DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2021-280206

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DOSSIER

 

Jóvenes y el voto por la derecha radical: el caso de Costa Rica

Youths and the radical right vote: the case of Costa Rica

 

Ilka Treminio
Escuela de Ciencias Políticas,
Centro de Investigación y Estudios Políticos,
Universidad de Costa Rica,
FLACSO Sede Costa Rica,
Costa Rica.
ilka.treminio@ucr.ac.cr

Adrián Pignataro
Escuela de Ciencias Políticas,
Centro de Investigación y Estudios Políticos,
Universidad de Costa Rica,
Costa Rica.
adrian.pignataro@ucr.ac.cr

 

Resumen: Partidos de derecha radical, con el apoyo de personas jóvenes, han experimentado un auge en Costa Rica. A través de encuestas, caracterizamos ideológicamente a la población joven y analizamos el comportamiento votante en 2018. Oponerse a la intervención estatal en la economía y al matrimonio igualitario, tener menor escolaridad y profesar la religión evangélica incrementan la probabilidad de votar por la derecha radical entre personas jóvenes. A diferencia de otros países, las mujeres jóvenes, más que los hombres jóvenes, votan por la derecha radical.

Palabras clave: Jóvenes; Derecha radical; Polarización; Voto; Costa Rica

Abstract: Supported by young people, radical rightwing parties have boomed in Costa Rica. Through surveys, we characterize youths in ideological terms, and analyze their voting behavior in 2018. Opposing both state intervention in the economy and same-sex marriage, having received less schooling and professing Evangelicalism increase the probability of voting for the radical right among young people. Unlike other countries, it is young women rather than young men that vote for the radical right.

Keywords: Young people; Radical right; Polarization; Vote; Costa Rica

 

Introducción1

Las elecciones de Costa Rica en 2018 destacan por el ascenso de la ultraderecha (Pignataro y Treminio, 2019), fenómeno que ha sido obviado en la literatura comparada (Luna y Rovira Kaltwasser, 2021; Zanotti y Roberts, 2021). Más llamativo aún resulta el hecho de que personas jóvenes –definidas como aquellas entre 18 y 35 años– tendieron a votar partidos y candidatos de derecha radical en dichas elecciones (Treminio y Pignataro, 2019). Este hallazgo coincide con lo identificado en la investigación reciente que señala que las personas jóvenes, en varios contextos, son propensas a apoyar a los partidos de ultraderecha (Arzheimer, 2009; Arzheimer y Carter, 2006; Mieriņa y Koroļeva, 2015; Marcos-Marne, Plaza-Colodro y O’Flynn, 2021; Miller-Idriss, 2018).
En la primera vuelta de la elección de 2018, 25% de todo el electorado costarricense votó por Restauración Nacional (RN) y 9.5% por el Partido Integración Nacional (PIN), opciones políticas que se orientan hacia la derecha conservadora en el espacio ideológico partidario (Gómez Campos y Chavarría Mora, 2018) y que además han sido categorizadas dentro la familia de la “derecha radical populista” (Pignataro y Treminio, 2019, p.253). Entre las personas jóvenes, el apoyo sumado hacia estos partidos fue de 38% y, entre las no jóvenes, de 36%, según una encuesta del Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP, 2018). Aunque esta medición –como suele ocurrir con encuestas postelectorales– sobreestima el voto, sobresale el hecho de que las personas jóvenes no hayan diferido de la población general en su apoyo a las opciones radicales de derecha. Inclusive, el apoyo a RN fue mayor en cinco puntos porcentuales entre personas jóvenes.
A primera vista, este aspecto del comportamiento electoral parece paradójico al ocurrir en una de las democracias más longevas y estables del continente como la costarricense. Pero, en el fondo, se vincula con fenómenos de transformación política que atraviesan otras sociedades democráticas, tales como la crisis de los partidos mainstream o tradicionales (De Vries y Hobolt, 2020), la radicalización de la derecha y su normalización dentro de la competencia electoral (Mudde, 2019) y el atractivo de la ultraderecha entre los segmentos más jóvenes de la población (Miller-Idriss, 2018).
Analizamos este último aspecto, con evidencia de Costa Rica, para entender, primero, con cuáles dimensiones de derecha se identifica el electorado joven y, segundo, qué caracteriza a las personas jóvenes que votaron por la derecha radical. Con esto pretendemos contribuir no solo a la literatura especializada sobre comportamiento electoral, sino también sobre radicalización política y erosión de la democracia, considerando que –en clave prospectiva– son estos sectores demográficos, ahora jóvenes, quienes en el futuro nutrirán la demanda (votantes) y oferta (militantes y candidatos políticos) del espectro político.
En las siguientes dos secciones discutimos los antecedentes teóricos sobre polarización, partidos radicales y el voto joven hacia partidos de ultraderecha. Luego, presentamos el contexto político costarricense en el que contrastamos las preguntas de investigación. Seguidamente, presentamos los resultados basados en encuestas del Latin American Public Opinion Project (LAPOP) desde 2004 hasta 2018 para identificar en cuáles posiciones de derecha las personas jóvenes se distinguen en mayor grado y cómo estas y otros factores económicos y culturales influyeron en su voto por los partidos de derecha radical en la elección de Costa Rica 2018.

Polarización y radicalización

Desde los abordajes clásicos, el fenómeno de la polarización política se entendía como un desplazamiento de los actores políticos hacia los extremos ideológicos en un espacio político (Downs, 1957). Este distanciamiento ideológico conlleva distinciones normativamente negativas cuando la polarización extrema incluye alternativas no democráticas o antisistema (Sartori, 2005). Aunque algunos han visto consecuencias positivas en la polarización, tales como un estímulo en la participación política (Abramowitz y Saunders, 2008; Alfaro-Redondo, 2019), también se le ha vinculado con el deterioro e incluso quiebre de las democracias (Haggard y Kaufman, 2021; Levitsky y Ziblatt, 2018). Según Mainwaring y Pérez-Liñán (2013), gobernantes con preferencias políticas radicales presentan un sentido de urgencia por implementar objetivos a corto plazo y una intransigencia hacia la negociación con miras a largo plazo. La oposición responde de forma simétrica, radicalizándose. La última consecuencia de este proceso incremental de polarización es la subversión del régimen democrático con el fin de frenar las reformas radicales.
En el contexto más reciente de las democracias occidentales, la polarización resulta más bien asimétrica dada la amplificación del discurso en el polo de la extrema derecha ideológica, con rendimientos electorales crecientes. Desde la caída del fascismo y del nazismo, partidos de derecha radical y extrema han participado regularmente en elecciones. Sin embargo, alrededor de la primera década del 2000 inicia la llamada cuarta ola (Mudde, 2019), en la cual los partidos de ultraderecha obtienen mayores porcentajes de votos y, en algunos países, entran a formar parte de gobiernos de coalición (por ejemplo, en Austria e Italia), ganan mayorías parlamentarias (Hungría, India y Polonia) y alcanzan la presidencia del gobierno (Brasil y Estados Unidos).
Una manifestación particular de la nueva derecha la constituye los partidos populistas de derecha radical (PDR). Mudde (2007) identifica tres rasgos ideológicos de los PDR: el nativismo, el autoritarismo y el populismo. El nativismo preconiza que los Estados deben defender la composición del grupo nativo que constituye la nación y que los elementos no nativos, representados tanto por personas como por ideas, son amenazantes para la nación. El autoritarismo promueve la idea de una sociedad estrictamente ordenada, en la que las infracciones a la autoridad deben ser castigadas severamente, lo cual, en América Latina, suele identificarse como un discurso de mano dura. Por último, el populismo se asocia con la visión maniquea de una élite corrupta contrapuesta al supuesto pueblo puro y con la demanda de cumplimiento de la voluntad del pueblo, entre cuyos reclamos se encuentran precisamente los vinculados al nativismo y al autoritarismo.
La estrategia movilizadora de los PDR se basa en la idea de que los partidos tradicionales o mainstream han dejado de responder a las demandas de los votantes. Los PDR argumentan defender las demandas políticas desatendidas en aspectos relacionados con el nativismo y el autoritarismo (Backlund y Jungar, 2019). En este sentido, actúan como emprendedores políticos (De Vries y Hobolt, 2020) que buscan catapultar su apoyo electoral al politizar temas que los partidos tradicionales ignoran o en los que sus posiciones convergen.
En las democracias europeas, uno de estos temas movilizadores ha sido la migración. Los PDR mantienen no solo una línea política antiinmigración, sino que además se presentan como defensores culturales de la tradición cristiana occidental frente al islam desde los lentes del “choque de civilizaciones” (Mudde, 2007, p.84-86). Pero, en el ámbito sociocultural, la migración no es el único tema que los PDR priorizan. En el contexto latinoamericano, así como en Europa, los PDR defienden la familia patriarcal como base de la sociedad, reclamando el estatus perdido ante los avances de los derechos de las mujeres y del colectivo de personas lesbianas, gais, transgénero, bisexuales e intersexuales (LGTBI) que consideran contrarios a la conformación de la familia tradicional (Murillo, 2019).
Las plataformas políticas de los PDR ganan prominencia gracias al escenario de polarización, antagonizando partidos tradicionales y grupos sociales, en detrimento de la pluralidad que caracteriza el ideal democrático. En definición, los PDR se diferencian de los partidos extremistas al no oponerse abiertamente a la democracia (Mudde, 2019). Pero, en la práctica, esgrimen estrategias incrementales con las cuales buscan la reincidencia en el éxito electoral para escalar en el mediano plazo (Haggard y Kaufman, 2021). Por ello, aunque un PDR puede no estar inicialmente contra el régimen democrático, cuando avanza electoralmente podría buscar socavar los controles institucionales y las protecciones de la democracia liberal bajo la idea de que esta es beneficiosa solo para las élites y está en detrimento de su definición de pueblo. En el plano sociocultural, se pueden presentar exhortaciones a la agresión de minorías étnicas, raciales, religiosas y sexuales, ignorando deliberadamente las garantías constitucionales que las protegen.
No obstante, la polarización política se refleja no solo en la competencia entre partidos, sino también en el electorado. Por ejemplo, en Estados Unidos, desde la década de 1970, aumentaron las diferencias entre votantes demócratas y republicanos alrededor de temas como aborto, políticas sociales y laborales y asistencia estatal a personas afroamericanas (Abramowitz y Saunders, 2008). La elección de Donald Trump en 2016 reflejó el resultado de la creciente polarización en la opinión pública y el auge de la polarización afectiva: los partidarios de un grupo rechazan más al otro grupo de lo que prefieren el propio (Iyengar et al., 2019; ver también Wagner, 2021). Esta distinción de nosotros versus otros de la polarización afectiva coincide con la visión maniquea del populismo. Por lo tanto, así como los partidos radicales pueden aprovechar contextos polarizados proponiendo plataformas más extremas, también pueden activar y reforzar la polarización en el electorado (Bischof y Wagner, 2019).

 Jóvenes, elecciones y radicalización política

Cuando se analiza el comportamiento político de personas jóvenes se distinguen tres variables: el ciclo de vida, la generación y el efecto de época. El ciclo de vida refleja comportamientos asociados con la edad. Para ejemplificar, es bien conocido que las personas jóvenes tienden a votar en menor proporción que las personas adultas por un problema de arranque: deben colocar sus atenciones en otras esferas distintas de la política como la búsqueda de pareja, vivienda y trabajo (Smets, 2012). En cambio, el efecto generacional depende de la fecha en que las personas nacen y se socializan. Así, las cohortes europeas que vivieron las revueltas estudiantiles del 68 son más proclives a participar en movimientos sociales, en comparación con cohortes de otras generaciones (Grasso, 2014).
El efecto de época hace referencia al contexto específico. De esta forma, un ambiente de polarización y radicalización tendría efectos independientes del ciclo de vida y la generación sobre el comportamiento político de las personas jóvenes. En general, la entrada de partidos radicales incrementa la polarización del público (Bischof y Wagner, 2019). En particular, las personas jóvenes estarían socializándose políticamente en un ambiente de descrédito hacia los partidos y grupos sociales distintos a los propios, y de menosprecio hacia la discusión y negociación política, la protección de minorías y hacia las instituciones constitutivas de la democracia liberal. Puesto que las actitudes políticas adquiridas tempranamente tienden a persistir a lo largo de la vida (Franklin, 2004; Smets, 2012), las consecuencias de esta socialización se reflejarían a largo plazo, generando un efecto generacional de detrimento de la democracia.
Teniendo presente el complejo entramado de ciclo vital, generación y contexto, el por qué las personas jóvenes votan por la ultraderecha es una pregunta que merece mayor atención, especialmente en perspectiva comparada (Miller-Idriss, 2018). Varios estudios en democracias europeas han detectado que las personas jóvenes tienen significativamente mayor probabilidad de votar por partidos de derecha radical y extrema (Arzheimer, 2009; Arzheimer y Carter, 2006; Mieriņa y Koroļeva, 2015), aunque un reciente metaanálisis encuentra que solo en 87 de 297 (29%) casos se registra un efecto significativo cuando se analiza la relación entre jóvenes y apoyo a partidos de derecha radical (Stockemer, Lentz y Mayer, 2018).
Más allá de la diferenciación etaria, las teorías sobre voto radical suelen diferenciar tres explicaciones de demanda (i.e., aquellas provenientes del electorado): la hipótesis del malestar político, la hipótesis del reclamo económico y la hipótesis de la revancha cultural (Golder, 2016; Norris e Inglehart, 2019; Rydgren, 2007). La primera sugiere que la insatisfacción política, la desconfianza hacia las instituciones democráticas y el descontento con los partidos tradicionales promueven el crecimiento de los partidos radicales de derecha (Ignazi, 1992). Entre las personas jóvenes que se socializan políticamente en una era de la crisis política la insatisfacción se cristalizaría como un efecto generacional y de época.
La hipótesis de la ansiedad económica indica que la globalización ha producido perdedores que resienten su deterioro económico relativo. Trabajadores manuales y personas desempleadas son, según esta teoría, potenciales votantes de partidos de derecha radical que culpan a la política tradicional por el abandono y la precarización (Rydgren, 2007). Para las personas jóvenes el factor económico debería pesar particularmente ya que, así como suelen verse afectadas por las mayores tasas de desempleo, la informalidad laboral y la precarización de los puestos disponibles, al mismo tiempo son especialmente atraídas por patrones de consumo que les resultan inalcanzables (Pérez Sáinz, 2019). En este sentido, el estrés económico conduce a problemas de marginación cultural, no solamente económica y social. Esta múltiple privación afecta a las personas jóvenes y las hace más vulnerables a la retórica de la ultraderecha.
La hipótesis de la revancha cultural se basa también en el resentimiento, pero en términos de identidad y cultura. Los partidos radicales atraen votantes al defender la tradición cultural, religiosa o étnica perdida y añorar un pasado (muchas veces mítico o inexistente).2 La teoría de la revancha cultural supone que las nuevas generaciones crecen con mayor seguridad económica, lo cual les permite asumir posiciones más abiertas culturalmente, por ejemplo, con mayor tolerancia hacia grupos LGTBI y personas inmigrantes. En contraposición, las generaciones anteriores resienten los cambios que les aleja de las sociedades en las que crecieron (Norris e Inglehart, 2019).
Recientes investigaciones consideran la combinación de efectos económicos y culturales. Por ejemplo, Hays, Lim y Spoon (2019) teorizan que las pérdidas económicas que generan los desbalances comerciales activan sentimientos xenofóbicos que se trasladan en el voto por partidos de derecha radical populista. En la práctica, la combinación de reclamo económico y cultural se puede manifestar en el rechazo hacia que personas inmigrantes reciban atención estatal en salud, educación o en otras áreas al suponerse como un abandono hacia el pueblo nativo, desfavorecido económicamente.
Complementariamente, la movilización juega un rol mediador entre las actitudes políticas, culturales y económicas y el apoyo hacia los partidos radicales. En sociedades con trayectoria de formación de subculturas de ultraderecha, estos grupos amplifican la reproducción de los mensajes xenófobos, homófobos y antiliberales que los PDR emiten. A la vez, las militancias construyen su sentido de pertenencia compartiendo y materializando estas ideas mediante diferentes tipos de expresión que van desde el uso y la circulación de memes, hasta el ejercicio de violencia tanto psicológica como física, contra personas que pertenecen a grupos considerados enemigos de la sociedad (Miller-Idriss, 2020). Sus integrantes son reclutados por canales virtuales o en espacios físicos que les permiten dinamizar su activismo más allá de las elecciones (Mudde, 2019). En cambio, en contextos carentes de un patrón definido de formaciones de grupos extremistas o subculturas radicales, la función de reproducción y de resonancia de la ideología de derecha radical y extrema la proveen otros espacios de interacción intermedios, como las iglesias evangélicas, los clubes, los estadios e incluso la esfera doméstica del hogar (Miller-Idriss, 2020), los cuales hacen eco del resentimiento y de la frustración. Estos sentimientos no son exclusivos de la juventud, pero en esta población se presentan mayores riesgos de carburar experiencias que involucren el uso de la violencia, el quebranto de normas y la rebelión motivada por ideas extremistas. Además, la normalización de los discursos radicales en los medios de comunicación convencionales dispensa la censura y reconforta este tipo de conductas.
Consideramos las tres explicaciones –la política, la económica y la cultural– para seleccionar variables al analizar el voto por partidos radicales en Costa Rica. Como explicamos más adelante, en este caso existe menos evidencia a favor de la movilización subcultural, aunque otros espacios como el religioso sí están presentes. Interesa particularmente distinguir cuáles factores resultan más relevantes para explicar el comportamiento electoral entre las personas jóvenes en comparación con el resto de la población. Pero, antes de ello, brindamos en la próxima sección aspectos relevantes del contexto político costarricense.

Contexto de la elección de 2018 en Costa Rica

Costa Rica es una democracia estable desde 1949. La competencia política se caracterizó por la alternancia entre dos fuerzas políticas, el Partido Liberación Nacional (PLN) y varios antagonistas que convergen en el Partidos Unidad Social Cristiana (PUSC) desde 1983. A partir de 2002, sin embargo, el apoyo a los dos partidos tradicionales decayó, pasando de sumar 92% de los votos en la elección presidencial de 1998 a 35% en 2018. A la vez, el número efectivo de partidos legislativos prácticamente se duplicó, de 2,6 en 1998 a 4,7 en 2018. Para las terceras opciones la fragmentación partidaria implicó, primero, el ingreso al parlamento y, segundo, la obtención de la presidencia de la República con las victorias del Partido Acción Ciudadana (PAC) en 2014 y 2018.
En este paso del bipartidismo al multipartidismo, la política costarricense mutó no solo en el número (fragmentación), sino también en la diversidad y radicalización de plataformas programáticas (polarización). La presencia en el congreso del Movimiento Libertario (desde 1998) y del Frente Amplio (desde 2006) ampliaron centrífugamente el espectro ideológico a la derecha y la izquierda, respectivamente.
En este periodo multipartidista, la elección de 2018 sobresale porque dos fuerzas emergentes reforzaron la polarización desde la derecha. La primera proviene del abogado penalista y exministro de seguridad, Juan Diego Castro, candidato del Partido Integración Nacional (PIN). Con un discurso desafiante y polémico contra las élites políticas y los medios de comunicación, el candidato Castro suscitó comparaciones con el entonces presidente estadounidense Donald Trump (Murillo 2017) y figuró en encuestas preelectorales como un posible ganador en la primera vuelta. Sin embargo, su apoyo eclipsó frente a la candidatura de Fabricio Alvarado desde el partido Restauración Nacional (RN). Cantante y salmista neopentecostal, con estudios en periodismo, Alvarado contaba con una legislatura como única experiencia política y disputaba la presidencia por primera vez. Si a Castro se le identificó con Trump, posteriormente a la elección a Alvarado se le comparó con el presidente brasileño Jair Bolsonaro, semejanza que él públicamente aceptó (Villalobos Saborío, 2018).
PIN y RN constituyen partidos emergentes que anteriormente no habían alcanzado más de un escaño legislativo por elección. Según sus propuestas programáticas, ambos partidos se ubican ideológicamente en el cuadrante conservador (Gómez Campos y Chavarría Mora, 2018). Otros los catalogan como casos de derecha radical populista, ya que en sus discursos se enfatizaron elementos del nativismo cultural, la xenofobia y el autoritarismo (Pignataro y Treminio, 2019). Por ejemplo, Fabricio Alvarado caracterizó a Costa Rica como un país “provida, profamilia, donde imperan valores judeocristianos” (Chinchilla Cerdas, 2018), asumiendo una homogeneidad cultural que debía defenderse. Castro prometió construir cárceles para “todos los delincuentes” (Alfaro, 2018) dentro de su propuesta de seguridad estilo “mano dura”. Marcando una diferencia entre élites corruptas y pueblo puro amenazado, el programa de RN criticó el establishment político considerando que “los adalides de la ideología de género, hoy día incrustados en las principales cimas del poder, han desarrollado un rabioso ataque a todas las formas de religión […]” mediante “[…] la promoción de ideas y conceptos abiertamente nazi fascistas”3 (Restauración Nacional 2017, p.49); en contraste con las élites, el candidato Fabricio Alvarado se llamaba a sí mismo “la voz del pueblo” y “un muro de contención en el país” frente al aborto y el matrimonio igualitario (Arrieta, 2017), combinando en su retórica populismo y valores conservadores.
Pese a las convergencias ideológicas, ambos partidos difieren en los resultados electorales en 2018. Mientras que el PIN obtuvo cuatro escaños legislativos y 9,5% de los votos para la presidencia, RN ganó catorce escaños y 25% (la pluralidad), pasando a la segunda vuelta frente al candidato Carlos Alvarado del partido gobernante PAC. Aunque Fabricio Alvarado perdió el balotaje y, por consiguiente, la presidencia, su ascenso representa un hito para un partido que se consideraba de nicho (Kernecker y Wagner, 2019). El contexto de polarización, sin embargo, le favoreció. En particular, su campaña utilizó como punta de lanza la opinión consultiva OC-24/17 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que obligaba a los Estados miembros a garantizar los derechos de identidad de género y a reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo. En el debate suscitado, RN no solo se opuso al matrimonio igualitario, sino que prometió sacar a Costa Rica de la Corte por amenazar la soberanía del país. En cambio, el PIN, centrado en temas de corrupción y seguridad, perdió relevancia cuando el tema cultural predominó.
Las instituciones electorales no escaparon de la embestida radical de 2018, pese a que Costa Rica es una democracia consolidada que cuenta con un órgano electoral independiente de los poderes del Estado. Por un lado, el candidato Juan Diego Castro denunció delitos electorales por parte de una mafia hondureña, permitidos por Luis Antonio Sobrado, presidente del Tribunal Supremo de Elecciones (Madrigal, 2017,), cargos que –hasta la fecha– no han sido respaldadas por ninguna evidencia. Por el otro lado, Fabricio Alvarado recibió 29 acusaciones de propaganda religiosa en la campaña electoral (Cordero Parra, 2018), la cual infringe el artículo 136 del Código Electoral de 2009. Posterior a la derrota en las urnas, algunos simpatizantes de RN denunciaron fraude electoral y emitieron mensajes que cuestionaban la validez del resultado, aunque fueron desmentidos por el candidato (Arrieta, 2018).
Pero la polarización política no desaparece con la elección. De acuerdo con los datos del Proyecto Élites Parlamentarias de América Latina, el periodo legislativo 2018-2022 presenta la brecha más amplia desde 2010 entre las posiciones sociales de los partidos más votados. En una escala que combina las posiciones sobre la unión de personas del mismo sexo y aborto, en la que 1 indica la posición más liberal y 10 la más conservadora, el legislador promedio del PAC está en 2,6 mientras que el promedio de RN en 10 (Treminio Sánchez y Salas Naranjo, 2021). Es decir, el auge de partidos emergentes de derecha en las elecciones de 2018 tiene visibles secuelas en el sistema político, dada la marcada polarización entre plataformas políticas, el cuestionamiento a la integridad del proceso electoral, los discursos antiestablishment y el reclamo de pérdida de estatus frente al avance en la protección de personas LGTBI, mujeres y minorías.
Para concluir esta sección, debe destacarse que la literatura comparada, centrada en los casos europeos y en el estadounidense, identifica la existencia de organizaciones no partidistas de derecha extrema con amplio involucramiento juvenil (Miller-Idriss, 2018). Estas suelen ejercer actos de violencia y pueden recibir patrocinio de los partidos de extrema derecha (Veugelers y Menard, 2018). Como se mencionó antes, estos grupos ejercen un rol de movilización entre el público con predisposiciones políticas que les acerca a la ultraderecha como subcultura y en partidos formalmente constituidos.
En Costa Rica han existido organizaciones no partidistas de derecha radical, con un énfasis en la dimensión económica y en el anticomunismo. Tal es caso del Movimiento Costa Rica Libre, fundado en la década de 1960, en reacción al triunfo de la Revolución Cubana. Contó con un brazo paramilitar que incurrió en episodios violentos. No obstante, Costa Rica Libre no era un grupo juvenil, sino que su estructura organizativa estaba liderada por hombres mayores y de mediana edad pertenecientes a la élite oligárquica del país (Nigro Herrero, 2017). Posteriormente se han identificado reducidos grupos neonazis como el Partido Nacional Socialista de Costa Rica, integrado por no más de 40 personas, que incluía una sección de jóvenes (Aparece grupo neonazi en Costa Rica, 2003). Asimismo, en 2020 se registró la existencia de una página de QAnon Costa Rica en Facebook. QAnon, que nació en Estados Unidos, replica en Costa Rica la retórica conspirativa original, criticando el gobierno y exaltando al excandidato Juan Diego Castro (Chinchilla Cerdas, 2020). Sin embargo, actualmente en Costa Rica no se contabilizan organizaciones estables y visibles de grupos no partidistas de extrema derecha.

Dimensiones ideológicas de la derecha

Definir derecha en términos de ideología es difícil. Primero, se puede asumir derecha e izquierda como un continuo unidimensional donde el conflicto es económico-redistributivo (Downs, 1957): la izquierda favorece la intervención del Estado en la economía, mientras la derecha defiende el libre mercado. En otras palabras, la izquierda es igualitaria y la derecha antiigualitaria (Bobbio, 2001). Sin embargo, la política presenta otras dimensiones ideológicas que no necesariamente se reducen al eje económico. Por ejemplo, la dimensión cultural distingue entre apertura –hacia personas inmigrantes, grupos LGTBI, y minorías étnicas– o su exclusión (Kriese et al., 2006). Esta dimensión también se define como el eje de liberalismo y conservadurismo social (Norris e Inglehart, 2019). En el contexto político latinoamericano, además, se añade un tercer eje ideológico para las preferencias entre democracia y autoritarismo (Altman et al., 2009), el cual resulta relevante dados los antecedentes cercanos de dictaduras en prácticamente todos los países de la región.
Como se vio antes, la derecha radical populista destaca fundamentalmente por las posiciones no económicas: xenofobia, nativismo, nacionalismo y autoritarismo. Es decir, abarca la dimensión sociocultural y sobre democracia. Aunque en ocasiones la derecha radical populista asume posiciones de libre mercado, en otras más bien adopta políticas proteccionistas y de chauvinismo del bienestar (i.e., política social destinada solo a los supuestos nativos), de modo que la dimensión de izquierda y derecha económica no es un atributo característico (Mudde, 2007).
Por lo tanto, como punto de partida, consideramos posiciones políticas referidas a los tres ejes ideológicos mencionados: izquierda/derecha económica, apertura/exclusión cultural y democracia/autoritarismo. Extraemos de las encuestas del Latin American Public Opinion Project una pregunta sobre reducción de desigualdades económicas, una sobre matrimonio igualitario y una sobre preferencia de la democracia como sistema político.4 Aunque para el eje cultural existen múltiples posibles referentes, escogemos la pregunta sobre el matrimonio igualitario, no solo por la disponibilidad de datos, sino por la relevancia que este tema asumió en la campaña electoral de Costa Rica en 2018.5 Invertimos y estandarizamos las escalas de 0 a 1 para que el puntaje mayor refleje la posición más hacia la derecha, es decir, antiigualitarismo, oposición al matrimonio igualitario y oposición a la democracia, desde 2004 hasta 2018 según la disponibilidad de datos de LAPOP.
La figura 1 muestra los promedios de antiigualitarismo económico para seis rondas de encuestas disponibles, dividiendo entre jóvenes y el resto de la población. Definimos joven como una persona con 18 a 35 años, siguiendo las aproximaciones empíricas previas (Miller-Idriss, 2018; Treminio y Pignataro, 2019). En Costa Rica, el antiigualitarismo es bajo. La mayoría de las personas favorece la intervención estatal en la economía y la disminución de inequidades. Por lo tanto, entre 2008 y 2016 ambos grupos demográficos comparten esta preferencia. Sin embargo, en 2018 se encuentra una diferencia estadísticamente significativa (p < 0.05) en los promedios de ambos grupos, resultando las personas jóvenes más antiigualitarias.6

Figura 1. Antiigualitarismo económico (2008-2018) según grupos etarios


Fuente: Encuestas LAPOP (2008-2018) para Costa Rica.

 

A diferencia de las preferencias económicas, en torno al matrimonio igualitario existe una brecha estable y marcada entre jóvenes y no jóvenes desde 2010 (primera medición) hasta 2018 (Figura 2). Las personas jóvenes se oponen significativamente menos al matrimonio igualitario, con significancia estadística en cada encuesta (p < 0.001). Sin embargo, puede observarse que, pese a la división demográfica, las personas jóvenes tienden, en promedio, a oponerse al matrimonio igualitario. Con base en este ítem, es posible caracterizar a la población costarricense, en general, como culturalmente conservadora y, en específico, a las personas jóvenes como ligeramente menos conservadoras.

Figura 2. Oposición al matrimonio igualitario (2010-2018) según grupos etarios


Fuente: Encuestas LAPOP (2010-2018) para Costa Rica.

 

En torno a la democracia, el promedio general favorece esta forma de gobierno frente a la dictadura (Figura 3). No obstante, las personas jóvenes apoyan menos el sistema democrático que las no jóvenes en todas las encuestas (p < 0.001), excepto en 2012, resultado que puede considerarse casual. Hay, por lo tanto, una tendencia crítica hacia la democracia entre personas jóvenes, sin cambios importantes en el tiempo.

Figura 3. Oposición a la democracia (2004-2018) según grupos etarios


Fuente: Encuestas LAPOP (2004-2018) para Costa Rica.

 

Debe señalarse que las escalas de antiigualitarismo, oposición a la democracia y oposición al matrimonio igualitario están poco correlacionadas entre sí (ningún coeficiente de correlación es mayor a 0,3) y los análisis de factores para cada ronda muestran que estas tres no constituyen un único factor latente (no hay autovalores mayores a uno). Por lo tanto, se puede afirmar que, en la población en general, existen tres polos ideológicos en Costa Rica: el económico, el cultural y el autoritario.7 Y, en particular, se concluye que las personas jóvenes son culturalmente menos conservadoras (aunque, en promedio, siempre conservadoras), más antidemocráticas y recientemente algo más opuestas al rol del Estado en la reducción de desigualdades.

Jóvenes y voto de derecha radical

En esta sección, se analiza el voto por partidos de derecha radical Restauración Nacional (RN) y Partido Integración Nacional (PIN) en la primera vuelta de 2018.8 El conjunto de variables explicativas incluye, en primer lugar, las tres posiciones ideológicas de derecha examinadas anteriormente: antiigualitarismo, oposición al matrimonio igualitario y oposición a la democracia.
En segunda instancia, se consideran variables relacionadas con la hipótesis del malestar político. Una de ellas es si simpatiza con un partido político tradicional, es decir, aquellos que han ganado la presidencia en Costa Rica: Liberación Nacional, Unidad Social Cristiana y Acción Ciudadana. Luego se incorporan tres actitudes antiestablishment vinculadas con el discurso populista. Las personas responden su grado de concordancia con los enunciados: “La voluntad del pueblo debería ser el asunto más importante en la política de este país”, “El gobierno está dirigido principalmente por algunos grandes intereses que sólo velan por sí mismos” y “Muchas de las personas que dirigen el gobierno son deshonestas” (LAPOP, 2018, p.8). Un mayor acuerdo con las frases indica mayor propensión a votar por opciones radicales que anuncian representar los intereses del pueblo, en oposición a las élites que consideran corruptas. Las tres variables se reescalaron de 0 a 1 (donde el 1 indica mayor malestar antiestablishment).
Para examinar la hipótesis del reclamo económico, según la cual la privación económica impulsa a votar por partidos radicales, se incluyen las tres variables económicas: situación económica negativa (percepción de la situación económica del país respecto a hace doce meses, donde 0 es mejor, 0,5 es igual y 1 es peor), disminución de ingresos (cambio en el ingreso del hogar, donde 0 es aumentó, 0,5 es permaneció igual y 1 es disminuyó), situación de desempleo (1 si la persona está desempleada; 0 otros casos).
Por último, la hipótesis de la revancha cultural se puede identificar en la escala de oposición al matrimonio igualitario, ya que el voto por la derecha radical se basa precisamente en una reacción conservadora contra los avances en derechos hacia poblaciones minoritarias y vulnerables como los grupos LGTBI; es decir, se fundamenta en la idea de exclusión cultural.
Como controles se incluyen sexo, años de educación completados, ciudad de residencia, habitante de provincia costera (Guanacaste, Puntarenas, Limón), religión católica, religión evangélica (pentecostal y neopentecostal) y práctica religiosa (escala de frecuencia con que asiste a servicios religiosos, donde 0 es nunca o casi nunca y 1 es más de una vez por semana). Controlar por práctica religiosa es importante porque esta variable se asocia con la presencia de valores sociales tradicionales en torno a la familia patriarcal y el matrimonio heterosexual que componen el apoyo cultural de los partidos radicales de derecha.
Puesto que la variable dependiente es dicotómica (voto de derecha radical vs. otros partidos), el cuadro 1 ofrece las estimaciones de regresión logística.
El primer modelo proporciona resultados para todo el electorado. Los modelos 2 y 3 dividen la muestra entre votantes jóvenes y no jóvenes, respectivamente. La comparación de los tres modelos permite dilucidar cuáles factores son significativos entre el electorado en general y cuáles para los grupos etarios particulares.
En el modelo 1 se encuentra que el coeficiente de la variable joven (edad de 18 a 35 años) no es significativo. Es decir, controlando por diversos factores, las personas jóvenes votaron las opciones de derecha radical en la misma proporción que las personas no jóvenes.
Los modelos muestran que las posiciones económicas más antiigualitarias incrementan la probabilidad de votar a la derecha radical solamente entre jóvenes. La oposición a la democracia no aparece en ningún caso como una actitud relevante en el voto, mientras que la oposición al matrimonio igualitario es relevante para ambos grupos demográficos: mayor oposición, mayor probabilidad de votar por la derecha radical.
Alrededor de las variables sobre malestar político, únicamente la identificación con partidos tradicionales es estadísticamente significativa (en los tres modelos), reduciendo la probabilidad de voto radical, como se esperaba. Pero las actitudes antiestablishment (la política como voluntad del pueblo, interés dirige el gobierno y el gobierno deshonesto) no son significativas en ningún grupo.
Entre las variables de la economía, solo la percepción de la economía nacional resulta significativa: cuanto peor se perciba la economía del país, mayor la probabilidad de votar por partidos de derecha radical. Pero la significancia de este coeficiente desaparece cuando se divide la muestra. No se presenta una tendencia hacia votar partidos de derecha radical basada en la privación económica porque ni la disminución de ingresos ni el estado de desempleo se relacionan con el voto.
Se destaca que las mujeres, en general, votan más que los hombres por partidos de derecha radical. No obstante, al distinguir entre jóvenes y no jóvenes, la variable mantiene la significancia estadística solo entre el primer grupo. Es decir, las mujeres jóvenes tienden a votar más por partidos de derecha radical, contradiciendo hallazgos previos de la investigación comparada (Coffé, 2018). De forma consistente con la literatura (Stockemer,

Cuadro 1. Modelos de regresión logística para predecir el voto de derecha radical (RN y PIN)

 

Fuente: Encuesta Costa Rica 2018 de LAPOP (2004-2018).
Nota: Errores robustos entre paréntesis. * p < 0,05; ** p < 0,01; *** p < 0,001.

 

Lentz, y Mayer, 2018), la educación predice menor apoyo a los partidos de derecha radical y, nuevamente, el efecto se conserva solamente entre personas jóvenes. El contexto geográfico se relaciona significativamente con el voto únicamente entre habitantes de ciudades medianas o pequeñas (en comparación con el área rural, que es la categoría de referencia). La población en general y el grupo de no jóvenes que viven en un área rural tienden a votar más por la derecha radical que las personas que viven en ciudades medianas o pequeñas, pero no hay diferencias para habitantes de la capital y de ciudades grandes.
Por último, la religión presenta efectos variados. Por un lado, entre personas católicas –jóvenes y no jóvenes– es menos probable haber votado por las opciones radicales de derecha. Por el otro, entre personas evangélicas es más probable votar partidos de derecha radical y el efecto se presenta en la población en general y entre jóvenes. Esta relación tiene sentido particular para el caso costarricense en tanto uno de los dos partidos radicales (Restauración Nacional) se fundamenta en una plataforma religiosa neopentecostal. Por último, a diferencia de Europa occidental, donde la práctica religiosa disminuye la probabilidad de votar por partidos de derecha radical, y de Europa oriental, donde más bien la incrementa (Marcinkiewicz y Dassonneville, 2021), en Costa Rica el efecto es nulo.
Estos modelos tienen un buen ajuste según el porcentaje de clasificación correcta de casos predichos en relación con los observados. Para el electorado total es de 78,8%, para no jóvenes de 81,6% y para jóvenes 77,9%. El menor porcentaje de ajuste entre personas jóvenes apunta la existencia de una volatilidad ligeramente mayor en el comportamiento electoral de la juventud.
La Figura 4 muestra los efectos marginales promedios, al pasar del valor mínimo al máximo de la variable independiente, en las probabilidades de votar por los partidos de derecha radical para los dos grupos etarios.9 Se incluyen intervalos de confianza al 95% en la estimación de los efectos marginales (con variancia no condicionada).
Puede observarse que cuando la escala de antiigualitarismo aumenta del mínimo al máximo, la probabilidad de votar derecha radical aumenta 22 puntos porcentuales, entre las personas jóvenes únicamente, pues para personas no jóvenes el intervalo de confianza incluye el cero (sin cambio). Para la escala de oposición al matrimonio igualitario la probabilidad de votar derecha radical aumenta 26 puntos porcentuales entre jóvenes y 19 puntos entre no jóvenes, pero la diferencia entre ambos grupos no es estadísticamente significativa. Para la escala de oposición a la democracia en ningún grupo se refleja un cambio porcentual.
En el conjunto de variables sobre actitud hacia la política, solamente la identificación con partidos tradicionales muestra un efecto significativo: cuando se simpatiza con algún partido que haya gobernado, la probabilidad de voto radical disminuye 24 puntos porcentuales entre jóvenes y 21 puntos porcentuales entre no jóvenes.
En torno a la economía, la desaprobación aumenta el voto por derecha radical en 16 puntos porcentuales, aproximadamente, en ambos grupos de edad; es decir, aunque los coeficientes de regresión no resultaron significativos, los efectos marginales promedio sí. Además, en el gráfico se pueden apreciar los efectos nulos en relación con los ingresos personales y la situación de desempleo.

Figura 4. Efectos marginales promedio en el voto por partidos de derecha radical (RN y PIN) con base en regresiones logísticas (modelos 2 y 3 del Cuadro 1)


Fuente: Encuesta Costa Rica 2018, de LAPOP (2004-2018).

 

En el conjunto de variables demográficas tres llaman la atención por la magnitud del efecto promedio. Entre el menor y el mayor nivel de educación, la probabilidad de voto radical de derecha disminuye 33 puntos porcentuales entre los jóvenes, pues entre no jóvenes no hay cambio significativo. Este es el efecto de mayor magnitud en todos los modelos. Identificarse con la religión católica disminuye el voto radical en 21 puntos porcentuales para las personas jóvenes y en 32 para para las no jóvenes, otro efecto considerable. Por último, la religión evangélica aumenta la probabilidad de voto radical entre jóvenes en 17 puntos porcentuales, siendo nulo el efecto entre no jóvenes. La brecha de género es menor en magnitud, pero estadísticamente significativa. La diferencia entre hombres y mujeres, observada solo entre personas jóvenes, es de 9 puntos porcentuales, teniendo las mujeres mayor probabilidad de votar partidos de derecha radical.
En resumen, las personas jóvenes más antiigualitarias en materia económica, con menor nivel educativo, que profesan la religión evangélica (pentecostal y neopentecostal) y que son mujeres tienen una mayor propensión a votar por partidos de derecha radical en Costa Rica. Estas son las características que distinguen el voto de la juventud versus el resto de la población. Otros factores como la oposición al matrimonio igualitario, el rechazo a los partidos tradicionales, la desaprobación económica y la no filiación católica incrementaron la probabilidad del voto radical de derecha en toda la población. Entre el conjunto de variables explicativas, varias de ellas se asocian con la hipótesis de revancha cultural (oposición al matrimonio igualitario, identidad religiosa), una con la hipótesis del malestar político (identificación con partidos tradicionales) y una con la hipótesis de privación económica (desaprobación económica), evidenciando que no es una única teoría la que explica en voto por la derecha radical.

Discusión y conclusiones

Al igual que en otros países que se suponían inmunes a la amenaza de la derecha radical –como España y Portugal antes de los ascensos de VOX y Chega, respectivamente– las elecciones de 2018 en Costa Rica sorprendieron debido al fortalecimiento de partidos de derecha radical. Restauración Nacional e Integración Nacional, exponentes de esta familia de partidos, acumularon más de un tercio de los votos en la primera ronda y el primero de estos alcanzó 40% de los votos en el balotaje. A esto se suma el apoyo significativo que estos últimos recibieron desde los segmentos jóvenes del electorado. Aunque la polarización ideológica y la radicalización de jóvenes se experimentan en otras naciones, ambos fenómenos sobresalen por ser Costa Rica un caso considerado excepcional en la región latinoamericana debido a la longevidad y estabilidad de su democracia (Vargas Cullell y Alpízar Rodríguez, 2020).
Tomando como referencia la elección de 2018, la generación joven que apoyó los partidos de derecha radical nació entre 1983 y 2000. Esto sugiere se socializó políticamente en un contexto de polarización política tras la entrada de los partidos emergentes que tendieron a los extremos ideológicos (Movimiento Libertario en la derecha y Frente Amplio en la izquierda). Asimismo, en este periodo se vivió un generalizado descrédito hacia los partidos tradicionales como consecuencia de los juicios por corrupción que enfrentaron dos expresidentes de la República. El Partido Acción Ciudadana fue el partido emergente que alcanzó mayor éxito electoral, pero luego de obtener dos veces la presidencia y enfrentar sus propios escándalos políticos, pasa a formar parte del criticado establishment partidista.
Dos preguntas orientaron el artículo. ¿Con cuáles dimensiones de la derecha se identifica el electorado joven costarricense? ¿Qué caracteriza a las personas jóvenes que votaron por la derecha radical en 2018?
Primero, se consideraron tres dimensiones ideológicas, que –según los datos– resultan independientes entre sí: la económica, la cultural y la democracia-autoritarismo. Las personas jóvenes se diferencian en los dos últimos, al oponerse más a la democracia y oponerse menos al matrimonio igualitario. En términos de preferencias por un Estado que reduzca las desigualdades económicas, desde 2008 hasta 2016 no se observan diferencias, pero en 2018 la juventud resulta ligeramente más antiigualitaria. En resumen, las personas jóvenes actualmente son más promercado (o menos igualitarias económicamente), más abiertas culturalmente y menos defensoras de la democracia, en comparación con el electorado no joven.
En la segunda parte, a diferencia estudios previos que estudian el electorado en general, dividimos la muestra entre jóvenes y no jóvenes para distinguir los factores que influencian el voto a cada grupo de manera particular; en otras palabras, analizamos la heterogeneidad del voto (Bartle, 2005). Así, en todo el electorado, la oposición al matrimonio igualitario y la valoración negativa de la economía motivan el voto por la derecha radical, mientras que la identificación con un partido tradicional y la filiación religiosa católica reducen el apoyo para estos partidos. Pese al discurso populista de los partidos radicales, las actitudes antiestablishment no resultan determinantes. Pero hay factores que incrementan la probabilidad de votar por la derecha radical exclusivamente entre las personas jóvenes: las preferencias antiigualitarias en materia económica, un menor nivel de escolaridad y la religión evangélica (neo)pentecostal.
Además, en contraste con la literatura comparada (Coffé, 2018), en Costa Rica las mujeres jóvenes apoyaron más las opciones de derecha radical que los hombres jóvenes (sin existir brecha de género para las personas no jóvenes). En este aspecto vale la pena recordar la ausencia de organizaciones juveniles de derecha extrema estables, como las existentes en países como Europa y Estados Unidos. Estos grupos se nutren fundamentalmente de la membresía de jóvenes hombres, funcionando en paralelo a los partidos en la reproducción de los discursos en los distintos niveles territoriales e incurriendo en la violencia política que dinamiza su activismo fuera de la esfera partidista (Veugelers y Menard, 2018). En cambio, se podría considerar que en el caso costarricense las mujeres tienen una relación más estrecha con las iglesias evangélicas y podrían ser transmisoras sociales de los mensajes tradicionalistas (antiaborto, familia patriarcal, etc.) en ámbitos domésticos, que son espacios de socialización donde la madre tiene mayor impacto que el padre (Coffé y Voorpostel, 2010).
El artículo contiene implicaciones para el electorado joven y la competencia partidaria en Costa Rica. En primera instancia, aunque el análisis empírico no permite distinguir entre los efectos del ciclo de vida, generación y contexto, ya que la elección de 2018 es única en cuanto al auge de la derecha radical, las actitudes que se adquieren en la iniciación de la vida política se solidifican a largo plazo. Muchas personas jóvenes votaron por primera vez en una elección altamente polarizada donde no faltaron ataques a la institucionalidad política y se sabe que las primeras elecciones marcan el comportamiento futuro (Alfaro-Redondo, 2019; Franklin, 2004). Por ello, los hallazgos constituyen una alerta en términos de la normalización de las alternativas radicales y de la consecuente perdurabilidad de la demanda de opciones antiigualitarias, conservadoras y antidemocráticas si se constituye un efecto de cohorte.
Segundo, si bien la oferta de los partidos derecha radical halló su nicho en 2018 en los extremos de las dimensiones económica y cultural, el electorado podría ser atraído en las próximas elecciones hacia otro componente del discurso nativista: la antiinmigración. La política interna de Costa Rica es altamente sensible al tema de la inmigración proveniente del vecino país, Nicaragua (Sandoval García, 2008). Dado que Nicaragua realizará elecciones generales noviembre de 2021 bajo un ambiente de intolerancia y represión contra los grupos opositores al presidente Daniel Ortega, puede preverse un abultado volumen de personas inmigrantes, refugiadas y asiladas políticas en Costa Rica, como ya ocurrió en abril de 2018, cuando Ortega persiguió, encarceló y torturó a personas jóvenes opositoras. En este escenario, las elecciones en Nicaragua coinciden temporalmente con el inicio de la campaña electoral costarricense de 2022, abriendo la posibilidad para que los partidos radicales movilicen votantes alrededor del tema migratorio.
De cara al futuro, el principal reto es que los actores políticos asuman el compromiso de preservar y defender la institucionalidad democrática (Haggard y Kaufman 2021; Levitsky y Ziblatt, 2018). La forma en que los partidos mainstream reaccionan frente a los radicales posibilita no solo el éxito electoral de los segundos sino también la primacía de sus temas de campaña (Meguid, 2005). En particular, los cálculos electorales podrían motivar a los partidos tradicionales a codiciar beneficios radicalizando sus propuestas y distanciándose del centro político, incluso bajo el riesgo de perder una porción de su propio electorado tradicionalmente moderado. Un acercamiento con las posiciones extremistas les alejaría de la posibilidad de defender los derechos de grupos sociales amenazados por los discursos de odio que impregnan las campañas y las propuestas de los partidos de derecha radical. En un ambiente en el que los actores políticos se vuelven cómplices de las fuerzas polarizadoras, es difícil contrarrestar el avance de la radicalización de partidos y votantes.

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Notas

1 Este estudio se desarrolló en el marco del proyecto de investigación “Cultura política del electorado juvenil en Costa Rica” (B9152-22) inscrito en el Centro de Investigación y Estudios Políticos (CIEP) de la Universidad de Costa Rica. Queremos agradecer a Elías Chavarría, a Juan Pablo Pérez Sáinz y a las dos personas evaluadoras de la revista por sus observaciones y útiles críticas, las cuales nos permitieron mejorar este artículo. Asimismo, agradecemos al Latin American Public Opinion Project (LAPOP) por hacer sus datos disponibles para la investigación.

2 Para el historiador Renzo De Felice (1975), este es un punto que distingue al fascismo histórico de los nuevos partidos radicales: mientras el primero planteaba un proyecto futurista, los segundos se vuelcan con nostalgia al pasado.

3 Como señala Paxton (1998, p.8-9), actores desde la derecha incurren en el sobreuso y banalización del epíteto “fascista”.

4 Las preguntas aplicadas por LAPOP (2018, p.9-10) fueron: “El Estado costarricense debe implementar políticas firmes para reducir la desigualdad de ingresos entre ricos y pobres. ¿Hasta qué punto está de acuerdo o en desacuerdo con esta frase?”; “¿Con qué firmeza aprueba o desaprueba que las parejas del mismo sexo puedan tener el derecho a casarse?”; “Puede que la democracia tenga problemas, pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno. ¿Hasta qué punto está de acuerdo o en desacuerdo con esta frase?”.

5 Otra opción habría sido utilizar una escala de autoidentificación ideológica. Sin embargo, Costa Rica registra el nivel más bajo de identificación ideológica de América Latina (Zechmeister, 2015). Comprobamos, además, que la escala de autoubicación ideológica está débilmente correlacionada con las posiciones sobre desigualdad económica, matrimonio igualitario y preferencia de la democracia; por lo tanto, la escala de autoubicación dice poco sobre el contenido ideológico del electorado costarricense.

6 Nótese que la encuesta de 2018 se aplicó entre el 24 de septiembre y el 31 de octubre, posterior a las elecciones de febrero y abril del mismo año. La información técnica sobre las mediciones de LAPOP está disponible en: https://www.vanderbilt.edu/lapop/core-surveys.php.

7 Este esquema tripolar coincide con la estructura partidaria teorizada por Altman et al. (2009), aunque tampoco podría excluirse la existencia de dimensiones adicionales.

8 La encuesta de LAPOP de 2018 no incluyó el recuerdo del voto por otros partidos menores que podrían considerarse de derecha radical como Nueva Generación y Renovación Costarricense.

9 Los efectos marginales promedio constituyen medidas válidas para comparar submuestras ya que no les afecta la heterogeneidad no observada de los modelos de regresión logística (Mood, 2010).