Oliva, María Elena. “El Plus Dolor y el Nuevo Negro: Gustavo Urrutia y su trabajo en la prensa negra/afro en Cuba”. Anclajes, vol. XXIX, n.° 1 enero-abril 2025, pp. 55-69.   https://doi.org/10.19137/anclajes-2025-2914 https://doi.org/10.19137/anclajes-2025-2915  


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ARTÍCULOS

El Plus Dolor y el Nuevo Negro: Gustavo Urrutia y su trabajo en la prensa negra/afro en Cuba[1]

Plus Dolor and Nuevo Negro: Gustavo Urrutia and his work in the Black/Afro-descendant press in Cuba

El Plus Dolor e o Nuevo Negro: Gustavo Urrutia e sua atuação na imprensa negra/afro em Cuba

María Elena Oliva

Universidad Academia de Humanismo Cristiano

Chile

mariaelena.oliva@uacademia.cl 

ORCID: 0000-0001-7257-5733

Fecha de recepción: 26/04/2023 | Fecha de aceptación: 04/10/2023

Resumen: La presencia de los negros/afrodescendientes en el campo intelectual latinoamericano puede observarse a partir de su participación en las publicaciones periódicas, no solo como autores de textos que discuten la contingencia o despliegan propuestas analíticas y categoriales, sino también como editores de periódicos y revistas propios, que se enfocan en un público lector que se reconoce como negro/afrodescendiente. Es el caso del intelectual afrocubano Gustavo Urrutia, quien durante la primera mitad del siglo XX utilizó la prensa en general y la prensa negra/afro en particular, para difundir conceptos como el Plus Dolor y el Nuevo Negro. En primera instancia se revisa el término prensa negra/afro y su desarrollo en Cuba, así como el rol de Urrutia en ese contexto. Luego, se analizan las categorías señaladas, considerando sus espacios de publicación, el desarrollo de cada una por parte del autor y las influencias teóricas que las cruzan. Finalmente, se evalúa el lugar de Urrutia y sus propuestas en la trayectoria del pensamiento negro/afro en América Latina y el Caribe.  

Palabras clave: Gustavo Urrutia; Afrodescendientes; Prensa latinoamericana; Cuba; Siglo XX.

Abstract: The presence of Blacks/Afro-descendants in the Latin American intellectual field can be observed through their participation in periodical publications, not only as authors of texts that discuss current events or deploy analytical and categorical proposals, but also as editors of their own newspapers and magazines, which focus on a reading public that recognizes itself as Black/Afro-descendant. This is the case of the Afro-Cuban intellectual Gustavo Urrutia, who, in the first half of the 20th century used the press, especially the Black/Afro press, to spread concepts such as Plus Dolor and Nuevo Negro. The text begins with a review of the term Black/Afro press and its development in Cuba, as well as Urrutia’s role in this context. It proceeds to analyze the mentioned categories, considering their publication spaces, the author’s construction of each one, and their conceptual influences. The text concludes with an evaluation of Urrutia’s place and his proposals in the trajectory of Black/Afro thought in Latin America and the Caribbean.

Keywords: Gustavo Urrutia; African Americans; Latin American Press; Cuba; 20th Century.

Resumo: A presença dos negros/afrodescendentes no campo intelectual latino-americano pode ser observada a partir de sua participação em publicações periódicas, não apenas como autores de textos que discutem contingências ou implantam propostas analíticas e categóricas, mas também como editores de seus próprios jornais e revistas, que têm como foco um público leitor que se reconhece como negro/afrodescendente. É o caso do intelectual afro-cubano Gustavo Urrutia, que durante a primeira metade do século XX utilizou a imprensa em geral e a imprensa negra/afro em particular, para difundir conceitos como Plus Dolor e Nuevo Negro. Em primeiro lugar, são revistos o termo imprensa negra/afro e o seu desenvolvimento em Cuba, bem como o papel de Urrutia nesse contexto. Em seguida, são analisadas as categorias indicadas, considerando seus espaços de publicação, o desenvolvimento de cada uma pelo autor e as influências teóricas que as atravessam. Por fim, avalia-se o lugar de Urrutia e suas propostas na trajetória do pensamento negro/afro na América Latina e no Caribe.

Palavras chave: Gustavo Urrutia; Afrodescendentes; Imprensa latino-americana; Cuba; Século XX.

La prensa negra/afro, el caso cubano y el rol de Urrutia

El estudio de la producción de publicaciones periódicas en América Latina y el Caribe, con diferentes enfoques teóricos y metodológicos (Gilman; Sarlo; Sosnowski; Tarcus; Viu; Zamorano), ha visibilizado un conjunto de periódicos y revistas a través de los cuales es posible conocer, no sólo las ideas de una época, los grupos intelectuales que les dieron forma o las redes locales, nacionales e internacionales de las que se nutrieron, sino también las formas específicas que asume la cultura impresa en un determinado momento y lugar. Esto implica comprender las publicaciones periódicas más allá de su función estrictamente documental, en cuanto archivos que contienen ideas y autores, para aproximarse a ellas como un objeto de estudio en sí mismo, autónomo. Ello permite expandir la investigación hacia una serie de factores “referidos a aspectos visuales y textuales, de diseño e impresión, a lógicas artísticas, ideológicas, profesionales y mercantiles, a formas de sociabilidad, a condiciones de recepción, por nombrar sólo algunas” (Delgado, Mailhe y Rogers 8).

La complejidad que han asumido estas perspectivas teórico-metodológicas entregan insumos suficientes para explorar las producciones escritas por un determinado grupo de las sociedades latinoamericanas, que no sólo se distinguen por elementos de clase, de ideología política o intereses culturales, sino además por una identidad étnica diferente a la nacional. Me refiero a periódicos y revistas impulsados por editores, periodistas y columnistas –mujeres y hombres–, que se reconocen como negros/afrodescendientes[2] y que generan un contenido de interés para su propio colectivo, aunque también tienen la pretensión de llegar a un público lector más amplio, y que aquí denomino prensa negra/afro.

Estos proyectos editoriales se encuentran en Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Cuba, Panamá, Puerto Rico y Uruguay, desde mediados del siglo XIX en adelante. Se trata de publicaciones que cubren buena parte del período republicano, como los periódicos La Raza Africana (1858) y La Igualdad (1873) de Buenos Aires; La Conservación (1872) y El Progresista (1873) de Montevideo; O Clarim D’Alvorada (1924) de Río de Janeiro; A Voz da Raça (1933) de São Paulo; Presencia Negra (1979) de Bogotá; y de revistas como Minerva (1888) y Adelante (1935) en Cuba; Nuestra Raza (1933) y Mundo Afro (1988) en Uruguay; El combate (Caguas, 1925-1967) en Puerto Rico, The Panamá Tribune (ciudad de Panamá, 1928-1973) en Panamá o Negritud (1977) en Colombia.

Aunque no hay registros de esta prensa en todos los países de la región y muchas de estas publicaciones tuvieron una corta duración, por los costos económicos de su mantenimiento en el tiempo –salvo excepciones como las revistas afrouruguayas Nuestra Raza (1933-1948) y Bahía Hulan Jack (1958-1991), o el periódico afrocolombiano Presencia Negra (1979-1998[3]), que lograron publicarse por más de una década–, los que existen son bastante representativos de la participación individual y colectiva de los y las afrodescendientes en el campo intelectual y cultural de la región. Pese a ello, han pasado inadvertidos en buena parte de las investigaciones sobre la cultura impresa latinoamericana, por lo que constituyen un corpus de estudio poco explorado, incluso en sus textualidades.

De este modo, la prensa negra/afro vista en conjunto permite aproximarnos tanto a las formas de asociatividad de estos colectivos y sus prácticas sociales en torno a las producciones culturales, como a los discursos de las intelectualidades negras/afro que han movilizado ideas, categorías de análisis, diagnósticos y demandas en cuanto a su situación en sus respectivas sociedades nacionales, en el marco de los procesos de modernización y construcción republicana. En este trabajo, me enfoco en este último aspecto discursivo para el caso cubano de la primera mitad del siglo XX.

En Cuba, la prensa negra tuvo un desarrollo muy prolífico. La isla aún estaba bajo el colonialismo español cuando se promulgaron las leyes de imprenta (1886) y de asociación (1888), las que, como señala Carmen Montejo (48), facilitaron la creación de diversas organizaciones negras/afrodescendientes. Ello afectó positivamente a aquellas que fundaron periódicos y revistas propios, como La Fraternidad (1878-1880 y 1890), la revista Minerva (1888-1889), La Igualdad (1892-1895), La Doctrina de Martí (1896-1898), El Nuevo Criollo (1905-1906) o Previsión (1908-1912), publicaciones periódicas que surgieron en el paso del siglo XIX al XX, en un momento de profundos cambios sociales y políticos. La isla mayor de las Antillas entró al siglo XX como una república independiente, resultante de un largo proceso de descolonización, conocido como las Guerras de Independencia, que tuvieron lugar entre 1868 y 1898. Sin embargo, la separación de España estuvo mediada por Estados Unidos, país que intervino en el proceso independentista para luego poner condiciones a la plena autonomía cubana a través de las directrices de la Enmienda Platt[4]. Pese a ello, su configuración como nación estuvo determinada por la lucha anticolonial previa, marcada por discursos de unidad nacional más allá de las diferencias sociales, culturales e incluso raciales, tal como lo profundiza Ada Ferrer en su libro Cuba insurgente. En los albores de la república estaba fresca la memoria de los negros/afrodescendientes respecto de su participación en las luchas por una Cuba integradora de todos sus componentes, lo que, aunado al peso demográfico de su población, que representaba un tercio del electorado a comienzos del siglo XX (De la Fuente 93), permite comprender las demandas por ser parte de esta nueva nación.

En ese contexto, surgió Previsión, periódico oficial del partido político Agrupación Independiente de Color, conocido como el Partido de los Independientes de Color (PIC)[5], una de las organizaciones más controversiales de Cuba. El periódico, fundado el 30 de agosto de 1908 en La Habana por el exmilitar del Ejército Libertador y también fundador del PIC, Evaristo Estenoz, tuvo como propósito difundir los objetivos del partido sintetizados en un programa que contemplaba mayormente demandas transversales a la clase trabajadora (condiciones laborales, acceso educacional, la situación carcelaria o las regulaciones migratorias), y sólo algunas específicas de la población negra/afrodescendiente cubana, como el acceso igualitario a espacios administrativos, gubernamentales, judiciales, diplomáticos y militares. Sin embargo, su discurso en los debates públicos, así como sus acciones políticas, fueron interpretados por parte de sus opositores como un intento de segregación racial, lo que para muchos resultaba inaceptable, ya que ponía en riesgo la unidad nacional. Esto abrió el espacio para intensas discusiones en el Congreso y en la sociedad civil, las que se desarrollaron por la prensa, tanto en Previsión como en otros periódicos en general. Las consecuencias que tuvo la formación de este partido político, entre otras, fue la promulgación de la Ley Morúa –Martín Morúa Delgado, senador liberal y afrodescendiente, logró que en mayo de 1910, entrara en vigencia una modificación de la ley electoral que prohibía la existencia de partidos políticos exclusivos por motivos de raza, nacimiento, riqueza o título profesional (Castro Fernández 94)–, el encarcelamiento de diversos militantes del PIC y el asesinato de miles de personas en junio de 1912 en las cercanías de Santiago de Cuba, que se conoce como la Masacre del Doce[6], lo que puso punto final a este intento político partidista.

Estos acontecimientos en los albores de la república marcaron el devenir de las organizaciones negras, así como sus discursos en los espacios públicos y el tono de su prensa. Según Alejandro Fernández, justamente en la prensa, se “expresó el frágil equilibrio racial existente [pues] con el impacto que tuvo en la opinión pública la masacre del doce se demostró el papel efectivo de los diarios como mecanismos de dominación sobre el grupo subordinado” (29). Después de 1912, el conflicto racial no desapareció de los debates en la prensa en general, pero en las publicaciones negras hubo cambios en las estrategias discursivas empleadas, que abandonaron la abierta denuncia del racismo para motivar una retórica de superación racial a través de la adopción de conductas y valores modernos, como el acceso a la educación, el comportamiento honorable y el rigor individual. La élite negra/afro cubana tomó como su bandera de lucha estos esfuerzos y los difundió en los nuevos proyectos periodísticos, como el Boletín Oficial del Club Atenas (1917-1902 y 1931), la revista Juvenil (1912-1913 y 1918) y la página dominical “Ideales de una raza” en el Diario de la Marina, dirigida por Gustavo Urrutia.

Urrutia, integrante de la intelectualidad negra/afrocubana de la primera mitad del siglo XX, divulgó sus ideas a través de la prensa, principalmente en la sección “Ideales de una raza”. Desde este espacio, que surgió en 1928 como una columna semanal para transformarse rápidamente en una página dominical, cuya editorial “Armonías” estuvo a su cargo hasta 1931, fue la plataforma para “defender las reivindicaciones de la raza de color” (Fernández Robaina 138) y dar nuevos aires a la discusión racial en Cuba. La importancia de Urrutia no radica en una excepcionalidad, pues formó parte de una trayectoria de publicaciones, periódicos y revistas de la intelectualidad negra/afrocubana rastreable desde fines del siglo XIX. Desde dónde lo hizo y el contexto en el que alzó su pluma son los que le dan trascendencia. El Diario de la Marina no solo era un periódico que formaba parte de la prensa hegemónica, sino que durante más de un siglo de funcionamiento (1844-1960) fue el espacio de los sectores conservadores y, más aún, un “tradicional divulgador del racismo” (Fernández 44), por lo que defender los derechos civiles de la población negra en la isla desde esta plataforma, implicaba un triunfo, un espacio ganado.

En este escenario, Urrutia introdujo discusiones sobre el sujeto negro de la época y su rol en la sociedad cubana contemporánea. Para Pedro Cubas Hernández, quien ha hecho un trabajo de selección y recopilación de más de sesenta de sus textos, entre cartas, crónicas, artículos y ensayos desde 1928 hasta 1931, existen algunas dimensiones transversales de su trabajo intelectual de entonces. Las relaciones entre blancos y negros desde una mirada integracionista constituye una de las principales, pues Urrutia visualizaba un horizonte unificado de la sociedad cubana. Pero, sin perder de vista este ideal, Cubas Hernández destaca las agudas reflexiones de Urrutia sobre la posición subordinada que la población negra ocupaba en la nación, el vínculo que observaba entre la discriminación racial y la de género, el carácter sociocultural del concepto de raza que manejaba, y el orgullo de ser “negros cubanos”, en el sentido de ser portadores de valores civilizatorios, aspectos que se transformaron en la base de su pensamiento y legado. Urrutia profundizó estos aspectos más críticos de su pensamiento durante la década siguiente, en los años treinta, desde otras plataformas letradas, como la revista Adelante, de la cual fue un colaborador, así como desde otros espacios fuera del ámbito de la producción escrita, como sus charlas radiofónicas de 1935 y la conferencia dada en el Instituto Nacional de Previsión y Reformas Sociales de 1937. Por entonces, toman forma y contenido las categorías del Plus Dolor y el Nuevo Negro, las que no solo condensan años de reflexiones, sino que encarnan una propuesta conceptual que nutre el pensamiento negro/afrodescendiente en Cuba y en América Latina.

El Plus Dolor y el Nuevo Negro: diagnóstico y proyecto de la población negra/afrodescendiente

Gustavo Eleodor Urrutia y Quirós, según los datos biográficos que nos aporta Tomás Fernández Robaina, nació en 1881 y murió en 1958 en La Habana. Fue vendedor ambulante, trabajó como contador y estudió arquitectura entre 1913 y 1917, carrera que ejerció hasta 1928, fecha a partir de la cual se dedicó por completo al periodismo. Desde 1939 realizó algunas funciones públicas y dedicó, además, tiempo a la fotografía. Fue miembro del selectivo Club Atenas, una de las sociedades negras de la época que procuraba el refinamiento social, las buenas costumbres y la afirmación cubana (Montejo 167), todos antecedentes que lo ubican como parte de la élite de su colectivo. Según Fernández, la élite negra de la época fue un grupo social que cumplió ciertos roles específicos: primero, fue la principal vocera de la población negra en el espacio público, a través de medios de prensa propios o en espacios ganados en periódicos y revistas nacionales, como el caso de Urrutia y su columna antes mencionada. Segundo, defendieron los derechos del negro cubano dentro de una sociedad considerada racista, que cuestionaba, principalmente, las supuestas incapacidades del negro. Tercero, y en estrecha relación con lo anterior, buscaron incentivar, entre los suyos, patrones de comportamiento y civilidad acordes con la vida moderna y republicana. Bajo estos parámetros, se encuentran algunas de las reflexiones más controversiales de Urrutia en relación con la población antillana afrodescendiente que migraba a isla por trabajos temporales, a cuya llegada se opuso (Fernández 127), y a sus apreciaciones sobre los sectores populares de su colectivo quienes, para él, debían alejarse de modos de vida vulgares y buscar la superación social. Eso sí, Urrutia comprendía que no era una labor meramente individual, sino que había que crear colectivamente las estrategias educativas y económicas que los ayudaran a mejorar sus condiciones de vida (Fernández 167). La pertenencia a esta elite, lejos de desvincularlo de la población negra, pareció hacerlo asumir un rol de responsabilidad respecto a su buena conducción, lo que, combinado con su labor como periodista, lo llevó a ser un agudo observador de la realidad. En este cruce entre experiencias y propósitos, surgen las ideas del Nuevo Negro y el Plus Dolor para comprender la particular situación de la población negra en la isla.

La categoría de Plus Dolor apareció en varios textos a lo largo de sus publicaciones, como un concepto que, con el tiempo, fue madurando y definiendo su sentido. Su columna “Armonías” en “Ideales de una raza” del 5 de octubre de 1930, se enfocó por completo –y al parecer por primera vez– a esta idea. En ella, Urrutia problematiza el tema racial al enfatizar que la situación de los negros tiene un componente particular que no es equivalente al de otros grupos, aun cuando sufran las mismas carencias económicas y sociales:

 

No habla el negro de un dolor específico suyo, equivalente al de los demás. El [sic] se queja de un plus dolor. El negro puede ser guajiro, capitalino, hacendado, banquero, obrero etc., con todas las taras o las ventajas de esas clases sociales, pero además lleva consigo los inconvenientes específicos de ser negro, porque nuestra sociedad no es solo clasista, sino también racista (“El Plus Dolor” 101).

En esta primera aproximación, Urrutia articula las variables de clase y raza para advertir que en el caso de los negros cubanos las desventajas persisten –si se es hacendado– o se potencian –si se es obrero–, y sólo se pueden sortear en la medida que se garanticen sus derechos como ciudadanos. Es decir, Urrutia reconoce la existencia de posiciones subordinadas en la estructura social, las que para ser subsanadas requerirían de una voluntad política que enmendara sus consecuencias negativas o evitara su profundización.

Cinco años más tarde, Urrutia dedicó su segunda charla radiofónica nuevamente al Plus Dolor. En diciembre de 1935, realizó cuatro programas trasmitidos por la estación de radio CMCF, conocidos como charlas radiofónicas, que pretendían ser una sección más permanente para difundir por otros medios su campaña de reivindicación, y así ser escuchado por blancos y negros. Sin embargo, la falta de presupuesto de la radio canceló al poco tiempo este proyecto que, de todos modos, se publicó como un pequeño libro en La Habana ese mismo año. Las cuatro charlas radiofónicas versan sobre la cultura afrocubana, el Plus Dolor, el complejo de inferioridad (que supuestamente tendría el sujeto negro) y una aclaración, en la cual retoma el origen africano de la cultura en la isla. En la segunda charla, Urrutia reafirma lo señalado cinco años antes, respecto a que el Plus Dolor es una experiencia específica del sujeto negro, que no se refiere a los dolores del pasado esclavista, sino a uno que se actualiza en la discriminación racial que sufre en una república supuestamente igualitaria en derechos:

Este no es el dolor que el esclavo recibe del amo cruel; ni el dolor que el liberto colonial sufre por imperio de un maquiavelismo metropolitano. Ahora es el dolor que un hermano negro mediatizado recibe del hermano blanco que padece el espejismo de quien solo aspira a ser tuerto en tierra de ciegos (Cuatro charlas… 10).

Junto con entregarle peso histórico a una opresión que se arrastra de un modelo de sociedad pasado, Urrutia complejiza aún más esta categoría al considerar la particular situación de la mujer negra dentro de esta condición ya específica. Señala que, si bien la república asegura el derecho al trabajo a todas las cubanas, a la mujer negra se le ha negado su derecho a trabajar en el sector industrial:

No hay sensibilidad en la mayoría de los blancos para sufrir por la negación práctica del derecho de la mujer negra a ese mismo trabajo, asegurado por la República a todas las cubanas, ni para la negación de su derecho a muchos trabajos industriales que sólo protegen a la mujer blanca (11).

Aunque el texto enfatiza la condición proletaria más que la de género propiamente tal, visibiliza una situación que las afecta en tanto mujeres negras, a diferencia de lo que ocurre con los hombres negros en el sector industrial, y lo pone como un ejemplo de las ramificaciones que tiene el Plus Dolor.

Pero no fue hasta 1937 cuando Urrutia arribó a una definición mucho más acabada de esta categoría en su charla “Puntos de vista del Nuevo Negro”, pronunciada en el Instituto Nacional de Previsión y Reformas Sociales, y luego reproducida parcialmente en el Nº29 de la revista Adelante ese mismo año. En el marco de una reflexión más amplia, la del Nuevo Negro, a la que me referiré más adelante, Urrutia reconoce el Plus Dolor no sólo como una condición propia del sujeto negro, sino una condición sobre la cual el Nuevo Negro tiene conciencia. Dice Urrutia:

es verdad que el afrocubano sufre en lo económico y lo social una inferiorización semejante a la del obrero, el guajiro, la mujer, o sea la de los que llamamos elementos de revolución. Semejante la inferiorización, pero no idéntica, sino que para el negro resulta agravada por el prejuicio esclavista, que hoy se manifiesta en Cuba más contra el color que contra la raza. El obrero negro, el guajiro negro, la mujer negra, la clase media negra, además de sufrir todos los viejos abusos que oprimen a los otros elementos de revolución, cargan la tara específica del prejuicio racial: es lo que hemos definido como el plus dolor del negro. Tiene hoy, pues, problemas específicos que estudiar por sí mismo y que plantear dentro de la amplia problemática nacional para resolverlos en su propia mente con especial conocimiento de causas. (“Puntos de vista…” 117. Cursivas en el original)

Se trata, por tanto, de una categoría que no sólo describe las diversas opresiones que pesan en los sujetos negros, sino además la toma de conciencia de ellas para conocer sus causas y poder hacerles frente. Así, el Plus Dolor es un elemento de la autoconciencia del Nuevo Negro, otro concepto clave en el pensamiento de Urrutia.

Para el autor, el Nuevo Negro surge con el siglo XX como un sujeto libre de las cadenas de esclavitud en el mundo, que forma parte de las naciones americanas y cuyo rol en el devenir cultural y político de África está siendo reconocido. Para el periodista, “el negro está racial y lesivamente diferenciado en lo económico y lo social, y […] necesita, por modo indefectible, conocer a fondo y de propia conciencia su posición de la problemática cubana” (“Puntos de vista…” 109). Pero, no puede conformarse con eso, debe tener “Conocimiento no sólo de lo que él mismo ha significado y significa para su patria cubana, sino también en lo que representa el negro africano en el progreso histórico de Occidente y, desde la Gran Guerra, lo que éste significa en el equilibrio internacional” (108). Para Urrutia, el Nuevo Negro es un sujeto que tiene conciencia de su historia africana, diaspórica y cubana y del silenciamiento de sus aportes civilizatorios, culturales, artísticos y filosóficos. Este reconocimiento debe servir no sólo para sus legítimas reivindicaciones, sino también para no perderse en idealizaciones. Urrutia es enfático al señalar que “No existe una raza negra o de color con unidad mental, sentimental o actuante, de igual modo que no existe una raza blanca en tales condiciones” (117). De esta manera, aclara que la historia que los une no necesariamente homogeniza su presente.

El Nuevo Negro, ciertamente, es una categoría que Urrutia tomó de Alain Locke, uno de los intelectuales del movimiento estadounidense conocido como Renacimiento de Harlem. En 1925, Locke publicó un breve artículo titulado “The New Negro” en el que reflexiona sobre el nuevo sujeto negro que estaba surgiendo en oposición al antiguo negro, sumiso y enajenado, anclado en el sur de Estados Unidos, a la confederación y al sistema esclavista. Para Locke, este nuevo sujeto es fruto de los cambios en el país, de las migraciones, de la ampliación de su democracia; es un sujeto moderno, autodeterminado, que progresa gracias al esfuerzo individual, pero sobre todo colectivo, de colaboración racial, y que tiene su máximo ejemplo en Harlem. Es probable que Urrutia haya entrado en contacto con las ideas de Locke y con otras discusiones a través de su membresía en el Club Atenas, desde donde la elite negra cubana se vinculó tempranamente con la sociedad negra estadounidense (Montejo 169-171), como parte de las redes de la intelectualidad negra de la época. Urrutia tradujo la categoría del Nuevo Negro para la realidad cubana y los desafíos de la población negra en la isla que esperaba “un porvenir en el cual el prejuicio racista sea tan absurdo e incompatible como lo sería hoy la esclavitud” (“Puntos de vista…” 108). Por ello, para Urrutia:

El demoliberalismo es inepto para corregir por su propia virtud la subordinación y subestimación económico-sociales [por lo que el Nuevo Negro] se ha orientado hacia la promoción de alguna forma de socialismo compatible con nuestra idiosincrasia y con la realidad de nuestras relaciones internacionales (108).

El Nuevo Negro en Cuba reconoce entonces la necesidad imperiosa de ser parte de una transformación radical de la sociedad en su conjunto, sin renunciar al ideal integracionista de la república cubana, a la cual Urrutia siempre adhirió. Esta transformación no es otra cosa que el cambio revolucionario que Urrutia respaldaba. El autor no tiene en vista la Revolución de 1959, pues muere un año antes, sino la del 1933, que puso fin a la dictadura de Machado (1925-1933) y estableció el Gobierno Revolucionario Provisional de Ramón Grau San Martín (1933-1934), período en el que se abolió la Enmienda Platt, se derogaron los viejos partidos políticos, las mujeres obtuvieron el derecho a voto (De la Fuente), y se amplió la ley de divorcio. Aunque este ímpetu de cambio fue breve, le permitió a la población negra retomar la discusión sobre la discriminación racial. Cabe precisar que en los años veinte, si bien el afrocubanismo había visibilizado a la población negra desde una dimensión cultural, lo hizo afirmándose en el mito nacionalista de la igualdad racial (De la Fuente 37), que no facilitó la discusión sobre la existencia del racismo. Asimismo, durante el mandato de Machado (1925-1933) los liberales facilitaron “a negros y mestizos cargos claves en su administración” (Fernández 43), pero estos beneficios los capitalizó “una minoría negra y machadista [mientras que] la inmensa mayoría continuó siendo víctima del racismo y la escasez de oportunidades para el reconocimiento” (47).

Posterior a esa coyuntura revolucionaria, la revista Adelante salió a la luz como una propuesta que buscaba recuperar una visión más política del conflicto racial (Arnedo-Gómez), proyecto editorial del cual Urrutia fue colaborador. Esta revista nació en agosto de 1935 en La Habana como parte de los quehaceres de la Asociación Adelante, organización integrada por profesionales, estudiantes, empleados y obreros, cuyo lema era “cultura y justicia social, igualdad y confraternidad”. Tuvo una publicación mensual, que llegó a los 45 números hacia febrero de 1939, y que abarcó una amplia diversidad temática: desde la instrucción y los deportes, los acontecimientos en África, Estados Unidos y América Latina relativos a las poblaciones negras, la importancia de mantener la memoria de figuras históricas nacionales negras, hasta el rol de las mujeres y sus problemas específicos, pero sobre todo incluyó temáticas sobre la unidad de las comunidades negras, la desigualdad social y el racismo en el país. La revista retomó una línea editorial que buscaba reflexionar sobre la importancia del conflicto racial, más allá de las discusiones que enfatizaban, sin conexión, las brechas sociales y económicas.

Urrutia colaboró en varios números con reproducciones de textos previamente publicados en su columna “Armonías”, sobre todo aquellos referidos al arte, la cultura y el negro, pero también con otros textos escritos exclusivamente para la revista. Entre estos últimos, destaca su primera colaboración titulada “Panorama” y publicada en el segundo número, en el cual analizó la revolución y el rol de los sujetos negros en dicho proceso. El autor sostiene en su texto que la revolución en Cuba no ha fracasado, sino que no se ha logrado todavía, por lo que la posibilidad emancipatoria se mantiene abierta. Este proceso de transformación, que involucra a toda la sociedad, es la única vía de progreso social para el negro, por lo que éste no puede ser sino revolucionario, o un elemento de revolución. Para Urrutia, esto significa que:

 el negro no puede racionalmente ser sino revolucionario […] No quiero decir sedicioso […] Lo que digo, en cambio, es que no puede ser conservador […] para mí, ser revolucionario no es ser violento ni sedicioso ni siquiera escandaloso, sino propugnador de los cambios mentales capaces de efectuar los cambios económicos, sociales y políticos que se necesitan (“Panorama” 6).

En este sentido, el sujeto negro tiene un rol clave: “El afrocubano, por diversos motivos, es acaso el elemento de revolución mejor preparado para ser convertido en un magnífico revolucionario” (6). De las palabras de Urrutia se comprende que no es sólo la posición social subordinada la que hace de los negros un “elemento de revolución”, sino el que ellos hagan una “reivindicación consciente e inteligente” de ese lugar de opresión. Ese es el potencial que los transforma en revolucionarios.

A lo anterior, se suma una crítica que Urrutia desliza respecto del proceso revolucionario reciente, al que le habría faltado una visión más compleja de las transformaciones que la sociedad cubana requería, pues estas no se reducían a cambios en la estructura de clase, sino que también debían considerar las estructuras de raza y de género:

La conversión de los elementos de revolución en revolucionarios sólo se logrará por una noble aligación de los diversos intereses, o sea, incorporando sus reivindicaciones particulares de sexo, de raza y de clase al programa general de la Revolución, y educando a esos elementos a fin de que sus intuiciones e inquietudes se transformen en arraigados ideales revolucionarios (“Panorama” 6).

Nuevamente, la tríada clase, raza y género aparece y, aunque no desarrolla mucho más estos cruces, sí los identifica en relación con el Plus Dolor del negro, como una categoría sensible a esas experiencias.

El Plus Dolor y el Nuevo Negro son propuestas analíticas que se desarrollaron en este particular contexto, en el que se abrieron posibilidades de cambios sociales, aunque no necesariamente todos ellos se concretaron en ese proceso. Más allá de los resultados, estas categorías resultan interesantes porque buscaron visibilizar los argumentos detrás de las demandas por un justo lugar en la sociedad cubana. En ese sentido, el Plus Dolor y el Nuevo Negro son categorías mutuamente referidas que expresan diagnóstico y proyecto, respectivamente, de la situación de la población negra durante el período republicano de la isla en la primera mitad del siglo XX, pero que a la vez están en diálogo con las reflexiones de otras intelectualidades negras, como las de Estados Unidos. Ciertamente, su condición de países vecinos facilitó la movilidad de las ideas, pero estos intercambios son, al mismo tiempo, parte de las redes afrodiaspóricas, que no solamente se han configurado en torno al Atlántico negro, principalmente angloparlante, como ha mostrado Paul Gilroy en su libro homónimo, sino también a lo largo y ancho del continente americano, traspasando incluso las fragmentaciones idiomáticas.

Sin pretender ahondar acá en las tensiones del concepto, si la afrodiáspora refiere a una “comunidad translocal” que sugiere una red de localizaciones y vínculos de intereses políticos, ideologías y generaciones diversas (Valero 87-88), entonces constituye una variable interviniente de los procesos y proyectos intelectuales de las comunidades negras. De este modo, las categorías del Plus Dolor y el Nuevo Negro se podrían considerar como pertinentes para pensar la situación de opresión de las y los negros afrodescendientes en los demás países de la región que, por entonces, también hicieron circular, a través de sus propios medios de prensa, reflexiones críticas del proceso de integración a sus respectivas sociedades nacionales (Oliva, “Fragmentos …” y “Hacia una dimensión…”).

A modo de cierre: los aportes al pensamiento afrolatinoamericano

La revisión de parte del trabajo analítico de Urrutia, publicado principalmente a través de la prensa, permite calibrar la importancia de los aportes del Plus Dolor y el Nuevo Negro al pensamiento negro en la región. Por un lado, el Plus Dolor es una categoría que parece dialogar o remitirse al concepto de Doble Conciencia propuesto por el afroestadounidense William Edward Burghardt Du Bois en los primeros años del siglo XX, en su libro The Souls of Black Folk (1903). Lejos de ser una categoría binaria, la Doble Conciencia advierte los múltiples sentidos de pertenencia posibles para el/la descendiente de africano/a en la diáspora, mucho antes que las teorías postmodernas de la identidad. Es una categoría de análisis temprana respecto de la compleja configuración identitaria de los descendientes de africanos/as en América; una identidad fisurada, que no sólo se debate entre dos continentes –África versus América–, sino que también se encuentra fracturada por el racismo y por su ambigua condición de ciudadano dentro de la nación. La articulación de estructuras hegemónicas (raza, clase, género, nación) y su afectación en las experiencias vitales de las y los negros afrodescendientes es un punto de encuentro difícil de no observar en ambas categorías. Además, las dos acepciones apelan a la conciencia de esas tensiones, al auto-reconocimiento y al reconocimiento mutuo de ese lugar oprimido. No obstante, la Doble Conciencia enfatiza más una identidad a contrapelo de la modernidad, mientras que el Plus Dolor pone el acento en las estructuras de opresión.

La cercanía temporal de ambos conceptos hace pensar como plausible la influencia de Du Bois en Urrutia, al igual que de Locke. No obstante, no se puede pasar por alto que el Plus Dolor es un concepto que, bajo los parámetros actuales de la teoría social, refiere al mismo fenómeno que describe la interseccionalidad, categoría si bien asociada a las teorías feministas, proviene en particular del feminismo negro estadounidense de los años sesenta para designar “un conjunto variado de opresiones al tiempo sin jerarquizar ninguna” (Viveros 5), aunque entra con fuerza en la discusión teórica de los años noventa. Si Mara Viveros ya nos advertía que el enfoque interseccional, con todas las aristas y críticas que acumula, vino a ponerle nombre a una experiencia que había sido identificada mucho antes, entonces tendríamos que reconocer que el Plus Dolor de Urrutia es un antecedente categorial directo de esta reflexión, que expresa la larga trayectoria que ha tenido en el pensamiento negro/afrodescendiente desarrollado en el continente.

Por otro lado, la categoría del Nuevo Negro resulta llamativa por la autodeterminación y conciencia para sí que supone, motivo por el cual Fernández Robaina la comparó con la negritud y con el movimiento que inició a fines de los años treinta. Pero no sólo parece adelantarse a la reivindicación del sujeto negro, de su historia, de sus orígenes africanos y de los aportes a las sociedades americanas, sino también a los peligros de una mirada esencialista que lo asume como un sujeto homogéneo en el proceso reivindicativo. El Nuevo Negro de Urrutia, si bien reconoce su condición diaspórica, a su vez, comprende que no hay unidad racial, sino una historia fragmentada entre África y América:

En el negro de América tiene, pues, que ser más vigoroso el sentimiento de la patria y la familia originadas por la esclavitud, que el de la raza y el ancestro africanos. Su familia, el suelo en que nació y los escasos bienes que haya podido atesorar en América son su único caudal físico o espiritual. (“Puntos de vista…” 119)

Esta distancia histórica no implica desconocer el origen y la historia de la que son resultantes, sino más bien comprender las diferencias. Lo mismo ocurre cuando piensa en los sujetos negros/afrodescendientes y su historia fragmentada al interior del continente americano: “Los negros de las diversas tierras americanas nos desconocemos prácticamente y diferimos mucho en carácter, religión, educación y mentalidad” (119). En este sentido, Urrutia identificó la heterogeneidad de la que son parte, tiempo antes de una de las importantes críticas que Frantz Fanon le hizo a la negritud, respecto de los riesgos de homogenizar a los sujetos negros. En su libro Piel negras, máscaras blancas de 1952, Fanon es enfático al expresar que “La verdad es que la raza negra está dispersa […] ya no posee unidad” (152), de modo que “no existe un negro, sino los negros” (129). Afirmaciones que destacan tanto la diversidad de experiencias resultantes de la diáspora, como la diferencia histórica y cultural que distancia a los de América con los de África.

Sopesar de mejor manera los aportes de Urrutia al pensamiento negro/afrodescendiente de la región no pasa por disputar las primicias, pero sí por integrar al análisis, al menos, dos cuestiones relevantes: la perspectiva afrodiaspórica, que permita considerar intercambios materiales y simbólicos de carácter internacional, pero específicos de las comunidades negras/afrodescendientes; y la geopolítica del conocimiento, pues dentro del campo de los estudios afrodescendientes, esta ha jugado un rol que, de alguna manera, ha invisibilizado los aportes de las intelectualidades negras/afrodescendientes de las zonas hispanohablantes. Por ello, resulta importante volver a revisar autorías, ideas, conceptos y redes, y considerar la legitimidad, originalidad y autonomía del pensamiento negro/afrodescendiente desarrollado en América Latina.

En ese ejercicio, la prensa negra/afro tiene un rol fundamental, pues los periódicos y revistas fueron espacios autogestionados e independientes que buscaron poner en circulación ideas y reflexiones que, de otro modo, habrían sido muy difíciles de introducir en los espacios públicos de la nación. De ahí que destaque la excepcionalidad de Urrutia y “Armonías” en el Diario de la Marina. Pero, más allá de la prensa como espacio de difusión, es importante considerar que, en el proyecto de Urrutia, esta jugó un rol más denso. Su apuesta no fue solamente informativa, sino formativa de un público lector negro/afrodescendiente. Categorías de pensamiento complejas y altamente reflexivas como las aquí revisadas fueron expuestas en periódicos y revistas sin temor a la retroalimentación –la que tuvo mientras publicó “Armonías”–. En ese sentido, todavía queda por explorar el impacto y la recepción de las propuestas de Urrutia entre la intelectualidad negra/afrodescendiente de la época en Cuba y en otros lugares de América Latina y el Caribe.

Referencias bibliográficas

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  30. Zamorano, César. Escrituras en tránsito. Revistas y redes culturales en América Latina. Cuarto Propio, 2018.

Notas


[1] Este artículo presenta resultados parciales del proyecto Fondecyt de Iniciación 11220150: “La prensa negra/afro en América Latina durante el siglo XX: dimensiones raciales, diaspóricas y políticas de las publicaciones en periódicos y revistas de la intelectualidad afrodescendiente”, 2022-2025, del cual soy la investigadora responsable.

[2] Las categorías “negro” y “afrodescendiente” son utilizadas en este trabajo no como sinónimos o equivalentes identitarios, sino como categorías de autoadscripción asumidas por sujetos que se reconocen como parte de esos colectivos y que están actualmente en uso.

[3] De este periódico se conocen ejemplares hasta comienzos de 1998.

[4] La Enmienda Platt formó parte de la Constitución Cubana de 1901 y le permitía a Estados Unidos intervenir en los asuntos de la isla, cuando los intereses del país o de sus ciudadanos se vieran afectados.

[5] Entiendo como partido político negro/afrodescendiente aquellas organizaciones que, en su declaración de principios constitutivos, se reconocen como parte de una población racializada y movilizan esa condición de marginalidad histórica como un motivo específico de su lucha partidista. En el continente, han existido solo cuatro partidos negros/afro: la Agrupación Independiente de Color (1908, La Habana, Cuba), el Frente Negro Brasileño (1931, São Paulo, Brasil), el Partido Autóctono Negro (1936, Montevideo, Uruguay) y el Black Panther Party (1966, Oakland, Estados Unidos).

[6] Sobre la Masacre del Doce, existen diversas interpretaciones en relación a sus causas, consecuencias e impacto en el curso de los acontecimientos posteriores en la historia de la población afro en Cuba. Mientras algunos enfoques divergen en su denominación (revuelta, sublevación, “guerrita”, masacre), otros discuten la cantidad de vidas arrebatadas (desde algunos cientos hasta varios miles). Hay relativo consenso en que el hecho refiere a un supuesto levantamiento armado del PIC en Santiago de Cuba, durante junio de 1912, ante el cual el gobierno de turno habría dado una respuesta armada, cuyo resultado fue el fin del intento político partidista de la población afrodescendiente. Para más información, revisar Castro Fernández; Helg; Portuondo Linares; y Rodríguez.