García-Rivera, René Camilo. “Condición humana y condición animal: antropogénesis en dos novelas del Período Especial en Cuba”. Anclajes, vol. XXIX, n.° 1 enero-abril 2025, pp. 29-40.
https://doi.org/10.19137/anclajes-2025-2913
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ARTÍCULOS
Condición humana y condición animal: antropogénesis en dos novelas del Período Especial en Cuba
Human condition and animal condition: anthropogenesis in two novels of the Special Period in Cuba
Condição humana e condição animal: antropogênese em dois romances do Período Especial em Cuba
René Camilo García-Rivera
Universidad Complutense de Madrid
España
ORCID:0000-0002-0238-1711
Fecha de recepción: 18/05/2023 | Fecha de aceptación: 23/10/2023
Resumen: Las novelas Las bestias (2006) y Animal tropical (2001), escritas respectivamente por Ronaldo Menéndez y Pedro Juan Gutiérrez, constituyen ejemplos del protagonismo de la cuestión animal en la narrativa cubana contemporánea: en ambas obras, la condición animal resulta clave para la construcción del devenir de las tramas y la conformación de la condición humana. En este sentido, se analiza cómo estas nociones se integran coherentemente en los relatos y cómo el animal es pensado desde lo que la crítica define como un lugar estratégico en la construcción discursiva de la especificidad humana. El análisis asume las ideas teóricas de Jacques Derrida sobre la división humano/animal, de Giorgio Agamben sobre el concepto de antropogénesis, y de Jacques Deleuze y Félix Guattari en relación con los agenciamientos.
Palabras clave: Ronaldo Menéndez; Pedro Juan Gutiérrez; Literatura cubana; Narrativa; Período Especial.
Abstract: Las bestias (Ronaldo Menéndez, 2006) and Animal Tropical (Pedro Juan Gutiérrez, 2001) are examples of contemporary Cuban narrative where the animal presence shows prominence: in both works, the animal condition is key to the construction of the plot and the conformation of the human condition. This article analyzes how these notions are coherently integrated into the stories, and how the animal is imagined from what criticism describes as a strategic place in the discursive construction of human specificity. The analysis employs borrows from theories such as Jacques Derrida’s notion of human/animal division, Giorgio Agamben’s concept of anthropogenesis, and Gilles Deleuze and Félix Guattari’s assemblages.
Keywords: Ronaldo Menéndez; Pedro Juan Gutiérrez; Cuban literature; Narrative; Special Period.
Resumo: Os romances Las bestias (Ronaldo Menéndez, 2006) e Animal tropical (Pedro Juan Gutiérrez, 2001) são exemplos da narrativa cubana contemporânea onde a presença animal mostra destaque: em ambas as obras, a condição animal é chave para a construção do futuro das tramas e a configuração da condição humana. Neste artigo, analisamos como essas noções são integradas de forma coerente nas histórias, e como o animal é pensado a partir do que os criticos descrevem como um lugar estratégico na construção discursiva da especificidade humana. A análise parte das ideias teóricas de Jacques Derrida sobre a divisão humano/animal, de Giorgio Agamben sobre o conceito de antropogênese, e de Jacques Deleuze e Félix Guattari em relação aos agenciamentos.
Palavras-chave: Ronaldo Menéndez; Pedro Juan Gutiérrez; literatura cubana; Narrativa; Período Especial.
Introducción
A lo largo de la historia, innumerables autores señalan la relación entre memoria y literatura, entre literatura y mundo. La mímesis de Aristóteles modela el pensamiento artístico y estético occidental desde los tiempos de la Grecia Antigua; para los marxistas, el vínculo entre la estructura y la superestructura rige la comunión entre arte y realidad, idea de profundo calado durante el siglo XX y cuya máxima expresión resulta el movimiento del realismo socialista. Dos post-estructuralistas como Gilles Deleuze y Félix Guattari, en cambio, vislumbran una máquina dialéctica: “el libro hace rizoma con el mundo,… asegura la desterritorialización del mundo, pero el mundo efectúa una reterritorialización del libro” (16), afirman. Uno de las formas características de este doble tránsito se halla en el espíritu autobiográfico de la literatura contemporánea[1], un movimiento de tal magnitud que en 1997 Jacques Derrida llega a describir al hombre como un animal autobiográfico.
Derrida no refiere a la autobiografía únicamente como género literario, sino como un dispositivo de autorreconocimiento, como “la escritura de sí del ser vivo, la huella del ser vivo para sí,… como memoria o archivo de lo vivo” (64). Supera el formalismo estructural de Jean Starobinski y Philipe Lejeune[2]. La individualidad del relato, el formato en prosa, la coincidencia entre narrador, personaje y autor pasan a un plano secundario. El filósofo se centra en una sustancia más inaprensible y, por tanto, más disgregada en los cuerpos literarios; una materia que se caracteriza por describir “un movimiento de salvación, de salvamento y de redención de lo salvo, de lo santo, de lo inmune, de la desnudez virginal e intacta” (64). Un resguardo ante la sombra de la muerte. En otras palabras, una literatura de vida.
Si Derrida describe las escrituras autobiográficas como memoria de lo vivo, ¿sería descabellado hablar entonces de lecturas autobiográficas? Si entendemos la lectura como un proceso activo, generador y actualizador de sentidos, ¿la consideraríamos también como una productora de huellas, como un resignificante de los archivos de la memoria propia? Al releer novelas del Período Especial cubano, ¿podemos recordar y resituarnos en aquella situación, en caso de haberla vivido? Incluso, el conjunto de este artículo, el análisis de las novelas propuestas, ¿podría considerarse una crítica autobiográfica, aunque lo autobiográfico resulte ancilar y subyacente en el discurso? En caso afirmativo, este camino al pasado, a ese espacio de “salvación de lo santo, de la desnudez virginal e intacta” (presumiblemente la infancia), habrá de realizarse mediante el rastreo de las huellas del otro[3], de los textos del otro, en una andadura que “deberá parecerse a la de un animal que trata de encontrar algo o trata de escapar” (71).
Derrida desplaza lo estructural en lo autobiográfico y se centra en la sustancia, en los motivos: encontrar algo, tratar de escapar. Así describe el movimiento autobiográfico en un gesto que excede la literatura. Pero ese aparente vacío formal es anticipado por Jorge Luis Borges en un sentido narrativo. En el texto Los cuatro ciclos, el escritor argentino revela que “cuatro son las historias” de la tradición occidental. Menciona la historia de una guerra (la más antigua) y refiere a La Ilíada como relato fundador; prosigue con la historia de un regreso y considera a La Odisea como origen; la tercera historia, la de la búsqueda, halla en Jasón y el vellocino de oro su arquetipo y finaliza con la que nombra el sacrificio de un dios, llámese Odin o Jesucristo. De este modo, vemos cómo lo autobiográfico en Derrida (el buscar algo, el tratar de huir) se identifica con lo que narrativamente Borges llama la historia de una búsqueda o la historia de un retorno.
Desde estas coordenadas, leo autobiográficamente las novelas Animal tropical y Las bestias, rastreo las huellas del otro para el regreso propio a La Habana de los años noventa del siglo XX(Ítaca) y para buscar —como un Moby-Dick personal— las claves de la construcción de lo humano durante aquel contexto socio-histórico. Como pregunta principal, el artículo pretende responder a la cuestión ¿cómo se construye lo humano durante la crisis cubana del Período Especial?
Hacer lo humano y no morir en el intento
A fines de la década de los ochenta, Fidel Castro comienza a hablar de Período Especial en tiempos de paz. Propone una frase ininteligible para sus contemporáneos. En términos lingüísticos, elabora un significante para un significado que aún no existe, que no posee vínculo con ningún objeto de la realidad. Período Especial, en 1990, remite a un vacío y ese vacío es administrado como arma política: la crisis se nombra convenientemente, de manera que luzca temporal y heroica. Inyecta una anestesia de palabras. “El lenguaje —advierte Roberto Espósito— ya no es capaz de revelar el enigma oculto dentro de las cosas, sino que, además, tiende a hacerlo cada vez más indescifrable” (74). Volver más indescifrable una situación resulta una sutil manera de perpetuarla.
Mijaíl Gorbachov renuncia en la navidad de 1991. La bandera de la hoz y el martillo ondea por última vez sobre el Kremlin. A medianoche, se disuelve la Unión Soviética. Para Cuba, significa la irreversibilidad del Período Especial. En los días siguientes, se interrumpe el comercio con Moscú, desde donde la isla importa el 98 % del combustible, el 63 % de los alimentos, el 70 % de las manufacturas[4]. La economía se contrae y el bolsillo se aprieta; y el estómago y el pecho y la cabeza. La escritora Karla Suárez describe el año 1993 de la siguiente manera: “El año de los apagones interminables, cuando La Habana se llenó de bicicletas y las despensas se quedaron vacías. No había nada. Cero transporte. Cero carne. Cero esperanza” (11). Baste un dato: según estudios médicos publicados con posterioridad, entre 1989 y 1994, cada cubano adulto perdió como promedio entre un 5 y un 25 % de su masa corporal.
Desde este particular contexto, se enuncia y construyen las diégesis de las novelas Animal tropical y Las bestias. En ellas resulta evidente la “desterritorialización del mundo” advertida por Deleuze y Guattari: dimensiones como el espacio geográfico, temporal, la crisis alimenticia, la decadencia urbana y la precariedad del transporte conectan el universo diegético con la realidad cubana de los noventa. En este sentido, los textos podrían describirse como un laboratorio de la construcción de lo humano, como un intento —y a la vez una huella de ese intento— de responder la recurrente pregunta de nuestra especie: ¿Qué somos? ¿Qué es ser humano? y más particularmente, ¿Qué es ser humano en la crisis cubana del Período Especial?
Para definir lo humano, resulta útil el procedimiento declarado en las lecturas autobiográficas e inspirado en Derrida: seguir la huella del otro —en este caso el animal o lo animal— para acercar lo propio. Paula Fleisner lo describe como uno de los tipos de lectura que han surgido en torno a este tema: pensar lo animal a “partir de su lugar estratégico en la construcción discursiva de la especificidad humana” (339). Es la perspectiva que adopta, por ejemplo, el italiano Giorgio Agamben.
En la obra Lo abierto: el hombre y el animal, Agamben propone un repaso crítico de la concepción ontológica del hombre y lo animal. Revisita el pensamiento de Aristóteles, Tomás de Aquino, Carlos Linneo, René Descartes, Martín Heidegger. Detecta que el factor común de las propuestas, tanto en el mundo antiguo como en el moderno, radica en la escisión binaria del hombre, en una naturaleza divina y otra terrena. Tal visión, considera Agamben, provoca un sesgo de la naturaleza humana y ha sido el motor de la mayoría de los conflictos políticos de la civilización, desde la esclavitud al Holocausto judío del siglo XX. Propone que “Tenemos que aprender a pensar el hombre como lo que resulta de la desconexión de estos dos elementos, y no investigar el misterio metafísico de la conjunción, sino el misterio práctico y político de la separación” (35). Inspirado en esa intención política y práctica, Agamben describe al Homo sapiens no “como una sustancia o una especie claramente definida”, sino más bien como “una máquina o un artificio para producir el reconocimiento de lo humano” (58). Ese proceso de reconocimiento, de construcción, es la antropogénesis, el resultado “de la cesura y de la articulación entre lo humano y lo animal” y se da, ante todo, “en el interior del hombre” (145).
La segunda huella a rastrear en este viaje de búsqueda o retorno, en este intento de discernir la construcción de lo humano en dos novelas del Período Especial, alude a la frontera que vincula lo humano y lo animal, lo vivo y lo no-vivo. Una frontera que Jacques Derrida cuestiona y considera “plural y plegada varias veces sobre sí misma” (47) y en cuyas inmediaciones habitan “una multiplicidad heterogénea de seres vivos”, de “organizaciones de relaciones entre lo vivo y lo muerto” y unas figuras cada vez más “difíciles de disociar dentro de lo orgánico y lo inorgánico” (47). Derrida comprende un límite móvil entre los reinos, alrededor del cual ocurren mixturas, hibridaciones, contagios. Este movimiento, semejante al tráfico descrito entre vida y literatura en la autobiografía, viene a conformar la tercera coordenada teórica del análisis: los agenciamientos.
Los agenciamientos refieren la conexión entre dos sustancias heterogéneas y cómo esa conexión genera un cambio, un resignificado. “Un agenciamiento —explican Deleuze y Guattari— es ese aumento de dimensiones en una multiplicidad que cambia necesariamente de naturaleza a medida que aumenta sus conexiones” (13). Puede ocurrir entre diferentes seres vivos, sustancias orgánicas o inorgánicas, entre objetos creados por el hombre y objetos de la naturaleza. En cierto modo, la vida es un agenciamiento permanente y regulado; la desregulación o el fin de ese agenciamiento conlleva a la muerte.
Animal tropical: la ironía de la máquina óptica y la producción humana
La novela Animal tropical, publicada en el año2001, continúa el llamado “ciclo de Centro Habana” del escritor Pedro Juan Gutiérrez. El autor, cuya obra Trilogía sucia de La Habana constituye un referente de la narrativa del Período Especial, presenta nuevamente al personaje Pedro Juan y su filosofía de vida: “Simplemente vivir. Sin agobios. Quizás con algún día feliz. Y reducir las angustias” (19). Pedro Juan se esfuerza en apegarse a su mantra, pero el ambiente que lo colma de placer —a la vez— le impone el malestar:
No te imaginas lo que es vivir… en un país muy pobre —afirma el narrador—. Sin trabajo, con muy poco dinero, no hay comida, no hay solución, todos los días hay que buscar unos cuantos dólares del modo que sea. La pobreza es un círculo vicioso. Una trampa. La moral y la ética son una carga pesada, por tanto se ponen a un lado y uno queda con las manos libres. Y a luchar. Con garras y colmillos. (Gutiérrez 400)
Desde el nivel semántico, el autor establece una relación paralela entre lo animal y lo humano. Garras y colmillos dice, no manos ni dientes. En el escenario de crisis, en la precariedad del mundo, el ser humano muta para sobrevivir. Evolución adaptativa, según Charles Darwin; o resiliencia, en palabras de la psicología social.
En la novela, la concepción de lo humano a partir de rasgos animales resulta constante. “La mujer agarraba a todos los niños, como una gallina con pollitos” (117), describe a una paisana. La Babosa, un tipo “grasiento, gelatinoso, fofo…, cubierto de cadenas y sortijas de oro”, trafica arte y “deja un rastro de baba tras de sí” (127). Gloria, la amante y vecina de Pedro Juan, es “como un animalito, tibia y peluíta” (190). Incluso, en cierto pasaje, el protagonista se identifica con un gorila: “Todos los gorilas somos salvajes. Algunos aparentamos estar domesticados, pero es solo un truco para poder vivir en la ciudad” (412). El espacio citadino, a la vez, resulta degradado a la condición de “jungla” (18), de territorio “brutal, salvaje y doloroso” donde “hay que sobrevivir” (398).
Mediante tales descripciones, el texto propone una inversión en las relaciones de poder habituales en torno a la animalidad: a medida que el Período Especial erosiona la cultura humana[5] –esas “técnicas de distanciamiento frente a la naturaleza” (Castro-Gómez 66)–, lo animal se constituye molar en tanto adaptación para sortear la crisis, en tanto superación del carácter deficitario del ser humano.
Lo animal también se constituye molar en el territorio sexual. Para el protagonista, enfrascado en la particular economía de “reducir angustias” y “aumentar placeres”, el sexo constituye su principal divisa de inversión. No extraña que Pedro Juan construya su identidad sexual mediante reiteradas analogías con el reino animal. Tras una maratónica sesión con Gloria, afirma “…me siento el macho más animal del mundo. Como un toro después de montar una vaca” (36). En otro momento, la amante le pregunta la causa de su potencia y él responde que come carne de caballo. La mujer dice: “El caballo eres tú. Eres un animal” (173). Incluso, cuando viajan juntos a la playa, se acoplan flotando, “como las langostas” (112).
La sexualidad del personaje Gloria también resulta construida desde agenciamientos animales. En virtud de esos agenciamientos esgrime la seducción. “En cuanto concluye su papel de señora-mamá-ama de casa, se trasmuta de nuevo. Le brotan los colmillos y es la mujer lobo, la gran seductora, la devoradora de hombres, la víbora” (175). La naturaleza animal del sexo de Gloria tributa a la adaptación y sobrevivencia a la crisis, a la búsqueda de placer que constituye la vida de Pedro Juan: ella es “la que me hace sentir como un macho cabrío berreando de placer en la cima de la montaña” (176). Aunque el hábitat colapse alrededor y el hambre le apriete las tripas, ella contribuye a que él se sienta “en la cima de la montaña”. Una fuga para no enloquecer. En cierto momento, la voracidad de Gloria supera al protagonista. Cuando él cuestiona sus infidelidades la mujer responde: “—Sí, papi, me gusta divertirme con los hombres.… ¿Eso es malo? Mira a los perros cómo lo hacen en medio de la calle, y es normal”. Pedro Juan le espeta que “no somos perros”, pero ella da por concluida la discusión. Afirma: “Es igual, somos animales” (189).
El reconocimiento de la animalidad del hombre en la novela —que encuentra en lo sexual su nicho favorito— produce un efecto irónico en la antropogénesis: acelera el movimiento de humanización de los personajes, de producción de lo humano, a contrapelo de lo expuesto en el plano semántico. Autorreconocerse animal implica humanizarse, advierte Agamben: “La máquina antropogénica … es una máquina óptica … constituida por una serie de espejos en los que el hombre, mirándose, ve su propia imagen siempre deformada en rasgos de mono” (58-9).
La antropogénesis del texto se construye desde el propio título. Al decir Animal tropical no solo se reconoce la animalidad constituyente del protagonista, sino, también, su hábitat. El distanciamiento de su hábitat natural —que en la trama ocurre durante el viaje de Pedro Juan a Suecia— favorece el tránsito a lo que Agamben llama “apertura de mundo”, el devenir-Humano del animal Homo sapiens: “…la apertura del mundo humano…sólo puede ser alcanzada por una operación efectuada sobre lo no-abierto del mundo animal. Y el lugar de esta operación… es el aburrimiento” (115). Aburrimiento es lo que sobra en Estocolmo.
“El día transcurre lento, placentero, aburrido, sin sobresaltos. Lo perfecto para alguien con vocación de cadáver” (330), se queja el personaje. “Cuando olfateo mi sudor fuerte, agrio, es cuando me pongo salvaje —reflexiona—. Aquí me estoy ablandando… Camino un poco por el bosque mientras pienso. ¿Cómo la gente puede vivir tan aburrida?” (371). “Ahora tengo soledad, distancia, silencio y mucho tiempo para reflexionar. No hay problemas alrededor” (328), describe. La solución de los problemas materiales produce en Pedro Juan un distanciamiento de la naturaleza, la restitución del medio ambiente artificial de la cultura humana. En este momento de aturdimiento, el personaje consigue desprenderse de su desinhibidor, del mundo vertiginoso que absorbe su existencia habanera.
En el aturdimiento, el animal está en relación inmediata con su desinhibidor,… de modo tal que él no puede revelarse nunca como tal. Aquello de lo cual el animal es incapaz es precisamente de suspender y desactivar su relación con el círculo de los desinhibidores específicos…El aburrimiento profundo aparece entonces como el operador metafísico en el cual se realiza el pasaje de la pobreza de mundo al mundo, del ambiente animal al mundo humano. (Agamben126)
En Estocolmo, el animal tropical suspende el vínculo con sus desinhibidores específicos: el sexo salvaje con Gloria, los alcoholes baratos, la cochambre, el vértigo de la ciudad, el ruido de los vecinos, la búsqueda constante de alimento. Desde esa apertura al mundo se constituye la voz narrativa de la novela. La narración adquiere un tono de revelación y autoentendimiento inalcanzables en otros instantes de la trama. Sin embargo, ese mismo conocimiento de sí le impide continuar en Europa. Se siente fuera de ambiente, de hábitat; fuera de vida. Pero a la vez, no tolera el viejo barrio de Centro Habana. Permuta a las afueras de la ciudad, en una zona más tranquila, pero rodeada de los pequeños placeres cotidianos: tabaco de a peso, ron, una valla de gallos, mujeres.
Al final de la obra, cuando explica a un amigo la decisión de volver de Suecia y abandonar su herrumbroso edificio frente al malecón, Pedro Juan afirma: “La cabra tira pal monte” (513), en alusión a la infancia, cuando pasaba las vacaciones de verano en una finca con su padre. De cierto modo, tras concluir la búsqueda de su naturaleza, la comprensión de sí, el personaje cumple un viaje de retorno hacia el territorio de la “redención de lo salvo, de lo santo”, de “la desnudez virginal e intacta” típico de lo autobiográfico.
Las bestias: el influjo bestializante y la igualación animal
Menos conocida resulta la narrativa de Ronaldo Menéndez. El escritor (La Habana, 1970) pertenece al llamado grupo de los novísimos, el movimiento literario por antonomasia del Período Especial. La investigadora mexicana Ivonne Sánchez Becerril ha llegado a afirmar:
la revitalización que experimentó la literatura cubana…a partir de los noventa se relaciona estrechamente con un complejo contexto sociohistórico marcado por la separación de un modelo literario impuesto por décadas y la formulación de conceptos particulares de la literatura, desde los propios textos de creación, a partir de la conformación de poéticas individuales. (84)
La poética de Menéndez se construye sobre el sarcasmo y el género negro; tal representación, por momentos, resulta paródica de hardboiled, atizada con rasgos particulares de la cubanidad, la crisis económica y lo marginal. La premisa del universo diegético de Las bestias, publicado por primera vez en el año 2006, se elabora desde un agenciamiento con la realidad cubana de los noventa. El hecho que podría parecer inverosímil en otros contextos, pero sorprendentemente cotidiano durante el Período Especial, constituye el leitmotiv de la obra: la cría de animales para el consumo dentro de las casas, frecuentemente en los baños. La focalización de la trama en el cerdo implica una lectura política del relato correctamente señalada por Adriana López-Labourdette: “el cerdo lleva consigo el estigma de lo sucio y de lo abyecto,… la vinculación a un apetito sexual irrefrenable, a un vivir exigiendo. …hace emerger todo aquello que la revolución había querido dejar atrás” (216).
La escena en la que Claudio Cañizares —el protagonista— alimenta un cerdo en la bañera de su apartamento no resulta extraña. Ni la “pesca” del gato, una práctica nocturna de cacería donde “el felino deja de ostentar su condición ontológica para convertirse en conejo de alturas” (21). Como señala Alejandro del Vecchio, Menéndez “inserta en su relato un bestiario del hambre y la escasez, para jerarquizar las necesidades corporales frente a cualquier impulso de regodeo intelectual” (140). Incluso el misterio original de la trama (la causa de la persecución al protagonista, el por qué lo quieren matar) resulta intrascendente. Lo extraordinario de la novela radica en el reto por desmontar una a una las dimensiones de lo humano; empeñarse en forzar un paso más —aun cuando parece imposible— el proceso involutivo del cautivo Bill y el profesor y filósofo Claudio Cañizares.
Al referirse a la antropogénesis, el pensador alemán Peter Sloterdijk recuerda “la perpetua batalla [del Humanismo] en torno al hombre”, la lucha entre las tendencias bestializantes y las domesticadoras en la producción histórica de lo humano (4). En la presente novela, el autor Ronaldo Menéndez explora el límite de esa tensión, emprende un viaje en el sentido opuesto; se propone deconstruir lo humano en los personajes Claudio Cañizares (un profesor enfrascado en escribir una tesis doctoral sobre lo Oscuro) y Bill (miembro de una secta cuya misión consiste en aniquilar enfermos de SIDA). La figura del cerdo, esa “máquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo” (46), funge como espejo en el cual los personajes constatan su propia degradación.
Si no me dices lo que quiero saber, —dice el profesor a su cautivo— tendrás que convivir con él [el cerdo] en lo adelante. …lo que es aún más singular, como habrás observado, lleva tres días sin alimentarse, o sea que en cuanto te vea entrar decidirá que eres su evidente alimento. Pero no te preocupes, por el momento no voy a dejar que te coma. Escucha como has de vivir: diariamente pasaré a ambos solo un balde de sancocho que tendrás que compartir con el puerco, pues si se te ocurre comértelo tú solo, la máquina de devorar todo lo que no sea su propio cuerpo…, bueno, eres un chico listo y sabes cómo terminará la cosa si el puerco se pone muy hambriento. ¿Me dices lo que quiero saber? (47)
Con el paso de las semanas, el deterioro físico y mental de Bill produce placer en Claudio. La tortura abandona su finalidad práctica (obtener información, descubrir el móvil del crimen) y se constituye en un goce nunca antes disfrutado. “Quiero que el degenerado experimente durante largas horas el horror de no ser para el otro siquiera un contrincante, sino simplemente comida” (51), confiesa el profesor. La observación minuciosa del cautivo, el estudio de sus movimientos de evasión a la bestia, resulta para Claudio el mayor entretenimiento. “Ya nunca me aburro” (52), afirma.
El salvajismo —alerta Peter Sloterdijk— “suele aparecer en los momentos de mayor despliegue de poder, ya sea como tosquedad directamente guerrera e imperial, o como bestialización cotidiana de los seres humanos en los medios de entretenimiento…” (4), el coliseo romano, por ejemplo. El placer, la diversión de la tortura, acelera la desinhibición de Claudio Cañizares, pero no suspende su relación con los desinhibidores específicos de ese placer: la domesticación, la degradación del otro, el sufrimiento ajeno. La ausencia de aburrimiento le impide trascender el ambiente de bestialización que ha generado en su casa, entorno que termina devorándolo. Al respecto, López-Labourdette señala las implicaciones antropogénicas del influjo bestializante en la novela, pues considera que la obra no solo da fe de la contigüidad ontológica entre el hombre y el animal, sino que “figura un futuro de animalización de la subjetividad humana (un devenir carne) y con ella la imposibilidad de fijar lo humano desde lo animal” (14).
El proceso de difuminado de la frontera humano/animal transcurre hacia el final de la narración. Durante una de las sesiones de tortura, el cerdo escapa y aniquila al moribundo Bill. El profesor se encierra en una habitación. Arrastra consigo un saco de pan viejo y coles. A modo de Casa tomada—el cuento de Julio Cortázar— el resto del territorio permanece bajo control animal. Entablan una guerra a muerte, para ver quién sucumbe primero al hambre. Como el Dr. Frankenstein, Claudio se vuelve víctima de su propia creación:
Al principio, tengo la certeza de poder sobrevivir mordiendo repollos de col…. Pero al cabo de tres días comienza a fijárseme un vacío en la boca del estómago que se parece a un dolor de cemento armado… He tratado de acaparar agua dentro de los zapatos, pero a las pocas horas se filtra. Los días de seca, me sostengo lamiendo el suelo encharcado…He llegado a pensar que una arbitraria fuerza nos iguala a mí y al animal. (66)
De este modo, al constatar la degradación propia al igualarse con el animal, Claudio Cañizares identifica su propia especificidad, el resultado de la construcción humana bajo el influjo bestializante agenciado desde el cerdo[6]. En términos políticos, dicho proceso transciende la individualidad del personaje protagonista y sus implicaciones apuntan hacia una dimensión social. Según la lectura de López-Labourdette, desde el espacio hetero-distópico de la casa del profesor emerge “un régimen porcino que parecería proyectarse, por analogía o por contagio, hasta tocar todos los confines de la ciudad” (28).
Conclusiones
La huella animal constituye una dimensión central en la antropogénesis de estas dos novelas del Período Especial, particularmente, en la conformación de los personajes protagónicos. Sin embargo, su integración a la máquina antropogénica resulta divergente. En el caso de Pedro Juan, el reconocimiento de la naturaleza animal impulsa su apertura al mundo, el tránsito del ambiente animal al mundo humano. En Claudio Cañizares ocurre lo contrario: el empecinamiento en la búsqueda de lo intelectual, de la especificidad humana (encarnada en la tesis doctoral sobre la Oscuridad) lo arrastra a la bestialización y aniquilación, primero moral y luego biológica.
El profesor se siente en forma. Ha matado a un hombre y no tiene ningún problema con eso. Muy por el contrario, haber cobrado una vida le otorga una nerviosa seguridad en los puños. Será un buen día para adentrarse en un momento álgido de su tesis, que atraviesa por el tópico de la Oscuridad y el Horror. (Menéndez 35)
El Horror significa para Claudio la luz al final del túnel de la crisis; el analgésico para tolerar la decadencia del mundo y la frustración propia. Su vida adquiere un nuevo sentido que le permite —contrario a lo sucedido en Animal tropical— integrarse al entorno y la fauna del barrio. Pero resulta un espejismo. Puertas adentro, el profesor continúa inadaptado, consumido en el afán de trascender su hábitat mediante el pensamiento y la virtud de sus disquisiciones.
La comparación del devenir de los personajes Pedro Juan y Claudio Cañizares bien revela una sentencia, una parábola sobre el afrontamiento a los contextos de crisis: en medio del colapso de la cultura humana[7], persistir en la utopía del intelecto como vehículo de salvación de lo sacro —lo que llamamos propios humanos— puede generar una falsa adaptación. Esa falsa adaptación alimenta tensiones que, al estallar, desembocan en el salvajismo. El sueño de la razón produce monstruos, alertó hace doscientos años Francisco de Goya. Animalizarse, en ciertos contextos, resulta la mejor manera de evitar el bestialismo.
Referencias bibliográficas
Notas
[1]A partir de los años setenta del pasado siglo se produce una extraordinaria expansión de la literatura autobiográfica en todas las literaturas occidentales, desarrollo que casaba bien con los designios de una sociedad guiada por el prestigio y predominio de lo individual (Alberca31).
[2]Starobinski y Lejeune presentan estas ideas, fundamentalmente, en las obras El estilo de la autobiografía (1974) y El pacto autobiográfico (1975), respectivamente.
[3]Derrida advierte el rastreo del otro como referente o huella para el reconocimiento propio. No solo del “otro” en cuanto ser ajeno (otro animal, por ejemplo), sino también como la inevitable multiplicidad del ser individual en diferentes puntos temporales. “¿Acaso no se parece al recorrido de un animal que, orientándose con el olfato o el oído, vuelve a pasar más de una vez por el mismo camino con el fin de rastrear huellas, ya sea para olfatear ahí la huella de otro, ya sea para borrar la suya multiplicándola, justamente como la de otro, olfateando así lo que, en esta pista, le demostraría que la huella siempre es la de otro?” (71).
[4]Estadísticas del libro Breve historia de la Revolución cubana 1959-2000, de Arnaldo Silva León.
[5] Peter Sloterdijk asume la premisa de Gehlen de considerar al ser humano como un animal deficitario, que en nombre de ese déficit realiza una serie de prácticas o técnicas civilizatorias para sobrevivir en la naturaleza. Santiago Castro-Gómez (2012) lo explica así: “…el hombre es un ser orgánicamente desvalido, es decir que no está dotado por la naturaleza con órganos especializados capaces de adaptarse al medio ambiente…. Frente a esta falta de especialización orgánica, el animal hombre se ve obligado… a devenir un ser cultural. Lo cual significa que, ante la imposibilidad orgánica de adaptarse al medio ambiente, debe crear un medio ambiente artificial que le permite producirse a sí mismo con relativa independencia del mundo orgánico” (65). Lo que entra en crisis con el Período Especial, cuando colapsa la economía cubana, es justamente ese “medio ambiente artificial” o esfera que deduce Sloterdijk.
[6] En el sentido opuesto, también podría afirmarse que existe un agenciamiento de Claudio hacia el cerdo, que el cerdo asume una naturaleza salvaje, un devenir-jabalí a medida que lo oscuro o el horror crece en la actitud de Claudio.
[7]Dicho aquí a la manera de Sloterdijk, como esfera artificial que distancia al ser humano del medio ambiente natural.