Vicens, María. “Las grietas del crisol: comunidad, nación y género en Ada María Elflein y Salvadora Medina Onrubia. Anclajes, vol. XXIX, n.° 2 mayo-agosto 2025, pp. 107-119.

https://doi.org/10.19137/anclajes-2025-2928 


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DOSSIER

Las grietas del crisol: comunidad, nación y género en Ada María Elflein y Salvadora Medina Onrubia

The cracks in the melting pot: community, nation and gender in Ada María Elflein and Salvadora Medina Onrubia

As fissuras do crisol: comunidade, nação e gênero em Ada María Elflein e Salvadora Medina Onrubia

María Vicens

Universidad de Buenos Aires–CONICET

Argentina

mavicens@gmail.com

ORCID: 0000-0003-2928-1283

Fecha de recepción: 20/03/2024 | Fecha de aceptación: 06/08/2024

Resumen: Si bien las trayectorias literarias de Ada María Elflein y Salvadora Medina Onrubia parecen ser antagónicas en el contexto de la Argentina del centenario, los relatos breves que publican en esos años comparten un vínculo impensado: son ficciones en las que la noción de pueblo y los personajes de extracción popular desempeñan un rol fundamental asociado con la reflexión en torno a la identidad argentina. La imagen del crisol de razas, el pasado patrio y las tensiones de género que estos procesos disparan en la configuración de la comunidad nacional constituyen aspectos clave en estas historias ante la emergencia del discurso nacionalista y los conflictos derivados del proceso modernizador en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX. Así, Elflein y Medina Onrubia establecen una alianza tácita que discute la mirada viril asociada al mundo criollo y expone las fisuras de esa Argentina que se piensa moderna.

Palabras clave: Ada María Elflein; Salvadora Medina Onrubia; Literatura argentina; Cultura de masas; Nacionalismo.

Abstract: Although the literary trajectories of Ada María Elflein and Salvadora Medina Onrubia seem to be antagonistic in the context of Argentina’s centenary, the short stories that they published in those years share an unexpected link: they are fictions in which the notion of people and the characters of popular extraction play a fundamental role associated with the reflection on Argentine identity. The image of the melting pot of races, the patriotic past and the gender tensions that these processes trigger in the configuration of the national community constitute key aspects in these stories in the face of the emergence of the nationalist discourse and the conflicts derived from the modernizing process in the Argentina of the first decades of the 20th century. Thus, Elflein and Medina Onrubia establish a tacit alliance that discusses the virile view associated with the Creole world and exposes the fissures of that Argentina that thinks itself modern.

Key words: Ada María Elflein; Salvadora Medina Onrubia; Argentine literature; Mass culture; Nationalism.

Resumo: Embora as trajetórias literárias de Ada María Elflein e Salvadora Medina Onrubia pareçam antagônicas no contexto da Argentina do centenário, os contos que publicaram nesses anos compartilham um vínculo inesperado: são ficções onde a noção de cidade e personagens de extração popular desempenham um papel fundamental associado à reflexão sobre a identidade argentina. A imagem do crisol de raças, do passado patriótico e das tensões de género que estes processos desencadeiam na configuração da comunidade nacional constituem aspectos-chave nestas histórias face à emergência do discurso nacionalista e aos conflitos derivados da modernização processo na Argentina das primeiras décadas do século XX. Assim, Elflein e Medina Onrubia estabelecem uma aliança tácita que discute a visão viril associada ao mundo crioulo e expõe as fissuras daquela Argentina que se considera moderna.

Palavras-chave: Ada María Elflein; Salvadora Medina Onrubia; Literatura argentina; Cultura de massa; Nacionalismo.

En 1913 Salvadora Medina Onrubia decide trasladarse de Gualeguay a Buenos Aires. A los 18 años, lleva con ella un hijo de un año que cría sola, un título docente, algunos relatos recientemente publicados en Fray Mocho basados en sus experiencias como maestra rural y varias cartas de Simón Radowitzky, el joven anarquista preso desde 1909 por el asesinato del jefe de la Policía, Ramón Falcón. Ese mismo año, Ada María Elflein empieza a publicar sus primeros relatos de viaje por la Argentina en el diario La Prensa, el punto culminante de una trayectoria literaria meteórica que había comenzado en 1905 tras ser contratada por este diario –el más popular del país en ese momento– para escribir un cuento semanal. Valorada como una escritora culta y virtuosa, autora de ejemplares relatos escolares y leyendas, Elflein emprende esa nueva etapa de su carrera acompañada por otras maestras y amigas que se lanzan con ella a la aventura. En este sentido, 1913 es un punto de inflexión en las carreras literarias de estas escritoras que, a su vez, expone las diferencias entre ambas, casi como opuestos complementarios: mientras que Elflein afianza su trayectoria de la mano de la imagen de la maestra nacionalista rodeada de escolares, negociando con las expectativas de género de la época su disidencia sexual (Szurmuk 135) y sus ambiciones profesionales (Torre 211-227, Vicens Escritoras 254-256, Crespo “La aliada” 165-189), Salvadora Medina Onrubia encarna una impronta rebelde que deriva tanto de sus ideas como de su vida personal (Saítta 54-59, Delgado 487-510, De Lucía 13-14, Escales 27-28). Es decir, Elflein y Medina Onrubia representan dos modos de ser escritora en la Argentina del centenario que se dirimen, ante todo, en la forma en que cada una interviene en la esfera pública. Y, en este escenario, negociar o rebelarse parece ser la decisión clave que organiza el universo de las mujeres con ambiciones literarias en esos años de transición. 

Sin embargo, en estas trayectorias autorales tan distintas, antitéticas incluso, aparece un punto de confluencia: como se señaló en el párrafo anterior, tanto Elflein como Medina Onrubia publican, en la prensa masiva de su tiempo, relatos breves enfocados en distintas figuraciones del pueblo y la comunidad nacional. Protagonizadas por personajes anónimos, cuyas vidas invisibles se dispersan por los rincones de la patria, estas ficciones reflexionan sobre la identidad argentina –la del pasado independentista y la del presente proyectada al porvenir, configurada en torno a la imagen del crisol de razas– y establecen una mirada particular, oblicua, respecto de los debates que irrumpen, en ese momento, en el campo cultural argentino. Porque 1913 es, también, el año en que Leopoldo Lugones ofrece sus célebres conferencias sobre Martín Fierro en el Teatro Odeón, aquellas que reconfigurarán el canon literario en diálogo con otras intervenciones fundamentales de la época, como las de Ricardo Rojas y Manuel Gálvez. Si bien estos autores de la llamada “restauración nacionalista” pondrán en discusión distintos sentidos de lo nacional, todos confluyen en la elección del gaucho y el campo como aquel reservorio identitario capaz de aglutinar una comunidad que se percibe maleable y dispersa ante los cambios provocados por la modernización[1]. La coincidencia de esta primacía de lo viril popular como cifra de la argentinidad no es casual, si se tiene en cuenta que uno de los efectos más visibles de este proceso modernizador fue, junto con el impacto de las políticas inmigratorias y la creciente organización sindical, la mayor presencia de las mujeres en la esfera pública (Masiello 191), pero sí cabe preguntarse ante este panorama cómo se posicionaron las escritoras, especialmente aquellas interesadas en los emergentes discursos nacionalistas y criollistas, ante esta reconfiguración del imaginario cultural. ¿Cómo pensar los relatos rurales de Elflein y Medina Onrubia en esta coyuntura? ¿Qué es para ellas el pueblo y cómo se relaciona con las imágenes viriles que ganan terreno en esos años? ¿Cómo intervienen ante este nuevo “reparto de lo sensible” (Rancière 16) que recupera lo criollo en clave mítica, popular y patriarcal? Lejos de permanecer al margen de estos debates, ambas escritoras encontrarán, en sus ficciones breves, diversas modulaciones de la comunidad nacional que redefinen el lugar de las mujeres respecto del pueblo y la tradición. 

Fuera de campo

Se podría afirmar que Ada María Elflein encarna una impronta autoral emblemática para la Argentina del crisol de razas: hija de inmigrantes alemanes y formada en las instituciones educativas creadas por el Estado nacional fue una autora popular de relatos destinados a ese gran público que se expande en las primeras décadas del siglo XX de la mano de la prensa. Tanto su biografía como sus textos refrendan esta imagen, a partir de la cual se promovió aquella “cultura de integración” (Rogers 18) que aspiraba a neutralizar las notables diferencias étnicas, lingüísticas y de clase de una sociedad atravesada por el proceso inmigratorio mediante la articulación de una identidad nacional en construcción y proyectada al futuro. A diferencia de posicionamientos como los de Lugones o Rojas, que recurrieron al pasado —y específicamente a la imagen del gaucho— para cifrar una identidad propia ante lo que percibían como una invasión extranjerizante, Elflein, al igual que otros escritores y escritoras de la época, abrió otra vía en sus crónicas de viaje, como han analizado en detalle Mónica Szurmuk (136), Claudia Torre (211-27), Martín Servelli (A través 61-2) y Pilar Cimadevilla (777-802) en las cuales, a menudo, los y las inmigrantes son retratados como verdaderos pioneers promotores de la civilización en los rincones del país. El maridaje de esta gesta moderna suele ser la historia y aquellos acontecimientos patrios que la autora evoca para sus lectores urbanos en cada sitio que visita, también, un interés por el pasado nacional que ya había revelado su eficacia en las ficciones breves que Elflein había escrito para La Prensa desde su ingreso al diario en 1905. De hecho, la fragua de la nación es la coordenada central de su primer libro, Leyendas argentinas (1906), una selección de relatos publicados el año anterior, en los que se impone el interés por narrar el rol del pueblo en ese proceso. Para ello, el procedimiento central será la elusión: cada relato refiere un episodio clave de la historia nacional —las invasiones inglesas, la Revolución de Mayo, el cruce de los Andes, la defensa de Salta por los gauchos de Güemes, la primera expedición al desierto, la epidemia de fiebre amarilla— que, sin embargo, evita contar. Lo que se narra en realidad es el fuera de escena, ya sean circunstancias que se desarrollan antes o en paralelo a esos episodios históricos que iluminan, de otra manera, ese pasado.

A la sombra de las historias de los grandes próceres —que aparecen, a veces, de manera tangencial y secundaria— Leyendas argentinas prioriza las historias mínimas, anécdotas de nula o escasa relevancia histórica protagonizadas por personajes anónimos, como ha señalado Natalia Crespo al analizar sus heroínas de guerra (“Batallar en los bordes” s/p), que, sin embargo, revelan su carácter extraordinario en pequeños grandes actos. “La cadenita de oro”, el primer cuento que Elflein publica en La Prensa, ya presenta esta idea nuclear, que se repetirá en la mayoría de los cuentos del tomo: Carmen, una huérfana que sirve en la casa de una gran señora mendocina en 1816, quiere entregar su única posesión –la cadenita de oro que titula el relato– a la causa independentista al escuchar sobre las donaciones de las damas mendocinas “mientras esperaba, cruzada de brazos, el mate para cebarlo” (Leyendas 45), y este sacrificio supremo para ella, pero mínimo en sus efectos generales es recompensado por el mismo San Martín con un trabajo “donde nadie te reñirá ni pegará” (53) bajo su servicio. El pequeño gran gesto de esta heroína plebeya y anónima se redimensiona a partir del escenario revolucionario y, al mismo tiempo, condensa en ese sentimiento compartido su posibilidad de participar de lo común, el sentir de una época que lleva a la acción, a recortarse del trasfondo de la historia. En el relato, la patria es una noción abstracta —San Martín le pregunta a Carmen: “¿Sabés tú lo que es la patria? No, porque todavía eres muy chica; pero cuando seas más grande lo comprenderás” (53)— y porosa todavía en construcción que, sin embargo, tiene el poder de modelar una comunidad imaginada (Anderson 23-5) de la que se sienten parte las y los integrantes del pueblo, de un lado y del otro de la página.

En este sentido, los cuentos de Leyendas argentinas se vinculan con la noción de “relatos comunes” que propone Nicolás Suárez (12-5) para analizar los diversos modos en que la literatura argentina del siglo XIX es retomada por el cine en el siglo XX, en lo que respecta a las diversas constelaciones de sentido que concita el término, ya sea en lo referente a los modelos de comunidad que ponen en juego estas ficciones y/o su relación con lo corriente y lo ordinario. Si los cuentos de Elflein tratan sobre “gente común”, héroes anónimos que con sus pequeños grandes actos demuestran su derecho a ser vistos, a existir en el relato de la fundación de la patria —en “La cadenita de oro” se subraya la intención de Carmen de protagonizar esa acción “noble y digna de aplauso” (Elflein Leyendas 47)—, también son comunes porque, en su atención a esas historias mínimas, se exhibe cómo la revolución y la política atraviesan todas las capas de la vida en sociedad y, en un doble movimiento, también engloban en un mismo sentimiento a todas esas capas[2]. Así, estos relatos buscan tejer lo comunitario, aquellos lazos que traman una identidad compartida en su capilaridad mínima, a partir de la remisión al pasado. La patria le habla a todos: sirvientes, campesinos, soldados, hijos de españoles, hombres, mujeres, niños, niñas y se refleja en todo a partir de un recurso que, paradójicamente, revela lo extraordinario de estos héroes comunes: el altruismo es lo que hace resaltar a los personajes de Elflein del fondo de la escena, una enseñanza que se proyecta sobre ese presente cruzado de temores ante la expansión del activismo político y la mayor visibilidad de las multitudes.

Esta imagen de ejemplaridad patriótica, que encuentra en el pasado el germen de esa identidad argentina plural proyectada al futuro, es un motivo recurrente en la escritura de Elflein que ha sido destacado por la crítica, tanto en su narrativa de viaje (Szurmuk 132-41, Servelli “Paisajes” 467) como en sus cuentos (Gómez Paz 115-35, Crespo “Ada Elflein” 54-71), y una de las claves de su éxito como escritora[3]. Tomando estas nociones de comunidad, nación e identidad que Leyendas argentinas sintetiza de un modo emblemático, me interesa indagar en otros relatos de Elflein, también publicados en La Prensa, que comenzarán a mostrar los dobleces de ese auspicioso crisol y exhibir sus límites. ¿Hay lugar para todos en esa Argentina que se piensa moderna y democrática? Esa pregunta resuena en el caso de “Dos amigos”, un relato ambientado en los tiempos de las invasiones inglesas, publicado originalmente en 1907. Como en los cuentos de Leyendas argentinas, Elflein elude el episodio histórico y se concentra en una historia marginal de héroes anónimos, pero, en contraste con aquella ejemplaridad patriótica que la habían convertido en una escritora popular, la trama de este relato sugiere otros sentidos y representaciones de comunidad. Tras el triunfo de Buenos Aires, un convoy de prisioneros es trasladado a San Juan para cumplir condena y este viaje a través de la pampa servirá de escenario para contar la historia de una amistad inesperada: la de un soldado inglés y una niña esclava. En los intersticios de aquel imaginario romántico que había encontrado en ese espacio su paisaje nacional y sus héroes, Elflein se hace eco de esa pampa sublime, pero elige resignificarla a partir de la elección de dos protagonistas excluidos de la comunidad nacional. Como en el caso de La cautiva, Anderson y Marcelina mueren en su viaje —él, debido a la falta de experiencia, no logra protegerse de una tormenta de tierra; ella no quiere abandonar su cuerpo y se escapa de su madre—, pero esas dos tumbas en medio del desierto no fundan un territorio en clave alegórica como en el poema de Echeverría (Laera “La mujer” 149-64). Más bien, conjuran una pampa donde la vida a la intemperie da lugar a la creación de alianzas afectivas que se forjan para sobrevivir a la adversidad, por fuera de la comunidad nacional[4].

Lejos de ser una excepción, las grietas del relato identitario que emergen en “Dos amigos” aparecerán también en otras ficciones protagonizadas por sujetos marginados de la comunidad nacional, que relativizan aquella épica de los comunes que retrata Leyendas argentinas. Si relatos como “De tal palo” (1916) enfocan la mirada en las mujeres rebeldes del pasado, que eligen el amor por sobre el mandato familiar (la libertad de elección ya no se refleja en la libertad política, sino en la posibilidad de unión más allá de las diferencias de clase y de nacionalidad) y, en otros casos, como “Por un bailecito” (1911), los triunfos independentistas son accidentales (Nicéforo Ledesma rescata por azar al regimiento de Las Heras de un ataque realista por su afición al baile), en “Ojo de agua” estas fisuras se vuelven dramáticas. Mateo Lozano, un paisano de ascendencia indígena que vive con su familia en un manantial serrano, decide ayudar a los realistas cansado de los saqueos por parte de ambos bandos. La revolución, en el caso de Mateo, no es un proceso que interpela sino un fenómeno externo y perturbador que le es ajeno, como destaca el narrador:

Lozano había colegiado por los relatos vagos de algunos mineros que algo anormal ocurría lejos del ojo de agua, que el ente fantástico llamado rey, había sido reemplazado por otro igualmente misterioso llamado Junta, y que en el nombre de uno y de otra se estaba vertiendo sangre, afuera, en el mundo. (De tierra 170)

El otro indígena permanece al margen de la Historia y de la patria exhibiendo, en ese doblez, la violencia del proceso revolucionario y los límites de esa comunidad imaginada que se proyecta idealizada en el pasado, ya que son los revolucionarios quienes cortan el suministro del manantial para vengarse de Lozano, provocando la muerte de él y su familia. La resolución extrema contrasta con la mirada de aquellos “bárbaros” del siglo XIX convertidos en integrantes pacíficos y pintorescos de la comunidad nacional moderna que Elflein retrata en sus crónicas de viaje (Vicens “Mujer” 54-6) y demuestra cómo la ficción provee un campo atractivo para visibilizar los conflictos latentes en la Argentina del crisol de razas.

De hecho, estos relatos que muestran los límites y fisuras del pasado patrio no se limitan a personajes excluidos de la comunidad por razones de nacionalidad, clase o etnia; también asoma en ficciones en las que se recuperan las figuras del gaucho y del soldado para hacer lugar a la mirada de los vencidos y de los explotados por el Estado, en línea con la inflexión contestataria de El gaucho Martín Fierro (1872) y Juan Moreira (1880). En “De soldado a generalísimo” (1911), por ejemplo, el cabo a quien Pedro Lozano, un gaucho reclutado en los tiempos del general Paz, cuenta su historia de vida, señala luego de escucharlo: “Tanto nos han hablado de la libertad y de que todos somos iguales y qué sé yo qué, y no se cansan de arriarnos para el cuartel lo mismo que a recua de mulas” (Elflein De tierra 88). Otra historia de vida gaucha, perdida a causa de la guerra y de la leva, se confía en “Andá nomás” (1911): esta vez será la de un desertor de las huestes de la Confederación quien es liberado por el soldado a cargo de vigilarlo. A diferencia del sacrificio de los héroes de Leyendas argentinas, como la María de “El camino de la muerte” que se tira por un barranco para conducir al mismo destino a un batallón de soldados realistas, la inmolación del vigilante anónimo está puesta al servicio de la desobediencia y de un altruismo que va más allá de la defensa de la patria, incluso a contrapelo de ella, ya que, al dejar escapar al desertor, este sabe que será fusilado. Por su parte, en “El guapo” (1912) el propio mito gaucho será puesto en juego, al narrar el duelo entre Camilo Vega y Rufino Vergara desde la perspectiva del derrotado, para finalmente afirmar: “comprendió que no siempre es vergüenza el ser vencido, y en la mano viril que se le tendía colocó sin titubear la suya y bajó la vista con el pudor de los bravos vencidos, pero no humillados” (85). Elflein interviene, de este modo, en aquel régimen sensible que había propuesto la virilidad gaucha como cifra de la identidad argentina de la mano del nacionalismo y del criollismo, exponiendo otro modo de ser hombre. Al igual que en sus relatos urbanos, a menudo protagonizados por mujeres solas y alienadas por la vida moderna (Vicens Escritoras 258-62), estas ficciones históricas perdidas en las páginas de la prensa muestran hasta qué punto aquella imagen de escritora patriota modelada por la propia Elflein y sus interlocutores en el campo cultural oblitera líneas de fuga que no solo ponen en discusión esa impronta sino también el discurso nacionalista hegemónico de esa época[5].

 

Viditas

Las grietas que surgen en la comunidad nacional imaginada por Elflein cuando se leen en contrapunto los cuentos compilados en Leyendas argentinas y los que publica en La Prensa sintonizan sorpresivamente con los intereses de otra colega, tan distinta en sus recorridos e ideas como Salvadora Medina Onrubia. Como en el caso de Elflein, los lectores masivos de la prensa habían sido los primeros destinatarios de El Libro humilde y doliente (1918), un conjunto de relatos basados en sus experiencias como maestra rural en Gualeguay publicados en la revista Fray Mocho en 1912. Y, también como en el caso de Elflein, el pueblo es el gran protagonista de estas ficciones, aunque estas no recurran al pasado patrio para apuntalar la identidad nacional. Por el contrario, se enfatiza su carácter real y contemporáneo. En el prólogo del libro, Medina Onrubia señala: 

No hay uno solo que no haya sido vivido. No están, siquiera tergiversados los hechos y ni he cambiado el nombre a mis personajes, humildes gentes que no tendrán siquiera ocasión de reconocerse. Existen hoy todos, allá en mi rinconcito de Entre Ríos donde tanto he soñado… Todos, menos aquel pobre Ramoncito Barragán al que mató el tren un día que cuidaba las vacas. ¿Verdad que es un lindo epílogo para mi cuento? No podría inventarse nada más espantosamente trágico que esa pobre vidita. Verdaderamente, cuando se quiere escribir, es una cosa tonta el hacer fantasías. (142, los destacados son propios) 

Las “humildes gentes” vuelven a estar en el centro de la escena, pero en el mundo narrativo de Medina Onrubia estos personajes ya no son héroes anónimos que contribuyen desde su lugar a la gesta nacional, sino “viditas”, historias de miseria y dolor –el título del libro es todo un señalamiento en este punto– que exhiben el revés de los discursos entusiastas sobre el destino manifiesto de la Argentina como nación moderna. Porque, como señala Lucía De Leone, lejos de adoptar un “tono memorialista” (24), en avanzada durante los años del centenario, que recupera el pago a partir de la nostalgia, El libro humilde y doliente muestra la vida en el campo con “sinceridad visceral” (De Leone 26) y, en ese gesto, exhibe la desigualdad y la violencia que traen aparejados esos procesos modernizadores. El Gualeguay que reconstruye Medina Onrubia también es un crisol nutrido de personajes plebeyos –los protagonistas de sus historias son gauchos pobres, inmigrantes campesinos e indígenas asimilados–, pero, a diferencia de Elflein, este pueblo ya no es ejemplar ni cifra de la identidad nacional futura, sino que, por el contrario, expone, con sus derroteros, las fallas de un Estado que deja a la deriva a sus ciudadanos y ciudadanas, al menos, en lo que respecta a quienes habitan las zonas rurales. 

Para retratar este mundo, Medina Onrubia apelará a dos recursos literarios de amplia circulación en ese momento en la literatura con vocación de denuncia social: si el melodrama, en cuanto poética del exceso, constituye, como ha analizado Clara Charrúa (s/p), un recurso fundamental para exhibir el sufrimiento extremo de estos personajes y producir un sentimiento de empatía que lleve a la indignación y, eventualmente, a la acción según el ideario anarquista, el naturalismo (Carballo 115-135) es la herramienta clave para convertir esos recuerdos en narración. La referencia al caso clínico a la hora de presentar a algunos de sus personajes y la centralidad del ambiente y la herencia en estos relatos como mecanismos explicativos de la pobreza se emparentan con una estética que, si bien había tenido su momento de eclosión a finales del siglo XIX con las novelas de Eugenio Cambaceres, Manuel Podestá y Francisco Sicardi (Laera El tiempo 156; Nouzeilles 27-28), sigue expandiéndose a partir de diversos usos en las primeras décadas del siglo XX, no solo en el marco de los discursos higienistas, sino también en el mundo de la prensa y la literatura anarquistas (Ansolabehere 49), hasta llegar a algunos escritores del grupo Boedo (Blanco 16)[6]. Así como Gabriel, el niño monstruo, está predestinado a un final fatídico desde el momento en que es presentado como un espécimen —se describe “su cabeza enorme, de una forma rara deprimida, los ojos de animal siempre muy separados en la cara cobriza” (Medina Onrubia 155)—, fruto de una familia arruinada por la tisis y el alcohol que vive en “un rancho de barro y latas en el que no cabía más que un catre” (153); Panta, la niña que vende su cuerpo a los peones del campo en “El gato negro” para alimentar a su familia, es “tan sucia, tan fea, tan china flaca, ojerosa y dientuda” (159).

Será, en este mundo rural, aislado y embrutecido por la pobreza y la violencia, donde los efectos de la inmigración y la modernización construyan un crisol, pero en clave degenerativa. Este es el caso de Don Hilario, un gaucho convertido en un peón pobre y sin patria, pero no por sus ideales anarquistas, sino porque es incapaz de recordar su origen tras una vida de misera, sufrimiento y enfermedad, al punto de que su hija Ana es descrita como “una condenada… un pobre desperdicio de raza, producto de borracheras de vino… de cerebros atrofiados por la pobreza” (240). Así, Don Hilario es presentado como el eslabón final de una cadena degenerativa que tiene al gaucho como protagonista: “alma grande de una raza que agoniza, que degenera; de la raza del gaucho criollo, que va esfumándose lentamente, ya en el compadrito, ya en el gaucho agringado” (261). En esta misma sintonía, “Pachamama” narra la historia de aquella “india miserable y vieja” (224), cuyo linaje, a diferencia del de Don Hilario, se remonta hacia atrás por generaciones y generaciones, pero que, como él, también ha sido integrada a la comunidad nacional a través del trabajo embrutecedor como lavandera y la entrega de sus hijos a las guerras fraticidas —“dos murieron peleando con Urquiza”, apunta la narradora (228).

Los acontecimientos en este crisol de razas del dolor se sucederán ante los ojos sufrientes de la narradora, aquella maestra rural, representante del Estado y de la letra en ese mundo quien trasmite, con su punto de vista, tanto la empatía como la impotencia por las causas inevitablemente perdidas. En este sentido, si bien la narradora expresa “una fuerte creencia en las alianzas interclase”, como señala Clara Charrúa (s/p), que se encarnan en la propia narradora, quien acompaña a los padres de sus estudiantes en los momentos de dolor y enfermedad y encuentra solaz en sus ranchos –sus visitas a la india sin nombre de “Pachamama” la “purifican” de “la estupidez y vulgaridad de mi vida” (Medina Onrubia 227), señala en un momento–, lo que se impone a través de estos relatos es la imagen de esa comunidad que ha alcanzado la unidad, pero a través del dolor que produce la miseria. 

Comunidad y diferencia

Frente al recorrido trazado, la imagen de la Argentina como crisol de razas, tan cara al período abordado, cobra otra relevancia, sobre todo, por las tensiones que la idea sugiere en los relatos analizados. Porque un aspecto queda claro ante las ficciones rurales de Ada María Elflein y Salvadora Medina Onrubia: para ambas la Argentina moderna debe consolidar una comunidad nacional que integre a quienes habían sido considerados los otros, los bárbaros, en las diversas discusiones que se suceden a lo largo del siglo XIX en torno a la identidad nacional. Los gauchos y las chinas, los hombres y mujeres indígenas, los y las inmigrantes son ciudadanos/as en estos relatos y, por lo tanto, deben tener un lugar en ese crisol de razas que está configurando la identidad argentina. La diferencia central entre ellas reside en cómo se evalúa ese proceso y qué recursos se implementan para articular estas perspectivas. Mientras que en el caso de Elflein el pasado patrio emerge como un gran relato común que interpela y reúne a los sujetos que habitan el territorio nacional, donde las historias mínimas cobran relevancia y exponen, también, las grietas y reveses del nacionalismo en auge; en el de Medina Onrubia ese nosotros plebeyo será retratado en un presente en el cual la épica patria asoma hecha girones y el sentido de comunidad se define por la miseria y el dolor compartidos.

Pese a estas miradas contrastantes, que reflejan sin duda las diferencias notables de sus improntas autorales, el protagonismo del mundo popular rural como símbolo de la identidad argentina en los relatos analizados demuestra el interés de ambas escritoras por intervenir en los debates políticos que protagonizaron los años del centenario. Y esas intervenciones coinciden en la atención a la historia mínima y los personajes anónimos, como un modo de articular la comunidad. En una coyuntura protagonizada por el clima triunfalista y los discursos épicos que encuentran en la figura del gaucho la cifra identitaria de la argentinidad, tanto Elflein como Medina Onrubia hacen foco en lo menor para visibilizar las grietas de ese imaginario en ciernes y postular otras versiones de comunidad que redimensionan el lugar de esos otros decimonónicos en la comunidad, particularmente, de las mujeres plebeyas, obliteradas en la épica patria. En esa atención por lo menor, en esa mirada a contrapelo de la Historia con mayúscula, Elflein y Medina Onrubia muestran un punto de encuentro. En esa desconfianza compartida ante la epopeya de la virilidad gaucha la flexión del género, para decirlo con las palabras de Sylvia Molloy (161-67), explicita su diferencia.

Referencias bibliográficas 


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  16. Elflein, Ada María. De tierra adentro. Hachette, 1964.
  17. Elflein, Ada María. Leyendas argentinas. Cabaut y Cía, 1906.
  18. Escales, Vanina. ¡Arroja la bomba! Salvadora Medina Onrubia y el feminismo anarco. Marea Editorial, 2019.
  19. Gómez Paz, Julieta. “Imagen de Ada María Elflein”. De tierra adentro, por Ada María Elflein. Hachette, 1964, pp. 11-52.
  20. Laera, Alejandra. El tiempo vacío de la ficción: Las novelas argentinas de Eduardo Gutiérrez y Eugenio Cambaceres. FCE, 2004.
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  22. Martínez Gramuglia, Pablo. Lecturas del Martín Fierro: del folleto al clásico nacional. Santiago Arcos, 2020.
  23. Masiello, Francine. Entre civilización y barbarie. Mujeres, nación y cultura literaria en la Argentina moderna. Beatriz Viterbo Editora, 1997.
  24. Medina Onrubia, Salvadora. Almafuerte / El libro humilde y doliente. Buena Vista Editores, 2014.
  25. Molloy, Sylvia. “La flexión del género en el texto cultural latinoamericano”. Cuadernos de Literatura, vol. 8, n.º 15, 2002, pp. 161-67.
  26. Nouzeilles, Gabriela. Ficciones somáticas. Naturalismo, nacionalismo y políticas médicas del cuerpo (Argentina 1880-1910). Beatriz Viterbo, 2000.
  27. Prieto, Adolfo. El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Editorial Sudamericana, 1988.
  28. Rancière, Jacques. Política de la literatura. Libros del Zorzal, 2011.
  29. Rogers, Geraldine. Caras y Caretas. Cultura, política y espectáculo en los inicios del siglo XX argentino. EDULP, 2008.
  30. Saítta, Sylvia. “Anarquismo, teosofía y sexualidad: Salvadora Medina Onrubia”. Mora, n.º 1, 1995, pp. 54-9.
  31. Servelli, Martín. A través de la República: corresponsales viajeros en la prensa porteña de entre-siglos XIX-XX. Prometeo, 2018.
  32. Servelli, Martín. “Paisajes de la patria para mujeres que viajan solas. La casa argentina de Ada María Elflein”. Geografías imaginarias. Espacios de resistencia y crisis en América Latina, coordinado por Marta Sierra. Cuarto Propio, 2014.
  33. Suárez, Nicolás. Cómo miramos el siglo XIX. Relato y comunidad en la literatura y el cine argentinos. Eudeba, 2023.
  34. Szurmuk, Mónica. Miradas cruzadas: narrativas de viaje de mujeres en Argentina 1850- 1930. Instituto Mora, 2007.
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  37. Vicens, María. Escritoras de entresiglos: un mapa trasatlántico. Autoría y redes literarias en la prensa argentina (1870-1910). UNQ, 2020.
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Notas

[1] Para un análisis sobre las intervenciones de Lugones, Gálvez y Rojas en los años del centenario, véanse los trabajos de Miguel Dalmaroni y Pablo Martínez Gramuglia. En cuanto a la expansión del criollismo en ese período y su relación con la cultura popular, me remito a los trabajos de Adolfo Prieto y Ezequiel Adamovsky.  

[2] Este es el caso de Alejandro y Pilar en “De vasallo a hombre libre”, la historia de amor entre un revolucionario y la nieta de un español realista, quienes recién pueden concretar su matrimonio tras la declaración de la independencia: la libertad política se traduce, en esta historia, en la posibilidad de casarse por amor, pero no porque sus protagonistas sean excepcionales, en la línea que sugieren ficciones románticas como Amalia, sino porque ese sentimiento de rebelión en 1810 se ha transformado en sentido común para 1816.

[3] Al comentar la reedición de Leyendas argentinas en 1909, Caras y Caretas destaca: “son páginas arrancadas á la entraña de nuestra historia nacional, en la forma más adecuada para que la enseñanza de ella sea perdurable en las mentes infantiles y en la inteligencia popular” (s/p).

[4] Elflein se vincula, en este punto, con las ficciones de Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla, para quienes ese espacio atravesado por la barbarie, en vez de ser un espacio de “disasociación”, como sostiene Sarmiento, es un territorio de alianzas y micro comunidades afectivas que se tejen para resistir/sobrevivir a los males de la guerra y las arbitrariedades del Estado (Vicens “Decir nosotras” 364-71).

[5] Los cuentos mencionados, en esta parte, pertenecen a la antología De tierra adentro (1960). Si bien los 400 relatos que Elflein publicó en La Prensa no pueden reducirse a los dos libros analizados en este artículo, las selecciones que proponen sí son significativas para pensar los dobleces señalados, que se corresponden también con dos momentos de su trayectoria, uno de producción y otro de recuperación póstuma.

[6] De hecho, los puntos de contacto entre El libro humilde y doliente (1918) y Larvas (1932), de Elías Castelnuovo, son notables, tanto en el uso del naturalismo y el protagonismo de la infancia a la hora de narrar la miseria, como en la elección de un/a narrador/a en primera persona cuyos rasgos autobiográficos apuntalan la intención verista y el hecho de que esa figura sea un/a docente que encarna el fracaso del Estado para proteger esas vidas.