indicar que el lapso que va desde la etapa tardocolonial a mediados del siglo XIX significó, para la población de Buenos Aires, una mejora paulatina de su nivel de vida, medido desde diversos ángulos. Se nota un incesante crecimiento poblacional, con una tasa del 3,67% anual entre 1815 y 1855 (Moreno y Mateo, 1997, p. 41), que llegó al 4.6 entre 1839 y 1855, y que acompaña además a un incremento continuo de la cantidad de propietarios, a razón de 2,8% anual en el mismo período (Gelman y Santilli, 2011, p. 179), y con un indudable crecimiento económico que por ahora solo es medido a través de las exportaciones de productos pecuarios por el puerto de Buenos Aires, que crecieron en pesos fuertes a razón del 4,6% entre 1814 y 1844, y del 6,5% entre 1834 y 1844 (Rosal y Schmit, 2004). Entonces, el crecimiento económico se transmutó en una mejora real del nivel de vida de los pobladores. Esto nos lleva a otra discusión; ¿es posible el incremento económico manteniendo el nivel de vida y sin deteriorar la desigualdad; es decir, crecer distribuyendo mejor sus beneficios? También, si estos resultados fueron consecuencia de la acción del mercado, dentro de las denominadas leyes de la economía o, por el contrario, provocadas por fuerzas no económicas, como la acción del Estado. No es este el espacio para adentrarnos en esa discusión,19 que desata controversias filosóficas y morales además de las consabidas y necesarias cuestiones de la teoría económica.

El predominio del modelo agroexportador

Más allá de algunos adelantos parciales y en algunos aspectos, como la propiedad de la tierra y la relación entre salario y precio de esta (que expuse en apartados anteriores), no hay prácticamente estudios encarados desde las metodologías utilizadas en la primera mitad del siglo que se hayan aplicado a la segunda mitad, salvo para otras regiones de la actual Argentina, de las que no me voy a ocupar, como ya expliqué.20 Existen estudios parciales sobre algunos aspectos que servirán, en trabajos ulteriores, para establecer un panorama del nivel de vida de los habitantes de la provincia. La preocupación de los investigadores ha recaído en el salario real. Pero todos los trabajos se han reducido al espacio de la ciudad de Buenos Aires, que ha comenzado a cobrar una importancia superlativa en la capacidad de demandar mano de obra (Sabato y Romero, 1992).
El trabajo más actual sobre el salario real durante la segunda parte de mi periodización fue realizado por Martin Cuesta (2012), quien ponderó con salarios urbanos de peón de policía, enfermero, portero y maestranza. El autor construyó una canasta de productos basada en apreciaciones de 1892 de Alfredo Palacios –político socialista–,  compuesta por: trigo y/o pan 27%, maíz 7%, carne 28%, vino 5%, azúcar 3%, alquiler 20% y ropa 10% (p. 166). Se puede discutir si esa canasta es válida para todo el período 1850-1914. Veamos qué se evidencia en los gráficos que se exponen a continuación.

Gráfico 5: Evolución del salario real, 1850-1914 (base 1850=100)


Fuente: Cuesta (2012, pp. 168, 170).

Puede apreciarse que desde los primeros años de la década de 1850 hasta fines de la siguiente se prolonga una tendencia al aumento, pero vuelve a caer hasta llegar al mismo nivel que había alcanzado en 1850 hacia fines de los setenta. A partir de 1880 se nota una tendencia al incremento continuo hasta mediados de la primera década del nuevo siglo, que se estabilizó con posterioridad.
El trabajo de Cuesta, además de ser el de más reciente publicación, es el único que cubre todo el período. Los datos de Roberto Cortés Conde (1979), durante mucho tiempo la única fuente recurrente de muchos análisis salariales, cubre el período 1882-1912. Se parcializa en diferentes categorías de trabajadores y en algunos casos los de Cuesta coinciden, aunque la canasta de Cortés Conde parece más simplificada, entre otras razones porque no descompone algunas variables, y consta de: alimentos 50%, vivienda 20%, vestidos 15% y varios 15% (p. 225). El resultado es entonces ligeramente diferente al de Cuesta.

Gráfico 6: Evolución del salario real s/Cortés Conde (base: 1882=100)


Fuente: Elaboración propia basada en Cortés Conde (1979, pp. 226-228).

En primer lugar, se observa similitud en las curvas, entre todo tipo de salarios. Puede verse además que el ascenso es más limitado que en la imagen anterior, donde suben más de dos veces en el lapso indicado; en este caso, la suba no llega al 100%, y cuando lo supera, en 1899, luego retrocede.
Otros análisis sobre salarios no pueden compararse con estos. Por ejemplo, el de Arroyo Abad (2008) no proporciona los valores, solo muestra en sus cuadros una evolución del salario comparado con la renta de la tierra o con los términos del intercambio; y el de Correa Deza y Nicolini (2014), si bien se ocupa de los salarios en el período indicado, presenta escasos datos sobre Buenos Aires como para poder compararlos.
Un estudio reciente de Arroyo Abad y Astorga (2017) muestra un índice de Gini elaborado con los datos publicados por Cuesta y Cortés Conde ya mencionados que revela una caída del mismo en el lapso 1860-1890, que revierte la tendencia y demuestra un incremento de la desigualdad hasta el final del período.
Estos datos entonces parecen indicar que, por lo menos en el momento de mayor esplendor del modelo –1880-1914–, el nivel de ingreso urbano de los pobladores de Buenos Aires, medido a través del salario real, habría mejorado notablemente. Sin embargo, ya hemos mencionado que esto no significa necesariamente una mejora en el nivel de vida; ni siquiera en la cantidad de alimentos ingeridos. Y como demuestran Arroyo Abad y Astorga, la desigualdad en ingresos se incrementó, al mismo tiempo que aumentaba la de la propiedad de la tierra, como ya demostré. Pero sí estimamos que las variaciones en las alturas de las personas es un índice más elocuente del destino dado a los ingresos a pesar de todos los reparos que genera en Buenos Aires dada la magnitud de las migraciones.21 Salvatore (2006) ha trabajado esos datos tomados de diversos repositorios. Veamos gráficos de sus investigaciones.

Gráfico 7: Altura media de reclutas, ciudad de Buenos Aires, 1855-1900


  Fuente: Salvatore (2006, p. 14).

En el momento en que los salarios reales estuvieron estancados, las alturas se incrementaron, al igual que en el período iniciado en 1880, que coincide con una mejora en la distribución del ingreso, según Arroyo Abad y Astorga.

Gráfico 8. Altura de reclutas, ciudad de Buenos Aires, 1901-1935


Fuente: Salvatore (2006, p. 19).

Cuando Argentina era el granero del mundo por antonomasia –1900 a 1915–, las alturas decrecían. Es decir, los niños que nacían en ese lapso llegaban a los 20 años con menor altura. En primera instancia, esta comprobación nos permitiría confirmar rápidamente la propuesta de Amartya Sen acerca del destino de los ingresos de estos trabajadores. Es decir, los trabajadores de Buenos Aires no habrían invertido estas mejoras en los ingresos en su nivel de vida, por lo menos en el plano alimentario. Es cierto que una buena parte de los trabajadores provenientes del otro lado del Atlántico, una vez concluida la labor para la que habían venido, se volvían a su país de origen, se trata de aquellos que conocemos como trabajadores golondrinas (Devoto, 2003). Al tener como proyecto el retorno a Europa, el grado de autoexplotación habría sido mayor, por lo cual si pudiéramos medirlos y agregarlos a los datos de Salvatore el resultado podría ser aún más desalentador. En definitiva, el trabajador golondrina acumulaba antes que gastar en mejorar su nivel de vida, y esto le serviría para mejorar el nivel de vida de sus hijos en Europa.
Así, los trabajos parciales sobre la segunda mitad del siglo XIX indican, prima facie, una mejora final en el nivel de ingresos acompañada por un mantenimiento de la desigualdad en la distribución de la propiedad (gráfico 1) y del ingreso, y por un empeoramiento del nivel de vida hacia el final. Claro que para este lapso faltan más estudios que permitan concatenar los datos con la primera mitad, sobre todo aplicando la misma metodología y con fuentes similares. La complejidad creciente de la sociedad atenta contra la factibilidad del tipo de estudio efectuado para la etapa previa. Pero también se dispone de mayor cantidad de datos y de mejor calidad; la información de esperanza de vida obtenidos desde los primeros censos nacionales, los que pueden lograrse en el estudio de la alfabetización, el monumental trabajo que puede hacerse con la distribución de la propiedad de la tierra a partir del censo de contribuyentes de 1914 ya citado proporciona buenas expectativas. Asimismo, es necesario avanzar con el nivel de ingreso desde la colonia, teniendo en cuenta no solo los salarios, tanto urbanos como rurales, sino los ingresos alcanzados de forma independiente, como los del pequeño productor, y los obtenidos por otros medios, incluyendo subsidios o ingresos indirectos.

Conclusiones provisorias

La vitalidad de la materia que nos ocupa hace que las conclusiones que pueda ofrecer sean, como reza el título, provisorias. Provisorias porque la velocidad de aparición de nuevos estudios hace que muy pronto cualquier estado de la cuestión se añeje. Además, esa misma celeridad hace temer que se haya dejado afuera muchos trabajos que deben ocupar un lugar en este resumen. Justamente es la actualidad del tema la que empuja los estudios que se acumulan y que además se complejizan. Sobre todo, los trabajos acerca de los últimos cincuenta años elaborados por sociólogos y economistas.22
He dicho que me iba a ocupar de cuatro aspectos que consideraba inseparables: reflexiones sobre la práctica profesional, la historiografía del período, la evolución histórica de la desigualdad y las desigualdades historiográficas.
El primer aspecto implica una introversión acerca de por qué nos abocamos a estudiar la desigualdad y el nivel de vida, en mi caso, en el siglo XIX. Con Jorge Gelman comenzamos a trabajar en el tema en 1999, y nuestra primera investigación fue presentado en el marco del Congreso Mundial de Historia Económica que se celebró en Buenos Aires en el Hotel Hilton en el año 2002. El desarrollo de la economía desde el advenimiento de las políticas neoliberales tuvo como consecuencia funesta la virulenta crisis económica y política cuya eclosión se produjo en diciembre de 2001. Ese proceso fue, para nosotros, el disparador del interés por estudiar la desigualdad en la historia, la que veíamos reproducida al infinito durante la década de 1990, de forma incremental a medida que se acercaba el preanunciado fin del proceso. Con perdón por la autorreferencia, es evidente que mi caso –nuestro caso, incluyendo a Gelman– no es excepcional. La conformación del equipo que él dirigió es evidentemente un signo de esta reflexión.23 Además, la proliferación de estudios sobre otros períodos indica una toma de conciencia acerca de la necesidad de estos trabajos. Bienvenida la irrupción de la actualidad en la ciencia histórica, de la que parecía haberse retirado hace algunas décadas.
En el aspecto historiográfico, el balance que presento sobre el largo siglo XIX revela que se ha avanzado mucho, a pesar de las deficiencias de las fuentes, en el análisis de finales del siglo XVIII y la primera mitad del XIX en lo que respecta a la distribución de la riqueza, a la desigualdad y al nivel de ingresos. En este aspecto se ha probado con el diezmo, como expliqué en el apartado correspondiente, pero si bien es un avance, cubre muy pocos años y no todas las regiones. Asimismo, hay que encontrar modos de inspeccionar la materia para etapas en las que el diezmo desapareció.
Las deudas historiográficas del lapso que se inicia con la ascensión del liberalismo y el esplendor del modelo agroexportador, a pesar de lo fundamental que se la percibe para el desarrollo de Argentina, son mayores. Se puede decir que los historiadores del período se han dedicado a ver temas estructurales, la macroeconomía, y han prestado muy poca atención al modo en que se desarrollaba la vida de los pobladores del común. Pero no es un inconveniente para que aquellos que nos ocupamos de la primera mitad vayamos ingresando en la segunda aplicando la misma metodología que usamos para la primera. Los datos sobre desigualdad en la distribución de la tierra han sido elaborados siguiendo esas pautas, aunque la información con que se cuenta se presenta diferente. Pero sería más eficaz que los historiadores económicos que conocen mucho mejor la etapa se implicaran más en esta investigación. Por supuesto, hay que hacer honrosas excepciones.
He presentado un resultado provisorio interesante para la distribución de la propiedad de la tierra; muestra un alto grado de desigualdad a fines de la colonia, que descendía hacia 1839, con posterioridad evidencia un lento ascenso, acelerado a partir de 1855. De modo que hacia 1914 la desigualdad era tan alta como al inicio, en la colonia. Claro que el significado de la propiedad de la tierra y su explotación habían cambiado totalmente. De un agregado patrimonial que concedía principalmente estatus, a capital productivo por excelencia, de ganadería extensiva a producción agropecuaria más intensiva, de ocupantes más o menos legales a propietarios y arrendatarios, entre otros factores. El avance sobre los datos de 1914, que el equipo está procesando, podrá arrojar más luz a este período tan importante.
También se ha avanzado bastante con el nivel de vida, por medio de la conformación de canastas utilizando metodología internacional para poder comparar. Falta aún construir una canasta real, es decir, una que incluya la cantidad de calorías que se ingerían por persona y no la canasta mínima con la que trabajamos actualmente, reconstruida con porcentajes. Los registros estudiados hasta la fecha no permiten deducir la cantidad de personas que se alimentaban con las compras de alimentos que detallan los libros de contabilidad. Los datos así especificados proporcionarán, casi con seguridad, un consumo superior al considerado.
Pero aún falta avanzar con esta metodología sobre la segunda mitad del siglo. Como se vio, hasta ahora se ha conseguido elaborar series de salarios nominales y reales, pero con canastas de consumo elaboradas con otra metodología, por lo cual no se pueden concatenar.
De todos modos, se vislumbra una mejora en el nivel de ingresos después de una caída importante entre la colonia y la primera etapa independiente, mejora que se hace muy importante a mediados de la década de 1840. La imposibilidad de relacionar las dos series nos impide entender si el estancamiento del salario real en la década de 1850 significó además una caída. Hacia el final del período, el salario real se duplicó con respecto a 1850.
Sin embargo, los altos niveles de desigualdad en cuanto a la propiedad de la tierra hacen pensar que la desigualdad en la distribución del ingreso se incrementó desde 1830. Una estimación grosso modo de Roy Hora (2007) presenta una distancia entre el ingreso de los más ricos y el de un asalariado de 933 veces en torno a 1914; es decir, un rico percibía un ingreso casi 1000 veces superior al de un obrero o jornalero.
Por último, la antropometría brinda datos muy interesantes, sobre todo para evaluar cómo se aplica ese respetable ingreso que debería mostrar un nivel de vida también halagüeño. En ese sentido, los datos coinciden con los que arrojan los métodos descriptos. De todos modos, creo que la antropometría necesita más cultores que amplíen los resultados mostrados por Salvatore.
En cuanto al último punto de mis reflexiones inescindibles, los estudios sobre provincias y regiones están aún en un punto inicial, en especial para la primera mitad del siglo. Es elocuente que en el libro que compiló Gelman (2011), El mapa de la desigualdad –que es una buena radiografía de la materia en toda la Argentina del momento–, solo haya un trabajo sobre el interior (Córdoba) para la primera mitad del siglo XIX (Gelman y Santilli, 2010), y no tiene continuidad porque no hallamos más fuentes del mismo tipo para la provincia. Evidentemente, la desigualdad en la disponibilidad de fuentes es una realidad con la que los investigadores del interior chocan a la hora de encarar este tipo de estudios. Y no solo porque no existen, sino también por la organización deficiente de los archivos históricos. El desánimo entre los jóvenes historiadores cunde; es muy difícil reclutar nuevos cultores de historia económica para el período con ese grado de dificultad, que parece insalvable. No es tan desalentadora la realidad de la segunda mitad, ya que hay más fuentes, aunque nunca del nivel de Buenos Aires y con preponderancia en las provincias que lograron un despegue económico más temprano: Santa Fe, Tucumán, Mendoza, Córdoba, que lograron organizar sus Estados con bases más firmes. De todos modos, los integrantes del equipo dirigido por Gelman y que trabajan en el interior resaltan la desigualdad de recursos, tanto materiales como humanos. Una realidad que debe superarse y ser motivo de reflexiones en la inversión y el tipo de historiadores que se forman.
También es una deuda de la historia económica como ciencia la uniformidad de los resultados, la realización de trabajos que se puedan comparar a pesar de la diferencia en cuanto a fuentes. Se nota en la historia, como también en otras ciencias sociales, la compartimentación de temas, regiones, etapas, sin la debida preocupación por la compatibilización de los datos, para poder construir visiones de largo alcance a nivel nacional.
Otro aspecto del desarrollo desigual en el tema es el todavía escaso interés que despierta la desigualdad horizontal –género, etnia, generación, nacionalidad, etc.–. Claro que se puede decir que todas estas desigualdades están atravesadas por la principal: la de clase, la económica. Además, si es difícil asirla en la actualidad, más complicado resulta para el siglo XIX. Tal vez donde más se podría avanzar es en la desigualdad étnica o racial, pero aún no fue observado con el herramental y los objetivos que se proponen en este artículo.
Por último, deseo hacer notar que mi intención no es otra que hacer un llamado de atención para motivar a los investigadores a que completen los espacios, los temas y las épocas que aún faltan en el análisis. Que podamos contribuir en alguna medida, aunque sea modesta, en lo que parece estar empeñada una buena parte de la humanidad: vencer realmente a la desigualdad (Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL–, 2010, 2016). Y también a convencer a otra parte de la humanidad de que la lucha contra la desigualdad no es una quijotada.

Notas

1Agradezco a María Paula Parolo, Tomás Guzmán, Juan Luis Martirén y Carina Frid los comentarios efectuados a una versión previa de este trabajo presentado en el marco de las XIV Jornadas Argentinas de Estudios de Población, celebradas en Santa Fe del 20 al 22 de septiembre de 2017. Asimismo, agradezco la atenta lectura que hizo Jorge Gelman.

 2Cito los ya trillados textos de Taylor (1985); Thompson (1989); Ashton (2009); Hobsbawm (2009). Un estado de la cuestión en Escudero (2002).

3A pesar del descenso de la desigualdad en China, que parece hacer disminuir este flagelo en el mundo entero, en el mundo occidental, globalmente, prosigue el ascenso que comenzó en los ochenta.

4Por supuesto no son los únicos que se dedican a analizar de este modo la economía argentina, entre ellos los sindicales –CIFRA– o los oficiales del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social –MTESS– y del Instituto Nacional de Estadística y Censos –INDEC–.

5El llamado modelo agroexportador se inició en Buenos Aires en la primera mitad del siglo XIX, a partir de la expansión ganadera, a diferencia de la comúnmente extendida versión que determina su nacimiento en la segunda mitad. Debo esta reflexión a Gelman en charlas personales.

6En mi opinión, la ISI y la IDE pueden considerarse sucesivas en el caso argentino.

7Este coeficiente es el de la riqueza total, tierra y ganado; si consideramos solo la propiedad de la tierra, el nivel se ubica en 0.89.

8Recordemos que el coeficiente de Gini indica la absoluta desigualdad igual a 1, y la perfecta igualdad, al 0.

9 Un reciente trabajo de Leticia Arroyo Abad y Pablo Astorga (2017) muestra, para el período 1850-1900, una tendencia similar en la relación renta de la tierra y salario.

10 Una vista rápida de las innumerables críticas en Dobado González (2015) y Humphries (2011). En nuestro caso se puede ver Gelman y Santilli (2018b) y Santilli y Gelman (2016).

11 Es probable que este tan bajo nivel de 1810 esté muy influenciado por problemas coyunturales y no se sostenga en una comparación con años inmediatamente previos o posteriores. De todos modos, su variación no modificaría las conclusiones presentadas.

12 Si bien a efectos comparativos internacionales se ha aplicado el salario del peón de albañil, y que para el caso de Buenos Aires era medianamente representativo del salario que se pagaba por mano de obra no calificada en la actividad privada, es dudoso si esa paga puede ser representativa en cualquier otra ciudad, ya que puede suponerse que la remuneración estaba en relación con su demanda, amparada en una necesidad de construcciones que hablaría de cierta prosperidad de la ciudad en cuestión. Por supuesto es el caso de Buenos Aires, que estaba en la época en crecimiento continuo (Guzmán, 2011), Un trabajo presentado en las últimas Jornadas de Historia Económica confirma ese incremento del salario nominal (Guzmán, 2018).

13Una reflexión sobre la salarización en Buenos Aires en Djenderedjian y Martirén (2015; 2016).

14 Sobre la composición del ingreso familiar puede verse el texto de Garrabou y Tello (2002), que incluye una fórmula para evaluar los componentes de dicho ingreso.

15 Se ha publicado un trabajo sobre la producción de los pequeños productores a través de la percepción del diezmo. Gelman y Santilli (2017).

16 Con respecto a la distribución funcional del ingreso, hemos realizado un trabajo junto a Luis Bértola para 1839-67 en el cual se muestra, entre otras cosas, que el aumento paulatino de la DFI en favor del factor trabajo no significó una mejora individual de la distribución sino la presencia de mayor cantidad de asalariados en la economía, es decir la aceleración de la proletarización Bértola, Gelman y Santilli, (2015)

17 Aportes metodológicos en Komlos y Baten (1998); Martínez Carrión (2002); Meisel y Vega, (2006); Salvatore, Coatsworth y Challú (2010). Los autores además explican que ciertos sesgos, como la discriminación militar por contextura física, pueden ser salvados con instrumentos estadísticos y matemáticos. Una aplicación de largo alcance para el caso español en los trabajos de José Miguel Martínez Carrión, en especial 2016 y 2017. Una reflexión sobre la posibilidad de sortear algunos problemas de la movilidad en Linares-Luján y Parejo-Moruno (2016).

18 La aplicabilidad de esta metodología es fuertemente discutida en cada sesión en que se presenten trabajos basados en ella. Los datos obtenidos aún no logran el suficiente consenso en la historiografía argentina.

19 Se puede ver Esping-Andersen y Palier (2010), Lindert (2011), y entre nosotros Lo Vuolo ,(2009) y Acuña, (2014), entre muchos otros.

20 Análisis sobre esos otros espacios en Gelman (2011), en el dossier que he compilado (2016a) y en artículos individuales publicados por investigadores integrantes del equipo que dirigió Jorge Gelman.

21 Nuevamente, las reservas que se plantean tienen que ver con la movilidad horizontal y las diferencias étnicas, ahora modificadas por los inmigrantes, que ya se reproducían en nuestro país. Si se pudiera discriminar la categoría hijos de inmigrantes para evitar las influencias étnicas, tal vez los resultados serían más seguros. Así como el autor pudo diferenciar datos por el origen por provincia de los individuos, debería hacerse lo mismo con los hijos de inmigrantes europeos, aunque en esa distinción provinciana la tendencia que muestra Salvatore (2004) es similar.

22 He trabajado el desarrollo de los estudios durante el siglo XX y lo que va del XXI en mi ponencia presentada en las últimas Jornadas Argentinas de Estudios de Población organizadas por la Asociación de Estudios de Población de la Argentina (AEPA), a las que ya me referí.

23 Producto de este equipo es El mapa de la desigualdad (Gelman, 2011).

 

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Recibido: 04 de junio de 2018.
Aceptado: 07 de septiembre de 2018.