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ARTÍCULOS

LA REPRESENTACIÓN DE LAS MUJERES NATIVAS DE PAMPA Y NORDPATAGONIA (ARGENTINA) EN LA MIRADA DE DOS VIAJEROS. SIGLOS XVIII Y XIX

THE REPRESENTATION OF THE NATIVE WOMEN OF PAMPA AND NORDPATAGONIA (ARGENTINA) IN THE GAZE OF TWO TRAVELERS. EIGHTEENTH AND NINETEENTH CENTURIES

Mabel Fernández

Universidad Nacional de La Pampa /

Universidad Nacional de Luján

Bibiana Andreucci

Universidad Nacional de Luján

María Teresa Boschín

Universidad Nacional de Luján

Resumen: En este trabajo se analizan los textos de dos viajeros que se refieren a las mujeres nativas que habitaron la campaña bonaerense y el norte patagónico durante los siglos XVIII y XIX: Guillermo Cox y Félix de Azara. Consideramos que sus representaciones están influenciadas por las ideas de domesticidad y moralidad vigentes en ese período y nos proporcionan una imagen distorsionada, que entendemos constituye un tipo de violencia simbólica. Tanto la mujer indígena como la “china” son relegadas a los espacios domésticos que, si bien son parte de su ámbito cotidiano, se presentan como lugares donde pueden realizar no solo gran parte de sus tareas sino desempeñar roles importantes en el mantenimiento de la vida, gozando, en muchos casos, de injerencia en la propiedad y la administración de bienes. En forma general, las ideas evolucionistas vigentes en esa época colocaron a estas sociedades en los estadios menos avanzados del progreso humano.

Palabras clave: Mujeres; Estereotipos; Violencia simbólica.

Abstract: This paper analyzes the texts of two travelers who refer to the native women who inhabited the Buenos Aires campaign and the Patagonian north during the eighteenth and nineteenth centuries: Guillermo Cox and Félix de Azara. We consider that their representations are influenced by the ideas of domesticity and morality in force in that period and provide us a distorted image, which we understand constitutes a type of symbolic violence. Both indigenous and "Chinese" women are relegated to domestic spaces which, although they are part of their daily environment, are presented as places where they can not only perform much of their tasks but also play important roles in the life maintenance, enjoying, in many cases, interference in the ownership and administration of property. In general, the evolutionary ideas in force at that time placed these societies in the less advanced stages of human progress.

Keyword: Women; Stereotypes; Symbolic violence.

Introducción: la mirada no es neutral

En este trabajo intentaremos indagar la forma en que, durante los siglos XVIII y XIX, viajeros y exploradores construyeron la imagen de las mujeres indígenas y criollas en el ámbito pampeano y nordpatagónico. Enfocamos este amplio espacio conscientes de las diferencias culturales, étnicas y sociales existentes entre los grupos que lo habitaron, pero nuestro propósito, lejos de soslayarlas, es señalar cómo los observadores ilustrados, tanto europeos como criollos, elaboraron y reprodujeron una semblanza en principio homogénea y generalizadora de las mujeres nativas. Planteamos que esta representación estuvo fuertemente condicionada, como cabría esperar, por los cánones del ideal femenino vigentes en el Viejo Mundo. En especial, nos interesa analizar el concepto de domesticidad, tal como lo plantea Gloria Franco Rubio (2012), y ver en qué medida puede aplicarse al estudio de las mujeres en el espacio considerado.

Durante el siglo XVIII se operaron en España una serie de cambios de los que resultó la segregación entre espacios público y privado, lo que demandó nuevas formas de administración. El segundo quedó asignado a las mujeres y la domesticidad pasó a constituir un aspecto íntimamente ligado con estas transformaciones. En palabras de Franco Rubio (2012, p. 21):

La domesticidad es una invención, una construcción cultural, un artificio humano; un concepto abstracto que hace referencia a la forma de concebir  el hogar y el espacio circunscripto a él -el ámbito doméstico- de manera que la ocupación física, psicológica y simbólica de la vivienda adquiera sus rasgos determinados, llegando a generar un estilo y una forma determinada de vida; en este sentido propone crear para sus moradores un marco para la convivencia y de cohabitación que, al basarse en ciertas normas que facilitan la satisfacción de las necesidades fisiológicas y emocionales, puede asegurar el orden y la estabilidad internas, siendo percibido por sus residentes como radicalmente distinto al espacio exterior, en tanto  desordenado e inestable. 

Parafraseando a la autora (2012), concebimos a la domesticidad como una construcción sociocultural, sometida a una serie de reglas y a una codificación que incluye una actitud mental, una disposición psicológica y un sistema de pensamiento en el que se mezclan discursos y prácticas, que forman parte de lo que algunos autores llaman “estructuras mentales invisibles”. Se trata de una teoría articulada por pensadores, ideólogos e intelectuales que fue expresada a través de la cultura oral, visual y escrita como modelo ideal de vida, especialmente proyectada para confinar a las mujeres y que fue difundida al resto de la sociedad a través de una gama variada de instrumentos propagandísticos que iban desde el sermón religioso hasta los textos escritos. Similares consideraciones regían para el concepto de moralidad, propio de la ideología liberal de la burguesía, que implicaba el disciplinamiento de las mujeres. El tercer concepto que revisaremos es el de sociedades simples en oposición con el de complejidad social. Finalmente, colocaremos en tensión las contradicciones subyacentes en los discursos analizados.

Reconocemos que no existe neutralidad en ninguna de las instancias de la observación, ni en la del autor ni en la resultante del proceso de investigación científica, y que toda producción escrita o gráfica está influenciada por la intencionalidad de quien la realiza, el contexto histórico-social, el destinatario y, en este caso, la observación a partir de un colectivo masculino que interpreta desde su propia óptica las acciones de los distintos agentes sociales (Di Liscia, 1999)[1]. Según De Certeau (1993, p. 52):

(...) es un hecho que el historiador se halla en una posición inestable. Si da la prioridad a un resultado “objetivo”, si intenta colocar en su discurso la realidad de una sociedad pasada y si desea devolver la vida a un desaparecido, reconoce siempre en toda reconstrucción el orden y el efecto de su propio trabajo.

A partir de estas premisas indagaremos dos testimonios para aproximarnos a la representación que se forjó acerca de las mujeres indígenas y de las del ámbito rural. Los estereotipos resultantes no fueron suficientemente discutidos por la academia y persisten -en algunos casos- hasta la actualidad, si bien la renovación historiográfica de las últimas décadas del siglo XX ha mostrado su escasa validez empírica. Creemos que es importante analizar la construcción de estos imaginarios porque constituyen formas de violencia simbólica que proporcionan una imagen distorsionada de la vida de estas mujeres. En este caso, es en el ámbito de la expansión colonial primero y de la conformación de los Estados Nacionales más tarde, en el que los testimonios que nos ocupan adquieren sentido. Ellos reflejan las relaciones desiguales de poder entabladas entre los europeos primero y los criollos después, representantes de la “civilización”, y las poblaciones indígenas y rurales quienes encarnaban el “salvajismo”. La mirada hacia el aborigen se dirigió a identificar ciertas variables como lo exótico, lo puro, lo auténtico, lo natural y lo no contaminado, atributos que los colocaba en el polo opuesto a los civilizados. Esa visión positiva se confrontaba con la atribución de un carácter indolente. El gaucho y la china, por otra parte, fueron despreciados adjudicándoles toda clase de malos hábitos. La idea de oposición salvajismo-civilización, vigente desde el siglo XIX hasta entrado el s. XX, va cediendo -en la segunda mitad de este último- ante el concepto de complejidad social acuñado en el marco de otro contexto de producción.  

Tomaremos dos textos, la semblanza de las mujeres indígenas patagónicas que construyó Guillermo Cox (1863) y las de la campaña del litoral que configuró Félix De Azara (1998 [1781-1801]).

Guillermo Eloy Cox Bustillos (1828-1908), era hijo de Nataniel Cox, marino y cirujano oriundo de Inglaterra que se radicó en Chile, y de Javiera Bustillos. Guillermo también estudió medicina. En enero de 1859 exploró la ensenada de Reloncavi hasta la desembocadura del río Petrohué. La ambición de Cox era hallar una vía que permitiera la fácil comunicación de la región de Llanquihué con "Chile Oriental o Patagonia" y provincias argentinas, sin los inconvenientes que presentaba la vía del Estrecho de Magallanes, el Cabo de Hornos o las altas cordilleras. Pensaba hallarla por el camino del Limay y del Río Negro. Partió en diciembre de 1862 por el camino de los lagos, paso de los Raulíes y llegó al Nahuel Huapi. En enero de 1863 naufragó en la confluencia del río Limay con el Traful. Se encontró allí con gente del cacique Paillacán que lo condujo hasta la toldería. En febrero de 1863 realizó un segundo viaje, pero no logró llegar a Carmen de Patagones. En marzo regresó a Valdivia. Su diario Viaje en las Rejiones Septentrionales de la Patagonia, 1862-1863 se publicó en este último año.

Félix de Azara fue un militar, ingeniero, explorador y naturalista español. Estudió en la Universidad de Huesca y luego en la Academia militar de Barcelona. A los treinta y cinco años, inesperadamente, recibió la orden de venir a América y ponerse bajo las órdenes del virrey Vértiz, que le encomendó formar parte de la Comisión de límites con Portugal, en Brasil. Luego, se instaló en Paraguay durante trece años y en 1796, de regreso a Buenos Aires, recibió el mando de la frontera sur del virreinato y se le ordenó hacerla avanzar hacia la Patagonia. Finalmente, volvió a España en 1801. Su obra constituyó una valiosa contribución a la geografía, la etnografía y al conocimiento general de las regiones del Paraguay y Río de la Plata. Es considerada una fuente primaria, resultado de sus propias experiencias y observaciones vertidas en Viaje por la América Meridional. Se lo puede considerar un explorador-naturalista o un viajero científico, ya que a partir de un nuevo género: el relato de viaje, estos escritores, dieron a conocer el continente americano al resto del mundo, con minuciosas descripciones geográficas, de su fauna y flora y de sus costumbres.

El toldo y el rancho: dos espacios domésticos

La mujer indígena

Durante los primeros siglos del descubrimiento y colonización de América, el imaginario colectivo produjo todo tipo de mitos sobre los nativos de los que resultaron arquetipos que oscilaban entre lo real y lo sobrenatural (Castro Hernández, 2012). Los escasos conocimientos sobre los pobladores de las lejanas tierras australes acumulados en la etapa inicial de la conquista, y que dieron lugar a la idea de gigantismo que perduró hasta bien entrado el s. XVIII (Pernetty, 1770: Pl. XVI), fueron lentamente reemplazados por observaciones más pormenorizadas de las poblaciones indígenas. La mujer se relacionó tempranamente con su rol de madre, nada más cercano a la naturaleza femenina. Para aquellas que habitaron la Patagonia, paulatinamente fue estableciéndose un perfil que las colocó en el espacio doméstico, ocupándose de múltiples tareas. Esta idea de “india trabajadora” tiene su contraparte en la del “indio-ocioso”, estereotipos muy arraigados que al menos deberían revisarse.

Cox (1863, p. 161) no escapó a este arquetipo:

Las mujeres en las tolderías del Caleufu i otras que hemos visitado, no tenian otros trabajos más que los propios de su sexo entre jente civilizada. Cuidan sus hijos, hacen la comida, tejen ponchos i preparan cueros de guanacos. Todo esto es trabajo de mujer.

Otras de sus tareas se relacionan, con el aprovisionamiento de agua, el encendido de los fogones, la recolección y distribución de manzanas, la desinstalación y rearmado de los toldos, el traslado ecuestre de las criaturas en cunas, el protocolo, el cuidado de sus maridos cuando están ebrios y la participación en ritos de pasaje: menarquía y muerte. Todas estas actividades se enmarcan en las denominadas tareas de mantenimiento (González Marcén y Picazo i Gurina 2005).

Pese a lo antedicho, el texto de Cox abunda en referencias que contradicen la imagen de la mujer dedicada exclusivamente al espacio doméstico. En principio, ellas tenían diversos estatus sociales: la mujer principal del cacique se distinguía de las demás de la toldería, las chinas[2]; el resto del universo femenino estaba integrado por las viudas, las sirvientas y las cautivas. Cox describe reiteradamente a la mujer principal del cacique Paillacan: Pascuala. Ella misma aludía a su linaje: “(...) yo soi la mujer de Paillacan, el cacique de los Pehuenches; la hija del cacique frances de los Tehuelches, la hermana del caciquito frances; mi padre tiene muchas yeguadas (...)” (Cox 1863. p. 92).

Pascuala tenía sus propios rebaños: “(...) cuando hice algunos regalos de charqui i de harina al viejo Paillacan, me dijo que sentia no poder retornarme algo porque las ovejas que veia en el corral todas pertenecian a su mujer (...)” (Cox 1863. p. 161). Para el cuidado de las ovejas contaba con los servicios del cautivo Ignacio Argomedo: “Nunca (...) olvidaré las eternas frases de Ignacio-mamuln; Ignacio-ovijias. En castellano, Ignacio anda por la leña, Ignacio anda por las ovejas, con que Pascuala atormentaba a Ignacio todos los dias.”  (Cox 1863. p. 173). Otras evidencias de su posición social destacada eran su atavío, la mayor cantidad de aguardiente que consumía, no sólo en su propio toldo, como era obligatorio para las otras mujeres, sino en otros. Según Cox, el adulterio masculino era excesivamente raro, pero señala uno cometido por Pascuala que se retiró a otro toldo en compañía del dragón Celestino que había llegado desde Carmen de Patagones para invitar a los caciques a trasladarse a esa ciudad con la perspectiva de firmar un tratado de paz.  

 Las sirvientas y cautivas tenían distintas procedencias: mujeres vendidas o tomadas prisioneras, tanto las pertenecientes a distintas parcialidades indígenas como a la sociedad hispano-criolla. Su estatus era diverso, desde la servidumbre hasta una posición más relevante si se convertía en esposa de algún cacique.

La primera situación se ejemplifica con el caso de

(...) Calli-Pai, jóven Huaicurú, (...) habia venido a la toldería, con la primera mujer de Inacayal. (...) Era esclava, pero tratada con bondad (...) por (...) su dueña. La sola cosa que la diferenciaba de las otras era que no podia llevar los mismos adornos que las otras chinas. (Cox 1863. p. 162 ¾).

La segunda, se trata de una cautiva blanca, Elisa Bravo, sometida por los indios después de un naufragio en las costas de Valdivia. Su derrotero fue incierto hasta que Cox la refiere viviendo en las tolderías del cacique Huitaillán, casada con un hombre mayor con el que tuvo tres hijos. Él tenía otra mujer, pero Elisa era la preferida.

En cuanto a las viudas, para pagar los gastos del entierro y su celebración se sacrificaba la mitad de los animales que poseía el muerto. La otra mitad, la heredaba la mujer que tenía más hijos. Las otras quedaban en libertad de trasladarse a otro sitio o convivir con la heredera. En los cautivos se delegaba el aprovisionarlas de leña y agua.

A pesar de que las mujeres no tenían injerencia en la concertación del matrimonio, tenían otras prerrogativas que les permitían poseer bienes y realizar intercambios, como lo atestiguan los siguientes párrafos:

Entre los indios las mujeres se compran, este artículo tiene algunas veces mucho valor segun el rango de la mujer o su belleza. Nuestro Paillacan se había arruinado con la adquisición de Pascuala por la cual decia la cronica de los toldos que habia pagado en prendas de plata i animales el número de cuatrocientos. (...) la convencion tiene lugar sin que se consulte a la mujer (...). Los indios pueden tener tantas mujeres como pueden comprar, pero la primera tiene casi siempre el primer rango, las otras son consideradas mas bien como sus criadas. (Cox 1863, p. 171).

Las mujeres en la toldería del Caleufu i otras que hemos visitado (...) tienen influencia en el menaje, ademas, poseen como los hombres, i tienen sus propiedades particulares. (Cox 1863, p. 161).

Debo decir aquí, como un razgo de sus costumbres, que todo el tiempo de cambalache, el pehuenche consultaba a su mujer, i ademas, iba a concluirse el trato, cuando la china puso por condicion que se le diese a más algunas chaquiras, so pena de romper el trato. Esto probará que la mujer tiene cierto peso en el menaje. (Cox 1863, pp. 139-140).

En mi última visita a los toldos de Paillacan queria tratar con Quintunahuel hijo de ese cacique para cambalachar por un poncho overo. Me dijo que su mujer estaba ausente i que no queria tratar sin la presencia de ella (Cox 1863, p. 162).

En el relato de Cox podemos observar la tensión entre una representación de las mujeres signada por la idea de domesticidad y la ostentación de ciertos privilegios que les permitían decidir sobre sus bienes sin intervención de sus maridos. Sin embargo, el matrimonio concertado por compra pone en evidencia la violencia que se ejercía sobre sus cuerpos. Una vez fijado el precio y ya conviviendo con el marido, una decisión que conservaban era proseguir o interrumpir el embarazo: “Pascuala (...), esto todos lo sabian, cada vez que se sentía embarazada se hacia (...) abortar apretándose el vientre con un cinturón.”  (Cox 1863, p. 171).

La china

Como mencionamos, Félix De Azara fue un viajero ilustrado que recorrió la campaña rioplatense a fines del siglo XVIII. Como tal, bregaba por reformas políticas y sociales de un territorio que se le presentaba bárbaro e indócil. Pero necesitaba conocer a los pobladores y sus costumbres, por eso, en Viaje por la América Meridional sobresalen sus descripciones minuciosas y sus exhaustivos registros que se han convertido en documentos de incalculable valor histórico. En esta obra es él quien observa y reflexiona, siempre en primera persona. Decidió pasar del itinerario al relato sistemático y dedicó una parte importante a los aspectos humanos. Por eso, al describir a las mujeres criollas entrelazó la perspectiva del reformista ilustrado y la del naturalista con la mirada personal de un hombre adulto.

Aunque De Azara permaneció soltero, eso no supuso que no tuviera trato con las mujeres. Su opinión sobre ellas quedó plasmada en su relato:

(…) y no es ésta la única ventaja que hace que los inteligentes prefieran las mulatas a las mujeres españolas, pues además pretenden que con dichas mulatas experimentan placeres especiales que las otras no les proporcionan. Además estas mulatas no son modelos de castidad ni resistencia, y es raro que conserven su virginidad hasta la edad de nueve o diez años. Son espirituales, finas y tienen aptitud para todo; saben escoger; son limpias generosas y hasta magníficas cuando pueden (De Azara, 1998, p. 276).

Este párrafo, cargado de sensualidad, muestra la liberalidad con la que puede referirse a las mujeres un funcionario ilustrado. Pero además refleja la persistencia del espíritu del conquistador: las mujeres están para ser tomadas, para dar placer, más aún las mulatas que por ser exóticas y misteriosas, dan placeres especiales, quizás porque son espirituales, finas, limpias y generosas. Ya en este párrafo aparece uno de los   tópicos más populares en relación con las mujeres criollas: su virginidad difícilmente pasaba los diez años.  No es esta la única referencia a esta cuestión:

 (….) Cada rebaño tiene un capataz, acompañado por un peón cada millar de vacas. El capataz generalmente es casado pero los otros no lo son (...) Sus mujeres y sus hijas sirven para consolar a quienes no están casados. Se da tan poca importancia a este asunto que yo no creo que ninguna de estas mujeres conserve su virginidad pasados los ocho años. Es natural que la mayoría de las mujeres consideradas españolas que viven en los campos entre los ganaderos, usen de igual libertad y ordinariamente también el padre y toda la familia duerman en la misma habitación (De Azara, 1998, p. 158).

El juicio de valor con que se refiere a la moral de las mujeres rioplatenses es común al de otros ilustrados que recorrieron la región, como Alejandro Malaspina. En la sociedad pastoril gauchesca, la mujer tenía un espacio muy acotado y la historiografía la describió pasiva, indolente y de vida sexual libre. Era la “china” y sobre ella, de la misma forma que sobre el gaucho, se fue construyendo un estereotipo, en el que los escritos de los viajeros tempranos – como De Azara o Malaspina- tuvieron especial importancia.  En sí, la cuestión de la temprana pérdida de la virginidad de las mujeres, era - y es- un tópico de uso habitual para describir a sociedades barbarizadas, violentas o aquellas que han sufrido guerras o invasiones   en las que las violaciones han sido frecuentes. En la obra de De Azara, quedan explícitas las relaciones desiguales de poder entabladas entre los europeos representantes de la “civilización” y las mujeres indias, mulatas o criollas rurales que encarnaban el “salvajismo”.

“Estos hombres son casi todos ladrones y roban hasta mujeres. Las llevan hasta lo profundo de los bosques desiertos, donde construyen una pequeña choza semejante a la de los charrúas (...) y las alimentan con carne de las vacas salvajes que hay en los alrededores. Yo he descubierto a las mujeres que habían robado. Una de estas mujeres, española, joven y linda, que hacia como diez años que vivía con esta clase de gentes, no quería reunirse con su familia y veía con sentimiento que yo la hiciera volver a casa de sus padres (De Azara, 1998, p. 164).

La representación de las mujeres como depositarias de placer ayuda a construir una imagen pasiva, a merced de los deseos del otro sexo, que sin embargo se ve cuestionada en otros párrafos de su obra en las que se las ve con capacidad de decidir sobre su propio cuerpo. Al referirse a los guaicurús, “una de las naciones más famosas en las historias y en las relaciones de estas regiones”, a la vez que “la más fiera, la más fuerte, la más guerrera y la de más talla”, solo quedaba en aquel momento “más que un solo hombre”, debido a la guerra constante con todos los demás y “a la costumbre bárbara adoptada por sus mujeres, que se hacían abortar y solo conservaban a su último hijo” (De Azara, 1998, p. 224).

En sus preocupaciones la relación de hombres y mujeres, la edad del matrimonio, la existencia de poligamia y la aceptación de la separación matrimonial y del adulterio, ocupan un lugar importante. Observa que la fecundidad indígena era generalmente inferior a la de los españoles y señala la existencia de prácticas de aborto y control de la población. Por ejemplo, las mujeres mbayás, tenían la costumbre de no criar más de un hijo o hija y matar a todos los demás. Cita las explicaciones que le dieron las mujeres de ese grupo: “nada más engorroso para nosotras que criar los niños y llevarlos en nuestras diferentes marchas, en las que con frecuencia nos faltan los víveres” (De Azara,1998 p. 223). Son las mujeres las que hablan, dan explicaciones y deciden sobre sus cuerpos. Este reformista borbónico, en su afán de otorgar rigurosidad a sus observaciones etnográficas, describe sin preámbulos las prácticas abortivas quizás porque entran en la categoría de comportamientos exóticos.

Comentarios finales

La institucionalización de la Antropología y la Historia coincide con el fin del siglo XIX y el inicio del XX. En el primer caso, su producción se basó -en lo fundamental- en la lectura y análisis de los testimonios de expedicionarios, viajeros y misioneros que habían concebido a los habitantes de Pampa y Patagonia como sociedades simples. En el segundo, la preocupación por el pasado indígena fue inexistente: “Los historiadores (...) dejaron su estudio en manos de arqueólogos y etnólogos.” (Mandrini, 2007, p. 21).  En ningún momento se consideró el concepto de complejidad de la cultura. Tendríamos que esperar a la década de 1970 para que se comenzaran a publicar trabajos antropológicos e históricos que replantearan la caracterización basada en las siguientes premisas: Pampa y Patagonia era un desierto, escasamente habitado por indios nómades de vida simple e improductivos (Boschín, 1992). Las relaciones entre hombres y mujeres no fueron simples y directas, algunos de los datos que mencionamos apuntan a la existencia de complejidad social. Por ejemplo, la institución matrimonial entre los cacicatos más prominentes era uno de los medios que permitía establecer alianzas entre linajes. Tanto en este caso como en el de los criollos pudientes, las uniones eran concertadas por las familias e implicaban un pago por parte del marido a través de ciertos bienes. El capital aportado era proporcional a las posibilidades de los contrayentes. Los matrimonios entre indígenas y criollos fueron frecuentes y podían formalizarse tanto a través de rituales cristianos como nativos. Cox relata el caso de Matías González, quien entregó su hija a un pehuenche a cambio de algunas prendas. El hecho trascendió al juzgado y la intervención de Cox impidió el progreso de la causa (Cox, 1863). Las mujeres indígenas formaban parte del orden político y económico, garantizaban la reproducción biológica y social, producían bienes a través de su fuerza de trabajo y participaban activamente en el comercio intra e interétnico. Este panorama se contrapone a la imagen inicial de Cox que las relega a las labores domésticas, a su entender las mismas que son propias de las mujeres civilizadas. Asimismo, cumplían roles importantes que, en muchos casos, las colocaban en una posición igualitaria con los varones, por ejemplo, en lo relativo a la disposición de su propiedad individual y el comercio del fruto de sus labores (Fernández, 2018).

La imagen que se forjó sobre las mujeres de la campaña, las chinas, fue mucho más allá de ubicarlas en el contexto doméstico e involucró apreciaciones acerca de su falta de decoro y probidad, resultado de las cuales se forjó el estereotipo de mujer inmoral. Según Félix de Azara, no respetaban las pautas de moralidad vigentes en su época, sin embargo, su polémica afirmación acerca de la edad en que las mujeres dejaban de ser vírgenes, es una presunción, carece de correlato empírico, según se desprende de la siguiente frase: “yo no creo que ninguna de estas mujeres conserve su virginidad pasados los ocho años”. En los dos ejemplos que hemos tomado puede verse cómo el contexto histórico, la procedencia y formación de los viajeros y la adaptación de las observaciones a los cánones culturales vigentes, condicionó la representación que ambos nos legaron de las mujeres. En el caso de las indígenas, el sesgo se refleja en asignarles un rol estrictamente doméstico a pesar de las variadas actividades que el mismo Cox les atribuía. En cuanto a las chinas, la perspectiva europocéntrica llevó a De Azara a brindarnos una imagen totalmente devaluada de las mujeres de la campaña.

La renovación historiográfica que se produjo en las últimas décadas sobre la sociedad colonial de la campaña rioplatense ha puesto en tensión  los estereotipos del  “gaucho” y la “china”,  construidos por  los hombres de ciencia, viajeros  europeos y funcionarios, como  Azara, que  como acabamos de demostrar, con descripciones muy folclóricas mostraron  a nuestras pampas pobladas por hombres solos, de a caballo,  rústicos, de costumbres  primitivas y hábitos casi salvajes (los gauchos), y por mujeres tan indóciles como los primeros. En estas descripciones influyó el asombro que les ocasionó   la escasa densidad del poblamiento, las grandes distancias entre los poblados, el carácter masculino que suponían las tareas eminentemente pastoriles, pero también las influencias del espíritu de la ilustración del siglo XVIII y del romanticismo de las primeras décadas del XIX. Los estudios sobre la familia rural rioplatense iniciaron con retraso y se desarrollaron sólo después de que los padrones de población, fuente habitualmente usada, destacaran la presencia de mujeres, niños y ancianos, manifiestos en la forma piramidal que adquirió la estructura de la población, así como una relación de masculinidad general, que no superó en más de un 20 % a la cantidad de mujeres, evidenciando la presencia de familias (Moreno, 2004). Los indicios de estructuras familiares en la campaña  ayudaron a que se construyera una visión dicotómica de la sociedad rural rioplatense con dos posturas contrapuestas: la que afirmaba que los  gauchos  y las chinas tuvieron  gran peso en una  economía que giraba en tono  a las estancias ganaderas, en las que  predominaron formas de vida criollas con organizaciones familiares inestables y, por otra parte, la que visualizaba familias campesinas y uniones estables, a pesar de la elevada ilegitimidad de los nacimientos.  

Pese a que se ha avanzado mucho en la historia de las mujeres, aún queda un largo camino por recorrer en la producción académica: “(...) la reconstrucción de la historia de las mujeres o la mirada de la historia desde un punto de vista femenino implica una redefinición de las categorías históricas aceptadas, que visibilice las estructuras ocultas de dominación y explotación” (Federici, 2020, p. 22).

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Notas

[1] Muy pocos escritos sobre Patagonia proceden de la pluma femenina, entre ellos los relatos de los viajes de Annie Brassey ([1876-77] 1881), Florence Dixie ([1880] 1998) y Eluned Morgan ([1899] 1976).

[2] El término china se aplicó en Argentina y Chile desde la época colonial para referirse a las indígenas y mestizas, denominación vigente hasta la actualidad con carácter discriminatorio en ciertos sectores sociales.