DOI: 10.19137/praxiseducativa-2018-210308

RESEÑAS

 

David Le Breton. El cuerpo herido identidades estalladas contemporáneas. Buenos Aires: Topia, 2017: 88 páginas

“La condición humana es una condición corporal” (2017, p. 5) con esta afirmación el autor comienza a describir todos los significados que el cuerpo representa para nosotres mimes y para la sociedad a la que pertenecemos, en la cual se gestaron ciertos estándares de aceptación que nuestro cuerpo puede o no responder a ellos. Cuando no lo hace, aparece el sentimiento de sufrimiento, dolor, la no aceptación de ese cuerpo que llevo conmigo. Es por ello que no podemos separar el cuerpo de la psiquis, esta brecha es por donde el autor comienza su investigación.
En palabras del autor “el cuerpo es un indicador social” (2017, p. 8), es por ello que les adolescentes, discapacitades, personas que han sufrido abusos o violaciones, son algunes de los cuerpos que quedan fuera los estándares aceptados de nuestra sociedad actual.
En su primer capítulo “El dolor es una cuestión de sentido” el autor nos invita a pensar que el dolor no es solo un sentimiento producto de un acontecimiento biológico, sino que es la consecuencia de la expresión de significados emocionales, ya que el cuerpo no está solo ni aislado de nuestra psiquis.
A pesar de que existen circuitos neurológicos que intervienen para que el dolor se exprese, no somos les seres humanes solo un cerebro que traduce los sentimientos, sino que este órgano decodifica e interpreta todos los sentimientos donde indudablemente nuestra historia personal influye.
A pesar que pareciera que dolor y sufrimiento son sinónimos, Le Breton propone pensar en la diferencia de estas dos palabras, la primera se traduce como una sensación, y mientras que la segunda remite a una emoción. En muchas situaciones se sufre dolor pero asociado con un objetivo que quiero lograr y el cual me genera cierto placer, es así por ejemplo une deportiste quiere alcanzar a ganar una carrera, allí el dolor está presente pero no por ello se sufre, sino que es solo una sensación que debo atravesar para ganar mi carrera. Otra situación las pueden representar las mujeres durante el parto, también induce esta confusa mezcla de dolor y placer que hace difícil para algunas calificar se experiencia (Le Breton, 2010).
En la cultura occidental el cuerpo es la primera frontera (2017, p. 21), así comienza el segundo capítulo Le Breton, la separación entre un/a individuo y otro/a es el cuerpo. Agrega además que otro límite que interviene es la mirada de los/las otros/as, que muchas veces genera violencia que interpelan a nuestra identidad. Cuando ese cuerpo no corresponde a los estándares predeterminados y aceptados por la sociedad, hay que domesticarlo, adaptarlo, modificarlo, pero muchas veces el espacio que lo alberga no posee las condiciones adecuadas.
Cuanto más visible y sorprendente es la discapacidad (un cuerpo deforme, tetrapléjico, un rostro desfigurado, por ejemplo), más provoca una atención social indiscreta que va desde el horror al asombro, y más nítida es la marginación en las relaciones sociales. (2017, p. 26). En estas relaciones sociales se encuentran por un lado la persona con el cuerpo dañado que se pregunta cuan aceptade es y, por el otro, las personas con sus cuerpos válidos socialmente que están inquietas sin saber cómo sobrellevar la situación. Es allí donde se genera una zona de turbulencia en esta relación, tal como lo afirma Le Breton. Esta zona está caracterizada, en la mayoría de las veces por actos de discriminación y violencias, exponiendo nuevamente a la persona que posee una discapacidad a la reiterada prueba de aceptación social.
Por otro lado, esta sociedad occidental alberga a otro grupo de personas que sus cuerpos no le pertenece en un período de vida que son les jóvenes, elles están transitando el paso de la infancia a la adultez y no es un camino sencillo.
Las jóvenes generaciones se exponen constantemente a conductas de riesgos, algunas representan simbólicamente un riesgo y tantas otras realmente lo son. Las drogas, trastornos alimenticios, juegos peligrosos, relaciones sexuales sin protección, embarazos precoces, intentos de suicidios, son algunas de estas conductas. Las conductas de riesgo remiten a la dificultad de acceso a la edad de hombre o de mujer, al sufrimiento de ser uno mismo durante ese pasaje delicado, a la imposibilidad además de darle sentido y valor a su existencia. (2017, p. 38).
Según el autor las conductas de riesgo también están enmarcadas por una connotación social de género, y lo ejemplifica claramente cuando afirma que las chicas asumen formas discretas y silenciosas para agredirse, por ejemplo un trastorno alimenticio, y por el otro lado los varones tienden a exponerse porque socialmente necesitan demostrar su virilidad, por ejemplo velocidad en ruta alcoholizados. El primer sufrimiento del joven es no estar sostenido por la evidencia de su valor personal y por orientaciones de sentido suficiente para levantar vuelo. (2017, p. 39, 40). Toda conducta de riesgo esta anticipada por un sufrimiento previo, es ejemplo de esto los abusos infantiles.
Las/los jóvenes en el transcurso de esta etapa perdieron su centro y están en la búsqueda incansables de sentidos y significaciones, en palabras del autor si no encuentra límites de sentido colocados por sus padres u otros que cuenten para él a fin de discutirlos o luchar contra ellos, sigue siendo vulnerable. (2017, p. 42). En el pasaje que están transitando las/los jóvenes utilizan diferentes figuras antropológicas, la ordalía, sacrificio, blancura y dependencia, todas muy claramente descriptas en este capítulo, todos ellas implican ritos y conductas de riesgo diferentes, lo que las unifica es que son parte de esta transición que luego, en la mayoría de los casos cesan.
Para finalizar Le Breton dedica su último capítulo a un órgano que forma una parte importantísima de nuestro cuerpo, la piel es la evidencia de la presencia en el mundo (2017, p. 49). Contiene huellas, cicatrices, marcas, que definen nuestros pasajes y nos permite vincularnos con demás, a veces identificándonos y otras no. La piel es el órgano del contacto por partida doble (2017, p. 49), el tacto se encarna en ella, tenemos química o no, un buen o mal contacto nos eriza la piel, nos da urticarias, entre otras expresiones. La piel es el umbral de apertura o cierre al mundo, es una instancia de fabricación de la identidad, es la interface entre la cultura y la naturaleza,es una primera línea de defensa, son algunas de las ideas que nos invita a pensar el autor en este capítulo.
Muchas personas sienten la necesidad de alcanzar un piercing o un tatuaje, cambiar su piel, obtener quizás algo que sienta que les identifica y haga de ese cuerpo que no les gusta algo que comiencen a aceptar. Estas modificaciones corporales están acompañadas siempre del psiquismo del sujete, les acompaña en la experiencia de transitar etapas, sentirse real y no hundirse. Como mencione con anterioridad todas las conductas de riesgo están antecedidas por sucesos de sufrimiento, como abusos sexuales, abandono, falta de límites por parte de adultes, entre otras.
En palabras del autor la imposibilidad de salir de la situación por medio del lenguaje obliga a pasar por el cuerpo para descargar la tensión (2017, p. 58), en esas descargas se encuentran los cortes, los cuales pueden presentarse solo en un episodio donde el sujete se encuentre colapsade, o muchas otras veces se vuelven cotidianos y acarrean problemas graves de salud. El sujeto en sufrimiento se aferra a su piel para no hundirse (2017, p. 62), para Le Breton el corte representa lo real, alivio, salida, de esa realidad que no puede aceptar, ni asimilar. En estos corte se derrama sangre, y la misma representa un drenaje del sufrimiento y la impureza, es por ellos que en los testimonios que comparte el autor en este libro, las personas que realizaban cortes en su piel se sentían mucho mejor si podían ver este fluido corporal desarramándose.
Estas escarificaciones son para el autor un acto de pasaje, que le permiten a las/los jóvenes superar de a poco el sufrimiento que muchas veces les desbordan, y sacarlo a luz para poder expresarlo de alguna manera posible. En este capítulo Le Breton nos presenta una serie de testimonios reales, donde las/los jóvenes advierten que cuando se cortan y ven su sangre les invade una sensación de pertenencia, de que ese cuerpo es de ellos/ellas mismos/as y nadie puede intervenir.


“Abeja y carpintero”, fotografía. Gabriel Rojo

Terminando su libro Le Breton nos invita a pensar que nacer o crecer ya no alcanzan para tener un lugar de pleno derecho en el interior del lazo social, hay que ganarse el derecho a existir (2017, p. 80), y en este camino se encuentran las/los jóvenes que intentan pasar de su infancia a la adultez, buscando diferentes estrategias para que el sufrimiento acabe.

Valeria Alfageme Balza
Profesora de Biologia (UNLPam). ICEII (UNLPam). Docente Auxiliar en Facultad de Ciencias Exactas y Naturales y Ciencias Humanas, UNLPam. Argentina
vale.alfageme@gmail.com

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