DOI: http://dx.doi.org/10.19137/qs.v22i1.1323

ARTÍCULOS

 

Los “enemigos” de la tradición. Los detractores del gaucho en la coyuntura de su oficialización como arquetipo nacional argentino (1939-1944)

The “enemies” of tradition. The gaucho opponents at the juncture of his formalization as Argentine national archetype (1939-1944)

 

Matías Emiliano Casas1

 

Resumen: En el contexto de la institución del Día de la Tradición en la provincia de Buenos Aires -que se celebró por primera vez en 1939- y en su posterior nacionalización, circularon discursos que discutieron la filiación del gaucho con la “argentinidad”. Periodistas e historiadores esbozaron interpretaciones particulares que fueron rápidamente contestadas por tradicionalistas y funcionarios. Este artículo explora una perspectiva poco atendida en los estudios sobre la consagración del gaucho como símbolo nacional: las voces de disenso que confrontaron su pertinencia, para señalar quiénes se colocaron a la vanguardia de la desacralización del gaucho; en qué fundamentos se sustentaba la calificación de “gauchofóbicos”; cuáles fueron los límites que evidenciaron esas narrativas; cómo afectaron a la extensión del consenso sobre la “tradición gaucha argentina”; y qué alternativas proponían ante la confirmación del gaucho como “tipo nacional”. Estos son los lineamientos que sigue este trabajo. Las conferencias, las publicaciones escritas, las crónicas periodísticas, la correspondencia privada y la literatura de desagravio que se promovió desde el ámbito tradicionalista permiten un análisis riguroso de esas disputas.

Palabras clave: Tradición; Gaucho; Detractores; Polémicas; Argentinidad.

Abstract: In the context of the creation of the Day of Tradition in the province of Buenos Aires, which was set up for the first time in 1939 and in its further nationalization, discourses circulated as to the gaucho affiliation with the so called “argentinidad” (Argentinity). Reporters and historians sketched a variety of interpretations that were rapidly retorted by traditionalists and public officials. This article explores an underestimated perspective in the studies on the gaucho consecration as national symbol: the dissenting voices that argued this belief, to point out who placed at the forefront of the desecration (demystification) of the gaucho; on what grounds the qualification of “gauchophobic” was sustained; what were the limits that those narratives shows; how they affect the extent of the “Argentine gaucho tradition” consensus; and what alternatives were proposed against the confirmation of the gaucho as “national type”. The latter queries are some of the guidelines intended to unveil in the development of this work. Conferences, written publications, newspaper columns, private correspondence and vindication literature promoted from traditionalist spheres allow a thorough analysis of these disputes.

Key words: Tradition; Gaucho; Opponents; Controversies; Argentinidad.

 

Los “enemigos” de la tradición. Los detractores del gaucho en la coyuntura de su oficialización como arquetipo nacional argentino (1939-1944)
Introducción

La entronización del gaucho como símbolo de la identidad nacional argentina ha ocupado la atención de historiadores, sociólogos y antropólogos en distintos períodos. La construcción del mito, la proliferación de su literatura, la utilización política de su figura, la funcionalidad para la industria cultural y las modalidades de asociacionismo que se gestaron en torno al universo gauchesco, se han constituido como objeto de estudio de numerosas investigaciones.
La configuración mitológica del gaucho se emparentó directamente con las producciones literarias decimonónicas que pretendieron definir los caracteres del campesino pampeano. En ese sentido, dos estudios publicados en 1988 marcaron un antecedente insoslayable para todos los trabajos que se concentraran en esos tópicos. Adolfo Prieto (1988) puso énfasis en la emergencia de la literatura criollista que acompañó el proceso de modernización del Estado y la incorporación de un nuevo público lector hacia fines del siglo XIX. Ese criollismo, de corte popular, se alimentaba de la circulación de folletines con historias de gauchos, generalmente payadores y matreros. Eduardo Gutiérrez (1882), apoyado en las crónicas policiales de la época, expandió la fama del gaucho Juan Moreira, que se vio incrementada a partir de las representaciones teatrales de la compañía circense Scotti-Podestá. La “moreirización” de la sociedad activó las alarmas de la cultura letrada que, replegada en sí misma, propició contener el avance con una recurrente condena a ese tipo de lecturas.
El libro de Josefina Ludmer El género gauchesco, un tratado sobre la patria (1988) pone en escena el uso letrado de la cultura popular, en particular en obras del género gauchesco. La referencia remite a la utilización de las costumbres, creencias, folklore y ritos de los sectores subalternos, como el gaucho, desde las plumas citadinas. De ese modo, los escritores no solo tomaban prestada la voz del gaucho y se pronunciaban en nombre de él, sino que el mismo género definía la semántica del término “gaucho” y procuraba ligarlo hacia la militarización y/o la legalidad de acuerdo con el momento particular. Así, la autora confirma al Martín Fierro de José Hernández −en especial, la segunda parte− como el gran texto didáctico de la literatura argentina. Allí, el gaucho discierne claramente entre legalidad e ilegalidad y promueve una serie de consejos que permiten inferirlo reconciliado con su sociedad contemporánea.
La literatura gauchesca motorizó diferentes representaciones del gaucho. En el contexto de publicación de ambos estudios, un grupo de reconocidos historiadores debatieron más sobre la existencia “real” de los gauchos en las llanuras pampeanas finiseculares que sobre las resignificaciones de su figura. Entre Carlos Mayo (1987), Samuel Amaral (1987), Juan Carlos Garavaglia (1987) y Jorge Gelman (1987), dilucidaron las condiciones económicas y sociales de la campaña para poner de relieve las “confusiones” promovidas desde el campo literario. En efecto, en trabajos posteriores, Gelman (1995) remarcó la inexactitud de las interpretaciones esbozadas desde la literatura en cuanto a la emergencia del tipo gaucho y las grandes estancias que, de acuerdo con sus investigaciones, definirían el escenario pampeano recién a comienzos del siglo XIX.
Lo cierto es que, más allá de las correspondencias con la realidad, la literatura se sedimentó como la usina principal para la sacralización del gaucho. La intervención de Leopoldo Lugones, en 1913, que reinterpretó el Martín Fierro como un poema épico, para luego consagrarlo frente a la oligarquía porteña que vitoreaba con aplausos sus conferencias, fue crucial para la ligazón del gaucho con la identidad nacional (Olea Franco, 1990; Hermida, 2015). A partir de ese “redescubrimiento” −ciertamente matizado por estudios como el de Fernando Devoto (2002)−, la pertinencia de la figura del gaucho como emblema nacional sería puesta en cuestión una y otra vez. La encuesta difundida desde la revista Nosotros, que inquiría a diferentes intelectuales sobre las consideraciones de Lugones y el valor del poema hernandiano, presentaba una heterogeneidad de opiniones que, incluso, llegaron a desestimar la riqueza estética y simbólica del Martín Fierro.2
Como se verificó en los años contiguos al Centenario de la Revolución de Mayo, la funcionalidad del gaucho significaba más un problema abierto que una certeza acabada. Sin embargo, los sectores dirigentes reconocieron allí una posibilidad antes insospechada: apuntalar el esteticismo, la forma y lo simbólico de los cantos del gaucho Fierro les permitía diluir el contenido altamente denunciante del poema y encontrar un vector de cohesión para las clases populares. Un gaucho edulcorado, dispuesto al arado y al trabajo como peón, fue ganando terreno para constituirse como la representación más evocada. Esa resignificación, abonada por la literatura con la aparición de Don Segundo Sombra (Güiraldes, 1926), resultó la vía de acceso central para las “apropiaciones estatales” del gaucho que comenzaron a diseñarse durante la década del treinta (Cattaruzza y Eujanian, 2003). En Las metamorfosis del gaucho (Casas, 2016) se ha señalado la vinculación entre el ámbito político y los centros tradicionalistas que proliferaron durante ese período. Las agrupaciones, que evocaban la tradición rural como bastión de la nacionalidad, azuzaron la identificación de lo gauchesco con la argentinidad.
La oficialización del gaucho, cristalizada en la concreción de monumentos, museos y festividades, quedó plasmada hacia finales de ese decenio. El aval estatal parecía cerrar las divergencias y consolidar una representación heroica de esta figura, que la equiparaba con la de los próceres patricios de la independencia. Empero, como advierte Raúl Fradkin (2003), el arquetipo mítico del gaucho constituye un proceso abierto, “jamás cerrado”. Así lo denunciaban voces solitarias que se lamentaban por un “gaucho zarandeado y tironeado”, a merced de la puja entre “gauchófilos” y “gauchofóbicos” (Ivern, 1949; Aparicio, 1953).
Este artículo se concentra en una perspectiva olvidada por los trabajos que se abocaron a estudiar la consagración del gaucho: las voces de los detractores. Se considera que analizar los discursos que se opusieron a su función como arquetipo identitario para la nación, posibilita encontrar una narrativa común que pervivió -aun con dificultades y limitaciones- en el contexto de mayor efusión de esta figura. Indagar la procedencia, la composición y la circulación de esas voces visualiza, también, la progresión en las respuestas de los tradicionalistas que fueron incorporando adhesiones y ganando espacios en lo que consideraron una “cruzada” en defensa del gaucho.
¿Quiénes se colocaron a la vanguardia de la desacralización del gaucho? ¿En qué fundamentos se sustentaba la calificación de “gauchofóbicos”? ¿Cuáles fueron los límites que evidenciaron esas narrativas? ¿Cómo afectaron a la extensión del consenso sobre la tradición gaucha argentina? ¿Qué alternativas proponían ante la confirmación del gaucho como “tipo nacional”? Esos interrogantes son algunas de las inquietudes que se proyectan develar en el desarrollo de este trabajo. La trascripción de conferencias, las publicaciones escritas, las crónicas periodísticas y la literatura de desagravio que se promovió desde el ámbito tradicionalista permiten un análisis riguroso de las disputas en torno a la temática.
La atención sobre los discursos disidentes pone de relieve una mirada particular -e incómoda- sobre la ligazón entre la llanura pampeana y la identidad nacional. Quienes se concentraron en desarticular la exaltación del gaucho buscaban resaltar lo que Eric Hobsbawm (1983) calificaría como el carácter inventado de las tradiciones. En efecto, la faceta ficticia que resalta el autor en su análisis se imbricaba en los relatos construidos por los tradicionalistas que pretendían colocar al gaucho en el centro de la historia nacional. El recorte establecido involucraba una serie de elecciones –y de omisiones- que convocaron la atención de los “detractores” en los intentos de deconstruir esa narrativa.
Randall Collins (1995) teoriza sobre los mecanismos del “antitradicionalismo” como corriente de oposición a perspectivas cristalizadas. Si bien se concentra en las teorías sociológicas y focaliza su estudio al campo disciplinar erudito, determinadas conceptualizaciones resultan funcionales para pensar la metodología implementada por los “enemigos” del gaucho. El autor destaca, como principio de oposición primario, la adopción de un posicionamiento historicista que fija particular atención en los contextos de producción de los relatos y, por lo tanto, se ocupa de desarticular las simplificaciones y generalidades. En ese sentido, los críticos que serán reseñados en este artículo adoptaron una postura centrada en la denuncia de las incongruencias históricas y las ansias expansivas de la “tradición pampeana” que, al calor de las intervenciones oficiales, avanzaba en su pretendido carácter nacional.
El recorte cronológico ensayado aquí se corresponde con la pretensión de indagar los discursos disidentes en la coyuntura de la institucionalización del Día de la Tradición. A partir del 10 de noviembre de 1939, en conmemoración del natalicio de José Hernández, se celebró la tradición campera materializada en la figura del gaucho. Primero en Buenos Aires y luego en todo el país, así, el arquetipo se iba expandiendo, articulando y sincretizando con componentes regionales heterogéneos. En ese tránsito, los cuestionamientos y, sobre todo, las reacciones organizadas, permitieron visualizar los niveles de consenso existentes sobre este personaje como emblema de la nación. Además, la periodización, en tanto se extiende hasta 1944, habilita el estudio de las disputas en contextos políticos opuestos. En ese sentido, favorece el reconocimiento de líneas de continuidad -o de ruptura- en torno a la temática en debate.

La “pluma traviesa” de Salvador Merlino

En julio de 1939, ante los debates legislativos para instituir el Día de la Tradición en la provincia de Buenos Aires (Casas, 2012), el periódico Noticias Gráficas publicó un artículo titulado: “El argentino y la ficción literaria del gaucho”. El autor era Salvador Merlino, un escritor abocado al estudio de la literatura que contaba con una serie de publicaciones focalizadas en poemas y breves cuentos.3 Era un asiduo colaborador del periódico y, como bien anticipaba el título, ante la inminente entronización del gaucho, ensayó su crítica más contundente.
El foco del cuestionamiento radicaba en la negación del gaucho como una entidad real. Las funciones simbólicas que estaban atravesando sus homenajes lo reducían, según el autor, a “ficción pura”. Las experiencias personales de Merlino habrían sustentado la confirmación de la inexistencia del gaucho. En su artículo, aseguraba que nunca lo había visto y atribuía su creación a la imaginación de los escritores citadinos: “El gaucho convencional ha ido de la ciudad al campo. Desde los versos de Hernández y Ascasubi hasta los de Julio Díaz Usandivaras”.4 El último autor responsabilizado recogió la acusación y esbozó una respuesta pública desde las páginas de la revista Nativa.
En la revista -que condensaba los intereses “gauchescos” y que se había consolidado, en parte gracias a las gestiones de su director, Julio Díaz Usandivaras, como la máxima referencia del ambiente criollo- se publicó un editorial para refutar la inexistencia del gaucho, la degeneración de la gramática a partir de la literatura gauchesca y la supremacía de la ciudad por sobre el campo en menesteres autóctonos y tradicionales. Esos eran los tres puntos centrales aseverados por Merlino que habían calado profundo y provocado la reacción casi inmediata.
Para comenzar su refutación, Díaz Usandivaras acudió a la vieja disputa promovida por la señalada encuesta de la revista Nosotros: “¿Por qué los que no conocen al gaucho no lo dejan, al menos, tranquilo?”. Con una cita textual, el director de Nativa trazaba lazos de continuidad con aquellos primeros “defensores” del poema hernandiano y se posicionaba como un legítimo representante de los “intereses gauchescos”. En orden a la discusión sobre la condición simbólica del gaucho, Díaz Usandivaras remarcó su carácter real pero remitiendo a un tiempo pretérito de la “vida nacional”:

“el gaucho ha sido una de las más tangibles realidades de nuestro país…fue el primer colonizador en la época en que se araban los campos con arados de palo…fue de los primeros soldados que contribuyeron a la libertad y la independencia”.5

En esa línea, el gaucho habría pervivido en el tiempo pero trasmutado en sus costumbres, prácticas y vestimentas para dar paso a la “presente civilización”. La pesquisa de Merlino intentando encontrar la correspondencia entre los personajes literarios y los campesinos de la década del treinta no podía obtener resultados positivos; en tanto, desde la perspectiva de Díaz Usandivaras, la condición gaucha se actualizaba en un legado cargado de simbología y abstracciones.
Otro de los aspectos más retomados en la refutación de la revista Nativa fueron las características de la “literatura nacionalista”. En ese punto, Merlino aseguraba que los escritores recaían en una continua manipulación de la lengua gauchesca asumiendo que esa opción conllevaba necesariamente la impresión de una tónica “argentinista” a sus producciones. El contenido de su crítica podía ir en dos direcciones: por un lado, un aspecto muy señalado por los estudios literarios que remite a lo que Ludmer (1988) denomina “los usos de la gauchesca”. Es decir, la opción deliberada de escritores cultos y citadinos por interpelar a otros públicos adoptando el “habla del gaucho” (Rama, 1994). Esa adaptación era leída por Merlino como un proceso inventivo que imaginaba un mundo rural para él inexistente. En una segunda línea, el autor denunciaba la “degradación” literaria que comportaba la gauchesca. De hecho, un artículo anterior, que fue retomado por Díaz Usandivaras en tono burlesco, apuntaba contra los errores gramaticales del poema Martín Fierro.
El tercer eje en cuestión estaba ligado a la exaltación de la vida urbana. Descubrir en la ciudad los elementos autóctonos como un canto de renovación en los menesteres nacionalistas era una propuesta osada que hizo mella en las refutaciones del tradicionalista. Merlino negaba la condensación del “espíritu argentino” en el campo y lo entendía, en cambio, como una reacción nostálgica y sentimentalista. Por el contrario, Díaz Usandivaras atacaba:

“El señor Merlino ha hecho aquí un descubrimiento con el que lo ha dejado a Cristóbal Colón a la altura de una tachuela. La ciudad cosmopolita, fuente de nacionalismo para el señor Merlino!...Fuente del insolente extranjerismo. En la ciudad de hoy, en lugar de buscar el nacionalismo que dice el señor Merlino que existe, habría que hacer una gran limpieza”.6

Las taxativas afirmaciones del director de Nativa obturaban cualquier aporte plausible a la afirmación de la nacionalidad que proviniera del espacio citadino.
El “acabóse” (sic), como expresaba Díaz Usandivaras, le daba el paso a un cierre inmejorable de acuerdo con sus motivaciones. La incitación a la“profilaxis social” -que se podía relacionar con su constante preocupación por el avance del comunismo- se articuló con la desestimación de Merlino como escritor periférico. Al desacreditar su formación intelectual, Díaz Usandivaras pretendía reducir su ensayo a una suerte de ejercicio filosófico y crítico que le estaría vedado. La “pluma traviesa” de Merlino se había desplegado hacia fronteras poco transitadas que serían cada vez menos porosas. La ilustración que acompañó la refutación tradicionalista pretendió sintetizar el “ataque” del poeta (Figura 2).

Figura 2: El gaucho tras el “ataque” de Salvador Merlino


Fuente: Nativa (agosto de 1939), p. 2.

El dibujo muestra un gaucho con ademán cansado. Con el sombrero y la guitarra en la mano, denota pocos ánimos de entonar una payada. La vista perdida en el horizonte evoca la cita textual de Díaz Usandivaras. La imagen se corresponde con su pedido de “dejar tranquilo al gaucho”. El trazo de las líneas difusas remite a la tergiversación contestada. El gaucho se muestra borroso, casi desintegrado. Díaz Usandivaras encabezaba su inmediata restitución. La refutación fue complementada en un número posterior de la revista por el artista Artemio Arán, miembro de la Agrupación Bases, la asociación platense promotora del proyecto para instituir el Día de la Tradición. Para rebatir el carácter ficticio del gaucho, Arán secuenció una serie de citas de viajeros y escritores que testimoniaban y describían encuentros cercanos con los gauchos de la campaña. Si bien se trataba de una contestación individual, que el escritor enviaba desde su residencia cordobesa, su figura quedará enlazada a reacciones posteriores más orgánicas e institucionales.7

Las fronteras de lo posible

El repudio público a Merlino que circuló en las páginas de Nativa quedaría sellado en el recuerdo de los tradicionalistas. La reacción fue fragmentaria y espasmódica pero marcó un antecedente directo para los “detractores” posteriores. En 1943, otro artículo ensayístico convulsionó el campo tradicionalista bonaerense. En los cuatro años trascurridos, la fiesta de la tradición se había expandido cuantitativa y cualitativamente. Los primeros fines de semana de noviembre, en diversos puntos de la provincia, se festejaba al “gaucho” y a sus faenas camperas como signos atemporales de la nacionalidad argentina. En los discursos de los criollistas que homenajeaban a Hernández se advertía como denominador común la permanente sensación de “amenaza” o de “pérdida inminente” de las tradiciones evocadas.8 En líneas generales, las prácticas citadinas, la modernidad y el cosmopolitismo eran responsabilizados por los “atentados” contra la “tradición nacional”. Ensayos como el de Merlino contribuían a identificar, también, “enemigos internos” que abonaban la “urgencia tradicionalista”.
La revista Atlántida, fundada en 1918 por Constancio Vigil, se convirtió en julio de 1943 en foco de atención para los panegíricos del gaucho. Un breve artículo que ocupaba solo una carilla era firmado por Pedro Julio Echagüe, hasta entonces un desconocido y novel colaborador. El formato del título evidenciaba una suerte de ruptura y contrastaba con el estilo formal de la publicación (Figura 3).

Figura 3: Título del artículo de Pedro Julio Echagüe


Fuente: Atlántida (julio de 1943), p. 33.

El autor constituye un hiato en la nómina de escritores de la revista. Su fugaz aparición fue la única registrada a comienzos de la década del cuarenta. Someras referencias posteriores remarcaron que su firma se escondía bajo un seudónimo, pero lo cierto es que desde Atlántida pretendieron desligarse rápidamente de su texto. Pedro Julio Echagüe condensó en pocas líneas una crítica virulenta que superaba, por mucho, los cuestionamientos más literarios y gramaticales de Merlino.
El comienzo del texto muestra la opción por economizar introducciones y preludios: “Jamás he podido explicarme claramente las razones que nos mueven a practicar, con exagerada seriedad, el respeto por la tradición gauchesca”.9 Más que pesquisar esas razones, la desacralización del gaucho se mostraba como el objetivo central de su escrito. La hipótesis vertebradora, desde la que se desprendían una serie de epítetos descalificativos, era reducir la figura del gaucho a un mero recurso propagandístico agrícolo-ganadero. Para las “bases de la riqueza nacional” resultaba, entonces, una imagen apetecible la del gaucho con botas de potro y chambergo, ornamentado entre ombúes, caballos, maizales y arados. Allí se condensaba la promoción de la vida campera. El carácter “publicitario” del gaucho operaba, de acuerdo con Echagüe, en dos direcciones: por un lado, fomentaba el poblamiento del campo y la descongestión de las ciudades, preocupaciones recurrentes de la época. Por otro lado, el “cuadro gauchesco” significaba un recurso barato para los festejos públicos:

“ponga usted cuatro mozos de bombacha a cuadros y pañuelo al cuello con otras tantas muchachas de pollera de percal sobre un tablado…háganles flamear unos pañuelos con los colores nacionales y ya tenemos un cuadro criollo con todos sus atributos”.10

Echagüe reconocía la utilización de ese recurso en ámbitos heterogéneos como efemérides escolares, actos políticos y exposiciones ganaderas. La funcionalidad del cuadro convocaría la atención de sectores diversos de la sociedad, lo que garantizaba su presencia tanto en actos rotarios como en festividades de barrios humildes.
En el fondo del cuestionamiento, se discutía la representatividad del gaucho para la nación argentina. Al reseñar la manipulación de esa figura, denunciaba la construcción de una “mentira patriótica”. La aproximación de Echagüe a la idea de patria oscilaba entre la condena al dispositivo simbólico condensado en el gaucho y la aprobación −o “disculpa”, en sus propios términos− de su uso para fomentar las actividades agropecuarias del país. En ese sentido, cabalgaba entre la necesidad de una iconografía promotora de la “riqueza nacional” y la impertinencia del “gaucho” para llevarlo a cabo. La propuesta quedaba inconclusa en tanto no se promovía otra figura para su reemplazo.
El autor no vacilaba en sus afirmaciones: “La verdad sea dicha entre nosotros: el gaucho no trabajó en su vida, ni para comer”. Luego de atribuirle la condición de “atorrante”, “mugriento por deleite personal” y “mal dispuesto para todo”, se encargó de contrastarlo con el cultivado por los tradicionalistas. De acuerdo con Echagüe, nunca había existido un gaucho digno de elogio. La configuración aduladora que encontraría sustento en la obra de Hernández era desarticulada a partir del carácter culto y urbano de su autor.

“La poesía gauchesca la hicieron hombres de talento, a quienes cegaba la alucinación colectiva. Una cosa es leer el Santos Vega o el Martín Fierro y otra escuchar a un paisano gangoso de los que empuñan la guitarra con mano grasienta”.11

Dos consideraciones se desprenden de la taxativa argumentación: en primer lugar, el gaucho era desligado de su carácter de poeta. Uno de los elementos de mayor consenso se detenía en sus atributos para la poesía y el canto; sin embargo, Echagüe se mostraba ávido por desterrar cualquier tipo de cualidad positiva de su figura. En esa línea, se percibe una connotación clasista en su narrativa cuando apela a las manos grasientas de los gauchos. Si bien no profundiza en el carácter marginal o desposeído -foco de atención para varios de sus estudiosos-, la condición social se presenta refractaria a la manifestación artística (Carretero, 1964). Esa perspectiva no desentonaba con los ejes centrales de la revista, ocupados más en crónicas neoyorquinas y parisinas que en menesteres tradicionales y autóctonos.12
En líneas generales, el gaucho descrito en el texto de Atlántida era una “rémora para el progreso”. Si “rechazaba colérico el arado” y “ni siquiera tenía sentimiento de familia ni hogar”, la conclusión era previsible: “no nos ha servido nunca para nada”. La síntesis del argumento se encontraba, quizá, en las dos imágenes que acompañaban el artículo (Figuras 4 y 5).

Figura 4: Grabado del año 1862 (sin datos del autor)


Fuente: Atlántida (julio de 1943), p. 33.

Figura 5: Fotografía Francisco Ayerza (fundador de la Sociedad Fotográfica Argentina de Aficionados)


Fuente: Atlántida (julio de 1943), p. 33.

Tanto en la época fijada por los grabados como en los tiempos modernos retratados a partir de la masificación de la fotografía, se podía reconocer la “haraganería” gauchesca que pervivía al calor de la guitarra, el mate y el fogón. Las pruebas le bastaban al autor para proclamar que el gaucho era “indefendible”. Como se corroboraría casi de inmediato, la proyección de Echagüe subestimó, por un lado, la capacidad de reacción del entramado tradicionalista y, por otro lado, la extensión del consenso sobre el gaucho como símbolo nacional.
La virulencia desplegada en el artículo no tardó en caldear los ánimos de los tradicionalistas bonaerenses, quienes organizaron una pronta respuesta. En primer lugar, los “gauchos” vinculados a la Agrupación Bases comenzaron un intercambio de cartas para concretar una reunión de “desagravio”. El presidente de la asociación, Francisco Timpone, que se desempeñaba como concejal de La Plata y perduraría como funcionario público durante varios años, organizó un encuentro en Avellaneda que congregó al núcleo de los cultores gauchescos. Con música, alocuciones y proyectos se desarrolló una reunión privada que devendría en una serie de pronunciamientos públicos. El pintor Eleodoro Marenco, el escritor Luis Pinto y el mencionado Artemio Arán, entre otros, asistieron al encuentro.13 Tres textos se elaboraron a partir de esa reunión. Un documento de doce páginas con la reseña del conflicto y con el sello de la agrupación, una carta abierta al director de Atlántida, Francisco Ortiga Anckermann, y un petitorio al gobierno nacional para que intercediera ante tal “atropello”.
La contestación pública, en el extenso compilado que organizó Bases, se iniciaba -y también se sintetizaba- con una referencia de Arán:

“Ser argentino es el destino de los que nacen en esta tierra, cuna del GAUCHO, símbolo heroico de nuestra raza. Quien menosprecie su gran memoria, su noble gesta, su clara gloria, es un bastardo de nuestra estirpe y hay que azotarlo como se azota al monstruo bárbaro que salivara sus impudicias frente a un santuario”.14

El “gaucho” defendido por la agrupación platense era un símbolo atemporal que habría gestado su relevancia en el pasado. La “gloria” se describiría como fruto de sus acciones bélicas en el período revolucionario del siglo XIX. A partir de esa construcción, el gaucho adquiría una dimensión “sagrada”.
Con esa palabra lo definía el socio de Bases, Manuel García Hernández, en una carta privada a Francisco Timpone. Exultante por la solicitada publicada por el tradicionalista, animaba: “Es necesario meterle hasta los tuétanos a la gente que el gaucho es la expresión más honda de la nacionalidad argentina”.15 Quizá pocas veces se explicitaba de modo tan claro y contundente el leitmotiv de los “gauchescos”. Lo novedoso de la ingeniería puesta en marcha -que también involucró repudios en Nativa plasmados en escritos de Díaz Usandivaras- fue la intervención del gobierno de facto presidido por Pedro Ramírez.16 A los pocos días de la publicación, el jefe de la Secretaría de la Presidencia de la Nación, Enrique González, y el jefe de la Oficina de Informaciones y Prensa, Héctor Ladvocat, firmaron un comunicado de desagravio.
La incidencia estatal no era un detalle menor. De hecho, a poco más de un mes de asumir el gobierno, los que dirigieron la revolución de junio de 1943 se afanaron en distanciarse contundentemente del período anterior, signado por el “fraude oligárquico”. La refundación que proponían los militares y los sectores nacionalistas -de notoria influencia en los primeros tiempos de mandato- replicaron un elemento presente en las políticas culturales de los conservadores a fines de los años treinta. La figura del gaucho mantenía su rango de emblema para la nación y la confirmaba a fuerza del comunicado.
La nota se argumentaba en la inspiración del máximo mandatario y recuperaba al “gaucho” en tanto “materia prima de los ejércitos de Independencia y de organización nacional”. En comunión con Bases, se pensaba un gaucho pretérito que habría derramado su sangre por la patria. La “insolencia” de Echagüe era severamente cuestionada, y la crítica se extendía hacia el director de la revista. Con la decisión de suspender el siguiente número de Atlántida, atendiendo a la responsabilidad “educacional” que tenía la oficina, se pretendía clausurar las divergencias alrededor del gaucho. El halo sagrado parecía reproducirse desde la interpretación oficial. El Estado se mostraba como uno de los interlocutores más afectados por la ofensiva de Echagüe. Los intersticios para canalizar reinterpretaciones sobre la pertinencia del gaucho como símbolo nacional parecían obturarse al ritmo de su “oficialización”.
Las autoridades de Atlántida rápidamente acusaron recibo del mensaje y se desligaron del artículo. Como respuesta a la intervención del gobierno, garantizaron la retractación pública en el número de agosto. En efecto, allí se presentaron el comunicado oficial y las aclaraciones de la editorial.17 En forma paralela, se respondieron las acusaciones de los tradicionalistas. Constancio Vigil se consustanciaba con Bases al escribirles “de gaucho venimos y a honra lo tenemos”. Además, calificaba de “absurda” la interpretación de Echagüe y proyectaba la pronta aclaración.18 En el seno tradicionalista, la “defensa del gaucho”, entonces extendida por el gobierno y por las autoridades de la revista, se celebraba como un triunfo propio.
Por su parte, desde las autoridades nacionales se buscó sedimentar la “heroicidad” del gaucho. A finales de 1943, dos medidas relacionadas fomentarían la expansión de su figura. En primer lugar, el ministro de Justica e Instrucción Pública, Gustavo Martínez Zuviría, nacionalizaba la fiesta de la tradición para todas las escuelas dependientes del Ministerio.19 Apelando a la necesidad de cultivar en los jóvenes el amor a las tradiciones patrias, y entendiendo que ellas se encontraban sintetizadas en el gaucho Martín Fierro, firmaba la resolución que promovía la celebración de las tradiciones “religiosas, sociales, históricas y culturales”.20 Un mes más tarde se creó el Instituto Nacional de la Tradición. En ese caso, un decreto presidencial fomentaba la recolección, sistematización y estudio del lenguaje, la música y las danzas populares. En la fundamentación se hacía hincapié en la preservación de la “cultura tradicional” ante los “procesos de destrucción o desnaturalización”.21 Si bien no se apuntaban cuáles podían ser los factores de esas amenazas, es dable considerar que en el colectivo se englobaban los “ataques internos” de los que tanto Merlino como Echagüe se consolidarían como exponentes insoslayables.

El aporte académico en la desacralización del gaucho

La reacción frente al artículo publicado en Atlántida fue amplia, veloz, contundente y, de acuerdo con el lenguaje empleado en los diversos textos, virulenta. En ese contexto, el “episodio Echagüe” dejaba un núcleo tradicionalista alerta, dispuesto a pesquisar, prevenir y erradicar cualquier referencia pública que atentara contra su emblema nacional. Al mismo tiempo, los punitorios anticipados a la revista parecían condenar a la marginalidad todo intento de oposición al gaucho. Los niveles de organización fraguados desde los “defensores del gaucho”, y la celeridad con la que reaccionaron, habilitaban al reconocimiento de una estructura suficientemente consolidada. Para comprender ese “escuadrón de defensa”, es menester reparar en lo que entendían como una “campaña detractora” que, en otros registros, se iba desarrollando desde hacía tiempo.
En los inicios de la década del treinta, el ingeniero agrónomo Emilio Coni comenzó a presentar una serie de estudios sobre el gaucho que pretendían develar el “problema histórico” consistente en su continua candidatura a devenir en “prócer nacional”. Sus alocuciones no eran ensayos improvisados que se difundían desde un ámbito marginal de la historiografía nacional. Por el contrario, Coni era miembro de número en la Junta de Historia y Numismática que en 1938 se convertiría en la Academia Nacional de la Historia. La pertenencia institucional fue un factor determinante para la oposición de los tradicionalistas. En efecto, el carácter científico de sus estudios –atravesados, de acuerdo con sus propias aclaraciones, por la “imparcialidad histórica”− sería recuperado recurrentemente en las respuestas a sus detracciones.
A diferencia de los dos casos anteriores, donde se repasaron fragmentos ensayísticos publicados en medios masivos, en este caso, la desacralización del gaucho germinaba desde otro registro. En términos históricos, con abundantes citas y referencias bibliográficas, el autor fue elaborando de modo paulatino y fragmentado un análisis extenso que abordaba el surgimiento del “gaucho” incluso antes de que los mismos actores de la época utilizaran ese término. Allí residía el eje de la mayoría de sus afirmaciones. A partir de la construcción del concepto “tipo gauchesco”, Coni se tomaba la licencia de incorporar y desestimar antepasados de acuerdo con su perspectiva de análisis.
En el transcurso de diez años, hasta su muerte prematura en 1943, el historiador había presentado al menos cinco conferencias distintas de una extensión de veinte páginas cada una. En ocasiones, esos trabajos se cohesionaban de modo directo, como “Contribución a la historia del gaucho” (Coni, 1935), cuyos abordajes se iban expandiendo espacial y temporalmente. En una de sus primeras intervenciones, en la Junta de Historia y Numismática, Coni argumentaba que el gaucho era aún un “personaje indefinido de nuestra historia” y esperaba con sus producciones “poner jalones definitivos” a esa cuestión. Quizá pocas afirmaciones evidenciaban más los trazos metodológicos y el posicionamiento del autor como los primeros párrafos de su conferencia de 1934, que fue publicada un año después por la editorial Peuser:

“Creo que la definición que hizo del gaucho –sin nombrarlos así− un cronista español que luego mencionaré, puede servirnos de tope máximo para nuestro termómetro gauchesco. Dijo que eran hombres ‘sin rey, sin dios y sin ley’. Daremos pues a este tipo social el valor de 100 e iremos colocando los demás en su lugar correspondiente de la escala, de acuerdo al grado de calor gauchesco. Ya veréis cómo los que acusen temperatura de 50, 70 u 80 grados, podrán ser ‘paisanos’, ‘peones’, ‘agregados’ o ’changadores’, pero no serán gauchos al 100%. Tampoco quiero ocultarles desde ya, que siento por el gaucho hasta los 50 grados una vivísima simpatía, de los cincuenta para arriba empieza a no gustarme y cerca de los 100 grados ya no lo puedo pasar” (Coni, 1935, p. 4).

Como se advierte en el texto, la opción de otorgarles la condición de gaucho a sujetos históricos que no eran designados como tales por sus contemporáneos significó el punto de fuga más evidente de sus trabajos. Por otra parte, el llamativo sinceramiento que ponía de relieve sus emociones con respecto a su objeto de estudio subsidiaría su carácter “gauchofóbico”, tan mentado en las reacciones promovidas a partir de sus estudios.
El prolongado recorrido histórico que transitaba Coni en sus conferencias atravesaba los períodos tempranos de la conquista y contemplaba las vicisitudes de los territorios del Plata. Al referirse a la situación de la Banda Oriental, por ejemplo, también recaía en la pretensión de entender por “gauchos” personajes que las fuentes les presentaban con otra denominación. De hecho, la pesquisa sobre las actas judiciales de Montevideo delataba robos cometidos por “ladrones”, “indios ladrones”, “ladrones de la campaña”, que eran encuadrados en el relato del historiador bajo el subtítulo “Las depredaciones gauchescas en la campaña de Montevideo” (Coni, 1937).
Ya en la década del cuarenta, se sucedieron dos conferencias que prologarían la reacción tradicionalista. El 26 de octubre de 1941, en la Academia Nacional de la Historia, Coni disertaba sobre el personaje “vagabundo, ateo, rebelde a la autoridad y a las leyes” y se prestaba a enumerar las diversas acepciones del término “gaucho”, siempre focalizando en los documentos que se aproximaban hacia una utilización peyorativa. En su investigación, se anticipaba un eje central que daría lugar a un nuevo trabajo, la preminencia de la llanura pampeana en detrimento de otras regiones del país. En 1942, con el título “¿Tradiciones argentinas o tradiciones porteñas?”, atacaba directamente al “martinfierrismo del litoral” y desestimaba cualquier tipo de participación positiva de ese gaucho en la historia nacional. La “prepotencia porteña” cabalgaba al calor de ese jinete que el historiador pretendía derribar. Para Coni, la “leyenda gauchesca” conformaba una “doctrina pseudo-nacionalista” que pretendía para una sola provincia el monopolio de argentinidad y la representación exclusiva de la patria. En contraposición, proponía a los campesinos de las “diez provincias no pampeanas”, es decir, “no gauchescas”, el derecho a constituirse como “arquetipos nacionales” en detrimento de la cosmopolita Buenos Aires (Coni, 1942a, pp. 3-4). En esa línea, su discurso recrudeció, quizá al ritmo de la expansión del gaucho como símbolo nacional, y fue apuntado directamente hacia los “gauchófilos”.
Ese era el calificativo que Coni utilizaba para aglutinar a literarios y escritores aficionados que habían esbozado diferentes trabajos que apuntalaban la representación del gaucho como “héroe” de la historia argentina. En un plano horizontal a sus estudios, eran citados el doctor en Filosofía Ismael Moya –discípulo de Ricardo Rojas– y el filólogo Eleuterio Tiscornia. En ambos casos, había una suerte de reconocimiento, en orden a la trayectoria académica de los autores, pero rápidamente se concentraba en refutar las afirmaciones con respecto a la participación de los gauchos en las invasiones inglesas y las batallas independentistas. En otro registro, ingresaban en la crítica los poetas, como Rafael Alberto Arrieta, y las agrupaciones, como la Asociación Folklórica Argentina.22
Si bien los tradicionalistas nucleados en Bases no eran identificados por Coni en sus conferencias, fueron quienes desarrollaron la respuesta más orgánica. El mismo elenco que se había puesto en marcha para contrarrestar el artículo de la revista Atlántida organizó la publicación de un libro titulado El gaucho y sus detractores (1943). Con ilustraciones de Eleodoro Marenco y texto de Luis Pinto, se elaboró un trabajo documentado con numerosas referencias bibliográficas y anexos documentales para contestar las afirmaciones que el ingeniero había realizado en sus alocuciones. En efecto, el texto pretendía dialogar con el de Coni en un nivel simétrico pero destacando el carácter académico del último. Pinto se consolidaría como un estudioso de la lengua, de las tradiciones y del “idioma nacional”, pero siempre operando sobre los márgenes, por fuera de las redes institucionales (Glozman, 2014). En este caso, si bien Coni parecía ser el destinatario central del libro, la edición se lanzaba en términos de cruzada y buscaba aunar voces “defensoras”:

“Estás páginas no tienen el fin pretensioso de ser leídas sólo por entendidos, sino que lo serán también, posiblemente, por quienes no tienen más títulos que un gran sentimiento nacionalista, el más respetable para entrar a discutir desde sus posiciones humildes las cosas dichas desde los altos sitiales de la cultura” (Pinto, 1943, p. 189).

Asimismo, los tradicionalistas de la Agrupación Bases se colocaban a la vanguardia de esa defensa:

“No siempre basta rendir en el fondo del alma tributo de amor a los que forjaron la patria…muchas veces hay que salir a defender…No pedimos esto a cada lector nativo, nuestros sentimientos argentinistas se verán satisfechos si conseguimos prevenirlo” (Pinto, 1943, p. 45).

La prevención implicaba, en este caso, el minucioso repaso sobre las afirmaciones provenientes desde la “tribuna académica” −en el texto, exceptuando las notas al pie, no se mencionaba a Coni− para desligar al gaucho de robos, secuestro de mujeres, contrabando, vicios, indolencia, vagancia, etc. Como se anticipó más arriba, el eje de las refutaciones se centraba en la “infundada y arbitraria búsqueda de antecesores del gaucho”. Según Pinto, el centro de sus ataques no era más que un “gaucho forjado en la mente del autor”. Es por eso que, en reiterados pasajes, remarcaba el extrañamiento con que eran recibidas las propuestas conceptuales de Coni: “¿Podrá creer el lector que tales cosas han sido dichas por un argentino, que es académico, y desde la alta tribuna de la Academia Nacional de la Historia?”. En la interrogación se insinuaba una clasificación que anticipaba el epílogo de su relato: “los detractores del gaucho son antiargentinos por su espiritualidad y por definición” (Pinto, 1943, pp. 173, 161). En definitiva, no era una calificación desconocida por los tradicionalistas que, en pos de repeler la “campaña detractora”, subsumían la condición de argentino al respeto por el gaucho y su entorno rural.
Esa reducción no implicaba el desconocimiento de las polémicas que había suscitado la figura del gaucho a lo largo de la historia. En esa línea, Pinto entendía −y en algunos casos, justificaba− determinados equívocos por falta de información, desconocimiento y otros argumentos. Pero, al reflexionar sobre las sucesivas conferencias de Coni, no se hallaban indicios de misericordia:

“El autor académico, que se encuentra entre los historiadores y sociólogos, y ha echado sobre sí la tarea de ‘historiar’ al gaucho, después de más de diez años de ocuparse de éste, no puede ser fácilmente disculpado por error u olvido de los graves yerros cometidos” (Pinto, 1943, p. 119).

No lo sería, y, por tanto, Coni destronaría a Echagüe como principal exponente de la “gauchofobia”.
Sin embargo, la exclusividad “académica” de Coni como detractor del gaucho le duró poco tiempo. Al año siguiente, en agosto de 1944, otro episodio trastocó el espacio tradicionalista y tuvo como procedencia el mismo ámbito erudito. En ese caso, fue el historiador Enrique de Gandía el que desató la reacción de esa escuadra, entrenada suficientemente en contestaciones prontas y defensas del gaucho. De Gandía participó de una exposición sobre motivos del Martín Fierro que incluía muestras artísticas y disertaciones. A diferencia de Coni, las producciones del historiador, tanto en conferencias como en escritos, distaban de focalizarse en el gaucho como objeto de estudio. Incluso algún antecedente laudatorio para las tradiciones rurales se podía encontrar en su intervención, en nombre de la Academia Nacional de la Historia, en el traslado de los restos del escritor Martiniano Leguizamón al cementerio de la Recoleta en 1943 (Gandía, 1943). No obstante, en la exposición que se entendía como un espacio de “celebración de la argentinidad”, esbozó conceptos poco esperados por buena parte del público que, según las reseñas posteriores, abandonaron el recinto.
De Gandía identificaba “dos escuelas” que claramente distinguiría para posicionarse en la temática. Por un lado, la histórica sociológica, en la que reconocía a Coni como su máxima referencia y a la cual se mostraba adherido siempre que se tratase de demostrar qué fue el gaucho en su vida terrestre. Por el otro, la “escuela mitólogica”, ligada a los poetas y a la construcción de un “gaucho ideal”, maná para los “escritores ingenuos”. En esa línea, el historiador se apresuró por definir al gaucho como “un hombre sin ley, sin moral, sin religión, sin principios, sin concepto de patria y sin ideal” (Gandía, citado en Pinto, 1944, p. 29). De ahí en adelante se sucedieron interpretaciones tributarias de las ya clásicas conferencias de Coni.
La maquinaria tradicionalista se desplegó con la misma celeridad. A los cinco meses de trascurrido el episodio publicaron un libro titulado El gaucho rioplatense frente a los malos historiadores. Refutación a Enrique de Gandía (1944). La obra es particularmente interesante porque no solo desanda las palabras del historiador, sino que traza una cronología sobre la “campaña detractora” y las reivindicaciones. Así, el conflicto con la revista Atlántida ocupa gran parte de la introducción y antecede a las reseñas sobre las presentaciones de Coni. Pedro Echagüe estaba siempre presente en la memoria de los tradicionalistas. En los preparativos y promociones previas a la edición del libro, referenciaban a de Gandía como su “hijo natural”.23
La otra novedad que incorporaba el libro, escrito también por Pinto, era un anexo al final donde se pretendía dar cuenta del impacto de la cruzada por el gaucho. Para eso se reseñaban comentarios variopintos, siempre equilibrando la balanza hacía la postura de los tradicionalistas. Diarios masivos nacionales (como La Razón y Crítica), revistas periódicas (como Señuelo y Provincia), publicaciones de círculos criollos (como La Carreta de Leales y Pampeanos) y someras menciones internacionales (como las de la revista Todo de México y Hogar Infantil de Uruguay), se habían hecho eco de la polémica y destacaban para el “gaucho argentino” la condición inexpugnable de “símbolo nacional”.
De ese modo, con la oposición a De Gandía se cerraba un capítulo que, en un sentido general, mostraba la extensión del consenso sobre la representación del gaucho como emblema de la patria. Paralelamente se trazaba una suerte de ruptura con el ámbito académico en una sinécdoque que tendría su fundamento en las conferencias analizadas. En 1945, luego de su trágico fallecimiento, se publicó el libro de Coni donde se condensaban todos sus estudios previos. Dos años después, de Gandía (1947) incluía en su libro sobre la cultura y el folklore en América, su conferencia titulada “La mitología del gaucho en la literatura argentina”. En ella, los detractores del gaucho pervivirán en el recuerdo de los tradicionalistas y se retomarán, en una retórica con ribetes catilinarios, para confirmar la siempre amenazada tradición nacional. Para esa misma fecha, la revista Nativa (1947) rememoraba viejos escritos que atentaban contra el arquetipo pampeano.24 Años más tarde, Pinto celebraba, en una carta privada al escritor Álvaro Yunque, el vigésimo aniversario de la publicación de su libro El gaucho y sus detractores, recordando los pormenores de la defensa y su rol protagónico en esa vanguardia.25

Conclusión

Hacia comienzos de la década del cuarenta, el consenso sobre el carácter simbólico del gaucho estaba fuera de discusión. En definitiva, como se pudo observar en este recorrido, tanto panegiristas como detractores reconocían su condición intangible y lo posicionaban como una entidad pretérita. Más allá de las divergencias sobre los componentes idealizados, ficcionados o reales del gaucho, los interlocutores de estas disputas lo señalaban como un elemento del pasado. Las tensiones giraron en torno a las características de esos sujetos y la correspondencia −o no− con aquellas que se destacaban desde los discursos laudatorios que en esa coyuntura lo consolidaron como un “estereotipo nacional”.
La reseña de los “ataques” y de las respuestas permite concluir determinados aspectos relativos a la participación del Estado, la composición del ámbito tradicionalista y la complejidad que atravesaban los discursos opositores al “gaucho”. Desde la publicación de Merlino hasta la crítica de Echagüe transcurrieron cuatro años con sustanciales transformaciones en la vida política del país. El “tutelaje” que ostentaban los conservadores bonaerenses hacia 1939, cuando instituyeron y celebraron la figura del gaucho en la primera Fiesta de la Tradición, se diversificó al calor de la expansión de esos festejos. El gobierno que tomó el poder de facto en 1943 −e intentó desmarcarse contundentemente del período anterior− se colocó a la vanguardia de la defensa del “gaucho” en su intervención ante las autoridades de la revista Atlántida. Esa línea de continuidad mostró la ubicuidad del gaucho en relación con las utilizaciones políticas de su figura. En ese sentido, la preocupación oficial por los discursos posibles sobre los gauchos develaba su reconocimiento como referencia de “argentinidad”.
Así era exaltado, también, desde las voces tradicionalistas aquí estudiadas. En primer lugar, la intensidad y el alcance de las respuestas corroboraron la cristalización de un entramado sólido que fue incrementando paulatinamente su nivel de organización. En segundo lugar, los “defensores del gaucho” se asumieron interpelados a discurrir públicamente sobre sus verdades. Es decir, los “ataques” sufridos funcionaron como fuerza propulsora de una serie de manifestaciones que se pensaron para convocar más allá de sus ámbitos de acción. La reunión privada en la ciudad de Avellaneda, que contó con una serie de actividades reivindicativas del gaucho, lejos de epilogar la reacción, fue el puntapié inicial para intervenir en la escena por medio de cartas, solicitudes, promociones y publicaciones. En cierto punto, la materialización de los “enemigos internos”, que confluían en un entorno citadino y cosmopolita, legitimó sus urgencias. Por último, al observar particularmente la dinámica “detractora” del gaucho, hasta aquí desatendida, se marcan dos dimensiones que requieren ser destacadas. En primer lugar, los actores involucrados abonaron la potencia galvanizadora de un “arquetipo nacional” en pos de afianzar solidaridades y recrear una comunidad imaginada (Funes, 2006). Si bien Merlino confinaba la pesquisa en el ámbito urbano y Coni aproximaba la búsqueda hacia el mundo campero del interior, ambos condenaban al referente escogido y no a la operación en sí. Como segundo punto, atendiendo a los distintos canales por los que fluyeron las críticas, se entiende que las interpretaciones que se publicaron en medios masivos fueron condenadas a retractaciones inmediatas. El artículo de Echagüe fue desestimado, incluso, por las autoridades principales de la revista. En ese registro, los espacios para la circulación de interpretaciones “gauchofóbicas” quedaron obturados. En otro nivel, desde el ámbito académico se pronunciaron discursos que cuestionaron su pertinencia como “símbolo nacional”. Si bien las primeras conferencias de Coni se enmarcaron en un plano institucional y parecieron estar destinadas a los investigadores eruditos y reconocidos por la Academia, se ha señalado el desplazamiento y, en alguna medida, la amplitud de los posibles interlocutores al acusar directamente a los “gauchófilos” y repasar una serie de afirmaciones exaltadas desde esos lugares. Por su parte, los tradicionalistas intensificaron sus esfuerzos y, con una secuencia similar a la desarrollada en el caso Echagüe, se lanzaron a intervenir en un campo ajeno. El avance sobre el espacio académico, y la pretensión de dialogar con los “historiadores y sociólogos”, mostró que quedaban cada vez menos intersticios catalizadores de una interpretación alternativa sobre el gaucho. Un cuadro heterogéneo de voces defensoras se había pronunciado para confirmar la cristalización de su raid hacia lugares privilegiados de la iconografía nacional.

Notas

1 Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/Universidad Nacional de Tres de Febrero. Argentina. Correo electrónico: mecasas@untref.edu.ar.

2 ¿Cuál es el valor del Martín Fierro? (junio de 1913). Nosotros, 50, pp. 425-433. Biblioteca Nacional, Hemeroteca. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Se puede recuperar una reseña extensa del debate en Beatriz Sarlo y María Gramuglio (1980).

3 Sus poesías navegaban entre los resabios del modernismo dariano y el clásico español. Ver, por ejemplo, Merlino (1928, 1930).

4 Merlino, S. (29 de julio de 1939). El argentino y la ficción literaria del gaucho. Noticias Gráficas, 9 (2952), p. 16. Biblioteca Nacional, Hemeroteca. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

5 Díaz Usandivaras, J. (agosto de 1939). A propósito de un artículo sobre el gaucho. Nativa, 16 (188), pp. 2-3. Biblioteca Nacional, Hemeroteca. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

6 Díaz Usandivaras, J. (agosto de 1939). A propósito de un artículo sobre el gaucho. Nativa, 16 (188), p. 5.

7 Arán, A. (noviembre de 1939). ¿Es una ficción literaria el gaucho? Nativa, 16, (191), 26-28.

8 Fuente, J. de la (1940). Discurso en el día de la tradición de 1940. Archivo de Agrupación Bases, Museo Almafuerte. La Plata, Argentina.

9 Echagüe, P. (julio de 1943). Sobre el gaucho. Atlántida, 26 (918), p. 33.

10 Echagüe, P. (julio de 1943). Sobre el gaucho. Atlántida, 26 (918), p. 33.

11 Echagüe, P. (julio de 1943). Sobre el gaucho. Atlántida, 26 (918), p. 33.

12 La revista Atlántida había experimentado un proceso de modernización que conllevó determinadas transformaciones, como su aparición mensual, el incremento en la cantidad de páginas y el mejoramiento en la calidad de las páginas. Hacia finales de la década del treinta, acusaba una tirada de más de veinte millones de ejemplares por año. Las modas europeas, la sección “por el mundo” y las crónicas del cine internacional ocupaban gran parte de sus intereses.

13 La reunión quedó reseñada en una carta privada de Francisco Timpone a Artemio Arán. La Plata, 23 de julio de 1943. Libro culto y defensa de las tradiciones argentinas II. Archivo de Agrupación Bases. Museo Almafuerte. La Plata, Argentina.

14 Agrupación Bases. Ofensa y defensa del gaucho. Documento elaborado en respuesta a Pedro Julio Echagüe. La Plata, agosto de 1943. Archivo de Agrupación Bases. Museo Almafuerte. La Plata, Argentina.

15 Carta de Manuel García Hernández a Francisco Timpone. Capital Federal, 13 de agosto de 1943. Libro culto y defensa de las tradiciones argentinas II.

16 Díaz Usandivaras, J. (agosto de 1943). Notas. Nativa, 20, (236), pp. 2-5.

17 A nuestros lectores (agosto de 1943). Atlántida, 26, (919), p. 23.

18 Carta de Constancio Vigil a Justiniano de la Fuente, secretario de actas de Agrupación Bases. Capital Federal, 7 de julio de 1943. Libro culto y defensa de las tradiciones argentinas II.

19 Gustavo Martínez Zuviría era un reconocido nacionalista católico que controló el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública a partir del golpe de Estado de 1943. Al mismo tiempo, con el seudónimo de Hugo Wast se había destacado como escritor y sus novelas, en general, estaban atravesadas por su férreo hispanismo, religiosidad, antisemitismo e inspiración en el ambiente vernáculo.

20 Resolución del 8 de noviembre de 1943. Biblioteca Nacional de Maestros. Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Recuperado de http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/normas/14063.pdf.

21 Decreto N° 15.951, 20 de diciembre de 1943. Biblioteca Nacional de Maestros. Recuperado de http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/normas/14065.pdf.

22 La Asociación Folklórica Argentina había sido fundada en 1937 por el doctor Santo Faré para cultivar el estudio de las tradiciones nacionales. Desde las páginas de su boletín se esbozaron conceptos reivindicativos del “gaucho” y de su participación en la historia argentina. Un ejemplo contundente fue el editorial publicado en octubre de 1941, titulado “Soy gaucho, entiéndalo”.

23 Carta privada de Fortunato Lizzi a Francisco Timpone. La Plata, 25 de agosto de 1944. Libro culto y defensa de las tradiciones argentinas II.

24 Algunos escritores que hablaron mal del gaucho, quizá por no tener que hacer otra cosa (diciembre de 1947). Nativa, 24 (288), pp. 22-24, 26.

25 Carta de Luis Pinto a Álvaro Yunque. Capital Federal, 23 de marzo de 1963. Biblioteca Nacional, Serie Correspondencia, Fondo Álvaro Yunque. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

 

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Fecha de recepción de originales: 01/10/2016.
Fecha de aceptación para publicación: 24/06/2017.