https://doi.org/10.19137/anclajes-2023-2717 


Licencia Creative Commons
Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional

RESEÑAS

C:\Users\Nora\Documents\2. Anclajes\Reseñas ingresadas\Imagen portada reseña de Villagarcía.jpg

Clases de literatura argentina. Sarlo, Beatriz. Buenos Aires, Siglo XXI, 2022, 288 páginas.ISBN: 978-987-801-132-5

Siguiendo la línea de Annick Louis, que editó las clases de teoría literaria de Josefina Ludmer en la Universidad de Buenos Aires en 1985, Sylvia Saítta se ocupa de compilar las clases de literatura argentina que Beatriz Sarlo dio en la misma casa de estudios entre 1984 y 1988. A casi 40 años de la vuelta a la democracia, estos libros recuperan las primeras experiencias académicas del reformado plan de estudios de la carrera de Letras de la UBA en 1984, no como un signo de origen, sino como prueba de algo que nunca ha dejado de suceder.

La clase es quizás, dentro de los géneros discursivos, uno de sus exponentes más anómalos de encontrar en formato libro. ¿Cómo plasmar en una página un fenómeno tan oral como colectivo sin perder algo en la “traducción”? Antecedentes, además del de Ludmer, hay varios. En el plano nacional se puede pensar en el libro 30 años después, 1973: las clases de Introducción a la Literatura y otros textos de la época de Aníbal Ford, también profesor de Letras de la UBA, o en los numerosos libros que recogen las clases de Jorge Luis Borges. En el extranjero, están también los volúmenes que recopilan los seminarios y cursos de Michel Foucault, Roland Barthes y Gilles Deleuze. En todos los casos se trata de publicaciones hechas a partir del siglo XXI, un fenómeno que se puede conectar con la creciente importancia del material de archivo en las ciencias sociales. ¿Qué otra cosa conforman las grabaciones de estas clases si no un archivo, una cápsula del tiempo que permite salvaguardar una experiencia y recuperarla una vez que se la vuelve a abrir en todo su efecto de contemporaneidad?

El trabajo de edición de Sylvia Saítta consiste en llevar la palabra de Sarlo de la clase al texto a través de una serie de operaciones. En primer lugar, quedan afuera todas las intervenciones de los estudiantes (y militantes), produciendo un efecto de discurso monolítico más cercano al de una ponencia. En segundo lugar, las exposiciones están ordenadas cronológicamente no por la fecha en que fueron dictadas, sino por el año de publicación de cada uno de los libros que son objeto de estudio. Este “desarreglo” temporal provoca ocasionales destellos en los que el contexto temporal de la clase cobra una importancia extraordinaria, como el Juicio a las Juntas Militares iniciado el 22 de abril de 1985 y las intervenciones sobre Operación masacre de Rodolfo Walsh, con fecha del 27 y 30 de mayo del mismo año. Por último, y como lo indica Saítta en la nota inicial, se seleccionan las clases que no dieron por resultado libros o artículos de Sarlo, quedando así afuera sus hipótesis sobre Borges como escritor de las “orillas”, los efectos de la modernidad en América Latina, etc. En este sentido, Clases de literatura argentina se constituye como un aporte esencial a su trayectoria intelectual, recuperando un trabajo que suele permanecer en la inmaterialidad: la construcción in situ de un canon.

Anunciado por la propia Saítta en las primeras páginas del libro, el “canon Sarlo” puede leerse claramente en el índice de las clases. Así como la historia de la literatura argentina decimonónica tal como la conocemos es producto de las sucesivas operaciones de intelectuales como Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones, que se ocuparon de colocar “El matadero” de Esteban Echeverría como piedra fundamental y el Martín Fierro de José Hernández como la cúspide de su épica, lo mismo ocurre con la literatura argentina del siglo XX y las clases de Beatriz Sarlo. Lejos de la espectacularidad de los teatros donde Lugones brindaba sus conferencias, las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA supieron ser escenario de importantes debates desde su fundación en 1896. Sin embargo, la represión impuesta por los golpes de Estado y la intervención militar de las universidades provocó una “fuga de cerebros” que llegó a su pico con el Proceso en 1976. Cuenta la leyenda que durante la última dictadura la investigación académica tuvo que salir de las aulas y recluirse en lo que se llamó la “universidad de las catacumbas”: espacio de estudio, formación y sociabilidad donde se avanzó (como se pudo) sobre la censura, prohibición y conservadurismo imperante de la época. Tras el regreso de la democracia, esos grupos reingresaron a la UBA para ponerla en cuestión: frente a un plan de estudios de Letras decrépito y anacrónico, opusieron un programa distinto, novedoso y, sobre todo, contemporáneo. De esa transición son testimonio las clases de Sarlo.  

El “canon Sarlo” historiza y territorializa la literatura argentina del siglo XX y, aunque Sarlo nunca asume su papel formador (y advierte siempre el carácter hipotético de sus afirmaciones), sí ofrece interesantes reflexiones al respecto cada vez que se detiene en la reorganización del sistema literario. Por ejemplo, en el caso de Borges, sus precursores y la tradición; o la relectura del peronismo de David Viñas y la revista Contorno; o la publicación de Rayuela de Julio Cortázar en un contexto en el que la importancia de Roberto Arlt ya había sido objeto de estudio de Oscar Masotta; o la síntesis entre Borges y Arlt que arma Ricardo Piglia. En todo caso se trata de sucesivas operaciones sobre la historia literaria nacional en términos de centro y periferia que develan su carácter arbitrario y cultural. En este sentido resulta interesante la estructura circular de las clases (y del libro), que empiezan con Los siete locos y Los lanzallamas de Arlt y terminan con el “Homenaje a Roberto Arlt” de Piglia.

Leído desde hoy, lo primero que llama la atención en el programa de Sarlo es la ausencia de autoras femeninas, con la excepción de Julia Kristeva y Ana María Barrenechea, que pertenecen al orden del marco teórico. Si bien Saítta menciona en la introducción la figuración de Silvina Ocampo al “canon Sarlo”, la disimetría de género sigue resultando abismal. Al respecto hay una reflexión oblicua durante la clase de Operación masacre de Rodolfo Walsh, donde Sarlo llama la atención sobre cómo en el texto se borró el nombre de Enriqueta Muñiz, periodista y compañera de Walsh al momento de investigar el caso que presenta el libro. Acerca de las condiciones de posibilidad de su inclusión, Sarlo produce una perla en la que se adelanta tres décadas al debate por el lenguaje inclusivo: “Creo que en 1957 habría sido un acto impensable en la sociedad argentina que un hombre escribiera de otra manera; que escribiera diciendo nosotros dos, o que, en lugar de decir nosotros, hubiera dicho nosotres, poniendo la resolución de ambos sexos en un solo pronombre” (138).

A casi 40 años de su contexto original, las clases de Sarlo siguen produciendo un efecto de contemporaneidad. Por un lado, porque Sarlo se ocupa de articular (y actualizar) los debates echando mano a libros y autores que aún no habían sido traducidos al castellano en ese momento, como es el caso de Edward Said, Hayden White o Fredric Jameson. Por el otro lado, el efecto de contemporaneidad responde a que el programa de Sarlo hoy sigue vigente. Un vistazo a cualquier programa reciente de Literatura argentina II de la carrera de Letras de la UBA revela que poco ha cambiado y, con algunos ligeros cambios (hoy sí se incluyen autoras femeninas), el canon Sarlo sigue operando.

Martín Villagarcía

 UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES /

UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA

ARGENTINA

ORCID: 0000-0003-2391-8300