https://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2715 


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ARTÍCULOS


Antonio Argerich como promotor del naturalismo. En torno a una carta de agradecimiento de Émile Zola

Antonio Argerich as a promoter of naturalism. About a letter of thanks from Émile Zola

Antonio Argerich como promotor do naturalismo. Sobre uma carta de agradecimento de Émile Zola

Alejandro Romagnoli

aeromagnoli@gmail.com 

Universidad Nacional de Buenos Aires

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas

Argentina

ORCID: 0000-0002-2923-9846

Resumen: El lugar de Antonio Argerich, autor de ¿Inocentes o culpables? (1884), en la emergencia de la novela nacional y en el contexto de la polémica en torno al naturalismo, ha sido muy estudiado. Menos atendido fue su papel como crítico. A partir de un extenso trabajo de archivo, recuperamos y analizamos una larga serie de intervenciones que van desde 1882 hasta 1886. Reconstruimos las condiciones de producción de su conocida disertación sobre el naturalismo, pero es sobre todo el rescate de una carta de Émile Zola a Argerich –con los antecedentes que la explican y las consecuencias que desencadenó y que arman una compleja red textual– la operación central de nuestro trabajo. Estudiamos, de este modo, las inflexiones del rol clave que le cupo a Argerich en cuanto crítico defensor y promotor del naturalismo, a la vez que reconsideramos determinados caracteres distintivos de este debate, el principal que atravesó la crítica literaria del período.

Palabras clave: Literatura argentina; Naturalismo; Crítica literaria; Émile Zola; Antonio Argerich

Abstract: The place of Antonio Argerich, author of ¿Inocentes o culpables? (1884), in the emergence of the national novel and in the context of the controversy surrounding naturalism, has been widely studied. His role as a critic, meanwhile, has received less attention. Based on extensive archival work, in this article we recover and analyze a long series of interventions from 1882 to 1886. In addition to reconstructing the conditions of production of the author’s well-known dissertation on naturalism, the article’s main objective is the recovery and study of a letter by Émile Zola to Argerich, from its background and consequences to the complex textual network that emerged from it. In this way, we study the inflections of the key role that Argerich played as a critic, defender, and promoter of naturalism, while we reconsider certain distinctive features of this central debate in the literary criticism of the period.

Keywords: Argentinean literature; Naturalism; Literary criticism; Émile Zola; Antonio Argerich

Resumo: O lugar de Antonio Argerich, autor de ¿Inocentes o culpables? (1884), no surgimento do romance argentino, e no contexto da controvérsia em torno do naturalismo, tem sido muito estudado. No entanto, seu papel como crítico tem recebido menos atenção. Com base em um extenso trabalho de arquivo, recuperamos e analisamos uma longa série de intervenções realizadas entre 1882 e 1886. Assim, reconstruímos as condições de produção de sua conhecida dissertação sobre o naturalismo, porém o resgate de uma carta de Émile Zola a Argerich –com o pano de fundo que a explica e as consequências que ela desencadeou, que formam uma complexa rede textual– é a operação central de nosso trabalho. Desta forma, estudamos as inflexões do papel fundamental desempenhado por Argerich como crítico, defensor e promotor do naturalismo, enquanto reconsideramos certos traços distintivos deste debate, o principal que percorreu a crítica literária do período.

Palavras-chave: Literatura argentina; Naturalismo; Crítica literária; Émile Zola; Antonio Argerich

Fecha de recepción: 05-04-2022 | Fecha de aceptación: 18/05/2022

La polémica sobre el naturalismo que tuvo lugar en Argentina a lo largo de la década de 1880 ha recibido una profusa atención por parte de la crítica (Pagés Larraya, Gnutzmann, Laera, Schlickers, Espósito, Espósito et al., Cymerman, entre los más destacados). Vinculada con la emergencia de la novela nacional, su centralidad no se limita a esa dimensión. El debate se producía en distintas latitudes y, cuando llegó a la República Argentina, no había transcurrido mucho tiempo desde su inicio en Europa; en otros términos, se trata de un caso, frente a otros anteriores, marcado por una relativa sincronía entre las inflexiones transnacionales del proceso literario. Asimismo, esta polémica ha resultado atractiva para la crítica porque, como ha advertido Alejandra Laera, resuenan en ella debates de otra clase, como el entablado a propósito de la laicización estatal promovida por el gobierno roquista o la reconfiguración de la identidad nacional a partir de la inmigración o la llamada conquista del desierto (156, nota 3). Esto último también podría formularse, en rigor, de otro modo; podría sostenerse que esos otros debates eran, en su contexto, parte constitutiva de la polémica literaria, puesto que, como sostienen Starobinski y Braunrot, la crítica no ha sido, a lo largo de su historia, una actividad puramente literaria, sino que sus juicios han estado esencialmente atravesados por otros principios, considerados en ocasiones “más urgentes e importantes” (492).

No nos proponemos en esta ocasión una relectura de la polémica en su conjunto. Nos interesa detenernos en un autor particular, Antonio Argerich, en el papel específico que cumplió en el marco del debate. Y, en rigor, no tanto en su rol como autor de la novela ¿Inocentes o culpables? (1884), sino en su perfil, menos estudiado, como crítico defensor del naturalismo en las páginas de diversos diarios y revistas[1].  

Esta revisión de la tarea de Argerich como crítico no se agota, pero sí está movilizada, por la recuperación de una carta que el propio Émile Zola le escribió y que se publicó en la prensa argentina en noviembre de 1882. Se trata, como veremos, de una misiva en la que Zola, al mismo tiempo que elogia a Argerich, critica acerbamente a Lucio V. López, quien había oficiado ese mismo año –tras ser convocado por Torcuato de Alvear, presidente de la Comisión Municipal de la Capital– de censor de la obra teatral Nana. La carta, pese a su brevedad, pero en virtud de determinadas circunstancias –entre la que se encuentra la principalísima del nombre de su destinador–, permite articular una larga cadena de sucesos y episodios que marcaron el rumbo de la polémica en el escenario local. Recuperación de una carta, decíamos, y esto es así ya que aquellos que se han ocupado del tema no la consideraron o la desconocieron. Solo Claude Cymerman se refirió a ella, aunque no en su análisis; aparece mencionada entre las útiles referencias hemerográficas que consigna al final de su libro (679). Habremos también de preguntarnos por las razones de este olvido, para seguir reflexionando sobre el lugar, más destacado que el que se le ha reconocido, de Argerich como crítico promotor del naturalismo, en ese momento en que la novela nacional emergía en un diálogo cada vez más sincronizado con los ritmos de la literatura europea.

Los principales argumentos de la polémica sobre el naturalismo

Fueron las voces de Benigno Lugones (1879) y de Luis B. Tamini (1880) en La Nación las primeras que se manifestaron a favor del programa naturalista. La polémica atravesó toda la década de 1880 y se extendió aun hacia los primeros años de la siguiente. No todos los argumentos que se cruzan en el debate podrán ser considerados aquí, pero resulta necesario atender a los fundamentales antes de abocarse a la participación que tuvo Argerich. Es posible apelar a pasajes de artículos y ensayos del propio Zola para dar cuenta de esas grandes articulaciones, dado que también marcaron el debate en el contexto argentino:

Toda la querella está ahí. Los bribones están permitidos, pero sería necesario castigarlos en el desenlace, o, por lo menos, aplastarlos con nuestra cólera y nuestro asco. En cuanto a las personas honradas, merecerían acá y allá algunas líneas de elogio y aliento. [...] Nosotros lo decimos todo, no hacemos una elección, no idealizamos; y por ello se nos acusa de recrearnos en la inmundicia. En suma, la cuestión de la moralidad en la novela se reduce, pues, a estas dos opiniones: los idealistas pretenden que es necesario mentir para ser moral, los naturalistas afirman que no se puede ser moral al margen de lo verdadero. Pues, nada es tan peligroso como lo novelesco; tales obras, al describir el mundo con colores falsos, desequilibran las imaginaciones, las lanza a la aventura; y no hablo de las hipocresías de lo que es necesario, de las abominaciones que se hacen amables bajo un lecho de flores. Con nosotros estos peligros desaparecen. Enseñamos la amarga ciencia de la vida, damos la altísima lección de lo real. (El naturalismo 162-163)

La caracterización está hecha por el propio Zola, desde su perspectiva, pero es precisa. Podría formulársela desde el lugar de aquellos que, con inflexiones particulares, se oponían al naturalismo. Y es que tanto unos como otros asumen para sí la necesidad de ser verdadero (para los opositores al naturalismo, este, al retratar solo la miseria, también ofrece un retrato falso) y la necesidad de ser moral; la diferencia reside en qué se requiere en cada caso para cumplir con una u otra aspiración. Se trata del medio tópico subyacente que existe en toda discusión (Angenot): en este caso, el supuesto de la función didáctica de la literatura en general y de la novela en particular.

Esa crítica moral al naturalismo se encuentra en la mayor parte de los textos que combaten esta estética, incluso en aquellos que priorizan otros flancos. Por ejemplo, en un artículo de Carlos Olivera, en que este señala que aquello que Zola escribe no haría sino “pervertir el sentido moral”, particularmente de “las gentes de organización tan baja y tan grosera como la de él” (51). La crítica de Olivera se singulariza, sin embargo, por el énfasis con que ataca a la Iglesia y con que promueve la ciencia. “Zola, en la grandiosa tarea del Progreso, representa el papel que representó la Religión Católica en la Edad Media”, sostiene (51). Y luego, para negarle a Zola el título de filósofo, afirma que no sigue la senda del “método experimental”, “la revolución iniciada en el mundo de las entidades imaginarias por Voltaire, y continuada por la escuela de Mr. Carlos Darwin y Mr. Herbert Spencer, [que] ha sujetado todos los conocimientos a un examen implacable y minucioso” (54). En definitiva, la condena moral es posible aun si se comparte el deseo de vincular literatura y ciencia.

Ahora bien, frente a ese argumento moral/moralista, que asumen tanto los defensores como los detractores del naturalismo, o, más bien, junto con ese argumento, se erige otro, también esgrimido por el propio Zola, con el que entra en tensión. Es una operación que puede observarse típicamente en su ensayo “La literatura obscena”. Allí Zola señala que el tema, el contenido de las novelas, sería indiferente, y que aquello que definiría su valor (su moral) sería solo la forma:

Esta es toda mi querella. Se es culpable cuando se escribe mal; en literatura, solo existe este crimen que me parece evidente; no veo dónde se puede situar la moral cuando se pretende situarla en otra parte. Una frase bien hecha es una buena acción (Le roman experimental 364; nuestra traducción).

“Toda la querella está ahí” (“Tout la querelle est là”), decía antes, cuando se enfocaba en la inmoralidad del idealismo. “Esta es toda mi querella” (“Telle est toute ma querelle”), escribe ahora, para señalar la equivalencia entre moralidad y talento. Simetría en la redacción que introduce disimetrías en los argumentos, aunque en rigor están en función de abonar un mismo proyecto estético[2].

Un ejemplo, en el escenario local, de esta apelación a la autonomía para defender una obra considerada naturalista puede encontrarse en una nota de Sud América publicada el 13 de septiembre de 1887, en la que se sostiene, entre otras cosas, que “en las esferas del arte no existe lo moral ni lo inmoral, lo decente ni lo indecente. Existe tan solo la obra que tiene carnadura”. Con el título de “Inmoral. A propósito de Cambaceres”, la nota está firmada por J. A. A., es decir, probablemente, por el médico Juan Antonio Argerich (1840-1905), y no por el autor de ¿Inocentes o culpables?, Antonio Argerich (1855-1940), nombres que se han confundido con frecuencia, según nos previene Graciela Salto (146, nota 52).

La conferencia en el Politeama y otras intervenciones de Argerich

Dos años antes de que se publicara ¿Inocentes o culpables? (1884), “la verdadera novela naturalista fallida de la década de 1880” en palabras de Laera (196), Argerich pronunció, en el teatro Politeama, su conocida disertación acerca de “El naturalismo”. Por la portada del folleto en el cual circuló impresa, sabemos que las palabras de Argerich fueron leídas “con motivo de la velada literaria a beneficio de Gervasio Méndez”.

En la bibliografía sobre el tema no se brindan datos precisos acerca de las circunstancias en que la velada tuvo lugar. La revisión que al respecto hemos emprendido permite afirmar que esos pormenores se revelan significativos para entender no solo la postura de Argerich, sino también el devenir de la polémica en torno al naturalismo. Para eso, ha resultado fundamental la lectura de las páginas de El Álbum del Plata, periódico vinculado a la prensa femenina de fines de siglo y que dirigía el poeta enfermo al que se buscaba beneficiar, Gervasio Méndez[3].

Por los artículos aparecidos allí[4], podemos inferir que la velada tuvo lugar la noche del miércoles 26 de julio de 1882. La fecha no es un dato prescindible, menos aún si se la relaciona con el lugar en que fue pronunciada la disertación. El Politeama era el teatro en que estaba previsto, en agosto, la representación de Nana, espectáculo que fue prohibido a partir del informe –sobre el que volveremos más adelante– que escribió Lucio V. López, nombrado para la ocasión “asesor especial” de la Comisión Municipal[5]. En ese marco, la exposición de Argerich cobra otro relieve.

Otra circunstancia significativa del contexto de la disertación es la comisión que organizaba el evento. Según se lee en El Álbum del Hogar, se trataba de la sociedad “Stella d’Italia”, la primera de las sociedades italianas, según el discurso del Sr. Larco, presidente de la comisión directiva, en patrocinar “una fiesta de caridad” de estas características (“Beneficio” 1). Y Argerich, que en su novela de 1884 escribiría en contra de la “inmigración inferior europea” (¿Inocentes o culpables? 10), encarnada en los Dagiore, era, en 1882, el “vicepresidente de la comisión” (“Beneficio” 2).

Las ideas esgrimidas por Argerich en su discurso reiteran los principales tópicos del naturalismo. Sostiene que este movimiento constituye el último adelanto en términos literarios y que tendrá una “influencia decisiva [...] en el perfeccionamiento de las sociedades humanas” (Naturalismo 5), que servirá para “depurar la política, la educación, el arte y la legislación” (27-28). Afirma que es expresión de la ciencia e incluso toma como homogéneos los fines de esta y de la literatura: “crear medios para la mayor felicidad del hombre” (8). Discute la idea de que el naturalismo sea “la literatura de las cloacas y los albañales” (16). Antes bien, reivindica a Zola, siguiendo a Edmundo de Amicis, como “uno de los novelistas más morales de Francia” (cit. por Argerich Naturalismo 17), dado que la exhibición de los vicios sociales serviría como remedio, del mismo modo que el arsénico, en ocasiones, es utilizado por los médicos para curar el cuerpo (16). Insiste Argerich en la contraposición entre naturalismo y romanticismo, y hace recaer la acusación de inmoralidad en el segundo. Asegura que la oposición al primero tiene que ver con que escribir una obra de esa clase es muy difícil: no tendría ningún lugar la inspiración (20-21), y sí, exclusivamente, la estadística y la observación (19)[6]. Discute con Tamini acerca de la fatalidad de la herencia: lo que existiría en realidad sería la “fatalidad del medio” (23). Son aspectos que revisa en su novela naturalista, con la que pretende, además de llevar sus ideas “al corazón del pueblo” (¿Inocente o culpables? 10), llamar la atención de los gobiernos para señalar la necesidad de “estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa” (14)[7].  

La disertación de Argerich fue comentada en las mismas páginas de El Álbum del Hogar. En la nota “Redacción” publicada los días 13 y 20 de agosto de 1882, el articulista (¿Gervasio Méndez?) hace una distinción –frecuente en la época– entre los principios “naturalistas” o “realistas” que habrían existido en todas las literaturas en todo tiempo y lugar –en la medida en que buscan representar la verdad–, y el naturalismo en su “carácter de escuela [...], con sus pontífices y sus dogmas”. Sin embargo, luego introduce una concesión y un reparo al naturalismo (de Zola), que, en el contexto de la crítica de la época, resulta novedoso, puesto que intenta no plantear un juicio moral:  

Nosotros no tachamos sus obras de inmorales, ni hallamos en ellas la desnudez inmunda que encuentran algunos lectores asustadizos; al contrario, sus descripciones nos parecen bellísimas, porque son verdaderas, conformes con la idea expresada en la conocida frase de Platón y el célebre verso de Boileau; pero su romance es incompleto como obra de arte; porque las escenas de la vida exterior, por más que sean magistralmente pintadas, no bastan a reflejar la existencia entera, porque ignoramos lo que pasa en esa otra vida invisible y misteriosa que lleva cada hombre dentro de sí mismo, vida cuyos incidentes no son menos reales y menos verdaderos, que los que se revelan por nuestros actos exteriores. (“Redacción” 17-18)

Al año siguiente, entre el 14 de octubre y el 2 de diciembre de 1883, se publica un ensayo dedicado a examinar la disertación de Argerich a cargo de José Lanhozo O’Donnell. Se trata de una crítica basada en el señalamiento de las falencias tanto del romanticismo como del naturalismo –aboga por una postura ecléctica (“Crítica y estudio literario” 122)–, pero que no hace sino enfatizar el “falso naturalismo que se propone destruir la moral” (“Crítica y estudio literario” 147). Aún más interesante resulta el intercambio polémico registrado entre mayo y julio de 1883 entre Lanhozo O’Donnell y el propio Argerich, en el que ya se leen todos los argumentos que luego el primero reiterará en su trabajo específico. La discusión comienza con un artículo de Lanhozo O’Donnell, del 20 de mayo, y se continúa con una contestación anónima, por parte de Argerich, desde la sección “Arcoiris”. La identidad de Argerich queda rápidamente al descubierto, por las insinuaciones con que lo descubre Lanhozo O’Donnell y porque, ya hacia el fin de la polémica, firmará con sus iniciales.

La censura de López, la carta de Émile Zola, las repercusiones en la prensa

Argerich fue la figura central en la promoción del naturalismo en Argentina, o, en los términos de un artículo de El Álbum del Hogar, del 19 de noviembre de 1882, “el más ardiente discípulo de la escuela naturalista en Buenos Aires” (“Naturalistas y románticos” 129). La nota (firmada por quien declara estar ligado por “vínculos demasiado estrechos” con el autor de ¿Inocentes o culpables?, con las iniciales J. A.[8]) está dedicada a comentar lo suscitado a partir de la carta que Émile Zola le enviara a Argerich.

Dicha carta se publicó, en La República y en El Diario, el día 10 de noviembre de 1882:

Señor y querido colega: Tengo que agradeceros vuestra valiente defensa. Vuestro folleto y vuestros artículos, publicados en El Diario y El Libre Pensador me han impresionado vivamente. Defendéis con mucho talento ideas que me son queridas, y si no acepto todos vuestros elogios, puedo al menos apretaros fraternalmente la mano, en nombre de nuestro amor por la verdad.

Pero, por Dios! qué extraño personaje es vuestro Dr. Lucio Vicente López! Se ha burlado magistralmente de sus conciudadanos en su estupendo informe que está plagado de errores. Confunde todo, invoca autoridades absurdas. La ley de que habla, contra las publicaciones pornográficas, precisamente ha hecho abstracción de las publicaciones literarias.

El artículo de Sarcey que él cita está dirigido contra la prensa obscena.—De lo que protesto, es que ese señor, voluntariamente o no, ha establecido una confusión entre mis obras y ciertas suciedades de nuestras calles. Su informe es una mala acción.

Compadezco a vuestro pueblo de hallarse constantemente bajo esa inquisición de la necedad o de la mala fe.

Gracias otra vez, mi estimado señor y colega, y creedme vuestro muy atento y reconocido.

Émile Zola

Todo había comenzado, como ya indicamos, con el informe de Lucio V. López que llevó a la censura de la representación de Nana en el Politeama en agosto de ese año[9]. Por un lado, Zola le agradece a Argerich “la valiente defensa” que ha podido leer en su folleto sobre el naturalismo y en artículos publicados en El Diario y en El Libre Pensador[10]; por el otro, se defiende él mismo de la acusación de pornografía que había vertido Lucio V. López en su informe, y califica la censura llevada a cabo por ese “extraño personaje” (denominación de López que haría fortuna en la prensa que comentó el episodio) como una práctica de “inquisición de la necesidad o de la mala fe”.

La carta de Zola a Argerich promovió, en primer lugar, la respuesta del propio López, una carta abierta firmada y publicada en El Nacional el mismo 10 de noviembre de 1882. La publicación simultánea es posible porque la carta de Zola había circulado y llegado a López con anterioridad, como lo revela El Diario (“Desde hace algún tiempo circulaba de mano en mano entre los admiradores del gran sacerdote del naturalismo la carta de Zola que recién ahora podemos ofrecer a nuestros lectores” [10 de noviembre]). Seguramente, lo hizo en su versión original, en francés, que es la que cita López (en la prensa parece haberse publicado solo la versión traducida).

En su carta López acusa a Zola de escribir, no como literato, sino más bien como “un empresario a quien le cierran el negocio o le imponen una multa”; tilda sus libros de “soberbiamente inmundos”; insiste con su adscripción a la pornografía; devuelve la adjudicación de “mala fe”, aplicada ahora a las “doctrinas” naturalistas; y opone los nombres de otros novelistas que sí serían admirablemente realistas, Charles Dickens y Honoré de Balzac.

Argerich no renunciaría a su lugar protagónico. Al día siguiente, 11 de noviembre, volvió a contestarle a López con otra carta, también publicada en La República. Afirma que Zola supo retratar a López, pero va más allá. Argerich arroja incriminaciones que exceden el marco de la polémica en torno al naturalismo y que buscan alcanzarlo en términos personales:

     Vd. había escrito muchos sueltos azuzando al coronel Mansilla en aquella trágica cuestión que terminó con la vida de Pantaleón Gómez.

     ¿Por qué entonces V. al día siguiente no publicó un artículo reproduciendo todos sus sueltos, para recoger su parte de responsabilidad en los ataques dirigidos a Mansilla?

     [...]

     Recuerde cuando el Doctor Pizarro lo insultó. Debía usted haberse dirigido únicamente a él. Nada de esto. Vd. el autor de un artículo sobre la prensa brava se ensaña como un chacal en la reputación del malogrado poeta Andrade y le dice que es un ladrón.

     Se sincera Andrade al día siguiente y V. no tiene una sola palabra para enmendar todo el mal que había hecho a un hombre y a toda una familia.

      Personaje extraño y escritor de mala fe: he ahí su corta y oscura biografía.

Muchos son los argumentos o las acusaciones que se reiteran en el debate sobre el naturalismo. Nos detenemos solo en los aspectos más sobresalientes de estos intercambios, entre los que se destaca una estrategia de Argerich. Aunque enmarcada en una operación usual –la de ensalzar el naturalismo en la misma medida en que se lo contrapone al romanticismo–, la singularidad reside en el modo en que reproduce esa dicotomía:

 ¡Aquí no soy yo! Es casi toda la generación a que tengo el honor de pertenecer, llena de savia, saturada de conocimientos y que empieza a ponerse de pie para arrojar de la escena a la mayoría de los títeres de la camada a que pertenece V., que no ha dado un periodista, un orador, un crítico, un pensador; algo, en fin, que valiera la mitad del bombo que se han dado.

Diablo! un escritor debe tener una lógica, una aspiración filosófica, debe proponerse un fin y tender a él. Sin embargo, los románticos nada fundan, a nada tienden, solo tratan de hacer buenos períodos: creen que el cerebro es el halago de las orejas.

Por un lado, Argerich ensaya un recurso de modestia, intentando restarle importancia a la primera persona, pero al mismo tiempo tal estrategia no parece sino redundar en la confirmación del lugar capital que asume para sí en tanto voz que representa a una generación. Por otro lado, Argerich inventa frente a López una distancia generacional que, por las fechas de nacimiento y por los años en que publican sus novelas, no fue tal.

Las repercusiones desatadas por la carta de Zola no concluyeron en este punto. En El Álbum del Hogar, J. A. comentó las notas suscitadas en distintos medios, como también lo hizo Argerich en un nuevo artículo de La República, esta vez del 14 de noviembre, en que criticó la nota que había salido el día anterior en El Siglo. También en El Diario siguió escribiéndose contra López; Sam Wall (¿Manuel Láinez?) lo hizo el 11 de noviembre; Pánax (¿Carlos Monsalve?) el 12/13 de noviembre, en un artículo que simula ser una defensa, titulado “Con L. V. López contra los inmundos y asquerosos salvajes unitarios E. Zola y Cía”.

La carta de López a Zola se reprodujo asimismo en otros medios; por ejemplo, en El Ciudadano, en la entrega del día 11 de noviembre[11]. Este número de El Ciudadano es especialmente interesante porque permite apreciar no solo cómo se tejen las redes polémicas entre los distintos medios periodísticos, sino también porque ese día en particular la cuestión del naturalismo adquiere un marcado protagonismo en distintas secciones del diario y, por añadidura, posibilita distinguir ciertas aristas particulares que revistió el fenómeno naturalista.

Además de publicarse la carta de López y de comentársela en la sección “Cosas del día”, el naturalismo aparece en ese número de El Ciudadano en otras dos secciones. Una es el folletín titulado “Picotones”, firmado por un tal Adam, en el que se contraponen, citándolos, dos “preciosos documentos”: la carta de Zola a Argerich y un pasaje –con el que acuerda el folletinista– de un artículo en que Eduarda Mansilla condena la escuela de Zola[12]. Pero es la otra sección la que queremos ahora poner en primer plano, la de las “Noticias locales”:

    Naturalismo—En una de las calles de la sección 2ª fue aprehendida ayer en las primeras horas de la mañana, una mujer que, en completo estado de desnudez, mostraba sus contorneadas caderas e inda mais a los transeúntes.

   Un vigilante la cubrió con su capote, pero ella a pesar de todo pugnaba por exhibirse, como nuestra madre Eva.

     La mujer se conformó por fin, aunque no sin protestar antes de ser aquello, no un placer obsceno, sino un calmante al estado de excitación nervioso que la acometía.

    Aunque no pretendemos nada más allá de lo que exige el pudor y la profesión, podemos sin embargo confesar que aquella mujer no hab[r]ía sido desdeñada en el talle[r] de un artista por copiar las líneas artísticas de su cuerpo (2; cursivas del original).

El naturalismo deja, en este caso, de ser una categoría estética y se extiende más allá, hacia la búsqueda de caracterización de ciertas conductas sociales temidas o rechazadas. Se puede, en este punto, establecer una semejanza con otra noción, la de “moreirismo”, utilizada no solo para dar cuenta de aspectos estéticos, sino también de la conducta de delincuentes de la crónica policial[13].

        

Conclusiones

Es conocida la centralidad que Argerich tuvo como autor de ¿Inocentes o culpables?, programáticamente naturalista, en el marco de la emergencia de la novela nacional. Menos ha sido abordado su rol como crítico. Su participación en la polémica en torno al naturalismo no se redujo a la disertación de 1882 en el teatro Politeama. Intervino en la prensa por lo menos hasta 1886; publicó entonces “Opiniones de la crítica” (Revista Nacional), último texto que conocemos en que hizo campaña en favor de este movimiento literario. 1882-1886 son los años centrales de la discusión y en ellos mantuvo una continuidad que otros defensores del naturalismo no tuvieron. La disertación en el Politeama no había sido abordada a partir de recuperar sus circunstancias de producción, ni sus derivas posteriores en la prensa. Aquí hemos procurado atender a esas condiciones, a ese corpus textual, amplio y variado, que cruza publicaciones de diverso tipo. En esa red funciona como un episodio clave la carta que Zola le envió a Argerich luego de que este condenara la censura que Lucio V. López había hecho de la representación de Nana en el Politeama.

La carta cayó, extrañamente, en el olvido. Y, si no lo hizo por completo, fue referida con errores notorios. Un ejemplo es la mención que hace Eduardo Schiaffino, cuando, además de confundir a Antonio con Juan Antonio, en un párrafo en que da cuenta del modo afanoso en que se divulgaban las novelas naturalistas, anota al pie: “El publicista Juan Antonio Argerich, propagandista de Zola, expresaba su admiración al maestro de Médan, obtenía y se ufanaba con su bendición literaria. Y el fecundo novelista declaraba espontáneamente: que en ninguna parte era tan leído como en Buenos Aires” (Schiaffino 307, nota 4). Se observará que, de esa supuesta declaración de Zola acerca de la cantidad de lectores en Buenos Aires, no hay en rigor ningún indicio en la carta que hemos transcripto íntegramente más arriba.

Otro ejemplo de una referencia con equívocos a la carta de Zola se verifica en otra epístola, la que José María Cabezón le envió a Lucio V. López en 1894. En ese año “Gamaliel”, tal el seudónimo de Cabezón, había reunido bajo el título Emilio Zola y la influencia social de sus obras los artículos que había publicado en Artes y Letras (1892-1894). El prólogo era del sacerdote Celestino L. Pera, primer director de la revista, y que, junto con el presbítero Luis Duprat, le habían declarado una “guerra” a Zola (Duprat “Nuestra guerra a Zola”; Dr. Gamaliel “La guerra a Zola”). La campaña era extemporánea. Para esos años, el naturalismo había ya irremediablemente triunfado en Argentina: en la literatura, con la publicación de En la sangre de Cambaceres en 1887, y en el teatro cuando, en 1893, se estrenó por fin en el Politeama la obra teatral Nana, hecho sobre el que Pera escribió un largo artículo (“Carne cruda... ¡Proh pudor!”). Es en ese contexto que Cabezón le remite un ejemplar de su libro a Lucio V. López, y lo acompaña de estas palabras:

     Me permito adjuntarle un ejemplar de mi modesto libro contra Emilio Zola como un desagravio a la carta insolente que él le dirigiera en otra época.

  He buscado en vano en los archivos municipales su vista fiscal sobre la representación de “Nana”, en los teatros de esta capital y me haría falta saber quién fue el empresario teatral que quiso hacer representar este drama, pues con ese dato podría rastrearse el expediente. Me hace mucha falta para la 2a edición del libro, como así mismo la carta original que Ud. recibió de Zola y la contestación que Ud. le dio!

Como se aprecia, Cabezón equivoca las circunstancias. No es a López a quien Zola había dirigido su carta, sino a Argerich (aunque ciertamente incluía comentarios descalificadores para López).

Recuperar documentos de esta clase implica un arduo trabajo de archivo. Pero es una reconstrucción de este tipo la que permite una comprensión más ajustada no solo del papel central que le correspondió a Argerich como crítico, sino también de los alcances y las características de la propia polémica. Se trató de un debate que hizo circular –en ocasiones extremándolos y, por eso, haciéndolos más visibles– los presupuestos y los protocolos de lectura más fundamentales con que la crítica abordaba la literatura que le era contemporánea.

Referencias bibliográficas

1. Adam. “Picotones”. El Ciudadano, 11 nov. 1882, pp. 1-2.

2. Argerich, Antonio. Naturalismo. Disertación leída en el Politeama por Antonio Argerich con motivo de la velada literaria a beneficio de Gervasio Méndez. Buenos Aires, Imprenta Ostwald, 1882.

3. Argerich, Antonio. [seud. Mirlo Blanco]. “La censura previa”. El Diario, 17 ag. 1882, p.1.

4. Argerich, Antonio. [seud. Mirlo Blanco]. “¡La censura previa!”. El Libre Pensador, 24 ag. 1882, pp. 1-2.

5. Argerich, Antonio. “Antonio Argerich a L. V. López”. La República, 11 nov. 1882, p. 1.

6. Argerich, Antonio. “La cuestión naturalismo”. La República, 14 de nov. 1882, p. 1.

7. Argerich, Antonio. “Arcoiris”. El Álbum del Hogar, vol. 5, n.º 44, 27 may. 1883, pp. 349-51.

8. Argerich, Antonio. ¿Inocentes o culpables? 1884, Madrid, Hyspamérica, 1984.

9. Argerich, Antonio. “Opiniones de la crítica”. Revista Nacional, vol. 1, n.° 3, jul. 1886, pp. 141-4.

10. Angenot, Marc. La parole pamphlétaire : contribution à la typologie des discours modernes. París, Payot, 1982.

11. “Beneficio”. El Álbum del Hogar, vol. 5, n.º 1, 30 jul. 1882, pp. 1-4.

12. Cabezón Peña, José María. [seud. Dr. Gamaliel]. “La guerra a Zola”. Artes y Letras, vol. 1, n.º 33, 17 sept. 1893, pp. 522-6.

13. Cabezón Peña, José María. Emilio Zola y la influencia social de sus obras, prólogo del doctor Celestino L. Pera. Buenos Aires, Imprenta de Obras de J. A. Berra, 1894.

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30. Lanhozo O’Donnell, José. “Crítica y estudio literario. ‘Naturalismo’ de Antonio Argerich”. El Álbum del Hogar, vol. 6, n.º 19, 2 dic. 1883, pp. 146-7.

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32. López, Lucio V. Recuerdos de viaje. Buenos Aires, Imprenta de El Nacional, 1881.

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38. Mansilla, Eduarda. Escritos periodísticos completos (1860-1892). Edición crítica, introducción y notas de Marina L. Guidotti, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Corregidor, 2015.

39. Mirlo Negro. “¡¡Oh!! (A propósito de censura previa). A Mirlo Blanco”. El Libre Pensador, 31 ag. 1882, p. 2.

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41. Olivera, Carlos. En la brecha 1880-1886. Buenos Aires, F. Lajouane, París, CH. Bouret, 1887.

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44. Pera, Celestino. “Carne cruda... ¡Proh pudor!”. Artes y Letras, vol. 1, n.º 6, 8 ene. 1893, pp. 88-93.

45. Prieto, Adolfo. El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006.

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47. Romagnoli, Alejandro. “La emergencia de la crítica literaria en Argentina y el debate en torno al naturalismo: las lecturas de Martín García Mérou (cocottes, Miguel Cané y novela nacional)”. Cuadernos del CILHA, n.º 36, 2022, pp. 1-22, https://doi.org/10.48162/rev.34.048 

48. Salto, Graciela Nélida. “El efecto naturalista”. Historia crítica de la literatura argentina, dirigido por Noé Jitrik, Historia crítica de la literatura argentina: La crisis de las formas, vol. 5, dirigido por Alfredo Rubione, Buenos Aires, Emecé, 2006, pp. 129-49.

49. Sam Wall. “¡Ese señor Zola!”. El Diario, 11 nov. 1882, p. 1.

50. Schiaffino, Eduardo. La pintura y la escultura en Argentina (1783-1894). Buenos Aires, Ediciones del autor, 1933.

51. Schlickers, Sabine. “La batalla naturalista en Buenos Aires”. El lado oscuro de la modernización: Estudios sobre la novela naturalista hispanoamericana. Vervuert, Iberoamericana, 2003, pp. 104-18.

52. “Sonatas. ¡Siempre Zola!”. Artes y Letras, vol. 1, n.º 39, 29 oct. 1893, pp. 621-4.

53. “Sueltos”. El Álbum del Hogar, vol. 5, n.º 2, 6 ag. 1882, pp. 13-4.

54. Starobinski, Jean y Bruno Braunrot. “On the Fundamental Gestures of Criticism”. New Left History, vol. 5, n. º 3, 1974, pp. 491-514.

55. Tamini, Luis B. “El naturalismo”. La Nación, 9 may. 1880, p. 1; 12 may. 1880, p. 1; 13 may. 1880, p. 1; y 14 may. 1880, p. 1.

56. Zola, Émile. Carta a Antonio Argerich. La República, 10 nov. 1882, p. 1.

57. Zola, Émile. Carta a Antonio Argerich. El Diario, 10 nov. 1882, p. 1.

58. Zola, Émile. Le roman expérimental. Sixième édition. Paris, G. Charpentier et Cie, Editeurs, 1887.

59. Zola, Émile. El naturalismo. Selección, introducción y notas de Laureano Bonet, traducido por Jaume Fuster, Barcelona, Ediciones Península, 2002.


Notas

[1] Nos hemos ocupado de otro episodio de la polémica en Romagnoli, “La emergencia de la crítica literaria en Argentina y el debate en torno al naturalismo: las lecturas de Martín García Mérou (cocottes, Miguel Cané y novela nacional)”.

[2] El ensayo dedicado a “La literatura obscena” (“La littérature obscène”) no se encuentra traducido al español en la versión de La novela experimental que suele circular. En este Zola critica a aquellos textos que solo buscan un rédito económico, ya sea que apelen a la obscenidad o a la virtud (véase Le roman experimental 368). Se sabe que la de Zola no es la postura de quien ingenuamente rechaza la dimensión económica de la literatura; en otro texto (“El dinero en la literatura”) sostuvo: “El dinero ha emancipado al escritor, ha creado las letras modernas” (El naturalismo 226).

[3] En una ocasión al menos Argerich había reemplazado a Méndez en sus funciones, según puede leerse en la entrega del 1 de diciembre de 1878: “Aliviados de nuestras dolencias, volvemos hoy a hacernos cargo de la dirección de este semanario, la que habíamos dejado encomendada a la inteligencia y buena voluntad de nuestro distinguido amigo Antonio Argerich” (“Crónica de la semana” 176).

[4] Es importante sobre todo el artículo “Beneficio” del 30 de julio de 1882. Véanse también los “Sueltos” recogidos en la edición del 6 de agosto de 1882; coinciden en señalar el tiempo lluvioso de aquella noche, pero no en la valoración de la cantidad de público. Un suelto indica que “Asistió una escasa concurrencia, sin duda por el repentino cambio del tiempo”; otro, sin embargo, afirma que “A pesar de la lluvia había una concurrencia numerosa que ocupaba más de medio teatro” (“Sueltos” 13 y 14).

[5] Los motivos de la designación y el informe de López se encuentran en las páginas 609-616 de la Memoria del presidente de la Comisión Municipal al Concejo correspondiente al ejercicio de 1882.

[6] Para Paul Groussac, en cambio, era el método de composición de Zola el que resultaba sencillo, frente a la dificultad de la inspiración (El viaje intelectual 195-196). Este es un ejemplo –entre muchos– de cómo los argumentos circulaban en la polémica con un signo o con su contrario.  

[7] En un artículo del 27 de mayo de 1883, Argerich volvió a referirse al punto: “El hombre es una resultante fatal de medios complejos. Accionan en él educación, temperamento, clima, edad y muchas otras causas tal vez inapreciables” (“Arcoiris” 351).

[8]  J. A. puede tratarse de Juan Antonio Argerich, con quien, como ya señalamos, solía confundirse el autor de ¿Inocentes o culpables? (Salto 146, nota 52).

[9] López, que tildaba a Nana de ser “un drama esencialmente pornográfico” (Memoria del presidente... 614), apelaba a su conocimiento previo de la obra, en París. Citaba, en el informe, pasajes de sus Recuerdos de viaje (1881) en que enjuiciaba la obra.

[10] Debe de tratarse de los siguientes artículos firmados con el seudónimo de Mirlo Blanco: “La censura previa” (El Diario, 17 de agosto de 1882) y “¡La censura previa!” (El Libre Pensador, 24 de agosto de 1882). Pese a llevar el mismo título y tratar el mismo tema, son dos artículos distintos. (Por otro lado, téngase en cuenta que el 31 de agosto de 1882, en El Libre Pensador, salió a contestarle a Argerich un autor con el seudónimo de Mirlo Negro).

[11] La carta de López también fue reproducida en Constancia. Revista mensual espiritista bonaerense (30 de noviembre de 1882); esta revista ya se había referido a la censura de Nana (“El drama Nana”, 30 de septiembre de 1882).

[12] El artículo de Mansilla se publicó originalmente en El Plata Po y fue reproducido en El Nacional el 9 de noviembre de 1882 (recopilado en Mansilla 550-551).

[13] De este aspecto señalado por Prieto en su estudio sobre el discurso criollista (174), mencionemos un ejemplo concreto, el de “Fernando Juan (a) Juan Moreira” (“Juan Moreira”, en El Nacional). Por otro lado, es posible hacer aun otro paralelo entre el fenómeno naturalista y el moreirista: su extensión, su creciente popularidad, manifestada en ambos casos hasta en la decoración de cajas de fósforos. De la popularidad del personaje de Eduardo Gutiérrez a partir de la representación de escenas en cajas de fósforos se da cuenta en El Diario el 5 de octubre de 1891 (2). Para una referencia a la representación de un “cuadro o escena zolista” en cajas de fósforo (y de cigarrillos), véase en Artes y Letras “Sonatas. ¡Siempre Zola!” (622).