DOI: http://dx.doi.org/10.19137/huellas-2020-2403

ARTÍCULOS

 

Geografía y geógrafos del siglo XXI: Horizontes y perspectivas

Geography and geographers of the 21st century: horizons and perspectives

Geografia e Geógrafos do século XXI: Horizontes e perspectivas

 

Dante Edin Cuadra1

Universidad Nacional del Nordeste (Argentina)
dantecuadra@yahoo.com

Cita sugerida: Cuadra, D, E. (2020). Geografía y geógrafos del siglo XXI: Horizontes y perspectivas. Revista Huellas, Volumen 24, Nº 1, Instituto de Geografía, EdUNLPam: Santa Rosa. Recuperado a partir de: http://cerac.unlpam.edu.ar/index.php/huellas

 

Resumen: El presente trabajo reúne análisis y reflexiones que el autor ha expuesto en los últimos años en diversas conferencias y cursos destinados a docentes, investigadores, graduados y alumnos de grado y posgrado de las universidades nacionales del Nordeste (UNNE), Patagonia Austral (UNPA) y Catamarca (UNCa) en Argentina y de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). El objetivo es contribuir en el diagnóstico de la configuración del mundo actual y de las transformaciones que evidencian los espacios geográficos, con la intención de resignificar el rol de la Geografía y el de sus hacedores en un contexto de gran dinamismo. En tal sentido, se vuelcan algunos análisis, apreciaciones y reflexiones propios y, otros, tomados de destacados pensadores que aportan valiosas ideas, percepciones y preocupaciones acerca del estado de la Geografía y las perspectivas existentes para afrontar los cambios que acontecen en la disciplina y los que, inevitablemente, sucederán en los próximos años.

Palabras clave: Globalización; Territorios; Transformaciones; Geografía; Expectativas profesionales

Abstract: The present work gathers some analyses and discussions that the author presented in recent years in various conferences and courses designed for teachers, researchers, graduate, undergraduate and postgraduate students of the National Universities of the Northeast (UNNE), Southern Patagonia (UNPA) and Catamarca (UNCa) in Argentina and the Pedagogical and Technological University of Colombia (UPTC). The purpose of this work is to contribute to the diagnosis of the configuration of the world today and the transformations made evident by geographical spaces, with the intention of resignifying the role of geography and that of its makers in a highly dynamic context. In this sense, some of the author’s own analysis, evaluations and reflections are considered, as well as others borrowed from prominent thinkers, who contribute valuable ideas, perceptions, concerns and worries about the state of the geography and the existing perspectives to face the changes that occur in the discipline and those that will inevitably happen in the coming years.

Keywords: Globalization; Territories; Transformations; Geography; Professional expectations

Resumo: O presente trabalho reúne análises e reflexões que o auto expus nos últimos anos em diversas conferencias e cursos destinados a docentes, investigadores, graduados e alunos de graduação e pós-graduação das universidades nacionais do Nordeste (UNNE), Patagônia Austral (UNPA) e Catamarca (UNCa) na Argentina e da Universidade Pedagógica e Tecnológica da Colômbia (UPTC). O objetivo é contribuir no diagnóstico da configuração do mundo atual e das transformações que evidenciam os espaços geográficos com a intenção de dar um novo significado ao papel da geografia e de seus fazedores em um contexto de grande dinamismo. Nesse sentido, põem-se à vista alguns análises, apreciações e reflexões próprios e outros de destacados pensadores que aportam valiosas ideias, percepções e preocupações sobre o estado da geografia e as perspectivas existentes para afrontar as mudanças que acontecem na disciplina e os que, inevitavelmente, acontecerão nos próximos anos.

Palavras-chave: Globalização; Territórios; Transformações; Geografia; Expectativas profissionais

 

Introducción

Son muchas las ponencias en reuniones científicas y las publicaciones que, en el campo de la geografía, están referidas a las transformaciones socioterritoriales y a los nuevos desafíos que ellas plantean en los ámbitos de la investigación, la enseñanza y la aplicación. Resultan muy interesantes los debates y reflexiones desarrollados a lo largo de la historia de esta ciencia, en los cuales tienen una destacada participación los geógrafos hispanohablantes en la actualidad. Los grandes cambios observados a nivel global, como el aumento de la contaminación, el calentamiento de la baja atmósfera, el deterioro de los ecosistemas, la tecnificación de los procesos productivos y la mundialización de los mercados, impactan visiblemente sobre sociedades, culturas y territorios y, de hecho, sobre la geografía por ser la disciplina abocada al estudio del espacio geográfico terrestre.
El propósito de este trabajo es, justamente, contribuir al debate sobre las transformaciones que experimentan los territorios en el marco de un mundo globalizado y súper comunicado, de la mano del creciente desarrollo tecnológico y de visibles cambios en las pautas culturales.
La metodología consistió en determinar ejes de análisis claves acerca del estado actual de la geografía y del quehacer de los geógrafos, revisar bibliografía sobre el tema y reflexionar sobre las expectativas existentes y el rol que deberían asumir la disciplina y sus cultores en un contexto global de profundos y acelerados cambios territoriales.
En los años transcurridos del siglo XXI, los habitantes de nuestro planeta son testigos de las modificaciones aceleradas que ocurren en el espacio geográfico, incluso en pequeños pueblos y aldeas alejados de los centros de poder político, económico y tecnológico que –tarde o temprano- ven llegar los efectos de las decisiones globales. Como expresa José Ortega Valcárcel (2000, p. 507) “el excepcional desarrollo de los medios de comunicación y la creciente interdependencia a escala planetaria de todos los rincones de la Tierra han convertido en realidad lo que hace varios decenios se denominó la aldea global.”
Se trata de un mundo en plena metamorfosis, de dinámicas desconcertantes, capaz de poner a prueba los saberes académicos y, asimismo, las concepciones, técnicas y métodos que hasta ahora han sido utilizados por la comunidad científica. Por tanto, las propias formas de operar, de comunicar y de producir respuestas entran en crisis ante los nuevos problemas que se manifiestan en el espacio geográfico. La instancia histórica que vivimos exige nuevas explicaciones e interpretaciones, es decir, un entendimiento de la realidad tal cual es y no según los cánones y estereotipos que tenemos incorporados, los sesgos heredados y las perspectivas estancas, aunque las mismas hayan sido eficaces en el pasado reciente.

Geografía: la ciencia del “gran objeto de estudio”

La ciencia geográfica se caracteriza por la diversidad y amplitud de su objeto de estudio, que incluye temas y problemas inherentes a la espacialidad terrestre, tanto los abordados tradicionalmente como aquéllos que en la actualidad se consideran emergentes. Lo distintivo de esta ciencia es que no se aboca a estudiar un ser vivo, una molécula o un átomo, sino el “espacio geográfico”. Esta categoría conceptual incluye a otras como el territorio, el paisaje, la región y el lugar dentro del dominio de la superficie terrestre donde convergen y se relacionan los seres humanos (sus acciones y proyecciones) con los restantes seres vivos y los elementos inanimados, lo que refleja el amplio campo de acción que posee la geografía).
Samaja (2004) concibe que todo objeto de estudio o problemática de investigación es complejo. Tal como ocurre con el objeto empírico de otras disciplinas, la geografía debe hacer frente a la complejidad que reviste el suyo. Por cierto, Afrontar el estudio del espacio geográfico se hace dificultoso, y hasta imposible, si no hay disposición de asumir que los hechos, fenómenos, conexiones, factores, funciones, procesos e implicaciones observados en un área terrestre presentan diversidad de escalas, comportamientos diferenciados y temporalidades disímiles. Esas características del objeto de estudio obligan a los geógrafos a desarrollar un sistema de pensamiento no simplista, tampoco lineal, compartimentado y monista (en términos metodológicos, paradigmáticos y de enfoque disciplinar), ni meramente intradisciplinario. Tanto las sociedades como los territorios constituyen procesos complejos, los cuales “son multidimensionales...multiescalares...y multijurisdiccionales...” (Gurevich, 2005, p. 17-18), donde las propias prácticas sociales adoptan modalidades multiescalares (Lacoste, 1977).
Consiguientemente, para aprehender y comprender cabalmente tal objeto, la mente del geógrafo debe ser –ineludiblemente- amplia, flexible y abierta al análisis multiperspectivo e interescalar, a la diversidad y complementariedad de métodos, superando -cuando fuera necesario- las limitaciones disciplinares para abordar el trabajo pluridisciplinario (interdisciplina, transdisciplina y pandisciplina).

La realización de estudios interdisciplinarios constituye una preocupación dominante en muchas universidades e institutos de investigación. La búsqueda de formas de organización que hagan posible el trabajo interdisciplinario surge, sin duda, como reacción contra la excesiva especialización que prevalece en el desarrollo de la ciencia contemporánea... Tal especialización ‐se arguye‐ conduce a una fragmentación de los problemas de la realidad. (García, R., 2011, p. 70).

La mera disciplina puede resultar insuficiente si consideramos al espacio geográfico “como un todo de relaciones múltiples y como el ámbito en que se efectivizan las acciones sociales.” (Chiozza y Carballo, 2006, p. 133). Piaget (1979) admite tres niveles de relación entre las disciplinas: la multidisciplinariedad, la interdisciplinariedad y la transdisciplinariedad y, lo más interesante, es su reconocimiento de que el paso de un nivel a otro abre nuevas posibilidades de conocimiento y aprendizaje. Samaja (2004) propone identificar categorías de análisis que propicien una metodología de interrelación entre campos de estudios de las ciencias sociales y naturales, vale decir, que alienten el acercamiento e integración de los mismos. En esa línea, Morin (2005) desde su óptica multidimensional de la totalidad, pone en claro que la propia complejidad del mundo y de la sociedad da evidencias sobre las limitaciones de la visión unidisciplinar y que se requiere un profundo diálogo entre disciplinas. Ello es concordante con el planteo de  Maturana y Varela (2003, p. 38), que sostienen que “La dinámica de cualquier sistema en el presente puede ser explicada mostrando las relaciones entre sus partes y las regularidades de sus interacciones hasta hacer evidente su organización.”
Farge (1998, p.12) reconoce que “Entre las disciplinas se ha instaurado un juego en donde los intercambios estimulan el conocimiento.” Los profundos y acelerados cambios que acontecen en la espacialidad terrestre y, concomitantemente, en el interior del objeto de estudio de la geografía, se hallan fuertemente impulsados por la extraordinaria influencia ejercida por la revolución tecnológica, que ha generado una súper comunicabilidad de los hechos que ocurren en el mundo globalizado. Los fenómenos y problemas, cualquiera sea su localización, dimensión y naturaleza, ya no quedan invisibles u ocultos, sino que son conocidos inmediata o instantáneamente, generando la rápida participación de instituciones, organismos, expertos y público en general a través de las múltiples vías de expresión audiovisual y las redes sociales. Al respecto, Berciano Villalibre (1998, p. 13-14) señala que “la posmodernidad” se caracteriza por una multiplicidad de saberes y lenguajes correspondientes y diferentes” que se manifiestan “en una sociedad técnicamente desarrollada e informatizada”.

La geografía y los geógrafos en tiempos de cambios

Medios como Internet, la televisión, las fotografías, las imágenes satelitales, los datos e informaciones que recibimos diariamente en los teléfonos móviles nos muestran gran parte de las configuraciones y reconfiguraciones espaciales de nuestro tiempo, el dinamismo de los territorios cercanos y lejanos, los cambios sociales y culturales que se producen (los cuales promueven inclusión y, a la vez, exclusión), brindándonos, aunque no tengamos consciencia de ello, nuevas concepciones de la espacialidad y de la temporalidad. “El actual sistema global interactivo remite a un orden, una estética, una intensidad y una velocidad nuevos en la historia de la humanidad.” (Gurevich, 2005, p. 22)
Estos fenómenos tienen impacto e influencia en los modos con que comprendemos el mundo, incluidos los propios lugares que habitamos (nuevas cosmovisiones, máxime en las generaciones de niños, adolescentes y jóvenes). Las modificaciones en las percepciones espaciales conllevan las nociones de un mundo más pequeño, donde todo se hace más veloz, cercano, simultáneo, conocido y familiar. Asistimos a la relativización del espacio, aproximándonos -en cierto modo- a concepciones teorizadas por Einstein a principios del siglo XX. De hecho, estos cambios en las formas de percibir la espacialidad y la temporalidad han llevado al “surgimiento de nuevas perspectivas en el campo geográfico” y, lo mismo, ha sucedido en otras disciplinas (Cuadra, 2014. p. 5-7).
Debemos tomar conciencia de que la geografía como ciencia vive una etapa muy interesante, en interacción con otras disciplinas cuyos saberes y prácticas han representado tradicionalmente valiosos aportes geográficos.  De este modo, puede comprenderse integralmente la metamorfosis (agitación, turbulencia y vertiginosidad) que experimenta el espacio geográfico en la actualidad, un espacio globalizado, redificado (edificado en red), hipercomunicado, en el que observamos la proliferación de objetos tecnológicos, competencia y consumo exacerbados, mundialización del mercado (aunque, paradójicamente, son pocos los países que acaparan la gran producción industrial y tecnológica y, a su vez, dominan tanto el comercio internacional como el tablero financiero) e intensificación de los flujos (personas, mercancías, energía, información y, también, microorganismos cuya propagación resulta difícil de contener). Tal escenario configura, desafortunadamente, un sistema global frágil y colapsable como se evidenció al producirse la expansión del coronavirus (COVID-19), declarada pandemia por la Organización Mundial de la Salud en marzo de 2020.
Harvey (2005) concibe al espacio como condición, medio y producto de la reproducción social. Desde la óptica de este autor, “el posmodernismo resulta ser un campo minado de nociones en conflicto.” (Harvey, 1998, p. 11) A esta metáfora se le podría agregar “de intereses, apetencias, ambiciones y mezquindades”, pero también de “solidaridades, integraciones y valiosas construcciones colectivas”. Se trata de

...una verdadera globalización, que recrea un espacio interconectado, ...no solo por Estados y organizaciones privadas nacionales, sino también por corporaciones gigantes o firmas transnacionales. La adaptación de los lugares a los nuevos objetos y acciones externos, introducidos ahora desde variados centros mundiales, es aún más heterogénea, por causa de la multiplicación y mundialización de los sistemas técnicos creados en el período actual y de toda una serie de elementos inmateriales (símbolos, imágenes, ideas), que geografizan, sin existir una relación unívoca entre necesidades y objetos (Silveira, 1995, p. 6).

En este contexto se pueden despejar dos posiciones claramente definidas entre los geógrafos: los pesimistas, que ven el horizonte el apocalipsis de su profesión y, los optimistas, que ven una oportunidad inmejorable para reposicionarse, afirmarse y alcanzar la trascendencia que siempre reclamaron merecer, pero nunca lograron imponer. No podemos desconocer que, tradicionalmente, muchos de los saberes y prácticas geográficas han venido de otras disciplinas y, en la actualidad, ello sigue siendo así. No obstante, también debe reconocerse que el colectivo de geógrafos (a los que muchas veces se suman actores de otros campos del conocimiento) viene desplegando una intensa actividad y valiosas contribuciones geográficas. Las mismas, se ven reflejadas en las producciones académicas y en los congresos llevados a cabo por universidades, centros de investigación, grupos de trabajo, redes y asociaciones geográficas de diferentes países, tanto de Latinoamérica como del resto del mundo. Los Encuentros de Geógrafos de América Latina (EGAL) son un claro ejemplo de esta dinámica geográfica que posibilita socializar los nuevos aportes, debatir los problemas y proponer cambios e innovaciones en la disciplina.  De igual modo, dentro de Argentina, no se puede desconocer el trabajo que desarrollan la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos (GǢA), el Centro Humboldt, el CONICET y las universidades que, a través de sus departamentos e institutos de geografía, programas y proyectos de investigación, revistas científicas, actividades de cátedras, laboratorios y otras modalidades, logran visibilizar –con mayor o menor dificultad- la geografía en el tejido social de ciudades, provincias y regiones a lo largo y ancho del país.
Sin embargo, los inicios del siglo XXI representan una etapa compleja, perpleja e irresuelta para la geografía, podría decirse de crisis y, posiblemente, una crisis de grandes proporciones. Pickenhayn (1994, p. 145-146) ha explicado detalladamente las variadas “crisis” por las que ha pasado la geografía a lo largo de su existencia, pero su virtud es que durante las mismas nunca naufragó y siempre salió a flote, incluso fortalecida. Abonando esta postura optimista, es interesante recuperar la visión acerca de las crisis, cuya autoría se le atribuye a Einstein, que aquí se cita parcialmente: “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo (...) la crisis trae progresos. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Sin crisis no hay desafíos” (Serrano, 2009, p. 1).
La intrincada, compleja, a veces violenta y dispar realidad geográfica del mundo en que vivimos, demanda pensar distintas estrategias para permanecer y crecer como ciencia en el tiempo actual, en el cual lo espacial, territorial, ambiental, paisajístico, regional y local es trastocado, entra en crisis, colapsa, se reconfigura y da lugar a nuevos problemas que cobran inusitada dimensión. Este marco de situación, de hecho, es apetecible para una gran diversidad de disciplinas que pretenden ganar protagonismo en el tumultuoso escenario científico en una época de exacerbada competencia, de pujas por espacios de poder y de saber, en la que se hace necesario repensar acciones, tácticas y modos de coexistencia.
Es un tiempo en el que no conviene quedar atrapados en el conservadurismo de dogmas pasados y sí estar muy alertas ante las oportunidades de reafirmar el valor y la presencia de la geografía en los ámbitos educativos, académicos, sociales, políticos y culturales. Sabemos  que, las postas que no toma la geografía las asumen otras disciplinas.
Debe destacarse que en Brasil la geografía posee un sólido posicionamiento, con fuertes incumbencias reconocidas en el colectivo académico, jurídico y político, que les posibilita a sus cultores desenvolverse en campos como Geografía y Estadística, Planificación y Ordenamiento Territorial. En otros países latinoamericanos (Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Perú y Venezuela) los geógrafos han logrado colegiarse, tal como ha sucedido en España. Estos avances le otorgan entidad, identidad, estímulo, respaldo, autonomía y visibilidad al ejercicio profesional en cuanto al desempeño de los geógrafos en consultorías, asesoramiento, servicios y otros ámbitos de la aplicación. En Argentina, la única provincia que se propuso constituir el colegio de geógrafos ha sido Mendoza, creado en el año 2009 por impulso de los docentes, investigadores y graduados de la Universidad Nacional de Cuyo. Por lo demás, se observa que la geografía aplicada tiene un largo camino por hacer en el país y, por tanto, existe un gran desafío para los geógrafos del siglo XXI.
Los cambios sociales, culturales y territoriales que se producen, abren un amplio campo de acción del que los geógrafos no deberían desentenderse. Los conflictos, la exclusión, las asimetrías e injusticias sociales que sufren los espacios locales, urbanos, rurales y regionales, las migraciones masivas, la mundialización de los lugares, los procesos de desterritorialización y reterritorialización observados en distintos países, los niveles y los tipos de violencia que atraviesa el tejido social (callejera, de género, juvenil, laboral, económica, etc.), las nuevas formas de discriminación, la confrontación de concepciones incompatibles, el resurgimiento de la intolerancia (política, étnica, religiosa), los cambios que se operan en las relaciones sociales y en las formas de comunicación, los comportamientos territoriales de grupos y corporaciones (gremios, movimientos sociales, protestas masivas, vecinos en reclamo, vendedores callejeros, etc.), el narcotráfico y su territorialidad, las diferentes y sofisticadas formas de delito, las nuevas formas de comercialización (por ej. usando las redes sociales o la aplicación WhatsApp), los grupos integrados virtualmente con diversidad de finalidades (a veces loables y, otras, nefastas) son solo algunos de los rasgos de nuestro tiempo. En este contexto cobran relevancia conceptos tales como tercer espacio, espacio vivido, contraespacios, espacios de resistencia, de lucha social y de emancipación (Soja, 1997), que actualmente se hallan muy presentes en las perspectivas críticas (radical y humanista) y posmodernas.
Ante tanta incertidumbre, en razón de la vertiginosidad de los cambios, los geógrafos estamos obligados a dar respuestas: al fin de cuentas, todas estas transformaciones ocurren en el espacio geográfico y, consecuentemente, involucran a las categorías conceptuales que se derivan de éste, llámense “territorio”, “región”, “paisaje”, “lugar” o sitio (Blanco, 2009, p. 38).

¿Cómo afrontar los cambios?, ¿la disciplina es suficiente?

Si los geógrafos pretendiéramos dar respuestas a tamaño desafío (comprender el espacio geográfico actual), deberíamos ir pensando en acercarnos, asociarnos y entablar diálogos con colegas de otras disciplinas; pensar y reflexionar juntos producirá mejores respuestas a los problemas actuales, que si lo hacemos desde las parcelas en las que habitualmente estamos situados. En Argentina, el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) ha ubicado a la geografía en el grupo de las humanidades (junto a filosofía, letras y literatura, historia y ciencias de la educación), apartándola de las ciencias sociales (donde situó a las disciplinas sociología, antropología, ciencia política, economía y etnografía). Esta clasificación no resulta apropiada, pues no considera el rol que posee la geografía en términos sociales. Sin embargo, esa decisión institucional no debe representar un impedimento para el trabajo interdisciplinario, transdisciplinario y pandisciplinario que a esta altura se hace imprescindible, pues es necesario “...recurrir al repertorio teórico-conceptual y metodológico de variadas disciplinas” (Peña Mohr y Coe, 1985, p. 14).
Si apelamos a la autocrítica, debemos reconocer que los geógrafos hemos sido un tanto arrogantes y que hemos amurallado nuestros saberes y ámbitos de trabajo durante mucho tiempo y, ello, nos aisló de las demás ciencias. Las estructuras académicas, con frecuencia, inducen estos comportamientos al generar espacios de trabajo compartimentados. Los problemas humanos (en especial los sociales, culturales y territoriales) son muy complejos, de múltiples dimensiones y ya no alcanza con la visión unidisciplinar. Como señala Capel (1998, p. 4), la sociedad requiere hoy “visiones integradoras” para comprender mejor la realidad y proveer soluciones eficientes; el referido autor admite la necesidad de “disciplinarse”, es decir, profundizar la formación disciplinar y, a la vez, “indisciplinarse”, lo que significa atreverse a incursionar, leer, analizar textos, obras y producciones provenientes de otras vertientes del conocimiento científico. El desafío es ir más allá de los límites de la disciplina y esto implica propiciar diálogos de saberes, experiencia que muchos  geógrafos han empezado a transitar en los últimos años.

La necesidad de superar las herencias en geografía

La geografía ha estado inmersa en un largo letargo que postergó sus posibilidades de abrirse y comprometerse, por un lado, con la reflexión teórica en el marco de la propia disciplina y, por otro, con las problemáticas socioculturales que desde hace varias décadas han sido centrales en otras disciplinas como la sociología, antropología, ciencia política y etnografía. La herencia positivista aún cala profundamente en las mentes de profesores y alumnos de geografía; estos últimos, dentro de los grupos interdisciplinarios de las facultades que los nuclean, suelen ser los menos habilidosos en lectura sistemática, pausada, analítica y reflexiva y, consiguientemente, los que menos recursos argumentativos exhiben en discusiones y debates; en contra posición, se destacan en cuestiones operativas, dado el consistente entrenamiento que poseen en cartografía digital, manejo de SIG, procesamiento de datos estadísticos y satelitales y utilización de modelos digitales. Recién en los últimos años un número mayor de geógrafos se ha abierto a temas culturales, al paradigma interpretativo y a los métodos cualitativos, animándose -en el campo de la geografía humana- a abordar cuestiones tradicionalmente ausentes o invisibilizadas correspondientes a estudios locales, de casos, historias de vida, decolonialismo, otredades, etc., que le confieren dimensión humana a su trabajo, promueven la empatía, la identificación y el compromiso con el otro y con la propia realidad geográfica. En esta dirección José Ortega Valcárcel (2000, p. 541-542) hace referencia a “la geografía de los problemas relevantes” que el geógrafo “puede abordar con solvencia”.
La geografía general (caracterizada por la sistematización del conocimiento y la búsqueda de leyes), el enfoque regional (criticado por su visión sintética que ha pasado por alto muchos de los problemas específicos de los grupos humanos y de los espacios humanizados), como las perspectivas cuantitativas y sistémicas (a las que se reprochan sus análisis simplificados, fríos y mecanicistas) han influido significativamente en la formación de generaciones de geógrafos un tanto alejados y sin compromiso con sus realidades geográficas. En las últimas décadas se ha sumado la geografía automatizada que, en muchos de sus trabajos, refuerza algunos de los rasgos señalados, a veces convirtiendo el quehacer del geógrafo en una labor meramente procedimental u operativa, con escasa reflexión teórica, pobre en fundamentos geográficos y distanciada de los propios principios de la disciplina.
El conservadurismo (reticencia a los cambios, concepción de espacio material, neutro y objetivo) en el que se ha mantenido la geografía durante mucho tiempo (siglo XIX y gran parte del XX), distante de las vertientes profundamente humanas, representó una barrera que la alejó de las demás disciplinas humanísticas y sociales, a la vez que para las ciencias duras (naturales, exactas y experimentales) no gozaba de la confianza necesaria.
La herencia aristotélica ha aportado la noción de espacio como lugar, es decir, como síntesis espacio-temporal. Para Aristóteles el concepto de lugar (tridimensional) es puramente relacional: no es una cosa, no está en las cosas, pero tampoco existe en forma separada de las cosas, pues es continente de ellas.
La geografía general decimonónica y de la primera mitad del siglo XX ha cultivado, en buena parte, una concepción de “espacio receptáculo”, es decir, un espacio que contenía al hombre y a sus acciones (Blanco 2009, p. 39), que alimentó la mirada fragmentaria o grieta entre la geografía física y la geografía humana, separación artificial (naturaleza/sociedad) del espacio, que aún perdura. Esta visión encontró su climax en la corriente positivista, congraciándose a su vez con el determinismo ratzeliano y el evolucionismo darwiniano.
Otras concepciones inherentes al espacio y al tiempo, como “el idealismo platónico” y el “trascendentalismo (o apriorismo) kantiano” se vieron seriamente cuestionadas y relegadas por mucho tiempo y recién tomaron un protagonismo creciente, en algunas perspectivas geográficas, en la segunda mitad del siglo XX. Es en la postmodernidad cuando las nociones de espacio y de tiempo experimentan grandes cambios que impactan fuertemente a la geografía y a las ciencias sociales en general, a los que  Martínez Rivillas (2011, p. 272-273) hace clara alusión, entre ellos las nuevas “perspectivas de comprensión del mundo”, “la intersubjetividad o la construcción social del mundo”, la “cotidianeidad empírica del espacio y del tiempo” y su “sentido o existencia solo en esta compleja red de relaciones”.
Asimismo, en los últimos diez años se ha observado la presencia de movimientos decoloniales en el ámbito de las ciencias sociales. La irrupción de este giro cultural ha tomado fuerza en América Latina, aunque su inserción en la geografía oficial es todavía incipiente. Las epistemes decoloniales se han nutrido con trabajos de autores que no pertenecen al campo disciplinar de la geografía, como Castro Gómez, Mignolo, Restrepo, Rojas y Walsh, que han aportado ideas valiosas sobre los efectos decolonizadores desde las perspectivas culturales. Uno de los desafíos para los geógrafos de hoy es incursionar en el análisis de cómo los discursos sobre territorio y cultura han sido construidos por la matriz eurocéntrica.

La tarea decolonial supone así un fuerte descentramiento ontológico, epistemológico y empírico a su vez. Atañe en primer lugar a las instituciones y ciencias que sostienen aún fuertes discursos racionalistas y universalistas. La modernidad ilustrada todavía sigue vigente en las estructuras académicas y en extra muros (Silva, 2019, p. 15).

Es prioritario, entonces, trabajar en la propuesta de un giro cultural crítico latinoamericano (desde, por y para Latinoamérica).

Los cambios generacionales y las nuevas percepciones del espacio

Hasta mediados del siglo XX se consideraba que el objeto de la disciplina era la superficie terrestre. Desde la perspectiva de Zamorano (1960, p. 152) el dominio o campo de estudio de la geografía se limitaba hasta allí a la superficie terrestre (litósfera, hidrósfera, atmósfera), aunque reconocía que allí se desarrollaba lo vital planetario (biosfera) y se inscribían las actividades de las colectividades humanas, resultando de interés para la geografía.
El espacio geográfico, objeto de estudio actual de la geografía, se halla constituido por seres humanos, pero además es un producto o constructo social. Ello muestra el giro dado por el objeto de estudio de la disciplina hacia una concepción básicamente antropocéntrica.
Los elementos materiales y simbólicos del espacio geográfico, las percepciones psicológicas y las relaciones sociales y culturales que allí se dan con el influjo de las tecnologías actuales, le otorgan un dinamismo sin precedentes en la historia de la humanidad.  El ámbito en el que han nacido y se desarrollan quienes se educan en el presente (milenials y centenials) es muy diferente del que tuvieron las generaciones anteriores. Muchos docentes e investigadores advierten, en el trabajo cotidiano con sus alumnos, actitudes, comportamientos, reacciones, usos lingüísticos, saberes y no saberes que los desconciertan.
Las generaciones precedentes están naturalmente ligadas a esquemas de pensamientos y a estructuras sociales propias de las épocas en que crecieron, a estilos institucionales que estuvieron vigentes y a pautas culturales que se hallaban instaladas en la escuela, en la calle, en el club y en la comunidad. Pero la posmodernidad, muy visible desde los años ochenta pero abiertamente presente en el siglo XXI, muestra un escenario de cambios profundos que nos sorprenden y asombran. En esa atmósfera de ideologías y relatos surgentes, de verdades relativas, de decadencia de los dogmas y de transformaciones sociales, culturales y territoriales han crecido quienes hoy se forman en los sistemas educativos, incluidos los jóvenes graduados que se desempeñan como maestros y profesores.
Han cambiado las ideas, las normas, los juegos, los tipos de recreación, los juguetes y las herramientas que se utilizan, las maneras de acceder al conocimiento y de comunicarlo, las formas de relacionarse y los modos de expresarse. Entonces ¿por qué  sorprende que los alumnos sean diferentes respecto de épocas anteriores? La revolución tecnológica, el celular y sus aplicaciones, la tablet, la play, las redes sociales, el universo online en sus múltiples y variados formatos impactan contundentemente sobre sujetos, actividades, instituciones, comunidades y territorios. Para los postmilenials (centenials o generación Z, nacidos a partir de 1997) el mundo está en las redes sociales.
Términos foráneos, deformaciones idiomáticas y neologismos se han diseminado en las formas de comunicación y forman parte del léxico de milenials (generación Y), centenials (generación Z) y de quienes, perteneciendo a la generación X, intentan no quedar desactualizados. Muchas palabras cambiaron su significado o pasaron a ser polisémicas (por ej. “aplicación” o “viral”).

se están implantando nuevas formas de informarse, producir, divertirse, comprar, etc. que modifican el conjunto de las relaciones sociales. Se trata de una transformación en los procesos de producción y recepción de informaciones cuyo sentido más general y cuyas consecuencias en la socialización de los niños, adolescentes y jóvenes se desconocen y generan incertidumbre y preocupación (Bernete, 2010, p. 97).

Antiguamente, cuando la educación no era un bien accesible para todos los sectores de la sociedad, los jóvenes de familias pudientes o de las élites se formaban con grandes maestros y, así, en el ámbito de la cultura griega se erigieron escuelas pandisciplinares con maestros de la talla de Aristóteles, Platón, Anaximandro, Pitágoras y Eratóstenes, entre muchos más. Los geógrafos que llevan varias décadas en actividad pueden recordar entre sus profesores a destacados maestros en la disciplina y, también, libros de cabecera que marcaron sus vidas. Lo que genera desconcierto es que, en la actualidad, los estudiantes tienen como sus destacados maestros a los “tutoriales” y que su acceso a bibliotecas y publicaciones es casi ilimitado a nivel global. Los diferentes idiomas ya no constituyen obstáculos, en virtud de que los traductores automáticos hacen su trabajo instantáneamente y cada vez mejor.
Las diversas realidades locales y su contexto global obligan a repensar estrategias, a aprender, desaprender y reaprender conceptos, procedimientos y modalidades, en definitiva, a pensar, renovar e innovar el trabajo que hacemos: un verdadero desafío para reinventarnos, salir de nuestros lugares de confort, de prácticas tradicionales asimiladas, de métodos y recursos que en su tiempo funcionaron perfectamente, pero que en el presente se muestran obsoletos. La realidad es que hoy se accede a saberes y experiencias de variadas maneras y, por una cuestión generacional, los jóvenes se manejan con plena naturalidad con los recursos tecnológicos que se multiplican velozmente con el paso del tiempo. Con frecuencia, los alumnos suelen superar a sus profesores en materia de operatividad tecnológica (debido al plus generacional, al haber nacido en una cultura digital), pero no así en los fundamentos o bases teóricas y conceptuales de la disciplina. No obstante, nos encontramos en la dicotomía de que escuelas, docentes, planes de estudios y estructuras de la modernidad deben educar a alumnos de la posmodernidad.
El profesor López Fernández (2016, p. 3) propone que “para contribuir a un aprendizaje significativo del espacio” no nos quedemos con las “TIG (Tecnologías de la Información Geográfica)”, sino que avancemos hacia las “TAG (Tecnologías del Aprendizaje Geográfico)” teniendo en cuenta “una adecuada aplicación didáctica”. También es muy interesante lo expresado por los geógrafos Liendo y Romegialli (1997, p. 165): “...la Geografía debe dar una respuesta, no puede permanecer neutral.” “El desafío del siglo XXI es en gran medida un problema de espacio, que adquiere por primera vez en la historia de la disciplina una perspectiva de globalidad.”
Frente a los retos que se nos presentan, es hora de superar las diferencias internas que suelen existir entre los geógrafos y entender que la variedad de enfoques o perspectivas no tiene por qué llevarnos a divisiones, fracturas o grietas dentro de la disciplina sino que, por el contrario, constituye una gran fortaleza sobre la cual aún no hemos tomado plena conciencia. La epistemología del presente alienta encuentros y lazos entre las diferentes perspectivas y pedestales desde los cuales puede explicarse o comprenderse la realidad, lo que significa darle lugar a la multiperspectiva. En esta línea de pensamiento, Liendo y Romegialli (1997, p. 166) dicen:

La naturaleza plural de la Geografía se contempla hoy sin miedo, valorándola en todo lo que tiene de positivo, en cuanto representa la posibilidad de vías alternativas, de enfoques diferenciados, de caminos que permiten explorar nuevas fronteras en el quehacer científico. La realidad del mundo actual hace particularmente necesaria esta actitud abierta. La Geografía debe ser una ciencia que mire hacia el futuro.

La necesidad de estrechar filas entre los geógrafos

En medio de un mundo cambiante, a veces impredecible y desconcertante, es imperativo no ser meros espectadores, sino salir de la incertidumbre, el asombro y el silencio para propiciar e impulsar diálogos, debates constructivos y propuestas en el interior de la disciplina. Más allá del paradigma, enfoque, tradición, ideología, técnicas y métodos en los que estemos enrolados, debemos preservar y fortalecer la identidad (entendida como cualidad que se construye a través del tiempo) de la geografía y, desde esa base, tejer vínculos con otras disciplinas en la búsqueda de una comprensión integral de la realidad, buscando dar respuestas y soluciones a las complejas problemáticas de nuestro entorno y de nuestro mundo. Como dice Capel (1998, p. 2), es importante “no ser excluyentes en las posiciones” (serlo, nos debilita internamente) y seleccionar estrategias de investigación que utilicen una u otra aproximación, según los objetivos y la naturaleza del problema.
Atomizar, dividir, fragmentar no es la solución. El camino no termina con que los geógrafos físicos se reúnan por su lado, los geógrafos culturales por otro y los geotecnólogos hagan lo propio. Pueden hacerlo, eso es inevitable, pero preservando siempre los vínculos, conexiones, diálogos e intercambios que cohesionan a la disciplina y refuerzan la identidad de los geógrafos, ya que la geografía constituye una “empresa intelectual” (Capel, 1998, p. 1). Parte de esa identidad es tener en claro lo que somos, lo que hacemos, lo que profesamos. Profesar, usualmente tiene una connotación religiosa, pero también tiene una acepción laboral (ejercer un oficio) que da lugar a la palabra profesión; los docentes de nuestra disciplina profesan la geografía, de allí el término profesor (aquél que confiesa públicamente sus saberes); los investigadores y quienes desde esta disciplina desempeñan tareas de planificación o aplicación, también lo hacen. Entonces ¿por qué nos cuesta tanto identificarnos como geógrafos y preferimos presentarnos como docentes o profesores? Este complejo de inferioridad no se percibe en otras profesiones, por ej. entre los licenciados o graduados en economía, sociología, psicología, biología o geología. Incluso, abogados y médicos usualmente se hacen llamar doctores, cuando en realidad muchos de ellos no lo son y, contrariamente, los graduados, magísteres y doctores en geografía se sienten más cómodos cuando se los llama profesores.
Una identidad consolidada, cimentada en los principios de la disciplina (sobre todo: localización, actividad y conexión), le confiere valor a la presencia del geógrafo en el trabajo interdisciplinario, transdisciplinario y pandisciplinario. Actualmente, gracias a la súper conectividad que existe, es posible conformar grupos de investigación cuyos integrantes residen en puntos alejados unos de otros, dictar clases no presenciales utilizando la virtualidad, desarrollar reuniones interactivas sin la cercanía física y escribir artículos o libros con colegas que nunca se vieron personalmente. Se trata de un mundo muy diferente, en comparación con el pasado reciente, que alienta la construcción colectiva y la socialización de los conocimientos, proceso al que Pinto Blanco (2013, p. 131) denomina “aprendizaje cooperativo, colaborativo y cognición distribuida”.
De igual manera, surgen nuevos colectivos de trabajo e intercambio: los geógrafos dedicados a los estudios territoriales se reúnen en congresos, jornadas, talleres o simposios junto a arquitectos, abogados, sociólogos, ecólogos, economistas, etc.; los geógrafos abocados a los SIG, TIG o TAG lo hacen junto a ingenieros, informáticos, programadores y diferentes profesiones en cónclaves de geomática; los geógrafos orientados a temas culturales y sociales comparten encuentros académicos con sociólogos, historiadores, antropólogos, psicólogos, etnólogos, etc. Si bien la competencia entre disciplinas existe, estamos entendiendo que las miradas integradoras sobre temas y problemas no debilitan, sino que enriquecen a las disciplinas, al tiempo que los resultados son más completos, productivos y efectivos en términos científicos y sociales.
Muchos son los que sostienen que, actualmente, la geografía se halla amenazada. En realidad, siempre existe amenaza de algún tipo en el dinámico y competente campo de las ciencias, por lo que los geógrafos deben estar muy alertas y tomar nota de los cambios que ocurren en el espacio geográfico y los factores que los generan. Para beneplácito de los cultores de la geografía, se observa que nunca en la historia de la disciplina ha existido tanta cantidad de geógrafos, de producciones geográficas, de carreras de grado y de posgrado, de congresos, grupos, proyectos, asociaciones, publicaciones y participaciones en planificación, consultorías y servicios como en la actualidad. Este crecimiento, en gran parte, obedece a las facilidades y alternativas que ofrece el sistema globalizado mediado por las tecnologías.
Otra fortaleza de la geografía, apuntada por Capel (1998, p. 1-2), es la larga tradición y experiencia que posee su enseñanza en los niveles básicos, de la que carecen otras comunidades científicas como la sociología, la antropología, la economía o la ciencia política. Asimismo, es de amplio reconocimiento el gran auxilio que le presta a otras carreras como historia, ciencias económicas, ingeniería o turismo a través de distintas cátedras, cursos y talleres.
Si la geografía ha logrado mantenerse vigente a través del tiempo, no es por otra cosa que su capacidad para adaptarse, reacomodarse, resignificarse, reciclarse y reproyectarse ante los cambios de contextos y, esa extraordinaria virtud, no debe disiparse.
No se puede negar que a la geografía le sigue faltando reflexión teórica desde encuadres epistemológicos pertinentes y ese déficit está dado por la necesidad de contar con teorías geográficas capaces de brindar suficiente hegemonía explicativa y comprensiva. Es primordial trabajar en este sentido y, de ese modo, fortalecer la teoría o base epistemológica durante la etapa formativa de los nuevos geógrafos, en razón de que debe superarse la tradición operativa y utilitaria (empirista) enquistada en la disciplina.  Ya no se puede ser esclavo de la síntesis mal entendida, que llevó a la superficialidad y a la invisibilización de los hechos, de los sujetos y de los problemas, desconectándonos de la realidad (y del propio objeto de estudio) y, sí entender, que una buena síntesis requiere de un profundo análisis que la preceda.
Es necesario incrementar las fuerzas productivas geográficas y, para ello, se deben potenciar los medios investigativos y la población disciplinar. Asimismo, es fundamental organizar colectivos más amplios, que trasciendan la disciplina, el departamento, el proyecto, la facultad, la universidad, la provincia y el país. Tejer relaciones, participar en debates, tener presencia y elevar la voz como comunidad de geógrafos, aprovechando los recursos digitales e interactivos provistos por la Web a través de foros, blogs y otras modalidades. El mundo cambió y lo sigue haciendo, se globaliza, interesan las redes y ya no los puntos aislados. Quien queda fuera de las redes se condena al aislamiento y, posiblemente, a la exclusión. Los países del oriente asiático, percibidos por el mundo occidental como lejanos y desconocidos hasta hace poco tiempo, hoy se conciben más cercanos, se hilan relaciones con ellos (se generan diálogos e intercambios comerciales, productivos, empresariales, tecnológicos y nuevos contactos culturales).
La espacialidad virtual ya está presente en las mentes y culturas de las nuevas generaciones. El celular es hoy una herramienta que contiene más tecnología que la NASA en 1969 cuando el hombre pisó la luna por primera vez. Concentra entretenimiento (música, juegos, películas, videos), geoposicionamiento, navegación y comunicación y, junto a otros dispositivos como la tablet, la play y los simuladores, constituyen elementos relevantes en la psicología y en la socialización de estas generaciones. La concepción de espacio, las formas de desplazarse, los contactos interpersonales ya no son los mismos. Ello significa que se ha instalado una visión diferente del mundo, es decir, asistimos a una nueva cosmovisión o, en términos de Heidegger (1996), a una nueva época de la imagen del mundo.

Hoy el reto de las instituciones educativas, en todos los niveles, es muchísimo mayor en tanto que la accesibilidad y el manejo de las TIC por parte de la población incide de diversas maneras en la educación de niños, adolescentes y jóvenes escolarizados. No sólo proporcionan lenguajes, visiones del mundo, valores y pautas de comportamiento muchas veces distintas de las que se enseñan en los centros, sino que también presionan para transformar los modos de enseñar y aprender utilizando ciertas tecnologías, guste o no a los docentes y a la totalidad de los discentes (Bernete, 2010, p. 106).

Como sugiere Gustavo Buzai (1998, p 176, 184-189), la “revolución tecnológica” llevó a una “revolución científica” y, ésta, a una “revolución intelectual”, con profundos cambios sobre la vida social y cultural. En cuanto a nuestra disciplina y, siguiendo el pensamiento de este autor, la “geografía global” (con su impronta tecnológica y posmoderna) genera una explosión disciplinaria” o “derrame” sobre otros campos del conocimiento.
En tiempos de cambios vertiginosos y de desconcierto, tan visibles en las primeras décadas del siglo XXI, se requiere -más que nunca- una visión optimista, proactiva y constructiva por parte de los geógrafos. El campo es propicio para animarse a emprender nuevos desafíos, no conformarse con lo aprendido, dar pasos hacia adelante aunque ello implique tomar ciertos riesgos, no temerle a los cambios y proponer ideas superadoras en nuestro quehacer cotidiano. Es hora de retornar a los principios de la geografía, de hacer todo lo posible para no escindir lo que en la realidad se halla unido y de evitar que las ideologías, teorías, paradigmas, perspectivas o métodos se conviertan en anteojeras que nos impidan ver el horizonte. No es lógico que los especialistas de la “lugaridad de las prácticas sociales” estén ausentes de los temas territoriales y ambientales de nuestro tiempo. Las necesidades sociales de saberes y prácticas geográficas van varios pasos adelante de lo que la geografía institucional puede ofrecer, lo que garantiza que los temas de la geografía tengan una amplia presencia en la agenda o mapa de las decisiones terrenales, pero son los geógrafos los que suelen estar ausentes.
Capel (1998, p. 9) nos desafía a “proponer alternativas e imaginar utopías”. Las utopías no son los sueños de los ingenuos, sino las metas de los tenaces. En tal sentido, es oportuna la frase del cineasta Fernando Birri, rescatada por el escritor Eduardo Galeano (2001, p. 230), que permite ilustrar el ejercicio reflexivo propuesto en este artículo: “Ella  (la utopía) está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”.

Consideraciones finales

A modo de conclusión, el siguiente decálogo de metas y expectativas (o utopías) es una invitación a promover e impulsar el cultivo de una geografía presente, consistente y relevante, capaz de trascender los ámbitos académicos e inmiscuirse en las problemáticas sociales y territoriales que nos depara el siglo XXI.

1.- Enseñar una geografía actualizada, rigurosa y abierta.

2.- Superar las barreras institucionales, culturales y de la propia disciplina (que limitan el desenvolvimiento pleno del quehacer geográfico).

3.- Lograr, como colectivo de geógrafos, un justo equilibrio entre el accionar docente, la investigación y la aplicación.   

4.- Alcanzar un desarrollo balanceado y armónico entre teoría, metodología, reflexión epistemológica y praxis geográfica (superación del estadio meramente empirista).

5.- Posicionar toda acción y producción geográfica sobre los principios de la disciplina (sobre todo: localización, actividad y conexión).

6.- Expandir el campo de acción del geógrafo (hay temas emergentes y problemas del espacio geográfico escasamente atendidos en la actualidad).

7.- Concretar la colegiatura profesional u otros modos de organización del colectivo de geógrafos en aquellos países donde la disciplina no posee suficiente visibilidad social y política.                          

8.- Comprender la dinámica de un mundo globalizado y multiescalar, de relaciones (redes) en y entre lo local y lo global, a los fines de tejer estrategias de acción educativa, científica y aplicada sobre los territorios.

9.- Asumir compromisos individuales y colectivos con los espacios locales (desarrollar y enseñar una geografía presente, activa y comprometida).

10.- Fortalecer la disciplina en todos sus aspectos y derramarla hacia otros campos del saber y sobre la sociedad en su conjunto.

Notas

1 Profesor, Licenciado y Doctor en Geografía. Docente titular de carreras de pregrado, grado y posgrado de la Universidad Nacional del Nordeste. Investigador del Instituto de Geografía (IGUNNE). Director del Proyecto “Transformaciones territoriales en la provincia del Chaco” (H004-2017) de la Secretaría General de Ciencia y Técnica de la citada casa de estudios.

 

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RECIBIDO: 22-11-2019
ACEPTADO: 20-03-2020