RESEÑAS

Ángeles Mateo del Pino (editora). Ángeles Maraqueros. Trazos neobarroc-s-ch-os en las poéticas latinoamericanas. Buenos Airess: Katatay, 2013, 464, páginas.

El libro Ángeles maraqueros, cuyo título remite a imágenes sincréticas del barroco latinoamericano, reúne los trabajos de diecisiete críticos que miran el neobarroco desde Argentina, Chile, Costa Rica, Cuba, España, Francia, Holanda, México y Uruguay. Mediante la forma plural del término “poéticas” y la complejización del concepto de neobarroco, se exhiben las peculiaridades regionales del objeto en cuestión: desde la trama cultural del Brasil y del Caribe que dio lugar al neobarroco de Haroldo de Campos o Severo Sarduy, al neobarroso rioplantense de Perlongher o al neobarrocho nacido a orillas del río Mapocho, en Chile.
Para ingresar a este universo polimórfico y plurisignificante, Ángeles maraqueros ofrece una hoja de ruta claramente diseñada: un estudio preliminar, cuatro grandes secciones que organizan los capítulos y, finalmente, las notas bio–bibliográficas sobre los autores.
Ya desde el título del estudio preliminar, “Barroco constante más allá de…”, Ángeles Mateo del Pino invita a recorrer la genealogía del neobarroco. A partir de la alusión a los versos quevedianos, repasa las teorías clásicas sobre el barroco, las antologías poéticas del siglo XX como Medusario o Caribe transplatino, y los escritos programáticos y críticos que delinearon el concepto de neobarroco, así como de sus variaciones, el neobarroso y el neobarrocho. La editora del volumen reflexiona, también, sobre otras denominaciones que fueron acuñadas pero que han sido menos afortunadas en el lenguaje crítico y poético: neoborroso, neobaroso, transbarroco, barrococó, neoberraco…
Los primeros cinco capítulos del libro integran la sección “Neobarroco y otras perlas bruncas”, que recorre los senderos del neobarroco en artículos de Roberto Echavarren, Mario Cámara, José Ismael Gutiérrez, Nanne Timmer y Jorge Chen Sham. Trazando una genealogía que se remonta a Góngora y Sor Juana, en el mundo hispánico, y a Antonio Vieira y Gregório de Mattos, en el Brasil, el barroco y su avatar contemporáneo, el neobarroco, se explican como una forma de expresión recurrente en distintos momentos de la modernidad latinoamericana. Siempre entre la experimentación formal y la batalla con el pensamiento totalizador de cualquier signo – ya se trate de la contrarreforma católica del siglo XVII o la “antigua izquierda totalizadora” del siglo XX (Echavarren) –, la tradición barroca es releída para concluir en que “el barroco americano y brasileño construye su diferencia en el interior de un código ya maduro” (Cámara). Eso lleva a entender el neobarroco no como una simple recuperación de procedimientos barrocos, sino como una tarea de autopercepción e interpretación cultural, visible en obras como El mundo alucinante, en la que Reinaldo Arenas parodia y reinventa la escritura y la figura de fray Servando Teresa de Mier (Gutiérrez). A la sombra de Sarduy, se estudian otros autores caribeños contemporáneos, como Margarita Mateo, Ena Lucía Portela, Pedro de Jesús y Rodolfo Arias, en una aproximación que recompone los lazos entre la literatura y otras artes, como la pintura, y redescubre, en la prosa muchas veces denominada posmoderna, la mirada satírica y las figuras de la alegoría barroca (Timmer) así como la “subversión carnavalesca” (Chen Sham).
Al Río de la Plata se llega en la sección “Del neobarroso al neoborroso rioplatense”. En ella se agrupan cuatro capítulos, escritos por Paula Siganevich, Enrique Foffani, Jimena Néspolo y Fernando Moreno. Se destaca en ellos el valor micropolítico de la escritura en lengua neobarrosa: desafío al orden estatal y a las normas culturales dominantes, denuncia de la realidad por medios indirectos, enfrentamiento a todos los contenidismos y formas ingenuas del realismo, discursos simultáneamente crípticos y reveladores, tal como queda ejemplificado en los casos de Osvaldo Lamborghini (Néspolo), Marosa di Giorgio (Moreno), Néstor Perlongher y Tamara Kamenszain (Siganevich). Precisamente en El eco de mi madre de Kamenszain se ilustra con claridad la reactualización contemporánea del barroco, pues el texto invoca tópicos centrales de la estética del siglo XVII para leer la enfermedad de Alzheimer como memento mori y proceso de metamorfosis en el sujeto, pautado por juegos de ecos y repeticiones, sin olvidar la sátira de la medicina al mejor estilo de Quevedo o Caviedes ni el intento de mirar lúdicamente la tragedia del destino (Foffani).
El eje de los cuatro capítulos de la sección “Neobarrocho en la loca geografía” es la versión chilena del barroco contemporáneo, estudiada por Macarena Areco Morales, Zenaida Suárez M., María A. Semilla Durán y Javier Bello. Estos críticos demuestran que si la teoría y la literatura son escenificadas, sobrerrepresentadas, en el palimpsesto de los escritos de Diamela Eltit, es para poner ante los ojos “los imperativos de lo real” (Areco Morales) o para metaforizar la voz de denuncia, como ocurre también en la poesía visual / objetual de Juan Luis Martínez. Por ello, la neovanguardia chilena será puesta en la mira para reconocer las figuras, la polifonía y la conjunción de códigos culturales propios del barroco que configuran el “modo de expresión de un tiempo de crisis” (Suárez M.). Estos y otros recursos – artificialización, teatralización, desplazamientos, parodia, proliferación, carnavalización, condensaciones y permutaciones – son estudiados en la escritura cronística de Pedro Lemebel (Semilla Durán), mientras que los límites del conocimiento, la opacidad lingüística y las alusiones culturales – a la poesía de Neruda, por ejemplo – son desmontados en una lectura de Voca, de Simón Villalobos Parada (Bello).
La última parte del libro, “Transbarroco, mise en scène y attrezzo” evoca el aspecto dramatúrgico del barroco en prácticas que exceden el ámbito de lo literario. Escriben en esta sección Ángeles Mateo del Pino, Gloria L. Godínez Rivas, Nieves Pascual Soler y José Rodríguez Herrera. Siguiendo el rastro a esas formas de arte efímero que son las performances, Mateo del Pino reconstruye el itinerariodel colectivo de arte de los años ochenta Las yeguas del apocalipsis, integrado por Pedro Mardones / Lemebel y Francisco Casas, para mostrar cómo la estética camp se pone al servicio de la exhibición política y militante de la resistencia desde la diferencia, en textos / cuerpos significantes y contestatarios. La metáfora de la vida como teatro, del ser como personaje, es llevada al límite en intervenciones donde la cita, tan cara al gusto barroco, se reactualiza con otros sentidos, como la imagen torturada del San Sebastián católico que reaparece, body-art mediante, en el cuerpo homosexual atravesado por jeringas de la performance Lo que el sida se llevó. Ese mismo santo, erotizado por la comunidad que lo adopta y lo adapta, se transforma en San Sebastián Patrono Gay en un cristianismo posmoderno y alternativo que constata “el fracaso de la moral católica en el proyecto de modernidad del cual somos herederos” (Godínez Rivas). De modo similar, otras formas de religiosidad, como la devoción a la “Santísima Muerte” en México o al “Lupón”, una figura de culto popular surgida en la frontera entre ese país y los Estados Unidos, complejizan la herencia sincrética de la imagen barroca. Artificio, parodia y erotismo reaparecen también en la “cocina barroca”, de autor y “posmoderna”, que Pascual Soler analiza, en tanto que práctica performativa, desde el esquema operatorio de Sarduy: mecanismos de sustitución, proliferación y condensación de ingredientes, ya sean reales o virtuales; parodias de los platos / textos montadas a partir de la intertextualidad, de citas y reminiscencias de olores y sabores. Por último, José Rodríguez Herrera estudia cómo la música popular, en las películas de Almodóvar, resignifica la cita y la alusión barrocas en clave kitsch.
En síntesis, Ángeles maraqueros propone al lector múltiples puertas para ingresar al neobarroco / neobarroso / neobarrocho, desde una lectura atenta y actualizadora de los códigos y tópicos del barroco histórico. Los autores redescubren los trazos de esa estética barroca en varias de las poéticas latinoamericanas contemporáneas, perciben sus huellas en las formas, en la retórica, en las citas e, incluso, en la representación de un cierto modus vivendi. Y sin duda, uno de los mayores aciertos del libro es la puesta en primer plano del sentido, cultural y (micro)político, de esta nueva irrupción de lo barroco en los diversos tiempos y regiones de América Latina.

Cristina Beatriz Fernández
Universidad Nacional de Mar del Plata
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas