DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2021-280207

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DOSSIER

 

Epílogo: Desafíos comparativos en el estudio de la ultraderecha. Una mirada desde Europa

Epilogue: Comparative challenges in the study of the far right. A European perspective

 

Nitzan Shoshan
El Colegio de México,
Centro de Estudios Sociológicos,
México.
shoshan@colmex.mx

 

¿Cómo entender el aparente resurgimiento de la política de ultraderecha en América Latina en años recientes? Los cinco artículos incluidos en esta colección intentan responder esta pregunta, que es tanto difícil como urgente. Quizás especialmente en América Latina, la dificultad de elaborar respuestas satisfactorias emana de la relativa escasez de investigación al respecto, particularmente de investigación empírica, basada en evidencias. Como insiste Mark Goodale en su contribución, dicha escasez no sólo se debe a ceguera o indiferencia académicas, sino a los retos éticos y epistemológicos que esta investigación conlleva para los científicos sociales (véase también Shoshan, 2015). Los artículos aquí presentados nos dan una base firme para proceder, al tiempo que hacen preguntas importantes que todavía están por explorarse.
Sorprendentemente, como muestran Terminio y Pignataro, los jóvenes, al menos en algunos países latinoamericanos como Costa Rica, y en contraste con varios otros casos en el mundo, tienden a apoyar a los partidos de ultraderecha más que los viejos. Estos hallazgos cuestionan marcos explicativos que presumen una progresión lineal hacia la expansión de los derechos liberales y la igualdad social, por ejemplo en Estados Unidos, donde los jóvenes tienden a apoyar a partidos progresistas más que los viejos. Como argumentan Terminio y Pignataro, también arrojan una sombra sobre el futuro político de la región. Mientras tanto, Caminotti y Tabbush subrayan el papel vital que la política de género ha jugado en movilizaciones conservadoras de derecha y en la consolidación de alianzas entre proyectos políticos de ultraderecha que de otro modo resultan disonantes. Eso hace eco de algunos casos y contrasta con otros fuera de la región, por ejemplo con Europa, donde la inmigración y el islam han sido los tropos unificadores para las alianzas de derecha, mientras que las posturas sobre la política de género y los asuntos de la “moralidad” han sido menos uniformes entre los países europeos y al interior de ellos (Gingrich and Banks, 2006; Bunzl, 2005).
Encontramos resultados igualmente desafiantes en las interpretaciones de encuestas de opinión pública que hacen Lupu, Oliveros y Schiumerini, las cuales muestran cambios desiguales en posturas y autoidentificaciones políticas a lo largo de la región, al tiempo que demuestran la falta de correlaciones consistentes y directas entre esos cambios y los resultados electorales. Según la autora y los autores, esto sugiere que la ola de éxitos electorales de derecha en la región probablemente es temporal, consecuencia de coyunturas políticas particulares y no de corrientes amplias de largo aliento. Esto contrasta con países como Turquía o Hungría, donde las fuerzas autoritarias de derecha han mantenido dominancia por tiempo prolongado (Fabry, 2019). Finalmente, la reconstrucción detallada que hace Alonso de los procesos políticos que detonaron las movilizaciones y alianzas que eventualmente llevaron al poder a la ultraderecha en Brasil demuestra la importancia de entender esos desarrollos, tanto relacional como temporalmente, como respuestas a la expansión gradual de derechos y al aumento en la igualdad. Son sugerentes las similitudes con Estados Unidos, donde el gobierno más de derecha del país vino después del primer presidente afroamericano, así como las diferencias con otros contextos donde la ultraderecha ha ganado o ha mantenido importancia política bajo gobiernos de centro y centro derecha, como en Francia o Alemania (Friedrich, 2017).
Las dificultades que se presentan para quienes investigan la ultraderecha en América Latina parecen similares a los retos que enfrentan las investigadoras en otras partes del mundo. La naturaleza resbalosa y porosa del objeto de estudio no es la menor de esas dificultades. Su heterogeneidad y dinamismo, a veces incluso en contextos nacionales (por ejemplo, en Alemania o Italia; véase Faust, 2021; Holmes, 2000; Shoshan, 2016; 2020), frustran los intentos de encasillarlo dentro de partidos políticos, movimientos sociales y electorados claramente delineados, o dentro de ideologías consistentes y coherentes.

Escala, temporalidad y circulación: coordenadas analíticas

Entre los retos que se les presentan a quienes investigan la derecha en América Latina, la cuestión de la escala resalta como particularmente complicada. Desde luego, el grado en que los avances políticos que se han desplegado en América Latina comparten terreno con procesos que ocurren en otras partes del mundo debe moldear nuestra comprensión de los mismos. Entonces, ¿en qué medida los investigadores de la ultraderecha en América Latina deben depender de aproximaciones académicas desarrolladas para explicar a la ultraderecha en otros lugares, por ejemplo de las teorizaciones sobre el populismo en Europa? El lado inverso de esta pregunta es cuánto valor tienen, para las investigadoras de otras partes del mundo, las aproximaciones teóricas a la política de derecha en América Latina.
La cuestión de la escala va en ambas direcciones. El problema no es sólo determinar la viabilidad de extender los hallazgos sobre América Latina a otros contextos, o de traspolar investigaciones de otros lugares a los debates latinoamericanos sobre el tema, sino también considerar en qué medida y de qué manera América Latina puede ser una escala relevante de análisis. Por ejemplo, los hallazgos de Caminotti y Tabbush sobre el lugar central del género y la sexualidad en las contiendas políticas de Colombia y Paraguay –y sobre su potencial para convocar movilizaciones masivas de la derecha– parecen generalizables para todas las sociedades latinoamericanas. Esto es igualmente relevante para la política de derecha en lugares como Estados Unidos o Europa del Este, aunque menos consistente para Europa Occidental (Simpson, 2020; Geva, 2020; Van der Veer, 2006; Mepschen, 2016). El análisis agregado de encuestas de opinión pública de Lupu, Oliveros y Schiumerini resalta tendencias regionales y, al mismo tiempo, revela variaciones significativas, por ejemplo entre América Latina en conjunto y subregiones como el Cono Sur, o entre países individuales de la subregión del Cono Sur. O bien consideremos el caso de México, donde, históricamente, la derecha, que  no ha tenido la cercanía al ejército que tiene en otros países, empujó una agenda de democratización y de fortalecimiento de las instituciones liberales. Uno podría preguntarse si un análisis desagregado de otras subregiones y países individuales habría expuesto divergencias significativas similares, resaltando los límites de la escala del análisis regional. En algunos casos incluso podríamos cuestionar la escala nacional, si tomamos en cuenta los casos de los movimientos separatistas italianos y españoles, o de Alemania Oriental y Occidental (Göpffarth, 2021; Kalmar and Shoshan, 2020).
Junto al problema de la escala, que es esencialmente espacial, los recientes éxitos políticos de los populismos y nacionalismos de derecha –los cuales han usado brillantemente los inventos tecnológicos más novedosos para una agenda que a menudo evoca tropos históricamente conocidos– nos confrontan con las cuestiones de la temporalidad y la historia. Como argumenta Alonso para el caso de Brasil, la reacción virulenta contra la política progresista de los gobiernos del PT hace eco de dinámicas políticas similares en otros periodos en la historia del país, como el del fin de la esclavitud, donde la derecha reaccionó de manera similar contra la expansión de derechos y la promoción de la igualdad. Por tanto, el caso de Brasil manifiesta una continuidad histórica que ha perdurado durante al menos siglo y medio de agitaciones políticas. En el contexto europeo, sobre todo en Francia, se han identificado algunos aspectos de las agendas de derecha actuales en la emergencia decimonónica del fascismo como movimiento ideológico (todavía no político) (Bar-On, 2008; Holmes, 2000). Al mismo tiempo, como muestran Terminio y Pignataro para el caso de Costa Rica, y como se ha argumentado para el caso de Brasil, el ascenso de nuevos movimientos religiosos, particularmente de denominaciones evangélicas, ha contribuido significativamente a los triunfos de derecha enfocados en el conservadurismo moral.
En Alemania, los partidos de ultraderecha con vínculos históricos al NSDAP (el partido nazi) y con plataformas económicas de derecha (como el Partido Nacional Democrático de Alemania, o NPD) comenzaron a apoyar políticas redistributivas tras la reunificación, para satisfacer a los electorados postsocialistas. Mientras tanto, partidos nuevos y mucho más exitosos (como el partido Alternativa para Alemania, o AfD) han mostrado más apertura en asuntos relacionados a la sexualidad (una de las líderes del partido es una lesbiana que ha adoptado dos niños con su pareja no blanca, ceilandesa e inmigrante, y el AfD tiene un grupo de activismo gay) y la raza (por ejemplo, el partido tiene una pequeña ala judía). En toda Europa, las ideas del “etnopluralismo”, que tienen sus orígenes en la Francia de mediados del siglo XX, se han vuelto dominantes en la ultraderecha, desplazando anteriores discursos políticos raciales por nociones culturales de pertenencia nacional (Holmes, 2000; Minkenberg, 1997). En Italia, el partido protofascista Lega Nord y el movimiento Casa Pound han usado sin pudor la ideología y simbología fascistas, mientras que el Movimiento Cinco Estrellas (M5S), con sus yuxtaposiciones peculiares de posturas progresistas y acérrimo discurso antiinmigración, confundió a los analistas políticos pero eventualmente se unió con la Lega para formar una coalición de gobierno (Liston, 2020; Heywood, 2020).
Por otra parte, la cuestión de la circulación –de ideas y creencias, dinero y recursos, tecnologías y savoir faire, estructuras y estrategias políticas, incluso personas– es inseparable (de hecho, constitutiva) de las dimensiones espaciales y temporales del resurgimiento contemporáneo de la ultraderecha. Se ha hablado mucho sobre el esfuerzo que hicieron los evangélicos estadounidenses para ganar terreno en el sur global, especialmente en América Latina y particularmente en el contexto del ascenso de Bolsonaro, y de llevar las agendas de conservadurismo moral al centro de las contiendas políticas en la región. También se han documentado vínculos trasnacionales similares –especialmente con organizaciones estadounidenses– de otros actores políticos brasileños enfocados en políticas económicas y en la corrupción, en vez de en el conservadurismo moral o el activismo religioso, como el antiguo aliado de Bolsonaro, el Movimento Brasil Livre (MBL).
Estas circulaciones asimétricas de discursos, personas y financiamiento también son evidentes en Europa, donde algunos extremistas han tomado prestadas ideologías estadounidenses de supremacía blanca, a pesar de su clara tensión con los nacionalismos europeos tradicionales, los cuales comúnmente adoptaron nociones nacionalistas (no trasnacionales-racistas) de la identidad colectiva. Esas transacciones no se limitaron a Estados Unidos ni comenzaron con la globalización del capitalismo tardío y la revolución digital. La historiografía ha documentado intercambios entre los fascistas tempranos –especialmente en Francia e Italia– en el siglo XIX tardío y el comienzo del siglo XX, mucho antes de que la ideología fascista se convirtiera en movimiento político, llegara al poder y uniera a los fascismos de Europa continental (Sernhel, Sznajder and Aserî, 1994). Posteriormente, como demuestra el dominio de la noción de etnopluralismo del nacionalismo francés en los movimientos contemporáneos de la derecha europea, esas circulaciones siguieron dando forma a la política de ultraderecha.
Más recientemente, mediante visitas e intercambios, los líderes del Front National (FN) francés ejercieron una importante influencia modernizante sobre el British National Party (BNP), disminuyendo la centralidad del lenguaje de la raza en favor de distinciones culturales de inclusión y exclusión. En Alemania, inmediatamente después de la caída del muro de Berlín y mucho antes de la reunificación oficial, activistas occidentales de ultraderecha llegaron al Este equipados con recursos financieros, propaganda y savoir faire organizacional para construir exitosamente bases locales y capitalizar el vacío político. Esas relaciones asimétricas han continuado hasta hoy y son evidentes en el predominio de los líderes de Alemania Occidental en las estructuras del AfD en Alemania del Este. Los activistas jóvenes de derecha de diferentes países de Europa regularmente hacen asambleas conjuntas a pesar de las enemistades nacionales de largo aliento y las controversias feroces sobre la memoria histórica (Pasieka, 2021). El alcance virtualmente global de la guerra contra la “ideología de género” –la cual ha unido identificaciones religiosas, políticas y nacionales divergentes– demuestra intensamente la porosidad de los límites nacionales o regionales, así como la tenacidad del problema de la escala.
Mientras que los intercambios trasnacionales parecen haber moldeado históricamente la política de derecha, no hay duda de que, como señala Alonso para Brasil, los inventos tecnológicos recientes y las revoluciones resultantes en los modos de producción y consumo del conocimiento y del discurso han redefinido drásticamente no sólo cómo se conduce la política de derecha (y la política en general), sino también aquello de lo que trata. Más que meros instrumentos técnicos que son periféricos a los procesos políticos, y más allá de su inmenso impacto sobre la capacidad de los movimientos políticos en general de constituir y movilizar colectividades, las nuevas posibilidades de circulación de conocimiento generaron cambios profundos en lealtades y compromisos ideológicos. Aunque los ejemplos sobran, quizás el caso más icónico es el del partido populista M5S en Italia, apodado “el partido del algoritmo” por su plataforma de internet innovadora, mediante la cual reúne las opiniones de los usuarios para construir su agenda política y apoyar sus pretensiones de representación democrática directa (Liston, 2020).
De manera más importante, las nuevas tecnologías de la comunicación sacudieron los mecanismos institucionales previamente existentes para la autorización del discurso, aumentando el potencial de los modos de producción del conocimiento democráticos y de base, al tiempo que subvertían las nociones de la verdad y el expertise. Así, dieron un golpe severo a la confianza pública en los gobiernos y las instituciones democráticas, y abrieron la puerta a la manipulación y la desinformación de gran escala y sin precedentes. El impacto de estos cambios ha quedado expuesto por completo durante la pandemia del COVID-19, cuando especialmente (aunque no exclusivamente) los líderes populistas de derecha, sus partidos y movimientos, subestimaron persistente y eficazmente la autoridad de los expertos médicos y de las instituciones de salud pública y capitalizaron la desconfianza que ellos mismos ayudaron a propagar para obtener ganancias políticas.

América Latina y Europa

Una vez señaladas las coordenadas analíticas de la escala, la temporalidad y la circulación, en este apartado profundizo los ecos y los contrastes que encuentro entre el caso europeo y el latinoamericano, según lo analizado por algunas de las autoras en este número. Durante los últimos quince años, mi investigación ha examinado a la ultraderecha en Europa, particularmente en Alemania, es por eso que aquí me enfoco en el contexto europeo. En esa región, la política de la antiinmigración está holgadamente en el tope de las prioridades de la ultraderecha, ofreciendo un campo compartido sobre el cual pueden construirse alianzas, por ejemplo, al nivel de la Unión Europea, a pesar de muchos desacuerdos importantes. Pero los discursos europeos de la antiinmigración son parte de regímenes raciales que atacan no sólo a los recién llegados al continente, sino también a minorías no blancas y religiosas dentro de Europa, sin importar si son o no inmigrantes (véase por ejemplo Bangstad, 2014; Rogozen-Soltar, 2017). Dado que en América Latina la inmigración parece ser menos relevante para las contiendas políticas, encontramos resonancias con el caso europeo en el sentido más amplio y profundo de la racialización.
Los asuntos principales que polarizan en América Latina –la corrupción, la seguridad pública, el conservadurismo moral y las desigualdades socioeconómicas– son difíciles de mapear en el caso europeo. Algunos de ellos son de importancia secundaria (la corrupción), mientras otros difícilmente caracterizan específicamente a la ultraderecha (la seguridad pública, las desigualdades socioeconómicas) o tienen una importancia muy variada en el continente (el conservadurismo moral y la “ideología de género”, centrales para las movilizaciones de derecha en algunos países de Europa del Este, son menos relevantes en otros lugares). Debido al lugar primario que tienen la inmigración y el islam en las agendas europeas de derecha, y por la manera en la cual estos temas eclipsan otras contiendas políticas donde hay desacuerdos, varias feministas (y, en algunos casos, como en Holanda en los años dos mil, números considerables de votantes LGBT+) se han unido a la derecha y se han opuesto a los supuestos peligros que representan los musulmanes para la agenda de la igualdad de género y las libertades sexuales en el continente (Lewicki and Shooman, 2020; véase también Göpffarth and Özyürek, 2020 sobre intelectuales musulmanes en la ultra-derecha europea).
Más allá de la cuestión de cómo entender a la ultraderecha –sus ideologías, estructuras, públicos, etcétera–, un enfoque crítico y reflexivo que reconozca la constitución relacional de las fuerzas políticas también debe preguntarse qué significa el ascenso de los actores de ultraderecha para otros públicos políticos en contextos particulares. En Europa, y en cierta medida también en América Latina, las victorias recientes de la ultraderecha abren una caja de Pandora de espectros históricos. Sobre todo en Alemania, Italia y España, la resurgencia contemporánea de la ultraderecha es acechada por historias nacionales y es leída por otros como una prueba de la durabilidad de formas políticas que hace mucho debieron haber sido derrotadas. Es por eso que la política de la memoria, así como las disputas por los significados del nacionalismo, ocupan un lugar central en los discursos políticos de la ultraderecha y de quienes se oponen a ella (Özyürek, 2019; Partridge, 2010). Lo que está en juego es el lugar que el pasado fascista debería ocupar en los proyectos de nación en el presente.
Grandes partes de Europa manifiestan problemas políticos vinculados a la memoria histórica y a la justicia transicional que también son característicos de los países latinoamericanos postdictadura, quizás más descaradamente del Brasil de Bolsonaro. En ambos casos, el espectro del Unrechtstaat o del Estado tiránico sobrevuela el presente y moldea las grietas políticas contemporáneas y los tabúes discursivos (Shoshan, 2016). Estos rastros históricos, así como las intensidades afectivas que invocan, distinguen a ambas regiones de, digamos, Estados Unidos, donde los supremacistas blancos de ultraderecha recuerdan otras historias (la esclavitud, la segregación), o Turquía, donde la dictadura se asocia de manera más reciente con la brutal junta militar de los años ochenta (Açıksöz, 2020), y menos con el partido gobernante, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP).
Las formas que toma la política de la memoria, ya sea en códigos legales, tabúes culturales, instituciones públicas o rituales de conmemoración colectivos, varían ampliamente. En Alemania, los regímenes legales y las normas discursivas limitan fuertemente la memorización positiva del pasado nacionalsocialista, aun si los grupos neonazis persistentemente retan esas restricciones. Los jóvenes de extrema derecha con quienes realicé una investigación en Berlín del Este expresaban resentimiento por estas restricciones, a las que veían como discriminatorias, dada la ausencia de límites comparables para las conmemoraciones del pasado comunista. Stalin, según decían, fue tan malo como Hitler, y no era sólo que los rusos de hoy pudieran celebrar su legado y a veces lo hicieran, sino que los comunistas de Alemania eran libres de hacerlo. En este tema, replicaban el argumento de algunos intelectuales conservadores, como los historiadores alemanes que iniciaron la Historikerstreit (disputa de historiadores) a finales de los años ochenta sobre la comparabilidad de ambos dictadores (Torpey, 1988; Habermas, 1988). Los partidos de ultraderecha como el NPD o el AfD apelan a esas frustraciones y a los sentimientos de castración nacional que los acompañan con un discurso históricamente revisionista que bordea los límites de la ley y, al mismo tiempo, guiña un ojo cómplice a los márgenes de la ultraderecha. Un buen ejemplo es la descripción que hizo en 2018 el líder del AfD, Alexander Gauland, del nacionalsocialismo, al que se refirió como mera “caca de pájaro” (Vogelschiss) en una historia alemana mucho más larga y admirable.
En Italia, las restricciones legales a la conmemoración del fascismo son mucho menos sólidas. Mientras que el fascismo está vetado, también es equiparado con el Partito Nazionale Fascista de Mussolini, lo cual tiene el efecto de que la prohibición legal sea difícil de aplicar a quienes promueven agendas políticas (proto)fascistas hoy en día. En el pasado, el veto era ejercido de manera extralegal por los comunistas, quienes movilizaban a miles de activistas militantes para irrumpir violentamente en reuniones neofascistas. Que el balance ha cambiado drásticamente es evidente en la actitud descarada con la que los miembros de la Casa Pound portan símbolos y eslogans fascistas, y hacen patrullas de vigilancia que evocan la tradición del squadrismo fascista (Cammelli, 2015). Es igualmente notorio que, en el pequeño pueblo de Predappio, lugar natal de Mussolini y hogar de su mausoleo, miles de neofascistas se han reunido en años recientes para venerar su memoria.
En España –quizás el caso más cercano a las democracias transicionales sudamericanas, por el papel que tuvo el conservadurismo católico en la ideología de la dictadura, la importancia del ejército y la democratización relativamente reciente–, la adoración pública a Franco nunca se ha detenido. De hecho en años recientes tuvo un verdadero renacimiento, alimentado en parte por la controversia por el destino del Valle de los Caídos. El monumento colosal de Franco a la guerra civil y el lugar de su entierro fueron el sitio de reuniones masivas de franquistas, quienes se juntaron en su tumba para demostrar públicamente lealtad a su memoria. Tras una álgida controversia pública y una larga batalla legal, los restos de Franco finalmente fueron removidos por el Estado para poner un alto a las manifestaciones (Ferrándiz, 2019).
Al mismo tiempo, las historias nacionales turbulentas se han convertido en campos importantes de controversia pública, no sólo en los países europeos que cargan con pasados fascistas. El partido gobernante en Polonia, el Partido Ley y Justicia (PiS), persistentemente ha buscado ejercer control sobre las representaciones de la historia nacional de la segunda guerra mundial, incluyendo restricciones legales a las narrativas sobre la colaboración polaca con los nazis y su complicidad en la persecución de los judíos. En países poscoloniales como Francia, Holanda o Reino Unido, los partidos de derecha han combatido narrativas críticas sobre los pasados imperialistas.
La importancia de las disputas en torno a las narrativas históricas sobre el pasado nacional no se debe subestimar. Estas ofrecen estrategias discursivas para incitar apegos afectivos de públicos amplios hacia historias tanto personales como colectivas. En la Europa Occidental posfordista, tanto como en la Europa del Este postsocialista, las experiencias subjetivas de la desposesión, tanto a nivel personal como colectivo, son campo fértil para el cultivo de esos apegos, sin importar su validez objetiva, empírica y medible (Kalb and Halmai, 2011). Los partidos populistas de derecha son expertos en apelar a esas experiencias y enmarcarlas como problemas de la gente ordinaria, victimizada por las élites nacionales y los intereses económicos y políticos trasnacionales –los inmigrantes, las finanzas globales, la Unión Europea–. El grado en que el vínculo exitoso de esos afectos con proyectos nacionalistas de derecha se corresponde con procesos reales de desposesión económica es altamente variable. En Estados Unidos, por ejemplo, los pobres siguieron votando por los Demócratas en 2016, mientras que el AfD alemán goza de un apoyo proporcionalmente más alto entre los desempleados y los receptores de políticas de bienestar.

Para concluir

Por ello, los éxitos políticos de la ultraderecha son difíciles de subsumir en marcos explicativos amplios, no sólo a escala global, sino a menudo también dentro de confines regionales e incluso nacionales. Los retos que representan para la investigación en ciencias sociales no disminuirán en el futuro cercano, conforme emerjan nuevas alianzas en todas estas escalas y en torno a temas políticos tanto antiguos como novedosos. Hoy hay señales de que los movimientos y votantes de ultraderecha en Europa y Estados Unidos incorporan cada vez más la política ambiental a sus agendas, movilizando compromisos de largo aliento entre los nacionalistas europeos por la conservación de los paisajes y hábitats naturales, al tiempo que las reformulan como parte de las contiendas contemporáneas por los futuros ecológicos (Shoshan, 2021). Para obtener hallazgos analíticos y teóricos sobre los triunfos de los movimientos de ultraderecha en América Latina y otras partes del mundo, los y las investigadoras debemos hacer un esfuerzo coherente y sostenido y llevar a cabo un diálogo continuo entre varias disciplinas de las ciencias sociales que atraviese ubicaciones geográficas. Un diálogo como el que ofrece esta colección.

Referencias

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