DOI: 10.19137/praxiseducativa-2017-210306
ARTICULOS
Karla Vargas Vargas *
Resumen: Para Hannah Arendt en el quehacer que le han permitido a las personas tener un espacio de vida en esta tierra: la labor (atención de las necesidades básicas de orden biológico), el trabajo (transformación de objetos materiales: creación de objetos) y la acción (momento continuo para desarrollar la capacidad más propia del ser humano: ser libre). Considerado lo anterior, en este trabajo se analiza cómo a partir de la metáfora de la pluralidad y la polifonía de voces, la pensadora busca devolver al sujeto su capacidad de agencia, su “aparición” en el campo de la polis. En ese sentido, el artículo problematiza la temática en el campo educativo.
Palabras clave: Pluralismo; Participación política; Educación y pluralismo; Hannah Arendt
Abstract: For Hannah Arendt the human duty has three fundamental activities that allow people to have a space of life in this planet, the labour: (attention to the basic needs of biological order, the labour, as work, (transformation of objects, materials: objects creation) and action (continual moment to develop the closest capacity of human being: To be free). Taking into consideration the previous information this work is analyzed beginning from the metaphor of plurality and the polyphony of voices. The philosopher searches to give back to the subject its capacity of management its “apparition” in the polis ground. In this sense the article epitomized the theme of the educational ground.
Key words: Pluralism; To dabble in politics; Education and Pluralism; Hanna Arendt
Hoy en día, ante los avasalladores mecanismos globales
de invisibilización del yo1, es necesario y urgente traer
a primera plana al sujeto individual. Molesto o no, actualmente,
como consecuencia del acceso masivo a los medios
tecnológicos y a la socialización del conocimiento e información,
cada uno de los seres humanos puede ser identificado, por
ejemplo, con un número, una transacción, una imagen (real o
modificada), un comentario de un blog, entre otros.
Es innegable que la necesidad creada de estar conectados favorece
en mucho la comunicación entre las personas y afianza
la aldea global que se yergue en espacios cosmopolitas. Se es ciudadano y ciudadana del mundo. Es por las
facilidades comunicativas que este fenómeno
de invisibilización del yo, no parece extraño a
nadie, o a casi nadie. Sin embargo, la maravilla
tecnológica tiene su contraparte y, en algunos
casos, el número de cuenta bancaria, la clave
de acceso a algún dispositivo, la imagen del
blog, la transacción o el comentario cibernético,
pueden ser utilizados por otra persona,
con intenciones negativas, al encender un ordenador.
La invisibilización del yo no sólo afecta la
relación cara a cara entre las personas, sino
también las posibilidades de materializar los
acuerdos cotidianos y, más ampliamente, los
acuerdos en el campo de la política. Si el sujeto
no está presente y no asume un papel activo
en la discusión de acuerdos y acciones que le
pueden perjudicar o beneficiar, directa o indirectamente,
las decisiones y acciones serán
tomadas por otros y por tanto, la capacidad de
respuesta del sujeto, se minimiza o no se da del
todo.
Básicamente habría que preguntarse si se
puede calificar de ciudadano o ciudadana a
ese sujeto particular (corporal-material) que
al estar tan diluido en la red, tambalea la trascendencia
y la agencia de pilares medulares
del quehacer político. ¿Quién es ese ciudadano
anónimo? ¿Es preferible sólo darle nombre o
mantenerlo como agente inactivo de su propio
quehacer político? ¿Es mejor verle caminar, tomar
sus decisiones, reclamar sus necesidades
e intereses? ¿En qué espacios le es permitido
hacerlo y bajo qué condiciones?
Recuérdese que aquello a lo que no se le da
nombre difícilmente podrá conceptualizarse
y, mucho menos, se podrá evidenciar y problematizar.
De ahí la necesidad de la síntesis del
mundo a partir de los conceptos y de ahí también
su evolución, pero no puede olvidarse que
el surgimiento, el desarrollo o desaparición de
algún término y concepto es casual o antojadizo.
Por ello, deben nombrarse las cosas, las
personas, las necesidades, los intereses y todo
fenómeno o situación de los cuales se quiera
dejar “evidencia”, especialmente en el campo
de la política.
La necesidad de nombrar es avalada por
J.S. Mill, quien además de dar valía al acto de
nombrar lo vincula con la capacidad humana
de rectificar errores. Así, señala en el textoSobre la libertad (1990) que aun cuando las
opiniones y costumbres ceden a los hechos y
a los argumentos, a pesar de que puedan ser y
estar errados, su rectificación sólo será posible
si analizan y expresan todas las aristas que
sean necesarias para entender su significación.
Se podrá entender algún fenómeno y criticarlo,
para posteriormente cambiarlo, cuando se
digan, discutan y valoren todas las opiniones
(los juicios) que sobre él existan.
Aclarado lo anterior, ¿cómo podría rescatarse
la individualidad? Individualidad presa
de los mecanismos y sistemas de la globalización,
sin perder sintonía con las necesidades
e intereses de los grupos. ¿Cómo darle voz
al sujeto individual inserto en el pluralismo
propio de la condición humana, pero a la vez
coaccionado por los procesos de homogenización
que resquebrajan la particularidad? ¿Qué puede decir el sujeto diverso y único ante la
urgencia, generalmente engañosa, de consenso
para llegar a la satisfacción de sus demandas?
A continuación una posible respuesta.
Desde la perspectiva de Bárbara Cassin
(1994) ante la posible promoción y materialización
de cualquier cambio dentro del entramado
de relaciones humanas se hace necesario
llegar al consenso, como condición de participación
y toma de decisiones, que requiere de la
articulación de tres dominios: el lógico, el ético
y el político.
En primer lugar, el consenso debe guardar
basamento lógico pues en su sentido amplio,
el lenguaje es instrumento consensual por excelencia.
Es por vía del lenguaje que se busca
acuerdo entre las partes, ya sea mediante el
diálogo, la argumentación racional o con la
utilización del lenguaje como medio de comunicación
e instrumento de persuasión. En segundo
lugar, el consenso se asienta en el campo ético al suponer la elección del bien, de un
bien, de lo mejor o de lo óptimo, de acuerdo
a lo que el individuo, el grupo o la sociedad
necesiten. La elección de ese bien óptimo debería
de tener como objetivo la preservación
de todos y cada uno de los sujetos, es decir, la
mayoría, incluyendo en algunos casos, el resguardo
de los menos favorecidos.
En tercer lugar, el consenso por sí mismo
es político. Le es inherente a esta rama del saber
y a su práctica, en tanto es necesario para el mejoramiento de las sociedades y la puesta
en práctica de aquellos pilares tradicionalmente
catalogados como políticos, por ejemplo: la
paz civil de cada país o entre países, la justicia,
la equidad, el respeto entre los seres humanos,
entre otros.
Los tres ámbitos del consenso, antes descriptos,
están interconectados y deben de seguir
interconectándose de la misma manera
en que el individuo se relaciona con el todo.
Ante alguna propuesta de cambio, si se diera
consenso, podría –según B. Cassin– producirse
un vuelco en las opiniones o prácticas
contradictorias que impiden el cambio. El diálogo,
la argumentación racional y razonable y
el lenguaje como persuasión aumentarían las
posibilidades de promoción y materialización
de lo que se necesita modificar.
Pero no se trata únicamente de dialogar, de
intercambiar ideas o frases. El lenguaje puede
también ser fuente de malentendidos. A partir
de algunos usos particulares se puede hacer
creer como razonable algo que no lo es en realidad
y utilizarlo como herramienta de persuasión
para lograr o mantener alguna condición,
personal o social, que se aleja del bien individual
o social.
Ejemplos de lo anterior serían los argumentos
y prácticas cotidianas (en su mayoría
políticamente institucionalizadas) a favor de
la violencia contra cualquier ser humano o la
idea de superioridad de unos con respecto a
otros sustentada y justificada en la supuesta
validez de factores externos como el grupo étnico,
la religión, la opción sexual, el dinero, la
enfermedad o la capacidad cognitiva, y con ello
dejan de lado, la condición de igualdad básica, la igualdad natural, entre los seres humanos,
por el solo hecho de serlo. En otras palabras, se
utilizan elementos construidos y respaldados
socialmente, para eliminar o hacer caso omiso
al hecho irrefutable de que cada uno es persona
y que con ello la igualdad le es inherente.
Al hacer esto, el lenguaje cumple la función
de nutrir jerarquías, poder, exclusión y
homogenización de la diversidad y pluralismo
humano, suprime hechos o argumentos de la
realidad social que son dañinos y da a conocer
sólo una faz de la problemática que se está viviendo. Habría, entonces, un conflicto de
orden ético y político, permeado e instrumentalizado
en el uso del lenguaje, pues se están
considerando como válidas argumentaciones
y acciones que sólo contribuyen al alejamiento
del bien común e individual. Además, otra
consecuencia de la función a favor del poder
y las jerarquías es que el carácter propositivo
del quehacer político se pierde ante la carencia
de unificación de criterios y políticas de acción
que, aunque en la mayoría de los casos son
propuestas, dispuestas y llevadas a cabo por
unos pocos, permitirían cerrar paulatinamente
las brechas entre los seres humanos.
Como consecuencia de lo anterior, día a día,
se presencia y se vive la tensión yo-nosotros.
Renace ansiosa de respuesta y sin encontrarla,
la pregunta añeja pero siempre trascendente
de la relación y condiciones de relación entre
el individuo y la sociedad. ¿Qué está primero,
el individuo o la sociedad? ¿A cuál debe darse énfasis? ¿Son realmente compatibles? ¿Bajo
qué términos lo son? ¿Se puede, se quiere, cerrar
la brecha individuo-sociedad? ¿Cómo cerrarla? Una golondrina no hace verano. Es aquí donde corresponde validar la propuesta de H.
Arendt.
Para esta pensadora son tres las actividades
fundamentales del ser humano: la labor, el trabajo
y la acción. Labor responde a la innegable
necesidad de satisfacer aquello que el cuerpo
pide, en el sentido biológico. El trabajo es entendido
como las actividades en las que el ser
humano utiliza los materiales de la naturaleza
para crear objetos duraderos que le facilitan su
quehacer cotidiano y la acción es asociada con
la capacidad del ser humano de ser agente de
su propia libertad. La acción es el sentido de
elección, trascendencia de lo dado y el hacer
algo nuevo. Acción es ir más allá de la inmediatez.
La acción está acompañada de otro rasgo
fundamental: el discurso. La conjugación de
acción y discurso permite la trascendencia y
en ella se dan tres atributos humanos medulares:
la pluralidad, la naturaleza simbólica y
la natalidad como opuesto a la mortalidad. La
natalidad dice vida y por tanto, agencia. Vida,
pero no una vida cualquiera, sino vida activa;
es decir, aquella que se materializa en el trabajo
y en la posibilidad de cambio, ambas precondición
de lo político.
Así, las personas se integran en la combinación
acertada de estas tres cualidades: pluralidad, agencia y discurso, que se manifiesta
en unicidad, acción y palabra:
La pluralidad humana, básica condición, tanto de la acción como del discurso, tiene el doble carácter de igualdad y de distinción. Si los hombres2 no fueran iguales no podrían entenderse ni planear y prever para el futuro las necesidades de los que llegarán después. Si los hombres no fueran distintos, es decir, cada humano diferenciado de cualquier otro […] no necesitaría ni el discurso ni la acción para entenderse (Arendt, 1988:20).
La acción y el discurso revelan la capacidad
y la oportunidad de las personas de dar a conocer
su distinción y de distinguirse dentro del
grupo humano en las condiciones sociales que
los engloban. Las personas son, dicen y hacen
sin perder su condición de unicidad, su carácter único como seres no repetibles; porque lo
que se entiende y se reduce a mera distinción
física, realmente se basa en el hacer de cada
uno. En otras palabras, se sabe de alguien o de
un grupo, a partir de lo que dicen y hacen.
Por otro lado, las personas son y se renuevan
continuamente ante el impulso de “recomenzar”,
de actuar. Siguiendo el pensamiento
de la autora (1988: p. 201), actuar es tomar
iniciativa, es poner algo en movimiento, es comenzar.
Un inicio que, en el caso de los seres
humanos, es de alguien principiante por sí mismo.
Parece claro, entonces, que el ser humano
tiende a la acción, la descubre y la busca de
manera continuada, a la vez que la convierte
en lazo vinculante de lo individual y lo social
ya que la acción no es posible en aislamiento.
Si lo fuese caería en el vacío y en la caída perdería
su efecto y eficacia.
Para que la acción humana sea entendida
y valorada y, en el mejor de los casos, sea una
acción eficaz, se requiere de un espacio de aparición:
lo público. En lo público, si la acción es
recibida y comprendida, tendrá a quien dirigirse,
creará sus propios límites y los ampliará al punto de poder ir más allá de ellos:
Así, la acción no sólo tiene la más íntima relación con la parte pública del mundo común a todos nosotros, sino que es la única actividad que la constituye […] La polis […] no es la ciudad estado en su situación física, es la organización de la gente tal como surge de actuar y hablar juntos, y su verdadero espacio se extiende entre las personas que viven juntas para este propósito (Arendt, 1988:220)
S/T, fotografía. Patricia Bonjour
Ante esto nace una dificultad: no a todos
los seres humanos, aún teniendo capacidad
de acción y discurso, se les presenta la oportunidad
de ser agente en el espacio públicopolítico.
No todos gozan de las condiciones y
derechos (falsamente universales) para aparecer
en el espacio de lo público, situación que la
mayoría de las veces guarda estrecha relación
con el acceso y ejercicio del poder.
Pero, ¿cómo puede entenderse el poder?
Este es tradicionalmente relacionado con el
poderío y dominio de unos pocos privilegiados
que se valen de las jerarquías para conceptualizar,
organizar y dominar a otros a quienes
consideran inferiores.
Así, por ejemplo los supuestos grupos mayoritarios
organizan y conceptualizan a los llamados grupos minoritarios o vulnerables (sin
que necesariamente lo sean) a partir del poder
que sobre ellos ejercen. O como indica G. Hierro
(1992), refiriéndose a la opresión sobre las
mujeres:
Esta historia se apoya y legitima en una moralidad concreta, la moralidad del patriarcado que se sostiene con base en una jerarquía de valores fijos que regulan, distribuyen, heredan y transmiten el poder o dominio de este grupo sobre los otros. Lo cual trae como resultado que el símbolo de lo humano […] sea precisamente la posesión del poder, entendido como la capacidad de control.
Los supuestos grupos mayoritarios se entienden
y asumen a sí mismos como superiores,
designan valores y conductas que serán
consideradas como las únicamente válidas.
Construyen su identidad a partir de su apropiación
y ejercicio del poder sobre los que por
diversas razones son catalogados como inferiores.
Al haber poder hay jerarquía; con la
jerarquía deviene la idea de diferencia como
algo negativo y de allí nace y se hace acto la
desigualdad.
Por lo dicho anteriormente, al no cuestionar,
no intentar o no lograr desestabilizar el
poder-control, se acepta de manera tácita o explícita
la definición y organización que se adjudica
a los grupos vulnerabilizados manteniéndose
una relación de diferencia que deviene en
desigualad en el campo de lo social y que, por
su efecto homogenizador, suprime la pluralidad
y unicidad propia de los seres humanos.
Sin embargo, el poder no tiene por qué entenderse
exclusivamente de esa manera; puede
también pensarse y vivirse como potencialidad,
como capacidad para. Este poder-capacidad le
devuelve su agencia (acción) a cada individuo
y por tanto, se yergue como un poder que favorece,
por un lado, la preservación de la esfera
pública y, por otro, el mantenimiento vivo
de los grupos minoritarios. Preserva la esfera
pública al no ser parte de una relación de dominio,
sino que por su propia constitución,
fortifica la interacción entre los seres humanos
sin que se pierda la individualidad dentro de
la totalidad; lo que hace que no se elimine la
especificidad de los grupos vulnerabilizados.
Se puede afirmar que al entender el poder
como potencialidad, se le devuelve la esencia
al espacio público-político pues mediante
el lenguaje (discurso) y la acción los sujetos
podrán vincularse en polifonía de voces. Básicamente,
podrán escuchar y ser escuchados.
Podrán, cuando ya sea el momento de tomar
decisiones, expresar necesidades e intereses,
unificar sus voces y acciones para llegar al fin
que deseen y necesiten.
Hacer lo anterior es aceptar y dar crédito a
la pluralidad como condición humana, es dar
espacio a lo evidente: todos los seres humanos
son diversos, todos únicos y específicos. No se
puede, no se debe, agrupar a ningún ser humano,
en pro de una homogenización abstracta y
negadora del carácter único de cada persona.
Vincularse a partir de la polifonía de voces
es, de la misma manera que sucede en un coro a capella, que cada persona cante dentro de la polifonía
propia de una obra a cuatro, ocho o dieciséis
voces. Pero parece haber dos requisitos:
primero, la voz de una sola persona no puede
aplastar la de los otros, segundo, la polifonía será posible sólo cuando todas las partes se escuchen
y tengan posibilidades reales de aparecer.
Los múltiples sistemas educativos son, podrían
ser, un espacio para el aparecer. Sin embargo,
supóngase primero que las estudiantes
y los estudiantes de cualquier institución educativa
son entendidos como una ciudadanía
activa de esa escuela, colegio o universidad a la
que pertenecen. Al ser parte de la misma, deberían,
en el mejor de los casos, gozar no sólo
de derechos, si no también cumplir deberes.
En segundo lugar, masificados o no, quienes
pertenecen a cualquier entidad educativa
formal o informal, ante todo, son personas. Sus
cualidades físicas, emocionales y condiciones
particulares, permeadas y, en algunos casos,
determinadas por los procesos de socialización,
son eso: una construcción social que les deja
huella en su ser y quehacer cotidiano. Sin embargo,
la construcción no debería implicar homogenización
y por eso es necesario re-edificar
y re-significar las relaciones interpersonales.
La re-edificación y re-significación puede
hacerse desde muchos puntos de vista y de acción.
En este artículo se propone que sea desde
el pluralismo, desde esa particularidad propia
de cada ser humano, que implica la valoración
de cada persona por el hecho de serlo y
la posibilidad de ser uno dentro de lo plural,
de ser igual sin perder la diferencia. Dicho de
otra manera, se parte del supuesto de que lo
diverso, lo plural, lo particular, se resiste a lo
homogéneo (debería de resistirse) mediante
su presencia en el espacio público cotidiano y
en los espacios educativos que, a pesar de la
obviedad, son espacios políticos: espacios de
acción y de toma de decisiones.
Se afirma, entonces, que las instituciones
son un campo político que alberga la pluralidad.
Pero esto no es una realidad que la sociedad
patriarcal y heteronormativa acepte o vea;
o peor aún, no se la ve para no aceptarla y se
convierte en un mecanismo de negación, acallamiento
e invisibilización de un hecho innegable:
todos los seres humanos son diversos3.
H. Arendt no trabaja el tema de la diversidad
en los términos que se plantean en este
artículo. Aun así, algunas de sus categorías o
conceptos teóricos se instrumentalizan como
lupa crítica para analizar la realidad sociopolítica
y educativa actual. Es por ello que se asume
el riesgo de esta interpretación.
Cada quien es su individualidad. Se mantiene
en ella, la construye, la destruye, la reconstruye,
la re-significa. Cayendo en obviedad:
cada quien es sí mismo y no puede ser de
otra manera. Es más, aun construyendo, destruyendo,
reconstruyendo y re-significando, se
mantiene la particularidad, la forma de ser, la
peculiaridad y manera de hacerse sui generis
que es propia al ser humano.
Aun con los avances actuales y procesos de
sensibilización hacia lo diverso, esa individualidad,
en la mayoría de los casos, es la que no
se ve, la que no se incluye, la que no se escucha
en los centros educativos. La causa de esto, según
explica J. Escobar (2007: 78), se sustenta
en una concepción binaria de la sexualidad
que desconoce la compleja diversidad sexual y
conduce a la exclusión sociopolítica de aquellos
que no hacen concordar la determinación
anatómica del sexo con su sexualidad. Y, como
consecuencia, se activa un poder y jerarquía
que somete a los discordantes a un proceso de
marginación social, cuyo cimiento es el fundamentalismo
identitario.
Fundamentalistas y temerosos de lo discordante,
la sociedad y los sistemas educativos que
en ella se levantan y mantienen, homogenizan
a todos y todas, les perfilan a partir de sustantivos
usados en género masculino (como alumno,
estudiante, pupilo) que lo que hacen es eliminar
las especificidades de cada persona. No
se les nombra desde sí y para sí, se les nombra
desde el sistema social, político y educativo dominante
y dominador. Se impone desde el uso
del lenguaje, entonces, un perfil homogenizador
que no responde únicamente a la cuestión
de métodos y recursos para enseñar, va más
allá: quien es educado es informado, formado
y, especialmente, deformado de acuerdo a las
necesidades e intereses del sistema e ideología
dominante. ¿Es esto producto de la modernidad
y de la era tecnológica? No. ¿En el ámbito
de la enseñanza-aprendizaje, debe serlo? No. Es
un recurso de conveniencia.
Es un beneficio, una comodidad, una conveniencia
que afecta el aparecer en el espacio
sociopolítico y educativo actual. Es un recurso
que se ampara en el irrespeto a lo único de cada
persona y en el rechazo de lo particular o diferente,
como supuesto elemento amenazante del
equilibrio y mantenimiento de statu quo.
El recurso de conveniencia y la homogenización
aplastante, supuestamente, facilita la
enseñanza-aprendizaje. Pero, ¿se ha tasado el
precio que se paga por esta facilidad? Los costes
son competencia desmedida, rigurosidad y
verticalidad académica, formación masificada,
minimización o anulación de la espontaneidad
y la creatividad; básicamente: eliminación del
yo. Entonces lo que se elimina es un yo único, irrepetible, especial, dinámico, siempre en formación
y crecimiento, un yo abierto al mundo
que se enfrenta a ser cercenado día con día,
minuto a minuto, por los pasos agigantados
del sistema educativo reinante: el homogéneo,
aniquilador de lo propio.
Cuando lo que impera es lo anterior, la
individualidad deja de evidenciar la riqueza
de lo plural y lo diverso. Se inserta de manera
inmediata la exclusión: todo aquel que no sea
heterosexual es, expresa o solapadamente, maltratado,
eliminado. La persona diversa pierde
(le hacen perder) los medios y las condiciones
propicias del aparecer que propone H. Arendt.
Se le coartan las posibilidades, se le calla el
discurso, se le amputa la acción, se le reduce
a nada porque no puede recomenzar, no debe
recomenzar. El diverso, la diversa, lo diverso es
leído, asumido y entendido como amenaza y,
ante ello, la tiranía de la mayoría aplica la destrucción
de la minoría.
Los consensos tradicionales, no así la propuesta
de consenso de B. Cassin, son formas
de acuerdo que se rigen por la mayoría y que
opacan o anulan las necesidades e intereses de
las llamadas minorías. Pero, ¿son realmente
minorías? Habría que analizar bajo qué cánones
se delimitan como tales y si, como es de esperar,
esa delimitación responde, una vez más,
a otra conveniencia: la conveniencia política,
siempre regida por nuevos criterios de una
mayoría que la eligió y la mantiene.
¿Se requiere de otro tipo de consenso para
promover, activar y mantener el cambio? ¿Se
requieren otras voces en estos coros que, aunque
cantando en sintonía, saben que cada uno
de sus miembros pertenece a una cuerda diferente
y entona bajo tesituras diversas? Sí, es
requisito, es necesidad, es urgencia.
La sociedad como coro, el sistema educativo
como matriz social de cambio, no puede
(y no debe), ni como colectivo ni cada uno de
sus miembros, obviar, invisibilizar o anular
(material o simbólicamente) a sus integrantes
diversos. Todo lo contrario, debería instaurar,
promover y mantener nuevos y continuos procesos
de sensibilización que le permitan tener
conciencia de la diversidad y activar prácticas
cotidianas y sociopolíticas (por ejemplo, políticas
públicas dirigidas a la educación) que
permitan cuestionar los acuerdos, tácitos o
expresos, ya tomados por la mayoría dominante
y excluyente. En otras palabras, desde el
consenso lógico, ético y político de B. Cassin y desde el aparecer de H. Arendt, se propone un
examen exhaustivo, una revisión crítica de lo
ya hecho, de lo logrado hasta el momento.
S/T, fotografía. Patricia Bonjour
Es necesario cuestionar qué uso se le está dando al lenguaje y a la racionalidad como instrumentos para la discusión y toma de decisiones; pero, en especial, se desea que se delibere sobre el peso ético de las discusiones y decisiones educativas. De no hacer esto, en términos de J.S. Mill, no habrá paso a la rectificación de pensamiento y de conducta, o en acuerdo con G. Ferreira, se caería en un grave error:
El dar la espalda a lo que molesta, a aquello que implica ofrecer una respuesta o asumir un compromiso, no es sólo una cuestión de comodidad, de egoísmo o de falta de responsabilidad solidaria […] se trata de un comportamiento humano defensivo […] intentando minimizar o explicar racionalmente los hechos más violentos o brutales. (1996: p.19).
Se propone y se desea que no se minimice nada ni a nadie, que cada quien se levante desde sí y se construya en un mundo en el que la polifonía no sea ruido sino armonía, que cada persona pueda recomenzar y que sus congéneres, también recomenzando a cada minuto, generen las condiciones para que el aparecer sociopolítico no quede o caiga en el vacío. Se requiere para ello de tierra fértil y para hacer la tierra fértil hay que ir al campo, hay que sembrar semilla, cuidar y permitir crecer. Hay que actuar, es decir, permitir (se) ser libre.
Al iniciar este escrito se partió de una pregunta: ¿cómo se podría rescatar la individualidad
sin perder sintonía con las necesidades
e intereses de los grupos, y con la urgencia de
consenso para llegar a la satisfacción de las demandas
de los seres humanos?
Se considera que el rescate de la pluralidad
y la posibilidad de devolver a los sujetos sociopolíticos
y educativos su capacidad de acción
en el espacio del “aparecer”, que es el espacio
de lo público-político, es una propuesta que
debe materializarse al conjugar las articulaciones
lógica, ética y política del consenso, que
puntúa Bárbara Cassin y la rectificación del
error propuesto por J.S. Mill.
Además, en aras al pluralismo y la polifonía
de voces habrá que reconocer positivamente
las diferencias grupales e individuales
en lo que respecta a capacidades, necesidades,
intereses, cultura y estilos cognitivos, pues la
diferencia sólo será problema si se entiende
como una supuesta desviación de la norma o
de lo previamente, y por conveniencia, homogenizado.
¿Será posible levantar la bandera de lo diverso
en un ambiente que demanda igualdad? ¿Será posible la igualdad en la diferencia? Sí,
cuando toda deliberación, decisión y acción,
estén mediados por la revisión crítica; cuando
toda acción personal se entienda como política;
cuando cada política pública se dirija a un
bien común cada vez más óptimo y realmente
común: para todos y cada uno de los integrantes
de la sociedad. Será posible si se activa una
común unidad que no restrinja el desarrollo
integral de los miembros de las sociedades,
que por sí mismas son diversas. En otras palabras,
será factible cuando sumergidos en
la mar de los intentos de igualdad, justicia y
equidad, el nado no obligue a la eliminación
del carácter sui generis de cada persona ni de
los grupos.
S/T, fotografía. Patricia Bonjour
¿Bajo cuáles condiciones? Las condiciones
para lograrlo son varias: que el vínculo relacional
yo-otredad se transforme en una dinámica
de crecimiento, respeto y dignificación de cada
uno, sin asumir al otro como amenazante; que
la enseñanza se entienda y materialice como
enseñanza para la vida y no para el momento,
en la que los recursos intelectuales, afectivos y
materiales se dirijan a la construcción y dignificación
de la particularidad de cada uno y no
a su eliminación; que no se olvide que la diversidad
es lo propio de la comunidad humana y
que en este sentido, cada uno encontrará (debería
de encontrar) su nicho en el espacio sociopolítico,
pues el aparecer es derecho y deber
de todos; que se participe de manera activa en
un proceso de revisión continua (personal y de
grupos) de los aciertos y desaciertos (en el nivel
público, privado, personal y colectivo) que
se han llevado a cabo para promover, de manera
eficaz y no distorsionada, la igualdad entre
las personas; y finalmente, que se conjugue
pensamiento, sentimiento y acción, porque en
el camino al respeto y la igualdad de y entre
todos los seres humanos, toda acción personal
y grupal es una acción política.
Notas
* M.Ph. Doctoranda en Filosofía; Magister en Filosofía; Maestría Regional en Estudios de la Mujer, UCR / UNA . Coordinadora del Área de Teoría Política - Pensamiento Político y Línea Formativa 2. Docente de la Escuela de Ciencias Políticas: Investigadora de Instituto de Investigaciones Filosóficas -Universidad de Costa Rica. San José, Costa Rica | vargaskar@gmail.com.
1 El “yo” como aquello que me es propio; lo que distingue a unas personas de otras.
2 Aun cuando Hanna Arendt no especifica qué expresa bajo la palabra “hombres”, en este escrito entiéndase como cualquier persona, sin importar su sexo de nacimiento, su género u opción identitaria y sexual.
3 Como lo diverso está conceptualizado como un término que abarca gran cantidad de cualidades humanas, biológicas, sociopolíticas, culturales, entre otras, el análisis y aplicación de los apartados anteriores, será hacia lo diverso en el sentido sexual: se entenderá por diverso/a, toda aquella persona y práctica de vida que no se basa, no se identifica ni se practica desde los valores y acciones heteronormativas. Asimismo, es necesario hacer una aclaración teórica y de orden práctico: si lo diverso es tan diverso como dice ser, y en realidad lo es, el grupo heterosexual debería de estar incluido dentro de la diversidad misma, Sin embargo, dado que las teorizaciones, las prácticas y los movimientos sociopolíticos emergen como contraparte de lo dominante, en este trabajo la heterosexualidad no se incluye dentro del abanico de posibilidades diversas, porque ella, como mandato social que es, representa lo normativo, lo excluyente, lo dominante y es, día a día, instrumento de jerarquía y modelo patriarcal excluyente.
Bibliografía
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4. Ferreira, G. (1996). La mujer maltratada. México: Editorial Hermes.
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6. Mill, J. S. (1990). De la libertad de pensamiento y discusión. Revista de Estudios Públicos, N°37.
Fecha de Recepción: 30 de marzo de 2017
Primera Evaluación: 12 de mayo de 2017
Segunda Evaluación: 15 de mayo de 2017
Fecha de Aceptación: 5 de agosto de 2017
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