DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2022-290211

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RESEÑAS

Variaciones de la república. La política en la Argentina del siglo XIX. Hilda Sabato y Marcela Ternavasio (coordinadoras). Rosario, Prohistoria Ediciones, 2020, pp.268.

Los últimos años han sido prolíficos en la publicación de una serie de compilaciones sobre la historia política argentina del siglo XIX que demuestra el vigor que la temática mantiene desde su renovación en década de 1980. Nuevos y tradicionales temas que son abordados a través de preguntas y perspectivas novedosas han consolidado un campo que es objeto de estudio de historiadores consolidados y de investigaciones doctorales en curso que pronto darán a conocer sus resultados. A diferencia de otras obras colectivas de reciente publicación (Un nuevo orden político. Provincias y Estado Nacional, 1852-1880; El sistema federal argentino. Debates y coyunturas (1860-1910) y Las tramas del poder. Instituciones, liderazgos y vida política en la Argentina del siglo XIX), que han vertebrado sus contribuciones individuales en torno a la relación nación-provincias en el marco de la construcción estatal, Variaciones de la república se presenta como una obra que pretende estudiar la política en la Argentina del siglo XIX, a partir de examinar la construcción de formas de gobierno republicanas. Los textos reunidos en este libro por Hilda Sabato y Marcela Ternavasio no constituyen aportes de las situaciones provinciales ante la formación de un sistema político de alcance nacional. Más bien, proponen una mirada alternativa desde la cual se prioriza el abordaje de problemáticas generales que afectaron a los sistemas republicanos de gobierno que se conformaron a partir del cataclismo político generado por la invasión napoleónica a la península ibérica en 1808.

Inserto en esta problemática de incidencias atlánticas, el libro ofrece diez trabajos a través de los cuales se presentan y analizan las diferentes respuestas que se ensayaron en el Río de la Plata y, posteriormente, la Argentina tras la crisis imperial española. Se privilegia un enfoque que atiende al papel que asumieron las dirigencias en la conformación y el funcionamiento de la república en virtud del protagonismo que tuvieron en la confección de las bases normativas e institucionales de dicha forma de gobierno. Aunque, también, se abordan los vínculos que se entablaron entre los dirigentes y “el pueblo” o “los pueblos” que decían representar, considerando la integración de los sectores populares en formas de acción colectiva que se llevaban a cabo en el marco de una disputa por el poder en la cual las elites ocupaban un lugar destacado. Las coordinadoras de la obra parten de una hipótesis general por la cual postulan que el proceso revolucionario, “además de abrir paso a nuevos principios de legitimación y dispositivos de organización del orden político, dotó de novedosos sentidos a los viejos engranajes jurídicos, sociales y culturales que convivieron por largo tiempo con las repúblicas en construcción”, los cuales se hicieron evidentes en la “nueva ingeniería institucional que procuraba reemplazar al antiguo edificio de la monarquía” y “en los modos de vivir y experimentar la política, transformados al calor de la ola republicana” (p. 10).

El libro se compone de dos partes en las cuales se exponen abordajes de tipo general y específico, respectivamente. En la primera, se atienden cuestiones estructurales del sistema republicano a lo largo del siglo XIX. Se describe y razona sobre el objeto de estudio desde una perspectiva secular, sin desconocer los cambios y las continuidades que se produjeron entre los diferentes períodos del ochocientos.

En el capítulo 1, Sabato se focaliza en los sujetos que protagonizaron la acción política (el “pueblo” y las dirigencias) y en los medios utilizados para actuar políticamente. Examina el perfil social de los dirigentes y su tránsito hacia la “profesionalización” en los años finiseculares, los ámbitos en los cuales se llevaba a cabo la intervención política de los gobernados y la relación de estos con los gobernantes (prensa, redes, elecciones, Congreso Nacional, revoluciones y ciudadanía armada, entre otros). En el capítulo 2, Hirsch, Sabato y Ternavasio analizan las normas y las instituciones del sistema representativo, para lo cual se concentran en ver cómo las dirigencias pensaron, discutieron y diseñaron la representación política de los territorios, de la población y del cuerpo político en su conjunto. Problematizan temas tales como la soberanía, la organización federal del país, las características que asumió el voto, los cambios y los dilemas que se gestaron en torno a éste hasta la sanción de la ley Sáenz Peña y la evolución en la naturaleza del “pueblo”. En el capítulo 3, Cucchi, Pollastreli y Romero estudian los controles que fueron implementados para reducir los potenciales desbordes del ejecutivo. Por un lado, analizan los internos, es decir, los mecanismos propios de las instituciones de gobierno, como la división territorial, los vaivenes entre federalismo, confederalismo y centralismo, y la distribución funcional del poder en base al principio divisorio entre ejecutivo, legislativo y judicial. Y, por otro lado, examinan los externos al gobierno, o sea, los emanados propiamente de la ciudadanía, entre los que destacan la opinión pública y el derecho a la revolución. Finalmente, en el capítulo 4, Martínez y Feroni abordan la relación entre Estado civil e Iglesia Católica. Parten del supuesto de que estos dos actores no deben ser vistos como partes antagónicas que se disputaban per se la voluntad de los ciudadanos y los fieles, sino como pilares vinculantes de un proceso en el cual uno podía beneficiarse del progreso y la consolidación del otro. Desde este punto de vista, primero examinan los conflictos originados por la desarticulación de las jurisdicciones civiles y eclesiásticas coloniales tras la crisis de independencia y, luego, abordan el modo en que se reconfiguró la relación entre poder eclesiástico y poder civil durante la consolidación de la república laica.

La segunda parte del libro reúne textos que retoman los temas que fueron tratados de modo general en la primera sección para ser discutidos y problematizados al calor de eventos particulares y de coyunturas cuidadosamente seleccionadas que transitan años, décadas o, incluso, todo el siglo. Las conceptualizaciones, hipótesis y planteamientos se personifican y se ponen en valor en experiencias puntuales, en actores de carne y hueso y en respuestas a los desafíos generados por la inestabilidad del sistema republicano de la Argentina decimonónica.

En el capítulo 5, Caula y Ternavasio analizan el intento de las provincias por crear una república unificada a partir de la reunión del Congreso Constituyente de finales de 1824. Las autoras muestran cómo se había consolidado la república durante la década de 1820, pero también ponen de manifiesto las dificultades que debieron enfrentar las dirigencias al momento de construir una nación. Entre estas últimas, destacan las discusiones y las negociaciones forjadas en relación a la representatividad de las provincias, la federalización de Buenos Aires, la representación y el voto de los ciudadanos, las divisiones entre unitarios y federales, la cuestión religiosa y la guerra contra el Imperio de Brasil. En el capítulo 6, Ternavasio y Miralles Bianconi analizan la guerra y la política durante los años del “terror” rosista (1838-1842) con el propósito de rastrear la configuración de un ensayo republicano a escala provincial y “nacional”. Describen las características que asumió en Buenos Aires el ejercicio del poder de Juan Manuel de Rosas y cómo a partir de 1838 da forma a una confederación de repúblicas tras exportar a los estados provinciales el régimen que había consolidado en el territorio bonaerense. En este sentido, abordan tres instrumentos a los cuales recurrió el “Restaurador” para articular la Confederación y ejercer una especie de “magistratura nacional”: los institucionales, las negociaciones interpersonales y la intervención de su ejército. En el capítulo 7, Rabinovich y Zubizarreta problematizan el dificultoso proceso de construcción de la paz en Buenos Aires durante los años que transcurren entre las batallas de Caseros y Pavón. Reconstruyen las estrategias de tipo propositivo que utilizaron los gobernantes para desterrar la guerra de la vida política y social, es decir, los incentivos ofrecidos a la población de la campaña para renunciar a las armas y resolver sus conflictos de manera pacífica. Destacan y examinan cuatro de ellas: una nueva red de alianzas y negociaciones; la transformación cultural y de las prácticas políticas; la expansión de las instituciones y el asociacionismo, y el desarrollo de obras de infraestructura. En el capítulo 8, Macías y Navajas estudian la conflictiva sucesión presidencial de Domingo F. Sarmiento en 1874. En particular, se concentran en lo que consideran los elementos centrales del funcionamiento político de la república: las agrupaciones políticas y en la movilización electoral de cara a los comicios, el rol del Congreso Nacional y de la prensa, la movilización armada como mecanismo de intervención e impugnación política y en las controversias que se generaron en torno al proceso judicial que se labró a los jefes militares implicados en la revolución. En el capítulo 9, Rojkind y Hirsch analizan los sucesos políticos de 1893, que –como titulan en su texto– llevaron a la república a un estado de convulsión. Tras describir el escenario de agitación previo a los levantamientos, examinan la posición de Aristóbulo del Valle en el gabinete del presidente Luis Sáenz Peña y las acciones tendientes a provocar una “revolución desde arriba”. También repasan el proceso revolucionario en los meses de julio a septiembre y el dificultoso restablecimiento del orden por medio de la represión militar y las intervenciones federales. Los autores demuestran el peso que la revolución mantenía en la vida política republicana de finales del siglo XIX. Por último, en el capítulo 10, Eujanian y Wilde analizan cómo se representó la república desde 1811 hasta 1910. A través de un abordaje secular de las celebraciones patrias, muestran el modo en que las elites gobernantes intentaron legitimar su posición rectora en la república a través de relatos, representaciones, ritos y símbolos. En este sentido, identifican tres constantes en la narración del pasado: el 25 de mayo de 1810 como fecha fundante, revolución como principio inacabado y el intento de homogeneizar las celebraciones con propósitos pedagógicos. Luego, abordan las imágenes de la sociedad y sus tensiones en las festividades y problematizan el rol del Estado, la Historia y los historiadores al momento de construir una memoria colectiva de la nación.

En conclusión, a partir de una temporalidad que excede la tradicional línea divisoria que representa Caseros para la historiografía local, Variaciones de la república nos invita a (re)pensar uno de los problemas centrales del siglo XIX latinoamericano: la relación entre gobernados y gobernantes en los marcos institucionales que brindaba la construcción y consolidación de la(s) república(s). En el caso que trata este libro, el argentino, la relación entre estos actores cambió de acuerdo a los procesos y coyunturas por las cuales transitó el país durante los cien años que siguieron a la revolución de independencia. El esfuerzo analítico de los autores por ofrecer miradas de largo alcance, que problematizan diversos aspectos de la relación antes mencionada, nos interpela como historiadores para tratar de superar la atomización que impera actualmente en la disciplina y en las ciencias sociales. Asimismo, los aportes que privilegian el abordaje concreto de ciertas coyunturas o episodios, que presentaron desafíos de diverso calibre a la(s) república(s), se encuadran adecuadamente en el eje del libro y brindan interesantes indicios que ayudan a complejizar las visiones más generales construidas en relación a los variados carriles sobre los que transitó la vida política decimonónica en la Argentina.

Leonardo Canciani 

UNCPBA - CONICET

leonardo_canciani@hotmail.com

Morir en las grandes pestes: Las epidemias de cólera y fiebre amarilla en la Buenos Aires del siglo XIX. Maximiliano Fiquepron. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2020, pp.192.

Las epidemias en la historia no fueron episodios anecdóticos o excéntricos. Son crisis que, en algunos casos, generaron impactos equiparables a los de revoluciones y guerras. Sus huellas se pueden ver en la sociedad, la economía, la política, los imaginarios sociales, la vida cotidiana y el arte. A pesar de su importancia histórica, el estudio de las epidemias en Argentina tuvo un lugar menor en la historiografía reciente local. Morir en las grandes pestes, el primer libro de Maximiliano Fiquepron, permite conocer en profundidad las huellas que las epidemias del cólera y la fiebre amarilla dejaron en la sociedad porteña de la segunda mitad del siglo XIX.

El libro, es el fruto de una investigación doctoral que recibió el primer premio del concurso a Mejor tesis doctoral de 2017 promovido por la Asociación Argentina de Investigadores en Historia (Asaih). En Morir en las grandes pestes, el abordaje de las epidemias se realiza a través de diversas dimensiones: el papel del Estado, las respuestas de la sociedad, los rituales fúnebres y la construcción de una memoria posterior al episodio. Partiendo del famoso cuadro de Juan Manuel Blanes, “Un episodio de la fiebre amarilla”, lo que busca el libro es “deconstruir” esa imagen cristalizada que quedó en la memoria popular. Según el autor, “la capacidad evocativa de la pintura obturó otras experiencias epidémicas”. ¿Qué hay detrás del cuadro? ¿Cuáles fueron las experiencias que quedaron eclipsadas de la memoria?

Para responder a esta pregunta, el autor adopta una estrategia narrativa que no es cronológica y que analiza el impacto de las dos epidemias en simultáneo. En aquella época, las epidemias no eran una situación excepcional, como en la actualidad. En la segunda mitad del siglo XIX, se sucedieron diferentes olas epidémicas que pueden inscribirse en un “ciclo epidémico”. Por tal motivo, resulta más fructífero el abordaje del impacto del cólera y la fiebre amarilla en su conjunto que por separado. El libro, compuesto por una introducción y seis capítulos, está escrito con claridad y logra un justo balance entre análisis e información.

El capítulo 1, reconstruye el escenario geográfico y social en el que se desarrollan las pestes: la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo XIX. La narración, acompañada por planos de la ciudad, conduce al lector por el estado de las calles y barrios de aquella época. En su descripción, puede distinguirse la dualidad de dicha ciudad. Por un lado, se encontraba la Buenos Aires moderna, pujante, con iluminación a gas y calles pavimentadas. Pero, por otro lado, había otra ciudad bucólica con calles de tierra, casas más precarias, animales muertos en las calles, olor nauseabundo y basura sin recolectar. Además de la geografía, Fiquepron traza un mapa de la sociedad que habitaba esa ciudad, con los lugares en los que vivían y el tipo de profesiones que realizaban. En la parte final de este capítulo, se centra en las instituciones y grupos vinculados a la salud y la higiene. En esos ámbitos convivían profesionales de la salud con agentes de la “medicina popular”, como curanderos. El capítulo cierra con una descripción del cólera y la fiebre amarilla y sus síntomas. Este punto es central para comprender el impacto físico y psicológico que tuvieron en la sociedad ambas epidemias. Se trataba de enfermedades nuevas y deshumanizantes que, por tal motivo, generaban un miedo masivo e incontrolable.  

En el capítulo 2, se analizan las representaciones generadas por la fiebre amarilla y el cólera. ¿Cómo se narró la crisis y se le dio sentido a la experiencia de la muerte masiva? Para responder a esta pregunta, Fiquepron analiza los periódicos de la época en los que pueden leerse representaciones de las distintas experiencias de la crisis. Al respecto, distingue tres elementos principales de estas experiencias. El primero, refiere a las narraciones que buscan explicar la enfermedad a partir de la idea del “desequilibrio de las emociones”. En ese apartado, presenta un dilema al que se enfrentan los habitantes durante la epidemia: las reacciones frente al miedo o los “desequilibrios emocionales”, entraban en contradicción con las nociones de honorabilidad de la época. La epidemia es entendida, en este caso, como un desafío moral. La honorabilidad residiría en la capacidad de controlar emociones en un contexto de muerte masiva. El segundo elemento, recoge las narraciones y experiencias que explican la epidemia desde la teoría de los “focos miasmáticos”. Según esta teoría, la peste se transmitía por la corrupción del aire y el suelo provocada por la putrefacción de sustancias animales y vegetales. En los periódicos, la ciudad era representada como un foco infeccioso y, por eso, gran parte de su población huía en el contexto de la epidemia. Frente a esta teoría, se mencionaban formas de combatir esos focos infecciosos. El tercer elemento, está conformado por las escenas dramáticas de cadáveres abandonados y personas moribundas reproducidas en los diarios y que, luego, fueron evocadas en estudios sobre la crisis.

La hipótesis más innovadora del libro y su principal aporte a la historiografía sobre las epidemias puede leerse en el tercer capítulo. El mismo se centra en la relación entre la sociedad porteña y el estado de Buenos Aires. Allí se discute una idea troncal de las narraciones posteriores a las epidemias que sostenían que el estado estuvo colapsado durante la crisis y que fueron los vecinos, agrupados en la “Comisión Popular”, el único actor que logró ayudar a los enfermos y organizar la ciudad. Por el contrario, Fiquepron demuestra que las epidemias fueron un “vector de institucionalización” de políticas de estado en torno a la salud, la prevención y la creación de legislación. Para ello, recupera el papel de la municipalidad de Buenos Aires desde su creación en 1854 y sostiene que el Estado municipal fue un actor destacado que llevó adelante iniciativas nuevas y tradicionales relativas a la higiene para enfrentar la epidemia. Con tal objetivo, Se crearon comisiones parroquiales de higiene, se inauguraron y modificaron establecimientos de salud, se promulgaron leyes relativas a la salubridad y se reformaron los cementerios públicos. El rol de las comisiones parroquiales es destacado particularmente. Las mismas, estaban formadas por vecinos y el municipal de cada parroquia y se encargaban de mantener la higiene del municipio, inspeccionar casas y comercios y multar a los que tuvieran condiciones insalubres. Durante la epidemia otorgaban remedios y cuidados a enfermos, enterraban a los muertos y desinfectaban conventillos y fondas. De esta manera, el autor busca remarcar que las epidemias fueron vectores de institucionalización que llevaron a cambios en áreas de salud pública como cementerios, saladeros y hospitales.

En la última sección de este capítulo, analiza a los actores que buscaron disputar a las instituciones de gobierno el dominio de lo público como la Comisión Sanitaria (1867) y la Comisión Popular (1871), formadas por vecinos y figuras destacadas del espacio público. A diferencias de las comisiones parroquiales, no dependían de las instituciones estatales y denunciaban al gobierno por inactividad, lentitud y falta de reacción. A pesar de esta contraposición entre lo civil y lo estatal, el autor muestra la hibridez que existía entre la municipalidad y las comisiones populares ya que muchos de sus miembros habían ocupado cargos en el gobierno. Tras las epidemias, se dio un proceso por el cual la municipalidad avanzó sobre las organizaciones de la sociedad civil y amplió sus funciones y obligaciones sanitarias en cada parroquia.

Los siguientes dos capítulos se concentran en cómo cambian los rituales fúnebres durante las epidemias y, para eso, describe detalladamente cómo eran esos rituales previos a las crisis epidémicas. Ya no se estaba ante “una muerte domesticada” o una “buena muerte” que daba a las personas un margen de tiempo para aceptar la aproximación del final y para poner en marcha creencias, prácticas y rituales que ayudaban a enfrentarla. En las epidemias la muerte estaba “desatada”, era masiva, repentina y deshumanizante. Al respecto, Fiquepron analiza los cambios en el entramado ritual en tres momentos: la agonía, la preparación para el funeral y la inhumación. En el momento de la agonía, las víctimas se encontraban solas y abandonadas por sus seres queridos por miedo al contagio. En muchos casos, la agonía transcurría en hospitales y lazaretos. El autor transmite el impacto profundo que generaba ese cambio en la forma de morir ya que hacerlo sin compañía era considerado indigno.  El capítulo 4, se cierra con una sección especial sobre los conflictos políticos y los rituales fúnebres que tuvieron lugar con la muerte del vicepresidente Marcos Paz durante la epidemia del cólera y mientras Mitre se encontraba en el frente de batalla. Para el caso, el autor analiza los rituales fúnebres que tuvieron lugar en dicha ocasión y las consecuencias políticas del hecho.

El capítulo 5, se centra en la última faceta del ritual fúnebre: el traslado al cementerio y la inhumación. En los rituales tradicionales los seres queridos acompañaban el cadáver hasta el entierro. En las epidemias, en cambio, un mismo carruaje trasladaba varios cuerpos y no había cortejo. Los enterramientos eran expeditivos y los cadáveres de los enfermos debían estar “bajo tierra”. Dentro de este capítulo, se analizan también los antiguos lugares de entierro y la inauguración de los nuevos cementerios del Sud y de la Chacarita. En una excelente capacidad narrativa, el autor logra transmitir el desasosiego producido por los enterramientos en la Chacarita al reproducir una carta escrita por la persona que administraba “el tren de los muertos” (tren que conducía los cadáveres a la Chacarita).

El último capítulo del libro se titula “de la memoria a la historia”, pero bien podría interpretarse al revés, ya que es el momento del libro en el que se pasa de la operación historiográfica a la memorial. Es decir, mientras los primeros cinco capítulos son un análisis histórico de las fuentes de la época de las epidemias, el último es un análisis de las memorias construidas sobre la epidemia de la fiebre amarilla. Allí explica cómo la fiebre amarilla se convirtió en “la” epidemia y se pregunta qué registros contribuyeron a crear dicha memoria. El capítulo se divide en dos partes. La primera, describe las memorias de quienes vivieron la epidemia y las obras y monumentos creados luego del hecho para evocarla. La segunda, es la “cristalización” de una memoria en el siglo XX en la que se enfatiza su “carácter dramatúrgico”. En esas narraciones se resaltan las figuras de civiles y quedan eclipsadas instituciones estatales. Sobre el final del capítulo, el autor vuelve al cuadro analizado en el inicio para dar cuenta de cómo se construyó esa imagen que terminó “obturando” otras experiencias de la crisis. Si bien el libro se cierra en ese capítulo, con un párrafo que sintetiza los aportes principales, sería deseable una conclusión que inscriba el problema en epidemias posteriores o abra preguntas que podrían ser abordadas en futuras agendas de investigación.

Para concluir, el libro de Fiquepron logra aportes propios sobre un tema que ha sido poco explorado en la renovación historiográfica. Es destacable, la gran cantidad de fuentes que fueron revisadas para realizar este trabajo, como también la cuidadosa selección de información para no abrumar al lector. Los análisis novedosos que aporta y su rigurosidad metodológica, auguran al libro un lugar significativo en el campo historiográfico como también en la reflexión sobre un problema que resulta muy actual.

Camila Perochena 

Universidad Torcuato Di Tella

camila.perochena@utdt.edu

Las lógicas sociales del consumo. Pablo Figueiro. Buenos Aires, UNSAM Edita, 2013, pp. 134.

El trabajo reseñado es la tesis para acceder al grado de magíster en sociología económica del ahora doctor en sociología, Pablo Figueiro. La tesis fue ganadora del II Concurso de Mejores Tesis de Maestría de la Escuela IDAES (UNSAM), en el año 2009, y fue publicada como libro por UNSAM Edita en el año 2013, prologado por José “Pepe” Nun, referente de los estudios sociales de la economía en América Latina. La tesis fue tutorada por el sociólogo francés nacionalizado argentino Alexandre Roig, cercano a la escuela regulacionista, cuya influencia se percibe en el libro.

Desde una perspectiva híbrida, que conjuga aportes de la antropología, la sociología, la economía y la filosofía política, el autor aborda un tema polémico: la aparente irracionalidad del consumo de los sectores populares. Figueiro abre, a grandes rasgos, dos frentes de discusión. Uno no es tan declamado; el autor sólo menciona a sus interlocutores al pasar, en la introducción: la noción de consumo á la Frankfurt, concebida como alienante per sé. Pero los cuestionamientos de Figueiro apuntan claramente a todo un corpus teórico que, lamentablemente, continúa convocando adeptos: la teoría económica neoclásica, con sus variantes monetarista y austriaca que, en su vertiente más radical, ha pretendido consagrarse como un marco teórico omnicomprensivo de la vida social.

El texto es producto de una investigación de campo en el asentamiento que el autor llama “22 de agosto”, en José León Suárez, al que llegó como colaborador de talleres juveniles y laborales, y en el que luego se desempeñó como investigador, durante los años 2007 y 2008. La perspectiva de Figueiro es total, si tomamos como  referencia a uno de los autores más citados en el libro. Valiéndose de los aportes de Mauss, Zelizer y Dufy y Weber, el autor se desplaza del sentido común –heredado de la ciencia económica hegemónica- que considera la economía, la política y la afectividad como compartimentos estancos (mundos hostiles, en términos de Zelizer), para pensar lo social como un dominio híbrido en el que esas dimensiones se superponen, se solapan, y sólo existen como categorías analíticas para aprehender los flujos vitales que componen el objeto de las ciencias sociales.

En la introducción, Pablo Figueiro se centra en cómo la ciencia económica ortodoxa construyó un sujeto imaginario al que le dio valor universal: el homo œconomicus. Este ser mítico puede ser definido como un individuo maximizador, es decir, que busca el máximo beneficio al menor costo posible. Así, todo accionar que no se adecue a esa lógica, es catalogado como irracional. De esta operación surgen estigmatizaciones lamentablemente por todos conocidas, tales como: “los pobres son pobres porque quieren”, “no cuidan su dinero”, “son todos planeros”. Al ser hegemónica –sostiene Figueiro retomando a Foucault- la ciencia económica ha definido los usos legítimos del dinero, señalando las fronteras entre lo natural y lo patológico. El rico que despilfarra su dinero en lujos, “disfruta su fortuna”; el pobre que dilapida sus ingresos “no sabe lo que hace”, “está loco”, o, incluso, “es un chorro”.

Las prácticas de consumo de los sectores populares, entonces, debe ser normalizada. A partir de la revisión de datos estadísticos del INDEC y de bancos privados, así como de leyes y artículos periodísticos, Figueiro analiza la historia del ahorro popular en Argentina, desde las cooperativas de inmigrantes hasta su desaparición, la bancarización forzada de los salarios y los créditos bancarios con sus tasas de interés, así como los mecanismos informales de crédito con tasas de interés aún mayores. Figueiro señala el carácter omnívoro del capitalismo financiero, así como una gubernamentalidad sobre el ahorro y el consumo popular que le es solidaria. De este modo, el análisis aborda dos dimensiones históricas: una macro, vinculada al derrumbe del modelo de acumulación fordista y el surgimiento del modelo de acumulación financiero, con una micro, sobre las distintas formas que asumió el ahorro popular en Argentina; luego, se centra en cómo estas transformaciones influyen en la vida económica del “22 de agosto”.

A través de entrevistas y una aguda observación etnográfica, el autor observa que hay cuatro formas básicas de adquirir productos en el barrio bonaerense: la feria, el mercado, la reciprocidad entre amigos, familiares o conocidos y el fiado. Figueiro constata que las relaciones meramente mercantiles son sólo sueños de economistas trasnochados, que lo social y lo mercantil están íntimamente entrelazados. Por ejemplo, si el comerciante cobra un interés por el fiado que el comprador considera elevado, el primero será objetado moralmente. En el barrio, la relación mercader-cliente es una quimera: todos son vecinos.

La mirada de Figueiro no descarta las limitaciones que impone la escasez. El autor señala que los ingresos con los que se cuenta –la cantidad y la periodicidad entre cobro y cobro- condicionan en buena medida la percepción del tiempo y, por lo tanto, la calculabilidad y el gasto. También, tener el dinero en el bolsillo o tenerlo en el banco constituyen experiencias disímiles. Por otro lado, el estar o no bancarizado condiciona las tasas de interés a las que se tiene acceso: las de los negocios suelen ser más altas que las de los bancos, puesto que las personas bancarizadas inspiran más confianza que quienes están excluidos del sistema bancario. De este modo, Figueiro señala que la economía del barrio, lejos de lo que se piensa usualmente, se caracteriza por una gran heterogeneidad.

A partir de entrevistas –que, por momentos, semejan encuestas- y de su contraste con las prácticas que muchas veces contradicen los discursos, Figueiro accede a una caja negra de la economía: el gasto improductivo de los que menos tienen. Celulares, zapatillas, fiestas, son algunos de los bienes que indignan a la clase media y alta cuando son vistos en manos de los pobres. A partir de las categorías analíticas de Bourdieu, Sahlins, Marx y, por supuesto, Bataille, entre otros, el autor sostiene que la utilidad de esos bienes no radica en sus cualidades objetivas, sino que dichos bienes son vectores de símbolos. Permiten compartir y hablar con el otro y son, finalmente, objetos de distinción que señalan la posición ocupada –o que se pretende ocupar- en el espacio social, muchas veces como respuesta a la estigmatización a la que los somete la mirada de los ajenos al barrio, brindando –paradójicamente- otros motivos de estigma. De este modo, Figueiro discute con la noción bourdiana de “gustos de la necesidad”, en oposición a los “gustos de la elección”, monopolio de las clases pudientes. Los gustos de la necesidad son otra quimera.

La riqueza del libro de Figueiro radica en que demuestra que los sujetos se despliegan, a sabiendas o no, en los intersticios del dispositivo. Al gastar improductivamente, al “darse el gusto”, los sujetos se revelan. En el olvido momentáneo del porvenir que suscita el gasto de dinero, se es soberano de sí mismo. El gasto improductivo, desde la lectura batailleana de Figueiro, es inevitable y, por tanto, transversal a las clases sociales. Sin embargo, Figueiro es consciente de que las clases populares tienen un consumo que les es propio, que no se reduce a la imitación espuria de los bienes a los que tienen acceso los sectores más acomodados. Esto lo explica mediante la noción bourdiana de habitus. La gente del barrio “22 de agosto” compra unos bienes y no otros porque comparten la noción de que hay cosas que son para ellos y otras que no, que pertenecen a otros estratos. De este modo, el gasto improductivo de los sectores populares responde a lo que Figueiro llama una “heterorracionalidad” o “racionalidad práctica”, anclada a un contexto social e histórico específico, con ciertas limitaciones y ciertas posibilidades. Así, el libro revela las lógicas sociales del consumo en un barrio bonaerense, señalando que son muchas las lógicas que coexisten y conviven –a veces conflictivamente- en un mismo contexto histórico. No obstante, una es hegemónica, y es la que determina las formas legítimas de ahorrar y gastar.

Es importante señalar que Figueiro no sobreestima las posibilidades políticas de este modo de gasto, ni desconoce que al capitalismo, en tanto modelo de producción, le es indistinto quién gasta en qué, y cuánto, puesto que es precisamente el consumo el que lo mantiene vivo. La consigna política que se desprende del libro es no estigmatizar el uso que los pobres hacen de su dinero; que nada tiene que ver con sostener que ese gasto es el germen de una actitud revolucionaria.

A pesar de echarse en falta más citas textuales de los entrevistados, el libro denota una escucha atenta de la voz nativa, traducida a un lenguaje analítico nutrido de diversas fuentes, que permite otorgar a los resultados de la investigación cierto nivel de generalidad, susceptible de ser contrastada con futuras pesquisas. Así, la obra no es ni un estudio de caso mínimo –como los que proliferan en los últimos años- ni una obra meramente especulativa, con poco anclaje empírico. A caballo entre todas las ciencias sociales, el libro de Pablo Figueiro es un paso hacia adelante en la ansiada reunificación (incluyendo a la ciencia económica, a despecho de los economistas).

La lectura de Las lógicas sociales del consumo es fundamental en un momento en el que las consignas del liberalismo laissez faire, laissez passer tienen tanta pregnancia. El libro revela que, detrás de esos seductores slogans liberales, se esconden ideas de lo “natural” que poco tienen de naturales y son, más bien, nociones acerca de lo correcto y lo incorrecto, que tienen como consecuencia la estigmatización de lo que se encuentra fuera de la norma.

Ulises Ferro 

Escuela IDAES – UNSAM

ugonzalezferro@estudiantes.unsam.edu.ar

Grupos étnicos y comunidades originarias del norte argentino. Matilde Malizia y Matilde García Moritán (Editoras). Yerba Buena (Tucumán), Ediciones del Subtrópico, 2022, pp. 178.

Este trabajo se presenta como una obra colectiva que se convierte en imprescindible para avanzar en el conocimiento de los grupos étnicos y comunidades originarias del norte argentino. Se trata de un libro que tiene el formato de un cuaderno grande –que sus editoras llaman “cartilla”– que está muy bien editado y presentado. Su importancia radica en enfocarse en un tema de absoluta relevancia sobre el que, sin embargo, hay escasa información disponible. Es necesario recordar en este punto que la historia social de Argentina se construyó de espaldas a los pueblos indígenas, donde aún en el presente se suelen escuchar voces que desconocen su preexistencia y significativo presente en nuestro territorio nacional.

En América, en las primeras décadas de vida de sus Estados/Nación, surgió “el problema indígena” como un incordio político y teórico; esta situación (crítica y compleja) en el caso de Argentina vino de la mano de la aniquilación, el acorralamiento y la negación/invisibilización de estas poblaciones. En el presente, en América Latina y el Caribe se estima que hay entre 33 y 40 millones de indígenas que pertenecen a más de 400 grupos étnicos, cada uno de los cuales tiene su idioma (con diferentes grados de difusión), su organización social, cosmovisión, sistema económico y modelo de producción adaptado a su ecosistema. Sin embargo, hay que destacar la escasa información de que se dispone sobre estos Pueblos Indígenas y que, si bien la realidad de América Latina está marcada por la diversidad y la multiculturalidad, esto no ha implicado, un pluralismo cultural e integración social real en la región.

Por el contrario, la realidad recién descripta está marcada por la colonialidad que devino en una profunda división entre Pueblos Indígenas y no indígenas. Esto llega al extremo, y de manera común, en la propia negación de esa heterogeneidad cultural que caracterizó, por ejemplo, el nacimiento de la mayoría de los Estados nacionales americanos y que se ha perpetuado en el tiempo mediante sistemas de reproducción social y cultural. Por regla general, los Pueblos Indígenas han quedado aislados del proceso de formación estatal, incluso de aquellos que afectaban a su propio desarrollo y territorio. Este proceso ha significado para muchas de estas poblaciones la pérdida progresiva de tierras, el quiebre de economías comunitarias, la pérdida de derechos y representatividad y la marginación de procesos políticos, entre otros. De esta forma, en términos de convivencia, las relaciones entre los Pueblos Indígenas y las sociedades mayoritarias han estado marcadas por la existencia de conflictos y por una realidad de discriminación que ha perdurado a través de los años y que ha venido marcada por las reivindicaciones de las culturas oprimidas y por su lucha contra la hegemonía de una cultura que pretende identificarse con lo universal.

Como resultado de procesos históricos, otro elemento que ha caracterizado la realidad de estos Pueblos ha sido la pobreza y la marginación. En este sentido, su negativa situación socioeconómica se ha visto agravada por políticas sistemáticas que no han tomado en cuenta sus necesidades reales, ni sus costumbres y cosmovisión. La mayoría de estos Pueblos han sido incorporados de modo marginal y precario a los proyectos nacionales, dándose así una combinación de injusticia cultural y material. Como resultado de las configuraciones sociales que se despliegan en las más diversas geografías, los estándares de vida de los Pueblos Indígenas son por lo general más bajos que los de otros habitantes de un mismo país o región y las desventajas que los Pueblos Indígenas padecen pueden registrarse en casi todas las áreas de la vida social.

En Argentina la denominada “historia oficial” construyó una nación “sin indios”, esto es, un país que se configuró demográfica y culturalmente por pueblos trasplantados, “que descienden de los barcos”, y por lo tanto no reconoce a los Pueblos Originarios como parte constitutiva de su conformación. Estos discursos apuntan a desconocer el proceso histórico de conquista y apropiación territorial por parte del Estado y agentes privados dominantes. Semejante desconocimiento viene siendo señalado y cuestionado por diversos actores y cada vez pierde más peso, rindiéndose ante las evidencias.

Por eso, contar con una obra que compila diferentes perspectivas, trayectorias de investigación y trabajos con pueblos indígenas, que abarcan 13 provincias (Catamarca, Chaco, Córdoba, Corrientes, Formosa, Jujuy, La Rioja, Misiones, Salta, San Luis, Santa Fe, Santiago del Estero y Tucumán), en las que habitan 1568 comunidades originarias pertenecientes a 42 Pueblos Indígenas, representa un material valioso por la información que contiene, pero también por la forma en que se presenta la misma.

El libro se organiza en dos partes. La primera parte (que comprende desde la página 7 a la 42) consta de cuatro capítulos generales que analizan desde diferentes perspectivas la situación del norte argentino. Son temas relevantes en esta sección los aspectos ambientales y productivos de esta región, donde se enfatiza que ella contiene la mayor biodiversidad del país, por lo cual advertir sobre el incremento de la frontera agropecuaria se convierte en una necesidad, ya que ella debería ocurrir fortaleciendo el mantenimiento de los bienes y servicios de la naturaleza y contribuyendo a solucionar las importantes demandas sociales; enfatizando la máxima demanda de los pueblos indígenas de Argentina que es la de la tenencia de la tierra, situación que mayoritariamente no se ha resuelto en el país y representa un tema de múltiples aristas y tensiones entre sectores e intereses.  Se suma a ello una mirada sobre la población en el norte argentino desde un enfoque demográfico (basado en datos del Censo de Población y Vivienda del 2010) que se ilustra en mapas de alta calidad, dando cuenta de la diversidad socio-productiva del área que requiere, por lo tanto, enfoques que la consideren, sin perder de vista otros factores (como los naturales) que le imprimen una relativa homogeneidad. Finalmente, se pone el foco en los diversos grupos étnicos que la pueblan y sobre las condiciones socio-ambientales de las comunidades originarias que habitan en la misma. Esta primera parte construye de esta forma un marco amplio para entender el norte argentino como una totalidad, pero también como un espacio heterogéneo internamente, con tensiones, situaciones de vulnerabilidad y profundización de las desigualdades.  

La segunda parte (mucho más extensa que la primera) se podría decir que es el propio cuerpo de la obra. Ella mapea por provincia, con distintos enfoques y diversas opciones metodológicas, la situación de pueblos indígenas en cada una de ellas. En los trece capítulos que la conforman, entonces, se recorren 13 provincias del norte argentino, cada uno de ellos escrito por investigadores, especialistas y referentes que analizan la situación de los pueblos indígenas teniendo en cuenta antecedentes históricos, aspectos culturales, procesos organizativos y reclamos territoriales. Estos temas son los comunes a las situaciones de las comunidades originarias y se puede ver en este recorrido puntos de contactos, así como particularidades locales.  Esto lleva a pensar en la necesidad de políticas y acciones generales, pero también de enfoques puntuales, situados territorialmente, que consideren las particulares provinciales, las cuales son resultados de procesos ambientales, históricos y socio-culturales que en parte son comunes y en parte diversos, como se puntualizó en la primera sección de este mismo libro.  

En esta sección cada trabajo es firmado, como se dijo, por diferentes especialistas, y las editoras aclaran en el prólogo que: “Se respetó la manera en que cada uno de ellos optó por resaltar y organizar sus textos, en consecuencia, las opiniones vertidas por los mismos son de su responsabilidad, con la certeza que esta multiplicidad de perspectivas enriquece la publicación” (pp. 7-8). Esta opción en interesante, ya que posibilita que quien lee la obra pueda hacerlo de forma parcial, interesándose solo por alguna provincia puntual, o bien realizar un recorrido por los diferentes capítulos haciendo dialogar los mismo de forma polifónica y abierta. Esto resulta de particular interés por la temática que se aborda, donde han primado miradas unilaterales y tendientes a la homogeneización. Y deja así en manos de los/as lectores la elaboración de conclusiones o cruces que las editoras deciden no realizar explícitamente en la obra.  

El libro “Grupos étnicos y comunidades originarias del norte argentino” pone a disposición un material inédito, necesario, polifónico y atractivo sobre una temática central para la Argentina actual y futura, porque involucra a un importante número de su población, que reclama derechos e igualdad de oportunidades. Toda la obra está escrita en un lenguaje ameno y complementada con mapas de una excelente definición y detalle, producidos y diseñados por las editoras y técnicos/as del SIGA ProYungas. A ello se suman cuadros, gráficos y fotos que agilizan la lectura y amplían las posibilidades explicativas de los textos escritos. Es necesario resaltar que esta obra está disponible en papel y en formato virtual, en este último caso de acceso libre en la página de Ediciones del Subtrópico. Esto último no es menor, ya que representa una decisión editorial de poner al alcance del mayor número de personas posible una obra de consulta necesaria para múltiples sectores: investigadores, docentes, gestores estales, miembros de comunidades originarias y público en general.  

Si bien en las últimas décadas en Argentina se ha avanzado en legislación que reconoce la preexistencia de los Pueblos Indígenas, persiste un fuerte desconocimiento e invisibilización sobre su situación socio-económica. La denominada historia oficial construyó una nación sin indios y si bien, como recién se dijo, el Estado argentino ha dado en los últimos tiempos pasos importantes para reconocer los derechos de los Pueblos Indígenas, persiste una brecha significativa entre el marco normativo establecido en materia indígena y su implementación real. El conocimiento sobre la realidad económica, social y cultural de los Pueblos Indígenas en Argentina es, como mínimo, escaso y es por eso que este libro se convierte en un material de imprescindible consulta, ya que viene a cubrir una necesidad muy importante de información y avanza en la reparación de parte de esa deuda.

Liliana Bergesio 

Universidad Nacional de Jujuy

lilianabergesio@gmail.com

El Archivo y el nombre. La población indígena de las Pampas y Nor-Patagonia en los registros estatales (1850-1880). Luciano Literas y Lorena Barbuto (editores). Buenos Aires, Sociedad Argentina de Antropología, 2021, pp. 468.

Los editores (Literas y Barbuto) y el resto de los autores (Jong, Martinelli, Nagy, Pérez Clavero, Pérez Zavala y Vilariño) de esta magnífica compilación de fuentes y tablas nominativas de poblaciones indígenas del siglo XIX, ponen a nuestro alcance un corpus documental de más de tres mil registros poco conocidos, inéditos y dispersos temporo-espacialmente, que se hallan reunidos en esta edición bajo un mismo formato seriado, que facilita la búsqueda y seguimiento de trayectorias e itinerarios de vida.

Constituye, por lo tanto, el resultado de una ardua, minuciosa y monumental tarea de rastreo nominal de líderes, segundas líneas y seguidores indígenas, en diferentes espacios del actual territorio argentino (frontera puntano-cordobesa; noroeste y sur bonaerenses; Bahía Blanca; ríos Negro y Colorado; Pampas y Nor-Patagonia) en el transcurso de cuatro décadas (1850-1880).

Estructurado en tres bloques, la primera parte introduce al lector en las fuentes y archivos utilizados (Listas de Revistas, de Prisioneros indígenas y de Racionamiento) con un estudio descriptivo de las mismas y un análisis hermenéutico, en el que se evalúan los límites y posibilidades que ofrece cada una. Asimismo, se explicitan las metodologías utilizadas, entre las que se encuentran la demografía, la sociología, la prosopografía y el microanálisis; de ellas se toman las herramientas necesarias para desmenuzar la documentación y acceder, más allá de las tribus, a las parcialidades, los grupos y segmentos del mundo indígena, hasta llegar al individuo mismo. Por último, cierra este apartado una fina especificación de la organización y clasificación de los datos y el formato informático utilizado.

La segunda parte, nos aproxima al contexto social, económico y político de cada uno de los grupos indígenas analizados. Se despliegan, de este modo, siete capítulos dedicados a los Ranqueles de la frontera sur puntano-cordobesa; a los “indios amigos” del Noroeste y sur bonaerense; a los indígenas de “tierra adentro” ubicados alrededor de Bahía Blanca; al enclave militar, diplomático y comercial interétnico (español-indígena) más austral, en Carmen de Patagones y Junín de los Andes y en el “fin de las  fronteras” (en las Pampas y Norpatagonia), donde se asentaban las poblaciones indígenas bajo el liderazgo del cacique Namuncurá y que fueron explotadas como fuerza de trabajo y sometidas a militarización forzada tras la campaña del general Roca en 1879. Un capítulo integrador cierra esta segunda parte del libro, analizando las trayectorias indígenas a fines del siglo XIX, en los “campos de concentración” o confinamiento de prisioneros indígenas (nodo campo, isla Martín García, línea de fortines en la Franja de Alsina).

La tercera y última parte, estrictamente heurística, consiste en un anexo con todo el corpus documental relevado presentado en tablas ordenadas alfabéticamente y codificadas de manera tal que se pueden leer e interpretar fácilmente para su uso y aprovechamiento, gracias a una suerte de instructivo que las precede.

De esta manera, a partir del cruce de corpus documentales de distintas procedencias, del esfuerzo colectivo de investigadores de diferentes puntos del país y de las herramientas de análisis y perspectivas teórico metodológicas tanto de la Historia como de la Antropología; Luciano Literas y Lorena Barbuto consiguen compilar, ordenar y clasificar una valiosa información de excepcional utilidad. Fuente de datos e insumo fundamental para cientistas sociales de diferentes disciplinas, material indispensable para los procesos de construcción identitaria de las comunidades indígenas o para memorias familiares y/o biografías.

En suma, un verdadero acto de generosidad académica y científica en beneficio y provecho de la comunidad toda.

María Paula Parolo 

UNT - CONICET

paula_parolo@hotmail.com