https://doi.org/10.19137/anclajes-2021-25217

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RESEÑAS CRÍTICAS

 

No mirar. Tres razones para defender las narcoseries. Ainhoa Vásquez Mejías. México, Universidad Autónoma de Chihuahua/Universidad Autónoma de Sinaloa, 2020, 145 páginas.

 

La discusión sobre los alcances éticos y estéticos de las narcoficciones no es algo nuevo en los estudios académicos. Tanto la literatura, como la música, el arte o las producciones audiovisuales, han sido objeto de fuertes críticas y polémicas. Baste con recordar la clásica discusión entre Lemus y Parra en la revista mexicana Letras Libres en el año 2005, para ejemplificar la antojadiza y céntrica mirada con la que el crítico evaluaba la literatura producida en el norte de México. O incluso antes, el escritor Héctor Abad Faciolince se refería en el año 1995 a estas estéticas (en este caso la novela de sicarios) como de “mal gusto”, realizando una feroz crítica a todo aquello que estuviera vinculado al narcotráfico. Y esta discusión está lejos de terminar.
Lo primero que salta a la vista en las posturas que son contrarias al trabajo con la narcocultura es la extraña tendencia a mezclar o no distanciar la realidad fáctica de su representación. Pareciera que esta crítica asume que el narcotráfico, es decir, el fenómeno que se relaciona con la salud pública, la política, la economía, etc., fuese lo mismo que su representación ficcional. Ahí, creo, es donde estriba el error teórico que termina por desmantelar las hipótesis que se oponen a la legitimidad de estos productos.
Hace un par de años un periodista devenido en crítico cultural publicó un libro en el que sostiene que prácticamente toda la literatura con tema narco (sin ser capaz de distinguir si se trata de ficciones o no), además de poseer una baja calidad estética, reproduce un discurso apolítico, universal y mitologizado, con el fin de lograr una mayor visibilidad editorial. Según el autor, serían pocos los escritores que se salvarían de esta sanción didáctico/moral, entre ellos el chileno Bolaño, a quien difícilmente se podría tachar de escritor de ficciones narco. Cito este texto, no porque me parezca un aporte a la crítica especializada en el tema, sino más bien para ejemplificar las controversias, muchas veces arbitrarias o moralistas, estos juicios censores, que se generan a propósito de esta corriente ficcional. Es interesante recalcar, además, que estas críticas muchas veces se fundamentan en el total desconocimiento y falta de lecturas. No es extraño escuchar ponencias en Congresos donde algunos académicos, citando estos pseudo estudios, pontifican acerca de qué textos son “buenos/correctos” y cuáles son “malos/incorrectos”, muchas veces sin siquiera haberlos leído y con unos argumentos que no se sostienen teóricamente. Otros hablan de los “peligros” que estos productos culturales representarían para la población, asumiendo que prácticamente la problemática del narcotráfico estaría ocasionada o sería respaldada por la ficción. Como si el espectador/lector no tuviese ninguna capacidad de evaluar lo que está viendo/leyendo y cayera irremediablemente en las manos del narco después de ver alguna serie o telenovela. A eso iba con la falta de claridad respecto de la diferencia que existe entre el fenómeno real y su representación.
Aquí me gustaría acudir a nuestra experiencia directa como equipo cuyo objeto de investigación se centra en las producciones derivadas de la narcocultura. En estos casi siete años que llevamos estudiando el tema nos hemos encontrado muchas veces con detractores activos que nos han cuestionado en congresos, encuentros y todo tipo de eventos académicos. Generalmente la cuestión es acerca de la calidad estética de las obras literarias (nos hemos centrado principalmente en literatura) y el hecho de que éstas formarían una suerte de boom literario/editorial creado con el único propósito de vender libros. Al igual que como hace Ainhoa Vásquez Mejías en su libro respecto de las narcoseries, como equipo nos hemos encargado de desmentir esta idea dejando en claro que la mayoría de estas producciones son de carácter local, no figuran en las grandes editoriales, casi no tienen circulación a nivel continental y claramente ninguno de los escritores se ha hecho millonario vendiendo sus libros. Sólo como anécdota, algo burda, recuerdo que luego de presentar una ponencia acerca de la representación del capo en dos novelas mexicanas en una Universidad de Corea del Sur, un profesor benemérito, en un acto que yo interpreto como performático, arrojó el libro del programa del Congreso al piso diciendo, en un precario castellano, que la literatura que estábamos presentando era una basura y que había que estudiar los clásicos pues éstos eran sublimes y bellos. Esta anécdota que parece hasta divertida (y que uno creería que esas ideas ya estarían superadas) ejemplifica bastante bien lo complejo que se hace estudiar estos objetos culturales por la arraigada moral y el conservadurismo que aún abunda en los círculos académicos.
En el caso de las producciones audiovisuales, la polémica es aún mayor. Si respecto de la literatura existe esa sanción ética y estética, considerando que una ficción novelesca dista bastante de tener la obligación de asumir un discurso panfletario; en las series o telenovelas el asunto es más complejo aún. Un ejemplo brutal de esto es la opinión emitida por Marcelo Ebrard, Canciller mexicano, en julio de 2019, y que es citada por Vásquez Mejías en la introducción del libro, en la que llama a guionistas y directores a evitar crear ficciones sobre el narcotráfico porque promoverían una imagen negativa del país a nivel internacional. Casi en el mismo tono, pero esta vez con una lógica más de moral judeocristiana y no tan de estrategia económica, el mismísimo presidente Andrés Manuel López Obrador en su discurso de primer año de gobierno (dic 2019) se refería a las narcoseries señalando lo siguiente: “Nada más se difunde [el consumo de drogas] lo frívolo, las series [...] pero qué se refleja, de que es como un paraíso el participar en esas actividades ilícitas: mansiones, carros de lujo, poder, muchachas y muchachos guapos, ropa de marca”.
Esto, que parece casi surrealista, se repite en la academia. Recientemente, en una charla que dio el periodista Tanius Karam acerca de las narrativas audiovisuales sobre el narco, se dedicó a argumentar (con pocos o casi ningún fundamento teórico) cómo estas producciones no hacen otra cosa sino repetir el discurso oficial y avalar la mirada hegemónica. En esta suerte de análisis personal (insisto en que no hay citas a teóricos excepto al crítico que mencioné antes) Karam ataca a las narcoseries tildándolas de “viles productos masivos” (como si eso fuera algo malo) que hacen una apología a la violencia y a la criminalidad y no facilitan una comprensión de los hechos. Aquí me pregunto si los productos ficcionales tienen la obligación de “presentar la realidad” de una forma didáctica para enseñar al espectador. También cabe preguntarse si el crítico está evaluando en términos de alta cultura y baja cultura al hacer sanciones estéticas tan tradicionalistas.
Por ejemplo, toma a la serie El Chapo de Netflix para señalar que estas producciones audiovisuales secundan la narrativa oficial a partir de la victimización de sus personajes malos y la glamorización de la violencia. Lo interesante es que ejemplifica con una situación de la vida real: el extraño affaire del Chapo con Kate del Castillo y su amistad con Sean Penn. Acá, cabe preguntarse si el crítico realmente distingue ficción de realidad al momento de analizar las series. Llama la atención la evidente confusión acerca de la autonomía del arte. Pese a que no se ejemplifican mayormente estas evaluaciones, es un discurso moralizante que ha tomado cierta fuerza en la academia. Quizá la sencillez de los argumentos, la confusión del corpus (Karam señala que la narcocultura estaría compuesta tanto de literatura y arte como de discursos políticos, el cine de bajo costo, el blog del narco, expresiones pagadas por los narcos, es decir, todo entraría en el mismo saco) y esta condena ética y estética a los objetos culturales populares, sería más entendible en un contexto de la crítica mexicana que intenta esconder lo narco debajo de la alfombra.
Así las cosas, nos encontramos con este nuevo libro de Ainhoa Vásquez Mejías, titulado No mirar: tres razones para defender las narcoseries, un texto que viene a cuestionar directamente estas vertientes moralizantes de los estudios culturales y se posiciona desde el lugar opuesto, haciendo una defensa teórica e interpretativa de estas narrativas audiovisuales. Siendo esta moralidad absolutamente improductiva para los estudios culturales, como ha señalado en reiteradas ocasiones el crítico Omar Rincón, la autora desmantela la mayoría de las posturas académicas contrarias basándose en una premisa vital: no es posible criticar un objeto cultural sin haberlo visto o leído. De este modo, en la primera parte del libro, una suerte de introducción/estado de la cuestión, se cita a académicos, políticos y periodistas que han criticado a las narcoseries y, con argumentos textuales, va desmontando cada una de estas hipótesis. Lo que queda claro al terminar esta primera parte es que la mayoría de las sanciones éticas se producen por un desprecio a estos objetos de la cultura popular que deriva en que quien la emite, probablemente, no las consuma y su opinión esté basada en una preconcepción más que en el análisis de la producción en sí.
Este texto de Ainhoa Vásquez es el resultado de diez años de estudio minucioso y recopilación de un enorme corpus con el que argumenta sólidamente la hipótesis planteada a lo largo del libro: este producto cultural no propicia la violencia ni hace apología del crimen sino, por el contrario, promueve interesantes reflexiones acerca de los estereotipos de género, el rol del Estado en la problemática social y además tendría un potencial educativo, especialmente en los jóvenes. Así, para probar cada una de estas líneas argumentales, la autora cuenta con un gran corpus de narcoseries, como ha decidido denominarlas teóricamente, tanto mexicanas y colombianas, como chilenas, estadounidenses, italianas y españolas. Remarcando la necesidad de que los estudios académicos deben ser responsables a la hora de analizar los productos culturales, la investigadora plantea que no basta con ver un par de episodios de una narcoserie sino que es necesario ver “cada episodio y no sólo una, sino varias series similares para poder establecer patrones y llegar a conclusiones pertinentes”. Se toma muy en serio este asunto en el momento de probar cada una de las líneas interpretativas que propone en el libro.
De este modo, el texto se divide en tres partes bien diferenciadas, las tres razones para “ver las narcoseries”, como se ha remarcado con mucha claridad desde el principio de la lectura. En una suerte de triada de análisis, un 3D de las narcoseries, diríamos, la autora promueve un ejercicio interpretativo a “contra pelo” de lo que usualmente se lee en trabajos de la crítica. Creo que aquí radica una de las mayores riquezas del texto, el proponer una lectura otra para estos materiales, una interpretación diversa, original e incluso opuesta a lo que se ha estudiado hasta el momento en la academia. Así, Vásquez Mejía abarca tanto el trabajo con el género al interior de las producciones, como la mirada ideológica y una versión acerca del rol educativo que tendrían en los jóvenes. Este último punto, que puede ser más debatible, me parece que está planteado como un modo de responder a esa crítica que ha insistido en que estos productos serían malos o dañinos para las nuevas generaciones.
En términos del género, la afirmación que se propone en el libro es que “las narcoseries cuestionan los roles de género”. Bajo esa premisa, la hipótesis de Vásquez Mejías se plantea como contraria a la idea generalizada de que estas producciones reforzarían el estereotipo de la mujer pasiva que se convierte en un trofeo de machos narcos. Citando pasajes textuales de La reina del sur, Muñecas de la mafia, Rosario Tijeras, Camelia la Texana, Dueños del paraíso, La viuda negra, El mariachi, Señorita pólvora y Falsa identidad, entre otras, se realiza una interesante clasificación en términos temporales. Por una parte, se distingue una primera época de narcoseries mayoritariamente colombianas en las que se presentaba un modelo ambiguo donde las protagonistas no lograban subvertir su lugar de víctimas (2006-2011). En este período, las narcoseries no se diferenciarían de la telenovela clásica, es decir, presentarían a mujeres pasivas y subordinadas, con excepción del uso de una violencia mayor a sus predecesoras. Identifica un cambio de paradigma el año 2011 con la Reina del Sur, siendo las mujeres representadas como “sujetos más activos, violentos y decididos”. Además de abordar esta lógica temporal, el libro trabaja otros puntos fundamentales como el tema de la maternidad, la sororidad, la violencia de género, el aborto y las masculinidades. En este último punto, es interesante cómo la propuesta de lectura va en contra de la lógica con que se han estudiado estas series. El retrato de un mundo narco machista y violento es desmontado por Vásquez Mejías, quien postula que las narcoseries no presentan personajes estereotipados, sino hombres sensibles, capos fieles e inclusos hombres que reconocen su vulnerabilidad, rompiendo las lógicas de la masculinidad hegemónica.
Un segundo punto establece una lectura política. La hipótesis planteada en esta ocasión es que “las narcoseries denuncian un estado criminal”. Rebatiendo directamente lo que propone el crítico que cité en un comienzo, Oswaldo Zavala, la autora desmiente que estas narrativas reproduzcan el discurso oficial y, por ende, sean neutras políticamente, lo anterior, con ejemplos textuales concretos como El chapo, Camelia la Texana, Ingobernable o El señor de los cielos. En esta parte, la autora plantea que estas series directamente presentarían al Estado y sus funcionarios como corruptos y a cargo del negocio del narcotráfico, es decir, denunciarían abiertamente al Estado criminal (siguiendo los postulados de Héctor Domínguez Ruvalcaba).  Al final de este capítulo, y no contenta con detallar los ejemplos textuales que desmontarían la tesis de Zavala, la autora recurre a un ejercicio muy novedoso en el campo de los estudios culturalistas. Se trata de un análisis cualitativo, a través de encuestas realizadas con la ayuda de un grupo de estudiantes de Letras Modernas de la UNAM. Para no hacer spoiler, no daré los resultados de este interesante trabajo de campo, pero sí diré que son muy clarificadores al momento de evaluar la recepción de estos productos culturales.
Con esto, damos paso a la última parte del libro, en la que se postula que las narcoseries dejan una lección moral. Este apartado puede ser algo más controversial, pues no sólo contradice la versión de la crítica que tacha de “peligrosos” a estos productos, sino que propone lo contrario. Creo que es interesante este ejercicio de interpretación pues demuestra que no todo está dicho y que las ficciones permiten varias capas de análisis.
Para finalizar, creo que este libro de Ainhoa Vásquez Mejías es un tremendo aporte para el campo de los estudios sobre la narcocultura y una gran contribución académica. Fundamento mi opinión con base en tres argumentos (sigo la lógica del libro): 1) me parece que se trata de una manera distinta de interpretar un producto que ha sido tachado duramente de apologético y carente de todo valor estético y propone una nueva forma de entender el fenómeno masivo que ocurre frente a nosotros, a partir de una lectura contraria a lo que se ha trabajado académicamente; 2) en segundo lugar, se trata de un texto que explora el mundo de las narcoseries desde una mirada continental y no localizada. A diferencia de la mayoría de los textos críticos, que se centran en estudiar el fenómeno en México o en Colombia, este libro abarca ficciones de distintos países logrando un análisis comparativo mucho más enriquecedor que un estudio local; 3) finalmente, y siguiendo a Omar Rincón que dice que “hay que contarlo porque esa es nuestra realidad”, creo que es una contribución el ejercicio académico que se hace cargo de lo que está ocurriendo en la realidad y en el presente. Como plantea Vásquez Mejía al final de su libro “la ficción es muchas veces espejo de lo que pasa en nuestra vida diaria y el auge de estos productos puede ser analizada como una expresión de lo que acontece”. Así, el rescate de estos productos populares y de masa, con una mirada no sancionadora ni moralista, es esencial para generar una discusión que sea fructífera y no irnos por el camino más fácil, que es la censura y la corrección política.

 

Ingrid Urgelles Latorre
Pontificia Universidad Católica de Chile
Chile
ORCID: 0000-0002-4327-3565