DOI: http://dx.doi.org/10.19137/pys-2020-270206

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ARTÍCULOS

 

Impacto de la migración haitiana en un hábitat de vivienda social en Santiago (Chile), desde la percepción de sus residentes

Impact of Haitian migration on a social housing habitat in Santiago (Chile), from the perception of its residents

 

Ana María Álvarez Rojas
Universidad Católica Silva Henríquez, Chile.
amalvare@ucsh.cl

Héctor Cavieres Higuera
Universidad Católica Silva Henríquez, Chile.
hcavieres@ucsh.cl

Ángelo Patricio Ibarra González
Programa Terapéutico Residencial Manresa, Fundación Paréntesis (Hogar de Cristo), Chile.
angeloybarra@gmail.com

Ricardo Truffello Robledo
Pontificia Universidad Católica de Chile.
rtruffel@uc.cl

Gabriela Ulloa Contador
Pontificia Universidad Católica de Chile.
gabby.ulloa.contador@gmail.com

 

Resumen: En 2019 se realizó un estudio cualitativo exploratorio en un barrio de vivienda social de localización periférica en la ciudad de Santiago, Chile, cuyo propósito fue conocer la percepción de residentes chilenos con relación a la llegada masiva de migrantes haitianos al lugar. Los resultados muestran no sólo percepciones disímiles y ambivalentes entre los chilenos respecto del impacto del arribo de esta nueva población sobre su hábitat residencial, sino también, una mayor precarización de las condiciones de habitación para ambos grupos.

Palabras clave: Hábitat residencial; Vivienda social; Inmigración haitiana; Pobreza urbana

Abstract: In 2019, an exploratory qualitative study was carried out in a social housing neighborhood located on the outskirts of the city of Santiago, Chile whose purpose was to understand the perception of its Chilean residents regarding the massive arrival of Haitian migrants to the place.The results show not only their dissimilar and ambivalent perceptions regarding the impact of the arrival of this new population to their residential habitat but also a greater precariousness in both groups living conditions.

Keywords: Residential habitat; Social housing; Haitian immigration; Urban poverty

 

“No hemos barrido la casa por dentro y la estamos barriendo por otro lado”

Introducción

Los migrantes latinoamericanos que llegan a Chile habitan en condiciones de precariedad y acceden a un mercado de vivienda central, en ocasiones formal, en otras, informal e ilegal que se asocia tanto a su situación de pobreza y vulnerabilidad, como a la ausencia de alternativas de vivienda accesible y/o de interés social (Torres e Hidalgo, 2009; Margarit & Bijit, 2014; Conteras, Ala-Louko & Labbé, 2015; Atisba-Monitor, 2018).[1] En una investigación realizada en 2015 sobre acceso de los migrantes latinoamericanos a la vivienda y al hábitat en las ciudades de Iquique y Santiago, Conteras, Ala-Louko & Labbé (2015), concluyen que se trata de un parque de vivienda reñido con la normativa estatal vigente en la sociedad, inmuebles tugurizados, cuyos propietarios se desentienden de su mantención y del funcionamiento adecuado de los servicios básicos, pero que se escogen en atención a una serie de ventajas asociadas a su localización. Asimismo, las autoras enfatizan el carácter excluyente y racista que acompaña el proceso de búsqueda y obtención de una vivienda para estos grupos, los que deben hacer frente a un mercado que impone códigos, estrategias y formas desiguales de acceso según origen, año de arribo, color, sexo y poder de negociación (Conteras, Ala-Louko & Labbé, 2015). A similares conclusiones llega un estudio del 2018 sobre Migración y Vivienda en las ciudades de Santiago y Antofagasta de la Fundación Colunga y el Servicio Jesuita Migrante (SJM). Junto con los aspectos mencionados, esta mayor precariedad de la población migrante se expresa en el hecho que:

la proporción de migrantes que reside en viviendas arrendadas sin contrato es en promedio del 25,2%, casi 5 veces superior que la de chilenos, que llega al 5,5%. Esto muestra una de las principales expresiones de desigualdad entre nacionales y migrantes. Cuando se observa la situación por colectivos nacionales vemos que las diferencias se intensifican y que la variable se distribuye de manera desigual entre grupos migrantes. En el caso de los haitianos el 49% vive en esta situación… (Thayer, 2019: 303).

El proceso migratorio hacia Chile conocido como Sur-Sur, se inicia a fines del siglo pasado (Elizalde, Thayer & Córdova, 2013) y contempla fundamentalmente a los peruanos. Esta comunidad se concentra en comunas centrales y peri centrales de la capital por las posibilidades de acceso a la vivienda, la buena conectividad, la presencia de servicios y la densidad de equipamiento de estas zonas (Garcés, 2007; Torres e Hidalgo, 2009). Según confirma un informe de Atisba del año 2018, elaborado en base a datos del Censo de 2017, el 65,2% de los migrantes que llega a Chile, cuyo perfil se ha diversificado, continúa concentrándose en la Región Metropolitana de Santiago. De esta Región, la comuna de Santiago sigue siendo el lugar de asentamiento preferente de dicha población, representando un 25,6% del total, al que le siguen las 5 comunas de la denominada Macrozona centro que acoge a un 45% de este grupo (Atisba-Monitor, 2018). Este informe indica que los migrantes que se instalan en estas zonas lo hacen en viviendas que van desde el pequeño departamento de las grandes torres de Santiago Centro, hasta galpones adaptados, casas y/o edificios antiguos subdivididos en piezas para el arriendo. No obstante, a pesar de que el centro de la ciudad y sus bordes continúan siendo los sectores de asentamiento preferente de la población migrante, la migración haitiana a Chile, que se intensifica a partir del 2010, pondrá en evidencia un nuevo patrón de localización de los migrantes socioeconómicos, a saber, las periferias donde se concentran los hogares de más bajos ingresos de la Región Metropolitana de Santiago. Ello ha significado que migrantes y población nativa, que se encuentran en una condición previa de gran vulnerabilidad, compartan el mismo hábitat residencial. Si bien esto también ocurre en las comunas centrales, no se da con la misma intensidad puesto que en estas zonas los migrantes tienden a concentrarse entre sí por distritos y por nacionalidad (Atisba Monitor, 2018). Reconocer qué ocurre en el espacio residencial que cohabitan nativos e inmigrantes que comparten una condición de precariedad socioeconómica, se constituye en una fuente de información privilegiada para comprender cómo se producen y reproducen las desigualdades socio espaciales en la ciudad del presente.

 

Problematización

Terminando la década del 2000, la migración haitiana a Chile marca un hito en lo que se reconoce como un segundo momento en el proceso migratorio al país: se inicia la migración caribeña y con ello la llegada de lo negro (Tijoux, 2014). Quilicura, comuna periférica de la ciudad de Santiago que dispone de una significativa proporción de vivienda social, experimentará desde el 2010, la llegada masiva de población inmigrante haitiana pobre afrodescendiente. La comuna posee una importante oferta laboral en el sector terciario y un parque industrial, junto con la presencia de zonas urbanísticamente degradadas que favorecen el acceso a la vivienda por la “existencia del mercado del subalquiler y el allegamiento entre coterráneos que ha originado un enclave residencial”. Ello “además de ofrecer protección del grupo, les permite insertarse al mundo laboral y a una ciudad que no habla su idioma” (Iturra, 2016: 3). Otro elemento que cabe mencionar es la presencia en Quilicura de la Oficina Municipal de Migrantes y Refugiados (OMMR), pionera en Chile en su tipo. Creada en el 2010 para acoger preferentemente a niños y mujeres migrantes y refugiados, terminará transformándose en un espacio de acogida de la población haitiana (Thayer, 2014). Entre las primeras acciones que, de acuerdo con este autor, darán un nuevo impulso a la migración haitiana a Chile, es la instalación por parte del municipio a raíz del terremoto de Haití de enero del 2010, de casetas telefónicas de libre acceso en la plaza principal de la comuna a fin de facilitar la comunicación entre residentes haitianos y sus connacionales. Esta posibilidad de comunicarse y articularse a través de las redes sociales estimulará la llegada de nuevos inmigrantes y su concentración en la comuna de Quilicura. No obstante, según Thayer (2014), no estamos frente a una política nacional de acogida que hubiese supuesto, por ejemplo, un visado especial o humanitario como fue en el caso de Brasil país que, junto con Chile, liderará el flujo migratorio haitiano post terremoto (Nieto, 2014). Se trata más bien de un conjunto de acciones locales que crean condiciones que incentivan la migración y que se mantendrán en el tiempo. Entre dichas acciones está proporcionar información para el desenvolvimiento cotidiano de esta población, particularmente en cuestiones relativas al empleo y la tramitación de visas (Thayer, 2014; Iturra, 2016). La realización de la “Primera Consulta Migrante de Quilicura (PCMQ 2015) que contó con el apoyo y colaboración de universidades nacionales capitaneada por la OIM (2015)” refleja la voluntad del gobierno local de favorecer “la integración social, cultural y económica de los grupos migrantes que habitan la comuna” (Iturra, 2016: 15). Asimismo, la OMMR ha hecho alianzas con organismos no gubernamentales nacionales e internacionales como el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) a fin de facilitar la integración haitiana a la comuna. Estas medidas significaron que ACNUR reconociera a Quilicura como la primera Ciudad Solidaria de Chile en el marco del Programa Ciudades Solidarias de dicho organismo (Thayer, 2014).

La migración haitiana a Chile, junto con mostrar un patrón de localización periférica de los migrantes socioeconómicos, como se indicó en la introducción, significó su instalación en otra tipología de vivienda, a saber, los condominios horizontales de tres o cuatro pisos; un controvertido modelo residencial que caracterizó la política social chilena de los años noventa y principios del 2000 y que se desarrolló de forma masiva en periferias desprovistas de equipamiento y conectividad como es el caso de San Luis en Quilicura, donde se encuentra el Valle de la Luna, sector en que se desarrolló el estudio. Estos antecedentes levantan preguntas relativas al impacto de la cohabitación entre migrantes y residentes nativos, considerando que, en este caso, se trata de grupos precarizados que comparten un hábitat fuertemente degradado y un modelo residencial cuyas deficiencias de diseño, tamaño y calidad constructiva han sido puestas en evidencia por numerosas investigaciones (Lagos, 2015; Iturra, 2016). En consecuencia, el objetivo de este estudio fue identificar el impacto de la llegada sostenida de población inmigrante haitiana sobre un hábitat residencial de vivienda social a partir de la percepción de residentes chilenos. ¿Qué dicen los residentes nativos acerca del impacto que sobre su hábitat residencial ha tenido la llegada de población inmigrante haitiana? Esta pregunta resulta pertinente en la medida que, siguiendo a Di Virgilio & Perelman (2019), el estudio de aquello que ocurre en el encuentro entre grupos precarizados se vuelve fundamental para comprender el proceso, de carácter continuo y relacional, de producción y reproducción de las desigualdades. Esta comprensión pasa por examinar los conflictos e interacciones que sostienen los individuos en sus luchas por la apropiación del espacio (Lefebvre, 2013). Pensar la desigualdad territorial hoy día, implica ir más allá de las diferencias entre los incluidos y los excluidos para focalizarse en el estudio de grupos sociales que detentan diferentes posiciones socio territoriales (Di Virgilio & Perelman, 2019). Aun compartiendo una condición de precariedad socioeconómica, existen apropiaciones desiguales del territorio y sus recursos. El lugar donde se ancló el estudio fue el Valle de la Luna sector de la comuna de Quilicura, que, como se señaló, concentra una importante proporción de migrantes haitianos. Antes de realizar la descripción del caso, revisaremos algunos datos relativos a la migración haitiana a Chile. 

 

La migración haitiana a Chile

El Diagnóstico Regional sobre Migración Haitiana elaborado en 2017 por el Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR y la OIM, indica que es necesario contextualizar la migración haitiana hacia América del Sur en función “de la dinámica actual de movilidad humana mundial y regional” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 29). De los 244 millones de migrantes internacionales que se contabilizan en 2015, América del Sur recibe el 1,37% del total de esta población. Si bien Chile junto con Ecuador y Guyana mantienen porcentajes relativos menores al resto de los países del continente “vienen en aumento constante desde 1990, triplicando en algunos casos dicha proporción” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 29)

 

Según un informe de la Universidad de Talca elaborado en 2018,

Chile es el país latinoamericano en el que más ha aumentado el número de extranjeros entre 2010 y 2015. En el censo del 2002, el 1,27% de la población residente era inmigrante; en la actualidad, representan el 4,35% de la población residente en el país (INE, 2018). Según la Casen[2] 2017, la población inmigrante se conforma principalmente por 24,2% de venezolanos, 22,2% proviene de Perú, el 14,9% de Colombia, el 9,8% de Haití, el 6,8% de Bolivia, el 5,5% de Argentina y el 3,6% corresponde a ecuatorianos (CENEM-UTalca, 2018: 6).

Aunque inferior a otras nacionalidades como lo muestran los datos, el porcentaje de población haitiana que emigró a Chile no es nada despreciable. Si bien la migración haitiana constituye un fenómeno de larga data por tratarse de un país con condiciones históricas extremas de vulnerabilidad social, política y económica, es el terremoto del 2010 lo que marcará dos momentos distintos en este proceso. Los haitianos que ya se encontraban fuera de su país, servirán de “puente y red para la llegada de los primeros flujos post- terremoto” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 30). Esta situación se reproduce en la comuna de Quilicura, Santiago de Chile donde se focalizó este estudio. Pese a que países como Venezuela, Chile y Ecuador “habilitaron estrategias de regularización de los migrantes haitianos que se encontraban en sus territorios y que estaban en situación irregular” promoviendo, además, la reunificación familiar, se trató de medidas que no fueron “en su mayoría formalizadas por medio de resoluciones ni disposiciones” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones , 2017: 32) salvo en el caso de Ecuador.

Es posible distinguir dos momentos en la migración haitiana a Chile. El primero entre 2010 y 2014 donde llegan migrantes con “mayor capital cultural y económico” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 86) y a quienes les resultará más fácil insertarse, gracias a las estrategias de regularización adoptadas por el Estado chileno y el apoyo de organizaciones locales. El segundo, indica el mismo informe, es a partir de 2015 y corresponde a un perfil de individuos y familias económica, social y culturalmente más precarizados junto con un aumento importante del flujo migratorio. Sin embargo, un hecho anterior explicará el crecimiento de las migraciones haitianas a Chile: la llegada en 2004 de un contingente militar chileno a Haití en el contexto de la crisis política y humanitaria que afectaba a dicho país (Micic, 2008). Esta situación impulsará el flujo migratorio pasando de una población inferior a los 1000 residentes haitianos en 2004 hasta los 62.683 que registra el Censo de población y vivienda del 2017.

La Encuesta de Caracterización Socioeconómica Nacional (CASEN) del 2013, indica que la población haitiana en Chile alcanzaba a 6.311 personas, de las cuales, el 99.9% residía en la capital, distribuyéndose preferentemente en la comuna de Quilicura con un 62,4% (Ministerio de Desarrollo Social, 2016). Ello la transformará en un enclave haitiano, siendo apodada la Pequeña Haití (Iturra, 2016). En la primera mitad del 2016, 20 mil ciudadanos haitianos ingresaron a Chile, ocho veces más que todos los que ingresaron en 2013 (Adriasola & Pardo, 2016). De acuerdo con el Censo del 2017, Quilicura sigue siendo la comuna de residencia mayoritaria de esta población, particularmente el sector San Luis de dicha comuna, pero se observa una tendencia a distribuirse también en otras comunas, como se advierte en la figura 1. Quilicura representa hoy en día el 15%, la sigue Santiago con poco más de 7% y luego, San Bernardo con poco menos del 7% (Censo de población y vivienda 2017). La Policía Civil reconoce que llegan como turistas, con pasaje de regreso, pero vienen para quedarse (Adriasola & Pardo, 2016).  Cabe señalar que:

la migración haitiana es mayoritariamente de edad económicamente activa alcanzando en ambos tipos de residencias (permanentes y transitorias) más del 80% de población entre 15 y 44 años. En las visas temporarias se observa un aumento significativo de los jóvenes alcanzando el 44% de las personas entre 15 y 29 años (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 80).

Figura 1. Porcentaje de población haitiana del total de inmigrantes por zona censal 


Fuente: Observatorio de Ciudades (OCUC).

 

Los migrantes pueden acceder a la oferta que en materia de políticas públicas posee el Estado de Chile para la población de bajos ingresos a condición de estar regularizados, no obstante, para “niños y niñas el acceso a la educación es universal independientemente de la situación migratoria de ellos y sus padres” (Instituto de Políticas Públicas en Derechos Humanos del MERCOSUR & Organización Internacional para las Migraciones, 2017: 99). En materia de salud, indica este mismo informe, se han implementado disposiciones que tienen como propósito garantizar el acceso de los migrantes a la salud pública en tres situaciones, urgencias, embarazo y niños y niñas hasta los 18 años. En cuanto al acceso a la vivienda, se trataría de uno de los aspectos más complejos para los migrantes haitianos en la ciudad de Santiago: altos costos, exigencias de garantía económica, antigüedad laboral, cotizaciones, entre otros requisitos. Asimismo, señalan Margarit & Bijit (2014), prevalece el allegamiento y el subarrendamiento como modalidades preferentes, particularmente al inicio del proceso migratorio. Finalmente, en cuanto al empleo trabajan por el salario mínimo legal e inferior al que reciben los chilenos por tareas similares. A ello se suman extensas jornadas de trabajo que a veces se prolongan los fines de semana. Si bien existen iniciativas y acciones que buscan, desde la institucionalidad pública, proteger a la población migrante, no estamos frente a políticas focalizadas con el propósito de favorecer el acceso efectivo de los haitianos a derechos sociales, ya se trate de vivienda, empleo, salud y/o seguridad social. 

Con relación a las políticas migratorias impulsadas por el Estado chileno, durante el 2018, se dictarán respecto de algunos colectivos migrantes –entre los que se destacan dominicanos, venezolanos y haitianos­– un conjunto de medidas orientadas a dificultar el traspaso de la frontera, lo que ha conducido, indica Thayer (2019), a la institucionalización de un sistema de visas consulares que consolida un estatus legal precario. Este nuevo estatus, “implica para los extranjeros residentes una transición de la situación migratoria como una definición administrativa temporal, a una condición social permanente” (Thayer, 2019: 299) Estas medidas tendrán como impacto un aumento de la migración ilegal, y, por lo tanto, de la precarización social y económica de estos grupos migrantes. El autor concluye que, si bien existe un cuerpo legal y políticas relacionadas con el fenómeno, la institucionalidad migratoria del país se ha caracterizado en las últimas dos décadas por una “desarticulación de las acciones que se han implementado de manera fragmentada, discontinua y sin un sentido político común y manifiesto” (Thayer, 2019:317).

 

Hábitat residencial

En este estudio optamos por lo que Maxwell (1996) llama un contexto conceptual, es decir, herramientas conceptuales que, sin constituir un marco teórico, se estima útil emplear de acuerdo con lo que se desea investigar y con los objetivos del estudio. En este sentido, el eje orientador de nuestra búsqueda de información fue el concepto de hábitat residencial en tanto cristaliza la interrelación entre lo social y lo espacial, expresado en la vivienda, la condición socioeconómica, los equipamientos y espacios públicos y la convivencia entre vecinos (De la Puente, Muñoz & Torres, 1989). Cada uno de estos niveles supone formas y tipos de interrelaciones que, para el caso de la vivienda, serían los hogares y su condición socio económica, el entorno que es donde se encuentran los equipamientos y espacios de uso común y el conjunto habitacional donde interactúa la comunidad de residentes (Jirón et al., 2004). Un segundo motivo que nos llevó a escoger el hábitat residencial como referente orientador de la búsqueda de información, es su relación con el fenómeno de la migración. Castles & Miller (2004) realizan una distinción entre las macro y las microestructuras para comprender dicho fenómeno. Las macroestructuras, se vinculan con aspectos económicos característicos del mercado internacional que explican las causas estructurales de la migración colectiva. En tanto las microestructuras, se relacionan con el conjunto de elementos considerados básicos para el impulso y la sostenibilidad del proceso migratorio. En esta categoría caben desde aquellos aspectos de la migración ligados a las relaciones sociales informales, hasta los vínculos de amistad, comunitarios, familiares y el apoyo mutuo en dimensiones sociales y/o económicas. Estimamos que el hábitat residencial corresponde a una microestructura, es decir, un espacio de anclaje físico y social del migrante, necesario para la producción y reproducción de su vida cotidiana, soporte esencial y condición de posibilidad de su inserción en una nueva sociedad, así como también, un lugar donde las diferencias entre grupos se manifiestan con mayor intensidad. Así lo muestran Margarit & Bijit (2014) en un estudio sobre barrios de inmigrantes en la comuna de Santiago. Las autoras concluyen que el aumento de población migrante adquiere visibilidad social mediante la apropiación y utilización del espacio urbano, visibilidad que se torna más evidente en aquellos barrios donde existe una mayor concentración residencial de estos grupos sociales. Asimismo, los conflictos que se generan entre comunidad receptora e inmigrantes dicen relación con la cultura, representaciones e historia de los vecinos tradicionales. Estas representaciones se ven, en ocasiones, alteradas con la llegada de migrantes, que, al generar nuevas dinámicas de ocupación de los espacios, ya sean habitacionales y/o públicos, transforman o perturban la cotidianidad de los antiguos residentes. En el hábitat residencial, se ponen en juego las historias del espacio compartido y las trayectorias de las personas que lo habitan y frecuentan y que ese hábitat pone en relación.

 

Caracterización del caso: El Valle de la Luna

Lagos (2015: 9) indica que “entre los años 1980 y 2002, el Estado financió la construcción de aproximadamente 203.236 viviendas sociales en el Gran Santiago, un universo de más de 800.000 habitantes, correspondiente a pobladores relocalizados dentro de la ciudad”. Si bien la casa propia constituyó un avance en materia de acceso a la vivienda y al hábitat para los sectores populares que vivían de allegados o en campamentos, la oferta que se generó en el período señalado se caracterizó por la ocupación de grandes áreas geográficas periféricas con unidades habitacionales de tamaño mínimo, deficiente calidad constructiva, homogeneidad arquitectónica de los conjuntos y ausencia de urbanidad (Rodríguez & Sugranyes, 2004). Esta acentuada precariedad urbana y social, originará y reforzará diversos problemas sociales, entre los que se destacan dificultades de convivencia vecinal, inseguridad, violencia barrial y búsqueda de bienestar por medios ilícitos como el microtráfico, compra/venta de especies reducidas, entre otros (Alvarez & Cavieres, 2016).

Para el caso de Quilicura, González (2005: 38) señala que “en la década de 1990-2000 se desarrollaron proyectos de viviendas sociales con subsidios estatales específicamente en los sectores de San Luis y Manuel Antonio Matta […] los cuales estaban orientados a generar poblaciones básicas y básicas mejoradas o PET”.  Entre las poblaciones que conforman esta zona están la Villa Parinacota, Valle de la Luna, Pascual Gambino, Padre Hurtado y Raúl Silva Henríquez  estas poblaciones comparten las siguientes características: viviendas de aproximadamente 36 mts2 de superficie, un dormitorio, un baño, cocina y espacio común, consignados en blocks de departamentos de tres a cuatro pisos tipo C o Tijera “compuestas por un sistema de blocks contrapuestos que comparten circulaciones que se entrecruzan en el espacio interior (PLADECO, 2015, en Iturra, 2016: 38).

Estos conjuntos “se caracterizan por presentar un deterioro físico, ampliaciones fuera de norma, las que se desarrollaron en espacios de uso común (…). Estas viviendas presentan deficiencias relacionadas a sus condiciones habitacionales en cuanto a su habitabilidad y configuración urbana, generando áreas homogéneas de vivienda social con escasos servicios urbanos” (Iturra, 2016: 38).

Construida entre los años noventa y el dos mil, la población Valle de la Luna responde a las características mencionadas y se compone mayoritariamente por condominios de vivienda social de tres pisos con unidades habitacionales en un terreno común, conforme a la Ley N ° 19.537 de Copropiedad Inmobiliaria. En cuanto al nivel socio económico de los residentes, estos pertenecen mayoritariamente al Grupo Socio Económico (GSE) D. Entre las variables más discriminantes de acuerdo al nuevo mapeo socioeconómico impulsado por la Asociación Nacional de Avisadores (ANDA) y la Asociación de Investigadores de Mercado (AIM,  2018), el grupo D se caracteriza por un ingreso total promedio del hogar de $526.000 equivalente a alrededor de 700U$S, el 54% cursó enseñanza media pero no continuó estudios superiores, 93% trabaja en oficios diversos sin requisito de educación formal, principalmente operadores y vendedores, el 90% se atiende en el sistema de salud pública, sólo un 22% posee un vehículo particular, 10% posee tarjeta de crédito y 74% tiene celular con prepago y 17% con contrato. La figura 2 muestra el Valle de la Luna en Quilicura, donde se homologa el GSE al índice Socio Material (ISMT) elaborado por el OCUC.[3]

El número de haitianos que ha llegado a la comuna desde 2010 hasta el censo 2017 es de 7572, destacándose el hecho que el 90% del total arribó en ese periodo. De los 210.420 habitantes que tiene Quilicura de acuerdo con el censo 2017, 8.420 personas serían de origen haitiano lo que representa un 4% de la población comunal. De este número, 4.230 se encontrarán en la zona censal donde se localiza el Valle de la Luna el que cuenta con 487 residentes haitianos, como muestra la Figura 3, lo que representa un 12% de la población total del Valle (OCUC, sobre la base del Censo de 2017).

Figura 2. Homologación Índice Socio Material (ISMT) con Grupos Socio Económicos


Fuente: Observatorio de Ciudades (OCUC).

 

Figura 3. Migrantes haitianos en la Región Metropolitana y Valle de la Luna


Fuente: Observatorio de Ciudades (OCUC).

 

Metodología

Se trató de un estudio cualitativo exploratorio, complementado con datos estadísticos sobre las características socio económicas de la población de El Valle de la Luna extraídos del Censo de población y vivienda, 2017, la Encuesta Nacional de Caracterización Socio Económica CASEN (2015) y la aplicación de Sistemas de Información Geográfica (SIG) al sector en estudio. Con relación al tipo de muestra y a los criterios de selección, el proyecto contempló una fase preliminar de contactos y visitas a terreno que derivó en la conformación de una muestra intencionada de 15 residentes nativos de ambos sexos cuyas edades fluctuaban entre los 24 y los 80 años, con un tiempo de residencia en el Valle que va de los 10 a los 25 años. Todas las entrevistas requirieron el acuerdo de los entrevistados mediante la firma de un consentimiento informado y fueron anonimizadas sin trazabilidad. La entrada al lugar se vio favorecida por la presencia de un portero que nos facilitó el acceso a los residentes. Como técnica de recolección de información se empleó la entrevista semi estructurada realizada en el domicilio de los entrevistados. El diálogo se inicia con la pregunta ¿Cómo es el Valle de la Luna? Orientando la conversación hacia los tópicos que operacionalizan la noción de hábitat residencial.[4] Luego, nos centramos en los cambios experimentados por el lugar desde que llegan a habitarlo hasta el momento de la entrevista: ¿Qué cambios ha vivido el sector desde que usted llegó a habitarlo hasta el día de hoy? Se tuvo cuidado de no hacer mención explícita al arribo de población inmigrante haitiana, no obstante, esta información surgió espontáneamente al preguntarles por las transformaciones del lugar. Las entrevistas fueron complementadas con observaciones sucesivas dirigidas a reconocer el tipo de uso de los espacios residenciales y comunes por parte de la población inmigrante haitiana, la frecuencia de esta utilización y las interacciones entre comunidad nativa e inmigrantes. Se efectuaron, además, entrevistas informales breves a la población haitiana residente, realizadas en los mismos espacios públicos donde se encontraban. En cuanto a las técnicas de registro de información se empleó la grabadora, el cuaderno de campo y el registro fotográfico. El análisis de la información se efectuó a través de la identificación de temas generadores articulados en torno a los tópicos que operacionalizan la noción de hábitat residencial y condensan los cambios experimentados en el sector. Dichos temas surgieron de la lectura reiterada de las entrevistas en profundidad, a lo que se suman los reportes de observación. Entendemos la idea de temas generadores en el sentido propuesto por Paulo Freire en su obra Pedagogía del Oprimido (2005). El autor asume la premisa que los sujetos ven sólo parcialidades de una totalidad. Estas parcialidades interactúan, pero no llegamos a establecer qué relaciones mantienen entre sí y con la totalidad a condición de que se efectúe un trabajo de deconstrucción critica que vincule elementos que en el discurso emergen separados. Aunque no se trató de una investigación acción con intencionalidad transformadora, esta idea de las parcialidades se vio reflejada en las respuestas de los entrevistados quienes, en sus relatos, inicialmente centrados en el hábitat residencial y sus cambios, ponen en evidencia las vinculaciones entre inmigración socioeconómica y profundización de las desigualdades territoriales. Por tanto, fue tarea de los investigadores establecer relaciones significativas entre parcialidades. Es en torno a esta idea que se estructura la presentación de resultados. 

 
Resultados 

El lugar visto por sus residentes

El Valle de la Luna es caracterizado por la mayoría de los entrevistados como un lugar de concentración de viviendas muy pequeñas y donde los espacios comunes deteriorados, la vialidad básica y en mal estado, la degradación ambiental que se evidencia en la presencia de microbasurales y espacios públicos sucios y obsolescentes, el hacinamiento y la alta inseguridad, se advierten desde su fundación

Llegué a vivir al Valle de la Luna cuando era chico, tenía aproximadamente 12 años, 13 años y era un sector bastante feo. Primero, las plazas no estaban cuidadas, estaban tomadas por micro traficantes, entonces igual era muy peligroso salir. Los vecinos tampoco tenían ningún respeto por el otro, la violencia siempre estuvo ahí presente y uno tenía que resguardarse prácticamente en la casa, no tenía como opción salir a menos de que conociera gente y me pudieran otorgar protección. Las canchas siempre estuvieron rotas, en mal estado, bueno, hasta el día de hoy sigue así, pero no se ocupaban para lo que eran, que es hacer deportes. ¿Equipamiento? No, de hecho, estaba todo muy mal cuidado, basura por todos lados, bastante cochino y sobre todo en la noche, era peligroso por el tema del microtráfico.[5]

Una proporción importante de entrevistados hace referencia a dos programas gubernamentales que habrían traído beneficios a las viviendas y al barrio. Se trata del Programa de Protección del Patrimonio Familiar (PPPF) del Ministerio de Vivienda y Urbanismo (MINVU), que permite a los hogares, con apoyo financiero del Estado, ampliar alguna parte de la casa, ya sea el lavadero, los dormitorios, el salón, el baño o la cocina. También mencionan el programa de Recuperación de Barrios Quiero Mi Barrio, dirigido a mejorar y/o recuperar espacios comunes deteriorados. Ambos programas forman parte de un primer grupo de mecanismos impulsados por el Estado chileno entre el 2001 y el 2007, con el propósito de mejorar la calidad, tanto de viviendas y barrios existentes, como de nuevos desarrollos (Sabatini et al., 2010). A pesar de las valoraciones positivas, estas intervenciones no resultan suficientes ante la magnitud del deterioro material de las viviendas y del entorno. Asimismo, refieren poco compromiso de los residentes con el cuidado y protección del espacio común, siendo señalados por algunos como los principales responsables de esta degradación

Los maestros pusieron piedras para el cemento, todo y después no vinieron más y ahí están las veredas, todas hechas mal de aquí hasta allá, de la noche a la mañana no vinieron más y ahí tiene todo tirado, todas las veredas tiradas.[6]

Las veredas no las respetan, se supone que esa vereda la hicieron para que pasara la gente y se estacionan autos.[7]

La percepción de los residentes confirma que la desigualdad deja en el territorio huellas o marcas asimétricas persistentes y difíciles de revertir (Reygadas, 2019). Es la propia configuración territorial de estos espacios la que crea desventajas permanentes que no pueden ser resueltas en poco tiempo o por la intervención de programas de alcance limitado, además de requerir grandes recursos económicos. La asimetría implícita en la concepción, diseño inicial, localización de estos conjuntos descrita en páginas anteriores, se cristaliza y sedimenta en el espacio y ello no se modifica porque cambien las visiones y/o intenciones de los actores (Reygadas, 2019). Este va y viene del Estado muestra hasta qué punto la política de vivienda social en Chile de los últimos 30 años ha estado marcada por este carácter oscilante, como expresan Hidalgo et al. (2017: 91),

en un primer momento, [el Estado] emerge como planificador en la localización y edificación de conjuntos residenciales sociales; y luego como interventor en la recuperación de barrios, mejoramiento de viviendas, o hacia la demolición de casas o departamentos que, anteriormente, habían sido el vehículo hacia la inclusión social.

Junto con las descripciones físicas anteriores, surgen las alusiones a los problemas sociales existentes en el sector, entre los que se destacan la inseguridad, la delincuencia, el consumo y el tráfico de drogas. Más allá de este juicio compartido, algunos señalan que se trataría de un lugar menos complejo que otras zonas del mismo sector San Luis. Al mismo tiempo, varios entrevistados se refieren al individualismo reinante entre vecinos, al debilitamiento de la vida social y comunitaria que se expresa en la frase de una entrevistada “cada uno para sí mismo” y en el deterioro de la solidaridad barrial

Aquí bien, si uno como yo le digo, no metiéndose con nadie uno vive una vida completamente bien.[8]

Ahora yo considero que la gente está tan metida en su mundo. Hasta uno que trabaja de lunes a sábado ya uno no tiene una amistad, pasa encerrada haciendo sus cosas. Aquí tampoco, aquí nadie comparte con nadie, cada uno vive su mundo, los vecinos ya ni se ven, cada uno encerrado en su mundo.[9]

En los dichos de los entrevistados se advierte que las características físicas del territorio y del hábitat residencial, se retroalimentan con dimensiones sociales, económicas y culturales que ellos reconocen como rasgos inherentes a los habitantes del Valle de la Luna. Araujo (2017: 4) ve el individualismo y la retracción de la sociabilidad como elementos del modelo cultural chileno “el modelo económico neoliberal no implicó solo una transformación de las bases económicas sino una nueva oferta de modelo de sociedad […]. Éste impactó en las formas que adquirieron los desafíos estructurales de la vida social”. Sin embargo, algunos residentes insisten de que se trata de un sector mejor que otros o no tan malo. Sobre este aspecto, es recurrente encontrar entre los habitantes de barrios de vivienda social similares al Valle de la Luna, percepciones disímiles generalmente sostenidas en la comparación con algo peor (Alvarez & Cavieres, 2016). Estas diferencias constituyen estrategias para hacer frente a la adversidad que impone un espacio complejo del que resulta difícil salir y que no se puede transformar. La comparación con otros barrios más problemáticos permite al individuo sentir que no está tan mal pues otros viven en peores condiciones (Cavieres & Cheyre, 2016).

 

Haitianos en el Valle de la Luna

Una vez examinadas las características del Valle de la Luna se consulta por los cambios que, desde la perspectiva de los residentes, ha vivido el lugar. Todos los entrevistados hacen alusión a la llegada de población haitiana a la Comuna de Quilicura y al Valle de la Luna. De ahí surgen una serie de subtemas que se relacionan, en un primer momento, con la sorpresa y la novedad de confrontarse a una población diferente por su lengua (creole) y por el color de su piel (negra), poco habitual de observar en Chile hasta hace una década, menos, en la comuna y en el barrio. Es particularmente el color de la piel, a través del apelativo negro o negra el que revela el imaginario cultural de los entrevistados, asociado al concepto de raza y a la dialéctica superioridad/inferioridad que ha acompañado la evolución histórica de dicha noción a pesar haber perdido su pertinencia teórica (Lévi- Strauss, 1999).

Fue rechazo primero, a mi igual como que de primera decía: ‘oye vi un haitiano’, se comentaba con la familia, con la señora uno comenta: ‘oye vi un haitiano, que es negro’, después ya habían 2 y al final, un año después, se plagó.[10]

Hará como… como 3 años, 4 años que empezaron a llegar. Al principio, impresiona.[11]

Yo creo que ya no nos disgustan, antes, por ejemplo, veíamos a un haitiano y era como ‘pucha, un negro, vámonos de aquí, capaz que nos pueda asaltar este hueón’, más encima que estaban todas esas ‘fakes news’. Ahora es como el ‘negro’ está ahí, quedémonos acá, si no hace nada.[12]

Si bien los haitianos en el Valle representan sólo un 12% de su población, los entrevistados sienten que fueron invadidos por ellos. Esto se explicaría más por el hacinamiento, como lo describimos más adelante y por el efecto del color de la piel, que por el numero objetivo de inmigrantes haitianos que llega a la comuna y al Valle. Los dichos relativos a la presencia de esta población se acompañan de expresiones que podrían considerarse racistas, pero que los entrevistados buscan morigerar aclarando, desde el comienzo, que ellos no lo son. Este hecho reflejaría dos cuestiones que nos parece importante subrayar. Una, que los entrevistados saben y han integrado que habría un lenguaje y/o formas de referirse, en este caso, a la población haitiana que son políticamente incorrectas y, por lo tanto, no quieren emplearlo o se excusan de hacerlo para no ser tildados de racistas. Dos, que una vez que establecen que ellos no son racistas, intentan comunicar un malestar asociado con sus experiencias cotidianas y/o sus percepciones sobre el buen vivir que se habría visto transgredido con la llegada de este grupo. Hecha esta aclaración, describen una serie de situaciones que perciben como problemáticas y que se asocian directamente con un sentimiento de profundización de la precariedad material y simbólica que caracteriza su existencia cotidiana. Cuando se refieren abiertamente a la existencia de racismo y discriminación, lo hacen amparados en relatos que pertenecerían a otros. Estos se centran básicamente en el color de la piel y en su condición de todavía más pobres que ellos, lo que para algunos opera como refuerzo a una imagen positiva de sí mismos, o bien, profundiza la imagen negativa del lugar.

Sí, hay mucho racismo. Lo noto por el día a día, el ‘negro culiao’ o ‘este hueón que no sirve para nada’ y también al chileno, al habitante racista le dio como un estatus de poder.[13]

Porque al principio los comentarios eran como ‘este me viene a quitar la pega, este hueón no sirve’.[14]

Yo no quiero ser racista pero no, no me agradan para nada. No me agradan porque como que nos invadieron.[15]

Yo creo que en un principio fue conflictivo porque vienen con una cultura que es totalmente distinta a la nuestra, con un idioma que no entendemos, la comunicación al momento de hacerse más difícil genera roces.[16]

No se trata de que yo sea racista, pero yo lo veo así, que con el tiempo esta población va a ser de puros haitianos.[17]

Yo hayo como que ellos vinieron a empobrecer y a afear este lugar que ya era malo. Como que se ve peor.[18]

Interesa destacar que, en paralelo a estos juicios negativos, reconocen características positivas en los migrantes haitianos. Entre ellas, mencionan que no consumen alcohol ni drogas, o al menos no lo hacen públicamente, no generan riñas ni escándalos, no son delincuentes ni traficantes, no están en situación de calle, es decir, no encarnan situaciones o problemas sociales que ya existen en el sector.

Pero de que son tranquilos, son tranquilos, yo no he visto que andan tomando, son exagerados para hablar no más.[19]

Impresiona, pero… yo siempre los he encontrado súper regios, en el buen sentido de la palabra. Ellos asisten a la iglesia y andan de punta y taco, no como nosotros que andamos todo el tiempo ‘pililientos’, ellos no, andan de humita… yo siempre les he admirado eso, su vestir que tienen, que concuerda con su estatuto de vida que tienen.[20]

Este conjunto de relatos nos muestra dos fenómenos. El primero, habla de la necesidad por parte de los entrevistados de establecer marcas diferenciadoras entre ellos y los inmigrantes que van más allá del color de la piel. El segundo, el sentimiento de precarización que acusan los residentes chilenos y que asocian a la llegada de los haitianos, evidencia hasta qué punto el análisis de la desigualdad supone considerar las posiciones particulares de los grupos en el territorio (Di Virgilio & Perelman, 2019). Respecto del primer punto, Tijoux (2014: 13) sostiene que

aunque la UNESCO declarara que ‘la raza no existe’, conduciendo a las comillas con que debemos tratar al concepto para promover la igualdad humana, parece que en las actuales condiciones económicas de un capitalismo que gana, cuando un sistema político le abre las puertas, la ‘raza’ sigue más presente que nunca, anclada a la clase y a la Nación […]. Hoy día la ‘raza’ se ha vuelto palabra común […] que busca integrar al mismo tiempo los rasgos biológicos, culturales, sociales, religiosos y económicos.

En tanto, la exaltación de aspectos positivos mostraría que “estamos frente a una suerte de ‘cercanía del inmigrante’ que atrae por su exotismo siempre y cuando no contamine, infecte o amenace directamente a los chilenos” (Tijoux, 2014: 13). Para Rojas, Amode & Vásquez (2015) este hecho es expresión de un neo racismo que se acopla a la conciencia antirracista contemporánea –de la que nuestros entrevistados dan testimonio– sustituyendo las categorías raciales por el determinismo cultural. En cuanto al sentimiento de profundización de la precariedad material, el Valle de la Luna cristaliza una desigualdad territorializada de larga data, conocida y aceptada por quienes viven en el sector en su forma y manifestaciones y que la presencia de este colectivo subvierte.

 

La precarización del empleo: la amenaza que los envuelve a todos

Junto con la vivienda y el hábitat, uno de los ámbitos amenazados por la llegada de población inmigrante haitiana, es el trabajo. Si bien los entrevistados no señalan que les vienen a quitar el trabajo, expresan que su presencia masiva, su disposición a realizar las mismas tareas que ellos por una remuneración más baja o el no acatamiento de normas de uso del espacio para ejercer el comercio, los perjudica.

Va en los sueldos también porque igual el chileno no va a trabajar por el sueldo mínimo, ellos trabajan por eso y a veces por un poco menos, entonces eso también le afecta al chileno, porque la forma de vivir de ellos es menos gastadora que la de nosotros, en un departamento ellos pueden vivir 10 y uno con suerte su marido y los hijos. Tienen menos gastos, entonces claro, con el sueldo mínimo a ellos les alcanza relajado y a un chileno no. Le falta.[21]

Es un problema de país. Porque el país está permitiendo muchos extranjeros y le vuelvo a repetir, no soy racista, no discrimino ni nada, pero encuentro que el país está permitiendo que lleguen muchos extranjeros y les está quitando posibilidades al chileno y donde le quita posibilidades al chileno el empresario baja los sueldos.[22]

Yo creo que deberían haber pensado primero en los chilenos y después en los demás, es que eso sería lo más lógico porque los chilenos tampoco estamos muy bien, nos falta trabajo.[23]

Entonces ¿qué es lo que hacen? Echan a los haitianos y contratan a otros, entonces para no pagar finiquito, no pagar nada. Así trabajan en las fábricas.[24]

Para Balibar & Walrestein (1991), el capitalismo necesita, junto con producir los bienes que permiten extraer y acumular el capital, reducir al máximo los costos de producción. Es ahí donde los testimonios de los entrevistados ponen en evidencia la conjugación de racismo y capitalismo como elemento central en la división actual del trabajo, se asignan “los puestos menos valorados y remunerados a grupos ‘étnicos’ específicos” (Rojas, Amode & Vásquez, 2015: 227) en este caso, los haitianos. Refrenda este punto de vista Martínez (2011:27) al plantear una posición crítica respecto de los procesos de inclusión de los migrantes, a quienes no considera como minorías culturales definidas por sus identidades colectivas, sino más bien, “grupos sociales estructurales” en el sentido que se construirían a partir de su posicionamiento transversal en ejes sociales de desventaja.

 

Hábitat residencial y hacinamiento. El subarriendo: negocios para unos, dificultades para otros. Los problemas de convivencia

Los entrevistados centran buena parte de sus discursos relativos a las consecuencias de la llegada de población inmigrante haitiana al Valle de la Luna, en el tema habitacional y en el hábitat compartido. Destacan que la existencia del subarriendo y de la informalidad de los acuerdos de arrendamiento entre propietarios chilenos y arrendatarios haitianos, ha traído como consecuencia un crecimiento exponencial del hacinamiento y con ello de los problemas asociados a la gestión de la vida cotidiana. Algunas familias chilenas residentes en el Valle de la Luna han podido relocalizarse y abandonar el lugar o, en caso contrario, aumentar sus ingresos gracias al dinero obtenido del subarriendo de sus departamentos que, aunque en promedio no sobrepasen los 36 mts2, son subdivididos con paneles para formar piezas por las que obtienen alrededor de U$S180. Los haitianos mediante este sistema acceden rápidamente a un espacio habitacional casi siempre compartido con otras familias del mismo origen, sin más trámite que la palabra empeñada. Los residentes chilenos entrevistados que han optado por quedarse en sus viviendas porque no tienen intenciones de relocalizarse o simplemente no pueden hacerlo, reconocen un crecimiento del número de personas por departamento, llegando a identificar hasta 3 núcleos de familias haitianas en una misma residencia (10 personas), lo que genera gran hacinamiento en las viviendas y en los condominios, como se aprecia en la figura 4.

Por ejemplo, en el tema de las viviendas, piden un precio desorbitante, pero exigen menos papeles, entonces así se hace más rápido el proceso […] porque es una por otra, te subo el costo del arriendo, pero no te exijo todo lo que te debería exigir, entonces esto puede quedar entre los 2, entonces es ahí donde se van hacinando.[25]

La gente se está yendo de acá, está vendiendo los departamentos, está arrendando los departamentos porque está malo. Y llegan haitianos. Está lleno de haitianos aquí en el valle de la luna… porque arriendan más barato o venden más caro.[26]

Ellos arriendan y después traen más gente entonces ellos mismos subarriendan.[27]

Figura 4. Porcentaje de hacinamiento medio y critico por zona censal


Fuente: Observatorio de Ciudades (OCUC).

 

Cabe destacar que la facilidad con que los inmigrantes haitianos acceden a una vivienda se constituye para algunos entrevistados chilenos en una fuente de resentimiento y frustración en la medida que esta comunidad advenediza logra en menos tiempo y a un menor costo, algo que a ellos les ha significado tiempo, dinero, espera y esfuerzo. En este sentido Martínez (2014: 14) plantea que,

el uso cotidiano, sus necesidades concretas y sus aspiraciones, el imaginario asociado al habitar (proyecciones en el espacio) y la inversión afectiva hacia su entorno convergen en la modificación y apropiación del espacio social diferenciado, con modificaciones y rituales de marcaje de los actores y grupos sociales.

Así, los entrevistados asocian su hábitat residencial a algo más que una casa propia o la copropiedad de un espacio común, también evoca historias de sacrificio personal, prácticas de ocupación del espacio y formas de uso de las viviendas consideradas apropiadas y/o legítimas, forjadas a lo largo del tiempo. Estos modos se ven alterados por nuevas modalidades de uso y ocupación del hábitat residencial introducidas por la población haitiana, que no sólo produce inconvenientes objetivos generados, por ejemplo, por el hacinamiento, sino que también altera las convenciones, o, en palabras de Martínez (2014) los rituales de marcaje relativos a aquello que es no posible o aceptable de hacer en el hábitat compartido.  Esta sensación de códigos que se transgreden encuentra uno de sus puntos más neurálgicos en los problemas de convivencia social. Estos se originan por diferencias en los modos de vida de una y otra comunidad y en los usos del espacio común. Entre las principales fuentes de conflicto están la preparación de alimentos, el tendido de ropa, la exhibición del cuerpo por parte de las mujeres haitianas y el tono de voz de los inmigrantes. Los entrevistados chilenos manifiestan rechazo a los olores que genera el empleo de determinados productos y condimentos por parte de la población inmigrante, los que tienden a concentrarse en el patio en el que convergen las escaleras que conducen a cada vivienda. La presencia de varias cocinillas funcionando simultáneamente, dado que se trata de más de un grupo familiar por vivienda, satura el ambiente en la expresión de una entrevistada. Para algunos residentes nativos, las mujeres haitianas se asean al aire libre o lo hacen sin cerrar las ventanas y las puertas, pudiendo ser observadas desnudas por los vecinos lo que consideran un comportamiento exhibicionista. Asimismo, rechazan el hecho que pongan ropa a secar sobre muros y ventanas e indican que los haitianos poseen un tono de voz muy alto que hace que sus conversaciones parezcan siempre peleas. Respecto de este aspecto para Garcés (2007), las acciones, sentidos y usos que se le dan a los espacios que comparte una comunidad, requieren de historicidad para ser reconocidos como legítimos.

Sí y esas comidas que hacen ellos…  los olores, son indeseables. Uno se mata todo el día haciendo las cosas para no sentir malos olores y después que llegue esta gente y empiece a cocinar… cocinan hasta carne descompuesta.[28]

En el tema de la mujer, también es bastante conflictivo porque ellas tienden a usar ropa en que casi quedan con sus pechugas al aire y eso a los vecinos les molesta ya que hay personas que son más conservadoras.[29]

Siguiendo a Martínez (2014: 15)

el espacio del usuario incorpora las vivencias diferenciadas de los sujetos y su inversión afectiva. Por ésta debemos entender el proceso por el cual un individuo o un grupo valora un objeto –una casa, una calle, la ciudad o su entorno de acción– y derrama sobre él su potencial afectivo, sus capacidades de acción, intentando hacer de él una obra, algo a su imagen, a sus deseos, a sus recuerdos, a sus tiempos. Aquí se pone de manifiesto que la apropiación, entendida como identificación, inversión afectiva y reconocimiento no equivale al acto de posesión jurídica.

Así mismo, la mayor precariedad de la condición habitacional de la población haitiana, muestra, como lo señalan Di Virgilio & Perelman (2019), que los sujetos se ven envueltos en la producción y/o reciben las consecuencias de diferentes relaciones de desigualdad como resultado directo del rol que juega el capital en la producción del espacio urbano. Fue (y sigue siendo) la supremacía del principio de rentabilidad económica del suelo urbano lo que no dejó otra alternativa a los habitantes del Valle de la Luna que aceptar una oferta precaria del Estado, y a los migrantes haitianos, participar en la dinámica de la especulación a cambio de la cual tienen un lugar donde vivir.  De este modo es posible identificar tipos y esferas de desigualdades, como, por ejemplo, los mayores niveles de hacinamiento de la población haitiana, aunque ambos grupos compartan el mismo hábitat residencial degradado. O bien la condición laboral, que como vimos en párrafos anteriores, aunque ambos grupos deban hacer frente al empleo precario, en el caso de los haitianos, es todavía mayor.

 

Espacios públicos, la Escuela y los niños: tres tópicos de esperanza

Con relación al tema de los espacios públicos entendidos como lugares de uso común, algunos entrevistados realizan una serie de constataciones que nos parece importante consignar. Una de ellas, corroborada con las sucesivas observaciones realizadas en el sector, es que los haitianos hacen un uso grupal e intensivo de lugares como plazas y canchas de fútbol, varios de los cuales ya no eran utilizados por residentes chilenos. Estos últimos habrían cedido dichos espacios al microtráfico y a la delincuencia por temor e inseguridad. Ello ha traído como consecuencia el desplazamiento de actividades ilícitas que tenían lugar en ciertas calles, plazas y pasajes del Valle, hacia otras zonas. De este modo, la frecuencia de la utilización y la presencia grupal de los inmigrantes, imprimirían mayor seguridad a los lugares de uso público. Otra constatación que realiza un par de entrevistados es el hecho que los haitianos que llegan al país funcionan en bloque, se mueven en red y serían mucho más comunitarios que los chilenos. Este rasgo refuerza lo mencionado por casi la mayoría de los entrevistados cuando se les solicita caracterizar el Valle de la Luna: desunido, de gente individualista, atomizada, paralizada por el temor y sometida por el esfuerzo cotidiano para sobrevivir.

Es que ese fenómeno se da porque los vecinos, acá nosotros somos muy desunidos, porque cada uno ve por su lado, ellos llegaron con la idea de la red, de formar redes, entonces si hay un haitiano, hay que buscar a otro haitiano para empezar a formar redes y en esa llega otro haitiano y hay más redes, entonces se va generando una red de apoyo. Nosotros no tenemos esa red de apoyo porque los vecinos preferimos no meternos en problemas, entonces por eso se da como ese fenómeno.[30]

Asimismo, la ocupación de espacios peligrosos se podría haber visto favorecida, según puntualiza un entrevistado, por el desconocimiento que, en un principio, tenía la comunidad inmigrante haitiana respecto del Valle, su historia, los lugares seguros o inseguros, así como también, por el hecho de hablar una lengua que nadie comprendía. Respecto del fútbol, los haitianos lo practican con tal regularidad que, como señala un par de entrevistadas, se terminaron “apropiando” de la cancha.

Varias cosas porque igual la llegada de los haitianos, del migrante, ha hecho que otras personas retrocedan en los espacios. Cuando llegó el haitiano empezó a ocupar estos lugares en grandes cantidades, es poco visto que haya un haitiano sólo en una plaza y si lo hay por lo general es escuchando música, pero llegan en masa y se va asociando con más personas, entonces no los puedes sacar, no les puedes hacer nada.[31]

Ellos llegaron y empezaron a ocupar estos espacios a los otros les empezaron a generar problemas, por el tema del lenguaje ‘¿cómo los saco si no entienden?’ o sea, no sabían que ‘este es un punto de venta de drogas’.[32]

Ellos ocupan harto los espacios públicos, ellos lo aprovechan todo.[33]

Parte importante de esta ocupación de los espacios comunes por parte de la población haitiana, la hacen las familias o grupos de mujeres haitianas y chilenas que llevan a sus niños a jugar a plazas y a los escasos parques que existen en el sector, como Las Violetas o El Mañío. En este caso, se observa el fenómeno inverso. Los niños haitianos hablan español, conversan y juegan con otros niños chilenos, con algunos de los cuales comparten el mismo establecimiento educacional. Un entrevistado se refiere a este tema subrayando el hecho que, probablemente, es por esta vía que se logre una cierta proximidad o se establezca una cercanía entre ambas comunidades puesto que en el caso de los adultos esta posibilidad es compleja y lejana.

Esta ocupación intensiva de espacios comunes por parte de la comunidad haitiana no significa, y en ello coinciden casi todos los entrevistados, que residentes chilenos y haitianos convivan o se vinculen cotidianamente en el condominio o en el espacio público. Esta información fue corroborada mediante la observación, pues en todos los lugares observados, residentes chilenos y haitianos tienden a concentrarse entre sí, sin establecer mayor contacto con el otro. Entre los principales obstáculos a esta posibilidad destacan la lengua y costumbres, principalmente las formas de uso del espacio (moverse en grupo, hablar fuerte). Los entrevistados chilenos no entienden el idioma de los haitianos y varios tienen la impresión de que, en ocasiones, ellos sacan ventaja de esta situación. Asimismo, algunos consideran a los haitianos como una comunidad cerrada, con la que resulta difícil relacionarse y tender puentes. Para ciertos entrevistados chilenos los haitianos establecen una distancia que resulta difícil vencer a pesar de que reconocen haber hecho esfuerzos para generar lazos. A otros, en cambio, no les interesa disminuir esta distancia, está bien que cada uno viva su vida, lo esencial es no perturbar la vida del otro. 

Respecto a este punto podemos concluir, a partir de estas nuevas formas de ocupación y utilización del espacio instauradas por los migrantes haitianos, que es el propio territorio el que genera consecuencias no buscadas en el curso de las interacciones (Reygadas, 2019). Los usos históricos de los espacios comunes se ven alterados con la llegada de esta nueva población, sin que esta haya sido la intención de unos y de otros.

 

El rol del municipio y las instituciones locales. Discriminación positiva en favor de los haitianos: primero los pobres chilenos, luego, los demás 

Entre los aspectos que más llamó la atención del equipo de investigación, está la discriminación positiva hacia los haitianos que acusan los entrevistados por parte de las instituciones locales particularmente, el consultorio de salud. Consideran que les otorgan preferencia en la atención, especialmente a las mujeres embarazadas en detrimento de los chilenos, sobre todo, adultos mayores. En todos los casos se trató de experiencias personales. Asimismo, sostienen que el Estado chileno los ayuda con transferencia directa de dinero y que las empresas que los contratan recibirían un estímulo económico por parte del gobierno, aspectos que no tienen asidero en la realidad.

Se le da un estímulo a la empresa por recibir. Les pagan lo mismo y nosotros lo encontramos súper injusto.[34]

Es que yo creo que el haitiano tiene más favor porque medios autos en los que andan los haitianos ahora. El país los protege mucho.[35]

Vaya usted al consultorio, lleno de haitianos, lleno. Todas las mujeres con guagua y sin embargo había una viejita en el consultorio que dijo ‘porque si yo soy chilena porqué tanta preferencia a los morenitos’ ni siquiera dijo ‘negra’, dijo ‘a estos morenitos’.[36]

Sipo, obvio los ayudan en la municipalidad. Les dan preferencia. La gente se pregunta por qué a ellos y a nosotros no, o sea ellos son mejores recibidos que los chilenos, tienen mejores oportunidades.[37]

Las medidas tomadas por la comuna de Quilicura para favorecer la integración de la población haitiana son resentidas por los entrevistados como discriminación positiva. Este sentimiento se nutre también de los aspectos anteriormente analizados como la facilidad en el acceso a la vivienda y las oportunidades laborales, más abundantes para los haitianos en tanto dispuestos a trabajar en condiciones de mayor precariedad. Se trata de acciones que se generan en el contexto neoliberal chileno, donde los ciudadanos no tienen garantizado el acceso efectivo a derechos sociales y donde las políticas sociales dirigidas a los más pobres, incluida la población inmigrante, no tienen un propósito redistributivo o de integración social (Rojas, 2018), sino más bien la contención de una fractura social ya existente. En este marco, las acciones del Municipio, ciertamente necesarias y loables se inscriben en una forma de reconocimiento de la alteridad, de construcción de la diferencia, centrada en cuestiones identitarias y de prácticas culturales. Sin embargo, estas acciones resultan limitadas toda vez que los haitianos, ocupan posiciones estructurales derivadas de “ejes como la división del trabajo, el racismo sistémico o la normalización. Esos ejes estructurales permiten identificar relaciones de dominación y subordinación entre grupos sociales que ponen de manifiesto importantes cuestiones de justicia que acaban afectando a individuos” (Martínez, 2011: 30), para esta autora, en este contexto, no es alteridad ni identidad, sino posición estructural diferenciada.

 

Conclusiones

Los resultados de este estudio relevan el valor de la investigación micro social cualitativa, pues permite conocer lo que las personas piensan y sienten como resultado de situaciones que transforman su vida y respecto de las cuales no tienen control. Ello va desde la violencia de las bandas de micro traficantes, los programas de intervención del Estado para el mejoramiento del entorno y la llegada masiva de población inmigrante pobre que trastoca los códigos de una desigualdad territorial conocida y asimilada por los residentes nativos. A pesar de este acento micro social, las macroestructuras se asoman permanentemente en los relatos de las personas sobre sus vidas, principalmente en lo relativo a la vivienda y al trabajo donde se pone en evidencia el rol que juega el Estado chileno, la economía de mercado y los vínculos entre ambos sistemas, para entender lo que pasa en el encuentro entre nativos e inmigrantes. El hábitat residencial, en tanto microestructura, se muestra como una lente privilegiada para examinar lo que ocurre en el encuentro de residentes chilenos e inmigrantes. Es ahí donde se expresa con más intensidad que en los espacios públicos, la producción y reproducción de la desigualdad expresada en los conflictos, latentes y manifiestos, que sostienen ambos grupos por la apropiación del territorio que comparten cotidianamente. Se trata de vecinos que, aun compartiendo el mismo hábitat precarizado, detentan diferentes posiciones socio territoriales. Lo anterior subraya las relaciones entre inmigración y pobreza y los fenómenos de discriminación y racismo resultantes, los que parecen acentuarse en el espacio habitacional. La llegada de una población aún más precarizada que los residentes nativos, posibilitó, para algunos, una movilidad residencial que, hasta ese momento, resultaba muy difícil para las familias chilenas propietarias de viviendas sociales en periferias pobres, las que no se valorizan con el paso del tiempo como ocurre con otras zonas de mayor plusvalía. Para otros, significó empeorar su calidad de vida en el condominio como resultado directo del hacinamiento. Estas situaciones confirman la importancia de profundizar las manifestaciones emergentes de la desigualdad socio territorial, particularmente en lo referido a procesos de intra-estratificación entre desiguales y que tienen como soporte o escenario al territorio. El sentimiento de abandono y discriminación histórica que resienten los habitantes del Valle de la Luna, primero que todo por ser pobres y, además, objeto de acciones institucionales oscilantes de bajo impacto, tiene consecuencias subjetivas en la forma como viven y se representan la llegada de la población inmigrante haitiana, lo que se manifiestan en dos fenómenos interrelacionados. Por una parte, la activación de sentimientos de racismo y discriminación hacia dicha población. Los residentes chilenos que se quedaron en el Valle perciben negativamente que los inmigrantes haitianos aprovechen las oportunidades que, en materia de acceso a la vivienda y al trabajo les ofrece lo mejor y lo peor del modelo neoliberal. Por otra parte, los chilenos se sienten discriminados por las instituciones públicas, la sociedad y la economía local que estarían privilegiando a otros todavía más pobres que ellos, que, además, son extranjeros y negros. Este hecho nos permite develar la presencia y consecuencias de mecanismos a través de las cuales las instituciones económicas y del Estado operan. Se trata de una lógica perversa que pone a competir a chilenos y a haitianos por recursos escasos o a los cuales no tienen acceso. Esta competencia queda parcialmente invisibilizada por el discurso de la acogida y del reconocimiento, que, para los chilenos entrevistados es interpretado como discriminación frente a la precarización de sus vidas, consecuencia irrefutable de décadas de privatización de derechos sociales y de falta de regulación y protección del empleo. Finalmente quisiéramos subrayar lo importante que resultó, en el marco de este estudio, no ceder a la tentación de iniciar el diálogo con los residentes nativos a partir de la consideración del racismo, la discriminación o la xenofobia como puntos de partida, los que, aunque aparecen constantemente en el discurso de los entrevistados, se manifiestan más bien cómo consecuencias indeseadas de una transformación impuesta por estructuras que los trascienden y que ellos no tienen poder para modificar.

Referencias

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Notas

[1] Pese a que algunos departamentos centrales y peri centrales son ocupados por inmigrantes formales y con mayor capacidad de pago, se trata de un mercado de inmuebles pequeños destinados para la inversión y no para vivienda propia y cuyo propósito es la financiarización del mercado inmobiliario a través de la inversión para renta que hacen grupos altos y medios e inversionistas extranjeros.   

[2] Realizada en Chile por el Ministerio de Desarrollo Social desde 1990 con una periodicidad bianual o trianual, la CASEN tiene como propósito conocer periódicamente la situación de los hogares y de la población, especialmente de aquella en situación de pobreza y de aquellos grupos definidos como prioritarios por la política social, con relación a aspectos demográficos, de educación, salud, vivienda, trabajo e ingresos, así como también, evaluar el impacto de la política social, (Observatorio Social, Ministerio de Desarrollo Social, Gobierno de Chile, http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/casen/casen_obj.php)

[3] Enlace del sitio oficial del Observatorio de Ciudades (OUCU) https://ideocuc-ocuc.hub.arcgis.com/datasets/97ae30fe071349e89d9d5ebd5dfa2aec_0

[4] A saber, la vivienda, la condición socioeconómica, los equipamientos y espacios públicos y la convivencia entre vecinos.

[5] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2019.

[6] Entrevista a Luis, 68 años, 2019.

[7] Entrevista a María, 56 años, 2019.

[8] Entrevista a Chela, 80 años, 2019. 

[9] Entrevista a Mary, 53 años, 2019.

[10] Entrevista a Fernando, 40 años, 2019.

[11] Entrevista a Margarita, 58 años, 2019.

[12] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2019.

[13] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2109. 

[14] Entrevista a Fernando, 40 años, 2019.

[15] Entrevista a Miriam, 53 años, 2019.

[16] Entrevista a Margarita, 58 años, 2019.

[17] Entrevista a María, 52 años, 2019.

[18] Entrevista a Mary, 58 años, 2019.

[19] Entrevista a Miriam, 53 años, 2019.

[20] Entrevista a Margarita, 55 años, 2019. 

[21] Entrevista a Mary, 55 años, 2019.

[22] Entrevista a Luis, 68 años, 2019.

[23] Entrevista a Miriam, 53 años, 2019.

[24] Entrevista a Luis, 68 años, 2019.

[25] Entrevista a Francisco, 40 años, 2019.

[26] Entrevista a Margarita, 58 años, 2019.

[27] Entrevista a Luis, 55 años, 2019.

[28] Entrevista a Nancy, 60 años, 2019.

[29] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2019.

[30] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2019.

[31] Entrevista a Alfonso, 24 años, 2019. 

[32] Entrevista a Fernando, 40 años, 2019.

[33] Entrevista a Nancy, 60 años, 2019.

[34] Entrevista a Miriam, 53 años, 2019. 

[35] Entrevista a Nancy, 60 años, 2019.

[36] Entrevista a Mary, 55 años, 2019.

[37] Entrevista a Margarita, 58 años, 2019.

Recibido: 13/11/2019
Aceptado: 22/04/2020