https://doi.org/10.19137/anclajes-2024-2813 


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DOSSIER

Imaginarios efébicos frente a la vergüenza: Gide en los diarios de Ricardo Molina y Juan Bernier[1]

Ephebeic Imaginaries in the Face of Shame: Gide in the Diaries of Ricardo Molina and Juan Bernier

Imaginários efébicos enfrentando vergonha: Gide nos diários de Ricardo Molina e Juan Bernier

José Antonio Ramos Arteaga

Universidad de La Laguna

España

jarteaga@ull.edu.es

ORCID: 0000-0003-1998-0881

Resumen: El grupo poético Cántico desarrolló su labor principalmente entre los años 40 y 50 del pasado siglo en Córdoba (España). Hasta los años 2010, el interés de la historiografía literaria hispánica se centraba en el excéntrico espacio poético que ocupaban sus autores en la literatura de la posguerra civil. La publicación del Diario (2011) de Juan Bernier, principal animador del grupo, sorprendió y sobrecogió por la exhaustividad y crudeza con la que reconstruye sus prácticas pederásticas homosexuales, las de sus compañeros y el ambiente represivo contra la disidencia, especialmente, mediante el mecanismo de la vergüenza social. El cotejo de dos textos autobiográficos, el Diario de Bernier y el de su compañero de grupo, Ricardo Molina, permite descubrir la influencia esencial de la propuesta ética pederástica de André Gide. Estudiar este ascendiente intelectual y literario como dispositivo tolerado de negociación del deseo hacia los efebos constituye un capítulo esencial del archivo homosexual contemporáneo.

Palabras clave: Juan Bernier; Ricardo Molina; André Gide; Pederastia; Diario íntimo

Abstract: The poetic group Cántico developed its work mainly between the 40s and 50s of the last century in Córdoba (Spain). Until 2011, the interest aroused in Hispanic literary historiography focused on the eccentric poetic space they occupied in post-civil war literature. The publication of the Diario by Juan Bernier, the main animator of the group, surprised and overwhelmed by the exhaustiveness and crudeness with which he reconstructs his homosexual pederastic practices, those of his companions and the repressive environment against dissent, specially through the mechanism of social shame. The comparison of two autobiographical texts, Bernier's Diario and that of his groupmate, Ricardo Molina, allows us to discover the essential influence of André Gide's pederastic ethical proposal. Studying this intellectual and literary ascendancy as a tolerated device for negotiating desire towards ephebes is an essential chapter of the contemporary homosexual archive.

Keywords: Juan Bernier; Ricardo Molina; André Gide; Pederasty; Diary

Resumo: O grupo poético Cántico desenvolveu sua obra principalmente entre as décadas de 40 e 50 do século passado em Córdoba (Espanha). Até 2011, o interesse despertado na historiografia literária hispânica concentrava-se no excêntrico espaço poético que ocupavam na literatura do pós-guerra civil. A publicação do Diario de Juan Bernier, o principal animador do grupo, surpreendeu e surpreendeu pela exaustividade e crueza com que reconstrói suas práticas homossexuais pederásticas, de seus companheiros e do ambiente repressivo contra a dissidência, especialmente através do mecanismo de vergonha social. A comparação de dois textos autobiográficos, o Diário de Bernier e o de seu colega de grupo, Ricardo Molina, permite descobrir a influência essencial da proposta ética pederástica de André Gide. Estudar essa ascendência intelectual e literária como um dispositivo tolerado para negociar o desejo em relação aos efebos é um capítulo essencial do arquivo homossexual contemporâneo.

Palavras-chaves: Juan Bernier; Ricardo Molina; André Gide; Pederastia; Diário pessoal

Fecha de recepción: 12/09/2023 | Fecha de aceptación: 10/10/2023

 

La construcción de un imaginario artístico-literario alrededor de lo efébico en autores homosexuales de la segunda mitad del siglo XX tiene una de sus principales fuentes en el escritor francés André Gide. No solo sirvió de inspiración directa a partir de una variada producción ficcional y ensayística dedicada a la reivindicación de una sensibilidad pederástica militante, sino que también dotó de estrategias de negociación de este deseo en su materialización vital. Muchos de estos autores remiten a la influencia gidiana para justificar lo transgresor de sus relaciones amorosas ante sí mismos, ante otros e incluso ante la autoridad. Este trabajo estudiará las alusiones y glosas a la figura y obra de Gide en los diarios de dos poetas del grupo Cántico, Juan Bernier (1911-1989) y Ricardo Molina (1916-1968), para dilucidar hasta qué punto el autor francés sirvió de inspiración en sus trayectorias literarias, pero, sobre todo, en sus vivencias personales del eros amoroso disidente en la primera etapa de la dictadura franquista[2].

Las aristas que la figura del escritor francés produjo en esta época trascendieron el ámbito de lo literario y atañen directamente a las formas intelectuales y vitales que muchos escritores homosexuales adoptaron para justificar una actitud combativa, abierta o semiclandestina, biográfica o estética, de su diferencia. Leído desde nuestra contemporaneidad, el problemático vínculo intergeneracional resulta incómodo y suele invisibilizarse en las recuperaciones como referente LGTBIQ+; sin embargo, hemos de contextualizar esta negociación del deseo disidente desde la perspectiva de la excepcionalidad frente a los mandatos de una sociedad heteronormativa. Así, para estos autores influenciados por la obra pederástica de Gide, la vergüenza social es traducida, literaria y vitalmente, como una orgullosa rareza.

Gide en España

La recepción de André Gide (1869-1951) en el mundo intelectual español pivota sobre dos episodios de distinta índole: por un lado, su producción confesional pederástica; por otro, sus posicionamientos críticos con la Rusia bolchevique tras la visita a ese país. En ambos casos, la figura de Gide se plantea como problemática en los dos extremos del arco político y moral que marcaron los planteamientos artísticos de la primera mitad del siglo XX, pues en tanto reivindicador de una pederastia no meramente literaria de raíz pagana se enfrentará con los autores más conservadores; mientras que su visión negativa de la situación en Rusia le acarreará importantes confrontaciones con los escritores más progresistas.

Como factótum de la Nouvelle Revue Française, espacio de difusión y discusión intelectual y literaria ineludible en la literatura francesa y europea del período, la publicación de su novela Los sótanos del Vaticano (1914) causará los primeros desencuentros con el importante grupo de escritores católicos vinculados a la revista. Cuando en 1924 sale a la luz Corydon, la reivindicación militante de la pederastia va acompañada de una desafección hacia el cristianismo, hecho intolerable que supondrá la ruptura con la élite literaria católica (Sánchez Costa 66-84). Si la publicación de Los alimentos terrenales en 1897 se consideró un acto estetizante (dada la identificación del guía del protagonista, Menalque, con Wilde), esta deriva hacia una reivindicación del eros pedagógico socrático afectará profundamente su vida personal y supondrá una piedra de escándalo en los círculos intelectuales, por la férrea coherencia entre pensamiento y vida que plantea Gide: la asunción del deseo pederástico como patrón ético. El eco en España se produjo tras la traducción acompañada de un irónico “Diálogo antisocrático” firmado por el doctor Gregorio Marañón en 1929 (Gide 7-23).

El segundo episodio —su visita a Rusia y la publicación de dos textos documentales, Regreso de la URSS (1936) y Retazos a mi regreso de la URSS (1937)— constituyó un incidente que puso en peligro la celebración del II Congreso Internacional de Escritores en 1937, en plena guerra civil española. Este congreso iba a constituir una puesta en escena importante de apoyo a la república y a la lucha antifascista. Los soviéticos, molestos por la repercusión del libro de Gide, coaccionaron a las delegaciones para que no presidiera el congreso, bajo acusaciones de decadentismo burgués o de ser agente trotskista. Finalmente, triunfó la coacción de la delegación rusa y Gide fue apartado (Sanz Baraja 201-209). Si bien este trabajo remite más al primer episodio, relacionado con su giro hacia una pederastia militante, no se debe perder de vista esta campaña que lo sitúa en el campo del anticomunismo.

El imaginario pederástico y su renovación en la obra de Gide   

     

La definición de la práctica pederástica gidiana no se explica con facilidad remitiendo sus fuentes al modelo griego. En una conferencia de 1999 titulada “Lo que Nietzsche hizo a Gide y a Foucault”, Didier Eribon traza una línea de influencias en las críticas al orden sexual desde el filósofo alemán o el escritor Oscar Wilde a Foucault que tiene a Gide como vaso comunicante (Eribon Herejías 55-91). En otra conferencia del año siguiente, “Pederastia y pedagogía. André Gide, Grecia y nosotros”, Eribon propone una lectura incómoda de la pederastia gidiana. Frente a los habituales ditirambos sobre una pederastia de abolengo clásico que dignifica la relación, el teórico francés desvela que, en gran medida, la idea de Gide está conectada con otro tipo de pulsión menos nostálgica (93-120). Frente a lo peligrosa que pudiera ser para Gide, en su momento, la exposición pública de su decisión de vivir pederásticamente, lo que persigue es una defensa de la diferencia radical como algo aceptable socialmente (así en parte se desprende de su texto señero, El inmoralista), aunque ello implique dejar fuera otras diferencias tan legítimas como estas. En suma, para Eribon, Gide defiende su derecho a la diferencia, pero no la diferencia. Como concluye lúcidamente:

En un rasgo característico de la historia colectiva o individual de la homosexualidad, que consiste en denunciar lo que son los otros homosexuales, Gide construye su discurso de legitimación recuperando a su vez el discurso de la estigmatización y considerando que la mayoría de los homosexuales se merecen lo que se dice de ellos. Lejos de ser un discurso de desestabilización de las categorías dominantes de la sexualidad, el discurso pederástico, la fantasía de una pederastia pedagógica como fundamento de una reforma moral de la sociedad, se muda en un discurso de la norma que tiende a excluir y a condenar a los marginados, a los que no buscan la castidad, la virilidad, la normalidad… En resumen, a los que no quieren poner su sexualidad al servicio del Estado, de la sociedad, y simplemente quieren vivirla para su placer. (119)

Aunque Eribon no traza en su trabajo la genealogía de este discurso, se hace necesaria una breve digresión sobre la tradición pederástica postclásica, más allá de los consabidos clichés de la paideia griega y la areté masculina que la sustentan. Resulta pertinente porque la institución pederástica que plantea Gide se imbrica con modelos de sociabilidad masculina que se alejan sustancialmente de Grecia.

Nos situaremos ahora en la bisagra entre los siglos XVIII y el XIX con el fin de discernir qué tradiciones se van solapando y entreverando en lo que luego Gide y, por extensión, los poetas de Cántico, describen como pederastia. Por un lado, la amistad masculina occidental ya se articula sobre dos exclusiones que contaminan el abanico de posibilidades: 1) la exaltación de la virilidad como valor identitario excluye a las mujeres (misoginia); 2) la comunicación con las mujeres afemina (plumofobia). Esa amistad viril o amor viril tiene versiones clásicas que la legitiman culturalmente: intergeneracional (Zeus y Ganimedes), interclasista (Apolo y Jacinto), guerrera (Patroclo y Aquiles), interétnica (Alejandro y Bagoas). En la recuperación del bagaje clásico, el proceso de espiritualización y romantización de esas parejas fue muy acentuado desde el siglo XVIII gracias a lecturas personales como las de Johann Winckelmann y, en el XIX, las de John Addington Symonds. A este amor viril arraigado en el pasado clásico y su relectura renacentista, hay que añadir la amistad entre hombres que aparece en el romanticismo, que tiene una clara raíz burguesa y que conocemos habitualmente como camaradería, de la que es su culmen el círculo de jóvenes apóstoles del poeta Stefan George en el siglo XX y, por supuesto, Walt Whitman. Finalmente, los “afectos equívocos” hacia niños y jóvenes también tiene una faceta exotizadora, sobre todo en el orientalismo finisecular, muy asociado “colonialmente”, “imperialmente”, con los cuerpos andróginos del colonizado (Reyero 129-163). Esta apresurada síntesis de discursos nos lleva a postular que el estudio de la pederastia no puede ser abordado de una manera lineal desde Grecia hasta el presente; por el contrario, hay que explorar cada caso como un territorio que se ha ido construyendo por aluvión en distintas capas que conforman un suelo muy complejo:[3] amistad, amor y camaradería masculina son avatares que tienen genealogías diferentes aunque comunicadas y, por supuesto, no son sinónimos (Ramos Arteaga "De niño a hombre").

Gide y la poesía homoerótica española  

Los trabajos sobre la influencia de Gide[4] en la tradición homoerótica española se han centrado especialmente en la figura de Luis Cernuda, quien lo conoce a través de su profesor Pedro Salinas (Barón). Durante toda su vida, Gide estará presente en la producción cernudiana (incluso compone un bello poema a su muerte). Sin embargo, a Cernuda no será la pederastia tal y como la plantea Gide lo que más le atraiga, sino su libertad de vivir y de amar, por un lado; y la reivindicación de una literatura desligada del chantaje moral con Lafcadio, personaje gidiano, como síntesis de esa nueva forma de lenguaje amoral, por otro. El desarraigo del exilio ayudó a Cernuda a reforzar esta conexión íntima.

El poeta Luis Antonio de Villena, en un libro homenaje dedicado a Gide, recoge en un breve pero sustancioso epígrafe su recepción en el mundo hispánico. Además de Cernuda, Gil-Albert y los Contemporáneos de México, dedica unas páginas a la influencia de Gide en Bernier con el Diario de fondo (Villena André Gide 191-194). Ya en un texto autobiográfico anterior, Villena había comentado aspectos de este deseo en otros poetas de Cántico en sus encuentros personales con Baena y Aumente (Villena Dorados días), pero la presencia destacada de Gide en los diarios de Molina y Bernier indica que la imbricación de su concepción del deseo hacia los muchachos desbordaba el socorrido ámbito tutelar de la literatura y constituyó parte del proyecto vital y ético de estos poetas cordobeses. Para Villena, esta influencia es palpable en la primera etapa de Cántico, entre 1947 y 1949. Sin embargo, como veremos, la lectura de Gide resulta detectable años antes, lo que indica un magisterio más intenso del que suele sugerirse.              

Estos autores constituyeron una singular pléyade poética de la ciudad de Córdoba que se fue consolidando por lazos de amistad y complicidad sexual clandestina desde finales del año 1939 hasta la publicación, en octubre de 1947, del primer número de la revista Cántico, que dará nombre al grupo poético con el que se les conocerá en la historiografía literaria hispánica. La revista se publicará en dos etapas (1947-1949 y 1954-1957) y el núcleo editor estará conformado principalmente por los poetas Juan Bernier y Ricardo Molina, con la estrecha colaboración de dos jóvenes también poetas, Pablo García Baena (1921-2018) y Julio Aumente (1921-2006): los cuatros homosexuales, los cuatro lectores de Gide, los cuatro cultivadores de la temática efébica y, a su vez, de una escritura personal que llegó a cuajar en ensayos de clara naturaleza autobiográfica o directamente en diarios personales. Esta coincidencia de vocaciones y afectos en circunstancias históricas como las que les tocó vivir, hacen del estudio de este grupo una singular oportunidad para reconstruir tanto las vivencias en sí de las personas homosexuales en el período, como las estrategias literarias y filosóficas que pergeñaron para osar nombrar y poetizar sus deseos amorosos.

Los diarios de Juan Bernier y Ricardo Molina   

 

Los dos diarios objeto de este trabajo fueron publicados muchos años después de la muerte de sus autores, aunque en circunstancias diferentes: el de Ricardo Molina, fallecido en 1968, se publica en 1990 y es fruto de la ordenación de un conjunto de cuartillas sueltas —que van desde 1937 a 1946— por parte del investigador José María de la Torre. En el caso de Juan Bernier, el autor murió en 1989, pero durante sus últimos años estuvo preparando la edición de la que había adelantado algunas noticias años antes (Bernier Blanco "El diario") pero que recién que completaría su sobrino Juan Antonio Bernier en 2011. El diario de Bernier se inicia en 1918 y termina en 1947, aunque el grueso de las entradas corresponde al lapso que va de 1937 a 1946, exactamente el mismo período que el de Molina. Además de esta azarosa coincidencia de fechas, es posible establecer diálogos en algunas entradas de ambos diarios ante un mismo acontecimiento: la única relación heterosexual de Molina, discusiones sobre literatura o sus vocaciones literarias y religiosas.  

Las anotaciones diarísticas de Molina entreveran fundamentalmente breves ideas sobre lecturas, audiciones musicales y alusiones a sus procesos creativos. Pocas veces dedica notas a episodios estrictamente personal; su idea de escritura autobiográfica es presentada como colección de impromptus, es decir, piezas breves, ajustadas al instante presente, casi improvisadas, sin vocación de fijar un evento o tiempo concreto (Prieto Roldán 3). Sin embargo, la publicación del diario de Bernier supuso todo un hito en la literatura autobiográfica en la literatura española: por el altísimo grado de elaboración[5]; la exhaustividad y cruda sinceridad con la que aborda sus aventuras sexuales; y, sobre todo, por el valioso testimonio de la represión contra los homosexuales en el primer franquismo, las tácticas de emboscadura social y las consiguientes prácticas clandestinas de homosociabilidad y resistencias (Huard). Este conjunto de comportamientos individuales y colectivos de mantener una forzada discreción ante la hostilidad del ambiente es lo que se conocerá a partir de los años de 1960 como “estar en el armario” o “estar armarizado” (a partir de la palabra inglesa closet). Si en la vida cotidiana estas dinámicas producían efectos negativos como la vergüenza, el aislamiento social o la posibilidad del chantaje (Tin 158-161), en el campo de la literatura y las artes en general generó tematizaciones y estrategias textuales sofisticadas (Kosofsky Sedgwick). Estas lógicas del armario como espacio de supervivencia frente a la política de delación generalizada en el opresivo ambiente de una ciudad de provincia marcada por el sanguinario control de jefes provinciales franquistas, poseían a veces un reverso homofóbico para quienes contaban con el privilegio de pertenecer a una burguesía asentada en la ciudad, protagonista de la vida cultural y social, escasamente molestada por sus debilidades siempre y cuando se mantuviera una discreta compostura.  

Las negociaciones del deseo homosexual con la realidad circundante por parte de este grupo acomodado a su contexto social (aunque en el caso de Molina, hay un factor de precariedad laboral y económica insoslayable, como deja entender en algún comentario) se realiza de variadas maneras: por relaciones amicales en las que se comparten datos sobre la disponibilidad de los jóvenes y los lugares de ligue (cruising); por su profesión docente (en el caso de Molina y Bernier las confidencias sobre alumnos atractivos); por proyectos artísticos y literarios que ayudan a recrear bajo códigos para iniciados la intencionalidad homoerótica; por último, la sociabilidad de las tertulias, especialmente, la que denominaron “Peña Nómada”, con la que recorrían las tabernas populares y antros nocturnos de Córdoba y en la que muchas veces se iniciaban los contactos con los jóvenes (García Florindo La compasión 43).

La mirada de estos “armarios distinguidos”, víctimas del ecosistema represivo, al que se deben amoldar con grandes costes personales y profesionales, no puede evitar reproducir íntima y públicamente los sesgos de clase, identidad, etnicidad y género propios de su origen burgués: los niños y adolescentes pobres, trabajadores o en situación de calle; los afeminados, locas y maricas, los jóvenes marroquíes, gitanos o los campesinos en su éxodo urbano son subestimados, estereotipados o cosificados dentro de un complejo discurso legitimador que se alimenta de múltiples fuentes, y una de las más relevantes será André Gide.

De esas fuentes, en primer lugar, se singulariza la tradición clásica: Molina, lector entusiasta de Horacio, al que considera “Valor máximo”, apreciará los ecos en la poesía horaciana de los poetas griegos antiguos, helenísticos y alejandrinos (Molina Diario 33). En Horacio, autor de odas y épodos pederásticos, pero cuya fortuna literaria está más ligada al inocente beatus ille, y, por tanto, autor no sospechoso, Molina logra una particular síntesis entre la moral natural de Gide y la invitación a alejarse del mundanal ruido horaciano. Bernier, por otro lado, parece más inclinado hacia la tradición prosística de Petronio y su Satiricón -la obra más citada en su diario, con ocho alusiones-, los diálogos de Luciano de Samósata (tres alusiones) o la poesía homoerótica andalusí (cinco alusiones).

Otras fuentes remiten a la tradición pederástica moderna y contemporánea en la que también se diferencian estos dos autores: Molina prefiere a Whitman (tres alusiones); Bernier al Aretino (tres alusiones) y Huysmans (tres alusiones). Estas diferentes sensibilidades estéticas podrían explicar, en parte, la forma con la que afrontan su deambular erótico y su negociación con el deseo: el retraimiento más especulativo de Molina frente a la osadía de Bernier[6].

Sin embargo, como señalábamos, Gide aunará a ambos poetas. El conocimiento de los principales textos gidianos en su lengua original y su circulación en el círculo poético proviene, con toda seguridad, de Molina. En varias anotaciones de su Diario (27, 43, 44) hay referencias a préstamos a los compañeros de tertulia y lecturas en sus ediciones francesas, aunque algunas de sus obras señeras circulaban en traducciones realizadas en España y Argentina (Sur y Losada), por lo que pudieron ser conocidas por sus compañeros de grupo. Por otro lado, la concesión del Premio Nobel a Gide en 1947 supuso un reconocimiento mundial en el momento fundacional del grupo cordobés (en el segundo número de la revista, en diciembre de 1947, Molina lo celebra con palabras laudatorias). No obstante, en 1952, la inclusión de su obra en el Índice de libro prohibidos obstaculizó su circulación bajo el pujante nacionalcatolicismo franquista (Morán 445 y n.).

Bernier y Molina abordaron la pederastia de Gide no a modo de rasgo estético de excepcionalidad o abstracto valor culturalista, como muchos de sus especialistas defienden, para evitar lo que los diarios evidencian (García Florindo): el imaginario pederástico de Bernier, Molina, García Baena o Aumente formaba parte de una cultura material del deseo pederástico, en el que los referentes literarios ocupan un espacio de aprendizaje esencial.

En el trabajo antes citado de Eribon, el teórico francés hace una afirmación oportuna para abordar este acercamiento a los diarios de Molina y Bernier. Explica que la opresión de la homosexualidad se juega en gran parte en el terreno del lenguaje, por medio del silencio impuesto —“Las cajas negras del discurso”, en feliz metáfora de Foucault- y por ello la literatura tiene una virtud eminentemente pedagógica: enseña a ser uno mismo al sugerir las posibles maneras de inventar la identidad personal (93-94). Ese será el principal valor de estos diarios: su materialidad como “cajas negras del discurso”.

Nostalgia pagana: El Diario de Ricardo Molina  

En el caso de Molina, su aspiración afectiva aparece dispersa en esas cuartillas sueltas, pero tenemos un testimonio de gran relevancia en una carta, fechada el 22 de febrero de 1948, en la que el joven poeta se presenta al admirado Vicente Aleixandre (Rendón Infante 234-237) y le explica sus atormentadas fases de apego al paganismo y al cristianismo.  

Esta relación cíclica entre momentos de paganismo y accesos religiosos es clave para entender la fluctuante relación con la obra de Gide. El conocimiento del escritor francés es temprano:

 

Joaquín Entrambasaguas quiero identificarlo con un médico que conocí en un viaje a Valencia en 193… [la fecha es entre 1933 y 1935 que fueron los años que estuvo en el Instituto de Córdoba]. Fue en una excursión del Instituto, organizada por Camacho. Aquel médico nos habló a varios excursionistas de Gide. Por primera vez oí nombrar Corydon…. (56)[7]

Fruto de esta tensión entre paganismo y cristianismo, las imágenes efébicas en Molina suelen dialogar en muchas ocasiones con la angelología, e incluso en una de las entradas del diario, la del 17 de septiembre de 1943, apunta lo siguiente: “Escribir sobre ‘Los ángeles en la poesía romántica española’. Poema ‘La Angeliada’, en versículos” (52-53). Molina reproduce interiormente la batalla entre sus dos autores favoritos, que también lideraban dos frentes que iban más allá de lo meramente poético: por un lado, Gide; por otro, el católico Paul Claudel.

Esta admiración por Claudel parece incompatible con lo propugnado por Gide y será su amigo de instituto y compañero de aventuras poéticas, Bernier, quien desvelará esta impostura. Así lo sintetiza Molina: “Llama falsedad a mi conciencia religiosa y, pocos minutos después, explica el creciente anhelo de mi alma regenerada, cuando bebo vino, con la idea de Teócrito en los versos de un Idilio: El vino y la verdad son una misma cosa” (41). Significativa resulta también una entrada del Diario de Bernier en la que, tras comunicarle su entusiasmo por la reciente lectura de Les faux-monnayeurs (1925) de Gide (traducida al castellano con el título Los monederos falsos), le sorprende la fría actitud de Molina:

Después de clase, corro a recoger a Molina. Tengo necesidad de hacer partícipes de mi admiración. Pero me decepciona un poco que R. la conozca. Me extraña que no le haya impresionado tan hondamente como a mí. Sin duda, el paso de los días, la impresión neta intelectualmente borró ya de sí todo el matiz sentimental. (Bernier Diario 158-159)  

A pesar de ese interés de Molina por una escritura más apegada a ciertos temas filosóficos y religiosos, como afirma en alguna ocasión en su diario (la naturaleza, el tiempo, el lenguaje), gracias a la lectura cruzada con el diario de Bernier podemos entresacar algunos episodios de su vida sexual. El 4 de julio de 1942 Bernier escribe: “Molina ha descubierto el sabor misterioso y perverso de los jardines en la sombra guiado por mí. Su inspiración poética capta enseguida el contraste entre la pureza diurna de pasos infantiles, de tiernos e inocentes juegos, y este nocturno bullir de figuras solitarias, de parejas en los bancos, de lujuria latente…” (333) y más adelante, comentando las ínfulas claudelianas de Molina, señala: “Pero yo creo que poca metafísica se puede sacar de Claudel. Más bien, el catolicismo de Ricardo es una pose que le ha dictado el incidente con su alumno Montijano” (334).

Quizás la situación económica de Molina le impidió desarrollar esa agenda pagana tal y como la veía desplegarse en Bernier, pues el 6 de enero de 1945, en su propio diario, anota lo siguiente:

Me siento alejado de Bernier y de García-Gill. ¿Por qué? Tal vez mi inquebrantable economía en las bacanales nocturnas no vaya muy a tono con su generoso desprendimiento, sospecho. Lo que es indudable es que en ellas soy una nota discordante; unas veces a causa del estómago que no me permite beber al unísono con ellos; otras veces –ay, casi siempre, o mejor siempre- mi carencia total de recursos, son bastantes para no hacer con demasiada frecuencia deseable mi compañía. (Molina Diario 60)

 

Por último, frente a la atormentada vivencia de Bernier (construida bajo el mecanismo católico de caída y arrepentimiento con la excusa recurrente del alcohol), una nota manuscrita de Molina nos ayuda a entender su profunda y auténtica subversión sexual y asunción gidiana: “Mis mejores alegrías fueron los deseos satisfechos, escribía Gide […] Alimentar y cultivar el deseo por abstención ascética o epicúrea (la intención no importa, sino el resultado) es nutrir la propia esclavitud y ansia de goce. No veo otra forma de librarse del deseo que satisfacerlo” (Torre 39-40).

   

El Físico del Amor: el Diario de Juan Bernier

En el Diario de Bernier, la presencia de Gide es temprana, según una nota fechada en 1930 (aunque aparece entre los años 1925 y 1927); la última referencia pertenece al penúltimo año recogido (1946). Pese a su extensa impronta en la obra, las alusiones tienen una función muy definida y están estrechamente centradas en la relación problemática de Gide, por un lado, con la tradición pederástica impostadamente heterosexual de un Pierre Louÿs (54) o la mirada homosexual demodé de Proust (487-488); por otro, en forma de osmosis literaturizada entre su estado anímico y experiencias en provincias con las narradas por el escritor francés en sus novelas:

Presente en mis lecturas, Gide, como todo artista, es capaz de embellecer, en el papel, incluso lo más repugnante […] Solo el amor hacia esos seres incontaminados tiene para mí atractivo. Los hombres que los buscamos no podemos, sin embargo, considerar ni bello, ni puro un amor en que uno de los participantes, acaso yo mismo, somos la fealdad, la impureza, algo así como un ogro que acaricia, en un acto entre bestial y ridículo, una ingenuidad, una desnudez, una pureza perfecta, que se nos entrega. (365-366) 

A diferencia del Diario de Molina, el de Bernier plantea una trayectoria compositiva muy distinta. No estamos ante notas (impromptus), ni siquiera ante un texto mantenido incólume desde su primera escritura: como ha testimoniado la persona que trasladó a ordenador sus páginas, su amigo Antonio Ramos Espejo, director del Diario Córdoba, mientras el autor estuvo ingresado en una residencia de Cruz Roja, bajaban a veces a las librerías de Córdoba para buscar “libros que le sirvieran para enfocar sus memorias”, entre ellos, Gide (Ramos Espejo 310). Así, este texto autobiográfico no solo está compuesto por informaciones contemporáneas al período de escritura, sino que existe una elaboración al final de sus días como quien prepara, comenta y hace exégesis desde el umbral último sobre lo vivido, sin piedad alguna sobre sí mismo: “No sabía qué título poner al libro, en principio, Memorias, o Mi otra vida, o… Me había pedido que le sugiriera un título que definiera una biografía atrevida, brutalmente sincera, valiente, como pocos escritores se atreven a hacer cuando deciden abordar su propia vida como elemento de creación literaria” (Ramos Espejo 310).

He aquí unos de los rasgos de la escritura gidiana que más atrajo a Bernier: la “propia vida como elemento creación literaria”. Si en Molina es la ética amorosa de Gide en la consecución del deseo lo que despierta su admiración, es decir, una preocupación de corte más reflexiva y filosófica; en Bernier la influencia del francés radica, esencialmente, en la imbricación de biografía y literatura. No podemos olvidar que Gide utilizó distintos artefactos genéricos con sus vicisitudes vitales como eje: sus diarios, o textos autobiográficos como Si la semilla no muere…, ocupan miles de páginas que registran no solo los acontecimientos del día a día, sino también las derivas de sus obras de ficción. Sus novelas de ideas las protagonizan las sucesivas crisis religiosas, maritales y políticas que sufrió en su proceso de descristianización y repaganización personal y estética; e incluso, las novelas de ficción ocultan en muchas ocasiones claves para un lector con afectos clandestinos. En una entrada del Diario, Bernier comenta con detalle cómo sufre la evolución de su recepción lectora de Gide. Hasta esa fecha, la lectura de la obra de Gide se reducía a uno de sus textos hedonistas más conocidos, Les nourritures terrestres (1897), guía esencial para los nuevos artistas homosexuales porque se desasía de la quincalla decadentista o proustiana, basada en cierto dandismo malditista, y reivindicaba una homosexualidad apolínea, varonil, nostálgica de la naturalidad aristocrática y olímpica griega (Laguna Mariscal 129-132). Sin embargo, en 1939, Bernier lee la novela Los monederos falsos. Encuentra en el estilo y la mirada sobre el mundo que la novela retrata una despiadada perspectiva que en otros momentos más introspectivos del Diario se acerca a la ansiada sinceridad sin paliativos que, como persona obligada a la ocultación cotidiana, marcará su escritura autobiográfica. La crudeza de las páginas diarísticas de Bernier debe mucho a este ascendiente de Gide:                        

5 de octubre de 1939. Los sábados tarde a Córdoba. Los monederos falsos de Gide me hicieron velar hasta las horas de la madrugada. No creí encontrar en sus páginas sino un recóndito y continuo ambiente de felicidad. Pero desde los Karamazov, ninguna obra me ha producido una impresión tan fuerte. Las páginas de Los monederos me fueron sumergiendo en una atmósfera de hipersensibilidad llevada hasta inverosímiles límites. El epicureísmo delicado de las Nourritures no existe en absoluto. Por el contrario, el análisis es minucioso, complicado, cruel. La exposición sin calificativo, sin crítica, a base de la desnudez misma de los hechos, llega a lo inconcebible en la creación de una verdadera morbología de los sentimientos. (158)

De ahí nacen algunas de las reflexiones reiteradas sobre la identidad homosexual (entre el estigma y la excepcionalidad prestigiosa); la falta de piedad hacia aquellos que compiten con él en las cacerías nocturnas; la mirada taxonómica sobre los cuerpos jóvenes, especialmente los más humildes socialmente; en fin, su imposibilidad de verse y de ver en su condición disidente una oportunidad para la solidaridad o la comprensión de la diversidad de experiencias homosexuales (sus diatribas contra los afeminados o el rechazo a las reuniones clandestinas homosociales), acercan bastante el retrato de Bernier al diagnóstico arriba citado de Eribon sobre Gide. Por otro lado, hallamos reflexiones sobre la homosexualidad de carácter médico y psiquiátrico (Castilla del Pino, Vallejo Nájera), fruto de interpolaciones realizadas en los últimos años sobre el material conservado (Ramos Arteaga “Los armarios del franquismo” 150).

La presencia de otros autores también leídos atentamente como Petronio (Bernier, como el protagonista de Satiricón, Encolpio, llama a muchos de los jóvenes que le atraen como el compañero de aventuras en la novela latina, Gitón) o Proust nos ayuda a esbozar a qué tipo de amistad viril aspira: una pederastia que resignifica el mundo grecolatino (la presencia de Petronio es herencia de la exaltación que de este autor hace Huysmans en Al revés [González Manjarrés 1999]) para asumir la tradición transgresora del XIX, en claro equilibrio con el elemento racional y suasorio de Gide. Como comentamos anteriormente, no son de extrañar estas negociaciones culturalistas ante una tradición que circulaba emboscada. Sin embargo, una entrada del Diario permite afirmar que la lectura gidiana de Bernier va más allá de una simple imitación culturalista, que tiene conciencia del giro copernicano que supuso el escritor francés en esta tradición. El 15 de octubre de 1946, al establecer analogías entre El inmoralista de Gide y los últimos capítulos de Los Guermantes de Proust, escribe:

La primera fotografía de esa escena humana, como la que Gide retrata, no era la primera vez que salía en el papel; pero sí la primera vez que se justificaba como una diferencia no condenable desde los tiempos clásicos. Antes estábamos acostumbrados a la casuística de los médicos, y a las hipótesis de los psicólogos. Sus estudios y descripciones los contemplamos diciendo: “¡Caramba, qué raros somos!”. Ahora ya Monsieur Gide le quita la rareza: amar, besar, querer, hacer el amor con un niño o un adolescente es simplemente una variación de lo que en el siglo XIX se llamaba “Física del Amor”… (487-488)

Por último, en el caso de Bernier, como en el de Gide, existe además una vocación pedagógica innegable con respecto al grupo de poetas más jóvenes: inició a Molina en la práctica del cruising (333); siguió a García Baena con 12 años y luego lo abordó con 16 en la biblioteca (219-220); atrajo a Aumente, siempre rodeado de jóvenes condiscípulos que fascinan a Bernier (291-292). Por otro lado, varias veces exhibe estas prácticas de proselitismo juvenil. En tal sentido, el Gide de Bernier profundiza en las prácticas del eros pedagógico, aunque esta voluntad socrática chocará con dos realidades que lo alejan del coraje público de su maestro de vida Gide: el asfixiante y violento ambiente represivo del franquismo y su confesa pusilanimidad.

Conclusión

La conclusión de este recorrido por el cotejo de estas escrituras del yo confirma que la influencia de Gide trascendía el ámbito de los modelos literarios en Molina y en Bernier, tal y como vemos que ocurre con otros autores disidentes de la época, y ratifica el papel relevante que supone la obra gidiana en la construcción de las negociaciones del deseo inspiradas en el amor pederástico. No obstante, la alegría del autodescubrimiento y transformación que detecta y atrae a Molina de Gide, solar y diurna, es en Bernier, oscura y rabiosa. En Molina, las alusiones a Gide forman parte de un mosaico compartido con otros referentes homoeróticos a los que imprime sus inquietudes filosóficas desligadas de la tradición malditista. En Bernier, la atracción por lo abyecto y transgresor de su deseo busca en Gide un compañero de viaje que retó y venció la repulsa social. En algunos momentos Bernier nos hace recordar al lúcido De la abyección de Jouhandeau, publicada en 1939; en otros, el peso de la vergüenza social y ciertas aspiraciones religiosas amargan toda posibilidad de asunción plena de su deseo.

Así, en Molina, su primer poemario El río de los ángeles (1945), que se abre con una cita de Gide de su primer libro publicado en 1891 Tratado de Narciso, experimenta el mundo natural como si de un poeta pagano se tratara, poesía y conocimiento como descubrimiento intocado del mundo (en el que también habitan esos jóvenes). Sin embargo, el primer poemario de Bernier, Aquí en la tierra (1948), con algunos poemas escritos en años anteriores, despliega en versículos muy extensos su profundo desacuerdo con un mundo (urbano, nocturno, deshumanizado) que agosta al ser humano y su sexualidad.

La contraposición de cómo influyó Gide en estos dos poetas ejemplifica hasta qué punto lo pederástico, en los autores homosexuales de estos años, no puede encasillarse fácilmente en una interpretación simplista o directamente invisibilizarla. Las maneras de encajar la experiencia del armario; las negociaciones de un deseo que avergüenza, pero cuya excepcional naturaleza genera en muchas ocasiones íntimo orgullo; o la ansiedad de transformar esas vivencias en literatura por medio del subterfugio, el distanciamiento estetizante o la expuesta obscenidad, resultan finalmente muy difíciles de articular y revelan la discontinuidad de los modos en que se construyen los procesos de subjetivación homosexual. Sin embargo, el alegato de Gide como fondo de escena produce la turbadora sensación de afinidad ante cómo confrontar la disidencia pederástica, ya sea en el París cosmopolita de preguerra o en la provinciana y represiva Córdoba de la dictadura.                      

Referencias bibliográficas

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Notas

[1] Este trabajo forma parte del proyecto de investigación “Memorias de las masculinidades disidentes en España e Hispanoamérica” (PID2019-106083GB-I00) del Ministerio de Ciencia e Innovación (Gobierno de España): AEI/10.13039/501100011033.

[2] Desde la pionera reivindicación en 1976 de Guillermo Carnero y su reedición actualizada en el año 2009 de su estudio El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la poesía española de posguerra, los abordajes críticos forman un corpus tan numeroso como heterogéneo (monografías, congresos, documentales, encuentros poéticos…). Sin embargo, pese a que el Diario de Bernier salió a la luz en el año 2011 y aporta nuevas claves interpretativas, todavía prima la visión de un paganismo meramente culturalista en las lecturas críticas de la poesía de los principales miembros del grupo (soslayando el incómodo componente pederástico), como ocurre con el trabajo doctoral sobre la poesía de Bernier de García Florindo (2019). Las revelaciones biográficas no han sido puestas en diálogo con la obra (pese a que iluminan muchas de sus motivaciones creativas), salvo en contadas ocasiones (Luque Amo, 2021, pp. 44-55).    

[3] La publicación en 2018 de los diarios íntimos del escritor Joan Ferraté (Del Desig), escrito entre los años 60 y 70, cuya base es la relación amorosa intergeneracional con un joven llamado Daniel, proporciona un buen ejemplo de esta compleja recreación del eros entre adulto y joven en el contexto de la literatura catalana, tal y como expuso Josep-Anton Fernàndez en la ponencia “Joan Ferrate y la pasión por los adolescentes”, presentada  en el Congreso Vergüenzas y orgullos de las masculinidades hispánicas disidentes (París, 2022) o el cotejo entre el poemario Llibre de Daniel y Del Desig propuesto por Sebastià Portell.

[4] El interés por la recepción de Gide se ha centrado en registrar editorialmente la circulación de su obra y los avatares de sus traducciones en ambas orillas del Atlántico (especialmente desde Argentina), además de recoger su citación en la obra de escritores españoles. En tal sentido, cabe mencionar el dossier publicado por el Bulletin des Amis d’Ándré Gide o el trabajo de Alicia Piquer. Más útil para nuestro trabajo resulta la investigación de Virginia Trueba que recoge algunos aspectos polémicos de esa recepción en los años 20 y 30, entre los que se encuentran su posicionamiento sobre el amor y el erotismo.

[5] En una valiosa semblanza personal, Antonio Ramos Espejo nos permite conocer algunos avatares de la puesta a punto del manuscrito final. El poeta, que pasó sus últimos días en el Hospital de la Cruz Roja debido a sus problemas de salud, revisaba estas notas diarísticas y Ramos Espejo las transcribía a ordenador en la redacción del Diario Córdoba, donde trabajaba.  

[6]  Bernier Blanco ("Juan Bernier" 80-113) realizó un útil mapa de alusiones literarias presentes en el Diario de su tío. Su exhaustiva cartografía permite establecer las áreas de influencias literarias más numerosas (la literatura francesa y la española), así como la nómina de autores más destacados tanto en citación como en análisis y comentarios de sus obras. En el ámbito de las referencias y comentarios al erotismo homosexual serán Gide y Proust los autores más visitados.

[7] Es posible que en la excursión estuviera Juan Bernier, compañero de instituto de Molina. Y el impacto tuvo que ser importante ya que, en una entrevista, García Baena (ABC, 25-10-2016) incluso aporta el dato de que a los catorce o quince años Molina escribió una carta al autor francés y que este le contestó (y coincide esta edad con sus años de instituto).