DOI: 10.19137/anclajes-2020-2426


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RESEÑAS

 

El amor por la literatura en tiempos de algoritmos. 11 hipótesis para discutir con escritores, editores, lectores, gestores y demás militantes. Hernán Vanoli. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2019, 152 páginas.

El amor por la literatura en tiempos de algoritmos de Hernán Vanoli coloca en primerísimo plano una cuestión obvia, pero que, hasta ahora, no se había planteado de manera tan tajante para los estudios literarios: ¿cuándo y cómo se teorizará sobre un mundo en que la literatura ya es inconcebible sin internet? Desde el comienzo, el autor descarta cualquier existencia de lo literario por fuera del flujo cibernético: “lo digital ya no es una mediación sino una condición de la existencia” (14). Se encarga, a su vez, de recordarnos que “buena parte de las propuestas teóricas para aproximarnos a la literatura fueron formuladas en una época en que internet no existía” (19). Y subraya el accionar de unos escasos e imperantes agentes del orden social actual, las plataformas de extracción de datos, que “se posicionan como productoras privilegiadas de verdad” (12). A diferencia de autores como José van Dijck, que marca la doble condición de las plataformas como constructos tecno-culturales y como estructuras socio-económicas, Vanoli opta por resaltar el componente de explotación capitalista llevado a cabo por un puñado de empresas de capital concentrado –y relega, en su consideración, la forma “amigable” y “gratuita” con que habitualmente se presentan, que suele ser la manera en que los sentidos comunes las conciben–.
En este marco, entonces, Vanoli nos ofrece al menos un par de definiciones del fenómeno literario: una de orientación prescriptiva, esgrimida en un nivel volitivo y dotada de una clara apuesta de intervención en la esfera de lo público; otra, con mayor anclaje descriptivo-analítico, en torno a la creencia persistente en lo literario. De este modo, por un lado, el autor postula su “deseo de que la literatura, en lugar de conformarse como un tenue balbuceo en el interior del lenguaje, adquiera el potencial de posicionarse como una plataforma de discusión de valores y de formas de imaginar los desafíos de lo común” (11-12). Por otro, su ensayo “se propone investigar la mutación de las condiciones de producción de la creencia en la literatura” (15). La referencia a estas dos definiciones habilita, a su vez, la recapitulación de un espíritu dual que habita el texto, basado en cierta tensión entre posiciones descriptivas y prescriptivas. Así, los diagnósticos y las delimitaciones resultan seguidos de una voluntad de lucha por lo literario, antes que otra reformulación y una continuación del eterno afán asintótico de brindar nuevas definiciones de los hechos literarios. En otras palabras, se trata, a fin de cuentas, de una postura que lucha por lo literario antes que definirlo como una lucha, si se nos permite el enrevesamiento. En este sentido, en el centro del esquema conceptual de Vanoli, hallamos el sintagma cultura literaria, entendida como “un sistema dotado de afectos, creencias, ritos profanos y también mitos y clérigos. Una red de sociabilidades construida alrededor de la palabra escrita y de diversas performances, que siempre tuvo una relación ambivalente con la industria cultural” (14) –y a esta perspectiva, si se quiere, de tintes etnográficos, se suma, a su vez, una consideración más ligada a una crítica literaria tradicional, en la forma de tres anexos dedicados, respectivamente, a Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y César Aira–.
Así como marcamos que el libro tiene una gran forma de molestar a los estudios literarios a partir de un reproche fundamental (la no consideración de internet), asimismo posee un firme cuestionamiento a la sociología, específicamente a la sociología de la literatura de orientación bourdieusiana. No se trata de disputar y diagnosticar la obsolescencia de dicho enfoque, sino de señalar sus limitaciones. En una de sus hipótesis, Vanoli postula:

vengo a arriesgar una triple partición que ojalá sirva para pensar el escenario de la producción literaria contemporánea en países subordinados como la Argentina. Propongo entonces el concepto de “ciudadela literaria”, entendida como un conjunto de escenas offline que se sumarían y superpondrían con la fantasmática noción de “campo”, y engarzada también con la proliferación de sociabilidades, escrituras y flujos de artistas que componen la polifacética vida digital de la cultura literaria (85).

De todas formas, así como se puede estar de acuerdo con el diagnóstico de la insuficiencia de la teoría de los campos bourdieusiana, también es cierto que los argumentos que ofrece Vanoli para relativizar dicho paradigma son un tanto débiles o discutibles (la subordinación a las metrópolis culturales; la predominancia de la política en órdenes sociales atravesados por dictaduras y violencias múltiples; la presunta mayor modernidad del ámbito editorial argentino, en comparación con el literario). En todo caso, me parece productivo el hecho de que argumentos no del todo cerrados, no del todo convincentes ni ajustados, sirvan para arriesgar ideas (arriesgar: eso es lo que hace Vanoli en buena parte del libro y una de sus claves más celebrables). En tal sentido, quizá podríamos colocar el texto de Vanoli en un linaje similar al de los ensayos de Tabarovsky (tanto los de Literatura de izquierda como los de Fantasma de la vanguardia), quien incluso argumenta con un pie firme en la afirmación de que no le interesa argumentar. Vanoli también se sirve de ese estilo, que no se preocupa tanto por apuntalar sus afirmaciones (como suele hacer el discurso académico) como por avanzar hacia la generación de ideas y discusiones.
Depende de con qué vara juzguemos, un mismo elemento del libro puede ser valorado positiva o negativamente: las metáforas a veces son pertinentes, aunque por momentos pareciera existir cierto abuso innecesario (pienso que algunas funcionan, como la de la ciudadela literaria, pero otras no, e incluso son de dudosa pertinencia, como aquella metáfora del Demogorgon, el monstruo ominoso de una serie de Netflix, Stranger things, colocada como nodo explicativo). Además de ciertas metáforas, algunos conceptos que ocupan un lugar preponderante no son del todo convincentes, como la apelación a la “sinceridad”, aunque ciertamente uno le pediría al autor que amplíe y refina la presencia de tal vocablo; pero, de nuevo: también podríamos valorar positivamente la apuesta por poner en el centro de la explicación un elemento en el orden de lo sensible. El estilo ensayístico despojado del aparato de citas habitual en los textos académicos hace más amena la lectura, aunque la contra es, ciertamente, que se obtura la posibilidad de la revisión de los trabajos académicos y demás fuentes en que se basa el autor. La propia labilidad argumentativa a veces juega a favor y a veces en contra (ya sé que la argumentación es un efecto de ideología, etcétera, pero, asimismo, si desechamos todo tipo de intento argumentativo, creo que la “discusión” se hace difícil).
Por último, cierro con otras dos tensiones productivas que identifico en el texto. La primera: así como, al principio, Vanoli distingue con acierto la convergencia entre ciencia ficción y realismo, asimismo podríamos advertir, en su propio texto, cierta indistinción entre el ensayo sociológico y la ciencia ficción (cuando dice, por ejemplo, que somos como ciborgs con nuestros dispositivos celulares, que ya pronto nos pondrán un chip, etcétera –y aquí parecería que el Vanoli ensayista se acerca al Vanoli escritor de ficciones–). La segunda, y que es la que más interesa a quien suscribe estas líneas: la tensión entre un optimismo programático sobre lo literario (la literatura como deseo, el imperativo de politizar la discusión sobre la literatura en tiempos de algoritmos, etcétera) y un pesimismo verificador de un estado de cosas poco alentador (un puñado de empresas monopólicas que continúan su tendencia híper-concentradora del capital y la información, etcétera).

Hernán Maltz

Universidad de Buenos Aires
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET
Instituto de Investigaciones Gino Germani
Argentina
ORCID: 0000-0003-2274-1873