https://doi.org/10.19137/anclajes-2024-28212 


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ARTÍCULOS

México en femenino: violencia y cultura según Elena Garro

Mexico in feminine: violence and culture according to Elena Garro

México no feminino: violência e cultura segundo Elena Garro

Ethel Junco

Instituto de Humanidades; Universidad Panamericana.

México

ejunco@up.edu.mx 

ORCID: 0000-0002-3369-0576 

Claudio César Calabrese

Instituto de Humanidades; Universidad Panamericana.

México

ccalabrese@up.edu.mx 

ORCID: 0000-0001-9844-3368

Fecha de recepción: 06/09/2022ǀ Fecha de aceptación: 05/07/2023

Resumen: En Los Recuerdos del Porvenir, Elena Garro revisa la problemática situación sociocultural mexicana, mediante un tipo femenino específico, las cuscas o jóvenes prostitutas, víctimas de una violencia naturalizada como formato ideológico. A partir de los textos de Philippe Bourgois, Pierre Bourdieu, Johan Galtung y Nancy Scheper-Hughes se propone la lectura del modelo de violencia literal y simbólica. El tratamiento de estas personalidades de ficción muestra cómo la violencia estructural permea en las relaciones sociales mediante una red de prejuicios y coacciones articuladas que impiden su liberación. A través de los rasgos definidos para el conjunto de prostitutas, se puede extrapolar una lectura de la identidad nacional, que la autora dispone como prospectiva para circunscribir el porvenir. Se concluye confirmando la literatura de Garro como un hacer político comprometido, por la posición crítica ante cualquier discriminación social y la revaloración de los sectores postergados por el poder.

Palabras clave: Elena Garro; México; Violencia; Mujeres; Historia; Poder.

Abstract: In Los Recuerdos del Porvenir, Elena Garro addresses the problematic Mexican sociocultural situation through the female type of the cuscas, or young prostitutes, victims of violence naturalized as an ideological format. This article presents a reading of the novel’s models of literal and symbolic violence through the work of Philippe Bourgois, Pierre Bourdieu, Johan Galtung and Nancy Scheper-Hughes. The representation of these fictional characters in Garro’s novel shows how structural violence permeates social relations through a network of prejudices and systems of oppression that prevent the cuscas liberation. The characteristics given to the prostitutes in the novel articulate an argument about national identity, which for the author present a potential to define the future. The article concludes by confirming Garro's literature as a committed political activity, due to its critical position in the face of any social discrimination and the revaluation of the sectors neglected by power.

Key words: Elena Garro; Mexico; Violence; Women; History; Power.

Resumo: Em Los Recuerdos del Porvenir, Elena Garro analisa a problemática situação sociocultural mexicana, através de um tipo feminino específico, as cuscas ou jovens prostitutas, vítimas de violência naturalizadas como formato ideológico.Com base nos textos de Philippe Bourgois, Pierre Bourdieu, Johan Galtung e Nancy Scheper-Hughes, propõe-se uma leitura do modelo de violência literal e simbólica. O tratamento destas personalidades ficcionais mostra como a violencia estrutural permeia as relações sociais através de uma rede de preconceitos e coerções articuladas que impedem a sua libertação. Através das características definidas para o conjunto das prostitutas, pode-se extrapolar uma leitura da identidade nacional, que o autor tem como perspectiva de circunscrever o futuro. Conclui confirmando a literatura de Garro como uma atividade política comprometida, devido à suaposição crítica diante de qualquer discriminação social e da revalorização de setores negligenciados pelo poder.

Palavras-chave: Elena Garro; México; Violencia; Mulheres; História; Poder.

De la historia a la literatura

La literatura de Elena Garro está intrínsecamente ligada a la vida político-social de México. Sin importar género, tema o estilo, perspectiva realista o fantástica, sus textos se desarrollan en medio de supuestos ideológicos y formas culturales. A partir de la red de ideas del contexto, sus mundos de ficción proponen modelos humanos, transidos de creencias, valores y puntos de vista. Garro presenta seres laterales que cuestionan el enfoque oficial de los hechos (Seydel 208); como indica Ana Bundgard: “La literatura actual mexicana escrita por mujeres, a pesar de su subjetividad, es subversiva, iconoclasta, y lo es desde la perspectiva del marginado que, por serlo, ve con óptica distinta de la de quienes detentan el poder, pues el marginado ve con más nitidez” (130). Estos héroes y heroínas aparentemente menores –mujeres prostituidas, indios torturados, sirvientes silenciosos– son víctimas contenidas por la fuerza: “conflictos sociales derivados de prejuicios en términos de género, raza y clase, y el uso absoluto de la violencia para imponer el orden social.”[1] (Echenberg “Garro and…” 64).

En Los recuerdos del porvenir (1963), Elena Garro trata temas de la identidad nacional, considerados “masculinos”, pero lo hace a través del protagonismo de mujeres, siguiendo una tendencia de la literatura de la segunda mitad del siglo XX (Pfeiffer 134). Los personajes de su primera gran obra expresan cuestiones de diversidad, de intereses desnivelados, de convivencia forzosa, de cohesión imposible. La geografía, elemento de identificación aparente, es insuficiente para unirlos en sus profundas desigualdades, constituidas por la raza, la clase, el género, la posición económica y la función social. Garro propone un enfoque sociocrítico de las estructuras sociales (Galván 343). El discurso de raza y el problema de género son transversales a su literatura; ambos tienen en común una cultura: “la específica constelación del machismo en América Latina como contexto conflictivo” (Hartwig 186).

Proponemos un acceso a su novela a partir de la descripción del tipo de violencia que determina a las “cuscas”, regionalismo para nombrar a las mujeres prostituidas que vivían con los soldados del ejército durante el periodo posrevolucionario mexicano. Esa violencia está subordinada a un formato mayor o ideológico. Entendemos el concepto de “ideología” como un sistema de ideas que deforma la realidad con el fin de incorporar un modelo de poder político hegemónico en el orden social (Ricœur 45-61); bajo esa norma, el marco de creencias compartidas organiza las prácticas de los miembros del grupo (Van Dijk 22). En ese espacio, donde el modo del poder determina el modo de sobrevivir, incorporamos la interpretación del motivo de las cuscas.

A partir de las constantes de esta presencia femenina, de la descripción de su traza, intereses y posibilidades se define un tipo humano condenado por los límites impuestos y por los atribuidos; casi un personaje colectivo, las cuscas funcionan como sinécdoque de toda la sociedad de pertenencia. En este trabajo consideramos que, a través de los rasgos definidos para el conjunto de prostitutas, se puede extrapolar una lectura de la identidad nacional, que la autora dispone como prospectiva para circunscribir el porvenir.

La autora y la novela

Elena Garro (1916–1998) es reconocida tanto por su literatura como por su voluntad política; por la primera es admirada, y por la segunda, frecuentemente denostada. Su defensa de los indios, su participación en el movimiento estudiantil del ’68 que culmina en la matanza de Tlatelolco (Cypess; Lund), su vida en tensión con Octavio Paz, su itinerario de exilio, sus opiniones siempre críticas contra las posturas oficialistas resultan motivos suficientes para que haya sido silenciada (Rosas Lopátegui; Biron).  

Entre los valores de su obra, señalamos la intersección historia-fantasía y la original perspectiva del tiempo. La autora afirma la consolidación de otro lado del mundo, un territorio propio del orden surrealista y psicológico que altera la noción de tiempo cronológico y, en consecuencia, los estatutos convencionales de la realidad (Coria Sánchez 57). Así, postula la invalidez del mundo dominante, principalmente el modelo de razón ilustrada, con su orden político, sus discursos pedagógicos y de género; se trata, en definitiva, de la cosmovisión que unifica la identidad cultural de su país: “Elena Garro lleva adelante el análisis y la crítica de los componentes materialistas, racionales y unívocos propios de la razón patriarcal” (Minardi 556).

En Los recuerdos del porvenir, incorpora dos ejes fundamentales de la historia de México: la revolución y la guerra cristera. El presente del relato, evocado por la voz de Ixtepec, un pueblo controlado por el ejército muestra la división nacional desde la época de los zapatistas, la invasión carrancista y el gobierno revolucionario (Glantz 684), sumada a la constante de los indígenas despojados de su tierra. Los personajes femeninos, ampliamente estudiados (Gallo; Bundgard; Sánchez Prado), denuncian la violencia naturalizada por el poder de turno: “las obras de Garro […] no son meramente personales y privadas; engranan con lo público y lo político en la medida de que describen y cuestionan la manera en que se representa la violencia, la muerte y los héroes revolucionarios en México” (Echenberg, “Niñas…” 94).

Las cuscas o el lugar en la historia

A través de la ficcionalización del grupo femenino más marginado –en condición de servidumbre y depreciación permanente– Garro muestra la opresión impuesta por el tejido posrevolucionano mexicano hacia el pueblo raso.

Si Ixtepec puede entenderse como una representación de México, su núcleo gravitacional está situado en el Hotel Jardín. Único hotel del pueblo, allí funciona el cuartel de la comandancia; distribuidos en las habitaciones, viven los militares con sus queridas. En un mismo movimiento, la autora describe ejercicios sucesivos de violencia, que van de las mujeres amancebadas a los habitantes del pueblo. En primer plano, aparece el general Francisco Rosas y Julia, físicamente sometida pero anímicamente distante: “Si bien Rosas ejerce el maltrato sobre Julia, cada vez que se enoja con ella desplaza el maltrato hacia los demás, generando un mecanismo de retroalimentaci6n que da origen a un ciclo cerrado de violencia” (Galli 216).

Durante el día, cuando los soldados cumplen sus funciones, el centro de operaciones militares funciona como un gineceo. Mientras retozan, comen y se embellecen, las mujeres dejan pasar el tiempo. Durante la noche, cuando los soldados vuelven y, cansados e insatisfechos con sus vidas, buscan placer en ellas, se acomodan lo mejor que pueden a las circunstancias: “–Al cabo que el mal rato se pasa pronto, y luego hasta le gusta a una– agregó Rosa” (Garro 53). Todas reciben un trato similar; son bienes privados, útiles, que se conservan y consienten de acuerdo con el servicio sexual que prestan. Si bien se cumplen sus caprichos, no disponen de libertad; el hotel funciona como límite del mundo. La resignación, que les permite sobrevivir, oculta la anormalidad de la violencia de género y sexual tolerada por todos (Cortés 40).

El modo en que son percibidas condiciona la visión de sí mismas: “¿Qué vale la vida de una puta?’, se dijo “[La Luchi] con amargura” (Garro 236). La condición femenina es definida por la finalidad que se le atribuye: ser hija, esposa, madre, sirvienta, amante, pero siempre ser por otro; esta idea, propia del planteamiento de Simone de Beauvoir en El segundo sexo, pertenece a la cosmovisión de Garro (Echenberg, “El ‘otro’…” 75). Las cuscas, en tanto son botín de guerra y viven como cautivas, ejercen su resistencia que no contribuye a ninguna mejora, ni propia ni grupal: “¡Puta, ¡tú qué sabes del amor!” (Garro 109). Desterradas de su origen, tampoco se integran al nuevo lugar, potencialmente transitorio. Se autoperciben incapaces de autonomía y como un valor en baja, que al envejecer y afearse pierden su posibilidad de supervivencia: “Las muchachas, reunidas en la cocina, tenían el aire inútil que tienen los despojos tirados en los basureros. En noches así, la certeza de su fealdad las volvía rencorosas.” (Garro 234). Responden así al efecto de la violencia que han recibido y que terminan asumiendo como natural (Bourdieu El sentido 111); saben que, a determinadas intenciones de libertad, les corresponderán las sanciones del poder: “–Buenas noches– dijo Rosas, trémulo de ira. Sin más despedida, cruzó la plaza y atravesó la calle, llevándose a la joven [Julia] – ¡Le va a pegar! – ¡Sí […] le va a pegar […]! – repitió Antonia” (Garro 134). Al margen de algunas diferencias de personalidad, en nada esenciales, todas carecen de ideas propias; son apáticas, repetitivas, suspenden sus deseos ante los ajenos y reducen sus expectativas a envidiar lo que otras tienen. Las cuscas se consideran inferiores a los modelos de mujeres predominantes –Julia a Isabel– y saben que nunca podrán alcanzarlas. Apenas conservan un remoto instinto de libertad, que se despertará en la fiesta del pueblo.

En Ixtepec se producen dos eventos que pretenden un punto de inflexión ideológico: la obra de teatro –o más precisamente, el ensayo para una representación que nunca llega en– la primera parte de la novela, y la fiesta para engañar a los militares y salvar a los perseguidos, en la segunda parte. Ambas son conatos de libertad.

Los personajes tienen distinto nivel de conciencia ante el devenir histórico. Por una parte, la familia central, los Moncada, es capaz de analizar la coyuntura y sus peligros; por otra, la mayoría de los vecinos sigue el ritmo de los sucesos sin comprenderlos: – “¿Tú entiendes algo de lo que pasa en México […]? ¿Qué quieren estas gentes del gobierno? –No sé, mamá– contestó Conchita […] –¿Ves? Nadie entiende nada” (Garro 166). A pesar de la diferencia de actitud, las ideas impuestas enfrentarán resistencia a través del teatro y de la fiesta (Van Dijk 13-28). La novedad de hacer una obra teatral es idea de un extranjero, Felipe Hurtado, que llega y se va del pueblo mágicamente; el teatro y la fiesta se unifican como espacios sociales cuya intención es legitimar la resistencia a un orden político y la aspiración a un nuevo orden. Así como el teatro es germen intelectual que opera en los personajes de la novela, la fiesta para proteger al sacerdote perseguido y para defender el derecho del pueblo a la religión involucra a toda la comunidad y otorga a las cuscas su breve sueño de heroísmo. En cuanto la fiesta es plan de la imaginación femenina contra decisiones masculinas, las cuscas se sienten con derecho a hacer su propio movimiento dramático y cumplir con el deseo de huida: “–Ya es hora de cambiar de pueblo y de cambiar de hombre” (Garro 244).

Pero, aunque la potencialidad de la fiesta sea romper el determinismo estructural, las cuscas solo aspiran a cambiar de dueño: “Las esperaban otros pueblos y otros uniformes, sin cuerpo y sin prestigio. Los militares se habían vuelto absurdos desde que se dedicaban a ahorcar campesinos y a lustrarse las botas.” (Garro 248). Sus ilusiones son una parodia de libertad. La pretensión de un nuevo orden está contaminada por la lógica del agresor. La violencia instalada en su interior por todas las estructuras que las someten es más fuerte que la voluntad de independencia. Recordemos además que, a la debilidad de ser mujeres, jóvenes, sin familia, robadas, de territorios vencidos y pobres, se suma el rasgo racial: algunas son indias. La doble reducción de género y raza excluye sus derechos. La determinación racial es la categoría más fuerte en el dinamismo sociohistórico mexicano (Lund 10) al igual que para decretar la inferioridad en la narrativa de Garro; dice Doña Elvira, la viuda de don Justino Montúfar, que rechazaba toda vinculación con los nativos del lugar: “¡Qué fastidio vivir en un país de indios!” (Garro 36); inclusos los mestizos exclaman, a través de la voz de Ixtepec “¡Ah, si pudiéramos exterminar a todos los indios! ¡Son la vergüenza de México! (Garro 33). La marginalidad de género se duplica en la de raza.

El fracaso de la fiesta convierte la mínima ilusión en resentimiento. La autoestima degradada de las cuscas, que primero diluye la propia imagen y su posibilidad de reversión, retorna al grupo social bajo forma de traición. Las cuscas vuelven al punto de partida, renuncian a huir y entran en el pasado como instancia elegida por los opresores: “En la mañana, el orden tan querido por los gobernantes se había restablecido: bajo el sol brillante, los cadáveres de los perros, los rebozos ensangrentados, los huaraches impares perdidos en la huida y las ollas de comida rotas eran despojos de la batalla de los pobres.” (Garro 173). La fiesta, estrategia de liberación, se confirma como clausura de la historia que quiso ser rescatada por mujeres, pero es entregada por ellas: “No podían escapar de sus amantes. La nostalgia por la libertad que unos momentos antes las había dejado perplejas, se volvió intolerable y el Hotel Jardín las llenó de terror […] Ixtepec estaba preso y aterrado como ellas” (Garro 149). Y aunque saben que es un error, aceptan la repetición del ciclo: “y esta noche la vida empezará como antes.” (Garro 294).

La conducta de las cuscas confirma el cierre del tiempo histórico: “se echaron a la cama y se pusieron a llorar: les daba miedo correr mundo, dejar el hotel y buscar otro pueblo y otro hombre.” (Garro 244). Después de todo, su modo de vida es consentido como tantas otras formas de dominación. La compenetración de la violencia impide su detección y, por ende, su resistencia.

Las formas de la violencia

Seguimos la lectura de Philippe Bourgois, “The power of violence in war and peace. Post-Cold War lessons from El Salvador” (7-9) para acotar la representación de la violencia que ofrece la obra. El autor presenta y distingue cuatro modos de ejercer la violencia, a saber, política, estructural, simbólica y cotidiana. Quedan incluidos en su encuadre, los aportes de Pierre Bourdieu y de Loic Wacquant acerca de la violencia simbólica (Una invitación…), el de violencia estructural, introducido por Johan Galtung (“Violence…”, “Peace”) y el de violencia cotidiana, desarrollado por Nancy Scheper-Hughes (“Small…”, “Peace…”). Presentamos brevemente y acompañamos de ejemplos extraídos de Los recuerdos del porvenir.

Violencia política refiere a la modalidad derivada y administrada en nombre de una ideología, como práctica directa y deliberada contra los disidentes y ejercida por la fuerza del Estado, tal como terror, represión, tortura. Las consecuencias de la revolución, que llevan a la distribución de territorios, hacen decir al pueblo: “Eran gobiernistas que habían entrado por la fuerza y por la fuerza permanecían.” (Garro 19); “Los pistoleros eran la nueva clase surgida del matrimonio de la Revolución traidora con el porfirismo.” (Garro 79); “Entre los porfiristas católicos y los revolucionarios ateos preparaban la tumba del agrarismo […] La Iglesia y el Gobierno fabricaban una causa para ‘quemar’ a los campesinos descontentos.” (Garro 164).

Violencia estructural concierne al dominio social que impone condiciones de vida opresivas, tales como pobreza, morbilidad, mortalidad, inseguridad; responde a imposiciones internacionales y se refleja en el Estado mediante la monopolización de los servicios y la explotación laboral: “Y el padre de Isabel arrojó con violencia el periódico que hablaba del ‘progreso de México’.” (Garro 164). En el pueblo ocupado, un vecino observa: “perros famélicos […] iguales en su miseria y en su condición de parias a los millones de indios despojados y brutalizados por el Gobierno.” (Garro 79); o la frecuente expresión de desprecio por la vida del indio pobre, en la voz del boticario Tomás Segovia: “¡[…] el mejor indio es el indio muerto!” (Garro 79).

La violencia simbólica conecta estructuras de sometimiento con sujetos sometidos; a través del reconocimiento de grupos o individuos con superioridad atribuida, se normalizan prácticas de control sobre quienes no pueden confrontar el estatuto impuesto y se atribuyen merecedores de él por alguna culpa implícita. En la novela se concentra en los indios y en las prostitutas, como expresa Tomás Segovia, el boticario del pueblo, en conversación con los Moncada: “–Todos los indios tienen la misma cara, por eso son peligrosos.” (Garro 33); o bien en la autoatribución de una de las cuscas: “Las putas nacimos sin pareja, se decía la Luchi.” (Garro 108). Bourdieu, por su parte, hace hincapié en las prácticas producidas por el habitus (Cosas dichas 134) que define como modo de inculcar a través del tiempo disposiciones constantes que generan acciones específicas. Así, relaciona ideología con la violencia simbólica, en cuanto la primera permea sin conciencia, silenciosa y continua, y se instala en la vida diaria de los individuos, como dice el mismo pueblo, Ixtepec: “La violencia que sopla sobre mis piedras y mis gentes se agazapó debajo de las sillas.” (Garro 34).

Por último, la violencia cotidiana refiere a la situación de quienes, aun en estado de paz, se ven afectados por actos rutinarios, como conflicto doméstico, prácticas de la sexualidad, abuso de sustancias; esta reducción involucra a las comunidades más desfavorecidas y depende de la violencia estructural institucionalizada: “Los indios colgados obedecían a un orden perfecto” (Garro 20); “no queríamos abandonar a la iglesia en las manos de los militares ¿Qué haríamos sin ella?” (Garro 169); “Luisa […] vio venir su vida en forma de calles que se cruzaban y se abalanzaban sobre ella. Vio balcones y puertas cerradas ¿Adónde iría? […] dudó antes de decirse la palabra ‘puta’” (Garro 245).

Las definiciones, que acotan modalidades de violencia, se interrelacionan y potencian; sus intersecciones pretenden abarcar una realidad sinuosa, que está infiltrada en los formatos consuetudinarios de muchas formas culturales. A nivel macro, la estructura ideológica ofrece el sustrato para que el incremento de desigualdades económicas agrave los problemas sociales y se desconozcan derechos básicos: “Había intereses encontrados y las dos facciones en el poder [el gobierno y la iglesia] se disponían a lanzarse en una lucha que ofrecía la ventaja de distraer al pueblo del único punto que había que oscurecer: la repartición de las tierras.” (Garro 163-4). A nivel interpersonal, se verifica el ejercicio de un poder que humilla y se afianza en la reducción de la dignidad del otro: “Las criadas del hotel contaron que el general, al llegar a su cuarto, golpeó a su querida con el rebenque ‘sin ninguna compasión’.” (Garro 134). Si no se puede reconocer lo anormal de los pactos sociales y de los vínculos personales, la violencia se ubica como estrategia relacional y determina el sentido común y el modo de ser en los espacios públicos y privados (Junco). Porque la violencia invisibilizada ya no es tal: si opera a través de las formas políticas, de los poderes económicos, de las convenciones sociales que la asumen y adaptan, el conjunto de la comunidad se vuelve indiferente. La violencia legitimada rige el desenvolvimiento de las instituciones sociales (Cortés 41).

De las cuscas a la construcción de la nacionalidad

A lo largo de la novela son habituales las persecuciones y torturas, los ahorcamientos de sospechosos y la represión por parte de los militares; ante la rebeldía de los ciudadanos, se los encarcela, enjuicia de manera confusa y fusila arbitrariamente.  Entretanto, la masa del pueblo, las beatas, las viudas, las sirvientas, los viejos, las jóvenes casaderas, reciben maltrato directo de sus pares; el trato agresivo entre quienes comparten miserias es una consecuencia de la violencia estructural que se replica en actos cotidianos de hostigamiento recíproco (Bourdieu Cosas dichas 40). Señala Cristina Galli: “Es evidente que Rosas no ejerce la agresión por ideología, sino para demostrar su poder frente a la burla del pueblo. Se olvidan las razones por las cuales se pelea, solo se lucha por el poder: los ideales han desaparecido” (220). Garro expone que el origen de las decisiones políticas –las generadoras de la violencia– no está claro, como afirma Karageorgou-Bastea: “La voz narradora descarta en varias ocasiones la dinámica ideológica que se encuentra en la base de los movimientos sociales” (139).

Los niveles de violencia política, estructural y cotidiana dependen entre sí, de mayor a menor: el estado de guerra revolucionaria, de conflicto civil sucesivo, encadena períodos de lucha armada y confronta vencedores y vencidos por el control de territorios y por la hegemonía económica. En el día a día, los sectores sociales dependientes, carentes de educación y de recursos, permanecen condenados a la voluntad de dominio. Sumado a todo eso, la violencia simbólica, transversal a las anteriores, opera desde el interior de las víctimas.

Así sucede con las cuscas, quienes han sido robadas de muy jóvenes, separadas para siempre de sus familias; desterradas de su lugar de origen, deben subordinarse a sus amos para sobrevivir, porque tampoco serán integradas en las comunidades adonde lleguen. Su condición de humilladas sexuales les destruye la autoestima y las lleva a aceptar el miedo, el abuso, la crueldad como código natural. Aunque las cuscas son víctimas con capacidad para la traición, no pueden ir más allá de la condición de sometimiento inicial, que ciñe su presente y determina su porvenir. Como muestra Los recuerdos del porvenir, cuando estén dadas las condiciones para animarse a la libertad, no podrán superar sus límites de terror y comodidad, y volverán a ser aquello en lo que las convirtieron, aquello a lo que las acostumbraron: “En Ixtepec, el sistema de géneros se ve como un sistema de roles con expectativas de conductas definidas […] Las mujeres de Ixtepec lo manipulan hasta cierto punto, pero no rebasan los límites de lo que constituye el paradigma femenino general” (Melgar “Relectura…” 64).

Así la violencia a nivel político impone el estado de violencia cotidiana; la violencia interpersonal doméstica afecta a los grupos de interacción directa –familia, vecindad, trabajo– y consolida la violencia estructural que legitima oposiciones basadas en disposiciones ideológicas. Las jerarquías raciales, de género, de rango económico, de herencia familiar, no solo aíslan al mestizo, pobre, desterrado y analfabeto, sino que lo condenan a seguir siendo un paria. La violencia opera extendiéndose en el discurso compartido que se repite como una letanía y afirma la conciencia de desigualdad; según señala Verón: “todos los indios son, todas las mujeres son, todas las cuscas son” (121-123). Cuando los miembros comparten el mismo discurso y no necesitan ya recibirlo de sus superiores políticos, la ideología está impuesta.

La propia existencia, definida en función de las pretensiones de otro, se puede trasladar desde la idea de lo femenino a la idea de nación: la identidad también puede acomodarse a necesidades de otros, los más fuertes para imponerse con medios de control económico y de superioridad militar. Luego del fracaso de la revolución, solo queda territorio vencido. A través de las mujeres se define un modo de ser idiosincrático en relación con una estructura de dominación patriarcal, en cuanto responde y beneficia a intereses de progreso y utopía propios de la racionalidad occidental. Bajo ese registro no hay posibilidad de salida; si en las mujeres se representa figuradamente un carácter, el porvenir escrito en la memoria está detenido. La violencia ramificada en todas sus modalidades y expuesta crudamente en violencia de género confirma “la existencia de una serie de problemas estructurales en el funcionamiento de la democracia mexicana” (Martín 22).

De la literatura a la historia

Los recuerdos del porvenir de Elena Garro es una obra en la cual lo femenino asume la antigua queja de la novela mexicana sobre la desazón posrevolucionaria. En una tradición que estigmatiza a grupos, acentuando oposiciones dialécticas para simplificar la comprensión, la convivencia solo puede producir relaciones de tensión que activan la violencia, ejercida con mayor eficacia de acuerdo con la posición en el poder.

El carácter de las cuscas, descripto en el plano de la ficción, puede pensarse como energía social en el horizonte histórico, que le atribuye extensión metonímica. Aunque son personajes, remiten a personas concretas con su memoria de sumisión; las cuscas también refieren a las víctimas de la violencia política, estructural, simbólica y cotidiana, que habitan en América Latina sujetas a desigualdad estructural y a fanatismos ideológicos.

Cuando los individuos se sienten normales dentro de las situaciones impuestas y tienen la certidumbre de que no pueden estar de otro modo, se ha llegado a la imposición hegemónica de la ideología. El conato de resistencia ante los intereses del poder es insuficiente. La fuerza menor que pretende reordenar el orden social claudica ante la lógica del mando político, naturalizado como jerarquía, aunque sea ilegítimo. Si la ideología se entiende como esquema interpretativo de un grupo a fin de organizar y legalizar las acciones, el final de la novela enseña que, en Ixtepec, difícilmente pervivan esquemas enfrentados, como se pretendió a lo largo de la trama, sino que predominará una lánguida tolerancia hacia el superior. En tal caso, no se podrá hablar del gobierno como detentador del poder ya que los ciudadanos coinciden, conscientemente o no, con él. Expansión y repetición consagran la violencia ideológica. Compartimos la reflexión de Melgar:

El poder de la palabra y la fuerza de lo fantástico, la violencia, en particular contra las mujeres, y el exilio son asuntos que Garro captó con gran lucidez, y que pueden retomarse como hilos conductores para releer su obra. En este siglo XXI son asuntos que también nos inquietan. La literatura no cambia al mundo, pero nos ofrece caminos para la reflexión; invita a imaginar, junto con sus mejores autores, otras maneras de vivir, pensar y hablar. (“Elena Garro…” 248)

Concordamos con el juicio de Echenberg sobre Los recuerdos del porvenir cuando afirma que en la obra no hay reconciliación, ni comunión, ni salvación (“El ‘otro’…” 92). Quisiéramos dar un paso más: hay advertencia histórica: si las cuscas, sus opiniones y decisiones operan como perspectiva de visión, como modo de leer y entender el mundo, no habrá refundación social y el tiempo histórico permanecerá condenado a girar en círculos.

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Notas

[1]  “social conflicts stemming from prejudices in terms of gender, race and class, and the unmitigated use of violence to enforce the social order.”