DOI: 10.19137/anclajes-2018-22211

RESEÑAS

 

Roberto Fernández Retamar. La poesía, reino autónomo Villa María: EDUVIM, 2016, 305 páginas.

 

“Lejos de agotadas antinomias, la vigorosa escritura del texto se inscribe en la zona intersticial de la reflexión cultural donde confluyen crítica y poiesis”. La cita se lee en la contratapa del libro y es parte de la sinopsis, a cargo de Nancy Calomarde; anticipa y pone de relieve el carácter ensayístico de la obra crítica de Roberto Fernández Retamar. Ese paratexto habla, en gran medida, de los fundamentos de la Colección Poliedros, serie Zona de Crítica -coordinada por Rosana Patiño- de la editorial de la Universidad Nacional de Villa María para la publicación de este conjunto de textos del autor que datan algunos de la década de 1950 y la reedición, con agregados de La poesía, reino autónomo, publicado por primera vez en el año 2000. Tal es la aclaración realizada por el propio autor al inicio del libro, al tiempo que expone su organización: “materiales panorámicos en la primera parte; en la segunda, otros sobre autores u obras, y en la tercera, breves páginas hechas ante la muerte reciente de algunos creadores” (9).
Entre los materiales panorámicos se cuentan cinco textos; tres de ellos son estudios críticos, que fueron escritos inicialmente como conferencias, y dos prólogos. El primero de estos se titula “Situación actual de la poesía hispanoamericana” de 1957 y fue publicado por primera vez en 1958. Se percibe allí un afán de historización del universo de la poesía en Hispanoamérica, con epicentro en el ámbito cubano y con vasos comunicantes hacia los movimientos europeos. Examina la escritura poética durante los últimos cuarenta o cincuenta años contados a partir del presente de la enunciación. Establece una genealogía, cuyas categorías clasificatorias funcionan hasta hoy, en términos de historia de la poesía y, si bien pretende prescindir de los nombres, algunos se hacen presentes como paradigmas: modernismo (Rubén Darío, Leopoldo Lugones); posmodernismo (Ramón López Velarde, Gabriela Mistral); vanguardia (Jorge Luis Borges, Pablo Neruda); posvanguardia que es practicada por la propia generación vanguardista al renegar de la “frivolidad” de la vanguardia, como César Vallejo, y se consolida en 1940, con poetas como César Rosales, Octavio Paz, José Lezama Lima, Cintio Vitier, Eliseo Diego, Ernesto Sánchez Mejía.
El segundo de los textos panorámicos se titula “Antipoesía y poesía conversacional en Hispanoamérica”, data de 1968, aunque el propio autor propone leerlo como “una especie de complemento de otra que di hace algo más de diez años” (33); se refiere justamente al texto que le antecede. Si bien utiliza el término “generación” como categoría, aun en ese texto anterior, advierte la necesidad de relativizar la noción, porque requiere ver cómo “se interpenetran las generaciones en las épocas” (34). Poemas y antipoemas (1954) de Nicanor Parra, según el autor, sirve para nombrar toda una corriente llamada “antipoesía” que “es una poesía anti- Neruda” (36-37). Aunque sin desconocer las características epocales, hace uso de la afirmación muy utilizada por los formalistas rusos: “lo que más influye sobre una obra literaria es otra obra literaria” (36) y, desde esa perspectiva, observa los caminos abiertos por las retóricas poéticas que permiten o dan lugar a otras corrientes. Traza así linajes y tradiciones entre las corrientes poéticas contemporáneas y las de tiempos pretéritos. Por ese derrotero argumental, define las dos líneas del posvanguardismo: la antipoesía y la poesía conversacional. La primera, representada por Nicanor Parra, es deudora de una tradición más europea (el prosaísmo teorizado por Campoamor, luego por Elliot y adjudicado a Bécquer por Juan Valera); la segunda es la representada por Ernesto Cardenal que deriva de la tradición estadounidense –“Cardenal ha dicho que él no es más que un secuaz de los grandes poetas norteamericano, lo cual desde luego no es cierto” (46)–. Expone un esquema diferenciador de esas dos tendencias cuyas características resultan vigentes hoy en día. Finaliza con la exposición de un tema cuyo debate no está saldado: la noción de “realismo”, por un lado, vinculada a la poesía y, por otro, vinculada a la literatura en general que constituía una discusión central en la Cuba de 1968.
El tercer artículo también establece un diálogo con el primero, a través de algunas autocitas. Inicialmente una conferencia pronunciada para la inauguración del ciclo “La poesía en los poetas de la nueva generación”, en La Habana, data de agosto de 1959. La fecha es muy elocuente dado que podría considerarse como un texto fundante en cuanto a cómo este intelectual pensaba la poesía en el contexto de la revolución triunfante: “cargada de responsabilidad, limpia de hojarasca, apegada a las cosas del hombre” (59).
Cierran este primer apartado dos prólogos: el primero para presentar Poesía joven en Cuba, una compilación realizada junto a Fayad Jamis en 1960. Se pregunta a partir de qué momento se considera la poesía nueva en Cuba. Señala que prefieren incluir, en esa antología, poetas de la generación del cincuenta porque se trata de jóvenes que, por esos años, pugnaban por formar parte del canon y sus obras se editaban de manera dispersa en revistas de circulación restringida a pequeños grupos, en hojas sueltas o en ediciones minúsculas (71). El segundo prólogo pertenece a Antología de poetas españoles del siglo XX, libro publicado en 1965. Según puede inferirse a través de la lectura de este texto, la compilación tenía el objetivo de difundir en la isla obra poética de autores españoles cuyos libros individuales resultaban de escasa circulación.
El segundo apartado del libro consta de veintitrés artículos; la mayoría de ellos versan sobre el trabajo de distintos poetas: Alfonso Reyes, Juan Ramón Jiménez, Eliseo diego, Regino Boti, Rubén Martínez Villena, César Vallejo, Pablo Neruda, Fayad Jamis, Domingo Alfonso, Cintio Vitier, Ernesto Cardenal, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, Rubén Darío, Rafael Alberti, José Martí, Dulce María Loynaz y Nicolás Guillén, Gonzalo Rojas, Arturo Corcuera, Fina García Marruz, Pedro Mir. En general, se trata de artículos sucintos –reseñas, homenajes públicos, prólogos– a excepción de algunos, como el dedicado a Regino Botti que tiene la envergadura de un estudio sobre su poesía. La mayoría están ordenados cronológicamente: el primero, una reseña del libro Obra poética de Alfonso Reyes, para la revista Orígenes, data de 1953 y el último, de octubre de 2013, fue leído en el homenaje al poeta Pedro Mir, realizado por la Universidad Autónoma de Santo Domingo. En este aspecto, también se presenta una excepción: se trata de uno dedicado a César Vallejo escrito en 2013, que se incorpora a continuación de otro escrito en 1965. En la edición de estos trabajos del intelectual cubano, se ha querido que los artículos sobre el poeta peruano sean leídos en conjunto; además, ocupan el centro del volumen. El primero de ellos es el prólogo a la edición cubana de Poesías completas, de 1965. En él, Fernández Retamar, además de caracterizar la obra prologada, desarrolla una teoría sobre la emergencia de la vanguardia: “el rechazo (…) a la razón burguesa (…) (123). De ahí, por ejemplo, que el surrealismo aparentemente no más que una exaltación de lo irracional, ofrezca un ensanchamiento de la racionalidad (…)” (124). Establece, con ese eje, un paralelo entre la emergencia de la vanguardia en Europa y la escritura de Trilce (1922). Expresa que la de Vallejo es una poesía de situaciones (cursiva del autor) aun en la poesía posterior, Poemas humanos (1934). De ese modo, construye una explicación acerca de esa isocronía entre las manifestaciones vanguardistas en Europa y en Santiago de Chuco. El segundo artículo sobre Vallejo, de 2013, es el resultado de un trabajo de archivo: rastrea la presencia del poeta en el campo literario cubano, a través de la publicación de sus textos en revistas editadas y difundidas en la isla. La primera publicación data de 1927, en la Revista de Avance y se trata de “Poesía nueva” (130). En ese rastreo establece una distinción de esa presencia entre dos momentos: antes y después de la revolución. Si bien, señala que antes de la revolución, se le había reconocido por “su poesía superior, por la inmensa religiosidad y su militancia comunista” (135), a partir del triunfo de la revolución cubana, “se incrementó entre nosotros el interés por Vallejo” (135) y realiza un exhaustivo recuento de esa presencia.
Según esta lectura, merece destacarse también “Rubén Darío en las modernidades de nuestra américa” (191-214); data de 1988, en el centenario de Azul y fue publicado por primera vez en 1992. Dedicado a la memoria de Ángel Rama, el artículo expone una revisión crítica del concepto de “modernidad” en relación con el de “modernismo”. El espesor histórico de las reflexiones y las alusiones a los debates teórico-críticos en referencia a ese tópico en América Latina hacen de este un aporte con absoluta vigencia. Además, Fernández Retamar describe las acciones de Casa de las Américas realizadas en pro del centenario de Rubén Darío y de la organización del “Encuentro con Rubén Darío” celebrado en Varadero en 1967, como así también las diversas posturas que debatían la forma en que la revolución socialista, en Cuba, asumía la valoración del nicaragüense.
Como no podría ser de otra manera, adquiere relevancia, en este comentario, el trabajo dedicado a José Martí, “Contra el verso retórico y ornado”, prólogo a la edición de una antología de poesía martiana, publicada en España, en 2002. El prologuista aquí opta por pasar revista a la recepción crítica inmediata de la obra poética del poeta cubano y de realizar, de manera exhaustiva, la descripción del derrotero de publicación de la obra poética, escasa en vida del autor y, en consecuencia, problemática la que vio la luz póstumamente. Ofrece así unas coordenadas necesarias para leer la antología.
Dos artículos son dedicados al “poeta nacional”, Nicolás Guillén, “denominación que no le satisfacía demasiado” (243). El primero de ellos fue leído en ocasión del centenario del nacimiento de este poeta y de Dulce María Loynaz, en la Casa de las Américas en junio de 2002 y el segundo, “Nicolás Guillén: hispanidad, vanguardia y compromiso social”, de 2003 y sin datos de publicación anterior. Fernández Retamar hace hincapié en la hispanidad de Guillén, en su vínculo político con la España de la república. En términos literarios, destaca la incorporación del son y la creación de la “prosodia negroide” (252) y considera que “Guillén fue a partir de 1930 un auténtico poeta de vanguardia, lo que no quiere decir obligadamente vanguardista: si bien lo era en sus audacias idiomáticas y en algunas imágenes (…)” (257). Expresa que su poesía, “como toda la auténtica poesía de nuestra lengua desde finales del siglo XIX, procede de aquel movimiento intensamente renovador, no de sus epígonos desangrados y repetitivos, por supuesto. Sin embargo me doy cuenta de lo discutible del criterio, según el cual nuestra verdadera vanguardia sería el modernismo” (258). Desde el punto de vista temático, califica a Guillén “poeta de la descolonización” (260) y también “el gran poeta del amor y de la muerte, de la nostalgia y del humor, de la flora y de la fauna, de la risa y de la ansiedad (…). Nada de lo humano le fue ajeno” (261).
Como síntesis de esta segunda parte de La poesía, reino autónomo podría decirse que contiene artículos que colaboran con una historia de la poesía hispanoamericana y con una teoría de la historia de la poesía, aun siendo textos escritos para coyunturas específicas. Por ejemplo, en el artículo referido a la obra de Domingo Alfonso, expresa: “Cada época no tiene solo su poesía, sino también su poeta, su modo de ser poeta (…) posmodernismo, vanguardismo, trascendentalismo, todos han supuesto tanto una manera de poesía como una manera de poeta” (158). Además, en la mayoría de ellos, puede leerse una línea autobiográfica que expone rasgos del derrotero intelectual de su autor: sus lecturas por supuesto, sus amistades más cercanas: Fayad Jamis, Cintio Vitier, Fina García Marruz, por ejemplo, o la persistencia de una figura faro como la de Miguel de Unamuno “(a quien yo admiraba sin tasa)” (257).
Finalmente, la tercera parte del libro consta de doce textos breves, ordenados cronológicamente, todos escritos en ocasión del fallecimiento de poetas y escritores ilustres o bien como recordatorio de su muerte: Gabriela Mistral, Alfonso Reyes, Jules Supervielle, Ezequiel Martínez Estrada, Roque Dalton, Jorge Luis Borges, entre otros. Cierra esta última parte y también el libro “Primeras palabras sobre Cintio muerto”, líneas redactadas para La Jiribilla, en 2009. En ese texto, además de la pena por la pérdida del “amigo más fino y constante” (304), se refuerza la historia intelectual compartida de la construcción de la institucionalidad literaria cubana.

Diana Moro

Instituto de Investigaciones Literarias y
Discursivas , IILyD
Universidad Nacional de La Pampa
Argentina