DOI: 10.19137/anclajes-2018-2239
ARTÍCULOS
Literary translation, “a writing laboratory”: cultural journals, gender, and multilingualism. An interview with Andrea Pagni
María Carolina Domínguez
Universidad Nacional de La Pampa
Facultad de Ciencias Humanas
Instituto de Estudios Clásicos (IEClas)
Santa Rosa, Argentina
carolina_dominguez74@hotmail.com
Resumen. Radicada en Alemania desde 1978, la investigadora argentina Andrea Pagni, especializada en estudios acerca de la traducción literaria, dialoga respecto de las líneas actuales de investigación que desarrolla en este campo disciplinar y ofrece una mirada retrospectiva sobre su aproximación a los estudios traductológicos. En una entrevista realizada en la Universidad de Erlangen-Nürnberg (FAU), Alemania, donde se desempeña desde 2005 como Profesora titular de Literatura y Cultura Latinoamericanas, reflexiona sobre el estatuto de la traducción en las revistas culturales, los cruces entre traducción y género, la condición post-monolingüe y su función como “laboratorio de escritura” en la configuración de sistemas culturales.
Palabras clave: Andrea Pagni; Traducción literaria; Revistas culturales; G énero; Plurilingüismo
Abstract. Residing in Germany since 1978, Andrea Pagni, Argentine researcher and expert on literary translation studies, discusses her current research in this field and offers a review of her approach to translation studies. In an interview at the University of Erlangen-Nürnberg (FAU), where she has been Professor of Latin American Literature and Culture since 2005, she reflects on the status of translation in cultural journals, the confluence between translation and genre, post-monolingualism, and its role as a “writing laboratory” in the shaping of cultural systems.
Keywords: Andrea Pagni; Literary translation; Cultural journals; Gender; Multilingualism
El encuentro personal con Andrea Pagni, investigadora y profesora titular de Literatura y cultura latinoamericanas desde 2005 en la Universidad de Erlangen-Nürnberg (FAU-Alemania), tiene lugar el 8 de mayo de 2017 en su oficina de la Facultad de Filosofía (Philosophische Fakultät). Como habíamos acordado, asisto durante la mañana a su seminario de literatura latinoamericana en el marco del Master The Americas/ Las Américas. En su clase sobre El azul de las abejas de Laura Alcoba, Andrea Pagni, salvando distancias lingüísticas, geográficas y culturales, analiza con estudiantes alemanes, latinoamericanos y norteamericanos la novela en la que resuenan la experiencia de la autora, su forzado desarraigo y la necesidad de aclimatarse a una lengua y a un país extraños. Es mediodía y en su oficina ubicada en el séptimo piso, desde el que una ventana permite vislumbrar tejados a dos aguas rojos y negros típicos de Bavaria, conversamos amenamente acerca de traducción y literatura. No solo ha traducido al alemán poemas de María Elena Walsh y al español textos de Rainer María Rilke, E. T. A. Hoffmann, Franz Kafka y Heinrich von Kleist sino que, además, entrevistó y contribuyó a difundir en los países de lengua alemana a escritores latinoamericanos como la argentina Tununa Mercado y el chileno Antonio Skármeta, y ha invitado a Erlangen a escritores como Sergio Chejfec, Fabio Morábito, Héctor Abad Faciolince y Lina Meruane. Si bien está instalada en Alemania desde hace casi cuatro décadas, nunca ha perdido contacto con nuestro país; tal es así que revista como miembro fundador de la Asociación Latinoamericana de Estudios de Traducción e Interpretación (ALAETI), es miembro de la respectiva red (Re- LaETI) y mantiene un intercambio productivo con el Seminario Permanente de Estudios de Traducción (SPET) desde 2009. Entre sus numerosas publicaciones en este ámbito, cabe mencionar los volúmenes colectivos América Latina, espacio de traducciones (2004 y 2005), El exilio republicano español en México y Argentina (2011), Traductores y traducciones en la historia cultural de América Latina (2011), coordinado junto con Gertrudis Payàs y Patricia Willson, y Refracciones/ Réfractions. Traducción y género en las literaturas románicas/Traduction et genre dans les littératures romanes (2017), editado juntamente con Annette Keilhauer. En noviembre de 2014 fue galardonada con el premio a la Cooperación Internacional en Ciencia, Tecnología e Innovación RAÍCES (Red de Argentinos Investigadores y Científicos en el Exterior) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCyT), dirigido a los científicos argentinos que residen en el exterior y que aportan al fortalecimiento de la vinculación internacional y de las capacidades científicas y tecnológicas del país.
Andrea Pagni en su oficina de la Facultad de Filosofía en la Universidad de Erlangen-Nürnberg, 8 de mayo de 2017
Andrea, ¿cómo surgió su interés por los estudios acerca de la traducción
y, en particular, por los de la traducción literaria en Hispanoamérica?
Andrea Pagni: En realidad, fue casi por casualidad. Yo estudié Letras en la Universidad
de Buenos Aires, me doctoré en Alemania con una tesis sobre la poesía de
Rainer Maria Rilke, y en mi tesis de habilitación trabajé sobre literatura de viajes.
En 1996 me postulé a una cátedra, que finalmente no obtuve, en la Universidad
de Düsseldorf, pues allí se ofrece una de las pocas carreras de traductorado literario
que se dictan en Alemania. El cargo al que yo postulaba implicaba el dictado de
cursos no solamente para estudiantes de las filologías románicas, sino también de
la carrera de estudios en traducción literaria. En Alemania, el concurso requiere
dictar una conferencia sobre un tema que uno mismo propone. Yo acababa de
terminar la tesis sobre literatura de viajes y había estado trabajando también sobre
Fray Servando Teresa de Mier, quien en sus Memorias1 cuenta que, estando en
Bayona, a comienzos del siglo XIX, había traducido junto con Simón Rodríguez
la Atala de Chateaubriand2, ni bien fue publicada, para usarla como material de
lectura en las clases de español que ambos dictaban para ganarse la vida. Habíamos
hablado de esto poco antes con Beatriz González Stephan, que por entonces
vivía en Venezuela, y ella me mandó fotocopiada esa traducción de Atala, inhallable
en Alemania, que había aparecido publicada en las Obras completas de Simón
Rodríguez. Y lo primero que hice fue cotejar, no porque el método respondiera
a una teoría específica, sino por curiosidad y una especie de sentido práctico:
quise ver qué habían hecho Fray Servando y Simón Rodríguez con la novela de
Chateaubriand, cuya acción estaba situada en América, de donde provenían estos
dos traductores. Fue un trabajo fascinante que me permitió escribir mi primer
artículo sobre la traducción, que tuvo bastante éxito y fue publicado en español
y en alemán3. Eso ocurría a mediados de los noventa, cuando la traducción era
todavía un objeto bastante invisible desde la perspectiva de los estudios literarios.
En mi generación, y no sé si las cosas habrán cambiado mucho, en la universidad
estudiábamos letras modernas leyendo en traducción, pero sin darle a ese hecho la
importancia que se merece, sin reflexionar sobre el hecho mismo de que leíamos
traducciones: era lo más natural del mundo. Los cursos obligatorios de lenguas
extranjeras no alcanzaban para leer en alemán, en francés, en italiano, y era natural
leer en traducción. Ni siquiera importaba quién era el traductor o la traductora,
un dato que a veces ni siquiera figuraba en nuestros ejemplares de lectura. Eso era
así en la época en que yo estudié, en la primera mitad de los setenta. Por un lado,
entonces, la traducción no se veía porque era algo sobreentendido y, por lo tanto,
no aparecía como objeto de estudio en la carrera de letras. Por otro lado, en Alemania,
adonde yo llegué en 1978, la exigencia en las filologías extranjeras era leer en
lengua original y, así, la traducción literaria como objeto de estudio también aquí es, por el motivo contrario, inexistente –salvo en las carreras específicas, como la
que ofrece, justamente, la Universidad de Düsseldorf–. Eso era lo que yo descubría
a mediados de los noventa. Y mientras preparaba aquella exposición para el concurso,
me di cuenta de que la traducción es un objeto fundamental para el estudio
de la literatura, porque los textos traducidos funcionan dentro del sistema literario
de la cultura a la que se traducen y en la que circulan, y porque la traducción es
fundamental para la difusión de literatura a nivel mundial. Y no solamente me
pareció un objeto fascinante, sino también inmenso, porque era muy poco lo que
se había investigado sobre él. Ese fue el punto de partida de los dos números que
publiqué unos años después en la revista Estudios de la Universidad Simón Bolívar,
bajo el título de América Latina, espacios de traducciones4. El trabajo sobre la traducción
de Atala de Chateaubriand fue el punto de partida. En esa misma exposición,
en la que se trataba –para mí– de presentar la traducción literaria en el contexto
latinoamericano decimonónico esbozando a la vez un proyecto de investigación,
tomé como un segundo caso y ejemplo el de Heine5, uno de los grandes poetas
alemanes de todos los tiempos; de los líricos alemanes del siglo XIX, es el que más
se ha traducido al castellano. Y uno de los grandes traductores de Heine fue José Antonio Pérez Bonalde6, otro venezolano. De modo que trabajé la traducción literaria
en dos momentos de la historia de la literatura y la cultura latinoamericanas:
a comienzos y hacia fines del siglo XIX, cuando Pérez Bonalde pone a funcionar
a un Heine posromántico en un proyecto premodernista. Es fascinante leer la traducción
de Pérez Bonalde sobre ese trasfondo. A partir de aquellos comienzos, fui
adentrándome también en la teoría, que justo por esos años estaba recibiendo un
fuerte impulso, proveniente en buena medida de la escuela de los polisistemas y de
los estudios poscoloniales; pero tengo que decir que siempre me acerqué a la teoría
a partir de las preguntas concretas que surgían de la lectura de las traducciones y
del cotejo con el respectivo texto fuente.
Si tuviera que establecer una genealogía en su vínculo con la temática de
la traducción, ¿a quiénes reconoce como auctoritas en su formación teórica
y académica?
Andrea Pagni: Prefiero hablar de guías intelectuales y, entre ellas, destaco a
una estudiosa de la traducción que fue y sigue siendo para mí la gran autoridad
y una mediadora ideal de teoría, por la claridad de su pensamiento y por la
lucidez de sus planteos. Cuando pensé en armar el volumen colectivo América,
espacio de traducciones, le comenté el tema a Beatriz Sarlo, quien me recomendó
ponerme en contacto con Patricia Willson: es de ella de quien estoy hablando.
Patricia estaba terminando su tesis sobre los traductores de la revista Sur. Me
encontré con ella en el café del Rojas hace muchísimos años, debe haber sido
en 2002 o 20037, le planteé mi proyecto, y empezó a tirar nombres de posibles
colaboradores. Pero, además, ella tenía una formación teórica fundamental y
riquísima, como enseguida comprendí, y me abrió, digamos así, un mundo, porque
yo venía completamente desprovista de todo, salvo de la fascinación, cierta
metodología, algunas ideas y un buen bagaje de teoría literaria, de lecturas y de
lenguas extranjeras. Así que Patricia Willson es para mí una de esas maestras, una
guía invalorable, y sigue siéndolo.
En cuanto a la formación teórica, tengo que decir que llego a los estudios de
traducción a través de los estudios sobre literatura de viajes, el tema de mi tesis
de habilitación. Trabajé durante la primera mitad de los noventa sobre viajeros
franceses a la Argentina y argentinos a Francia en el siglo XIX, tomando en
cuenta especialmente las teorías poscoloniales, desplegadas durante los ochenta
a partir del libro seminal de Edward Said sobre el orientalismo. Cuando pasé de
los viajeros transatlánticos a los libros que viajan con los viajeros, o que viajan en
lugar de los viajeros de una lengua a otra, también lo hice, inicialmente, desde
las teorías poscoloniales de la traducción, y ahí los libros de Niranjana8, Bassnet
y Trivedi9 y Dingwaney10 me resultaron muy útiles para elaborar una aproximación
sobre una base teórica aceptable. Pero, además, independientemente
de eso, por supuesto los trabajos de Lawrence Venuti sobre la invisibilidad del
traductor11 y la teoría de los polisistemas, sobre todo Itamar Even-Zohar12 con
su puesta en foco sobre la importancia de la traducción literaria para la constitución
de sistemas literarios y el análisis de la función clave que cumplen los
textos traducidos en la cultura de llegada. Ese es un pilar básico de mi abordaje
en trabajos que no son de corte teórico, sino de análisis de textos y contextos,
pero que tienen una base teórica específica, vinculada metodológicamente y por
la constitución del objeto con la sociología de la traducción.
Si bien ya ha adelantado algunas, ¿cuáles fueron las primeras problemáticas
que consideró necesario abordar para adentrarse en la función de la
traducción literaria?
Andrea Pagni: Creo que la traducción no tiene que cumplir una función,
pero cumple muchas. Partiendo de la hipótesis general de lectura de que la traducción
es, dentro de la cultura de llegada, una práctica situada, metodológicamente
analizo las estrategias de traducción y las estrategias editoriales y, en
general, de importación cultural en un determinado tiempo y un determinado
espacio cultural. Y las estrategias no las puedo captar en toda su profundidad sin
ir al texto de partida y tratar de entender por qué tal traducción es como es. Este
es un aspecto importante de mi abordaje: el cotejo; el otro, vinculado con el cotejo,
es la contextualización. El traductor no está en una burbuja frente al texto
que traduce, ni es omnipotente, ni sabe exactamente lo que quiere hacer, sino
que opera en el marco de uno o varios universos discursivos, un campo cultural,
un sistema literario, un aparato importador específico, etc. Por eso, el cotejo de
textos me conduce una y otra vez al cotejo de contextos. Pongamos un ejemplo:
hace algún tiempo trabajé sobre la traducción de Andrés Bello de un poema de
Víctor Hugo: “A Olimpio”, un poema sobre la imagen y la función del poeta,
para decirlo de manera muy simplificada13. Partí del cotejo para distinguir cuáles
habían sido las elecciones de Bello (a nivel léxico, semántico, sintáctico, métrico
etc.), y eso me llevó a observar con mayor detenimiento los respectivos contextos
de producción y recepción de ambos poemas y ambos autores: ¿sobre el
trasfondo de qué tradición literaria, dentro de qué sistema de géneros, para qué público, en qué posición dentro de un campo cultural autónomo o heterónomo
escribió Victor Hugo, por un lado, tradujo Andrés Bello por otro? En ese sentido,
los trabajos de Pierre Bourdieu siguen siendo para mí fundamentales, como
también los que se han producido en el campo de la sociología de la traducción,
los de Simeoni14 o Sapiro15, por dar un par de nombres. Otro caso sobre el que
también trabajé, es el de la traducción de “Les Djinns”, un famoso poema de
Les Orientales, también de Víctor Hugo, que fue traducido, más o menos en la
misma época, por Gertrudis Gómez de Avellaneda y Andrés Bello16; ahí incide,
además, la cuestión del género, que me permitió entender y explicar una serie de
diferencias entre ambas versiones. Este tipo de trabajo tiene, desde el momento
en que encuentro, o defino, o construyo el objeto, algo de aventura, de viaje de
exploración, de pesquisa detectivesca que me resulta cada vez fascinante. A fin
de encontrar explicaciones para las diferencias, es útil, como digo, comparar los
contextos en que se producen respectivamente el texto fuente y la traducción,
porque el texto traducido funciona dentro de otro sistema y funciona de otra
manera. No se trata, esto es para mí muy claro, de comparar para determinar
si la traducción es buena, regular o mala, algo que no me interesa en absoluto,
sino para intentar explicar por qué una traducción es como es. Y para encontrar
posibles respuestas, tengo que ir a los contextos literarios y culturales, políticos
y sociales, en los que se produjeron los textos. Esto no implica proponer una
normativa metodológica, sino solamente explicar mi manera de abordar las traducciones
literarias como objetos específicos de estudio.
Entonces, a partir de sus investigaciones y de su praxis en el campo de la
traducción, ¿qué perspectiva de análisis, o qué mecanismo, prioriza para trabajar
la tensión entre el texto fuente y el texto en la lengua de llegada o meta?
Andrea Pagni: En el caso del cotejo, hay una serie de dimensiones que pueden
tenerse en cuenta y ponerse en relación. Depende del tipo de texto, de
la pregunta con que me aproximo; no tengo nunca un esquema o una grilla
normada sino distintas opciones, partiendo de las preguntas clásicas: ¿Se trata
de una traducción que aclimata, o de una traducción más bien extranjerizante? ¿Cuáles son las estrategias de aclimatación o de extranjerización que utiliza un
traductor en los distintos niveles del texto, desde el nivel fónico hasta el nivel semántico
y discursivo? Son modos de entrar, nunca puntos de llegada; lo que me
importa es la pregunta por los motivos que pueden haber conducido a utilizar
determinadas estrategias, no siempre necesariamente conscientes, pero perceptibles
en sus resultados, a hacer ciertas elecciones, y claro, por su funcionamiento
en un determinado contexto discursivo. Esos son algunos aspectos básicos que
me interesan cuando empiezo a hacer un cotejo, pero que se van modulando
específicamente en cada caso, según la pregunta más general que me guía y la
hipótesis inicial de lectura. Y por supuesto, también van surgiendo nuevas preguntas
a medida que se profundiza en el análisis comparativo.
Algunas de sus publicaciones abordan el tema de la instrumentalización
de la práctica traslativa en Argentina y Chile durante el siglo XIX. ¿Qué lugar ocupa, en el contexto de construcción y consolidación de los Estados
nacionales, la traducción literaria en general?
Andrea Pagni: Un lugar muy importante. Es Itamar Even-Zohar el que decía
que la traducción puede cumplir funciones muy diferentes en el contexto de la
cultura de llegada, y una de ellas es la de contribuir a la construcción y consolidación
de la cultura de una nación emergente. Por ejemplo, si pensamos en el caso
argentino, era Sarmiento el que decía que necesitábamos una literatura nacional,
de la que carecíamos, y escribe Facundo, pensando no solo en el marco nacional
sino también internacional. Pero la literatura no se construye desde cero; una de las
formas de incentivar la escritura literaria en una nación emergente es a través de la
traducción. Porque la traducción funciona, por un lado, como un laboratorio de
escritura, pero además, pone en circulación modelos, géneros, textos previamente
seleccionados; y los criterios de selección son también muy importantes. En el caso
de las culturas nacionales nuevas en Hispanoamérica, no existía todavía un aparato
editorial, una industria cultural, y los criterios de selección y los modos de puesta
en circulación estaban estrechamente vinculados con las políticas del Estado. Para
Sarmiento era muy importante la cuestión de la alfabetización y la creación de
bibliotecas populares, pero a esas bibliotecas había que surtirlas de libros; y esos
libros o no estaban traducidos o estaban traducidos a un español del que los americanos
querían distanciarse. Para muchos proyectos nacionales letrados del siglo
XIX, la traducción fue una herramienta realmente central; la traducción como
laboratorio de escritura no aparece solo con el Modernismo.
Claro, pero ahí también aparece la cuestión de la traducción como una
desviación, que, muchas veces, el propio Sarmiento utiliza en sus textos; la
traducción a través del recuerdo, de lo mal traducido.
Andrea Pagni: Sí, por supuesto. Podríamos pensar que, antes del Modernismo,
la traducción, como la literatura en general, tenía una función decididamente
heterónoma, estaba al servicio de la construcción de la nación, y no era tan importante
de dónde venían los textos, ni si se trataba de traducciones indirectas,
ni siquiera, en muchos casos, quién era el autor de un texto que se consideraba útil para una finalidad específica, digamos, por ejemplo, pedagógica. Sarmiento
era muy desprejuiciado en ese sentido, muy irrespetuoso dirían Borges y Piglia.
Pero si pensamos en alguien como Miguel Antonio Caro, entonces tenemos a un
presidente gramático, y a un gramático de esos que realmente tienen una concepción
determinada y explicitada acerca de la traducción; también Bartolomé Mitre la tenía, o Andrés Bello. Son distintas posturas de los letrados del siglo XIX
con respecto a la traducción, que tienen que ver con su propia formación y con el
momento y el lugar en el que actuaban. La formación de Sarmiento fue ecléctica y
muy por fuera de los carriles académicos; seguramente, los presidentes gramáticos
colombianos lo habrían despreciado si hubiese sido su contemporáneo.
En el devenir histórico y hasta la actualidad, ¿cómo ha ido variando esa
función en la concepción de una literatura nacional?
Andrea Pagni: Esa pregunta está vinculada con las transformaciones que ha
ido sufriendo la concepción misma de literatura nacional. Cuando Ricardo Piglia
propone que Hudson o Gombrowicz son autores de la literatura argentina,
esa reflexión implica una transformación de lo que llamamos literatura argentina.
Se ha pensado menos, creo, en la traducción como parte de la literatura
nacional. Cuando la traducción se piensa como parte de la literatura nacional y
se mira cómo ha funcionado en ese plano, cambia la perspectiva, y otra vez se
transforma lo que llamamos literatura nacional.
¿Cuál es su mirada acerca de la inserción del traductor literario en la industria
editorial, que, en la mayoría de los casos, establece ciertas urgencias,
un canon de lo que merece ser traducido, y hasta determinadas imposiciones
de tipo “dialectal” en la traducción misma?
Andrea Pagni: Yo misma tengo poca, casi ninguna experiencia, como traductora
y ninguna inserción en el mercado editorial de traducciones. Traduje
a un conjunto de escritores alemanes a fines de los años setenta, pero, por supuesto,
tengo también algunas ideas sobre estos temas, que no se derivan, sin
embargo, de una práctica traductiva. Creo que, aquí, todo depende un poco de
cuál es la pulsión que lleva a traducir o cuál es la necesidad que lleva a traducir. Y,
dependiendo de ello, cuáles son las libertades y los espacios de decisión personal
y cuáles las presiones del mercado.
Y en esa experiencia lejana, ¿cuáles fueron los criterios que rigieron en su
selección de obras o autores a traducir? ¿Intervienen en la elección otros aspectos,
además de los de tipo académico, como, por ejemplo, las demandas
del mercado editorial?
Andrea Pagni: Por entonces yo tenía poco más de veinte años... Luis Fariña,
el dueño de la Editorial y Librería Goncourt, que estaba sobre Callao cerca de
Juncal, me ofreció traducir a Kafka y a Rilke; para Corregidor traduje cuentos
de Hoffmann y Michael Kohlhaas, de Kleist, que fue para mí un desafío fuerte.
No elegí yo misma a los autores, pero sí sugerí algunos textos; por ejemplo, de
Rilke sus cartas sobre Cézanne, o hice la selección de los cuentos de Hoffmann
que traduje para Corregidor. Ahora, justamente, la Editorial Puerto de Palos
acaba de reeditar mi traducción de La metamorfosis17, junto con la Carta al padre
traducida en aquellos años por Gabriela Massuh. Aquí, en Alemania, solamente
traduje al alemán una selección de poemas de María Elena Walsh para una revista
de literatura; esas sí las elegí yo, pero era más bien una cuestión afectiva.
En cuanto a imposiciones de tipo dialectal, puedo decir que, si yo tradujera
al castellano para un público hispanohablante amplio, trataría de no incluir
localismos rioplatenses fuertes de los que soy consciente: evitaría el voseo, pero
generalizaría para la segunda persona del plural el uso de ustedes. No me gusta
hablar de español neutro, pero sí hablaría de un español que no tenga particularismos
excesivos; a menos que el texto original los exija. Valoro a traductores
como Cortázar, que no puso en sus traducciones el acento en el matiz local, a
diferencia de lo que hizo en su narrativa. Su impecable versión de las Memorias
de Adriano es nítida, sin marcas locales.
¿Admitiría que hay postulados teóricos que pueden aplicarse a la traducción
de cualquier obra, o que cada obra, dado su impacto en el traductor o las
condiciones del contexto, incidiría en los modos de abordar la transferencia?
Andrea Pagni: No creo que haya una imposición a partir del texto que se
traduce. Tampoco creo que haya postulados teóricos que puedan aplicarse a la
traducción de cualquier obra...
Pero, entonces, ¿hay poéticas de traducción?
Andrea Pagni: Puede haber postulados teóricos que tienen vigencia para
quien traduce en un momento determinado y una situación específica. Puede
haber predilecciones y adecuaciones en diverso grado –a una poética, a un género,
a un autor, a un idiolecto, a un contexto–. Y por supuesto hay condicionamientos
que tienen que ver con cuestiones editoriales, de mercado etc., que
pesan más o menos, según el caso. Sea consciente o no de ello el traductor, y
siempre es conveniente que lo sea, toda traducción se inscribe en una poética,
por más ecléctica y aleatoria que sea.
Precisamente en su clase de esta mañana trabajaba El azul de las abejas de
Laura Alcoba y me recordó que, a veces, en un pasaje o ante determinados elementos,
como el epígrafe que se analizaba, algunos teóricos consideran que el
traductor se vuelve “infiel” al texto original. En su experiencia como lectora,
académica e investigadora de la traducción, ¿cómo visualiza esa relación?
Andrea Pagni: No me gusta hablar de fidelidad o infidelidad, porque
también la concepción de fidelidad es histórica; lo que es fidelidad en un
determinado momento de la historia de la literatura y de la traducción, no
es fidelidad en otro momento. Creo que era Rosemary Arrojo quien comparaba
el concepto de fidelidad en traducción con los disfraces de carnaval: un
disfraz de Cleopatra en los años 1920 es fiel a la imagen de Cleopatra de ese
momento, vinculada también con la moda de los años veinte; un disfraz de
Cleopatra en 1960 es fiel a la imagen de Cleopatra de 1960, pero no a la de
1920. Lo que se considera fidelidad en traducción desde el punto de vista
de la tradición francesa no necesariamente lo es para la tradición alemana.
En ese sentido, creo que la fidelidad es un concepto variable, que hay que
poner en perspectiva. Pero no me interesa evaluar si una traducción es fiel o
infiel; trato de entender los desvíos en su contexto, dentro de una discursividad,
de un proyecto de traductor, o de un proyecto editorial, como en el
caso particular del epígrafe de El azul de las abejas al que nos referíamos. No
trabajo entonces, desde el concepto de fidelidad, así como tampoco desde la
distinción entre buenas o malas traducciones; me parece que son valoraciones
no pertinentes desde el punto de vista que me interesa en los estudios de
traducción. Por supuesto que hay traducciones hechas por traductores que
no tienen el dominio necesario de la lengua, o que trabajan a destajo; en esos
casos, prefiero enfocar la cuestión material y laboral. Lo que podría considerarse
infidelidades, o errores, desde esta perspectiva más bien normativa y
que subordina la traducción al texto fuente, muchas veces es el resultado de
procesos y decisiones externas. No me interesa decidir si una traducción es
buena o mala respecto del original, porque en mi foco de atención no está esa
relación, sino el funcionamiento de la traducción dentro de la cultura en la
que circula; esa relación me parece mucho más pertinente y más reveladora
que la subordinación al texto fuente y el juicio acerca de la calidad de una
traducción, que presupone un punto de vista normativo.
En relación con lo anterior, ¿sería necesario mantener en el lector la certeza
de que se está leyendo un texto traducido, y no interferir en esta sensación
incorporando elementos que “regionalicen” el lenguaje y lo alejen de
su contexto original?
Andrea Pagni: Esta es la pregunta de siempre acerca de la traducción que
acerca el texto al lector, aclimatándolo, o acerca el lector al texto, produciendo un
distanciamiento. Muchas veces se ha remitido, para dirimir esta cuestión, a Walter
Benjamin, quien, en “La tarea del traductor”, citando a Rudolf Pannwitz, observa
que la lengua extranjera puede transformar a través de la traducción la lengua
propia, puede includo enriquecerla. Si fuera traductora, optaría por no aclimatar
demasiado. Recuerdo que cuando traduje La metamorfosis, mantuve el nombre de
Gregor Samsa, mientras que la traducción de Losada, que se adjudica a Jorge Luis
Borges, lo convierte en Gregorio. Como lectora, Gregor despierta, para mí, otras
significaciones que Gregorio. El procesamiento de la onomástica es un rasgo no
menor en el momento de traducir, por las resonancias que generan los nombres.
Es un distanciamiento.
Andrea Pagni: Sí, es un distanciamiento. Otra forma del distanciamiento
la constituyen las notas del traductor. ¿Cuándo son necesarias, o deseables, las
notas? ¿Cómo se puede evitar una nota? ¿Por qué incluirla? Hay muy distintas
posibilidades. La nota interrumpe el flujo de la lectura. No quiero decir que la
lectura de una traducción deba ser tan fluida que el lector se sienta completamente
atrapado y se olvide de que está leyendo una traducción, pero tampoco
tiene que estar saltando continuamente entre el texto y el pie de la página. Todo
depende, también, del texto concreto que se traduce, y del público al que va
dirigido. Por ejemplo, en el caso de Atala de Chateaubriand que tradujeron,
posiblemente juntos, Fray Servando Teresa de Mier y Simón Rodríguez, y que
tiene notas de Chateaubriand, los traductores agregaron también notas propias.
Como ya el texto tiene notas, entonces se le puede agregar algo sin hacerlo demasiado
evidente. Claro que Fray Servando y Simón Rodríguez no marcaron las
suyas como notas del traductor, sino que las incluyeron de contrabando...
¿Cuál es el corpus o la temática en que enfoca las investigaciones que está desarrollando actualmente en torno a la traducción?
Andrea Pagni: En estos momentos hay tres líneas de investigación que me
interesan: un tema, sobre el que estoy trabajando desde hace ya mucho tiempo,
es la traducción en revistas culturales y literarias. En épocas en que todavía no
hay un sistema literario constituido, no hay una industria editorial, como es el
siglo XIX en América Latina, las revistas cumplen un papel primordial como
parte del aparato de importación cultural, porque permiten traducir y publicar
textos breves, o novelas y relatos relativamente extensos en forma de folletín.
Uno de mis últimos trabajos consistió en analizar el estatuto de la traducción en El Perú Ilustrado, una revista de fines del siglo XIX, publicada en Lima y dirigida
durante algunos años por Clorinda Matto de Turner. Trabajé también sobre
la importación cultural y específicamente la traducción literaria en la Revista
Nacional de Literatura y Ciencias Sociales de José Enrique Rodó en Montevideo
y la Revista de América de Rubén Darío en Buenos Aires, que se publicaron
paralelamente (aunque la de Rodó durante mucho más tiempo), viendo cómo
esas revistas vehiculizan distintas maneras de traducir y distintos conceptos de
lo que puede ser la traducción. El Instituto Ibero-Americano de Berlín tiene
un proyecto muy interesante y muy útil de digitalización de revistas literarias y
culturales latinoamericanas, que abre muchísimas posibilidades; también existe
AhiRA, el Archivo histórico de Revistas Argentinas, coordinado entre otros por
Sylvia Saítta; en Uruguay, la UNESCO digitalizó todo el material disponible de
revistas culturales del siglo XIX y XX desde 1801. Existen proyectos similares en
otros países de América Latina. En la medida en que este trabajo se vaya extendiendo, y en este punto soy optimista, el estudio de la traducción en revistas se
irá incrementando y especializando, claro.
Otra línea de investigación, de la que resultó el libro Refracciones/Réfractions
(2017), focaliza la relación entre traducción y género. No me interesa esa relación
desde la perspectiva en que fue estudiada sobre todo por la escuela canadiense de
teoría feminista de la traducción, una posición que fue decisiva en su momento,
pero creo que ahora está superada y suele producir resultados previsibles. En
ese libro, coordinado junto con mi colega Annette Keilhauer, hay un trabajo
mío sobre Cortázar y su traducción de L’Immoraliste de André Gide, y en 2018
va a aparecer otro sobre su notable traducción de las Memorias de Adriano de
Marguerite Yourcenar. Me interesa ver cómo surge y se constituye un subcampo
de literatura homosexual a partir de las traducciones, cómo se va constituyendo
y legitimando a través de traducciones. Pienso, por ejemplo, que un momento
clave lo constituye el juicio y la condena de Oscar Wilde a comienzos del siglo
XX, porque ese proceso pone en escena pública internacional un tema que había
estado tabuizado, si bien lo que intenta difundirse oficialmente es el castigo a
lo que se consideraba una perversión. Entonces, se trataría de ver quiénes traducen
a Oscar Wilde al castellano en esa época, qué traducen y cómo, dónde
se publican las traducciones. O quiénes traducen, cómo y desde qué lenguas, a
Safo en América Latina durante el siglo XIX. ¿Quién traduce a Gertrude Stein? ¿Quién publica traducciones de Djuna Barnes? En el caso de Cortázar, ¿cómo
traducir a Gide o a Yourcenar? ¿Qué pasa con el deseo del traductor en el caso
de una no coincidencia con las pulsiones del autor? ¿Cómo procesa el traductor
esa otra pulsión? Claro que esas mismas preguntas pueden hacerse, y en parte se
han hecho, en el caso de traductoras de escritores o traductores de escritoras...
Y por supuesto que en el caso de la literatura escrita por autores homosexuales a
lo largo del siglo XX, también hay que tener en cuenta las estrategias editoriales.
En la década de 1950, Ediciones Tirso publicaba especialmente traducciones de
escritores homosexuales en Buenos Aires, en una época en que la política oficial
del peronismo era completamente homofóbica.
Y el tercer tema es el que estoy trabajando ahora, justamente en este seminario
al que usted asistió hoy, pero también en otros anteriores: la presencia de varias
lenguas en un texto narrativo, el escribir entre lenguas como resultado de la
condición post-monolingüe de la que hablamos durante la clase. Muchas veces,
en esa narrativa se observa la presencia de personajes traductores. No por nada
Andrew Chesterman propone una nueva vertiente dentro de los estudios de traducción:
los Translator Studies. Lo que se llamó el “giro ficcional” en los estudios
de traducción conduce, en parte, a estos Translator Studies como los presenta o
propone Chesterman en ese artículo de 200918. Allí lee el famoso mapa de James
Holmes desde la perspectiva de la temática del traductor y hace toda una apuesta
a este tipo de estudios, enfocados, por supuesto, sobre todo en el campo de la
sociología de la traducción: el traductor como institución social y cultural, las
biografías de traductor, el traductor como personaje de ficción...
Hoy, en su seminario, mencionó un tema que me parece muy interesante y
me gustaría profundizar: la compleja relación entre trauma y traducción.
Andrea Pagni: Dediqué a ese tema hace poco todo un seminario, justamente
porque me parecía sumamente complejo, y en el curso de ese semestre me di
cuenta de que, si bien el tema ha sido abordado desde el punto de vista psicoanalítico
sobre todo, lo ha sido menos desde el punto de vista de los estudios literarios,
y muy poco en el cruce con la traducción. En aquel seminario trabajamos con Insensatez, la novela de Horacio Castellanos Moya, con Lenta biografía de Sergio
Chejfec, Yo nunca te prometí la eternidad de Tununa Mercado, entre otras. Encontré pocos estudios críticos, algunos de ellos interesantes, para pensar la relación
entre trauma y traducción, como los de Janine Altounian, traductora de Freud
al francés e hija de sobrevivientes del genocidio armenio. En los estudios psicoanalíticos
sobre trauma existen dos posiciones encontradas: la de quienes, como
Cathy Caruth, sostienen que el trauma es inconvertible a palabras, y la de quienes
asumen una postura más abierta, como Shoshana Felman o Dori Laub.
También existe una línea que sostiene que la “traducción es una traición
y una imposibilidad” y reivindica la intraducibilidad como un valor, especialmente
en poesía, como reseña Antoine Berman19. ¿Qué opinión tiene
respecto de esta postura?
Andrea Pagni: Bueno, Berman no sostiene que es imposible traducir, sino
que la traducción, y especialmente la traducción poética, es el “albergue de lo
lejano”20, la presencia de lo extranjero en la lengua traductora. Berman parte de
la teoría alemana de la traducción desde Friedrich Schleiermacher. Precisamente,
Schleiermacher defiende el paradigma monolingüe cuando afirma que solamente
se puede escribir poesía en la lengua materna. Hay que ver esta posición en su
contexto histórico: frente a la teoría y la práctica francesa dominante a lo largo
del siglo XVIII, que concebía a las traducciones como belles infidèles y practicaba
la aclimatación a ultranza, Schleiermacher asume la posición opuesta, la de dar
lugar a lo extranjero dentro de la lengua madre. La Antígona traducida por Hölderlin
es un ejemplo extremo de esa posición.
Pero la cuestión de los intraducibles y de los límites de la traducción, tal como
aparece en publicaciones de los últimos años, no tiene que ver con Schleiermacher
ni tampoco con Berman. Creo que tiene que ver con un cierto hastío
frente a una universalización del concepto de traducción, un uso metafórico
generalizado cuya consecuencia es que, si todo es traducción, nada es traducción.
Entonces aparece la pregunta crítica de si realmente todo es traducible.
La pregunta de estos momentos, la pregunta de los estudios de traducción en el
contexto de la globalización, creo que es más específica: ¿todo es traducible al
inglés? Si decimos que no todo es traducible, estamos poniendo un límite a ese
movimiento que, en definitiva, tiende al monolingüismo. Prefiero pensar que
todo es traducible, pero a muy distintas lenguas y con diversos matices. Desde
hace años la Unión Europea tiene dificultades para encontrar traductores cuya
lengua materna sea el inglés, porque para ser traductor de la Unión Europea, es
necesario dominar dos lenguas extranjeras además de la lengua primera, y no se
encuentran tantos traductores ingleses con estas competencias. Esto me lo comentaba
en un congreso en Belfast, hace un par de años, una traductora griega
que trabaja en la Unión Europea en Bruselas.
Y en ese punto, ¿cómo aparecen aspectos tales como la regionalización,
por llamarlo de algún modo, de los textos? Como se planteaba hoy en la
clase, ¿pertenece El azul de las abejas a la literatura francesa o pertenece a la
literatura en lengua española, y en particular a la literatura argentina? Ese
tipo de criterios restrictivos, ¿cómo se resuelven?
Andrea Pagni: No hay recetas, ni normas, diría. Yo creo que Manèges, la
novela que Laura Alcoba escribió en francés, es parte del campo literario francés,
y específicamente del subcampo de la literatura escrita en francés por escritores
que tienen otra primera lengua –como Kundera, Makhine, Bianciotti–. También
se la podría situar, específicamente, en el subcampo de la literatura escrita
por latinoamericanos en francés. Pero El azul de las abejas, la traducción de esa
novela por Leopoldo Brizuela, pertenece a la literatura argentina, tanto por las
estrategias de traducción implementadas por Brizuela como por su recepción y
sus resonancias. En líneas generales, creo que esta pregunta por la pertenencia de
un autor que no escribe en su primera lengua, a una u otra literatura tiene que
ver con el paradigma monolingüe en el que vivimos todavía, pero del que estamos
saliendo; como dice Yildiz21, vivimos en una condición post-monolingüe.
El monolingüismo, que como ideología viene del siglo XIX y está vinculado con
la constitución de las culturas nacionales, con la concepción de literaturas nacionales,
sigue siendo todavía un paradigma importante. A mí me interesa analizar
esas cuestiones, más que tomar partido a favor o en contra.
Quisiera, por último, realizar una interpelación con la que usted comenzó el dictado de su curso esta mañana, porque considero que es una cuestión
muy compleja, y también inquirir a qué conclusión llega cuando se pregunta“¿Leer en traducción?”
Andrea Pagni: Sí, yo estoy perfectamente de acuerdo en que hay que leer en
traducción. Si no pudiéramos leer en traducción, no habríamos tenido acceso
a la Biblia, no habríamos leído la Ilíada ni la Odisea, por mencionar sólo algunas
obras fundamentales de nuestra cultura, que muy pocos pueden leer en las
lenguas de origen. La pregunta adquiere otro matiz en el caso del estudio de las
filologías. En Alemania, como mencionaba al principio de nuestra entrevista,
en las carreras filológicas la regla es leer la literatura en la lengua en que fue escrita.
En mis clases de literatura latinoamericana, trabajamos sobre los textos en
castellano. Pero yo sé que a veces es más fácil para la mayoría de los estudiantes
alemanes entrar primero al texto por el alemán, sobre todo si se trata de novelas,
o ensayos extensos; no tengo ningún problema si ellos empiezan leyendo una
traducción alemana, pero les aclaro que vamos a trabajar con los textos en castellano.
Como la regla es leer en la lengua original, los estudiantes tienen una
clara conciencia de la mediación a través de traducciones, cosa que no sucede en
Argentina, donde, en la carrera de Letras, las filologías extranjeras se imparten
en castellano, y la lectura se hace en castellano, sin problematizar esa decisión,
sin siquiera tematizarla.
Notas
1 Se hace referencia al texto Memorias de Fray Servando. Escritas por él mismo en las cárceles de la Inquisición de la ciudad de México el año de 1819, de Fray Servando Teresa de Mier y Noriega y Guerra (Monterrey, 1763–Ciudad de México, 1827).
2 Fray Servando realiza la traducción junto con el venezolano Simón Rodríguez (1771-1854), quien, según consta en la portada de la edición original, utilizaba el seudónimo de Samuel Robinson y se presentaba como “profesor de lengua española en París”. El relato, considerado novela corta, se publica el 2 de abril de 1801 y se convierte, inmediatamente, en un éxito de mercado. Como detalla Pagni, en su artículo (véase nota 4), François-René de Chateaubriand (1768-1848) la escribe durante y después de su viaje a Norteamérica (entre abril y diciembre de 1791) y, sobre todo, mientras se encuentra en el exilio en Inglaterra (desde enero de 1793 hasta mayo de 1800). Forma parte de su vasta obra Le génie du Christianisme, publicada en 1802, y constituye un episodio de Les Natchez (1826), epopeya en prosa.
3 Pagni, Andrea. “Atala de Chateaubriand en la traducción de Simón Rodríguez y Fray Servando Teresa de Mier (París, 1801)” [2012]. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Artículo en línea disponible en: <http://www.cervantesvirtual.com/obra/atala-de-chateaubriand-en-la-traduccion-de-simon-rodriguez-y-fray-servando-teresa-de-mier-paris-1801/.
4 Pagni, Andrea (ed.). América Latina, espacio de traducciones. Número especial de la revista Estudios, Universidad Simón Bolívar, Caracas, Nº 24 y 25, 2004-2005.
5 Christian Johann Heinrich Heine (Düsseldorf, Alemania, 1797–París, 1856).
6 Juan Antonio Pérez Bonalde (1846-1892).
7 Centro Cultural Rector Ricardo Rojas, de la Universidad de Buenos Aires. Surgió en 1984 como parte de la Secretaría de Extensión Universitaria.
8 Niranjana, Tejaswini. Siting Translation. History, Post-Structuralism, and the Colonial Context. University of California Press, 1992.
9 Bassnet, Susan y Harish Trivedi. Post-colonial Translation. Routledge, 1999.
10 Dingwaney, Anuradha y Carol Maier (eds.). Between Languages and Cultures. Translation and Cross-cultural Texts. University of Pittsburgh Press, 1995.
11 Venuti, Lawrence. The Translator’s Invisibility: A History of Translation. Routledge, 1995.
12 Itamar Even-Zohar (Tel-Aviv, 1939–), investigador israelí y profesor en la Universidad de Tel- Aviv. Precursor de la “Teoría de los polisistemas”, cuyo punto de partida –como el propio teórico lo señala– son los presupuestos del Formalismo ruso y la Escuela de Praga. Sus formulaciones iniciales proponen integrar literatura (“sistema de sistemas”), lenguas y culturas nacionales. En estas relaciones, enfatiza particularmente en el papel de la literatura traducida, tema sobre el que realizó aportes sustanciales con la colaboración de Gideon Toury (Haifa, 1942–Tel-Aviv, 2016), pues sostiene que es una dinámica constitutiva en la configuración de las literaturas nacionales y, a su vez, posibilita la interrelación entre sistemas literarios diversos.
13 “Olimpio en América del Sur. Usos hispanoamericanos del Romanticismo francés”. Estudios. Revista de Investigaciones Literarias y Culturales, no. 24, 2004, pp. 117-132.
14 Daniel Simeoni (Francia, 1948–2007). Especializado en Lingüística en la Universidad de París VII, obtuvo su doctorado en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS). Se desempeñó como Profesor en la Universidad de York, Toronto. Sus estudios, en la línea de Elias y Bourdieu, examinan las prácticas de traducción desde una teoría que entrecruza la lingüística fenomenológica con la sociología y una perspectiva interdisciplinaria. Entre sus aportes, se destacan los que indagan el estatus y la configuración del habitus del traductor.
15 Gisèle Sapiro (Francia, 1965–). Obtuvo una doble titulación en Filosofía y Literatura Comparada en la Universidad de Tel-Aviv, en donde estudió con Itamar Even-Zohar y Shlomo Sand; allí se formó en los translations studies. En 1994 se graduó como doctora en Sociología en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París, bajo la dirección de Pierre Bourdieu. Sus primeros libros, La Guerre des écrivains, 1940-1953 de 1999 y La Responsabilité de l’écrivain. Littérature, droit et morale en France de 2011, abordan el tema del proceso de autonomización del campo literario francés. Paralelamente, comienza a desarrollar sus investigaciones acerca de la traducción como vector de intercambios culturales en el contexto de mundialización y se constituye en una de las pioneras en el desarrollo de la disciplina de la Sociología de la traducción. Pueden mencionarse como contribuciones relevantes en esta área las ediciones de Translatio. Le marché de la traduction en France à l’heure de la mondialisation (CNRS Editions, 2008); Les Contradictions de la globalisation éditoriale (Nouveau Monde Editions, 2009); Sciences humaines en traduction. Les livres français aux Etats-Unis, au Royaume- Uni et en Argentine (Institut français/CESSP, 2014; en línea), y los artículos “Globalization and cultural diversity in the book market: the case of translations in the US and in France”, Poetics (vol. 38, n° 4, 2010, pp. 419-439), y “Translation and Symbolic capital in the era of globalization: French literature in the United States”, Cultural Sociology (vol. 9, n° 3, 2015, p. 320-346).
16 “¿Orientalismos americanos? Lugares de traducción de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Andrés Bello”. Trans. Revista de Traductología, no. 12, 2008, pp. 43-50. doi:http://dx.doi.org/10.24310/TRANS.2008.v0i12.3127
17 La primera traducción de La metamorfosis de Franz Kafka realizada por la entrevistada corresponde a 1978; cuenta con un prólogo de Rodolfo Modern y fue publicada en Buenos Aires por la Editorial y Librería Goncourt. La reedición a la que se hace referencia corresponde a: Franz Kafka. La metamorfosis – Carta al padre. Compilado por Ercilia Atala y Ruth Kauffman. Traducido por Andrea Pagni - Gabriela Massuh. Cántaro, 2017.
18 “The Name and Nature of Translator Studies”. Hermes – Journal of Language and Communication Studies, no. 42, 2009, pp. 13-22.
19 Se hace referencia a: Berman, Antoine. La traducción y la letra o el albergue de lo lejano. Traducción de Ignacio Rodríguez. Buenos Aires, Dedalus, 2014 [1999]. Tal como lo explicitan los editores, Alan Badiou, Isabelle Berman y Bárbara Cassin, este texto, publicado póstumamente, retoma un “incunable”: Les Tours de Babel. Essais sur la traduction (1985), resultado de un trabajo que Berman realiza con los participantes de un seminario acerca de la experiencia de la traducción que dicta en el Colegio Internacional de Filosofía en 1984.
20 El teórico francés toma esta expresión de Jaufré Rudel, trovador del medioevo, quien la emplea para referirse a la distancia entre los amantes.
21 Yildiz, Yasemin. Beyond The Mother Tongue.The Postmonolingual Condition. Fordham University Press, 2012.
Fecha de recepción: 02/03/2018
Fecha de aceptación: 29/03/2018