ARTÍCULOS

TRAYECTO TRANSATLÁNTICO

Julio Ortega
Brown University
julio_ortega@brown.edu

Resumen: Este ensayo propone el escenario teórico de la crítica trasatlántica como situado en el contexto dialógico de las disciplinas literarias, cuyos orígenes europeos y desarrollos latinoamericanos dan cuenta de variantes y articulaciones que configuran una tradición del saber crítico de vocación horizontal. La crítica transatlántica, propone el autor, corresponde también a la conceptualización de la complementariedad de la tradición cultural tanto de las lenguas originarias como de las literaturas que hacen del lenguaje (Inca Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de Ayala, José María Arguedas) un lugar no de oposiciones binarias sino de conjuntos y construcciones inclusivos y secuenciales. Una hipótesis de la literatura como hospitalidad se plantea, en consecuencia, como tarea.

Palabras clave: Crítica transatlántica; Lenguas originarias; Conceptualización del espacio de la complementariedad; Literatura hospitalaria.

Transatlantic Trajectory

Abstract: This essay locates the theoretical scene of transatlantic criticism within the dialogical context of literary studies, whose European origins and Latin American elaborations account for variants and articulations that meet to create a horizontal tradition of critical knowledge. The author argues that transatlantic criticism also corresponds to the concept of the complementary of the cultural traditions both of originary languages and literatures, making language (Inca Garcilaso de la Vega, Guamán Poma de Ayala, José María Arguedas) a place not of binary oppositions but of inclusive and sequential collectivities and constructions. A hypothesis of literature as hospitality is consequently proposed as the task of criticism.

Keywords: Transatlantic criticism; Originary languages; Conceptualization of complementary spaces; Literature as hospitality.

Para documentar el desarrollo de los estudios transatlánticos, que empiezan con este siglo, lo primero que hay que decir es que éste sigue siendo un campo crítico en construcción. Al revés de las prácticas críticas del siglo anterior, que se definen a partir de su autoridad genealógica o teleológica, esto es, por su voluntad de verdad, los estudios transatlánticos se definen mejor por su carácter inclusivo, metodología dialógica y voluntad anticanónica; esto es, por su despliegue procesal.
Por lo demás, confío que sus protocolos académicos, tanto como su fe en los relevos, se hayan hecho patentes en los siete congresos internacionales, convocados por el Proyecto Transatlántico en la Universidad de Brown, en Providence, entre 2000 y 2015. Estos congresos organizados por los estudiantes graduados y coordinados en sus últimas ediciones por María Pizarro Prada, PhD 2013, contaron con la colaboración de la Cátedra Julio Cortázar de la Universidad de Guadalajara, la Cátedra Alfonso Reyes del TEC de Monterrey, la Coordinación de Difusión Cultural y la Dirección de Literatura de la UNAM, el Instituto Cervantes de Nueva York, la Cátedra Bolaño de la Universidad Diego Portales de Chile, la Fundación Santillana de Madrid y el CNRS de París.
La hipótesis de una literatura hospitalaria, capaz de recuperar la calidad ética y colegial del lenguaje en la comunidad académica, amenazada hoy, como cualquier otro colectivo, por la lógica del mercado, ha surgido de estos encuentros, diseminados en cursos, dossiers, libros, y nuevos coloquios. Este evento (en efecto, sin principio ni final) postula una resignificación nomádica dentro de las Humanidades Globales, tanto como una permanente puesta en duda, o sea, al día, de cualquier República de las Letras. Complementariamente, los congresos que distintas universidades de América Latina y Europa han dedicado, año de por medio, a las literaturas nacionales en su interconectividad atlántica, se plantearon, y aún exploran, las varias triangulaciones de las nuevas dinámicas transfronterizas que iluminan esas literaturas, cada vez menos monológicas en universidades, quiero creer, menos piramidales. Estos congresos tuvieron lugar en la Complutense de Madrid, las Universidades de Puerto Rico, Guadalajara, La Habana, Granada, Barcelona y en la Pontificia Universidad Católica del Perú. Por su lado, un grupo de estudios del Barroco ha sido especialmente productivo en la Universidad de Western Ontario, Canadá; en la Universidad Nacional de La Plata ha empezado una revisión atlantista de la tradición crítica argentina; mientras que en la Universidad de París en Nanterre, otro grupo atlantista se interesa en la historiografía literaria; en la Universidad de Lovaina, los grupos de trabajo giran en torno al ensayo transatlántico, la recepción, los nuevos géneros; y, en la Universidad de Colonia, Gesine Müller anuncia un proyecto de largo aliento dedicado a la difusión global de la literatura latinoamericana. Y se acaban de sumar a esta constelación un grupo multidisciplinario de jóvenes colegas en la Universidad de Harvard y otro, no menos pertinente, en la Universidad de Ghana, que planea dedicarse a la triangulación de África, España y las Américas. No menos inspirados son los proyectos editoriales basados en coloquios que sobre España y América Latina han conducido Carmen de Mora en la Universidad de Sevilla; Ana Gallegos Cuiñas, Álvaro Salvador y Ángel Esteban en la Universidad de Granada; así como la imprescindible serie de tomos antológicos de crítica transatlántica postcolonial que han compilado para Anthropos, con espíritu comprehensivo, Iliana Rodriguez y Josebe Martínez. La primera exploración del atlantismo como la plataforma intelectual de una literatura hospitalaria es adelantada por Beatriz Ferrús y sus colegas de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Me hago cargo de que informa al origen de nuestro Proyecto Transatlántico la noción Andina de la complementariedad, esto es, de la conceptualización del espacio no como dado ni como oposicional, sino como construido y en proceso de articulación; un lugar que no sólo es público o privado sino colectivo y aleatorio, inclusivo y complejo, capaz de producir otros espacios contiguos. La metáfora “transatlántica” es el diseño de conjuntos en contacto, que cotejan, debaten y serializan su combinatoria tanto como postulan horizontes de futuro, que ofrecen a lo local espacios virtuales de respiración y proyección. El Inca Garcilaso de la Vega, Felipe Guamán Poma de Ayala, José Carlos Mariátegui, José María Arguedas ofrecen lecciones de espacios ocupados y latentes, por hacerse y por legitimarse; y también por desocuparse, como la alegoría del lenguaje encerrado en espacios excluyentes que Arguedas construye en Los ríos profundos, donde el pueblo está dentro de una hacienda y el mercado de las mujeres es el lugar alterno, del canto y el cuento. Las piedras de la fortaleza en los Comentarios del Inca Garcilaso como las del muro en la novela de Arguedas y la piedra cansada en Vallejo son sílabas de un lenguaje capaz de construir otro discurso y hacer lugar.
La variedad de trabajos transatlánticos, compilaciones en revistas y editoriales académicas es sintomática del peregrinaje que signa al carácter transicional de estas tareas. Cada uno de estos libros parece un manual de instrucciones para armar un aparato de lectura, que habrá que poner a prueba. Este movimiento crítico entre espacios nomádicos y resituados postula una geotextualidad de nuevas articulaciones y una productividad intelectual que busca acompañar, en los exilios y desplazamientos, a la biografía de la lectura que se ha ido configurando en este período de especial violencia interpretativa y angustia de autoridad. El mapa del trabajo trasatlántico fue prefigurado por los primeros discípulos americanos de los profesores exiliados de la Europa nazi y de la España de la Guerra Civil. Prefigurado, esto es, desde la historia política del exilio, que incluye a académicos judíos, italianos y alemanes (Eric Auerbach en Egipto es una de sus versiones) tanto como a la diáspora española, cuyo magisterio sumó varias tradiciones (desde la filológica de Amado Alonso en la Universidad de Buenos Aires hasta la reinterpretación de la historia española a partir de su heterogeneidad, que propició Américo Castro en los Estados Unidos). Bien visto, nos debemos a esa biografía intelectual rizomática.
Por lo demás, la puesta al día en las Américas de las disciplinas de historia y filología demostraba que, aun en el campo acotado de las literaturas nacionales, sus practicantes no dejaban de proyectarlas en el proceso de la modernidad crítica. Hay, por ello, un archivo nacional de la lectura, por ejemplo, filológica de los clásicos y modernos en cada región académica de América Latina. Creer que los estudios transatlánticos privilegian en sus cotejos la ecuación española es ignorar que el Barroco, Cervantes, Góngora, e incluso el Medioevo, pasaron por la actualidad de una lectura local, lo que alimentó su desarrollo al intervenir, reapropiar y actualizar esas fuentes otro modelo, el de una nueva sintaxis inclusiva. Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Juan Goytisolo, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Haroldo de Campos, Severo Sarduy dialogaron creativamente con ese repertorio, mientras que las disciplinas literarias, cada una según sus persuasiones y métodos, fueron una memoria compartida por la lectura crítica de quienes en los años 60 serían (a veces sin saberlo) nuestros maestros: Luis Jaime Cisneros y Gustavo Gutiérrez, Antonio Alatorre y Francisco Márquez Villanueva, José Durand y Francisco Rico, Enrique Pupo Walker y Darío Villanueva, Emir Rodríguez Monegal y Ángel Rama, Ana María Barrenechea y Milagros Ezquerro, José Juan Arrom y Alberto Escobar, Claude Fell y John Murra, Antonio Cornejo Polar y Pedro Lastra, Armando Zubizarreta y Joaquin Marco... Y cada quien sabrá reconocer, desde su turno, su propio linaje. Todo trayecto atlántico está hecho de grandes interlocutores, a cuya lección le devolvemos la palabra. Esta generación cruzó varias orillas, y nos hizo contemporáneos de todos los lectores.
Tampoco es casual que las lenguas originarias se nos aparezcan hoy no solo como víctimas de la violencia colonial sino como instrumentos de conocimiento capaces de reapropiar bienes y conceptos a partir de su sintaxis aleatoria, confirmando, así, el modelo cultural operativo: el de los andenes andinos que permiten leer como compartibles espacios y bienes que en la lógica del mercado solo se conciben como propiedad y autoridad. El hecho de que Arguedas escribiera en un español andino donde el sustrato quechua reorganiza la dicción demuestra que, entre el quechua y el español, optó por una lengua poética, una instancia capaz de negociar la violencia y adelantar la legitimidad de la equivalencia. Nadie habla esa tercera lengua, pero es la que todos hablaríamos en el Perú si fuésemos bilingües. En el formidable relato Montacerdos de Cronwell Jara, que es la mejor actualización del modelo arguediano, la familia apocalíptica que deambula por el desierto ilegible, sin centro, de la marginalidad sub-urbana es una figura arrancada de raíz, como el quechua mismo, por la pobreza extrema. La mayor pobreza es la pérdida de la lengua originaria, el extravío de las referencias, la falta de información. La madre loca y el hijo idiota, sin embargo, se deben al relato de la hija, responsable de la narración y capaz de sostener un habla sustitutiva, un lugar de refugio dentro del lenguaje deshumanizado. Pocos relatos nos dicen que la pérdida del espacio es la pérdida del lenguaje y que el habla del refugio es el último recurso que la literatura provee al desamparo.
La teoría de la lectura transatlántica, creo yo, tiene la forma de nuestra biografía de lectores, y está, por ello, explícita en los trabajos que postulan una sintaxis de conjuntos que dan cuenta de la recuperación del espacio público y la intimidad del habitat. Postula una escenificación de los tiempos ganados por el diálogo y el debate, donde resuenan las voces de una dolorosa fraternidad. Me temo, para frustración de la secretaría disciplinaria, que no haya una sino varias teorías de la articulación transatlántica.
Para la agenda de esta década se nos impone una crítica mejor documentada del escenario de la recepción de la última literatura latinoamericana, tanto de sus figuras ya mediáticas como de sus géneros cada vez más livianos. Asistimos a la extraordinaria ironía de que la región latinoamericana vive un desarrollo económico pocas veces visto pero, al mismo tiempo, nunca ha sido más infeliz, no sólo por la corrupción sistemática sino por la violencia feroz. Los escritores mediáticos no se preguntan por el sistema que los sostiene, pero viven su éxito como una batalla en vivo y en directo.
Por otro lado, urge recuperar los modelos del diálogo humanista, la lección de su civilidad letrada. Nos falta explorar el edificio dialógico que construyen las obras de algunos modelos claves, por ejemplo, la conversación dentro de otra conversación que ocurre en los Comentarios reales, entre el Inca Garcilaso y Petrarca, y que podría resonar en la conversación imaginada por Montaigne con Platón acerca del descubrimiento de América. Después de todo, ya Petrarca se quejó de los demasiados libros y los muchos títulos de bachilleres, a nombre de una conversación más concurrida y discernida. Hasta la imagen de sí mismo que Guamán Poma de Ayala dibujó entregándole la Corónica al Rey Felipe tiene su origen en la imagen escolástica del hagiógrafo que le entrega al Papa la vida del próximo santo canonizado. No es que Guamán se asumiese como santo laico sino que, intelectual preclaro, sabía que la comunicación se debe a los protocolos, que él, desde su Quechua mundano, debía reapropiar para que su espacio andino sea parte de la nueva constelación. El protocolo, sabía Guamán, es el mensaje. Es cierto que su carta se demoró cuatro siglos en llegar, aunque los destinarios de esa carta somos nosotros.
Pocos modelos de la comunicación humanista son más elocuentes que la conversación de Don Quijote y Sancho. No hay héroe más humanista que el hombre analfabeto porque no hay labor humanista más dichosa que la de enseñar a leer. La novela, en efecto, lo hace y Sancho aprende a leer. Lee como un sabio cada caso que juzga en la Ínsula, casi como si leyera una novela italiana. Tú eres más sabio que muchos escritores, le dice Don Quijote, como buen maestro iniciático. Entre el lector que habla en locura y el analfabeto que habla como sabio, la novela suma los espacios opuestos.
Si de esta literatura hospitalaria se trata es porque, como ocurre en Terra nostra de Carlos Fuentes, el héroe es un joven lector que interviene el paisaje de los clásicos. Gracias a esa libertad somos acogidos en el relevo de la lectura más creativa. No en vano nuestros clásicos –en manos de los más jóvenes– son cada vez más modernos.

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Fecha de recepción: 29/06/2015
Fecha de aceptación: 20/07/2015