ARTICULOS

SABERES, PR�CTICAS Y CULTURA MATERIAL DE LAS MUJERES IND�GENAS PATAG�NICAS: LA VESTIMENTA COMO DIACR�TICO IDENTITARIO

KNOWLEDGE, PRACTICES AND MATERIAL CULTURE OF INDIGENOUS PATAGONIAN WOMEN: CLOTHING AS DIACRITIC IDENTITY 

Fern�ndez, Mabel

CIAFIC (CONICET)-FCH (UNLPam)

-Depto Cs Sociales (UNLu)

Guillermo, Ail�n

FFyL-UBA


Resumen

En este trabajo nos enfocaremos en el atuendo de las mujeres ind�genas patag�nicas a trav�s del an�lisis documental (textual y gr�fico) y del registro material. Dado que eran ellas las que mayormente se encargaban de proveer la vestimenta, su estudio nos permitir� conocer una de las tareas que m�s tiempo les demandaba. Adem�s, la manufactura, mantenimiento y uso del vestido involucra una serie de saberes, labores y objetos diversos: procedimientos t�cnicos relacionados con su confecci�n, actores sociales que participaban en las distintas etapas de la misma, aprovisionamiento de las materias primas necesarias, artefactos involucrados, espacios y tiempos donde se desarrollaban las actividades, conocimientos requeridos, destinatarios del producto final, trasmisi�n de los saberes,� distinciones etarias, sexuales y de jerarqu�as sociales y singularidades que hac�an de la vestimenta el registro material y visual de la pertenencia e identidad �tnicas. Nuestro objetivo en este trabajo es se�alar algunas de estas caracter�sticas del vestido, especialmente esta �ltima, y examinar el registro material potencialmente atribuible a las actividades relacionadas con su preparaci�n, uso y descarte.

Palabras claves: Patagonia-Mujeres ind�genas-Vestido-Identidad��

Abstract

In this work we will focus on the attire of the indigenous Patagonian women through documentary analysis (textual and graphic) and material record. Since it is the women who provide the clothes, their study will allow us to know one of the tasks that most demanded them. In addition, the manufacture, maintenance, and use of clothing involves a series of knowledge, tasks and various objects: technical procedures related to their production, social actors involved, provision of necessary raw materials, artifacts involved, spaces and times where the activities were developed, knowledge required, destination of the final product, knowledge transmission; age, sexual and social distinctions, and singularities that made the clothing the material and visual register of ethnic identity.� Our objective in this work is to point out some of these characteristics of clothing, especially the latter, and examine the material record potentially attributable to the activities related to its preparation, use and disposal.

Keywords: Patagonia-Indigenous women-Dress-Identity


 

1. Introducci�n

En este trabajo analizaremos la vestimenta de las mujeres ind�genas patag�nicas desde el punto de vista material y, adem�s, como probable identificador de estatus social y pertenencia �tnica. Desde la primera perspectiva, nos enfocaremos en la cadena de procedimientos relacionados con su confecci�n, indicando qui�nes son los actores sociales involucrados en esta actividad y cu�les los espacios seleccionados para realizarla; su uso, tanto en la vida cotidiana como en situaciones especiales y, finalmente, su descarte. A partir de estas observaciones nos planteamos generar expectativas dirigidas a identificar del registro arqueol�gico asociado con estas pr�cticas, sus posibles autores y los espacios donde pudieron desarrollarse. Este planteo nos lleva a utilizar la informaci�n procedente de dos tipos de fuentes: documental y material. La primera abarca tanto los escritos como las im�genes producidos por viajeros, funcionarios, sacerdotes, militares, etc., durante la conquista y colonizaci�n del territorio pampeano-patag�nico, como as� tambi�n los estudios etnogr�ficos recientes que registran la memoria de las comunidades originarias a trav�s de relatos, historias de vida o entrevistas, que enfocaremos desde una perspectiva etnosociol�gica (Bertaux, 1997). Estos dos tipos de documentos, que conforman los registros de viajeros, deben tomarse con recaudo ya que, generalmente, est�n permeados por el pensamiento euroc�ntrico y masculino y, en el caso de las im�genes, por las convenciones compositivas que reg�an la toma fotogr�fica.

2. Una primera distinci�n: "pellejos" y "vestidos"

Los documentos escritos que mencionan la vestimenta ind�gena se�alan una primera distinci�n entre "indios vestidos", haciendo referencia a aquellos que usaban ropa formal, normalmente tejida, y los que se cubr�an con "pellejos". Esta diferenciaci�n ten�a car�cter �tnico-identitario y se vinculaba con los grupos denominados araucanos, aucas o mapuches y los tehuelches, respectivamente. Los primeros ubicados en ambas vertientes de la cordillera andina y los segundos en el sector oriental. Esta contraposici�n aparece muy tempranamente, como lo testimonian las declaraciones de los testigos que acompa�aron a Hernando Arias de Saavedra en su entrada en busca de los C�sares, entre 1604 y 1605 (Leviller, 1917), y en la posterior expedici�n de su yerno, Ger�nimo L. de Cabrera (2000). Si bien los tehuelches incorporaron las t�cnicas textiles y el uso de adornos met�licos, una interlocutora ind�gena, Agustina Kilchamall, se�al que los "dibujos" utilizados en los tejidos difieren de aquellos aplicados a los quillangos y apunta que la adopci�n del tejido se debe, en parte, a la mayor disponibilidad de lanas de guanaco y de oveja frente a la escasez de cueros en momentos en que comenzaron a parcelarse las tierras en el territorio sur (Mill�n de Palavecino en Corcuera, 2017).

A pesar de los cambios arriba mencionados, la distinci�n entre ropa tejida y de cuero contin�a vigente en la segunda mitad del siglo XIX. Guillermo Cox, marino y cirujano ingl�s radicado en Chile, en su relato de la vestimenta de las mujeres de los toldos de Huincahual (que identifica como mapuche) apunta:

"La india en su tierna edad, anda vestida en invierno con una peque�a huaralca; en verano con dos mantitas; mas grandes, a la edad de diez a doce a�os, llevan el vestido com�n a todas las mujeres. Consta de una manta de lana gruesa o pa�o que se ata al hombro izquierdo con una aguja, dejando los brazos libres; las dos extremidades vienen a juntarse atr�s. El pecho cubierto; otra manta tapa las espaldas, i atada adelante por un alfiler mui grueso adornado jeneralmente de un gran c�rculo de plata. Otras veces es una bolita que tiene como siete u ocho cent�metros de r�dio. Los pendientes de las orejas son de plata asi como el cabo del alfiler, i consisten en una planchita cuadrada hasta de diez cm algunas veces. Un alambre de plata semi-circular los sujetaba a las orejas. Su coqueter�a es tener bonitas pulseras en los tobillos y mu�ecas hileras de dedales de colores pendientes de la aguja. Peinan sus cabellos en forma de trenzas..."

"Las mujeres Tehuelches solo usan cueros de guanaco como vestido pero con los mismos adornos de las otras." (Cox, 1863: 162)

La capa que se sujeta al hombro es el k�pan, kepan o quetp�m, la segunda manta es la ik�lla, iculla o iquila, el "alfiler" es el denominado tupu y los pendientes, el chawai.

En el mismo sentido, George Musters, marino y explorador ingl�s que realiz� una traves�a por Patagonia entre 1869 y 1870, se�ala lo siguiente sobre la vestimenta de las mujeres tehuelches:

"El traje de las mujeres consiste en una manta parecida a la de los hombres, pero sujeta a la garganta con un gran alfiler de plata provisto de un ancho disco, o con un clavo o una espina, seg�n sea el grado de riqueza o pobreza de la portadora, y debajo de eso, un bata de percal o tela liviana, que baja desde los hombros hasta el tobillo. Cuando viajan [las mujeres] se ajustan la manta con un ancho cintur�n adornado con cuentas azules y tachones de plata o bronce." (Musters, 1964: 240).

La referencia al uso de pellejos alude a los quillangos, capas o mantos de uso generalizado entre los ind�genas de Patagonia (Claraz, 1988; Cox 1863; Dixie, 1998; Hilger, 1957; Lista, 2006; Mach�n, 2013; Morgan, 1976; Musters, 1964; Pigafetta, 1922; Schmid, 1964; A. de Viedma, 1972) llamados g�trruj por los G�n�na K�ne (tehuelches septentrionales) y kay por los A�ni-k�nk (tehuelches meridionales).

Varias fotograf�as ilustran la preparaci�n y el uso de capas (Fig. 1), como algunas de las tomas realizadas por el fot�grafo Federico Kohlmann, austr�aco que lleg� a Argentina en 1820 (Biblioteca Nacional, Colecci�n Vistas de la Rep�blica Argentina: Tomo VIII) o las publicadas por Hatcher en el informe de la Universidad de Princeton (1903).

 

Figura 1. Mujeres tehuelches pintando en el suelo cueros de guanaco, 1895. Original Biblioteca Popular Agust�n �lvarez, Trelew.

 

Las relaciones con la sociedades colonial e hispano criolla abrieron un abanico de opciones para la vestimenta, como el uso de telas industriales, incluso de prendas confeccionadas. Francisco Mach�n (2013) se�ala, para fines del siglo XIX, que los ind�genas patag�nicos hab�an adoptado el traje del gaucho argentino. Sin embargo, se mantuvo el laboreo del cuero para la manufactura de capas. Silvana "Paten" Chapalala (Pati), en su historia de vida, describe la forma en que se vest�an y c�mo �sta fue variando:

"El vestuario de antes era una pollera larga abajo, como era la enagua de manga corta, finita, entera cerrada en el cuello, pero finita... despu�s la otra pollera gruesa arriba y encima el vestido entero de mangas largas bien cerradito los pu�os largos hasta los pies... el vestido arriba y despu�s reci�n el rebozo o "chamal" largo como el quillango... son dos... uno fino abajo prendido con prendedor chiquito y el otro que va arriba con piel o telas gruesas o tejidos de lana abrochado con prendedor grueso... pullover nada... o sea la enagua entera hasta los pies... encima el vestido de algod�n lo hac�an con telar o si no, cuando pasaba alg�n mercachifle con caballo, compraban la tela y despu�s rebozo m�s fino y otro m�s grueso... (en Aguerre 2000: 69).

A pesar de ello, el dise�o mantiene ciertas pautas, como el hecho de ser cerrado: ".nosotros no conocimos nunca el escote, era todo cerradito hasta arriba, y las mangas hasta ac�..." (en Aguerre, 2000: 68). Esta afirmaci�n coincide con los relatos de algunos viajeros que mencionan el recato con las mujeres ind�genas se vest�an y el cuidado que ten�an en no mostrar su cuerpo (A. de Viedma, 1972; Antonio Pineda en Priegue, 1971).

En lo que sigue, nos referiremos especialmente al trabajo del cuero.

 

3. La preparaci�n de las prendas

 

�Qui�nes las elaboraban?

Seg�n los datos documentales y las pr�cticas registradas en sociedades originarias actuales, son las mujeres quienes mayormente se ocupan de elaborar los atuendos (Coan, 2006; Cox, 1863; Dixie, 1998; Hatcher, 1903; Hilger, 1957; Lista, 2006; Musters, 1964) tanto para ellas como para todos los miembros de su grupo social. Mach�n (2013) apunta que la mujer casada era quien confeccionaba el abrigo de su marido, mientras que los solteros deb�an pagar por �l. Estas labores formar�an parte de lo que Gonz�lez Marc�n y Picazo i Gurina denominan actividades de mantenimiento (2005: 143).

Tan relevante era el trabajo del cuero para la confecci�n de mantas que George Musters lo considera "La ocupaci�n m�s importante de las mujeres en el campamento." (1964: 246). Cuando en 1870 la partida del cacique Orkeke llega al paradero Henno, Musters declara que ". todas las mujeres trabajaban activamente en la tarea de fabricar mantas ..." (1964: 223).

Coincidentemente, los datos etnogr�ficos y las historias de vida de interlocutoras[1]� ind�genas como Pati (en Aguerre, 2000) y Luisa Pascual (en Priegue, 2007), se�alan a las mujeres como las responsables de estas tareas. Aunque el "cuereo", seg�n la primera de ellas, era una actividad de la que todos participaban, el trabajo "fino" de confeccionar el quillango era exclusivamente femenino: ".despu�s que se hac�a mujercita se le daba la tarea, se le ense�aba a que lo raspara bien finito...finito...que lo curtieran para aprender y cortar los cueros para quillango..." (en Aguerre, 2000: 79). Carmen Carminatti, de la reserva de Camusu Aike, indica como tareas propias de las mujeres el raspar, sobar y coser los cueros y confeccionar y pintar las capas (en Fern�ndez Garay y Hern�ndez, 2006).

Sergio Caviglia, en un estudio pormenorizado de las capas, registra que son elaboradas por las mujeres, las "caperas", que trabajaban grupalmente. Esta tarea en conjunto refuerza, seg�n el autor, la transmisi�n de conocimientos y los v�nculos etarios (Caviglia, 2002 y 2010).

En cuanto a los textiles, tambi�n habr�an sido obra de las mujeres. Cuando Musters se encuentra en los toldos de Inacayal, se refiere a un indio pampa, llamado Grabino, como ".un mozo bien parecido, aseadamente vestido con ponchos hechos, seg�n me dijo, por su mujer." (1964:309). Esta prenda, de origen prehisp�nico, es mencionada en las cr�nicas desde el siglo XVI pero tiene su mayor difusi�n a partir de los siglos XVIII y XIX (Corcuera, 2017: 33-34), destac�ndose como portadora de identidades regionales (ib�d. 37).

Haciendo referencia a las tehuelches meridionales, Musters afirma que "Las mujeres adem�s de hacer mantas, tejen las vinchas para la cabeza a que me he referido ya, con hilo de telas deshiladas obtenidas por trueque en las colonias, o de sus vecinos araucanos." (1964: 247-48).

No hay dudas de que eran las mujeres las principales encargadas de confeccionar los mantos de piel y los tejidos e incluso quienes los comercializaban, ya que en ambos casos �no solo se hac�an para consumo interno sino para el intercambio inter�tnico (De la Cruz, 1836; D'Orbigny, 1999; Garc�a 1836; Musters, 1964; Outes, 1917; Poeppig, 1960; Vignati, 1953). Sin embargo, entre los ranqueles algunos hombres pod�an participar en las tareas relacionadas con la producci�n de textiles (Garc�a y de los Reyes, 1836).

 

�C�mo se trabajaban las pieles?

El curtido del cuero es una de las actividades que m�s frecuentemente se asocia con las mujeres. Con ellos confeccionaban su vestimenta y los toldos, vali�ndose de raspadores, de punzones y de agujas (Claraz, 1988; Coan, 2006; Cox, 1863; Harrington, 1943; Hatcher, 1903; Lista, 2006; Mach�n, 2013; Onelli, 1904).

Musters nos brinda una descripci�n detallada de este trabajo (1964:246-247):

"La ocupaci�n m�s importante de las mujeres en el campamento era la fabricaci�n de mantas de piel, trabajo que merece una descripci�n detallada. Se empieza por sacar al sol las pieles, estaque�ndolas con espinas de algarrobo. Una vez secas, se las recoge para rascarlas con un pedazo de pedernal, �gata, obsidiana, o vidrio a veces, asegurado en una rama encorvada naturalmente de modo que forma un mango. Luego se le unta de grasa o h�gado hecho pulpa, y despu�s se las ablanda a mano hasta hacerlas completamente flexibles; entonces se las tiende en el suelo, se las corta en pedazos con un cuchillo peque�o muy afilado, haciendo muescas para ensamblarlas unas con otras a fin de dar m�s fuerza a la costura, y se las distribuye entre cuatro o seis mujeres armadas de las correspondientes agujas y hebras de hilo, que consisten en punzones hechos de clavos aguzados y en tendones secos extraidos del lomo del guanaco adulto. Cuando la manta es grande no se le cose todo de una vez; as� que la mitad est� concluida, se la estaquilla y se le aplica la pintura, de la manera siguiente: se humedece un poco la superficie; luego, cada una de las mujeres toma una pastilla, o pedazo de ocre colorado, si �ste va a ser el color del fondo, y moj�ndola� aplican la pintura con gran cuidado. Una vez terminado el fondo, se pinta con la mayor precisi�n el dibujo de motitas negras y rayas azules y amarillas, en lo que las mujeres trabajan todo el d�a con la perseverancia m�s asidua. Concluido esto, se pone a secar la piel durante una noche, y se termina debidamente la otra mitad y las alas, que sirven de mangas; despu�s junta todo, y una vez terminado el trabajo, la piel presenta una superficie compacta."

Coincidentemente, Hatcher (1903) describe un procedimiento similar para la pintura de las capas. Las mujeres usaban tierras minerales con las que se impregnaban pinceles hechos con lana enrollada. Por medio de ellos transfer�an los colores (verde, amarillo y rojo) humedeci�ndolos con saliva. Trabajaban sin ning�n patr�n y cuando las piezas de cuero se un�an, encajaban perfectamente.

Adem�s de las mantas de guanaco se mencionan las confeccionadas con pieles de zorro, puma, gato mont�s, carpincho y zorrino (Hatcher, 1903; Mach�n, 2013; Musters, 1964; Schmid, 1964). A estos animales se agregan el cuis (Mach�n, 2013) y la liebre patag�nica (Musters, 1964; Schmid, 1964) y el �and� (Hatcher, 1903; Musters, 1964). Annie Brassey (1881) apunta que la manufactura de capas de plumas era una tarea femenina.

Entre los elementos frecuentemente asociados con el trabajo del cuero se mencionan: dos tipos de raspadores (pedernal, �gata, obsidiana, vidrio), espinas de algarrobo o estacas, grasas, leznas de madera o de hueso, cuchillos, agujas, punzones de hueso o� de clavos de hierro, tendones, pigmentos (rojo, negro, amarillo, verde, azul), l�pices de pintura o pastillas de ocre y pinceles de lana.

Posiblemente fueran las mismas mujeres quienes confeccionaran los raspadores, seg�n se desprende del relato de Musters (1964:142).[2]

Seg�n Hatcher, las mujeres raspaban los cueros usando raspadores de piedra o de vidrio enmangados en madera o asta. Se val�an de un cuchillo para cortarlos y de leznas de madera o de hueso para coserlos. Esta actividad puede observarse en una de las figuras que reproduce (1903: foto 41).

Esta informaci�n concuerda con los datos precedentes de las historias de vida de informantes tehuelches. Pati relata el procedimiento para preparar cueros y la confecci�n y el uso de dos tipos de raspadores, uno para el trabajo m�s grueso y otro para el fino (en Aguerre, 2000). Del mismo modo lo hace Luisa Pascual, si bien en este caso los raspadores referidos son de vidrio (en Priegue, 2007). Interlocutoras de la reserva de Camusu Aike hablan sobre al trabajo de cuero. Carmen Carminati y Ana Montenegro se quejan por la dificultad que tienen para conseguir pinturas para las capas, especialmente el verde (en Fern�ndez Garay y Hern�ndez, 2006: 205).

Asimismo, Musters se�ala que la provisi�n de pinturas era tarea femenina (1964: 145).

Pati relata c�mo se preparaban y usaban las pinturas:

"Se hace como un l�piz, como una tiza... Se amasa bien la masa, el barro del color que uno quiere... Y se pinta... Se humedece el cuero, a usted le voy a decir, pero me lo han preguntado mucho, se humedece el cuero." (en Aguerre, 2000: 83).

Los tejidos se empelaban para la confecci�n de ropa y de mantas, mientras que los hilos de lana eran usaban como adorno, por ejemplo, entrelazados en los sombreros de junco que usaban las mujeres (D' Orbigny, 1999; Lista, 2006). Se utilizaban lana de oveja o pelo de guanaco (Aguerre, 2000; Coan, 2006). El hilado se realizaba con un huso de mano (Avenda�o, 2000; Coan, 2006; Guinnard, 2006), que consist�a en una varilla de madera con un peso de piedra redondo y horadado (Zeballos, 1960; D' Orbigny, 1999). Para el tejido se usaron distintos tipos de telares cuya descripci�n excede los l�mites de este trabajo.

 

�D�nde se realizaban las tareas?

El �mbito dom�stico fue el espacio utilizado por las mujeres tehuelches para realizar las tareas relacionadas con la preparaci�n de los cueros. Los campamentos, y m�s precisamente los toldos, eran los lugares donde se desarrollaban estas y otras m�ltiples actividades. As� lo expresa Musters (1964: 274) "... volv�a a nuestro campamento cuando me llamaron a un toldo donde estaban sentadas cuatro mujeres cosiendo mantas."

Dos d�cadas despu�s, en mayo 1892, Mach�n llega al Nahuel Huapi y all� encuentra a una "encantadora india araucana", instalada en el suelo de la entrada de su choza terminado un manto de guanaco (2013: 82).

Pati es mucho m�s expl�cita en cuanto a los lugares y momentos en que se realizaban estas tareas. Seg�n su relato, los preparativos para trabajar los cueros se hac�an por la ma�ana, al igual que el aprestamiento de los telares, en el toldo de su abuela, que era el m�s grande, ya que todos participaban de estas tareas previas. Los trabajos se realizaban en torno al �nico fog�n dispuesto en el lugar y luego cada una se retiraba a terminar el trabajo a sus respectivos toldos. Era la abuela quien dirig�a los trabajos y les ense�aba. Una menci�n similar, sobre una mujer que ordena las tareas, la debemos a Musters, que relata c�mo un grupo de mujeres "capitaneadas" por la se�ora del cacique Orkeke, ".se ocupaban en cortar y coser mantas de guanaco, en tejer vinchas y en charlar." (1964: 120).

Seg�n Pati, en el toldo grande se ocupaban de ". cortar cueros... raspar cueros. Despu�s de la raspada de cueros, la estirada de la lana del guanaco, escarmelar la lana, estirar la lana antes de hilarla para que salga la tierra. Y eso son todos los trabajos que se hacen ah� en el toldo de la abuela. De ah� ya sale todo preparado para que vayan las costureras a costurar cada una a su toldito..." (en Aguerre, 2000: 65).

Adem�s, informa en qu� �pocas del a�o se aprovisionaban de pieles y confeccionaban los quillangos. En invierno se cazaba para comer, ya que en esa estaci�n el guanaco est� "muy chilludo y no sirve para nada", sus pieles s�lo se usan para renovar los toldos, tarea que se realiza anualmente debido al desgaste que producen en los cueros el calor del sol y el de los fogones. Durante el verano se hac�an los quillangos, ya que para entonces el guanco hab�a renovado su lana (proceso que comienza durante la primavera) y estaba firme. En cambio, en el caso de leones y gatos, la caza se realizaba a partir de abril, ya que durante el verano perd�an mucho pelo (Pati en Aguerre, 2000: 78-79).

El tejido se hac�a en el toldo de la abuela, donde hab�a tres telares, y el hilado se realizaba generalmente por la noche, despu�s de comer.

 

4. El uso del vestido

Pati se�ala que se usaban dos tipos de quillangos, los de trabajo, con el pelo hacia afuera y confeccionados de pieles de chulengos "barbuchos" (que han dejado de mamar) y los pintados, con el pelo hacia adentro (en Aguerre, 2000: 81). Esta vestimenta no s�lo serv�a de abrigo, llevaba una gran carga simb�lica y sus dise�os variaban seg�n el sexo, la edad, el status social y la trayectoria de vida de cada persona. En palabras de Pati: "...cada persona de lo que ha sido tiene su dibujo..." (en Aguerre, 2000:83)

".cada uno ten�a una clase de dibujo... el cacique ten�a un solo motivo... Los del cacique eran dibujos tipo tri�ngulos, uno no pod�a usar ese dibujo... uno con diferente con monedita... este cuadro nom�s... este dibujo es del tehuelche m�s anciano que hay en la tribu... depend�a de la edad... una cruz es de los m�s ancianos que hay en la tribu... Todos los dem�s, todos, ten�an diferente; las mujeres redonditos y el var�n joven cuadritos... cuando se dibujaba a uno le dec�an para qui�n era... yo no me puedo poner el quillango de uno nada m�s... no se pod�a cambiar el quillango; de chiquito ya se usaba el quillango, ya m�s o menos, la de ellos, porque ya era grande."

Entre ".los tehuelches hay muchos dibujos porque hay que distinguir el cacique, los j�venes, los ancianos que no son caciques... despu�s la mujer, la primera mujer y la sirvienta." (en Aguerre, 2000: 82).

La diferenciaci�n de estatus tambi�n qued� registrada en el relato de Musters, que se�ala que las mujeres sujetan su capa con alfileres de plata, clavos o espinas, ".seg�n sea el grado de riqueza o pobreza de la portadora." (1964: 240). De la misma forma, Cox reconoce a la esposa principal del cacique Paillac�n "por el lujoso atavio." que portaba (1863: 86).

En cuanto a los dise�os y colores, los ind�genas prefieren ". el colorado con crucecitas negras y rayas longitudinales azules y amarillas por ribetes, o con un zigzag de l�neas blancas, azules y coloradas." (Musters, 1964: 274).

Seg�n Pati, el vestido habitual de las mujeres, antes de que llegaran los mercachifles que comenzaron a venderles ropa de confecci�n, se compon�a de una prenda larga, de manga corta, finita, entera y cerrada en el cuello, sobre la que se usaba una pollera gruesa. Encima se colocaba el vestido de mangas largas, cerrado y largo hasta los pies. Sobre �ste los chamales o rebozos, uno fino abajo, prendido con un prendedor peque�o, y el otro arriba hecho de piel o telas gruesas y sujeto con prendedor m�s grande.� En ocasiones especiales los chamales pod�an llegar a ser tres (en Aguerre, 2000).

Fuera del vestido habitual, algunos datos nos permiten rastrear los atuendos que se usaban en ocasiones especiales. A modo de ejemplo incluimos las siguientes referencias:

"Usan el cabello, que es muy �spero y no muy largo, y que dif�cilmente iguala al de los hombres, en dos trenzas, que alargan artificialmente los d�as de gala, al parecer con crin de caballo tejida con cuentas azules, y cuyas puntas adornan pendientes de plata. Pero creo que esa pr�ctica se limita a las mujeres solteras." (Musters, 1964: 238).

En caso de viajes, las mujeres ". se ajustan la manta con un ancho cintur�n adornado con cuentas azules y tachones de plata o bronce." (Musters, 1964: 240).

Luisa Pascual se�ala que cuando estaban de luto todos usaban ropa negra, pero en realidad era el blanco el color que usaban "los antiguos": "Mi abuela siempre us� la manta -�shjen- blanca, aunque ten�a otras." (en Priegue, 2007: 25). Lo mismo sostiene Pati en cuanto al uso del blanco en se�al de luto y a�ade que las mujeres viudas ten�an "su dibujo" (en Aguerre 2000: 82). Musters menciona que cuando las personas estaban de luto no usaban los quillangos con los motivos habituales (1964: 274).

Finalmente, los dibujos pintados en las capas constitu�an un indicador �tnico:

".los dibujos de la familia Chapalala eran todo diferentes a los de la familia Vera... todos diferentes... lo mismo si usted ve�a llegar a un tehuelche lo distingu�a por los dibujos ... los tehuelches llevaban la misma forma de pintura pero diferente modelo...claro...porque como ser los manzaneros, s� pintaban, pero pintaban sin dibujos...pintaban los quillangos pero lisos...as� no mas sin hacerles dibujos...por eso se distingu�a... s�lo con color... con dibujo era tehuelche... usted ve�a llegar a un paisano con su quillango y uno lo miraba para ver qu� era..." (en Aguerre, 2000: 82).

 

5. El descarte

Entre las sociedades originarias la relaci�n entre la persona y sus pertenencias era muy estrecha. En el caso de las capas pintadas, hemos visto que siempre eran confeccionadas para alguien en especial, por lo que parece congruente que al fallecimiento del o la propietario/a ninguna otra persona las utilizara. La pr�ctica de enterrar al difunto con sus posesiones m�s valiosas (entre ellas su vestimenta) y la destrucci�n de otras, se ajusta con esta idea.

Antonio de Viedma, relata que para la ocasi�n de la muerte de la mujer del sobrino del cacique Juli�n, de unos 15 a�os, cargaron su caballo con las pertenencias de la difunta, lo mataron y luego quemaron toda su carga, incluyendo su ropa. Parientes y amigos arrojaron prendas a la hoguera. Fue enterrada por ".las viejas, a las cuales es peculiar entre ellos el oficio de sepultar." (1972: 915).

Seg�n Pati, cuando alguien mor�a, fuese hombre o mujer, ".se le pon�a todas las prendas, porque ya no dejaban nada... Lo de valor lo llevaban todo..." ".se envolv�a en cuero y se lo dejaba, hasta que llegaban todos, uno o dos d�as, hasta que llegaban se lo preparaba, se lo vest�a con lo de valor se lo llevaba el muerto..."� "Antes se dec�a "muri� fulana"; las prendas se enterraban y el toldo listo se desarmaba y se quemaba..." (en Aguerre, 2000: 169-170). Tambi�n menciona, al igual que Viedma, el sacrificio de animales que eran en parte consumidos en la ceremonia f�nebre y en otra depositados en la tumba (Pati en Aguerre, 2000).

Finalmente, podemos decir que existi� una especie de reciclaje de las capas, ya que se menciona que las mujeres ancianas pod�as usar los mantos que otros descartaban y que, en ocasiones, los quillangos en desuso se utilizaban como pilchas para la cama (Pati en Aguerre, 2000).

        

6. El registro material

Muchos de los objetos relacionados con la manufactura de prendas de cuero son frecuentemente hallados en los sitios arqueol�gicos. Entre ellos, los raspadores son quiz�s los m�s populares entre los artefactos l�ticos recuperados de los yacimientos de la estepa patag�nica, aunque tambi�n hemos registrado punzones y agujas de hueso. A pesar de que pudieron ser utilizados en otras actividades, consideramos que la principal funci�n de los raspadores, al menos en la estepa, se asocia con el trabajo de las pieles (Crivelli et al., 2013).

En Casa de Piedra de Ortega (R�o Negro, en adelante CPO), una cavidad que posee ocupaciones humanas de los �ltimos 3000 a�os, hemos identificado un estrato, denominado e2 (fechado en 2000�90 AP, LP-168), que podr�a relacionarse con algunas de las actividades mencionadas en las fuentes y asociadas con las mujeres (Fern�ndez, 2017). En principio, el contexto se encuentra en un espacio probablemente dom�stico (interior de la cueva), donde hay registro de preparaci�n y consumo de alimentos (fog�n, restos �seos de guanaco, c�scaras de huevo de �and�, desechos y artefactos l�ticos). La mayor parte de los instrumentos son raspadores (36 sobre un total de 45), que incluyen un �nico ejemplar de obsidiana con restos de pigmento en su filo, un perforador de la misma materia prima, lascas retocadas y con rastros de uso, restos de ocre, un ejemplar casi completo de un molusco bivalvo marino (Mytilidae), valvas del molusco fluvial Diplodon sp., cuya baja frecuencia apunta a una utilizaci�n no alimentaria, un fragmento peque�o de hueso con incisiones geom�tricas y cuentas diversas. El conjunto artefactual estar�a indicando tareas de procesamiento de alimentos y de cueros y, posiblemente, confecci�n de adornos como cuentas de valvas (Figs. 2 y 3).

 

El car�cter org�nico de los cueros y textiles limita su conservaci�n, aun as�, hemos encontrado evidencias de ambos en sitios reparados de la estepa patag�nica: Casa de Piedra de Vergara (R�o Negro, en adelante CPV), Cueva Epull�n Grande (Neuqu�n, en adelante LL) y Cueva Epull�n Chica (Neuqu�n, en adelante ECh). Los restos de CPV y parte de los de LL corresponden a contextos de inhumaci�n, donde los difuntos se habr�an enterrado con sus ropas, tal como lo se�alan los documentos que referimos arriba (Figs. 4a y b).

LL es un yacimiento bajo roca con una secuencia de ocupaci�n humana que abarca desde el Holoceno temprano hasta tiempos posthisp�nicos. Aqu� se hallaron cueros curtidos, perforados y, en algunos casos, cosidos con tientos y con agregados de pigmento rojo. Varios de estos hallazgos se encuentran asociados con la inhumaci�n #8. Se recuper� una manta de cueros cosidos (quillango) de guanaco que envolv�a al individuo y que presentaba costuras con motivos escalonados y restos de pigmento rojo. Tambi�n se hallaron trozos de cueros con incisiones finas escalonadas (Crivelli et al., 1996). Una faja tejida de color rojo con motivo dentado blanco (Perez de Micou, 1996) pasaba por encima del quillango y manten�a el cuerpo sujeto a una cuna confeccionada en ca�as de Chusquea culeou (colihue).

Adem�s de cueros y tejidos, se encontraron algunos artefactos de hueso como punzones y agujas. Por ejemplo, de los estratos m�s recientes de la cueva procede un punz�n en astilla de di�fisis de metapodio de Lama guanicoe, cuya porci�n apical presenta termoalteraci�n y brillo por fricci�n (Crivelli et al., 1996).

En la misma barda de la Fm. Coll�n Cura que aloja a LL, se encuentra ECh, una peque�a cavidad que alberga una secuencia que va desde Holoceno tard�o hasta el siglo XX (Fern�ndez et al., 2016). En este sitio se hallaron siete restos de cuero e instrumentos �seos que se encuentra actualmente en estudio.

Las evidencias de textiles son menos numerosas y, salvo el caso de la faja de LL, se reducen a restos de fibras. Un vell�n e hilos de lana proceden de CPV. Como elementos de producci�n, podemos agregar el hallazgo de torteros o pesos de huso, confeccionados en piedra o cer�mica (Vitores y Fern�ndez, 2016). Se hallaron en LL y en Rinc�n Chico 2/87 (Neuqu�n). El ejemplar de la primera es semejante a los descriptos etnogr�ficamente y presentes en algunas colecciones. Textiles y tortero son poshisp�nicos, lo que se condice con lo expresado en las referencias documentales. La excepci�n est� representada por el peso confeccionado a partir de un tiesto reutilizado, procedente de Rinc�n Chico 2/87 y que tiene cronolog�a precer�mica (c. 700 AP).

Finalmente, en LL tambi�n se hallaron trozos de tela industrial, escocesa, cuyo uso se encuentra ampliamente registrado en fotograf�as del periodo estudiado.

 

7. Consideraciones finales

Documentos escritos e im�genes dan cuenta de una diferenciaci�n �tnica, relacionada con la vestimenta, entre abor�genes denominados tehuelches y mapuches o araucanos. Los primeros refieren tempranamente la elaboraci�n textil en el noroeste patag�nico y la difusi�n, primero de sus productos y luego de la t�cnica misma, hacia fines del siglo XVIII. Tambi�n coinciden en se�alar a la mujer como la encargada de confeccionar la ropa, ya sea de cuero o de lana. Los intercambios entre ambos grupos se encuentran ampliamente registrados, as� como todo tipo de relaciones inter�tnicas.

Si bien los vestigios org�nicos son de m�s dif�cil conservaci�n, los artefactos relacionados con la preparaci�n de cueros son mucho m�s abundantes que aquellos inequ�vocamente vinculados con la producci�n textil.

Los datos analizados coinciden en se�alar que una parte importante de la vida cotidiana de las mujeres ind�genas estaba relacionada con el aprovisionamiento de los materiales necesarios para la confecci�n de la vestimenta (piedra para los raspadores, pigmentos, tendones para coser, lanas, etc.) y con su producci�n. Estimamos que los cueros ser�an mayormente provistos por los hombres, quienes se ocupaban de las actividades cineg�ticas, aunque no de manera exclusiva. Esta pr�ctica tambi�n les suministraba los huesos necesarios para fabricar agujas y punzones. Estas labores no s�lo les insumir�an un tiempo considerable, sino que requer�an de cierto entrenamiento previo.� El aprendizaje ser�a una parte muy importante del quehacer diario, ya que involucraba la comunicaci�n verbal y gestual y la trasmisi�n de saberes no s�lo t�cnicos sino simb�licos. Tanto los quillangos como los tejidos son portadores de signos que son compartidos en ese entramado social de las pr�cticas cotidianas y reproducen rasgos identitarios y de estatus social. A pesar de los cambios introducidos a partir del intercambio con la sociedad hispano criolla, la confecci�n de las capas se mantuvo como as� tambi�n la memoria de sus contenidos simb�licos.

 

Fe de erratas de fig 1,2,3 y4

 

Agradecimientos

A quienes apoyaron estas investigaciones: UBA, Conicet, ANPCyT y, actualmente, UNLu y UNLPam. A la directora y el personal de la Biblioteca Popular Agust�n �lvarez por su amabilidad y colaboraci�n.

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[1] Preferimos este t�rmino al de informante, siguiendo la propuesta de Fava (2014).

[2] En otro trabajo argumentamos que estos instrumentos no parecen haberse utilizado para hacer astiles ni arcos (Crivelli et al. 2013), tareas presuntamente masculinas.