https://doi.org/10.19137/anclajes-2021-2527

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DOSSIER

 

Nomadismo, extranjería, patrias posibles: la narrativa de Roberto Bolaño entre dos continentes

Nomadism, Foreigners, Possible Homelands: Roberto Bolaño's Narrative Between two Continents

Nomadismo, condição de estrangeiro, pátrias possíveis: a narrativa de Roberto Bolaño entre dois continentes

 

Chiara Bolognese
Sapienza Università di Roma
Italia
chiara.bolognese@uniroma1.it
Orcid: 0000-0002-8095-4140

 

Resumen: El tema de la identidad nacional y la extranjería en la obra póstuma de Roberto Bolaño es sumamente interesante. En mi artículo analizo la relación que los personajes chilenos establecen con su patria, una relación siempre difícil y ambivalente, para mostrar cómo la situación vivencial de los protagonistas desemboca en una eterna nomadía. Paso luego a reflexionar sobre la relación de los personajes con el continente latinoamericano, el cual se revela como la única posibilidad de pertenencia. El artículo se cierra con un análisis de la importancia de la literatura en la vida de los protagonistas de Bolaño.

Palabras clave: Narrativa chilena; Roberto Bolaño; Siglo XXI; Análisis literario.

Abstract: The posthumous work of Roberto Bolaño presents the intriguing theme of national identity and immigration. This work analyzes the difficult and ambivalent relationship that Chilean characters establish with their homeland then shows how the protagonists’ life circumstances lead to an eternal nomadism. It then considers the relationship the characters establish with Latin America, revealed to be the only possibility for belonging. The article closes with a reflection on the importance of literature in the life of Bolaño’s characters.

Keywords: Chilean narrative; Roberto Bolaño; 21st century; Literary analysis.

Resumo: O tema da identidade nacional e da condição do estrangeiro na obra póstuma de Roberto Bolaño é extremamente interessante. Em meu artigo, analiso a relação que os personagens chilenos estabelecem com sua pátria, uma relação sempre difícil e ambivalente, para mostrar como a situação da vida dos protagonistas leva a um nomadismo eterno. Em seguida, reflito sobre a relação dos personagens com o continente latino-americano, que se revela como a única possibilidade de pertencimento. O artigo termina com uma análise sobre a importância da literatura na vida dos protagonistas de Bolaño.

Palavras-chave: Ficção chilena; Roberto Bolaño; Século XXI; Análise literária.

Fecha de recepción: 08/04/2020 / Fecha de aceptación: 10/11/2020

 

Las tres palabras que encabezan el título, nomadismo, extranjería y patrias, representan algunos de los grandes ejes de la producción de Roberto Bolaño, a los que se añade, entre otros, el tema de la literatura.
Es sabido, además, que el propio autor viajó de Chile a México y de este país a España, donde, en un primer periodo, vivió de diferentes oficios, y encarnó un poco a ese latinoamericano perdido en Europa que lo hace parecerse a sus personajes. Transcurrido cierto tiempo, pasó a definirse como un habitante de “Extranjilandia”, un país poblado por extranjeros, en tanto que declaraba que se sentía chileno, pero también “muchas otras cosas” (Bolaño, Entre paréntesis 36)1, y que estaba convencido de que la única patria es la escritura y/o la lengua y/o la biblioteca2.
Bolaño llevó a cabo un proceso de integración tanto en México, en cuya cultura se insertó, como en España, algo que sus personajes no siempre logran ni, tal vez, buscan. Incorporó, además, a su bagaje cultural, un universo literario amplísimo, ya que absorbió, entre otras, la influencia de la literatura norteamericana y de la francesa, en particular la poesía.
Tanto Bolaño como sus personajes establecen un diálogo entre las dos orillas, puesto que el autor escribe desde España, pero las aventuras que relata siempre se vinculan al espacio americano. Se produce así una conversación más o menos lograda, en la que la cultura del lado de acá se mezcla o choca, según las situaciones, con la cultura del lado de allá. Fernando Aínsa habla en este sentido del “difícil equilibrio entre patria del escritor y arte sin fronteras. El escritor vive [] ‘fuera de su tribu’ o de la nación que tradicionalmente lo protegía [] y se ha convertido en un significativo enlace transcultural” (62), mientras el hecho de vivir fuera de la tribu lo convierte en un apátrida (Aínsa 75). Esta cita es muy relevante y sirve tanto para el autor como para sus personajes, de forma casi especular. Bolaño vivió fuera de cualquier “tribu” y nunca contó con un país que lo protegiera; sin duda fue un “significativo enlace transcultural”, en tanto que nunca se sintió apátrida, sino que se consideraba un multipátrida. Por su parte, los personajes, casi siempre vinculados al mundo de la literatura, crean tribus alternativas, se escapan de sus patrias nada protectoras, son apátridas y, de alguna torpe manera, a veces, tratan de ser o acaban por ser un enlace transcultural. Es arriesgado, entonces, querer considerarlos como pertenecientes a algún país en particular. No obstante, sí se puede destacar una pertenencia, y me refiero a la pertenencia solitaria a Latinoamérica, algo que retomaremos al final, junto con una reflexión sobre la vinculación al mundo de la literatura, de la bohemia intelectual.

Chilenidad y travesías

Al analizar las obras de Bolaño, se puede hablar de una chilenidad itinerante y es interesante indagar en la relación de los personajes chilenos con Europa y con América.
La chilenidad, mientras se considere solo la obra publicada en vida por el autor3, sobre todo, se vinculaba al personaje de Arturo B(elano) y era una pertenencia percibida casi como una maldición, como se pudo ver en Estrella distanteLos detectives salvajesAmuleto y algunos cuentos4. Si se incluyen también las más recientes publicaciones póstumas, este personaje y su nacionalidad se hacen todavía más presentes: aparece pues en “Patria” como Rigoberto Belano y, como Arturo en “Sepulcros de vaqueros”, recogidos en Sepulcros de vaqueros. Además, al margen de otros personajes chilenos en los que no me detendré, está Amalfitano, sobre todo el de Los sinsabores del verdadero policía, una figura sumamente interesante, que reúne muchísimas de las características de los protagonistas de Bolaño. Desde este punto de vista, la narrativa póstuma es relevante, porque con ella la presencia chilena en la obra de Bolaño se hace definitivamente central.
Buena parte de la obra Sepulcros de vaqueros es, en cierto sentido, una meditación sobre la chilenidad, a través de protagonistas como Arturo y Rigoberto Belano. Todo esto nos permite perfilar mejor a esta figura y a esta nacionalidad, tan importantes como escurridizas. Y no es necesario saber si este Arturo o este Belano coinciden con los de Los detectives salvajes o de los demás textos, ya que lo más relevante es ver qué aportan estos nuevos personajes al estudio de la literatura del autor.
En la parte que da el título al libro se narran los avatares de este joven Arturo que, en 1968, con 15 años, emprende el viaje a México con su madre y su hermana para reunirse con su padre, un mexicano al que ha visto solo cuatro veces. El hecho de comenzar este viaje causa un gran miedo en este muchacho. Acostumbrado a vivir en el sur de Chile, Arturo se queda impresionado cuando conoce Santiago, “una mega ciudad de ensueño y pesadilla” (90), y su madre le asegura que la capital chilena es pequeña si se la compara con Ciudad de México. Las expectativas que se van creando acerca del viaje y de la nueva ciudad en la que se instalará son grandes. Descubrimos, además, que el destino del joven Arturo ya estaba asociado a México desde la época de la escuela, cuando lo llamaban “el Mexicano”, y así se expresa al respecto: “A veces era agradable tener ese sobrenombre, pero otras veces era más bien una afrenta. Yo prefería que me dijeran el loco” (93). Se comprende que México entra en su vida muy pronto, aunque, al principio, tiene una relación ambivalente con esta pertenencia “potencial”. Arturo se burla de quienes creen encontrar algún parecido entre los dos países:

 repúblicas hermanas (que es una manera de hablar, pues Chile y México no se parecen en nada, salvo que uno de los dos es el primer país de Latinoamérica y uno de los dos es el último, la cabeza y la cola del subcontinente, pero [] en ambos casos la situación no es ventajosa, todos estamos en las faldas de la montaña, todos estamos en la sima de la quebrada, ¿de qué quebrada? De la del Yuro. (101-102)

La quebrada del Yuro, como se sabe, es el lugar en el que capturan y asesinan a Che Guevara. El fragmento que acabamos de leer es interesantísimo porque nos remite a una imagen de abismo muy frecuente en el autor, una idea de caída que vincula a todos los latinoamericanos, o por lo menos a los chilenos y a los mexicanos –las dos nacionalidades siempre presentes– con el lugar de la muerte de Guevara, de la figura símbolo de cierta idea de América Latina.
Se nota, entonces, que la mirada del autor se proyecta siempre hacia la historia de Latinoamérica, así como que está caracterizada, a menudo, por cierto sentimiento de desdicha: Bolaño se refiere constantemente a los acontecimientos que marcaron a varias generaciones de latinoamericanos (el golpe de estado de Pinochet, la masacre de Tlatelolco, la muerte del Che). Su pertenencia nacional hace que forme parte de la hermandad latinoamericana, lo acerca a todos los que perdieron la vida (en sentido real o metafórico) en el Yuro. Esta cita nos recuerda también a los poetas con los que se quiere hermanar Bolaño, los que intentaron hacer la revolución y no lo consiguieron, y que menciona Arturo en “Carnet de baile”:

Los hijos de Walt Whitman, de José Martí, de Violeta Parra; desollados, olvidados, en fosas comunes, en el fondo del mar [...] Pienso en Beltrán Morales, pienso en Rodrigo Lira, pienso en Mario Santiago, pienso en Reinaldo Arenas. Pienso en los poetas muertos en el potro de tortura, en los muertos de sida, de sobredosis. (Bolaño Putas asesinas 215)

Muchas, demasiadas son las muertes de hombres y mujeres latinoamericanos que creyeron en la posibilidad del cambio.
Por otra parte, y es frecuente en Bolaño, se hace patente un sentimiento de predestinación a la desgracia: cuando a Arturo y a su familia no los dejan salir del Aeropuerto de Santiago, el joven piensa: “no nos iban a dejar salir nunca de Chile y [] mi destino, por tanto, sería no poder nunca mirar y sí ser mirado” (Sepulcros de vaqueros 114)5. Es un destino de pasividad: la marca de ser chileno, una vez más, que no puede observar a los demás y siempre es observado y juzgado.
En otro texto, Los sinsabores del verdadero policía,es Amalfitano quien menciona la identidad chilena: “–¿Tú quién eres? [le pregunta Castillo a Amalfitano]… –Soy chileno– dijo Amalfitano. La respuesta y la expresión de su rostro al confesar su nacionalidad era humilde en grado extremo. Qué lejos, dijo Castillo” (82). Palabras llenas de significado: de nuevo el protagonista nos remite a un sentimiento de humildad, casi de vergüenza por ser chileno; en tanto que el otro, el mexicano Castillo, ve el país como un lugar muy distante, lejano también en cuanto a la capacidad de empatizar. Se hace evidente un sentimiento de ambivalencia en Amalfitano, cierto conflicto íntimo, que refleja los dramas del meteco, de “los hijos de Calibán, perdidos en el gran caos americano” (Bolaño, Los detectives salvajes 234). Se describe una situación que “los destierra a los márgenes de la historia” (Millares 22).
Más adelante, se puede leer otra reflexión importante sobre la chilenidad:

Los chilenos [] no sabemos envejecer []; no obstante [] en nuestra vejez hay algo de valentía, como si al arrugarnos y enfermarnos recobráramos el valor de nuestra infancia templada en el país de los terremotos y maremotos. (Por lo demás, lo que Amalfitano sabía de los chilenos sólo eran suposiciones, hacía tanto que no los veía.). (Bolaño Los sinsabores 129. Cursiva del original)

Estas palabras llevan a conclusiones interesantes: por un lado, celebran la fuerza, la valentía del pueblo chileno, la capacidad de aguantar hasta los terremotos y maremotos, unas catástrofes que pueden ser físicas pero, también, debidas a los conocidos acontecimientos históricos; por otro, se hace patente que la imagen de Chile que se transmite procede desde fuera del país: el propio chileno arma su percepción y visión de la tierra natal desde fuera y él mismo duda de su opinión.
En esta novela hay otra chilena, Rosa, la hija de Amalfitano y de la ya fallecida Edith Lieberman, también chilena, que a veces reflexiona sobre su supuesta chilenidad y muestra tener una relación conflictiva con el país:

lo poco que sabía de ese país le ponía los pelos de punta, incluso el acento chileno, ese acento que pese a los años su padre aún conservaba, le resultaba chocante, desagradable, impostado. Ella, por supuesto, no hablaba así. Una vez se preguntó cuál era su acento y llegó a la conclusión de que no tenía ninguno: hablaba un español tipo Naciones Unidas. (180. Cursiva del original)

Ella es un ejemplo perfecto, más que de chilenidad, de esa “‘condición nomádica’” de la que habla Aínsa, “como componente de una identidad que ya no es unívoca” (80) y que ha pasado a ser “plural” (11).
La chilenidad, pues, es una pertenencia que causa un fuerte conflicto en el alma de los personajes y es una condición que siempre va asociada al sufrimiento y a cierta predestinación a lo negativo; en tanto que permite vincularse a la gran comunidad latinoamericana.
Se revela interesante, entonces, ver cómo el viaje repercute en los personajes y cómo influye en su personalidad: por un lado, este representa una búsqueda, un intento de satisfacer el deseo de conocer y una abertura a otras influencias culturales; pero, por otro, es un camino que lleva a despojarse de sus propias certezas6 y a alejarse de la univocidad de pertenecer a una sola patria. Ellos dejan una patria y llegan a un nuevo lugar que, en parte, se convertirá en una nueva patria, pero la primera ha dejado de serlo y la segunda todavía no lo es del todo ni nunca lo será. Por eso en el título he hablado de patrias, quizás se podría hablar, incluso, de no-patrias.

Diálogo o choque entre culturas

Para el hombre Bolaño, el viaje lleva a un diálogo, a la integración; mientras que para los personajes se trata más de un choque debido a la incomunicación y a la incomprensión. Es útil retomar aquí la figura de Amalfitano, cuyas andanzas muestran con claridad cómo culturas diferentes dialogan poco y no se amalgaman.
En esta reflexión sobre la oposición diálogo/choque cultural, es de señalar que ya se había vislumbrado, en algunas escenas de Los detectives salvajes, la presencia irónica de cierta visión exotista de Latinoamérica, sobre todo por parte de los personajes europeos: en Europa no se muestra un interés genuino por conocer América Latina, sino que, más bien, se busca fortalecer ciertas imágenes preconcebidas. Los sinsabores del verdadero policía brinda muchos ejemplos de esta lectura prejuiciosa de Latinoamérica. Piénsese en el estrafalario grupo –compuesto por dos poetas inéditos, la pareja burguesa catalana de los Carrera, y su hijo Jordi– que va a despedir a Rosa y a Amalfitano cuando salen del aeropuerto de Barcelona. En sus intercambios se puede encontrar un buen (no)diálogo cultural:

Qué envidia, dijo el poeta Pere Girau, yo encantado me iría esta noche a México, ¿ustedes no?... [] Debe ser por la luna, dijo Anna Carrera [] hay una luna enorme, de esas que invitan a hacer locuras o viajes largos a países exóticos. Ya no quedan países exóticos en Latinoamérica, dijo Rosa. [] ya no quedan países exóticos en ningún lugar del mundo, dijo Jordi. No lo creas, dijo Amalfitano, todavía hay países exóticos y alguno debe quedar en Latinoamérica. [] En resumidas cuentas, qué es un país exótico, dijo Jordi. Un lugar pobre pero alegre, dijo Amalfitano [] México es un país exótico de verdad, dijo el poeta Pere Girau, [] la tierra prometida de Artaud y de los mayas, la patria de Alfonso Reyes y de Atahualpa. Atahualpa era inca, de los incas del Perú, dijo Rosa. (55-57)

En esta conversación, con humor, ironía y hasta sarcasmo, se reflexiona sobre la percepción que los individuos tienen de los países ajenos y, una vez más, Rosa es la más cuerda en sus opiniones.
Asimismo, en Los sinsabores, el propio Amalfitano, visto desde Europa, no pierde nunca sus tintes peculiares, un poco como si este profesor latinoamericano fuera un buen salvaje, un niño travieso. Amalfitano, según los Carrera, es lo que ellos fueron antes de convertirse en adultos respetables. El chileno siguió siendo lo que ellos dejaron de ser:

Se dieron cuenta de que Amalfitano y sus historias disparatadas eran como la imagen de sus propias adolescencias perdidas. Pensaban en él pensando en ellos: jóvenes, pobres, decididos, valientes, generosos, investidos de una forma tal vez ridícula y endeble de dignidad y nobleza. De tanto recordar a Amalfitano a través de imágenes muertas de ellos mismos, dejaron finalmente de pensar en él. Instalados en el mejor de los mundos posibles, [] cuando llegaba una carta de Rosa, recordaban al peregrino maricón y se reían, contentos de repente, recordándolo con cariño breve pero sincero. (59)

No se aprecia ninguna señal de querer entender que la coyuntura histórica y las situaciones vividas por Amalfitano fueron durísimas y marcaron su forma de ser. Este, para ellos, era el amigo algo pintoresco mientras seguía los códigos de la burguesía, se presentaba como un ser un poco raro, pero resultaba hasta simpático. Y, en efecto, Amalfitano es un hombre entrañable, un individuo delicado que no quiere molestar a nadie, que trata de vivir sus miedos e inquietudes solo y que, incluso, se transforma en receptor de las confidencias ajenas. Sin embargo, en el momento en que se sale de las convenciones sociales, se tiene que marchar y se convierte en un excluido. Los pocos amigos que tiene solo colaboran para hacer más rápida su partida, nadie trata de ayudarlo para que se quede en Barcelona. Los propios Carrera son los que aceptan, sin vacilar ni un segundo, el proceso de marginación que va a vivir Amalfitano. Por muy amigos que fueran, por muy buen profesor que Amalfitano fuera, al primer desliz, cae al abismo de su marginalidad, vuelve a ser el “peregrino maricón”, el extranjero que tiene que abandonar el “mejor de los mundos posibles”.
Reveladoras, en este sentido, resultan, una vez más, las consideraciones de Aínsa:

¿Hasta dónde la marginación es una vocación deliberadamente asumida o es el resultado de un sistema [] que excluye a quienes no aceptan las reglas y convenciones de la corriente mayoritaria? [] Se va creando un grupo de descartados, proscriptos, expulsados que se reconocen entre sí, aceptan y [se] resignan poco a poco a una condición colectiva de seres marginalizados. (193- 194)

Amalfitano es la encarnación de estas palabras: echado rápidamente a los márgenes, en tanto que él mismo con su comportamiento propicia su marginación y va armando esa realidad paralela, que los ayuda, a su hija y a él, a sobreponerse al trauma del abandono y de la no pertenencia, del fracaso, de la falta de rumbo. Amalfitano y Rosa han creado su burbuja en la que se sienten cómodos. En Los sinsabores se describe de manera interesante la vida de esta pareja de latinoamericanos en Barcelona, quienes, a pesar de lograr cierta integración, por lo menos aparente, viven en un mundo aislado que solo ellos protagonizan: “A su manera padre e hija parecían vivir en otro mundo, un mundo hechizado, provisional y feliz” (155). Esto vale sobre todo para Amalfitano, para quien su hija es la única atadura al país, a diferentes países y a la realidad: “siempre ella y yo, con amigos y amigas que se acercaban pero que no podían llegar al corazón secreto de nuestro cariño” (45). Su hija es, además, la única que lo acompaña y que comparte su itinerancia:

El planeta Amalfitano comenzaba en Óscar y terminaba en Rosa y en el medio no había nada. O tal vez sí: [] un vértigo de ciudades y [] un país imaginario llamado Chile que a Amalfitano le atacaba los nervios aunque de tanto en tanto procuraba enterarse de lo que sucedía allí y que a Rosa, nacida en Argentina, le era completamente indiferente. Si el avión caía envuelto en llamas sobre el Atlántico [] no quedaría memoria alguna en el mundo, pensaba Amalfitano con tristeza [] somos dos gitanos sin clan, aborrecidos, usados, explotados, sin amigos verdaderos, yo un payaso y mi hija una pobre niña indefensa. (63)

Los Amalfitano no pertenecen a nada ni a nadie.

Las implicaciones de la extranjería

Para reflexionar sobre este asunto es muy útil recordar a Josefina Ludmer, quien ha trabajado en profundidad el tema de la migración, del viaje a un país cuya lengua no se comprende, de la migración lingüística además de espacial: “En la migración la lengua se desterritorializa. El migrante pierde el suelo de la lengua, cae al subsuelo y el subsuelo no tiene límites” (182). Perder una lengua es perder un mundo cultural, no entender una lengua es sinónimo de marginación y de imposibilidad de integración. En Bolaño, la migración lingüística se da principalmente en el aspecto de las variantes del castellano, lo cual no deja de ofrecer elementos de reflexión. Amalfitano se mueve prácticamente siempre en espacios en donde se habla su lengua, la cual es también otra, su acento lo delata, como acabamos de ver, y lo ata para siempre a su territorio de origen. Amalfitano es la encarnación de la siguiente afirmación de Aínsa:

hay dos formas de unidad que coexisten críticamente en una misma identidad: una que se cierra sobre sí misma e insiste en la permanencia y otra que se va afirmando por la progresiva integración en lo nuevo [] El sentimiento de identidad resultante reclama un ajuste permanente de la memoria. (113)

Amalfitano, como todos por otra parte, siempre estará vinculado de alguna forma al país donde nació, aun cuando este ya sea percibido como muy lejano en el corazón y en la memoria, y se vincule más a un sentimiento de pérdida: Amalfitano ha perdido su país sin ganar otro. Hay dos episodios interesantes que ilustran bien esta situación. El primero se produce a bordo del avión que lleva a Amalfitano y Rosa a México:

–Melocotón– dijo Rosa. –Durazno– musitó Amalfitano casi al unísono. No, dijo la azafata [] es mango. Padre e hija volvieron a beber. Esta vez saborearon el jugo con lentitud, como sumilleres que han vuelto a encontrar el camino. Mango, ¿lo habían probado alguna vez?, preguntó la azafata. Sí, dijeron Rosa y Amalfitano, pero lo habíamos olvidado. (Los sinsabores 78)

Más adelante se da una epifanía parecida, que nos remite a la reflexión sobre la chilenidad propuesta antes: “Amalfitano reconoció un aguacate y pensó en los paltos de su infancia. Qué lejos estoy, pensó con satisfacción. También qué cerca estoy. El cielo, sobre sus cabezas y sobre las copas de los árboles, parecía estar tramado como un rompecabezas” (101). El rompecabezas de esta cita es el de la meditación sobre su pertenencia nacional: ¿“pertenece” al aguacate o al palto, o a ambos? Vuelven a aparecer las palabras “cerca” y “lejos”, como durante el primer encuentro con Castillo. Queda claro que la lejanía no se mide solo en kilómetros, sino también en distancia emocional y afectiva y en maneras de nombrar las cosas. A Amalfitano le horrorizan sus orígenes, pero sigue manteniendo una profunda vinculación emotiva con su país, está en constante negociación de su identidad nacional, más que nacional, mejor decir continental:

Amalfitano observó a Guerra y el árbol y pensó con cansancio pero también emoción que otra vez estaba en América. Los ojos se le llenaron de lágrimas que más tarde no sabría explicarse. A tres metros de él, dándole la espalda, el profesor Guerra temblaba. (103).

Se comprende que siempre los personajes se balancean entre “cansancio” y “emoción”, entre miedo y expectativas, acompañados por este temblor que nunca estalla, pero que siempre está al acecho cuando el escenario es Latinoamérica.
Otro episodio que muestra la necesidad de traducción, no de términos como en el caso del aguacate, sino de mundos, es el de la reflexión sobre la palabra ilusión, cuando Amalfitano se aventura en la Zona Roja de Santa Teresa y entra en la casa de la loca de la calle, que se está muriendo de sida (115):

Amalfitano se puso de rodillas para examinar mejor los objetos. Esto es como leer la carta de un agonizante, dijo [] ¿Qué dice la carta? Preguntó [Castillo] No la entiendo, está en otro idioma, aunque por momentos creo reconocer algunas palabras. [] La palabra que he encontrado me produce escalofríos, porque nunca hubiera imaginado que la iba a encontrar precisamente aquí. ¿Qué palabra, pues? [] Ilusión [] aquí más que ilusión hay mugre. (117)

El extranjero ve esperanza donde el lugareño solo ve suciedad. Amalfitano lee la realidad con ojos más indulgentes, o más dispuestos al autoengaño, y hasta a la agonizante le atribuye –¿le concede?– un sentimiento de ilusión, a pesar de todos los demás sentimientos negativos que comenta Castillo. ¿Interpretará bien o mal Amalfitano? ¿Será una lectura certera de la situación que vivió esa mujer o solo estará proyectando sus propios deseos? Lo que vislumbra Amalfitano verosímilmente es una proyección suya, es la luz que alienta al hombre que ha emigrado en busca de una situación vital más llevadera. Ilusión y mugre están en las antípodas: la promesa de algo positivo contrasta totalmente con la certeza evidente de la suciedad, de la decadencia, de la fealdad.
Vayan adonde vayan, se trate de mugre o de ilusión, siempre los personajes migrantes de Bolaño acaban por sentirse atraídos por el territorio de la exclusión. Ellos no integran su cultura de pertenencia a la de llegada, sino que siguen en su pequeño mundo particular y viven en la nebulosa de su propia exclusión. En este sentido, parecen apropiadas las palabas de Ludmer sobre los migrantes7: “son los excluidos de la nación que dejan y también adonde llegan para ocupar el subsuelo del primer mundo. Están adentro y afuera del territorio adonde van: adentroafuera de toda nación” (180). Así son los personajes de Bolaño y, en particular, Amalfitano. De él, además, casi no se puede decir qué nación deja, pues su vida ha sido un desplazamiento continuo.
Bolaño recrea vidas nómadas, que están siempre huyendo. Fernando Moreno habla en este sentido de “figuración espacial en incesante movimiento” (154). Y Amalfitano es la encarnación de este tipo de existencia, al igual que su hija, quien es, además, nómada de segunda generación, la más sin patria de todos, pues ni siquiera tiene una patria de la cual huir o a la que odiar. Padre e hija encarnan esta ciudadanía nómada, que es tan protagonista de nuestros días. El escritor adelantó en sus textos algo que se ha convertido en la marca del comienzo del nuevo siglo.
Bolaño, entonces, es el autor de la desterritorialización, del “adentroafuera”. Nos deja una literatura de la pérdida interior, que retrata la no pertenencia y la desubicación íntimas, además de geográficas.
Los personajes bolañanos encarnan a esas “figuras de afuera” (69) de las que habla Aínsa, que viven en la inquietud constante, “en el sobresalto permanente” (Bolaño, Los sinsabores 49), como se dice de Horacio Guerra, catedrático de literatura y cronista oficial de Santa Teresa, su ciudad.
Amalfitano es sumamente interesante como identidad nómada, como “figura de afuera”, como personaje incapaz de amalgamar su cultura a otra. Ha viajado mucho, conoce numerosos países y se inserta en el mundo cultural y burgués de Barcelona, pero no parece capaz de llevar una vida estructurada o, por lo menos, que siga los patrones asumidos como propios en el país en el que se encuentra. Lo único que consigue es arrastrarse hasta el momento del siguiente viaje. Los individuos bolañanos son, como decía su personaje Joan Padilla, “Maestros en el arte de sobrevivir” (Bolaño, Los sinsabores 29).
Y no solo son nómadas, sino, también, extranjeros, dos condiciones que tienen matices distintos. Los personajes de Bolaño consiguen a veces dejar la nomadía, pero más raramente salen de la condición de extranjería, ya que, hasta en su propia patria o en su continente, siguen sintiéndose extranjeros. Parece que no les interesa regresar ni permanecer en su patria; e, incluso, cuando se hallan en ella, se sumergen en la marginalidad, en la desubicación en su propio espacio natal, percibido como una tierra que no ofrece ninguna certeza ni puntos de referencia. Ellos están en los bordes y celebran la marginalidad, como Joan Padilla, que escribe en su Barcelona natal una novela para homenajear al “dios de los mendigos, el dios que duerme en el suelo [] el dios de los insomnes, el dios de los que siempre han perdido” (Bolaño Los sinsabores 68). Bolaño muestra, una vez más, la necesidad de situarse del lado de los perdedores, sea cuál sea el lugar desde el cual se habla y escribe.

Latinoamericanismo: ¿la única identidad posible?

Desubicación, nomadismo, extranjería, patrias, sentimiento de pérdida constante, hasta la literatura, todo parece confluir en una relación profunda, para bien y para mal, con Latinoamérica. El único punto firme que le da sentido a la vida de los personajes de Bolaño tal vez sea la conciencia de ser latinoamericanos. Quizás la situación de extranjería se aplaque en el latinoamericanismo. Tal vez la sola patria posible sea una América Latina del recuerdo, del compromiso, una América Latina de la historia prometedora que luego se transformó en nefasta.
De nuevo retomo a Amalfitano: un héroe en decadencia, un antihéroe más bien, un militante, aplastado por los eventos, que no tiene patria, pero que sí siente una pertenencia continental y que vive con un gran sentimiento de culpabilidad, como vemos en este sueño:

En el sueño [] el Che Guevara se paseaba arriba y abajo [] y en el fondo unos glaciares enormes [] parecían gemir como en el parto de la historia… [] ¿por qué no dije los rusos los chinos los cubanos la están cagando en alguna de esas reuniones tan serias de intelectuales de izquierda? [] ¿Caminar con la historia justo cuando la historia está de parto? [] De alguna manera [] me culpabilizo por crímenes no cometidos [] Fui el hijo tarado de Rosa Luxemburgo y ahora soy el viejo maricón, en ambos casos objeto de escarnio y mofa. ¿Así pues de qué soy culpable? ¿De haber querido y seguir [] echando de menos la conversación de mis amigos que se echaron al monte porque [] creyeron en un sueño y porque eran machos latinoamericanos de verdad y murieron? [...] ¿Murieron torturados, de un tiro en la nuca, arrojados al mar, enterrados en cementerios clandestinos? [...] Por allí, se decía Amalfitano como un loco [] por allí hay rastros de verdad. En la Gran Intemperie. Y también se decía. [] con los que no tienen absolutamente nada que perder hallarás, si no la razón, la jodida justificación, y si no la justificación, el canto, apenas un murmullo [] pero indeleble. (Los sinsabores 125-126)

El “canto” de esta cita es, además, un claro adelanto del canto de Amuleto.
En el sueño, más bien pesadilla, Amalfitano se pregunta acerca de la búsqueda de la verdad y sobre todas las militancias, pertenencias, valores que marcaron una época, su etapa de formación y de militancia, cuando él se sentía vivo. Se cuestiona sobre su forma de actuar y de leer la Historia.
Amalfitano piensa que en la “Gran Intemperie” se halla algún rastro de verdad. El parto de la Historia, todo lo grande y potente, se gesta en América Latina, allí la Historia da a luz y se puede encontrar algo de verdad. El de Amalfitano es un sueño que de nuevo quiere celebrar a Latinoamérica.
Y es la vida en Barcelona la que le proporciona a Amalfitano la ocasión para revivir y revisar todo su itinerario existencial, vinculado profundamente a Latinoamérica. Así descubrimos que siempre, desde la niñez, Amalfitano había sido una persona solitaria y abocada a la marginalidad, hasta poco identificada con la cultura nacional, pero comprometida con las luchas de su continente. Tal vez no se sentía chileno, pero sí latinoamericano:

Yo que fui [] y el más valiente de mi liceo [] yo que fui el más cobarde de los adolescentes [] yo que aprendí a bailar el rock and roll y el twist, el bolero y el tango, pero no la cueca, aunque en más de una ocasión me lancé al centro [...] pañuelo en ristre y jaleado por mi propia alma pues no tuve amigos en esa hora patria sino más bien enemigos, huasos puristas escandalizados por mi cueca con taconeo, la heterodoxia gratuita y suicida. 41)

Es importante destacar que Amalfitano reflexiona sobre el hecho de que aprendió varios bailes latinoamericanos, pero no su baile nacional. Es más, recuerda que cuando intentó bailar la cueca, no lo consiguió, le salió una cueca “heterodoxa”, como lo es su chilenidad. Amalfitano se siente latinoamericano, pero cuando trata de identificarse con su país natal, no puede, todo le sale mal, al igual que con el baile nacional.
Y esta larga reflexión es muy importante, pues con la repetición anafórica “yo que”, Amalfitano nos resume su vida a través del recuerdo nostálgico. Rememora sus logros y sus fracasos, la añoranza y el remordimiento: “yo que creí en el cambio, algo que limpiara un poco de tanta miseria y tanta abyección (sin saber todavía inocente, lo que era la miseria y la abyección” (42). Este “yo que” seguido por algún recuerdo del pasado sugiere, también, la idea de una comparación sin segundo término, pues, implícitamente, el yo de ayer es totalmente diferente del de hoy –yo fracasado–, el yo de hoy ha traicionado al de ayer; el presente es una traición o negación del pasado, de la ilusión del pasado. También vemos cómo la existencia de Amalfitano se cruza con la historia y con los acontecimientos que marcaron la vida de una generación de chilenos. De nuevo, pues, se remite a la dramática pertenencia al país de la dictadura pinochetista, dictadura que, por otra parte, afecta y une a una generación de latinoamericanos:

yo que [] sólo quería pasear por avenidas luminosas con Edith [] tranquilos, amándonos, mientras a nuestras espaldas crecía la tempestad y el huracán y los terremotos del porvenir, yo que predije la caída de Allende y que sin embargo no tomé ninguna medida al respecto, yo que fui detenido [] y que soporté la tortura [] yo que me pasé varios meses en el campo de concentración de Tejas Verdes. (42)

Una vez más se denuncia cómo se ve la historia que marca a los protagonistas: Amalfitano lleva en su vida la historia de su continente de origen, pues él se fue para salvarse de la represión pinochetista. Al salir del campo de concentración, se reúne con su mujer en Argentina y traduce del francés una obra de Arcimboldi y de allí empieza una vida nómada, que bien se ve reflejada en lo que comenta acerca de su hija:

 yo que vi a mi hija sonreír en Argentina y gatear en Colombia y dar sus primeros pasos en Costa Rica y luego en Canadá, de universidad en universidad, saliendo de los países por cuestiones políticas y entrando por imperativos docentes, con los restos de mi biblioteca a cuestas8. (43)

La reflexión sigue y representa realmente su periplo vital:

Recalé en la Universidad de Barcelona en donde me entregué a mi trabajo [] yo que descubrí mi homosexualidad al mismo tiempo que los rusos descubrían su vocación capitalista, yo que fui descubierto por Joan Padilla como quien descubre un continente [] yo que soy [] la vergüenza del claustro y por ello llamado [] el sudaca pervertidor de menores [] yo que hice tantas cosas y que creí en tantas cosas ahora me quieren hacer creer que solo soy un viejo asqueroso y [] que nadie se interesará por mí. (Los sinsabores 46)

En pocas páginas nos proporciona el retrato de un hombre en decadencia, que, hasta cierto momento, para bien o para mal, había vivido con intensidad y había creído profundamente en el valor de la vida y de la literatura, y en lo que hacía, para luego pasar a ser un antihéroe. Se trata del relato de un viaje, de idas y venidas, de vaivenes9. El viaje, los viajes de Amalfitano son muy interesantes, porque no se emprenden en busca de algo definitivo como un mito, un asesino, etc., sino que son más bien huidas en pos de una tranquilidad que ya sabe de antemano que nunca será definitiva. Él es un personaje diferente dentro de la producción bolañana, porque no tiene el gran proyecto, el sueño literario, que lo mueve, pero, por otra parte, al igual que muchos otros, él también cuenta con la literatura que lo cobija, aunque sea en la docencia y no en la creación. Su vida es la errancia, en tanto que lo que lo empuja es el fracaso. De Amalfitano, lo que se cuenta es un viaje de regreso a su continente de origen, aunque no a su país; es el viaje de la derrota o de la post derrota, no el de la búsqueda o de la ilusión.
Y si, en general, el viaje para los jóvenes protagonistas bolañanos es la única manera de tratar de construir su verdadera identidad, de llevar a cabo su búsqueda de sentido, para Amalfitano, este es un naufragio ulterior. Esto queda claro ya desde el avión que de Barcelona lo lleva a México, pues Amalfitano empieza a reflexionar sobre la posibilidad de que la vuelta a América sea un nuevo y definitivo fracaso, y entiende, tal vez, que su destino es la errancia, la no pertenencia, el viaje infinito, el “habitar brevemente” (Saucedo Lastra 109). Se ha ido no por libre elección, sino porque no le quedaba otra opción de vida:

si [] nos va mal en Santa Teresa, si pierdo el empleo [] si un tiempo lento, interminable, sin perspectivas ni ilusiones nos envuelve y anestesia [] pensaba Amalfitano [] esquivando [] paisajes desolados y esquemáticos del Nuevo Mundo en donde él sólo era un gato entre jaurías de perros, una abubilla entre águilas y pavos reales. (64)

El viaje parece nacer ya auspiciado por una mala estrella. Él, desde el comienzo, se sitúa del lado de los migrantes no integrados, del lado de los que siempre son extranjeros.

La literatura: la otra pertenencia posible

Ya se ha mostrado, con referencia a su obra publicada en vida, que para los personajes de Bolaño, la errancia y la escritura están muy vinculadas, y la literatura parece ser su única forma posible de resistencia y, si acaso, de salvación. Las obras póstumas también sugieren esta idea –empezando por el prólogo de Sepulcros de vaqueros en el que se habla de “escritura itinerante” (9)–, puesto que sus protagonistas son poetas (o aspiran a serlo), escritores y, sobre todo, grandes lectores: la literatura sigue siendo la única patria de sus personajes y tal vez del propio Bolaño. Amalfitano tiene perfecta conciencia de eso, como se plasma en esta reflexión:

Cuando adolescente hubiera querido ser judío [] drogadicto, medio loco, y manco para más remate, pero sólo fui profesor de literatura [] Menos mal que he conocido a los Poetas y que he leído las Novelas. (Los Poetas para Amalfitano eran los seres humanos brillantes como un relámpago, y las Novelas, las historias que nacían de las fuentes del Quijote.) Menos mal que he leído. Menos mal que aún puedo leer, se decía entre escéptico y esperanzado. (Bolaño, Los sinsabores 127-128)

Lo podríamos definir un profesor de literatura errante. Amalfitano comprende además que a sus alumnos les ocurre lo mismo, hasta que literatura y viajes se van fusionando:

Comprendieron que un libro es un laberinto y un desierto. Que lo más importante del mundo era leer y viajar, tal vez la misma cosa, sin detenerse nunca [] Que la poesía verdadera vive entre el abismo y la desdicha [] que la principal enseñanza de la literatura era la valentía [] que leyendo se aprendía a dudar y a recordar. (146)

Hasta la literatura de Arcimboldi se vincula al viaje: “Todas sus historias [] se resolvían mediante fugas [] como si los personajes de Arcimboldi, acabado el libro, saltaran literalmente de la última página y siguieran huyendo” (Los sinsabores 283).
El viaje es tan fundamental en la vida de los personajes de Bolaño que, incluso, tiene a su propio dios, como comprendemos gracias a la correspondencia entre Amalfitano y su examante Padilla: “Sobre si se verían o no alguna otra vez, dejaba esa respuesta en manos del dios de los viajeros” (67).
Y hasta el texto final de Sepulcro de vaqueros, titulado “Comedia del horror de Francia”, le otorga un papel central al viaje. Aquí, el protagonista, Diodoro Pilon, quiere “sentar las bases de la literatura del futuro” (192) y con esta finalidad, desde la Guyana francesa, va a emprender un viaje hacia las alcantarillas de París, donde se unirá al grupo Surrealista Clandestino: un nuevo viaje, hacia un prometedor futuro de poeta en las alcantarillas. La hasta ahora última entrega del autor termina, pues, con la invitación a un nuevo viaje hacia lo desconocido.  

  

Referencias bibliográficas

1. Aínsa, Fernando. Palabras nómadas. Madrid-Frankfurt, Iberoamericana, Vervuert, 2012.

2. Bolaño, Roberto. Amuleto. Barcelona, Anagrama, 1999.

3. Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona, Anagrama, 1998.

4. Bolaño, Roberto. Los sinsabores del verdadero policía. Barcelona, Anagrama, 2011.

5. Bolaño, Roberto. Putas asesinas. Barcelona, Anagrama, 2001.

6. Bolaño, Roberto. Sepulcros de vaqueros. Madrid, Alfaguara, 2017.

7. Bolognese, Chiara. Pistas de un naufragio. Cartografía de Roberto Bolaño. Santiago de Chile, Ed. Margen, 2010.

8. Gras, Dunia. Roberto Bolaño: estrella distante. Madrid, Renacimiento, 2017

9. Ludmer, Josefina. Aquí América Latina. Buenos Aires, Eterna cadencia, 2010.

10.  Millares, Selena. Rondas a las letras de Hispanoamérica.Madrid, Edinumen, 2000.

11.  Moreno, Fernando. “Para una poética del imaginario espacial en la narrativa de Roberto Bolaño”. Mitologías hoy, vol. 7, verano 2013, pp. 153-162, https://doi.org/10.5565/rev/mitologias.118.  

12.  Rojo, Grinor. “Bolaño y Chile”, Anales de Literatura Chilena, vol. 5, dic. 2004, pp. 201-211.

13.  Saucedo Lastra, Fernando. México en la obra de Roberto Bolaño. Memoria y territorio. Madrid-Frankfurt, Iberoamericana-Vervuert, 2015.

Notas

1 El autor se sitúa, al igual que Monterroso, en una familia extraterritorial” (Gras 132). 

2 En el primer capítulo de mi libro Pistas de un naufragio trato esta cuestión en detalle.

3 Sobre este aspecto de la literatura de Bolaño véase Grínor Rojo.

4 Es de recordar, además, la gran “novela chilena” Nocturno de Chile, protagonizada por el cura Sebastián Urrutia Lacoix.

5 Esta cita nos trae a la memoria el título y el primer verso del poema de Enrique Lihn “Nunca salí del horroroso Chile” del poemario A partir de Manhattan (Santiago, Ediciones Ganymedes, 1979).

6 Saucedo Lastra, en su libro México en la obra de Roberto Bolaño, reflexiona sobre esta situación refiriéndose a los europeos (142).

7 Josefina Ludmer se refiere, en este caso, a los migrantes no universitarios, pero me parece que su reflexión se puede ampliar al colectivo de los migrantes en sentido más general.

8 Cfr. “La literatura es el espacio de la intimidad” (Moreno 155).

9 Este relato, con algunas diferencias que no sabemos si son voluntarias o despistes por corregir (lugar de nacimiento de la hija, la invitación a México, entre otras), reaparece más adelante (258-260) en el supuesto informe de Negrete. Esta vez el narrador no es Amalfitano y el corte es más politizado hacia una militancia de izquierdas.