http://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2735


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Ilian, Ilinca y Gallardo-Saborido, Emilio J. “Desde los “scriitorii progresişti” al boom: Rumania y la mundialización de la literatura latinoamericana en el orbe socialista (1964-1971)”. Anclajes, vol. XXVII, n.° 3, septiembre-diciembre 2023, pp. 61-83.

DOSSIER

Desde los “scriitorii progresişti” al boom: Rumania y la mundialización de la literatura latinoamericana en el orbe socialista (1964-1971)[1]

From the “scriitorii progresişti” to the boom: Romania and the globalization of Latin American literature in the socialist world (1964-1971)

Dos “scriitorii progresişti” ao boom: a Romênia e a globalização da literatura latino-americana no mundo socialista (1964-1971)

Ilinca Ilian

Universidad de Oeste de Timişoara

Rumania

ilincasn@gmail.com

 ORCID: 0000-0001-9517-0923 

Emilio J. Gallardo-Saborido

Escuela de Estudios Hispano-Americanos/Instituto de Historia,

Consejo Superior de Investigaciones Científicas

España

emilio.gallardo@csic.es

ORCID: 0000-0002-8124-5290

Resumen: La Guerra Fría motivó que el campo cultural internacional replicara las tensiones y afinidades geopolíticas que atenazaban al mundo. La faz positiva de este proceso contribuyó a que se expandieran literaturas nacionales en entornos donde tradicionalmente no habían encontrado gran resonancia. Sin embargo, los efectos perversos se tradujeron en exclusiones varias y en imposiciones dogmáticas que atentaron contra la autonomía de los escritores. La literatura latinoamericana experimentó, en este contexto, un proceso de mundialización. Para atestiguar las complejidades inherentes a la recepción de esta literatura en la Rumania socialista, se analiza un notable conjunto de publicaciones periódicas especialmente de 1964 a 1971. La traducción, edición y la recepción física de los propios autores latinoamericanos se produjo según determinaciones estructurales cambiantes, que evidencian la evolución del propio campo político-cultural rumano, pero también gracias a porteros individuales que propiciaron el acercamiento al público rumano de la literatura latinoamericana.

Palabras clave: Bloque del Este; boom; literatura latinoamericana; Rumania; traducción

Abstract: The Cold War motivated the international cultural field to replicate the geopolitical tensions and affinities that gripped the world. The positive side of this process contributed to the expansion of national literatures in environments where traditionally they had not found great resonance. However, the perverse effects were translated into various exclusions and dogmatic impositions that undermined the autonomy of writers. Latin American literature experienced, in this context, a process of globalization. The aim of this text is to testify to the complexities inherent to the reception of this literature in socialist Romania, for which a remarkable set of periodicals is analyzed, especially from 1964 to 1971. The translation, edition and physical reception of the Latin American authors themselves it was produced according to changing structural determinations, which show the evolution of the Romanian political-cultural field itself, but also thanks to individual gatekeepers who brought Latin American literature closer to the Romanian public.

Keywords: Eastern bloc; boom; Latin American literature; Romania; translation

Resumo: A Guerra Fria motivou o campo cultural internacional a replicar as tensões e afinidades geopolíticas que dominavam o mundo. O lado positivo desse processo contribuiu para a expansão das literaturas nacionais em ambientes onde tradicionalmente não encontravam grande ressonância. No entanto, os efeitos perversos traduziram-se em diversas exclusões e imposições dogmáticas que minavam a autonomia dos escritores. A literatura latino-americana experimentou, nesse contexto, um processo de globalização. O objetivo deste texto é testemunhar as complexidades inerentes à recepção dessa literatura na Romênia socialista, para a qual se analisa um notável conjunto de periódicos, especialmente de 1964 a 1971. A tradução, edição e recepção física dos autores latino-americanos em si, foi produzida de acordo com determinações estruturais mutáveis, que mostram a evolução do próprio campo político-cultural romeno, mas também graças a gatekeepers individuais que aproximaram a literatura latino-americana do público romeno.

Palavras-chave: Bloco Oriental; boom; literatura latino-americana; Romênia; tradução

Fecha de recepción: 23/05/23 | Fecha de aceptación: 11/06/23

Introducción: la literatura latinoamericana y la Guerra Fría cultural en Rumania

En una cultura como la rumana que, desde 1945 entró en la órbita de la URSS y conoció todos los rigores de un aparato represivo inclemente, no sorprende que los primeros autores latinoamericanos que representaron a la literatura de su continente en el espacio cultural rumano se escogieran exclusivamente entre el contingente de los así llamados “escritores progresistas”, o sea, aquellos autores que, si bien no pertenecían desde el punto de vista geográfico a la esfera de influencia soviética, se adhirieron a las tesis del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) o, al menos, tuvieron una clara orientación de izquierda, y por lo tanto se veían desde Moscú como recomendables para ser promovidos en la URSS y sus países satélites.

De esta forma, como observó con perspicacia Jorge J. Locane, en el bloque socialista se dio un sugerente avance con respecto al espacio occidental en lo que concierne el conocimiento de la literatura latinoamericana como “literatura mundial”, es decir, exportable y apta para ser promovida en calidad de fenómeno grupal (Locane 193-4). Sin embargo, en Occidente, autores como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa o José Donoso lograron validar la idea según la cual apenas con el boom la literatura latinoamericana salió del pauperismo costumbrista y del provincialismo de su región geográfica para imponerse como una literatura universal a partir de los años sesenta. Esta “épica” solo se atiene al reconocimiento por parte de la instancia “central” de consagración editorial (Madrid, Barcelona, París, Nueva York, Londres, etc.) y hace caso omiso de la internacionalización de la literatura latinoamericana alcanzada anteriormente por los escritores de esta región en unos escenarios culturales que hoy se podrían concebir como periféricos (URSS y el bloque socialista), pero que en los años cincuenta estaban lejos de serlo.

Podría establecerse, por tanto, que existen dos momentos en la mundialización de la literatura latinoamericana: el “comunista” –de orientación realista socialista pero no exclusivamente, que, para el caso rumano, se manifiesta principalmente en la primera etapa de su régimen comunista, entre 1948 y 1964–, y el “capitalista” –que se ajusta en grandes líneas a la irrupción del boom “expandido” e incluye a autores de varias generaciones, desde Borges a Manuel Puig–[2]. En este artículo estos dos fenómenos son leídos en el contexto de la cultura rumana, donde se detecta el paso de un tipo de literatura mundial latinoamericana a otro en el periodo del “deshielo”. Asimismo, se comprueba cómo estos dos diseños se articularon en un espacio cultural atravesado simultáneamente por dos tipos de tensiones: por un lado, las luchas internas entre los actores culturales locales que sirvieron de gatekeepers o porteros para los autores latinoamericanos; y, por otro lado, las provocadas por la colisión de los dos cánones literarios latinoamericanos que se edifican en la Guerra Fría según los frentes representados por la URSS y los EE. UU.

Los análisis y conclusiones ahora expuestos se sustentan en una base de datos previamente elaborada y en la que se ha recopilado la bibliografía en torno a las relaciones literarias rumano-latinoamericanas (1945-1989). Esta base aporta informaciones precisas sobre la selección y promoción de las obras traducidas durante el régimen comunista y sobre las transformaciones de la literatura latinoamericana en Rumania a lo largo de los tres períodos en los que se puede dividir la política cultural del mismo[3]. Esta selección no solo confirma una de las más importantes pautas del funcionamiento de la literatura mundial, esto es, el hecho de que “a literary work manifests differently abroad than it does at home” (Damrosch 6). También revela la articulación de una jerarquía específica, o sea, una suerte de canon local que no se puede disociar de sus artífices, puesto que, en palabras de William Marling, “Success in World Literature is about gatekeeping” (1); y que, a su vez, se articula con la noción de “competing canons” (Baer s/p), entendida esta como una plasmación o herramienta usada por los bandos enfrentados en la Guerra Fría cultural para aupar sus particulares apuestas dentro del ámbito literario.

Nuestro artículo muestra en una primera parte la relativa coincidencia del canon local con el edificado en el ámbito soviético, para pasar a centrarse en la segunda parte en las dinámicas del campo literario que condujeron a la traducción y promoción de otro tipo de autores latinoamericanos, la mayoría de ellos pertenecientes a lo que Locane llama “literatura mundial capitalista” y que es la que en Occidente “se convierte en hegemónica, la que se impone y sirve de referencia general [...] finalmente, la que logra silenciar los diseños rivales” (Locane 194). No obstante, en Rumania estos dos tipos de literatura mundial coexisten durante muchos años y, en vez de una explosión (como lo sugiere de hecho el propio nombre del boom), en este país se aprecia una transición paulatina de un tipo a otro, con varias interferencias entre los dos. En particular, nos interesa el período 1964-1971, conocido como el “deshielo cultural”, ya que es precisamente en esta etapa cuando cambia el perfil de la literatura latinoamericana promovida en la Rumania comunista y cuando el discurso crítico conoce una depuración de los clisés ideológicos anteriores, a la vez que en Occidente se afirma de la forma más esplendorosa el boom.

El auge de los escritores “progresistas” (1948-1964)

Por razones obvias, existe una diferencia fundamental entre la penetración de la cultura latinoamericana en los países socialistas con respecto a lo que ocurrió en ciertas culturas “centrales”. Para ilustrar este aserto en relación con el caso rumano, el ejemplo más sugerente es Francia, país con el cual Rumania ha tenido una relación cultural tan fuerte que en los años 1920 llegó a ser tildado sarcásticamente de “colonia cultural francesa” (Fundoianu 25). En Francia la elección de los escritores latinoamericanos escogidos para ser traducidos después de la Segunda Guerra Mundial se proyectó sobre las tradicionales expectativas exotistas con respecto a América Latina y fue influenciada por los sesgos culturales individuales de los porteros: así, Roger Caillois intentó imprimir una línea documentalista y etnográfica a la colección Croix du Sud, de Gallimard, dentro de un proyecto disciplinario, pedagógico y divulgativo de la posguerra (Guerrero, “La Croix” 204), mientras que en Seuil, Claude Durand y Severo Sarduy se orientaron hacia lo “actual” en términos de experimentalismo formal (Camenen 205).

En Rumania, en cambio, la literatura latinoamericana entró a través de los planes soviéticos de importación de literatura en el bloque socialista y, junto con las literaturas asiáticas y africanas, obedeció a la orientación de los dirigentes culturales para aclimatar las literaturas periféricas del Sur Global. En este empeño, el primer criterio de selección fue ideológico-estético: la afinidad con el realismo socialista. Así, cuando en 1951 aparecen en la Croix du Sud las Ficciones de Borges y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, en Rumania ya se habían traducido, en 1946, As terrra do sem fim de Jorge Amado; en 1948, Huasipungo de Jorge Icaza y un fragmento de El río oscuro de Alfredo Varela; en 1949, una novela corta del mismo Amado titulada en rumano Prima zi de grevă (El primer día de huelga); y a lo largo de los años 1950 se acumularon otros cuatro títulos de Jorge Amado y, procedentes del espacio de habla hispana, libros como Mamita Junai del costarricense Carlos Luis Fallas (1956), El hijo del salitre de Volodia Teitelboim (1956), Fronteras al viento del uruguayo Alfredo Dante Gravina (1956), Lautaro, joven libertador de Arauco del chileno Fernando Alegría (1957) y la traducción integral de El río oscuro de Alfredo Varela (1958).

Otro rasgo destacado en cuanto al paisaje de la traducción latinoamericana en la Rumania del período de la sovietización forzada es la preeminencia dada a la poesía con respecto a la prosa, aspecto que tratamos in extenso en otros trabajos (Ilian “O abordare”; Ilian y Ţiţei “La poesía”), y que referimos aquí solo para remarcar que, entre los “escritores progresistas”, los poetas tienen un especial peso. El autor más prominente de esta primera etapa del diálogo literario rumano-latinoamericano es Pablo Neruda: entre 1948 y 1965 (es decir, durante la etapa del estalinismo dogmático) aparecen nada menos que seis libros de poesía nerudiana, casi exclusivamente de la etapa antifascista, así como también Las uvas y el viento, traducido en 1956 por Maria Banuş. Al lado de Neruda, la prensa cultural rumana publica incesantemente poesía latinoamericana de factura militante, siendo recurrentes los nombres de Nicolás Guillén, Raúl González Tuñón y Miguel Ángel Asturias (este último de forma aún más constante a partir de 1962 cuando se inicia su serie de tres estancias en Rumania). En 1961 aparece una antología de poesía latinoamericana realizada por el pedagogo progresista uruguayo Jesualdo Sosa, que tiene nada menos que 776 páginas y se propone ofrecer un panorama exhaustivo de 450 años de poesía latinoamericana, desde Pedro de Oña y Sor Juana Inés de la Cruz hasta Octavio Paz y Nicanor Parra, si bien todos presentados y antologados desde una perspectiva de clara influencia marxista-leninista. Tanto la impresionante cantidad de poesía latinoamericana traducida como las novelas de clara orientación realista crítica traducidas en este período confirman una vez más la internacionalización de la literatura latinoamericana bajo el signo del “progresismo” promocionado igualmente por el aparato de propaganda soviético.

Anteriormente (Ilian “Latinoamérica”; Ilian “O abordare”) también hemos intentado presentar de forma más atenta, en algunos casos a través de análisis cuantitativos, la forma en que la literatura latinoamericana traducida en la primera etapa del régimen comunista fue instrumentalizada por los dirigentes político-culturales rumanos. Este campo cultural, de forma tímida después de la muerte de Stalin en 1953 y de forma más resuelta a partir de 1956 (año de la fallida Revolución húngara), empezó a disociarse en dos frentes. Por un lado, se posicionaron los “reaccionarios”, esto es, los escritores que habían llegado a las altas cumbres del poder simbólico y político gracias a la perfecta asimilación de los preceptos del realismo socialista y que no querían ceder tan fácilmente ante el posible cambio de orientación. Por otra parte, los “modernos” captaron los signos de un cambio de tono en lo político-cultural –como el que empieza a notarse, ya desde medidados de los años 1950, en la revista Steaua de Cluj, dirigida por A. E. Baconsky– y no dejaron de bregar por una despolitización paulatina del discurso literario que lo condujera a la autonomía estética del arte. En este enfrentamiento, la literatura extranjera traducida en general y la latinoamericana en particular se transformó en una potente arma que, de alguna forma, ambos frentes aprovecharon para sus propios fines.

Sería fácil y engañoso afirmar que son los “reaccionarios” los que hacen posible la entrada en el escenario cultural rumano de la etapa de la literatura latinoamericana de orientación realista socialista (prosa y poesía), y que son los segundos los que auspician la penetración del boom en Rumania. Es cierto, no obstante, que Neruda, por ejemplo, es traducido en los años cuarenta y cincuenta por unos poetas practicantes ellos mismos del realismo socialista –Mihnea Gheorghiu, Eugen Jebeleanu, Mihai Beniuc, Radu Boureanu, que efectivamente son representantes prototípicos del frente “reaccionario”–, hecho que iba a tener una enorme influencia en la recepción del poeta chileno en la Rumania del primer período del régimen comunista. Asimismo, uno de los militantes más señeros del abandono de la línea realista socialista, A. E. Baconsky, manifestó su poco aprecio por las “frases dilatadas, incluido su material metafórico de aluvión impresionante” del “Águila de los Andes” –como llama despectivamente a Neruda (Baconsky Panorama 18)–, mientras afirmaba su pasión incondicional por el acendramiento lírico-existencial de un Vallejo (Ilian “La(s) figura(s)”).

Sin embargo, es igualmente significativo señalar que en 1963 –esto es, en un año en que el frente “reaccionario” se acercaba inevitablemente a la derrota que iba a consumarse por completo en 1964, cuando Rumania se independizó de la tutela soviética– el propio A. E. Baconsky escribe un corto ensayo sobre Borges en el que prácticamente repite todos los estereotipos que se podían aducir en la época del dogmatismo estalinista contra un autor que supuestamente practicaba una gratuidad estética y un esteticismo que, aunque estén apuntalados por una erudición y una inteligencia incontestables, lo desconectan –dice Baconsky– de “la única fuente del arte auténtico”, que es “la orientación hacia la vida contemporánea” (Baconsky, “Un european” 2). En un paisaje cultural tan complicado como el rumano de la época, en el que la censura y la autocensura, junto con la infinita variedad de estratagemas de supervivencia intelectual hacen difícil medir el grado de sinceridad de los autores, resulta imposible decir si Baconsky realmente deseaba desprestigiar a Borges o, al contrario, pretendía magnificar su excelencia a través del uso de un sutil lenguaje esópico.

Se puede dar otro ejemplo para ilustrar esta dificultad de dividir los frentes ideológico-literarios de la Rumania comunista de este período: en 1962, Ernesto Sabato visitó Rumania y el que sería su más importante traductor al rumano (y que publicará la versión rumana de El túnel ya en 1965), Darie Novaceanu, le realizó una entrevista aparecida en una de las revistas especializadas en literatura universal y que se preciaba de mantener una máxima neutralidad política: Secolul 20. Las reflexiones sabatianas sobre el realismo literario y sobre el falso dilema literatura social frente a literatura gratuita adquieren una resonancia particular en una cultura rumana que brega en estos años por desasirse de las consignas del realismo socialista y de la obligación de la implicación social: “Se equivocan los que nos piden literatura social, porque [...] un gran autor debe ser el intérprete de la entera realidad y no solo de la realidad externa, superficial” (Novăceanu, “De vorbă” 122). No obstante, en el mismo número de la revista Secolul 20 Darie Novăceanu publicó también una suerte de balance del incipiente diálogo cultural rumano-latinoamericano y recomendaba la traducción de una serie de obras que, según él, “enriquecerían nuestras bibliotecas y al mismo tiempo estimularían y consolidarían las relaciones culturales entre nuestro país y América Latina” (Novăceanu, “Traduceri” 144). Ahora bien, las obras recomendadas para trazar un ideal paisaje latinoamericano en Rumania resultan ser unos textos de compromiso social que claman por la justicia y el castigo de los delitos, cercanos al realismo realismo social típico de la –ya casi superada– etapa “dogmática” del régimen comunista rumano, y que hoy en día se encuentran totalmente relegados al olvido: Nuestra sangre de Jesús Lara, Constructores de Ramón Amaya Amador, o Nuestro petróleo de José Mancisidor. Estas obras, de hecho, nunca se tradujeron integralmente al rumano, ya que en pocos años la imagen de la literatura latinoamericana en Rumania se iba a transformar radicalmente.

Innovación y deshielo: la apertura hacia nuevas propuestas literarias (1964-1971)

Más allá del lugar común que ofrece una versión simplificada y engañosa de las relaciones internacionales dentro del Bloque del Este, Rumania es un ejemplo palmario de lo desajustado de esa visión, que tiende a mostrar a los países socialistas europeos coaligados a la URSS como meros “satélites” o “títeres” sin identidad propia. Recuérdese que para 1958 las tropas soviéticas abandonaron el país y se produjo un acercamiento económico y diplomático a países occidentales; y, sobre todo, en 1964 la dirigencia rumana evidenció su afán de separarse de la tutela de Moscú y establecer un nuevo marco de relaciones internacionales donde su independencia quedara salvaguardada (Pop 214-5), como deja patente la “Declaración de abril de 1964”, donde leemos: “Dada la diversidad de condiciones de la construcción socialista, no existen ni pueden existir patrones o recetas únicas, nadie puede decidir qué es justo y qué no para otros países o partidos” (apud Pop 217). La política cultural rumana se vio asimismo influenciada por estos acontecimientos, que a su vez afectaron a la recepción de la literatura latinoamericana, como enseguida comprobaremos.

El caso de Miguel Ángel Asturias es sin duda el más representativo para ilustrar las corrientes subterráneas contradictorias que condujeron a la construcción de un nuevo perfil de la literatura latinoamericana en la Rumania socialista. La traducción de 1960 de El señor Presidente por Paul Alexandru Georgescu[4], que se convirtió en su principal portero, sobrevino en un momento de máxima apertura hacia el espacio latinoamericano determinado por la Revolución cubana, que en la prensa rumana fue saludada efusivamente como una promesa de la victoria mundial del socialismo en el mundo (aun y cuando el posicionamiento ideológico de Fidel Castro no se encontraba todavía claramente definido). En el prefacio de Petre Iosif a este libro el acento recae en el compromiso social del escritor con su pueblo, ilustrado por una cita de Asturias en la que define su concepción de la literatura como “documento que refleje nuestra época, con sus afanes, esperanzas, sufrimientos y luchas, [puesto que] el escritor debe estar ahora del lado de las clases explotadas” (Iosif XIV). Esta presentación, que se aviene perfectamente a las consignas sobre el papel de la literatura en una sociedad socialista, ubica claramente al escritor guatemalteco entre los autores “progresistas”, promovidos de hecho también en la URSS. Es significativo por lo demás que esta primera novela de Asturias había sido traducida al ruso en 1959, con un éxito tal que iba a propiciar que su autor obtuviera el premio Lenin de la Paz en 1966 (Rupprecht 107).

El nombre de Asturias había empezado a circular en la prensa rumana desde 1957 y en todos los artículos que se le habían dedicado su figura se presentaba como la del escritor “que abraza el alma del pueblo, convirtiéndose en una caja de resonancia de sus esperanzas más íntimas” (Marian, “Miguel Ángel” 6), como la del poeta en cuyos versos “resuena el orgullo y la dignidad del artista que lucha por la justicia de su pueblo” (Gheorghiu 8), como la del novelista que anticipa un cambio político transcendental en su continente:

En Cuba, exactamente como en la creación literaria de Asturias Viento fuerte, el viento fuerte del movimiento popular derrocó del gobierno del país el régimen dictatorial [...] y las noticias más recientes muestran que en Nicaragua, Paraguay, Perú, en Ecuador y en Honduras, la población recurrió a las armas de la huelga y de la rebelión, al descubrimiento del camino que lleva a las revoluciones populares. (Marian, “‘Domnul Preşedinte’” 13)

Todas estas consideraciones sobre Asturias son poco aptas para situar al escritor guatemalteco en una vanguardia innovadora de las letras universales como la que iba a ser proclamada por los escritores del boom y lo acercan, en cambio, más al tipo de escritor “progresista” que desmaleza el camino para el acercamiento de América Latina al frente socialista. Hecho que los soviéticos, hacia finales de los años cincuenta y con un optimismo ingenuo, auguraban como el destino de ese continente (Rupprecht 98).

De hecho, Asturias mantuvo una especial relación biográfica con Rumania, puesto que, además de una corta estancia en este país realizada en 1928 (Henighan) pasó otras temporadas allí entre 1962 y 1966. Las dos primeras fueron las más prolongadas y provocaron mayores consecuencias en su inicial identificación con el perfil “progresista”. Efectivamente, en 1962, en un momento crítico de su vida de exiliado en Argentina, Asturias recibe una invitación de parte del Instituto Rumano de Relaciones Culturales con el Extranjero para pasar una temporada en Rumania. Como gesto de cortesía para con sus anfitriones o “precio” pagado por su estancia, escribe un libro de desmesurado elogio del régimen comunista: Rumania, su nueva imagen, publicado en 1964 en México. Algunos fragmentos de este libro (tanto de prosa como de poesía) se publicaron en la prensa rumana y varios hispanistas lo reseñaron para enfatizar la calidad del escritor guatemalteco como un “gran amigo de Rumania”.

Los últimos meses de 1963 y los primeros de 1964 Asturias los pasó en una de las casas de creación de la Unión de Escritores, en Sinaia, y fue en este período cuando trabajó junto con el profesor bucarestino Paul Alexandru Georgescu en la Antología de la prosa rumana, que se publicó en 1967, y a la par en un proyecto (al final fallido) de traducción de un poema de uno de los más notorios escritores del frente “reaccionario”, Eugen Jebeleanu. Al mismo tiempo, en la prensa rumana se publicaron a un ritmo constante sus crónicas políticas sobre América Latina[5], todas escritas desde una clara perspectiva “progresista” y antiimperialista, lo que de nuevo tuvo el efecto de identificarlo para el público rumano con el intelectual comprometido políticamente en el frente “correcto” (o sea, soviético) y acercarle al perfil del abnegado “compañero de ruta” en el camino del socialismo.

Sin embargo, es el propio Asturias el que hace las veces de guardagujas para la inscripción de la literatura latinoamericana en un nuevo rumbo de su recepción en el espacio rumano y esto se debe en gran medida a su cuidadoso portero Paul Alexandru Georgescu, que en 1964 traduce –directamente de un manuscrito sin publicar todavía en español– el libro de Miguel Ángel Asturias La novela latinoamericana (Romanul latinoamerican). Esta obra se puede ver como un manifiesto que propugna la eliminación de todos los residuos del realismo socialista literario cuando enfatiza el carácter revolucionario de “una prosa táctil, plural, irreverente hacia las formas establecidas, que busca rutas nuevas y secretas […] para solidarizarse con los problemas humanos” (Asturias 25).

Los cinco ensayos reunidos en este volumen no rompen por completo con las consignas del arte políticamente militante, ya que Asturias enfatiza la capacidad que tiene la literatura en general y la latinoamericana en particular no solo de “reflejar la realidad [...] sino de modificarla: testimonio y arma al mismo tiempo” (Asturias 6). Los autores que menciona para ilustrar esta orientación son los que denuncian la pobreza, la corrupción y los desastres provocados, paradójicamente, por la explotación de las inmensas riquezas de América Latina: el cobre en Chile, por El hijo del salitre de Volodia Teitelbom; el petróleo de Venezuela, por Sobre la misma tierra de Rómulo Gallegos; la madera preciosa del norte de Argentina, por El río oscuro de Alfredo Varela (de hecho, ya traducido al rumano en 1958); etc. Pero lo que distingue este enfoque sobre la literatura latinoamericana de la puramente “progresista” es la constante reiteración del principio de la supeditación de los experimentos formales a la exploración audaz de las motivaciones humanas, a través del mito, la fantasía y una innovadora herramienta expresiva.

Un sobresaliente crítico rumano (Goldiş) ha destacado en este libro de ensayos críticos de Asturias su posicionamiento a favor de un experimentalismo temperado (en comparación con el de la nueva novela francesa, por ejemplo) y, de esta forma, afín, a través del humanismo, con los preceptos asumidos por el arte socialista del período del “deshielo”. Al estudiar la literatura traducida entre 1965 y 1971, Goldiş muestra que en este período las traducciones del francés vuelven a tener ventaja numérica sobre las traducciones del ruso, pero igualmente observa que la mayoría de las obras importadas de Francia son novelas “clásicas”, donde Balzac y Jules Verne encabezan las listas de los autores seleccionados. En este caso, a pesar de la ventaja cuantitativa, la literatura francesa no produjo un impacto catalizador sobre el polisistema cultural rumano, lo que en cambio sí ocurrió con la literatura latinoamericana, traducida en Rumania prácticamente de forma sincrónica a su publicación en la lengua original. Los atrevidos experimentos literarios del Fuentes de La muerte de Artemio Cruz o del Vargas Llosa de La casa verde y sobre todo la rica y diversa exploración de la incierta frontera entre lo real y lo imaginario que se lleva a cabo en las prosas de Asturias, Carpentier, Rulfo, Julio Cortázar o García Márquez (todos traducidos en este lapso temporal)[6] inspiran a una serie importante de jóvenes escritores rumanos –D.R. Popescu, Fănuş Neagu, Ştefan Bănulescu, Sorin Titel, Al. Ivasiuc–, que rompen con la tradición realista para adentrarse en la zona de lo imaginario con medios inspirados por las publicaciones latinoamericanas recién integradas en su cultura nacional. En este caso sí que se puede hablar de un boom latinoamericano en la cultura rumana a partir de 1964, dado que esta literatura actúa como un catalizador en el polisistema cultural de acogida: en términos de Even-Zohar, disfruta de una posición central porque “participa activamente en la configuración del centro del polisistema” (225), mientras que el anterior paisaje cultural de tipo “progresista” se encontraba en una posición periférica, al ser “construida de acorde a las normas ya establecidas de forma convencional según el modelo dominante en la literatura receptora”, de ahí que representara un “factor principal de conservadurismo” (227).

Uno de los síntomas más relevantes del cambio de la percepción sobre la literatura latinoamericana lo proporciona la recepción de la figura de Borges, uno de los autores más apreciados en Rumania y cuyo éxito en ese país se adelantó en más de una década a la primera traducción al ruso, donde penetró como poeta a través de una antología de poemas seleccionados de Fervor de Buenos Aires y Moneda apenas en 1975 (Baer s/p). En 1961 el premio Formentor, obtenido ex aequo con Samuel Beckett, fue comentado en estos términos en la revista Secolul 20 (que, como mencionábamos, se preciaba de ser lo más apolítica posible, aunque nunca pudo realizar por completo este desiderátum):

La elección de Borges, si bien está lejos de reflejar una lucha por el arte realista, al menos tiene el mérito de premiar el elemento de cultura histórica, que existe en la obra del escritor argentino, en contraste con el atemporal y abstracto Beckett. [...Borges] representa una extraña mezcla de cultura española, inglesa y portuguesa; su obra novelística [sic], con sus pretensiones innovadoras, no consiguió provocar una gran adhesión entre la masa de lectores debido a su carácter sofisticado. (G. H. 245)

Anteriormente, hemos hecho referencia a la crítica del carácter hiperintelectual y antirrealista que le hace Baconsky en 1963. En cambio, el mismo Baconsky, al llevar a cabo un balance de los acontecimientos literarios occidentales del año 1964, saluda la multitud de traducciones de la obra de Borges al francés y al inglés, la gira del autor por Europa, donde fue homenajeado por la prensa literaria, así como el lanzamiento del número de Cahiers de l’Herne que se le había tributado (Baconsky, “Însemnări” 10). Ya en 1966 en Viaţa Românească aparece la traducción hecha por Valeriu Cerna del cuento “El Aleph”, Aurel Stoicanu da a conocer en Secolul 20 un ensayo titulado sugerentemente “La metódica de una fascinación”, y un año más tarde la misma revista le dedica un amplio dosier donde se publica una nutrida selección de sus prosas en la traducción de la que, junto a Andrei Ionescu, iba a ser una de sus más importantes porteras: Cristina Isbăşescu.

Junto a estos cuentos, se publican fragmentos de entrevistas y de las memorias de Victoria Ocampo sobre él, así como un penetrante e informado ensayo del importante poeta y crítico rumano Ştefan Augustin Doinaş, cuya bibliografía crítica proviene casi exclusivamente del número de Cahiers de l’Herne de 1964 (lo que prueba una vez más la vuelta de la intelectualidad rumana a la galofilia anterior a la sovietización) y cuyo centro de interés recae en el conflicto del escritor con el mundo “infinito y carente de sentido”, un mundo que es “una mezcla inextricable de lo real y lo imaginario”. Por eso, Borges concibe la literatura como un medio de “ofrecer una imagen coherente sobre lo real” y asegurar “un equilibrio, por más precario que sea, entre lo finito y lo infinito” (Doinaş 113). La desinstrumentalización de la literatura y su total desvinculación de la política está claramente afirmada aquí y no sorprende que justo durante el período del deshielo fuera cuando más se tradujo a Borges y más se escribió sobre él. De hecho, hasta 1971 las traducciones de sus poemas y cuentos se acumulan no solo en las revistas centrales y en Secolul 20 (donde en 1969 se le dedica un nuevo dosier, todavía más amplio y variado que el anterior), sino también en las revistas de otras ciudades distintas a la capital, como Cronica de Iaşi, Ateneu de Bacău, Tomis de Constanţa, Tribuna de Cluj u Orizont de Timişoara. Si se toma en consideración que Borges fue promocionado por Encounters, la revista financiada por la CIA, llevado al estrellato por Mundo Nuevo (Mudrovcic) y que la máxima acumulación de traducciones en el espacio francés ocurre entre 1958 y 1965 (Molloy 227-9), es evidente el cambio de rumbo con respecto al canon latinoamericano seguido por los rumanos y su premura en volverse cuanto antes hacia Occidente para recuperar –como dice el insigne historiador literario rumano Eugen Negrici– “el tiempo malgastado durante el gran extravío realista socialista” (264).

El primer libro de cuentos de Borges se publicó en 1972, en la traducción de Darie Novăceanu, quien además preparó un prefacio y una nota biobibliográfica, según el uso común de la época y propio del espacio exsocialista[7]. La casi obligación de acompañar el texto principal de un paratexto (en muchos casos escrito por el propio traductor o bien por un reconocido especialista) deriva sin duda del paradigma didáctico-formativo soviético, pero solo en los primeros años del régimen comunista estos prefacios tuvieron como principal objetivo dirigir la lectura al resaltar los elementos ideológicos del texto. Con el paso del tiempo y específicamente en el período que ahora nos interesa estos prefacios se volvieron cada vez más refinados, además de más amplios y abarcadores, dependiendo, como es natural, de la competencia de cada prologuista.

En este caso, como suele ocurrir en los textos de Darie Novăceanu, el prefacio no se alza al nivel del rigor y sutileza propios de la mayoría de los textos críticos de este tipo que se publicaban en esta época. Novăceanu, quien también fue poeta y cuyas traducciones siempre han sido dura y atinadamente criticadas por sus colegas, acude con frecuencia a metáforas vagas, a referencias a sus propias experiencias (por ejemplo, el encuentro con Borges en Buenos Aires) y a imágenes poco convincentes[8]. En este prólogo polemiza con los exégetas que tergiversaron la imagen de Borges y a los cuales les reprocha el haberle negado su argentinidad, mientras que –muestra él– el tipo de “fantástico” de Borges se inscribe en la tradición de su país, iniciada por Sarmiento y Lugones y la mayoría de sus cuentos están localizados en Buenos Aires o en las provincias argentinas. El error de sus críticos provendría, según Novăceanu, del hecho de que Borges no se amolda a los estereotipos corrientes sobre la literatura latinoamericana: el exotismo y la denuncia de las estructuras sociales (14, 16); y, en cambio, su tema central es el tiempo, que, de acuerdo con el crítico rumano, se aprecia desde su naturaleza circular: “expresión trágica y desesperada del espíritu humano activo de no renunciar a sí mismo, una hipótesis esta también, pero que permite que los labios del moribundo sonrían” (19).

Más allá del estilo, de una poeticidad dudosa, que se revela en los fragmentos citados, lo que Novăceanu logra recalcar es que, en Borges, la incontestable falta de preocupación social –“especialmente en un período en el que Miguel Ángel Asturias recibió el Premio Nobel” (28)– proviene de su pertenencia a una sociedad que, debido a su “juventud”, es “inestable” porque “las relaciones entre la gente sufren transformaciones bruscas o formas anacrónicamente retrasadas [sic]” (29). Así, conforme a una lógica más sutil que, según Novăceanu, caracteriza a la literatura latinoamericana y que consiste en el empeño de “convertir los eventos en lenguaje” (29), Borges sí representa un paradigma de su espacio cultural, ya que es un “técnico de la metáfora” (30) y sus textos, al fin y al cabo, se conciben como unas “gigantescas metáforas, como su llanura natal” (30): “Funes, una metáfora de la memoria; La forma de la espada, una metáfora de la traición y la cobardía”, “Biblioteca de Babel, una metáfora del universo, etc., etc.” (30).

La figura del más conocido hispanista de la Rumania socialista, Novăceanu –condecorado en 1982 con el premio nacional de España por la mejor traducción de una obra literaria española (los poemas de Góngora), elegido miembro correspondiente de la Real Academia Española, miembro en el jurado del premio Casa de las Américas, autor de más de setenta traducciones del español al rumano y del rumano al español, conspicuo viajero en todo el espacio hispánico (en una época en la que los permisos para salir del país eran muy difíciles de obtener)–, es sin duda ilustrativa de las contradicciones que se dan en esta época con respecto al complicado entrelazamiento entre la literatura y la política. Ya señalamos los títulos “progresistas” que recomendaba en 1962 para ser traducidos al rumano. En 1965, cuando el paisaje cultural rumano ya se había despejado al orientarse claramente hacia la autonomía estética, en un artículo de Gazeta literară Novăceanu todavía señalaba como acontecimientos literarios latinoamericanos dignos de conocerse en Rumania la aparición de la antología de Raúl González Tuñón publicada gracias a la iniciativa de la revista Hoy, la publicación del libro de cuentos La tierra azul de Bernardo Verbitsky, de la novela Llalliypacha de Jesús Lara, del libro de poemas Este mar que soy yo de Guillermo Velázquez Landa y de las memorias de Luis Martín Guzmán Las crónicas de mi exilio (Novăceanu, “Ce e nou” 8). Casi al mismo tiempo, en la misma revista y en un contraste que habla por sí mismo, su colega Andrei Ionescu –por esta época joven asistente del Departamento de Español de la Universidad de Bucarest– subrayaba, en cambio, la aparición de Coronación de José Donoso y de Otras inquisiciones de Borges (Ionescu, “Ce e nou în literatura” 8).

Ionescu no contó con las mismas facilidades para acceder a las traducciones más importantes del momento aparecidas en las editoriales rumanas, pero a través de sus asiduas colaboraciones en las revistas culturales como traductor y crítico transmitió a los lectores rumanos los mayores cambios que estaba experimentando la literatura latinoamericana en el espacio occidental. Así, en un amplio artículo publicado en 1970 en România literară (sucesora, a partir de septiembre de 1968, de Gazeta literară), Ionescu dio a conocer tempranamente un sesudo informe sobre el boom latinoamericano. En él presentó como figuras mayores de la “nueva novela” a Alejo Carpentier, João Guimaraẽs Rosa, Juan Rulfo, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes o a Gabriel García Márquez, y, lo que es más importante, deslindó las dos tendencias que, heurísticamente, se encarnarían en Asturias y Borges, esto es, el “indigenismo” y el “formalismo europeizante”. Esta síntesis creadora es el signo de una literatura capaz ahora de “abordar una problemática social sin caer en la sociología, una problemática moral sin caer en la pedagogía moralizante, una problemática estética sin caer en el estetismo” (Ionescu, “Ce e nou în culturile” 20).

En la presentación de Ionescu, Asturias es considerado un “precursor que abre el camino [porque] por primera vez en su obra se ha realizado artísticamente el enfrentamiento entre el mundo telúrico, mágico, con el mundo industrial moderno y ha sido pintada de manera compleja la destrucción de la cultura autóctona maya por la dominación extranjera” (20). Por su parte, a Borges se le retrata como una “influencia decisiva” para Cortázar y muchos otros escritores que cultivan el “realismo fantástico” (21). Es en este artículo donde creemos que se puede medir de la forma más clara la transformación de la figura de Asturias de “compañero de ruta” socialista, cuya literatura se aprecia por su gran compromiso social, a un autor valorado exclusivamente en términos estéticos como precursor de la “nueva novela latinoamericana”. Su boom en Rumania se gestó en este período, en perfecta sincronía con Europa Occidental o Norteamérica.

Fricciones cronológicas del campo cultural rumano socialista

Los límites temporales de un período no son nunca totalmente nítidos y las fuerzas que amoldan un campo cultural, así como la producción literaria de cierto momento, coliden continuamente, de forma que las inercias o las anticipaciones son inevitables. En este sentido, el libro de Francisc Păcurariu titulado Introducción a la literatura latinoamericana (Introducere în literatura Americii Latine), concebido según las pautas de la historiografía literaria marxista-leninista, puede leerse como un epítome de la visión sobre la literatura latinoamericana como literatura “progresista” y representa la culminación de un enfoque didáctico e ideológico que prácticamente iba a desaparecer en los años ulteriores. Publicado en 1965, el libro cuenta con un elogioso prólogo de Miguel Ángel Asturias, cuyo ensayo La novela latinoamericana publicado el año anterior vimos que abría una perspectiva nueva sobre la literatura del espacio que nos ocupa.

Otro ejemplo de estas disonancias temporales lo podemos encontrar en la recepción rumana de Pablo Neruda, o sea, el “escritor progresista” por antonomasia del período dogmático. En 1965 se lanzó un libro suyo titulado Poemas (Poeme), en el cual el traductor Radu Boureanu reunió en un orden aleatorio producciones de varias etapas del poeta chileno en las cuales se evidencia tanto su faceta de poeta del amor (Veinte poemas de amor y una canción desesperada, 1924, y 100 sonetos de amor, 1959) como su faceta política de España en el corazón (1936), Tercera residencia y Canción de gesta (1960). Además de la calidad muy cuestionable de las traducciones, el libro está acompañado por un prólogo escrito por Boureanu que remacha los mismos clisés sobre la militancia comunista y el compromiso de Neruda con la lucha antiimperialista que se habían repetido sin cesar en la etapa del “estalinismo integral”. Al contrario, el libro aparecido en 1963 titulado Poesías nuevas (Poezii noi), donde su fiel y talentosa traductora María Banuş antologa textos de los más recientes poemarios nerudianos –el ciclo de las Odas, Estravagarios y Navegaciones y regresos–, tiene el mérito de actualizar en Rumania la imagen de Neruda, que evoluciona en estos libros hacia su etapa posmoderna, donde “el Sujeto (enunciador y protagonista del discurso) nerudiano había dejado de proponerse metas u horizontes” (Loyola 29). Su poesía de lo cotidiano y lo nimio es saludada en Rumania como “el lozano florecimiento de una segunda juventud artística” (Cioculescu 162) y su pretendida (y por lo demás imposible) síntesis de “poesía ‘pura’ y a la vez combativa” (163) es vista en este período de transformación del paisaje cultural como indudablemente más afín con las necesidades de la cultura rumana apremiada por cerrar cuanto antes la triste etapa dogmática.

El deshielo cultural, que representa la etapa media del régimen comunista, termina, según la historiografía oficial, en 1971, momento en que las “Tesis de julio” dictadas por Ceauşescu imponen un nuevo clima a la cultura rumana, caracterizado principalmente por una politización de signo bastante diferente al del “estalinismo dogmático”, esto es, de tintes nacionalistas conjugado con un cada vez más acentuado carácter de culto a la personalidad del dictador rumano.

Con todo eso, para el más importante sector del campo cultural la autonomía estética del arte se consideraba a esas alturas un principio inquebrantable y el énfasis puesto en el carácter “progresista” (o no) de cierto escritor resultaba no solo fuera de lugar, sino rotundamente vergonzante para el crítico que incurriese en el error de emplearlo. De acuerdo con este posicionamiento, los escritores deberían ser juzgados solo por el valor estético de su producción y su posicionamiento en un frente u otro de la Guerra Fría se consideraba realmente inoperante como criterio para su selección dentro del canon local.

A este tenor, recuérdese el enorme éxito del que a partir de 1967 goza Borges, un autor para nada afín políticamente con el frente socialista. Otro ejemplo del mismo tipo lo representa Germán Arciniegas, que tiene un activo portero en Paul Alexandru Georgescu, también promotor de Asturias. En el prefacio de Biografía del Caribe (Biografia Caraibelor, publicado en la editorial Minerva en Bucarest en 1978), el profesor bucarestino retrata de forma efusiva al autor colombiano, a quien afirma haber conocido en 1972 en el Congreso Internacional de Futurología, en Bucarest: “Nuestras conversaciones, con el cambio vivaz de preguntas y respuestas, de tesis, antítesis y síntesis, hacían cada vez más fuerte el deseo de colaboración” (Georgescu VI). De esta cercanía intelectual (y sin duda humana) nacieron numerosos frutos: la edición bilingüe de las memorias de viaje de Arciniegas en Rumania Popas în Romania/Estancia en Rumania, de 1974; la idea dada al profesor bucarestino de hacer una Antología del ensayo hispanoamericano, que Georgescu efectivamente coordina y publica en 1975 y en la cual Arciniega figura con dos textos; la continuación de este proyecto a través de la Antología de la crítica literaria hispanoamericana, de 1986, que aparece con un prefacio escrito por Arciniegas en 1987; y, por fin, la traducción de su novela El caballero de El Dorado. Evidentemente, ni en el prefacio a la Biografía del Caribe ni en ninguno de los otros libros publicados en Rumania se hace referencia alguna a la posición rotundamente antisoviética del que había sido desde 1963 hasta su cierre en 1965 director de Cuadernos, revista del Congreso por la Libertad de la Cultura, financiada en secreto por la CIA. No se menciona su posición anticomunista ni su “actitud moderada hacia Estados Unidos” (o sea, más bien favorable) (Alburquerque 143) simplemente porque, después de los excesos dogmáticos del período anterior a 1964, no interesan los posicionamientos políticos de los nuevos llegados al escenario cultural rumano.

Desde la perspectiva opuesta, si se mide a través del número de reseñas y artículos críticos el efecto producido en la cultura rumana por la prosa cubana, es indudable que el autor mejor representado es Alejo Carpentier, a quien la revista Secolul 20 le dedicó un amplio dosier en 1967 en el que se incluía su célebre ensayo sobre lo real maravilloso y cuyas novelas se tradujeron a un ritmo constante, a poca distancia de su publicación en la lengua original. Por el contrario, los títulos cubanos traducidos bajo el impacto de la conmoción provocada por la Revolución cubana –Bertillón 1966 de José Soler Puig (1961), Tierra inerme de Dora Alonso (1962)– se comentaron en los términos específicos de finales del estalinismo integral, poniendo énfasis en su valor de documento sobre una página heroica de la historia de la isla antillana, pero a lo largo de los años estos nombres se olvidan y no volverán a incluirse en la nómina de los exponentes de la gran literatura latinoamericana con una influencia fértil y decisiva en las letras rumanas. Carpentier es apreciado no por su cubanidad, sino por el deslumbramiento que producen en los años posteriores a la ortodoxia proestalinista unas novelas como El reino de este mundo (publicada en rumano en 1963) o El siglo de las luces (cuya traducción aparece en 1965), así como Concierto barroco, El recurso del método, La consagración de la primavera o El arpa y la sombra, cuyas impecables traducciones –debidas principalmente a Dan Munteanu, uno de los mejores traductores de la cultura rumana– se multiplicarán en las décadas siguientes.

Otro escritor cubano merece ser destacado para evidenciar el grado de libertad alcanzado en este período en lo que concierne a la construcción del propio canon latinoamericano en Rumania. En un número de 1972 de la revista România literară, Andrei Ionescu, con su habitual sentido para detectar los valores certeros, publica un ensayo titulado “La recuperación de la naturaleza a través de la imagen” con ocasión de la aparición de la novela Paradiso, que, según el hispanista rumano, coloca a Lezama Lima en el propio centro del canon latinoamericano. Paralelamente, esta novela, de la cual Ionescu traduce un corto fragmento, elucida la entera producción anterior del poeta y prueba que el aparente “hermetismo” de su obra anterior es “el resultado de un esfuerzo de expresar una sensibilidad extremadamente compleja, una estructura afectiva e intelectual de tipo barroco” (Ionescu, “Recuperarea” 28). La fascinación de Ionescu por el escritor cubano queda atestiguada por la inclusión de otro fragmento de Paradiso en un número temático de Secolul 20 de 1973 dedicado a América Latina. Igualmente, años más tarde, en 1985, coordinará también un excelente dosier en torno a Lezama Lima en esta misma publicación.

Es posible que la aparición del fragmento de Paradiso y del profundo e informado ensayo de Andrei Ionescu de 1972 esté relacionada con la publicación en 1971 de la obra maestra del autor cubano en París, más precisamente en Le Seuil dentro de un proyecto editorial de Severo Sarduy y Claude Durand encaminado a “competir con la vieja Croix du Sud de Roger Caillois [... e] imponer otra idea de la literatura latinoamericana, más vanguardista y contemporánea” (Guerrero, “José Lezama” 225). Pero no se puede pasar por alto el hecho de que a principios de la década de 1970 el autor de Paradiso sufría el ostracismo intelectual en consonancia con los rigores excluyentes que el campo cultural de la Isla, tan cercana políticamente de la Rumania socialista, experimentó durante el Quinquenio gris (Gallardo-Saborido). Si se considera además que en la editorial Univers se publicó Pequeñas maniobras de Virgilio Piñera en 1972, o sea, a un año de distancia de su caída en desgracia en Cuba, se vuelve incontrovertible el hecho de que los hispanistas rumanos diseñaron su canon latinoamericano local con independencia de las políticas culturales cubanas y que el aparato de propaganda en el extranjero de la Isla no se abrió camino hasta unos intelectuales guiados en lo tocante a la selección de los autores que tradujeron solo por el principio del valor estético. Esta libertad adquirida en los años del deshielo no se perdió por completo en las décadas ulteriores, oscurecidas por el ascendente culto a Ceauşescu, y una de las pruebas es la publicación en 1988 –es cierto, en una editorial de menor visibilidad, Editura Militara– de la novela El palacio de las blanquísimas mofetas de Reinaldo Arenas en la traducción de Doina Lincu.

Conclusiones

Nos ha interesado en este artículo evidenciar cómo la literatura latinoamericana que se impone en Rumania a partir de 1964 se amolda cada vez más a la “literatura mundial capitalista”, aunque la base de la recepción de la América Latina literaria se diseñara según los patrones del canon soviético que impulsaba a la primera plana de la fama a los autores “progresistas”. Esbozamos las fuerzas internas de un campo cultural nacional donde la hegemonía de los cultores del realismo socialista se ve debilitada paulatinamente hasta convertirlos a estos en “reaccionarios” con respecto a unos “modernos” abanderados bajo el principio de la autonomía estética.

Se ha constatado también la dificultad de dividir nítidamente estos dos frentes, dadas las condiciones específicas creadas por un régimen comunista que emitía consignas contradictorias y por lo tanto fomentaba las esquivas autodefensivas del lenguaje esópico, permitía la ascensión de unos actores culturales ambiguos (i.e. un Darie Novăceanu), pero que, al fin y al cabo, ofrecía la libertad suficiente para que el diseño de un canon literario local –en este caso latinoamericano– se ajustara a las necesidades de una cultura que se afanaba por salir cuanto antes del desierto dogmático sovietizante a fin de volver a sincronizarse con una Europa –especialmente la de influencia gala– de la cual desde sus inicios como país moderno ha sentido formar parte.

El período rumano del deshielo y sus alrededores se caracterizó por un sinfín de transformaciones de toda índole apreciables en la recepción de la literatura latinoamericana: desde cambios de poética (por ejemplo, en el caso de Neruda), a modificaciones discursivas (en la prensa rumana, que abandonó los clisés dogmáticos), pasando por la irrupción de nuevas generaciones entre los agentes culturales hispanistas. Es significativo que, en este paisaje cultural movedizo, se lograra una independencia bastante notable a la hora de seleccionar a los autores latinoamericanos considerados como realmente importantes para el curso de la cultura nacional. En términos generales, el canon latinoamericano asentado en Rumanía no se ajustó en su totalidad ni al canon soviético ni al canon del mundo capitalista y, por ello, tampoco se plegó a influencias exteriores –como, por ejemplo, las políticas culturales cubanas del momento–. Asimismo, la penetración de la literatura latinoamericana en Rumania, dada su base “progresista”, tampoco se puede leer desde la perspectiva “épica” difundida por los autores del boom, que proclama la desprovincialización de su literatura gracias exclusivamente a los escritores afirmados en Occidente a partir de la segunda mitad de los años 1960. Teniendo en cuenta las circunstancias políticas e históricas en las que se desarrolló este proceso de canonización, no deja de resultar sorprendente este grado de libertad a la hora de promover a unos autores –desde Neruda, Guillén o García Márquez hasta Lezama Lima o Borges– tan disímiles.

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  39. Negrici, Eugen. Literatura română sub comunism. Iaşi, Polirom, 2019.
  40. Nemrava, Daniel. “Del boom a la bolañomanía en el campo literario checo: la creación y la transformación del canon literario en el contexto político de las últimas décadas del siglo XX”. Cuadernos del CILHA, vol. 19, n.º 1, 2018, pp. 63-8, http://www.scielo.org.ar/pdf/ccilha/v19n1/v19n1a06.pdf 
  41. Novăceanu, Darie . “Ce e nou în literatura sud-americană”. Gazeta literară, n.º 22, 1965, p. 8. 
  42. Novăceanu, Darie. “De vorbă cu Ernesto Sabato – la Bucureşti”. Secolul 20, n.º 12, 1962, pp. 119-23.
  43. Novăceanu, Darie. “Prefaţă”. Moartea şi busola, de Jorge Luis Borges, traducido por Darie Novăceanu. Bucarest, Univers, 1972, pp. 5-30.
  44. Novăceanu, Darie. “Traduceri romîneşti din literatura latino-americana”. Secolul 20, n.º 12, 1962, pp. 140-45.
  45. Păcurariu, Francisc. Introducere în literatura Americii Latine. Bucarest, Editura Pentru Literatura Universala, 1965. 
  46. Pop, Ioan-Aurel. Istoria României moderne. Bucarest, Ideea Europeană, 2019.
  47. Rama, Ángel. “El ‘boom’ en perspectiva”. Más allá del boom: literatura y mercado, editado por Ángel Rama. Buenos Aires, Folios, 1984, pp. 51-110.
  48. Rupprecht, Tobias. Soviet Internationalism after Stalin. Interaction and Exchange between the USSR and Latin America during the Cold War. Cambridge, Cambridge University Press, 2015.
  49. Terian, Andrei. Critica de export. Teorii, contexte, ideologii. Bucarest, Editura Muzeului Literaturii Române, 2013.
  50. Tismăneanu, V. Raport final - Comisia prezidenţială pentru analiza dictaturii comuniste din România. Bucarest, sin edición, 2006, https://www.wilsoncenter.org/sites/default/files/media/documents/article/RAPORT%20FINAL_%20CADCR.pdf 


Notas

[1] Esta publicación es parte del proyecto de I+D+i Escritores latinoamericanos en los países socialistas europeos durante la Guerra Fría (PID2020-113994GB-I00), financiado por MCIN/ AEI/10.13039/501100011033/.

[2] Bajo el rótulo del boom incluimos no solo a aquellos autores promocionados en las casas editoriales barcelonesas y especialmente del círculo de García Márquez, Vargas Llosa y Julio Cortázar, sino a una amplia pléyade de escritores latinoamericanos que fueron publicados, promocionados y traducidos gracias a este fenómeno cultural, puesto que, como mostró Ángel Rama, el boom “mundial” no representa solo “una producción exclusivamente nueva sino [también] la acumulación en sólo un decenio, de la producción de casi cuarenta años que hasta la fecha solo era conocida por la elite culta” (Rama 90-1). O bien, en la acepción de Emir Rodríguez Monegal, se trata de una diversidad de proyectos narrativos que incluye cuatro generaciones: los innovadores tempranos, como Borges, Carpentier, Asturias, inventora de nuevas formas narrativas; la generación representada por Guimarães Rosa, Cortázar y Rulfo; el contingente de Clarice Lispector, José Donoso, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y Cabrera Infante, atraído por las posibilidades creativas del idioma; la generación más joven, que incluye a Néstor Sánchez, Manuel Puig y Severo Sarduy, para los cuales el medio es el mensaje (apud Franco 70).

[3] La división aceptada en los estudios culturales rumanos es la siguiente: 1948-1964, el “estalinismo dogmático”, directamente subordinado a las directrices soviéticas y supeditado desde el punto de vista artístico a los dogmas del realismo socialista; 1964-1971, el período de la relativa “liberalización” cultural, en que la censura se relaja y se dejan atrás definitivamente los moldes deformadores del realismo socialista; 1971-1989, la fase “neodogmática”, debida al ascendente culto de la personalidad de Ceauşescu, en que se promueve un “humanismo socialista” con fuertes matices nacionalistas y se manifiesta un poderoso control político sobre el discurso cultural (Tismăneanu; Negrici; Terian 137-9).

[4] Integrado en 1962 en la cátedra de español de la Universidad de Bucarest (fundada en 1957), Paul Alexandru Georgescu fue uno de los más activos agentes culturales de la literatura latinoamericana en Rumania. Sus afinidades intelectuales y los gustos personales lo hicieron acercarse principalmente a la obra de Miguel Ángel Asturias, al que tradujo, prologó y dedicó multitud de artículos en la prensa cultural y académica, amén de su tesis de doctorado: El arte narrativo de Miguel Ángel Asturias (1971). Georgescu fue de hecho quien introdujo el primer curso de literatura latinoamericana en el currículum bucarestino y desplegó una amplia difusión de estos autores en su calidad de profesor, crítico literario y traductor. Dirigió dos importantes antologías –del ensayo latinoamericano y de la crítica literaria latinoamericana (publicadas en 1975 y en 1986)–. En 1979 publicó el libro La literatura latinoamericana desde una perspectiva sistémica, donde se revelan sus gustos y afinidades personales: Asturias, Uslar Pietri, Otero Silva, Coufiño, Borges, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa, frente a otros autores como Carpentier y García Márquez.

[5] En la revista Contemporanul se publicaron entre el 27 de julio de 1962 y el 27 de julio de 1966 varios artículos de opinión y crónicas. Tan sólo en el año de 1963 escribió sobre la actualidad política de Nicaragua, Haití, Argentina, Paraguay o Brasil. En ellos se evidencia su posición contraria a la Alianza para el Progreso.

[6] La muerte de Artemio Cruz se publicó en 1969 en la traducción de Venera Mihudana Dimulescu, con una introducción de Paul Alexandru Georgescu. El mismo año de 1969 apareció la antología de cuentos de Julio Cortázar titulada Final de juego (Sfîrșitul jocului) en la traducción de Irina Ionescu y Dumitru Țepeneag. Pedro Páramo (en una edición conjunta con El llamo en llamas) se editó en 1970 en la traducción de Marieta Pietreanu y Andrei Ionescu, con un prefacio de Andrei Ionescu. También en 1970 se dio a conocer La casa verde de Mario Vargas Llosa, traducida por Irina Ionescu. Cien años de soledad apareció en 1971 en la traducción firmada por Mihnea Gheorghiu, con un prefacio del mismo. Las obras de Carpentier se publican a un ritmo constante: El reino de este mundo, traducida por Gellu Naum y Radu Nistor, con un prefacio de Ștefan Cazimir, se lanza en 1963; El siglo de las luces, traducida por Ovidiu Constantinescu y Maria Ioanovici, prefacio de Romul Munteanu, en 1965; Concierto barroco, en la traducción, con notas y con un prefacio de Dan Munteanu, en 1975 y 1981; El recurso del método, con unas palabras preliminares de Alejo Carpentier, en la traducción de Dan Munteanu y un prefacio de Andrei Ionescu, en 1977 y en 1988; el ensayo La música en Cuba fue traducido por Esdra Alhasid en 1984; en 1987 Dan Munteanu tradujo La consagración de la primavera; y en 1988 Andrei Ionescu dio a conocer la traducción de El arpa y la sombra.

[7] La excelencia de los paratextos que acompañan los libros traducidos en el período comunista es un tópico de los artículos que se escriben sobre este período. Ver, por ejemplo, Csikós (18-9); Nemrava (65); Kovačević Petrović (464).

[8] “Borges se me aparece, no obstante, como una hora justo antes del atardecer en la extensión sin límites de la pampa argentina, cuando el diálogo entre la luz y la sombra se vuelve silencio dilatado hasta el terror. El espíritu de esta llanura es terror y metafísica pura. Al acercarse a ella, los latidos del corazón se aceleran, como cuando uno se acerca a las olas del mar” (Novăceanu “Prefaţă” 8).