NOTAS

 

¿Qué tengo si no tengo papeles? Materialidad y juego en el trabajo de archivo*

What do I Have if I Don't have Papers? Materiality and Play in Archival Work

 

Nicolás Quiroga**

 

Resumen: Esta nota describe una experiencia de trabajo de archivo en el que la documentación principal en la investigación es nacida digital. La ya notable presencia de herramientas y técnicas digitales en el escritorio de historiadores e historiadoras y las crecientes series de documentos nacidos binarios introducen interrogantes y problemas en la labor intelectual diaria. Las tensiones entre prácticas de archivo con disposiciones propias de la cultura letrada y el tipo de experiencia que describe esta nota exigen aproximaciones novedosas y enriquecedoras. Se presentan aquí dos enfoques que renuevan las preguntas sobre la noción de archivo.

Palabras clave: Historiografía; Archivos digitales; Internet; Historia digital

Abstract: This note describes an experience of archival work with born-digital records. The remarkable presence of digital tools and techniques on the historian’s desktop and the growing series of binary documents originates questions and problems in the daily intellectual work. The tensions between archival practices with dispositions pertaining to the print culture and the kind of experience described in this note call for new and enriching approaches. Two approaches are presented here that renew questions about the notion of Archive.

Keywords: Historiography; Born-digital archives; Internet; Digital history

 

Introducción1

Hace aproximadamente un año comencé una investigación sobre comunidades conectadas por medio de computadoras antes de la web, BBS o, en una áspera traducción, sistema de tablón de anuncios.2 Los BBS funcionaron desde fines de la década de 1970 hasta la mitad de los noventa. Un BBS implica computadoras y módems conectados a través de una línea telefónica. Una computadora hace de servidor y gestiona las conexiones remotas para permitir el acceso a dos servicios básicos: un sistema de mensajes y el intercambio de archivos.3 En la práctica, una persona (hombre, joven, de familia de clase media) llamaba con su computadora a un número de teléfono local (de noche o madrugada por los costos) para leer y escribir mensajes y bajar programas. En Argentina hubo más de 400 BBS en funcionamiento, sobre todo en Capital Federal y en las grandes ciudades. Incluso hubo algunos con fines institucionales (Biblioteca Nacional, Hospital Garrahan). Dieron lugar a un tipo de comunidad (virtual, pero la palabra no significaba lo mismo que ahora) con público heterogéneo en sus consumos y con múltiples tipos de interacción. Desde mediados de los años noventa los proveedores de internet ampliaron su radio de acción, la web fue ganando protagonismo y las redes de intercambio, basadas en otros servicios de internet (gopher, IRC, ftp) o en conexiones dial-up como los BBS, perdieron su predominio.
Dos temas tienen mi atención: el momento creativo en que sociabilidades de viejo cuño (anarquismo, ciencia ficción, radioaficionados, astrología) se encontraron con tecnologías nuevas, y, por otro lado, el campo incipiente que investiga sobre las historias de la(s) internet(s). La escala local y la descripción densa harían foco en las transformaciones de las identidades, en las mutaciones de subculturas con prosapia en los estudios de la sociología cultural.  La escala global trataría acerca de las historias sobre los orígenes de internet, las que son cada vez más diversas y, en conjunto, cuestionan lo que Thomas Streeter denominó el folklore estándar de internet: ARPANET, TCP/IP y su cuna primordial en la costa oeste norteamericana (Streeter, 2016). Como propuso Janet Abbate (2017), hay que escribir Internet histoires en lugar de una History of the Internet.
Como historiador me intereso por las sociabilidades de ese pasado próximo, pero también me resultan inquietantes los afectos que circulan por las redes sociales en la actualidad; me esfuerzo por comprender la interacción entre agencias humanas y no humanas que hacen de marco a nuestras actividades cotidianas. Me pregunto cómo sucedieron esas transformaciones, y lo hago orientado por una sospecha y un guion.
La sospecha es que mientras más demore en dejar que los objetos digitales me interroguen, más incomprensible me resultará mi propia realidad.  Se trata de un sentimiento que la docencia confirma, de cohorte en cohorte, no porque las generaciones más jóvenes posean conocimientos novedosos, sino porque los planes de estudio todavía no incorporan instancias de aprendizaje y discusión de lo que denominamos, sintomáticamente, digital history (como si lo digital no formara parte del oficio).
Mi guion es el patrón letrado. Pensé que, como ya había investigado sociabilidades articuladas con otra tecnología igual de poderosa -la del libro-, tendría muchas cosas para decir sobre este nuevo objeto. A medida que conozco más sobre los BBS, esa certeza se esfuma en un racimo de interrogantes y dudas.
En los siguientes apartados voy a exponer algunas de esas dudas, concentrándome en dos instancias del trabajo de archivo, distinguidas por decisión analítica, inconsútiles en mi cotidianeidad. En esta invitación a reflexionar sobre el trabajo de archivo recuento lo que tengo en mi escritorio y lo que hago en el archivo para concentrarme en dos cuestiones relevantes para nuestra actualidad profesional: los archivos nacidos digitales y una forma de pensarlos, de procesarlos, desde y más allá de las herramientas tradicionales de la investigación social.

Escritorio

Miro mi escritorio de trabajo y me percato de un asunto: tengo archivos, no papeles.
La principal causa radica en las características de la investigación, pero no es causa suficiente. Los cambios en el escritorio de la investigación histórica vienen sucediéndose desde hace décadas: el correo electrónico, el procesador de texto, los programas para crear y gestionar base de datos, la cámara fotográfica, los archivos pdf, las redes sociales, entre muchas otras tecnologías, introdujeron capas de sentido en el trabajo diario.
Si reparo en el término documento todo se complica aún más. Son contundentes los cambios que introdujo el procesador de textos en ese sintagma (Kirschenbaum, 2012), pero si pienso en cómo fui lidiando con el software que utilizo, advierto que no ha sido muy traumática la mudanza que me llevó de una Olivetti a la última versión del Word, pasando por una máquina de escribir electrónica y el WordStar. Naturalizado, el trabajo no ha sido más que tipear. Fueron la idea de estilos y la consolidación de entornos gráficos lo que modificó sustantivamente la analogía entre la hoja en blanco y el procesador de texto, pero hoy nos parece cuanto menos inocente que en el mismo año en que el Microsoft intentó estabilizar una versión común del Word para Macintosh y para DOS, Umberto Eco escribiera su humorada sobre el Mac católico y el DOS protestante (“¿podría Céline haber escrito usando Word, WordPerfect o WordStar?” [Eco, 1994]).
La cámara digital, por su parte, habilitó en mi experiencia la posibilidad de problematizar la toma de notas. Hasta ese momento, ir al archivo implicaba necesariamente llevar un cuaderno de notas, pero fue recién cuando tuve que procesar, ya en mi casa, las fotografías que había tomado a marchas forzadas en distintos repositorios, que descubrí las complejidades del ordenamiento y clasificación de los datos. Hasta entonces fichar era un procedimiento útil para resguardar información. Al verme obligado, a las puertas del siglo XXI, a organizar y procesar fotos de documentación de archivos, comprendí las sutilezas de los ficheros de Niklas Luhmann o Hans Blumenberg, emprendimientos épicos para archivar y recuperar información de una vida (Krajewski, 2016). El humanismo desde sus orígenes trafica con esos desafíos que la cámara digital desempolvó para mí (Blair, 2010). Un quindenio más tarde de la aparición de ese aparato en la escena mítica del archivo, la ausencia de polvo en el trabajo -palabra que Carolyn Steedman (2001) eligió para definir la práctica- ya no nos desvela, y nos preocupa más bien la multiplicación incesante, en nuestras computadoras, de copias de carpetas con fotos descogotadas, fotos que acarrean más datos del momento del click que de los orígenes de los documentos que capturan.
Las búsquedas en buscadores académicos están inyectadas en los procedimientos de trabajo, ordenando mi actividad con su velocidad y secretos de caja negra. Todos los nudos y encrucijadas en la investigación son abordados al ritmo de lo que devuelve Google y bases de datos de revistas académicas. El celular introdujo un subcircuito más intenso: puedo fotografiar, escanear, hablar con los buscadores. Los debates sobre los motores de búsquedas, principalmente sobre Google, no se detienen en los algoritmos y sus limitaciones (Vaidhyanathan, 2013; Solberg 2012; Levy, 2011), pero incluso monitoreando las operaciones que nos entregan los resultados de búsqueda, nuestra práctica no puede conjurar los fundamentos de la interacción. No es solamente lo que Google no devuelve o el orden en que coloca los resultados: acaso más compleja de comprender son las relaciones entre los resultados, que construyen una suerte de pedagogía subliminal (que la función autocompletar naturaliza). Solo puedo cincelar esa infraestructura contraponiéndole el orden de los programas de cursos de grado y posgrado de colegas ocupados con los mismos temas, o las jerarquías de las notas al pie de artículos académicos (aunque estas por momentos se parezcan al PageRank de Google).
Pero es la ausencia de papeles en el escritorio la que formula retos insalvables en mi investigación. No hay modo de suspender la reflexión sobre los archivos nacidos digitales. Hasta hace poco, los papeles de alguna personalidad eran textos y unos (pocos) objetos: imágenes, audios, reliquias. Si recorremos el proyecto y sitio web que digitaliza los trabajos de Walt Whitman -o el de José Luis Romero, que sigue la misma línea editorial- tendremos ante nosotros el archivo Whitman, esos papeles: textos publicados, borradores, cartas, fotos y audios. No nos interrogamos sobre el pasaje de un soporte a otro, sobre la conversión de una carta en papel fechada en 1860 a esas letras titilantes en el monitor.4 La imaginación se abre paso sin interferencias a través de esas materialidades de la comunicación (el patrón letrado tiene un fantasma para esa operación: las voces del pasado que pueblan los archivos). En la actualidad, si bien no todo es digitalización o virtualización del mundo de la vida, los papeles de alguien se parecen a los papeles de Salman Rushdie. A finales de 2006, la Manuscript, Archives, and Rare Book Library de la Universidad de Emory adquirió y procesó los papeles del reconocido escritor.  Además de 30 metros lineales de documentación tradicional (borradores, correspondencia, etc.), el repositorio contiene algunos medios fugitivos (CDs, DVDs, disquetes), 4 computadoras (una de escritorio y tres laptops) y un disco rígido externo. La mayor parte de los archivos digitales datan del período 1992-2006 y consisten en notas, borradores, calendarios, archivos personales y financieros, juegos, fotografías y páginas web bajadas (Carroll et. al., 2011). En el futuro, el mundo de la vida irá guardándose cada vez más en archivos digitales y tendremos que problematizar, cada vez más y mejor, la relación entre textos, archivos y escritura.
Si bien advertimos los desafíos de la digitalización, y conocemos los protocolos de cuidado y clasificación de los papeles que nos permiten atravesar las especificidades y complejidades de las capas de las tecnologías de la escritura, privilegiamos la práctica historiadora, como quienes trabajan con microscopios de barrido o ecógrafos, a los que la pregunta sobre si es mirar la operación que realizan (Hacking, 1996) no los demora en su faena.
Nuestro marco cognitivo es, en cierto modo, tradicional. El papel y lo escrito han sido y son una de las condiciones de posibilidad del conocimiento histórico. Como tecnología, la escritura extiende su alcance más allá de su propia era. El papel sirve como prisma para comprender otras tecnologías, a veces, incluso, colonizando maneras de comprensión. Son sabidas sus fricciones con la oralidad; menos conocidas son sus relaciones con los materiales nacidos digitales.  Y esto es así porque las definiciones de estos objetos son incipientes. Se sostiene que un documento digital no es copia de otro analógico. Pero, como bien dice Trevor Owens (2012), también la digitalización es un acto creativo y también el escaneo y su copia, su múltiple copia, introducen pliegues en una pretendida definición estable del documento digital. Los tengo enfrente, leo sobre su naturaleza, a veces los imprimo, siempre sospecho que en última instancia no se diferencian de documentos que puedo tocar.
Aunque reviso archivos binarios, el alma de mi investigación es de “texto plano”, nacida digital.5 Son registros (logs) de conversaciones en foros de distinta temática, y copias de archivos de las computadoras que permitieron el intercambio de mensajes y archivos en los BBS. Los logs son inscripciones en distintos soportes de una conversación que fue tipeada y luego leída en monitores con formato específico (40 u 80 columnas y 25 líneas). ¿Es un registro que toca la oralidad y la conserva? Las personas que entrevisté llaman conversación a los mensajes asíncronos que enviaban al servidor. ¿Eran textos? ¿Puedo imprimir estos logs sin alterar su fundamento técnico, su ontología? La principal característica de estos objetos digitales, podría decirse, es que el dispositivo que los almacena también los procesa; el acto de leer es el acto de reactivar el archivo (Ernst, 2006). Tanto si son texto plano, sonidos o imágenes, un software específico los repone y refresca en pantalla. Los registros de comunicación mediada por computadoras (logs, dumps, etc.) son fascinantes no solo por su volumen (la abundancia es un término que acompaña a la información desde el Renacimiento), sino porque desafían las técnicas y herramientas tradicionales para su análisis (Palloque-Berges, 2017; Brunton, 2017).
Quizás la idea de capas sea productiva para pensarlos. Thibodeau (2002) definió tres clases de propiedades de los objetos digitales: la clase física, por la que los objetos son inscripciones en medios físicos, razón por la que variables como durabilidad o legibilidad se consideran relevantes para comprender las habilitaciones del medio (por ejemplo: la dramática escasez de espacio físico contribuyó a la propagación de saberes y técnicas relacionadas con la comprensión de datos); la clase lógica, en tanto los objetos digitales son procesables por programas informáticos y poseen codificaciones independientes de su inscripción física; la clase conceptual: la capa que significa en el mundo (la extracción de dinero de un cajero es dinero; la línea roja sobre la avenida en el monitor del GPS es un embotellamiento, etc.). Para Thibodeu, la preservación de los objetos digitales tiene menos que ver con la originalidad del objeto que con la conservación de las relaciones entre capas y la posibilidad de reproducir la inscripción física con los instrumentos lógicos asociados.
Al fusionar memoria y almacenamiento (archivo), el medio digital hace posible e imposible la comparación con los medios analógicos; se identifica menos por su originalidad que por su diseminación, por su constante repetición (Chun, 2008).  Fue precisamente la proliferación de fondos documentales, copiados y distribuidos por entusiastas, la que me obligó a reformular algunas preguntas, sacadas de la caja de herramientas de las tecnologías de imprenta. Para preservar las relaciones entre capas debía poner en funcionamiento a esos logs, conectarme, ejecutar programas, leer los ezines con aplicaciones específicas. No podía abandonar los protocolos de autenticidad y resguardo del material procesado -para lo que existen avances notables en el campo de la archivística (Schwartz & Cook, 2002), pero tenía que considerar la dimensión performativa de este archivo posible e imposible.

Archivo

Entonces: no solo no tengo papeles, sino que, además de archivos, tengo repertorios.
La dimensión performativa ha sido concebida en franca oposición al archivo por la doxa de la cultura escrita (De Kosnik, 2016). El archivo ocupa, en esos marcos de legitimidad, un lugar privilegiado frente al repertorio -parafraseo extensamente a De Kosnik-.  Las nociones de objetividad, facticidad, fijación, blancura y modernidad quedaron ligadas al archivo, y el reportorio fue relegado a las condiciones de inestabilidad, subjetividad, fluidez, no blancura y tradicional. Para este autor, el archivo digital debe su condición de posibilidad sobre todo al tecnovoluntarismo de entusiastas, quienes anteponen el repertorio al archivo, la distribución a la autenticidad, la presentación de sus repositorios a su curaduría. Son esos afectos los que no puedo leer en los logs recolectados incluso si avanzo en las posibilidades brindadas por las exploraciones de la materialidad y sus implicancias. Trato, además, con esos tecnovoluntaristas, quienes consolidan repositorios y trafican en los bordes de, o contra, el archivo institucional o estatal.
Mi interés por la memoria corporal de saberes efímeros y no formalizables (Taylor, 2016) se gesta a partir de comprender que un hojaldre de temporalidades estructura la conversación y los intercambios de los BBS. Las tecnologías habilitaron esa matriz de significación y enfrentaron dos desafíos: transmisión y almacenamiento de datos. Desafiados por la carencia y la inestabilidad, los BBS fueron definiendo su alcance y sus reglas comunitarias al ritmo que les imponían las capas de tecnología (el ritual de conexión era prolongado y cargado de rutinas, “llenar” una pantalla de información podía tardar entre 20 y 30 segundos, “bajar” un diskette de información, más de una noche).  Fue debido a que las condiciones para conectarme a uno de los BBS actualmente en funcionamiento (Rolling BBS) implicaban disponer de un módem y una línea de teléfono para llamar, que me vi en la obligación de “remediar” con viejas máquinas las formas de interacción de los BBS (Figuras 1, 2, 3 y 4).6 Los requerimientos para “llamar” a Rolling BBS tensan las relaciones entre el documento y la conversación: no puedo “bajar” mensajes a mi arqueológica computadora, debo leerlos en pantalla; y en esa escena mi familiaridad con la metáfora del texto se impone a la cercanía y a a las emociones de quienes conciben ese intercambio como “charla”.

Figura 1. Hardware y software de Rolling BBS, 2018

Fuente: Gustavo Santoro, Rolling BBS.

 

Figura 1. Pantalla de bienvenida original de Rolling BBS

Fuente: Gustavo Santoro, Rolling BBS

 

Figura 2. Menú principal tradicional de Rolling BBS, 2018

Fuente: Gustavo Santoro, Rolling BBS.

¿Cómo conservar algo que no es visible, pero permite cosas que pueden oírse y verse? pregunta Parikka (2012). Esa cuestión, que el teórico finlandés considera fundamental para toda arqueología del saber, supone una concepción de las máquinas y del software no solo como diagramas y circuitos y su aplicación, sino también como procesos. La dimensión procesual posee sin dudas coordenadas históricas. Como sugiere Wolfgang Ernst, el tiempo no solo es el marco externo de la historia a través del cual comprendemos el desarrollo de la tecnología sino también una característica técnica que gobierna las máquinas. Ernst dirige Fundus, una institución a medio camino entre un laboratorio de ingeniería de medios antiguos y un archivo de medios, en donde la experimentación con tecnologías en desuso adquiere valor procedimental.7¿Es esto un derrape, una coda indeseada en la conversación sobre experiencias de archivo? La respuesta es negativa si recordamos que la relación entre archivo y tecnología es fundamental en textos liminares del diálogo (Derrida, 1997) pero también es negativa si recuerdo que no es un problema en investigaciones de la historia del libro y la lectura. En ellas, quienes escriben practican con libros, leyendo lo que otras personas leyeron.
Sin embargo, el ruido incesante del módem en mi escritorio de trabajo todavía es extraño. Una amiga arqueóloga alivió la alteridad de esa práctica pasándome bibliografía donde se afilan piedras, se prueban movimientos de impulso y carga, donde la conjetura se sacude del hombro el polvo de la palabra escrita.

Figura 3. Conectando a Rolling BBS desde una HP Jornada 720, 2018

Fuente: Nicolás Quiroga

Literaturas

No he hablado de mi investigación sino de unos pocos retos surgidos en sus comienzos. Hay exploraciones con las que pensar otros problemas acaso más densos pero relacionados. La historiografía trata con experticia las historias de las tecnologías, en la medida en que no aísla procesos de tipo comunicativo de otras esferas de las prácticas y los imaginarios (un buen ejemplo es el libro de Leo Marx, The Machine in the Garden. Technology and the Pastoral Ideal in America). Subrayé en esta nota dos aspectos novedosos en la investigación actual: los problemas relacionados con documentos nacidos digitales, y los relacionados con el archivo cuando también son arcontes los protagonistas de la investigación. Para tratarlos traje a la conversación algunos tópicos de la digital forensics y la media archaeology, líneas que podríamos leer como riadas del archival turn (Stoler, 2009). Son cuestiones novedosas, pero no son exclusivas de la escena informática. Cambios y continuidades pugnan en el escritorio, en el archivo, en los paradigmas intelectuales; la tensión es productiva y mi experiencia actual arroja luz sobre mis experiencias pasadas. Estudié y estudio sociabilidades en pequeños agrupamientos, en aldeas, y la investigación social no se desdobla porque dispongan o no de archivos nacidos digitales. Por otro lado, la reflexión sobre estos dos asuntos ya está enredada en linajes y tradiciones interdisciplinarias: no es extraño que las pistas para comprenderlos me hayan devuelto a los estudios sobre la materialidad del libro, o me hayan acercado a los estudios sobre performances de Diana Taylor (2016), que se interroga sobre la tensión entre archivo y repertorio en rituales aztecas y en un escrache al Plan Cóndor, organizado por HIJOS.
Existen excelentes iniciativas para estudiar internet en general y la web en particular (por ejemplo, la revista Internet Histories, dirigida por Niels Brügger). Creo que la perspectiva cambia cuando los problemas debatidos troquelan el trabajo de archivo. A diferencia de otros sólidos enfoques (Pons, 2013), esta nota enfatiza las rupturas, pero llega a conclusiones similares en relación con la necesidad de conocer y discutir aspectos cruciales de las transformaciones actuales del mundo de lo escrito: promover la alfabetización digital y el compromiso con la interpretación de los cambios sociales de nuestro presente.

Notas

*Primer premio concurso “El archivo como campo”.

** Nicolás Quiroga es Investigador independiente en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, Argentina. Docente en los departamentos de Historia y Sociología de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Director del grupo de investigación "Movimientos Sociales y Sistemas Políticos en la Argentina Moderna".

1 Agradezco a Leonardo Rocco, Manuel Adorni, a Pungas de Villa Martelli (http://pungas.space) y especialmente a Gustavo Santoro, administrador de Rolling BBS, quien muy amablemente tomó y cedió algunas de las fotos expuestas en este artículo.

2 La definición de la Wikipedia en español: “Un Bulletin Board System o BBS (en español Sistema de Tablón de anuncios) es un software (entiéndase como tal a un conjunto de programas informáticos instalados en un ordenador) que fue popular en la década de los 80' y 90' en Estados Unidos para redes de ordenadores, ya que les permitía a los usuarios participantes poder conectarse a través de línea telefónica a una red en donde se podían ver y consultar distintas informaciones que colocaban usuarios participantes”. El reconocido periodista y escritor del computer underground, Fernando Bonsembiante, escribió en PC Users, una de las revistas sobre temas informáticos de mayor circulación en la época (1992): “Un BBS es por sobre todas las cosas un poderoso medio de comunicación. Podemos verlo como una fuente de información, donde los usuarios y el SysOp [administrador] intercambian datos, programas, hacen preguntas y contestan dudas de los demás”. Para una aproximación más detallada puede consultarse el documental BBS. The documentary, y el sitio web que lo presenta y promociona: www.bbsdocumentary.com/. Para los BBS argentinos sirve consultar el texto de Fejler (1999) y la entrevista a uno de los pioneros, Pedro Corral, en www.youtube.com/watch?v=itqMc7eQ57g. La visita al grupo de Facebook BBS Argentina es imprescindible [www.facebook.com/groups/bbsargentina]. Con menor frecuencia de la prevista, tomo notas, comento y traduzco buenas cosas sobre mi investigación en el blog http://humanidades.com.ar/bbs.

3 Varias capas de tecnología conforman el sistema de comunicación: empresas que competían en el mercado de las computadoras personales (Apple, Amiga, Commodore, y varios modelos compatibles con IBM); numerosos protocolos que operaban en las redes de comunicación para que esas máquinas pudieran interconectarse (circuit-switched para conexión telefónica; ASCII y otros estándares de caracteres; ANSI.SYS y más drivers para representar en el monitor los juegos de caracteres; diversos programas para gestionar el BBS; lenguajes de programación y modelos de comercialización de software, entre otros).

4 The Walt Whitman Archive [whitmanarchive.org] y José Luis Romero-Obras Completas [jlromero.com.ar].

5 “Plain text” es un término difícil de precisar, relacionado con archivos de texto sin estructurar y asociado con el estándar ASCII y sus 128 caracteres. Toda una serie de símbolos de las primeras comunidades “virtuales” están enredados en la figura del texto plano. Uno de sus principales repositorios es el sitio a cargo de Jason Scott, textfiles.com.

6 Puede verse un video de conexión a Momia BBS, actualmente en funcionamiento (al que también visito con regularidad): https://www.youtube.com/watch?v=WRWfy_6v9xE.

7 Media Archaeological Fundus. Recuperado de: https://www.musikundmedien.huberlin.de/de/medienwissenschaft/medientheorien/fundus/media-archaeological-fundus

 

Referencias

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Recibido: 31/05/2018
Aceptado: 26/07/2018