DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2022-290206

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ARTÍCULOS

Fotografiar el trabajo, contrarrestar la invisibilización. La economía popular y las disputas por los sentidos del trabajo en la Argentina contemporánea

Photographing labor, counteracting invisibilization. Popular Economy and the Struggle for the Definition of Work in Contemporary Argentina

Florencia Pacífico 

Centro de Innovación de los Trabajadores,

Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo,

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. flor.pacifico@gmail.com

María Victoria Perissinotti 

Instituto de Antropología de Córdoba, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina, Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. vperissinotti@gmail.com

Silvana Sciortino 

Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad, Facultad de Trabajo Social, Universidad Nacional de La Plata, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina.

silvana.sciortino@gmail.com

Resumen: Este artículo analiza, desde una perspectiva etnográfica, las maneras en que los significados del trabajo están siendo dirimidos por los sectores de la clase trabajadora desafiliados de la relación salarial en el marco del proyecto político de la economía popular. Específicamente, muestra el valor que tienen las fotografías como un recurso creativo para sostener estas disputas. Asimismo, la reconstrucción del contexto de producción de las fotografías, evidencia la centralidad de una serie de prácticas de cuidado y formas colectivas de reproducción de la vida fundamentales para comprender estas miradas más amplias del trabajo. Este análisis se basa en el diálogo entre tres investigaciones etnográficas realizadas en Argentina entre 2014 y 2021.

Palabras clave: Planes sociales; Etnografía; Trabajo; Economía feminista; Economía popular

Abstract: This article analyzes the ways in which the concept and social meanings of work are being resolved by sectors of the working class which are disaffiliated from the salary relationship within popular economy policies. Specifically, it shows the value of photographs as a creative resource to sustain said disputes as well as evincing – through the reconstruction of the context of production of photographs– the centrality that a series of care practices and collective forms of reproduction of life have which are fundamental to a broader understanding about work. This analysis is based on the dialogue between three ethnographic investigations carried out in Argentina between 2014 and 2021.

Keywords: Workfare programs; Ethnography; Work; Feminist economy; Popular economy

Recibido: 21/02/2022 - Aceptado: 20/09/2022

Introducción: planes versus trabajo

En Argentina, desde hace por lo menos cuatro décadas, un viejo debate atraviesa los diagnósticos acerca de las posibilidades e imposibilidades de reinserción laboral y social de los llamados sectores populares: la oposición entre planes y trabajo. Incansablemente y como en un eterno retorno, este binomio reaparece en promesas electorales, opiniones de analistas políticos y acusaciones que van y vienen de un extremo del arco político hacia el otro. Transformar los planes en trabajo o, directamente, acabar con ellos parece constituirse en el objetivo principal que ordena una parte importante de la discusión política actual y sus formas de intervención. Solo en los últimos cinco años, las dos fuerzas políticas mayoritarias del país ejecutaron tres programas diferentes con el objetivo de convertir los planes sociales en empleo genuino en el sector privado.1 

La oposición entre planes y trabajo suele construirse dando por sentada una definición restringida acerca de aquello que se considera trabajo, la cual se focaliza en la inserción en el mercado asalariado formal y en la producción orientada a lo mercantil. Como ha sido recurrentemente señalado (tanto desde la academia, como desde distintos movimientos sociales), esta mirada invisibiliza y excluye de su consideración como trabajo toda una serie de actividades indispensables para la sostenibilidad de la vida en los barrios populares, las cuales son a menudo llevadas adelante por titulares de programas sociales. Por ejemplo, todas aquellas tareas realizadas en espacios socio-comunitarios tales como comedores, copas de leche y apoyos escolares, o las tareas de limpieza y mejoramiento barrial, las de refacción y construcción de viviendas sociales, o las de reciclaje y cuidado ambiental.

Al mismo tiempo, al expulsar de la definición de trabajo a estas actividades, se refuerza una mirada estigmatizante que desvaloriza la labor realizada por todos aquellos sectores de la clase trabajadora sin acceso al mercado laboral formal, adquiriendo particular virulencia cuando estos trabajadores son titulares de programas sociales. Es decir, esta expulsión clasificatoria es un hecho político: quienes perciben ayudas estatales son constantemente sometidos a un intenso escrutinio mediático, político y social (y a un inapelable juicio moral) que los define como vagos, como gente que no quiere trabajar o como vividores del Estado (y, por ende, de quienes sí trabajan). Los mantenemos con nuestros impuestos, suele afirmarse cotidianamente en discursos mediáticos y del sentido común, abonando y recrudeciendo la fractura –y el antagonismo social– entre las clases trabajadoras argentinas. Pues, como han propuesto los periodistas Martín Rodríguez y Pablo Touzón (2019), una de las grietas que atraviesa a la Argentina reciente es la escisión entre una población meritoria y otra de-meritoria: quienes merecen (atención gubernamental, políticas, recursos públicos) y quienes no merecen. Tal como han recogido distintas investigaciones, estas construcciones morales tienen larga data en nuestro país (Fernández Álvarez y Manzano, 2007; Quirós, 2011; Manzano, 2013) y suelen pesar doblemente sobre quienes pertenecen a organizaciones colectivas (Fernández Álvarez et al., 2019).

Quienes son titulares de programas estatales suelen ser conscientes de estas imágenes morales estigmatizantes (Quirós, 2011). Por eso, frente a estos embates, vienen desarrollando una serie de procesos de organización colectiva que buscan cuestionar estas imágenes y derribar la (supuesta) oposición entre planes y trabajo. En efecto, una de las mayores apuestas políticas de las organizaciones sociales que nuclean a estos y otros trabajadores excluidos del mercado salarial formal, pasa justamente por disputar el modo en que son nombrados y socialmente (re)conocidos: ya no como planeros, piqueteros o desocupados, sino como trabajadores de la economía popular. Esta apuesta, como veremos, supone discutir y cuestionar las definiciones restringidas de trabajo, abogando por construir nociones que no se limitan a evocar una posición en el mercado laboral formal, sino que subrayan la capacidad de inventarse el trabajo para sobrevivir (Grabois y Pérsico, 2015), reivindicando así su condición de trabajadores, su capacidad productiva y la relevancia (social, política y económica) de sus labores. Recuperando esta preocupación nativa, en este artículo buscamos analizar este proceso desde una perspectiva etnográfica y multisituada, arrojando luz sobre las maneras localizadas en que en la actualidad los significados sociales del trabajo están siendo dirimidos por los propios trabajadores y trabajadoras en el marco del proyecto político de la economía popular.

La noción de economía popular viene ganando centralidad en los últimos años como una manera de referirse al sector de la clase trabajadora que se desempeña por fuera del mercado salarial formal y como una categoría reivindicativa que busca construir demandas específicas para dicho sector. Tal como lo expresan los principales referentes de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) –la organización gremial que, desde el año 2011, representa a estos trabajadores y trabajadoras–, la economía popular puede pensarse como el ámbito o rama que nuclea al vasto y heterogéneo conjunto de trabajadores sin salario, sin patrón y sin derechos laborales; es decir, aquellos que nuestro sentido común suele denominar informales, a veces también precarios o precarizados. Entre ellos están los cartoneros y recicladores urbanos, los vendedores ambulantes y feriantes, trabajadores textiles, trabajadores campesinos y de agricultura familiar, obreros de fábricas recuperadas, trabajadoras del cuidado; es decir, sectores sistemáticamente excluidos y desafiliados de la relación salarial formal que “se ganan la vida a través de una pluralidad de actividades que se desarrollan sin derechos laborales y sin patrón visible” (Férnandez Álvarez et al., 2021, p. 2). La economía popular incluye tanto actividades vinculadas a la producción y comercialización de bienes o servicios como a trabajos no remunerados y de cuidado comunitario realizados en los barrios, muchos de ellos vinculados a la implementación de programas sociales. Según el último análisis del Centro de Innovación de los Trabajadores (Fernández Álvarez et al., 2021), hablamos de 4.192.655 trabajadores, es decir, un 32.4% de la población económicamente activa.

Como antropólogas, desde hace casi una década acompañamos a trabajadoras y trabajadores de la economía popular que, en el marco de los programas estatales de los cuales son beneficiarios, se desempeñan en cooperativas de trabajo y unidades productivas del conurbano bonaerense, La Plata y Córdoba. Acompañando sus tareas y rutinas, hace algunos años advertimos que la tarea de fotografiar sus actividades cotidianas se había vuelto una preocupación recurrente para estas personas. Las fotografías constituían una estrategia recurrentemente adoptada para divulgar lo que hacían en las cooperativas y era habitual que se tomaran imágenes de prácticamente todas sus rutinas de trabajo. Según pudimos registrar, dicha preocupación se inscribía a su vez en otra de mayor escala: la necesidad de desmontar las acusaciones que los marcaban como vagos y planeros, (de)mostrando la gran cantidad de actividades y labores que realizaban cotidianamente en sus espacios de trabajo. Específicamente, en este trabajo nos proponemos analizar los vínculos entre este registro fotográfico y el desarrollo de una forma de construcción política orientada a visibilizar la relevancia de los trabajos de cuidado sociocomunitarios. Sostenemos que, en nuestros casos de análisis, las fotografías aparecieron como un recurso especialmente valioso para disputar sentidos sociales del trabajo, en tanto permitieron sortear los desafíos de hacer visibles y tornar tangibles los resultados de actividades que no están orientadas a lo mercantil, pero que resultan fundamentales para sostener la vida en los barrios populares. Así, las fotografías contribuyen al reconocimiento social e intersubjetivo de quienes realizan estas labores como trabajadores, una de las apuestas fundamentales del proyecto político de la economía popular.

Al poner el ojo en las fotos (en lo que ellas muestran, pero también en los procesos de acción e interacción que las posibilitan) pretendemos aportar a un debate más amplio: ¿qué es el trabajo en la Argentina contemporánea? Como veremos, se trata de un campo de disputa: al mismo tiempo que ciertas ideas convencionales de trabajo se movilizan socialmente para descalificar y desvalorizar las prácticas de los sectores desafiliados del mercado salarial formal, excluyendo sus labores del mundo del trabajo, estos mismos sectores buscan poner en valor otras formas de entender y conceptualizar qué es el trabajo. Pues, como señala la socióloga feminista Luz Gabriela Arango Gaviria (2011, p. 91), la categoría “trabajo” –como toda categoría social– “tiene un carácter histórico, su significado ha sido construido y transformado a lo largo del tiempo, ligado a las relaciones de lucha y poder entre distintos grupos sociales”.2 

En este marco (y acompañando la propuesta de las organizaciones que integran nuestros interlocutores) nuestra conceptualización sobre el trabajo se apoya en la propuesta de la economía feminista; es decir, retomamos una mirada de la economía descentrada del mercado y de “una visión que reduce toda dimensión de la vida, toda relación social y todo proceso económico a la relación salarial” (Pérez Orozco, 2015, p. 1). Las economías feministas han permitido problematizar visiones androcéntricas de la economía ortodoxa, aquellas que se han construido teniendo como única referencia de análisis la experiencia del sujeto privilegiado de la modernidad: el varón blanco, burgués, adulto, heterosexual sin diversidad funcional (BBVAh) que, aparentemente autónomo, satisface sus necesidades a través del mercado (Pérez Orozco, 2014) sin necesitad de dar o recibir cuidados, como si fuera un trabajador champingon (Carrasco et al., 2004). Las miradas feministas tienen tradición en ver más allá de ese sujeto, desplazando la atención que la economía ortodoxa le ha otorgado tradicionalmente al trabajo remunerado en el ámbito mercantil, para colocar el foco en las condiciones que hacen posible la sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2003; Pérez Orozco, 2014, Herrero, 2013). De este modo, retomamos un análisis integrado de la (re)producción de la vida que conecta con un sentido amplio de la definición de trabajo. Por lo tanto, consideramos que existen una multiplicidad de formas del trabajo que nos convidan a pensar a esta categoría desde la pluralidad (Fernández Álvarez, 2016a). Como sostiene Verónica Gago (2021, p. 11) “el trabajo excede a quienes cobran salario”: más bien, se trata de una relación social que “tiene como condición común experimentar diversas situaciones de explotación y opresión, más allá y más acá de la medida remunerativa, más allá y más acá del terreno privilegiado de la fábrica”.

Estas reflexiones recuperan los avances de un proyecto de investigación más amplio que tiene como objetivo el análisis antropológico de procesos de organización colectiva que trabajadores y trabajadoras de la economía popular llevan adelante para garantizar la reproducción de sus vidas.3 Como parte de los resultados de dicho proyecto, pondremos en común un diálogo entre tres investigaciones etnográficas realizadas entre 2014 y 2021 en tres zonas diferentes del país: la ciudad de La Plata, la zona noroeste del Gran Buenos Aires y la ciudad de Córdoba. En términos metodológicos, la propuesta se asienta en (y se desprende de) el trabajo de campo etnográfico que realizamos junto a trabajadores y trabajadoras de la economía popular que son titulares de dos programas sociales –Argentina Trabaja y Ellas Hacen–. Desde una perspectiva antropológica que propone abordar la política como “proceso vivo” (Quirós, 2014, p. 48), nuestro trabajo de campo consistió en acompañar sistemáticamente aquellas actividades que nuestros interlocutores realizaban en virtud de sus pertenencias, filiaciones y aspiraciones políticas, así como los procesos de trabajo que protagonizaban. En ese sentido, nuestra investigación privilegió la técnica de observación-participante, con el objetivo de acompañar y vivenciar los procesos de la vida social “en su propio discurrir” (Quirós, 2014, p.51). Solo por poner algunos ejemplos: durante esos años acompañamos las rutinas de trabajo de las distintas cooperativas con las que nos involucramos; las instancias cotidianas de reunión de nuestros interlocutores; las distintas capacitaciones de las que participaron; las instancias de movilización que protagonizaron junto a los compañeros de las organizaciones en las que militaban. La observación participante incluyó también el registro de situaciones propias de las rutinas domésticas y las vidas familiares de algunos de nuestros interlocutores, tales como almuerzos, tiempos de ocio, paseos por el barrio, la realización de compras y otras diligencias. El trabajo de campo incluyó también la colaboración en la redacción de materiales de difusión, informes y materiales didácticos para la formación interna de las cooperativas y los espacios de trabajo. En todos los casos, a partir de las jornadas de campo se desarrollaron registros escritos. La observación participante fue complementada con entrevistas semiestructuradas y abiertas en profundidad a nuestros interlocutores principales y también a algunos referentes de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) –la organización política y gremial a la que pertenecían gran parte de nuestros interlocutores–. En total, realizamos 19 entrevistas: 5 en la ciudad de La Plata, 7 en la zona noroeste del Gran Buenos Aires y 7 en la ciudad de Córdoba. Asimismo, durante nuestro trabajo de campo fuimos construyendo un acervo de fotografías tomadas, en su mayoría, por nuestros interlocutores. Estas imágenes circulaban cotidianamente por los grupos de Whatsapp y redes sociales. Al dimensionar el valor político y discursivo que las fotografías tenían para nuestros interlocutores, decidimos otorgarles un lugar en nuestro análisis. A lo largo del texto, incluimos entonces algunas de estas fotografías con un doble objetivo. En primer lugar, un objetivo metodológico, en la medida en que las fotografías adquieren un valor central entre los materiales empíricos con los que trabajamos. En segundo lugar, con un objetivo político: acompañar el interés y el esfuerzo de nuestros interlocutores por documentar y exhibir sus actividades laborales.

Recuperando este material etnográfico, el artículo se organiza en tres apartados. En el primero de ellos, mostramos el modo en que la circulación y exhibición de estas fotografías permite construir demandas e impugnar la descalificación de sus prácticas cotidianas en un contexto atravesado por la reformulación de los programas estatales nacionales durante la presidencia de la alianza Cambiemos. En el segundo y tercer apartado, proponemos desplazarnos desde las imágenes estáticas que las fotografías condensan hacia los procesos que las hacen posibles, reponiendo también las múltiples luchas que las atraviesan y que allí se cristalizan. Con ese objetivo, en el segundo apartado reponemos una serie de reflexiones y debates que protagonizaron nuestros interlocutores acerca de la relevancia de los trabajos que realizaban –construcción de viviendas, prácticas de asistencia alimentaria y tareas de mantenimiento en instituciones educativas– argumentando que tomar y hacer circular fotografías cobra sentido como parte de un proceso orientado a construir el reconocimiento como trabajadores, desbordando visiones androcéntricas y binarias. En el tercer apartado, analizamos cómo la realización de estos trabajos y su continuidad en el tiempo dependen de la construcción de vínculos afectivos, de confianza y de interconocimiento; mostramos entonces que el género, el cuidado y la afectividad están en el centro de la sostenibilidad de la vida.

Las fotos: un recurso con historia, una preocupación en contexto

El 30 de abril de 2018, los y las integrantes de la cooperativa Néstor Vive, creada en 2012 a partir de la implementación del Argentina Trabaja, se reunieron en la casa de Mónica, una de sus integrantes, en el distrito bonaerense de Pilar. La reunión tenía como objetivo avanzar en los preparativos de una feria que iría a desarrollarse en los próximos días enmarcada en los festejos y conmemoraciones por el día del trabajador. La convocatoria a la actividad, a la que se referían como feriazo de la economía popular, constituía una estrategia de visibilización que la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) impulsaba en distintas partes del país. Diferentes cooperativas irían a exponer y comercializar productos entre los que se encontraban artículos de panadería, mermeladas, textiles, etc, procurando visibilizar el trabajo desarrollado por las cooperativas. En el caso de Néstor Vive, sus acciones eran más difíciles de ser sintetizadas en objetos que pudieran exponerse en una feria: sus integrantes se dedicaban desde hacía más de seis años a realizar tareas de mejoramiento y mantenimiento de instituciones educativas y otros espacios públicos y a poner en marcha obras de albañilería y refacciones en casas propias y de vecinos.

Con vistas a resolver su participación en la feria, Silvina, la presidenta de la cooperativa, había propuesto “armar algo con fotos”.4 Ese día, fue sacando de una bolsa algunos papeles, afiches y fotografías que ya tenía impresas y todos los presentes se las fueron pasando mientras rememoraban momentos pasados. Las fotografías más antiguas ya tenían seis o siete años y, entre comentarios sobre el paso del tiempo y observaciones acerca de los cambios en la apariencia física de los integrantes de la cooperativa, se fueron reconstruyendo los distintos trabajos que habían realizado en todos esos años. Algunas fotografías estaban prolijamente pegadas en un álbum que contenía epígrafes descriptivos sobre las actividades realizadas: trabajos en escuelas, trabajos comunitarios, trabajos solidarios, refacción de una vivienda en XX barrio. En ellas, se los veía pintando, cortando el pasto, pegando ladrillos, armando muebles, instalando arcos de futbol, limpiando, desmalezando, organizando materiales para su descarte, haciendo arreglos de plomería y electricidad, reparando juegos infantiles, revocando paredes. Silvina propuso también seleccionar imágenes más recientes desde el Facebook de Mónica, quién solía publicar fotografías luego de cada jornada laboral. Insistía en lograr una selección lo más representativa posible que ilustrase la variedad de acciones desarrolladas y la totalidad de sus integrantes. La situación dejaba entrever la existencia de un minucioso registro fotográfico; dando cuenta de que este tipo de exposiciones de los trabajos a partir de fotos ya había ocurrido en otras ocasiones (ver Figura 1).

Figura 1. Poster Día del trabajador


Fuente: Cooperativa Néstor Vive, Buenos Aires, 2018.

Ese 30 de abril del 2018, una escena similar transcurría a más de 800 kilómetros de la casa de Mónica, más precisamente en el barrio Rancagua de la ciudad de Córdoba, en donde las casi 20 vecinas que sostenían cotidianamente el comedor popular “Pancitas Felices” se habían juntado en la casa de la Pitu para armar su propia lámina con fotos. Ocurre que también estas mujeres iban a participar de un feriazo. En el caso de Córdoba, se realizaría en una de las plazas céntricas de mayor circulación. Para aprovechar la posibilidad de interlocución con distintos sectores de la sociedad que esto les brindaba, las trabajadoras de este (y muchos otros) comedor(es), también habían estado imaginando qué estrategias podrían implementar para mostrar el trabajo que hacían cotidianamente. Un trabajo que, al igual que las obras de infraestructura y mantenimiento que realizaban los integrantes de Néstor Vive, resulta muy difícil sintetizar en un producto transportable, exhibible y/o comercializable en un mercado. La innumerable cantidad de fotografías que día a día tomaban estas vecinas de sus rutinas de trabajo aparecieron –también en este caso– como un recurso valioso a la hora de armar su propio stand. En las imágenes se las veía prendiendo el fuego, amasando, cocinando, poniendo la mesa, repartiendo la comida y lavando los platos. También había cientos de fotos de los y las niñas sentados en la mesa comiendo. Una vez más: las imágenes las mostraban en acción. Y, por eso, ese lunes 30 de abril se habían convocado en lo de la Pitu para elegir las más significativas y así armar su propia lámina (ver Figura 2).

Figura 2. Amasando tortas fritas


Fuente: Trabajadoras del comedor Pancitas Felices, Córdoba, 2018.

Las fotos también circularon entre las titulares del Ellas Hacen en la ciudad de La Plata. Desde el lanzamiento del programa en 2013, entre las integrantes de la cooperativa Las Leonas también se compartían imágenes a través de redes sociales como Facebook y WhatsApp; se las veía trabajando en la construcción de viviendas, preparando la mezcla, cortando maderas con máquinas eléctricas, revocando. En varias fotos se mostraban de espalda, así la cámara tomaba la inscripción de sus vestimentas de trabajo: “Argentina Trabaja - Ellas Hacen”. En 2018, ante los cambios presentados por la Alianza Cambiemos al programa, el registro fotográfico tomó nuevos sentidos. En las fotos que circulaban en las redes sociales, se solía afirmar: No somos un plan – somos trabajadoras – Ellas Hacen Ensenada (ver Figura 3).

La repetición de esta escena en espacios tan distantes (y distintos) no es una mera coincidencia. Algo que pudimos observar a lo largo de nuestras investigaciones etnográficas con trabajadores de la economía popular y titulares de programas sociales de la zona noroeste del Gran Buenos Aires, de Córdoba y de La Plata es que, desde hacía algunos años, la construcción de un registro fotográfico que ilustrase sus actividades cotidianas se había vuelto una preocupación recurrente para estas personas. Como señalábamos en la introducción, esta preocupación se inscribía en la necesidad de (de)mostrar sus labores cotidianas como un modo de contestar a las acusaciones que los marcaban como vagos y planeros. Y aquí la dimensión contextual no resulta un dato menor. Durante el gobierno de Cambiemos (2015-2019), las prácticas de las organizaciones sociales y su apuesta por generar formas colectivas de trabajo fueron puestas “bajo sospecha”, y su asociación con calificativos negativos como aquellos vinculados a la mafia, la violencia, la pasividad y la vagancia, otorgó legitimidad y sustento discursivo a una serie de acciones represivas y medidas económicas regresivas (Fernández Álvarez et al., 2019, p. 17). Asimismo, el recrudecimiento del debate acerca de quienes merecen (y quienes no) atención y ayuda estatal tuvo una de sus expresiones más claras en los modos en que, durante ese gobierno, se fundamentaron una serie de cambios en los criterios de permanencia y condicionalidades de los programas de transferencias de ingresos. El fomento del cooperativismo y el trabajo asociativo, que había sido característico de muchos programas implementados entre 2003 y 2015, fue perdiendo centralidad para dar lugar a una lógica centrada en las capacitaciones individuales y en el fomento de las condiciones de empleabilidad e inserción en el mercado laboral formal (Arcidiácono y Bermúdez, 2018; Hopp y Lijterman, 2019). Estos cambios proponían eliminar formalmente las cooperativas que hasta entonces organizaban las tareas de contraprestación realizadas por los titulares, entre las cuales se destacaban la realización de obras de construcción y mejoramiento en los barrios, el desarrollo de trabajos de manufactura y emprendimientos gastronómicos en polos productivos y distintas tareas de asistencia alimentaria y cuidado comunitario.

Figura 3. Somos trabajadoras


Fuente: Trabajadoras del Ellas Hacen-Ensenada, La Plata, 2016.

En este contexto, durante nuestros años de trabajo de campo, la preocupación por mostrar el trabajo realizado, sus alcances y resultados, apareció de forma recurrente en nuestros registros y gravitó, a veces más y a veces menos explícitamente, las expectativas que nuestros interlocutores tenían sobre nuestra presencia y nuestro trabajo. En ese sentido, bien podríamos decir que el registro fotográfico de las actividades cotidianas (y su posterior exhibición en redes sociales o espacios públicos) constituía una apuesta por contrarrestar la sospecha bajo la cual habían sido puestos los y las trabajadoras excluidos del mercado laboral formal. Desde la UTEP, la exhibición de fotografías y de herramientas de trabajo formó parte de los repertorios de acción que movilizaban durante las protestas, manifestaciones y feriazos, buscando mostrar la capacidad productiva de estas tareas y el aporte específico que hacen a la economía.

Ahora bien, la exhibición de fotografías y de herramientas de trabajo como dispositivos de visibilización –así como su importancia para legitimar acciones de protesta y demandas ante el Estado– constituye un fenómeno que dista de ser reciente y que ha sido recogido por otras etnografías que analizaron las prácticas de movimientos de desocupados (Quirós, 2011; Manzano, 2013) y empresas recuperadas (Fernández Álvarez, 2007 y 2017). Ya en 2001, en el contexto etnográfico analizado por Manzano (2013), la exhibición de carteles con fotografías que retrataban las rutinas de las trabajadoras de merenderos, copas de leche y comedores, constituía una de las maneras en que las organizaciones de desocupados buscaban mostrar, en las ferias realizadas en espacios públicos, la capacidad productiva de esos espacios y labores. En el caso de la recuperación de una empresa textil durante los primeros años de la década del 2000, Fernández Álvarez (2017) registró el desarrollo de acciones dirigidas a mostrar el trabajo, a partir de la exhibición de máquinas de coser y la puesta en marcha de jornadas de trabajo en espacios públicos, en los llamados maquinazos.

Al poner a nuestras reconstrucciones etnográficas en perspectiva con las de ambas autoras, podemos afirmar que el desarrollo de iniciativas colectivas dirigidas a visibilizar el trabajo realizado forma parte de trayectorias de lucha más amplias que los y las trabajadoras excluidos del mercado laboral formal vienen desarrollando desde hace por lo menos dos décadas. En nuestros casos de análisis, las fotografías constituían una estrategia significativa en dirección a lidiar con los desafíos emergentes a la hora de visibilizar el aporte de trabajos cuyos productos o resultados no constituyen objetos orientados al intercambio mercantil y en los cuales resulta particularmente difícil (de)mostrar la capacidad productiva movilizada. Y esto porque las imágenes resguardan los resultados del trabajo realizado y, con ello, objetivan la capacidad productiva de estos trabajadores.

En el contexto etnográfico que analizamos en estas páginas, las fotografías y su exhibición habilitaban a discutir (y apelaban a ampliar) miradas androcéntricas sobre aquello que se considera trabajo, disputando el reconocimiento social de las actividades realizadas como trabajo y, por lo tanto, la identificación de estas personas como trabajadores. Esta apuesta política –que no es sino una profundización del planteo que las organizaciones sociales vienen realizando y que las etnografías antes mencionadas ya habían registrado– no podría explicarse sin atender a los más recientes procesos de organización gremial de la economía popular y también a la masificación del feminismo popular en los últimos años (sobre este tema, ver Gago, 2019). Nutrida de las reivindicaciones que el movimiento feminista viene haciendo con vistas a reconocer el trabajo (re)productivo como trabajo, la construcción política de la UTEP interpela entonces aquellos sentidos sociales que históricamente han reducido la idea de trabajo a la de empleo asalariado formal, buscando visibilizar e impulsar una definición ampliada de trabajo, que no se reduzca a la generación de valor mercantil y que permita abrigar la multiplicidad y heterogeneidad de formas colectivas de reproducción de la vida y de producir bienestares (Fernández Álvarez, 2016a, 2016b y 2018; Fernández Álvarez et al., 2019; Señorans, 2020). La circulación de fotografías formaba parte del modo en que la UTEP buscaba dar esa disputa.

De todos modos, si nuestros interlocutores le otorgaban importancia a construir un registro fotográfico de aquello que realizaban cotidianamente, esta observación no equivale a afirmar que sus prácticas estaban únicamente motivadas por la finalidad de contar con pruebas que les permitieran mostrarse ante otros como trabajadores. Hacia adentro de las cooperativas y de las organizaciones que las nuclean, las fotografías también circulaban con asiduidad. En los grupos de WhatsApp, diariamente llegaban decenas de imágenes que ilustraban paredes recién revocadas o una cantidad abultada de viandas preparadas y listas para entregar. Esta circulación formaba parte del modo en que se generaba un sentido de dignidad y orgullo por las tareas realizadas; reforzando su reconocimiento como trabajadores y articulándose con vínculos de amistad, afecto y confianza. Ocurre que, como pudimos advertir durante nuestro trabajo de campo, la circulación de fotografías se daba a la par de otras prácticas discursivas y pedagógicas que buscaban sostener la reivindicación de una definición ampliada de trabajo. Veamos.

De la foto al proceso I: Desbordar las definiciones convencionales de trabajo

En su etnografía sobre trabajo político, Julieta Gaztañaga (2018) ha advertido la vigencia de una serie de supuestos moralizantes e instrumentales que rodean las explicaciones sobre la relación entre fotos, obras, políticos y llevan a la repetición de fórmulas reduccionistas, tales como aquella de que los políticos hacen obras para sacarse la foto. Procurando tomar distancia de esta lectura teleológica y en cierto modo permeada de cinismo sobre los procesos políticos, la autora propone reponer el contexto social de producción de las fotos. Dice Gaztañaga: “Las fotos no reflejan el trabajo político, sino que éste, como praxis, produce, por ejemplo, cosas fotografiables” (2018, p. 83). La propuesta de la autora resulta iluminadora para repensar las situaciones etnográficas que compartimos en el apartado anterior, en tanto sugiere interrogar los múltiples procesos de acción, interacción y relación que posibilitan la existencia de las fotos. De esta manera, nos invita a desplazarnos desde la imagen fija de las fotografías y aquello que cristalizan, hacia las prácticas que crean condiciones de posibilidad para la realización de los distintos trabajos comunitarios que aparecen registrados allí.

Atendiendo a esta propuesta, lo primero que quisiéramos resaltar es que la realización de los trabajos que eran mostrados en las fotos, publicados en redes sociales y exhibidos en acciones de protesta en los tres contextos etnográficos analizados, tenía entre sus condiciones de posibilidad la construcción de distintos espacios de debate y reflexión acerca del sentido y el valor de realizar las tareas a las que se abocaban. En otras palabras, estas fotografías se inscribían en un contexto más amplio en el que la reflexión sobre la relevancia de las actividades realizadas y el balance acerca de cuál era su aporte o utilidad constituía un tema recurrente de conversación.

La importancia de estos espacios de debate y reflexión era fundamental entre las trabajadoras de los merenderos, pues la oposición entre trabajos productivos y reproductivos continúa expulsando al trabajo reproductivo (incluso al que se realiza en el ámbito comunitario) por fuera de la condición de trabajo. Por lo tanto, no era fácil para todas las mujeres que participaban de estos espacios reconocerse a sí mismas como trabajadoras. Desarmar este gran divisor precisa de tiempo y esfuerzo: los espacios de debate y formación política cotidiana apuntaban justamente a eso. “Preparar la leche, servir la comida, es un trabajo”, solían repetir las dirigentes del Movimiento Evita (el espacio político en el que se inscribía el comedor). “Porque no lo hacen porque les gusta o porque quieren: lo hacen porque es trabajo”, agregaban.5 Además, en estos intercambios cotidianos, algo que se buscaba deliberadamente visibilizar era el enorme valor de estos trabajos para el sostenimiento de la vida en los barrios en los que se llevaban adelante. Así, por ejemplo, en una de las reuniones que organizaron las trabajadoras del comedor “Pancitas Calientes” previo al feriazo de aquel 1 de mayo de 2018, una de las dirigentes del Movimiento Evita destacaba cómo el trabajo cotidiano de estas mujeres había sido de enorme utilidad entre los vecinos para amortiguar la crisis económica que atravesaba el país. Dos años después, en mayo de 2020, cuando los efectos de la pandemia de Covid-19 se empezaban a hacer visibles en el barrio, estas palabras cobraron una dimensión irrefutable: el número de vecinos y vecinas que dependían para su alimentación cotidiana de las viandas que estas mujeres preparaban en el comedor, aumentó más del doble. Este aumento significativo de la demanda de alimentos en comedores y merenderos populares fue observado en distintos centros urbanos a lo largo y a lo ancho del país y fortaleció la demanda por el reconocimiento salarial y social de estas tareas de asistencia alimentaria, así como su reivindicación como trabajos esenciales para el cuidado y la sostenibilidad de la vida y para el abordaje de problemáticas que derivan de desigualdades estructurales (Fernández Álvarez et al., 2020; Gago, 2021).

En el caso de la cooperativa Néstor Vive, sus integrantes reivindicaban a menudo como un logro el hecho de haber abandonado tareas realizadas en las calles, tales como el barrido y limpieza de veredas, las cuales formaron parte de las propuestas del programa en sus inicios, para comenzar a dedicarse a trabajos que consideraban más útiles y con resultados más durables, como la refacción de viviendas o el mejoramiento de instituciones educativas. Estos trabajos aparecían también como una aspiración entre muchas de las mujeres que se desempeñaban en los comedores (ver Figuras 4 y 5).

Figura 4. Refacciones en una vivienda


Fuente: Cooperativa Néstor Vive, Buenos Aires, 2018.

Figura 5. Tortas fritas a leña


Fuente: Trabajadoras del Comedor Pancitas Felices, Córdoba, 2018.

En el caso de Las Leonas, la participación en las discusiones que se generaban en las capacitaciones del programa Ellas Hacen posibilitó un lugar de enunciación diferente: la mayoría de ellas venían de trayectorias de vida en las cuales los programas sociales las habían llamado de distintas formas, menos trabajadoras.6 Desde el 2013 comenzaron a transitar un programa que las nombró desde la acción, como mujeres y en colectivo. Las imágenes compartidas, vistiendo la ropa de trabajo con la inscripción del ministerio, pueden leerse como una forma de demostrar que, desde un programa social, desde un plan, se produce, se construye, en fin, se trabaja

(ver Figura 6). Al mismo tiempo, publicar en sus perfiles fotos trabajando en la construcción de una vivienda, mostraba también, el valor que para ellas tenían esos trabajos. Ahora ellas levantaban las casas que desde el programa se les asignaba, pero también, esos nuevos saberes adquiridos, volvían al barrio cada vez que los aplicaban en sus propias viviendas.

Figura 6. Griselda revocando


Fuente: Trabajadoras de la cooperativa Las Leonas, La Plata, 2014.

Así, la acción de tomar fotografías formaba parte de un proceso más amplio en el cual nuestros interlocutores no sólo construían evidencias para legitimar sus prácticas hacia los otros, sino que también mostraban el valor de esos trabajos. Tomadas en su conjunto, las imágenes de alimentos, ollas, trabajos de albañilería en casas o escuelas refaccionadas cristalizaban una apuesta política por reivindicar y visibilizar la importancia de una serie de acciones fundamentales para mantener la vida andando. O, aquello que desde la economía feminista ha sido definido como prácticas orientadas al cuidado y sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2003; Pérez Orozco, 2014). Pasar de la foto al proceso nos permite señalar entonces que la preocupación por mostrar el trabajo se inscribía en una construcción política más amplia que pugnaba por ensanchar y desbordar los límites de aquello que socialmente se entiende como trabajo (productivo). Esta apuesta política buscaba descentrar la definición de trabajo de lo mercantil y asalariado para poner en el centro su capacidad de producir mejoras concretas en las vidas de estos trabajadores y sus vecinos.

Asimismo, en este esfuerzo político por redefinir qué entra y qué no dentro de la noción de trabajo, había una apuesta por tensionar también el carácter binario y generizado de las definiciones más restringidas y androcéntricas de trabajo. Por ejemplo, entre Las Leonas, pasar a ser nombradas trabajadoras de la construcción abrió un lugar de enunciación que presentaba puntos de ruptura con estereotipos laborales de género. Estos nuevos aprendizajes las formaban como trabajadoras y constructoras y, al mismo tiempo, ellas iban reconociendo su capacidad de trabajo en un rubro tradicionalmente vedado a las mujeres, contrarrestando representaciones tradicionales sobre el rol de las mujeres, sus habilidades y responsabilidades en sus hogares. En las capacitaciones ofrecidas por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación se generaron intercambios sobre cómo romper los estereotipos de género en un rubro tradicionalmente masculino. En las capacitaciones, durante los momentos de intercambio grupal surgían incertidumbres relacionadas a la posibilidad de ser empleadas como constructoras: “¿Quién le va a dar trabajo a las mujeres en la construcción?”, “¿Imaginate en la UOCRA? Nadie nos tiene fe”.7 Sin embargo, también iban compartiendo experiencias que confirmaban su capacidad y generaban confianza. Por ejemplo, en una capacitación, una de las mujeres contó que, una vez que su marido le preguntó en tono burlón: “¿Qué vas hacer vos? No me hagas reír”,8 ella tomó la decisión de llevarlo a la obra para mostrarle todo lo que había hecho. Otra compañera intervino señalando: “El hombre piensa que la mujer no es capaz de hacerlo”.9 En este sentido, la circulación en redes sociales de fotografías en las que mujeres vestían guantes y cascos y desarrollaban trabajos vinculados al rubro de la albañilería y la construcción pueden ser comprendida también como una forma de visibilizar su capacidad de ocupar roles diferentes a aquellos tradicionalmente definidos como femeninos, levantándose como una respuesta tácita a impugnaciones que venían de parte de varones de sus mismos entornos sociales. Esta reivindicación política de la posibilidad de que mujeres desarrollen tareas comúnmente definidas como de hombres, permeaba también las prácticas en espacios de trabajo mixtos, como el de la cooperativa Néstor Vive, en la cual mujeres como Silvina y Mónica se jactaban recurrentemente de su capacidad y gusto por utilizar herramientas como la amoladora o comentaban orgullosamente cómo habían aprendido a levantar paredes y revocarlas.

En una entrevista realizada a una integrante de la cooperativa Las Leonas una de las mujeres dijo sentir que eran “mujeres superpoderosas”, trayendo una representación de mujer “que puede con todo”, desde “hacer cemento, un fino, revocar” hasta “ser de la casa”.10 Una imagen tomada en una de las reuniones internas de trabajo lo reflejaba: ellas posaban para la foto con sus niñas/os sentadas/os en sus faldas o paradas/os a su lado. En la mesa se observan mochilas, lapiceras y los cuadernos donde iban tomando nota de lo conversado. Si el foco se hubiera ampliado, también habría tomado a un bebé durmiendo en su coche o varios juguetes en el piso con los que se entretenían las/os niñas/os mientras sus madres trabajaban. Esta ampliación del foco de las escenas cotidianas de trabajo en las cooperativas permite dar cuenta del modo en que la problematización de ciertos binarismos de género, dada a partir de la incorporación de mujeres en oficios socialmente considerados masculinos, no implica un proceso unívoco ni la impugnación total de otros sentidos derivados de la división sexual del trabajo, tales como la asociación entre mujeres y cuidados.11 Esta reproducción de la asociación entre lo femenino y las tareas de cuidado también se encuentra implícita en la presencia casi exclusiva de mujeres en trabajos vinculados al cuidado comunitario, como la elaboración y distribución de alimentos en merenderos, dando lugar a aquello que Jules Falquet ha sintetizado como una división sexual del trabajo militante (Falquet, 2007).

Teniendo en cuenta que el concepto de división sexual del trabajo hace referencia no solo a la asignación de los hombres a la esfera productiva y de las mujeres a la reproductiva, sino también a la jerarquización de aquellos labores asociados a lo masculino (Kergoat, 2000), la existencia de un registro fotográfico minucioso dirigido a visibilizar la magnitud y relevancia de trabajos vinculados al cuidado comunitario da cuenta del modo en que se busca disputar esta valorización diferencial de las actividades. Así, sin pasar por alto la complejidad de procesos que entran en juego a la hora de tensionar roles y estereotipos de género, nos interesa destacar el modo en que, tomadas en el marco de estos procesos más amplios, las fotografías aparecieron como un recurso de valor asociado a un esfuerzo por problematizar las definiciones más restringidas de trabajo, tensionando su carácter binario y generizado en al menos dos direcciones. Por un lado, al reivindicar una definición de trabajo descentrada del intercambio mercantil y el empleo, nuestros interlocutores cuestionaban oposiciones tales como la de productivo/reproductivo; laboral/comunitario. Por otro lado, también tensionaban estereotipos y roles de género, vinculados a la asociación de ciertas tareas con sentidos vinculados a lo femenino y lo masculino. Si, por un lado, al resaltar que sostener un merendero también es trabajo se visibilizaba el aporte de tareas que la división sexual del trabajo suele asociar a las mujeres; la apuesta de la economía popular como proyecto político también incluye una apuesta por reivindicar la potencialidad de incorporar mujeres en espacios que tradicionalmente han sido pensados como masculinos, como las tareas de albañilería y construcción.

De la foto al proceso II: Vínculos y afectos como condición de posibilidad para el trabajo colectivo

La sugerencia de pasar de la imagen fija de la fotografía al proceso que la posibilita nos obliga a atender finalmente al entramado de vínculos que las sostienen y las hacen posible. En los tres contextos etnográficos analizados, la construcción de vínculos de afecto y amistad entre compañeros y compañeras, y también con otros actores del barrio y la circulación de prácticas de cuidado mutuo, resultaron una condición indispensable para la realización de los trabajos fotografiados.

Entre Las Leonas, las fotos, además de compartirse se intervenían con corazones, arco iris y con frases. Una de las fotos mostraba a cinco integrantes de Las Leonas abrazadas frente a la vivienda que estaban construyendo y sobre la imagen escribieron con letras de colores: Graciassssss amiga Por tu amistad. Este tipo de foto intervenida con expresiones de gratitud, afecto, se repetía. Las Leonas se nombraban amigas, se identificaban como amigas entre sí. La cooperativa Las Leonas se formó en 2014, cuando desde el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, se les propuso a las titulares del Ellas Hacen que conformen grupos de al menos 30 mujeres para formalizar la constitución de las entidades ante el Instituto Nacional de Economía Social (INAES). Desde 2013, 12 de las titulares que luego pasaron a formar parte de Las Leonas, venían realizando trabajos de albañilería, construcción y capacitándose en derechos y ciudadanía en el marco del programa. Algunas de ellas también eran vecinas y parientas del mismo barrio. Conformar la cooperativa implicó la elección de un nombre para identificarse, la construcción de una identidad colectiva, la ampliación del grupo de mujeres y desafíos para organizar las prácticas cotidianas. Resultó necesario pensar un proyecto, establecer acuerdos en las formas de trabajo.

Como podría esperarse en el marco de un proceso organizativo pensado como un “proceso vivo” (Fernández Álvarez, Gaztañaga y Quirós, 2017, p. 278), la trama fue tomando forma en este nuevo contexto. El grupo fue construyendo modalidades de acercamiento entre sí, de sanción entre ellas y de exigencia frente a otras y otros. Las tensiones propias de un proceso de organización colectiva fueron abordadas entre las cooperativistas y entre ellas y las/os capacitadores. Hacerse una cooperativa, como se les propuso, tuvo sus tensiones respecto a las formas de organizar el trabajo, los tiempos de trabajo y los vínculos que se fueron generando.

Sin embargo, el acompañamiento y el apoyo fueron aspectos que aparecieron con recurrencia y se valoraron como parte de su identidad grupal. Manifestaciones de dolor, tristeza, expresiones de apoyo y fortaleza circulaban en las plataformas virtuales y en el día a día de trabajo. Poner el cuerpo en situaciones personales que atravesaban las compañeras parecía ser parte de esa lógica grupal de trabajo. Como cuando sostuvieron a una amiga cuya casa había sido ocupada y no tenía a dónde ir. Las Leonas la acompañaron a enfrentar esa situación y buscar formas de resolver el problema que había dejado a su amiga sin vivienda. Una situación parecida vivieron con otra compañera cuya casa había sido destruida en un fuerte temporal. Las Leonas cuentan que fueron a la casa de su compañera cargando materiales de construcción que consiguieron a través del programa, “pagamos pasaje en el micro y nos fuimos”, “llevamos de todo en el micro, membrana, alambre, nylon ¡en el colectivo!”. Ante la encargada del programa justificaron su urgencia apelando a “que es una amiga del trabajo” y que por lo tanto no la iban a dejar “en banda”.12 La amistad tomó la forma del cuidado entre sí, del sostener la vida (Carrasco, 2003; Pérez Orozco, 2015) en experiencias de precariedad.

Esta identificación como amigas, que implicaba apoyarse y cubrirse en la vida personal de cada una, tuvo su correlato también en el espacio de trabajo, en los modos de organizar las actividades laborales y en las formas de gestionar los conflictos dentro de la cooperativa. En otras palabras, identificarse amigas organizaba el hacer colectivo, promovía formas de llevarlo adelante y otorgaba tramas de contención y cuidado en el programa y en la vida cotidiana. El lazo afectivo desde el cual se identificaba el grupo moldeaba las prácticas de organización en el trabajo, como: cumplir, asistir a las capacitaciones; avisar y consultar por las actividades; construir compañerismo, no dejarse en banda; acompañar ante dificultades, timidez, reclamos. Las Leonas eran las que estaban cada semana en las capacitaciones y en las obras. Si una de ellas faltaba, avisaba y las demás la cubrían en su tarea. Este no era un tema menor ya que estar presente o ausentarse con aviso era una forma de cumplir con la compañera.

De esta manera, la experiencia de las integrantes de Las Leonas evidencia que el sostenimiento cotidiano de los trabajos realizados por la cooperativa se asentaba sobre la construcción de relaciones de confianza y proximidad afectiva, que ellas definían en términos de amistad. Desnaturalizar la categoría amigas permite observar la amistad como una construcción identitaria que organizó las relaciones en el trabajo y, al mismo tiempo, como lazo afectivo que articuló prácticas de cuidado entre sí. Además, la identidad amigas y la afirmación desde esta categoría, facilitó un primer momento de organización y el establecimiento de rutinas de trabajo que permitieron a Las Leonas comenzar a pensarse y sentirse trabajadoras. Este proceso de reconocerse como trabajadoras se tornó más explícito en los intercambios cotidianos a partir de diciembre de 2015 con la asunción de la Alianza Cambiemos al Gobierno Nacional. Entre Las Leonas, la incertidumbre respecto del futuro ocupó lugar en las conversaciones cotidianas durante el período electoral. “Si se va Cristina qué vamos hacer”,13 circulaba en las capacitaciones y en el barrio. Tal como registraron otros trabajos, estas sensaciones de temor y duda con respecto al futuro de las políticas sociales vigentes fueron observadas entre titulares de los programas sociales en distintos contextos (Hopp, 2017; Hintze, 2018). Efectivamente, con Cambiemos el programa fue rediseñado y las tareas de construcción se suspendieron. Cuando las jornadas de trabajo dejaron de ser obligatorias como requisito de permanencia en el programa y las condicionalidades se concentraron en el fomento de distintas capacitaciones, entre Las Leonas, se podían escuchar expresiones que comparaban el pasado con el presente, remarcando que “ahora no trabajamos más”; “antes hacíamos algo además de estudiar”.14 Así en el momento de transición entre un programa y otro, reivindicarse como trabajadoras ganó relevancia y permitió identificar en términos de trabajo a un conjunto de prácticas de ayuda y sostén ante situaciones problemáticas que circulaban entre las integrantes de la cooperativa en el marco de vínculos de amistad.

La importancia de la construcción de relaciones interpersonales y de vínculos de confianza y afecto para fortalecer y hacer posible la realización de trabajos también resultó significativa en el proceso de organización impulsado por la cooperativa Néstor Vive. En este caso, la puesta en marcha de las tareas de mantenimiento en instituciones educativas dependía de afianzar relaciones interpersonales mediadas por la confianza y los mutuos pedidos de ayuda entre integrantes de la cooperativa y autoridades de las escuelas y jardines. Silvina solía contar que había recorrido distintas instituciones ofreciendo colaboración y que no resultaba una tarea sencilla ser aceptados en esos espacios. Al momento que se preparaban para el feriazo, su trayectoria y vínculo con las escuelas y jardines de sus barrios estaba más consolidada y solían recordar con emoción los primeros pasos que habían dado en una escuela de educación especial del distrito bonaerense de Pilar que los había contactado porque el hijo de una integrante de la cooperativa asistía al establecimiento. El pasto crecido, el consejo escolar que no mandaba a nadie para cortarlo y un conjunto de alumnos con discapacidades cognitivas y motrices que no podían salir al parque durante el recreo solían ser los primeros elementos que traían a colación. La descripción ponía énfasis en la alegría y agradecimiento expresado por alumnos y docentes luego de que ellos realizaran sus primeros trabajos. Ese día que preparaban las fotos para el feriazo, ya llevaban más de cinco años colaborando con la institución. En sus jornadas laborales, se ocupaban de cortar el pasto, refaccionar juegos de plaza, cambiar cueritos y tubos de luz, quitar hojas del techo, destapar cañerías, pegar azulejos, pintar paredes, reparar estanterías. Muchas veces resolvían problemas emergentes y en ocasiones, acudían primero cuando ocurría algo inesperado, como un intento de robo o un accidente que dejaba daños (ver Figura 7).

En marzo de 2018, cuando la interrupción del Argentina Trabaja y el lanzamiento del Hacemos Futuro eran un tema aún reciente, una situación en una de las escuelas puso en evidencia los modos en que estos vínculos personales se encontraban atravesados por valoraciones morales que definían límites y posibilidades para la realización de sus trabajos. La salida de una de las directoras, que dejaría su cargo para irse a trabajar al consejo escolar, había puesto en duda su continuidad allí: “No sabemos si la que la reemplace nos va a querer acá”.15 Al igual que para Las Leonas, para los y las integrantes de Néstor Vive, la continuidad de su trabajo en las escuelas era vivida como un aspecto incierto. En este caso dependía no sólo de los cambios en las políticas, sino también de los vínculos de confianza con autoridades de las escuelas y otras instituciones barriales. “Es que algunos, no nos quieren a nosotros”, “No tienen una buena imagen. Piensan que no hacemos nada, que no queremos trabajar, que estamos ahí tomando mate. Y, nosotros… ¡trabajamos!”, fueron algunas de las expresiones que circularon en ese momento, al proyectar sus posibilidades a futuro.16 

Las complejidades que emergían a la hora de lograr entrar a una escuela y la gravedad con la que se referían a la posibilidad de interrumpir su trabajo no pueden comprenderse sin considerar la circulación recurrente de aquellas imágenes morales negativas a las que referimos anteriormente, las cuales suelen describirlos como vagos, sin voluntad de trabajo. Según reconstruyeron al narrar su historia, las estigmatizaciones y prejuicios que circulaban sobre los titulares del Argentina Trabaja solían obstaculizar las posibilidades de que una institución “los acepte” y los “trate bien”.17 Algunas de las escuelas con las que se habían contactado habían rechazado su ayuda y otras habían aceptado que realicen tareas puntuales, como pintar el patio, pero sin dejarles pasar al baño ni ingresar a espacios cerrados.

Una mayor tranquilidad y atmósfera de alivio circuló entre quienes estaban presentes cuando la directora que estaba por dejar el cargo les aseguró que daría su visto bueno a las nuevas autoridades y que no veía complicaciones para que continuaran en sus funciones. Poder realizar estos trabajos, dependía del acceso a estas recomendaciones y de ganarse un lugar de afecto y confianza.  “Estamos integrados a las escuelas”, solía decir Silvina, resaltando el reconocimiento y sentido de pertenencia que los unía con los espacios educativos.18 Este vínculo había sido construido a lo largo de años de trabajo en cooperación con la institución, en los cuales la cooperativa brindaba no solamente servicios concretos, sino también su disponibilidad para resolver problemas emergentes que surgieran. Lo que la cooperativa daba a la escuela podría definirse como “dones en forma de tiempo” utilizando la expresión propuesta por Antonia Pedroso de Lima y Fernanda María Rivas Oliveira (2015, p. 313). Las autoras plantearon que la relevancia de esos dones consiste en que pueden materializarse en una multiplicidad de servicios de cuidado, pasando a producir “pequeños factores de humanización” en el marco de relaciones interpersonales en las cuales se imbrican afecto y moralidad, altruismo y egoísmo (Pedroso de Lima y Rivas Oliveira, 2015, p. 312).

Figura 7. Cortando pasto en una escuela


Fuente: Cooperativa Néstor Vive, Buenos Aires, 2018.

En este sentido, lo que las experiencias de estas cooperativas nos muestran es que los vínculos de interconocimiento, que pueden tomar la forma de amistad (como entre Las Leonas) o de confianza (como en el caso de la Néstor Vive), resultan indispensables para conseguir y sostener trabajos en la economía popular y también para organizar y crear rutinas en espacios colectivos de trabajo. Pasar de la foto al proceso nos permite entonces poner en valor la enorme importancia que tienen estos vínculos de afecto que son condición de posibilidad para realizar los trabajos y que se sostienen y producen a partir de la circulación de distintas formas de cuidado.

A modo de cierre: hacerse un lugar en la clase trabajadora

En Argentina, la oposición entre planes y trabajo estructura, desde hace al menos tres décadas, las discusiones sociales, políticas y académicas acerca de las posibilidades e imposibilidades de inclusión social y laboral de los sectores trabajadores desafiliados del sistema salarial formal. Está presente en los argumentos que fundamentan líneas de intervención estatal, en discursos que descalifican a las organizaciones de la economía popular y en distintos análisis sobre el impacto de los programas de transferencia de ingresos. La sospecha de que la existencia de distintos programas sociales dirigidos a sectores excluidos del mercado laboral formal opere como un factor de desestímulo del empleo genuino es sin dudas un elemento recurrente en los argumentos y evidencia la vigencia de una mirada restringida del trabajo, la cual invisibiliza toda una serie de actividades económicas realizadas sin reconocimiento salarial. La asociación de los titulares de programas sociales con calificativos negativos tales como los de vagos sin voluntad genuina de trabajo se cierne como una sospecha que circula en intercambios cotidianos en el barrio, con la cual las personas deben lidiar en el día a día y que supone desafíos concretos para realizar sus actividades (Pacífico, 2019; Sciortino, 2019).

Conscientes de estas desvalorizaciones, los y las titulares de programas sociales, así como los y las trabajadoras de la economía popular y sus organizaciones, vienen desplegando desde hace años distintas estrategias para visibilizar públicamente todas aquellas tareas que cotidianamente realizan para ganarse la vida (Narotzky y Besnier, 2014) y construir su sostenibilidad (Carrasco, 2003; Pérez Orozco, 2014; Herrero, 2013). En este artículo, mostramos que el registro fotográfico cotidiano de sus actividades diarias y su exposición a través de distintos canales de comunicación (desde el Facebook hasta un feriazo) constituye una práctica reiterada, utilizada en distintos contextos temporales y geográficos. Esas imágenes muestran personas en acción, una especie de (auto)afirmación de su condición de trabajadores que día tras día se esfuerza por desmarcarse de una acusación siempre presente (ver Figuras 8, 9 y 10). Pero, además, el registro fotográfico resulta especialmente productivo para capturar algo que, de otro modo, sería difícil de percibir: la (prácticamente inasible) relevancia y productividad de los trabajos de cuidado. Es que al poner el ojo en las fotos, vemos que una parte de ellas está destinada a retratar personas que pintan escuelas, cortan el pasto de espacios verdes barriales, revocan y pegan ladrillos en las viviendas, arman muebles, instalan arcos de futbol, limpian, desmalezan, organizan materiales para su descarte, hacen arreglos de plomería y electricidad, reparan juegos infantiles; vemos a mujeres prendiendo el fuego, cocinando, poniendo la mesa, repartiendo la comida y lavando los platos en espacios sociocomunitarios. También circulan fotos de una cantidad abultada de viandas preparadas y listas para entregar. A pesar de ser fundamentales para mantener la vida andando, estos trabajos de cuidado comunitario suelen ser poco considerados en los análisis económicos; por eso su visibilización es una tarea compleja y un trabajo extra que ocupa a quienes los realizan. Al final del día, la comida elaborada para el comedor ya fue consumida y para muchos puede resultar difícil dimensionar todo el trabajo realizado por aquellas mujeres que revolvieron durante horas una olla calentada por fuego a leña. Las obras de construcción, una vez levantadas las paredes y revocados los ladrillos, adquieren la apariencia de haber estado allí siempre. Sin las fotografías, sería más difícil dimensionar que el patio de una escuela tenía antes el pasto largo y los juegos rotos, que a la señora de la esquina antes se le llovía el techo o que otro vecino vivía en una casilla y ahora tiene una casa de material, que los kilos de harina que manda el Ministerio fueron transformados en montones de tortas fritas que acompañaron momentos de juego, recreación y educación de niños de los barrios.

Figura 8. Reparando techo de vivienda


Fuente: Cooperativa Néstor Vive, Buenos Aires, 2018.

Figura 9. Refaccionando juegos en una institución educativa


Fuente: Cooperativa Nestor Vive, Buenos Aires, 2018.

Al documentar el antes y después del desarrollo de tareas de refacción, construcción y mejora de espacios públicos barriales y viviendas; se inmortalizan los efectos del trabajo. Del mismo modo, el registro fotográfico de los alimentos recién preparados puede pensarse como una forma de capturar una labor cuyos resultados parecen esfumarse sin dejar rastros. Así, al tomar fotografías no sólo se responde a un agravio ni se afirma una identidad. Además de construir evidencias para legitimar sus actividades, las fotos contribuyen a un debate más amplio acerca de qué se entiende por trabajo y cuál es su valor. En este sentido, la existencia de estas fotografías forma parte del eco que tienen en la vida cotidiana de los sectores populares las miradas incriminatorias del discurso dominante, pero lo que en ellas se muestra, da cuenta de un esfuerzo por no quedar atrapados en los términos dicotómicos que organizan la discusión. Al fotografiar alimentos, ollas, trabajos de albañilería en casas o escuelas refaccionadas se cristaliza una apuesta política por reivindicar y visibilizar todo el trabajo que es necesario para reproducir y mejorar la vida en los barrios populares. Este registro fotográfico puede ayudarnos entonces a introducir puntos de fuga en el debate dominante, asumiendo el difícil desafío de hacer visibles todos los trabajos necesarios para hacer girar el mundo. Y así, discutir las miradas reduccionistas y androcéntricas sobre qué es el trabajo, ensanchando sus límites por fuera de lo mercantil. Las fotografías pueden pensarse entonces como una de las manifestaciones de un proceso más amplio que estos trabajadores y sus organizaciones vienen protagonizando y construyendo desde hace años: el proceso (inter)subjetivo de reconocerse y ser reconocidos como trabajadores. O, dicho en otras palabras, una apuesta política por hacerse un lugar en aquello que socialmente entendemos por trabajo.

Finalmente, la reconstrucción etnográfica que hemos hecho en estas páginas propuso un desplazamiento de la imagen fija de la fotografía hacia el proceso a través del cual estos trabajos se sostienen cotidianamente en las dinámicas internas de organización a través de afectos y formas de auto reconocimiento. Este recorrido nos permite ir más allá del debate acerca de la relación entre planes y trabajo como una disputa de discursos contrapuestos que califican positiva o negativamente las actividades realizadas, para redirigir la atención hacia el modo en que se producen condiciones de posibilidad materiales, pero también afectivas y subjetivas, para realizar acciones colectivas que resultan centrales para la sostenibilidad de la vida en los barrios populares.  


Figura 10. Paredes levantadas y revocadas


Fuente: Trabajadoras de la cooperativa Las Leonas, La Plata, 2014.

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Notas

1 La categoría “planes” fue una forma coloquial de hacer referencia a múltiples programas de empleo transitorio implementados en Argentina desde 1993 –tales como el Plan Trabajar, el Programa de Servicios Comunitarios o el Plan Jefes y Jefas de Hogar– los cuales fueron a menudo gestionados por movimientos sociales y tuvieron como objetivo fomentar la inserción laboral de trabajadores y trabajadoras desocupadas en obras y tareas de utilidad pública, transfiriendo un ingreso monetario mensual. Entre 2003 y 2015, las medidas estatales dirigidas a intervenir sobre el desempleo reorientaron su enfoque dando lugar a políticas –como el Programa de Ingreso Social con Trabajo Argentina Trabaja  y el Ellas Hacen– que se presentaron como contrapuestas a los planes de empleo de carácter focalizado implementados en la década de 1990 y pusieron énfasis en la promoción de la economía social y el asociativismo como formas de lograr la “inclusión social” y el fomento del trabajo genuino  (Hintze, 2007; Grassi, 2012).

2 En ese sentido, creemos que la pregunta acerca de qué es el trabajo en la Argentina contemporánea (y, por lo tanto, el análisis que aquí proponemos), bien puede hacerse extensiva a la región latinoamericana en general, en donde las grandes mayorías de los sectores trabajadores no se ajustan al modelo del asalariado formal, sino que se desempeñan en el amplio campo de lo que hoy podemos denominar economía popular (ver, entre otros, Gago, Cielo y Gachet, 2018).

3 Se trata del Proyecto PICT 2018-03095 “Política colectiva, (re)producción de la vida y experiencia cotidiana: un estudio antropológico sobre procesos de organización de trabajadores y trabajadoras de sectores populares en Buenos Aires, Córdoba y Rosario”.

4 Registro de Campo, Pilar, 30/04/2018.

5 Registro de Campo, Córdoba, 06/03/2018.

6 La figura de la mujer como destinataria de políticas públicas fue consolidándose a nivel global, regional y nacional a lo largo de las últimas décadas del siglo XX. Este fenómeno fue objeto de diversos estudios que aplicaron una perspectiva de género en el abordaje de las políticas públicas y en especial de programas dirigidos a mujeres (ver, entre otras: Molyneux, 2003; Falquet, 2003; Anzorena, 2010). En Argentina, los programas de transferencia de ingresos monetarios implementados en la década de 1990 incorporaron a mujeres desocupadas en tareas de apoyo, atención y promoción de instituciones comunitarias de salud y educación. Los estudios feministas fueron denunciando la ceguera de género con la cual se diseñaron e implementaron estas políticas destacando la naturalización de su asociación con la condición de madre y cuidadora. En el Ellas Hacen esta vinculación tuvo continuidad al no prever qué harían las mujeres con sus crianzas mientras trabajaban y se capacitaban. Sin embargo, cabe destacar su carácter disruptivo al proponer a las titulares su incorporación en cooperativas de trabajo y espacios formativos orientados al aprendizaje de oficios, la terminalidad educativa y el desarrollo de talleres “con perspectiva de género”. Específicamente, el aprendizaje de oficios vinculados a la construcción- tales como la plomería, electricidad y albañilería- fue presentado como una estrategia dirigida a la ruptura de estereotipos laborales, procurando problematizar roles asociados a lo femenino y lo masculino.

7 Registro de campo, La Plata, 11/08/2014.

8 Registro de campo, La Plata, 11/08/2014.

9 Registro de campo, La Plata, 11/08/2014.

10 Entrevista a Gabi, La Plata, 10/12/ 2015.

11 Para un análisis más detallado acerca de los modos en que la participación en programas estatales introduce tensiones en esta separación, dando lugar a prácticas colectivas de cuidado, ver Sciortino 2018; Pacífico, 2022.

12 Entrevista a Gabi, La Plata, 10/12/2015.

13 Registro de campo, La Plata, 11/08/2014.

14 Entrevista a Rocío, La Plata, 17/08/2018.

15 Registro de Campo, Pilar, 20/04/2018.

16 Registro de Campo, Pilar, 20/04/2018.

17 Registro de Campo, Pilar, 20/04/2018.

18 Registro de campo, Pilar, 1/3/2018.