DOI: http://dx.doi.org/10.19137/circe-2019-2301010

RESEÑAS

 

Petrucci, Armando, Escribir cartas, una historia milenaria, Colección Scripta Manent, Buenos Aires: Ampersand, 2018, 257 páginas. ISBN: 978-987-4161-08-6

 

A pesar de haber sido publicado por primera vez en Italia en 2008, esta es la primera edición en español de este erudito ensayo de Armando Petrucci (Roma, 1932 - Pisa, 2018), destacado experto en paleografía latina y en la historia de la cultura escrita.
Escribir cartas, una historia milenaria, traducido por María Julia de Ruschi, es una rigurosa historia de la práctica epistolar en las distintas tradiciones gráficas de Occidente. Petrucci aborda no solamente los aspectos materiales involucrados en la escritura de cartas (como el soporte, los instrumentos escriptorios, tipografías, puesta en página, etc.), sino también los aspectos culturales, sociales, simbólicos, lingüísticos, e incluso económicos y políticos, relacionados con la práctica epistolar, la cual puede rastrearse a lo largo de casi cinco milenios. Esta publicación es otro gran aporte de la editorial Ampersand y específicamente de la colección Scripta Manent, dirigida por Antonio Castillo Gómez (Universidad de Alcalá), a una actividad sumamente relevante en la historia social de la cultura escrita en Occidente: la escritura de cartas.
El libro comienza con una “Lista de ilustraciones” (pp. 7-8), a la que siguen una introducción y diez capítulos, y luego dos apartados que constituyen una inestimable contribución al lector: las “Referencias bibliográficas” (pp. 215-245) y un “Índice de nombres” (pp. 247-257). Además, el libro contiene quince figuras en blanco y negro que permiten un acercamiento a algunos de los documentos más relevantes mencionados en el texto.
En la “Introducción” (pp. 11-15), el autor expone, por un lado, su triple objetivo: su historia pretende ser la historia de una práctica de escritura, de una práctica material y de una práctica social, y, por otro, sus fuentes: las cartas que han llegado hasta nosotros en versión original, las que nos han llegado en borrador, lo que dicen los mismos textos epistolares acerca de los aspectos vinculados con la producción y el envío de las cartas mismas, y las cartas reproducidas en otros formatos (dibujo, grabado, etc.). Las preguntas que dan origen a la investigación se vinculan, de este modo, con los remitentes, los destinatarios, las técnicas e instrumentos y la finalidad de la escritura epistolar.
El capítulo 1, “En los orígenes de una tradición: la civilización grecorromana” (pp. 17- 37), está dedicado al período transcurrido entre los más antiguos testimonios de breves cartas escritas en griego, que pueden fecharse entre los siglos VI y IV a.C., y la difusión de epistolarios de importantes intelectuales del siglo VI d.C. Merece una especial atención del autor el Egipto del período ptolemaico. A partir del siglo I a.C. comienzan a aparecer cartas escritas en latín, lo que contribuirá a configurar “la característica principal de la correspondencia escrita en el mundo clásico: el bilingüismo y el bigrafismo” (p. 26). En el mundo romano se propaga el uso generalizado de la carta, que conoce un desarrollo impresionante hasta el siglo V d.C. El sistema de comunicación del Imperio entra entonces en una profunda crisis, que se suma a la reducción de la cantidad de población alfabetizada. En este milenio, es característica la diversidad de instrumentos y materiales escriturarios: punzón sobre plomo, cerámica o madera, entre otros, o bien cálamo y tinta sobre papiro y, más tarde, pergamino.
El capítulo 2, “La crisis, las crisis” (pp. 39-61), comienza con la mención del epistolario de Gregorio Magno (ca. 540-604) y termina con la de intercambios epistolares en el siglo XI. Este período del Medioevo se caracteriza por el uso privilegiado del pergamino para la escritura de cartas. La época carolingia y poscarolingia es la de la formación de epistolarios de importantes intelectuales vinculados a la corte de los francos; la de una disminución progresiva pero significativa de las mujeres como remitentes; la de la pérdida del bilingüismo y el bigrafismo característicos de la época anterior; la de la consolidación de la comunicación escrita como instrumento de cohesión y de dominio por parte de los eclesiásticos; la de una elaboración epistolar en etapas (borrador, revisión, redacción final, plegado, despacho); y la primera en la que las cartas comienzan a ser conservadas voluntariamente, lo que provocará, durante los ss. XI-XII, “la formación, con fines retóricos y escolásticos, es decir, expresivos y educativos, […] de nuevas recopilaciones ejemplares de cartas, de naturaleza e interés tanto religiosos como políticos” (p. 54).
Los siglos XII y XIII son los estudiados en el capítulo 3, “Europa vuelve a aprender a escribirse” (pp. 63-81). En esta época se consolidan tendencias ya iniciadas en el período anterior y se verifican importantes innovaciones. Surge el notariado público, se utiliza más ampliamente el papel árabe, regresan formas de cursiva, crece el alfabetismo, se descubre que las lenguas vernáculas habladas también pueden escribirse y, con el tiempo, se afirma esta tendencia a la epistolografía en lengua vulgar con respecto a la oficial en latín. El pergamino siguió siendo el material predominante en las cartas, y continuó la práctica archivística gracias a la cual conservamos hoy importantes colecciones de la época. Además, en este período se registra la existencia de “dos circuitos de correspondencia escrita, a los cuales les corresponden dos niveles lingüísticos distintos, a veces directamente (aunque es raro) dos lenguas, el latín y el vulgar” (p. 79), cuya existencia pone en evidencia la cada vez mayor necesidad de los estratos bajos de la sociedad europea de dominar la escritura en una sociedad cada vez más burocratizada. 
En el capítulo 4, “La otra lengua. La epístola como discurso” (pp. 83-99), Petrucci se aboca al estudio de los siglos XIV y XV. El capítulo se abre con la narración del descubrimiento, por parte de Francesco Petrarca, de las cartas de Cicerón en 1345, hecho que influirá profundamente en el estilo epistolario personal de Petrarca, en el de los demás precursores del humanismo italiano y, en general, en toda la correspondencia escrita en latín en la Europa de la época. Las cartas de Petrarca marcan el inicio de la epistolografía humanista en lengua latina, lengua que seguía siendo internacional y oficial (lo que no quita que los humanistas también hayan escrito frecuentemente en sus lenguas vernáculas). La estructura y configuración de las cartas de esta época era “básicamente igual a la medieval” (p. 94), aunque sí se verifican innovaciones, por ejemplo, en la ortografía (en la que se volvía a los usos clásicos), en el léxico y en la escritura. Excepto muy pocas excepciones, las mujeres no participaban del intercambio epistolar.
Un siglo de profundos cambios en la historia de la escritura de cartas en Occidente, el siglo XVI, el del nacimiento de la carta moderna, es el estudiado en el capítulo 5, “Escribirse en el mundo moderno” (pp. 101-125). El autor repasa aquí los múltiples factores que dieron lugar, en ese momento, a “una auténtica explosión (o revolución) de la correspondencia escrita” (p. 101), entre los cuales están el aumento de la alfabetización, la adopción cada vez más generalizada de las lenguas vulgares y una mayor movilidad de la población. La carta presenta en esta época “características formales y de fondo de notable novedad respecto de las medievales” (p. 102), como por ejemplo la adopción generalizada del papel como soporte material y el uso alternado del latín y el respectivo vulgar por parte de las personas instruidas. El incremento notable de la producción y la conservación de la correspondencia escrita, incluso por parte de mujeres, provoca que el autor se focalice en la producción epistolar de tres áreas culturales y lingüísticas bien definidas: Italia, Francia y España.
El capítulo 6, “Del énfasis de la epístola barroca a la sobriedad de la carta burguesa” (pp. 127-143), está dedicado a los dos siglos siguientes, XVII y XVIII. Asistimos aquí a la transición entre dos modelos epistolares claramente diferenciados: desde la carta “orientada cada vez más a la pura formalización de la expresión gráfica en un sentido manierista” (p. 127), con énfasis en los elementos ornamentales como los tiri (dibujos antropomorfos o zoomorfos que ocupaban los márgenes de las cartas) y una escritura marcadamente inclinada hacia la derecha y con ligaduras complejas y formas curvas y artificialmente alargadas, entre otros ornamentos, a la carta ya desprovista de esos rebuscados y exagerados adornos, con formas de escritura menos artificiosas y más simples, claras a nivel gráfico, fácilmente comprensibles y con un mensaje breve y conciso, propias del clima sociocultural de la época de la primera Revolución Industrial y, por lo tanto, del primer capitalismo moderno. Cada vez más gente escribe cartas, en parte por la progresiva burocratización de las instituciones, y en parte por las exigencias de la administración pública.
En el capítulo 7, “La revolución contemporánea” (pp. 145-162), se analizan las características de la práctica epistolar en el siglo XIX, en el cual continúa extendiéndose la alfabetización a sectores cada vez más amplios de la sociedad, se hacen más rápidos el envío y la recepción de las cartas y surgen nuevos medios técnicos que contribuyen a la expansión de la comunicación escrita. Petrucci revisa aquí los factores materiales que dieron sus características propias a las cartas de este siglo; entre ellos, se encuentran la invención del sobre y de la pluma de acero, la introducción de las estampillas y la difusión del uso del papel de carta. En este momento, “la correspondencia escrita pasó […] a ser un fenómeno sociocultural funcional y estructural del desarrollo cultural y económico de la nueva sociedad industrial” (p. 148), por lo cual no sorprende que se hayan creado y desarrollado entonces los servicios postales públicos y se hayan producido modificaciones técnicas y materiales como el telégrafo y la tarjeta postal con franqueo pago; puede agregarse también la pluma estilográfica.
Los dos capítulos siguientes están dedicados al siglo XX. El título del capítulo 8, “Die Welt von Gerstern (El mundo de ayer)” (pp. 163-187), remite naturalmente al libro de memorias de Stefan Zweig. En este momento se consolida y adquiere prestigio el uso de la estilográfica, a la vez que se introduce un nuevo instrumento escriptorio: la máquina de escribir, que permitía una escritura veloz, automáticamente ordenada, uniforme y fácilmente legible. El otro instrumento innovador que surgió en esta época fue el bolígrafo de bolilla giratoria o birome. Continúa predominando el tipo de carta burguesa que se estudió en el capítulo anterior, tanto en la esfera pública como en la privada, si bien la enorme generalización de la alfabetización propició que personas pertenecientes a las clases subalternas urbanas escribieran cartas con características diferentes a las propiamente burguesas (uso del lápiz, preferencia por la postal, etc.). La segunda parte del capítulo está dedicada a los extensos intercambios epistolares entre intelectuales (Mann, Pavese, etc.) por un lado, cada vez más angustiados ante el escenario bélico del siglo XX, y, por otro, cada vez más comprometidos en los mecanismos de producción libraria.
En el capítulo 9, “Crisis, sufrimientos, miedos” (pp. 189-206), continúa el análisis de la epistolografía del siglo XX, época en la cual siguen siendo muy copiosos los intercambios epistolares entre los intelectuales, tanto aquellos como los señalados en el capítulo anterior, nacidos de la necesidad de manifestar el desasosiego ante un mundo “cada vez más difícil de entender” (p. 194), como aquellos surgidos para abordar “los problemas concretos de la acción propiamente política” (p. 195). Las cartas de este momento presentan algunas características distintivas, como una enorme extensión (lo que hace pensar en que las cartas eran concebidas como textos literarios), su frecuente multiplicación en copias y su circulación en un ámbito reducido. La segunda parte del capítulo está dedicada a las “cartas extraordinarias, es decir, redactadas y expedidas en condiciones anormales por personas en una situación de sufrimiento por distintos motivos” (p. 199), como exilio, prisión, espera de la ejecución (“escrituras últimas”, p. 204), etc.
Finalmente, el capítulo 10, “Tod und Verklärung (Muerte y transfiguración)” (pp. 207-214),lleva el título del poema de Richard Strauss, que, de acuerdo con Petrucci, “puede representar los cambios formales y sustanciales que la comunicación escrita ha soportado en la segunda mitad del siglo XX” (p. 207, n. 1). El autor aborda aquí los profundos cambios producidos en la práctica epistolar en los últimos años del siglo XX y los ya transcurridos del siglo XXI, cuya génesis se encuentra en el desarrollo y consolidación de la informática. Salvo casos puntuales, la carta de papel, en Occidente, ha sido sustituida por el correo electrónico, que tiene sus propias características distintivas, entre las que el autor menciona la abolición de las fórmulas de cortesía y saludo y la extrema brevedad y pobreza del texto. Además, Petrucci menciona el sistema de envío de mensajes mediante el teléfono celular denominado SMS (Short Message Service). Téngase en cuenta que en el momento de redacción de este libro (2008) estaba en desarrollo la aplicación más usual, hoy, para los mensajes mediante teléfono celular: Whatsapp.
Escribir cartas, una historia milenaria es un libro sumamente atractivo para quienes deseen sumergirse en la apasionante historia de la práctica epistolar en Occidente desde su surgimiento hasta los días actuales. Es además una obra amena y muy bien documentada que, gracias a la erudición y a la larga experiencia docente del autor, puede ser comprendida y disfrutada por un público amplio, no especialista. En suma, se trata de un ensayo muy recomendable para los interesados en obtener una visión de conjunto sobre este importante aspecto de la cultura occidental.

 

Por Marcela Coria
[Universidad Nacional de Rosario – coriamarcela@hotmail.com]