ARTICULOS
Agustín Víctor Casasola: Imágenes y género en el contexto de la Revolución Mexicana
AGUSTÍN VÍCTOR CASASOLA: IMAGES AND GENDER IN THE CONTEXT OF THE MEXICAN REVOLUTION
Oliva Solís Hernández
Universidad Autónoma de Querétaro (México).
Resumen:
A partir del siglo XIX el registro fotográfico ha sido un recurso invaluable para hacer historia. Las imágenes, como documento social, permiten dar cuenta no sólo de la materialidad de una época sino también, desde diversas miradas disciplinares y metodológicas, de las ideas que sobre el mundo compartía un grupo social. Desde los estudios socioculturales y atendiendo a la propuesta de mesa convocante, proponemos recuperar una serie de imágenes fotográficas producidas por los Casasola y resguardadas en el acervo que lleva su nombre. Las imágenes se ubican entre los últimos años del régimen porfiriano y hasta el comienzo de la década de los veinte, centrándose la gran mayoría en el contexto de la Revolución Mexicana. Las imágenes seleccionadas nos permiten reflexionar sobre los discursos que se pueden leer desde la perspectiva de género, dando cuenta de cómo en los distintos espacios y quehaceres en los que transcurre la vida cotidiana, reproducimos de manera simbólica una serie de ideas y prácticas que perpetúan el discurso patriarcal y refuerzan los límites impuestos por el género.
Palabras clave: Discurso, imágenes fotográficas, Revolución Mexicana, mujeres, género.
Abstract:
Since the nineteenth century, the photographic record has been an invaluable source of historic information. Photographs, as social documents, may not only show the materiality of an epoch, they might also display, from disciplinary and methodological perspectives, the ideas of the world shared by a social group. From sociocultural studies and heeding the proposal of the calling roundtable, we propose to retrieve a photo series captured by the Casasola and sheltered by the archive named after them. The photographs were taken during the last years of the Porfiriato and up to the beginning of the nineteen twenties; most of them in the context of the Mexican Revolution. The selected images give us the opportunity to meditate about the discourses that can be read from gender perspective, showing how in the different places and practices in which social daily life goes by, we reproduce symbolically a series of ideas and practices that contribute to maintain the patriarchal discourse and fortify the limits imposed by gender.
Key words: Discourse, photographic images, Mexican Revolution, women, gender.
Sarmiento (2007) ha mostrado las dificultades teóricas que existen para tratar de definir qué es la cultura material. El autor señala que si bien hay una serie de supuestos en torno al campo de estudio, no se ha podido construir una definición universal de ella. Partiendo de la discusión propuesta por el autor, entendemos por cultura material todo aquello que ha sido producido por el hombre y que tiene como sustrato una materialidad, independientemente de los fines para los que haya sido creado, poniendo el énfasis por tanto en los usos, simbolismos y valoraciones que cotidianamente se hacen de esos objetos.
El estudio de la cultura material permite a la historia (entre otras disciplinas), acercarse a la explicación y comprensión de cómo los seres humanos en sociedad hemos resuelto las necesidades de la vida, no sólo las básicas (comer, vestir, defecar, tener sexo o dormir) sino también aquellas que se han ido generando con el tiempo o que obedecen a otras dimensiones de lo humano como la espiritual (religión), pero que al fin y al cabo se concretan en productos materiales (como objetos rituales). En este sentido, el estudio de la cultura material se hermana con el estudio de la vida cotidiana en tanto que es en la cotidianidad, en el día a día, como usamos, construimos, producimos, conservamos o desechamos ideas y objetos.
Lo que interesa al estudio de la cultura material no es la valoración estética de los objetos en sí mismos, sino el papel que juegan esos objetos en la vida cotidiana de los individuos, de lo que se puede deducir no sólo una valoración cultural, sino también una aproximación a formas de pensar en una época y un espacio determinado (Sarmiento, 2007).
El espacio lo entendemos aquí en una doble dimensión: por un lado, el espacio hace referencia al territorio (que puede corresponder a una localidad, a un estado o a una región); por otro, hace referencia al lugar que ocupa el objeto en relación con otros. Siguiendo a Gonzalbo, entendemos el espacio como algo concreto, marcado por límites, pero al mismo tiempo inabarcable, porque puede contemplarse desde cualquier ángulo y considerarse bajo innumerables aspectos: geográfico y cultural, público y privado, real y simbólico, mental y material (2014: 9). Esto implica que el espacio es cambiante y que ese cambio es el resultado de procesos sociales complejos.
Atendiendo a estas consideraciones, el historiador, al historiar la cultura material, utiliza como fuente el objeto mismo en tanto interlocutor de lo histórico (Casado, 2009), pero al mismo tiempo pone en juego no sólo el objeto y su espacio, sino su propia concepción de lo material, estético y utilitario de ese objeto en ese espacio determinado. Para los fines de este estudio, si bien ponemos el énfasis en la cultura material, no debemos dejar de lado que esa cultura ha quedado retratada en un documento, que en este caso es la fotografía, la cual, como documento social, debe ser puesta en un contexto y sometida a crítica. En un primer momento, habrá que reconocer que la fotografía expresa una determinada manera de ver el mundo. Que la fotografía no es objetiva como se pretende, sino que se halla determinada cada vez por la manera de ver del operador y las exigencias de sus comanditarios (Freund, 1983: 8). En este sentido, la fotografía de Agustín Víctor Casasola está influida por una cierta visión del mundo, por la pertenencia del autor a una capa social, por su interés como fotógrafo de documentar un movimiento social, etc.
De las imágenes fotográficas recuperaremos varios elementos: los sujetos que son fotografiados a quienes denominaremos protagonistas. Dentro de los protagonistas haremos la distinción a partir del género, es decir, varones y mujeres; el contexto, entendido como la situación en la que se enmarcan las acciones de la colectividad y que condicionan la acción de los particulares y finalmente, los objetos y su espacio. El objeto, ya lo hemos señalado, es la evidencia material de la producción humana, incluyendo la ropa, los utensilios, las máquinas, etc.; los espacios los ubicaremos, siguiendo la propuesta de Gonzalbo (2014) en públicos-privados, citadinos-rurales, simbólicos-reales, asumiendo que estos espacios son construcciones humanas en tanto que ahí viven, ahí producen y reproducen lo humano y la cultura. Así, el análisis de los objetos en un espacio nos permitirá recrear historia y tradiciones, que pueden corresponder a un particular pero que al mismo tiempo pueden ser colectivas.
Las imágenes seleccionadas corresponden al Archivo Casasola, resguardado en la Fototeca Nacional. La obra de los Casasola corresponde a toda una familia que a lo largo del tiempo ha mantenido la tradición fotográfica, incluyendo a dos mujeres (Poniatowska, Elena, 2017), de manera que muchas de las imágenes que componen el archivo han sido producidas por diversas miradas. Las que corresponden a la Revolución Mexicana fueron producidas (en su gran mayoría) por Agustín Víctor Casasola y sirvieron para ilustrar periódicos y revistas[1]. Muchas de estas fotografías fueron luego compiladas en diversas obras, convirtiéndose algunas de ellas en imágenes emblemáticas de la Revolución Mexicana (Escorza, 2006). A Agustín Víctor Casasola se le ha considerado como pionero del reportaje y la fotografía documental en México pues con su cámara, trajinó por una buena parte de la geografía nacional, retratando personas, paisajes, lugares y todo aquello que consideraba digno de ser plasmado sobre el papel.
El Archivo está integrado por más de 400. 000 imágenes, catalogadas en diversos fondos de acuerdo a las temáticas retratadas (Revolución Mexicana, Paz Porfiriana, Oficios, etc.). De estos fondos, quizá el más conocido es el de la Revolución Mexicana en tanto que sirvió como fuente para construir el imaginario que los gobiernos emanados de la Revolución edificaron (en gran parte a través de su difusión en los libros de texto gratuitos). Igualmente, algunas de sus fotografías se han convertido en íconos, como el rostro ensangrentado de Emiliano Zapata después de haber sido asesinado.
De todas las imágenes que componen el fondo de la Revolución, seleccionamos sólo algunas para los fines de este trabajo. La selección fue totalmente arbitraria y se hizo a partir de la idea de recuperar aquellas imágenes más conocidas que nos permitan evidenciar, desde la mirada del género, los espacios y los objetos que corresponden a cada uno de ellos, así como el tipo de relaciones y actividades en que se desempeñan en un momento de crisis.
El género, como categoría analítica, supone que las diferencias entre varones y mujeres son el resultado de una construcción cultural que es histórica. Esas diferencias se evidencian en relaciones de poder y sumisión que asignan espacios y actividades propias de cada sexo en función de una supuesta naturaleza. Siguiendo este supuesto, a los varones corresponde la esfera de lo público, del trabajo, la política y la economía. Es la esfera de la producción. A las mujeres, en contraparte, les corresponde el mundo privado, del hogar, el cuidado y la reproducción. Sin embargo, este supuesto que ha servido para organizar tradicionalmente la vida y los espacios en los que nos relacionamos, puede verse o no alterado por diversas circunstancias, entre ellas, la guerra civil.
El tiempo que ha sido seleccionado es el que corresponde a la Revolución Mexicana (1910-1917). Si bien esta es una temporalidad general (que no necesariamente corresponde a lo acontecido en espacios micro), la asumimos como el espacio de tiempo en el que se retratan los actores. Elegir esta temporalidad no es arbitrario: ha sido el resultado de una interrogante: ¿cómo en un contexto de crisis social se reproducen roles de género y cómo estos roles crean y reproducen los espacios que la tradición ha asignado a cada uno de los géneros?
La Revolución Mexicana es entendida como un período de crisis en tanto que se cuestionaron y pusieron en juego las estructuras políticas, económicas y sociales que sustentaron el régimen porfiriano (1876-1911). La lucha armada, que fue la expresión de esta crisis, implicó la movilización de muy variados contingentes humanos, aglutinados en torno a caudillos militares y políticos con muy diversas ideologías (villistas, zapatistas, carrancistas, obregonistas, etc.). La movilización de estos contingentes humanos supuso no sólo el tránsito de un ejército, sino también de un numeroso grupo de mujeres y niños que, junto con la tropa, se movilizaron para apoyar a los soldados. Entre las mujeres movilizadas encontramos soldadas, enfermeras, propagandistas, auxiliares, etc. y las muy afamadas adelitas, que con mucho, ha sido el rostro femenino de la Revolución (Rocha, 2016).
El espacio, ya lo dijimos, lo ubicamos en dos grandes dimensiones. La primera corresponde a la República Mexicana, que es el que supone la Revolución Mexicana. Ya luego, ese espacio comienza a concretizarse pues en muchos casos las fotografías están documentadas y tienen un lugar y fecha específico, a veces, incluso, nombres de personas que permiten identificar a los actores. En otras ocasiones sólo tenemos un título. En la segunda dimensión, los espacios corresponden a construcciones sociales que los individuos hacen para poder continuar su vida cotidiana en medio de la revolución.
La vida cotidiana implica prácticas, espacios, lógicas que garantizan la reproducción. Es también la objetivación del ser y hacer en el mundo de un sujeto biológico, espiritual, artístico, racional, afectivo, histórico, cultural. La vida cotidiana es la reproducción de la persona, tanto en lo personal como en lo social, esto ocurre en el trabajo y en el descanso (Heller, 1987). Hombres y mujeres intervienen en la naturaleza para transformar el mundo y hacer posible la subsistencia humana, a través de instrumentos, técnicas y formas concretas de relación social. Esa intervención se concreta en la cultura material, la cual debe ser interpretada. En este sentido, la materialidad proporcionan información acerca no sólo de los objetos (materiales, técnicas de construcción, características estéticas) sino sobre todo de los usos y los valores simbólicos que ellos tienen (en relación con el trabajo, la asignación de espacios específicos dentro del hogar o la fábrica, la asignación de roles y la división del trabajo, la correspondencia con algún sexo, etc.) (Carreras y Nadal, 2002-2003).
Atendiendo a las propuestas conceptuales anteriores, veamos ahora cómo a través de las imágenes capturadas y construidas por Agustín Víctor Casasola podemos dar cuenta de la cultura material de un grupo de personas en un contexto determinado y cómo al interior de ese grupo, los objetos hablan de las formas de pensar y organizar las relaciones sociales.
Si bien es cierto que en la Revolución Mexicana se vieron implicadas todas las capas sociales, la mayoría de los historiadores coinciden en señalar que fue, mayoritariamente, un movimiento de masas integrado por los grupos menos favorecidos económicamente. Esto es importante porque son ellos los grandes protagonistas de las fotografías seleccionadas. Así pues, la cultura material que aquí observaremos es la que corresponde a una capa social en un contexto de desplazamiento a causa de la guerra y no representa por tanto a toda la población mexicana. Finalmente, debemos considerar que estas imágenes, al retratar a este grupo, contribuyeron probablemente a construir esa idea casi mítica de la Revolución Mexicana como una revolución del pueblo.
Las imágenes: hombres, mujeres y cultura material en el discurso fotográfico de Agustín Víctor Casasola
El análisis, dijimos, lo haremos a partir de dos grandes categorías. Respecto del tiempo no tenemos manera de datar con especificidad las imágenes pues ninguna de ellas tiene referencias. Solo sabemos que están comprendidas dentro de lo que denominamos Revolución Mexicana (1910-1917).
Respecto del lugar, resulta interesante que todas las fotografías seleccionadas están ubicados en espacios abiertos, públicos y la mayoría con tintes rurales (aunque no en todas se puede ver con amplitud el espacio por el tipo de encuadre de la imagen). Ello puede resultar natural en tanto que la revolución supone echar las personas a la calle para luchar por el cambio. Lo importante aquí es que también las mujeres salieron y junto con ellas se trasladó la idea de casa-hogar a otros espacios.
Además de varones y mujeres, dos de los grandes protagonistas del movimiento aparecen en las fotografías: el caballo y el ferrocarril. El caballo es el medio de transporte por excelencia en los espacios rurales y para los combatientes fue tan importante que se le dedicaron varios corridos a los más famosos, como El Siete Leguas que perteneció a Francisco Villa. Sin embargo, no todos tienen caballo. Las mujeres, por ejemplo, no lo tienen. El caballo está reservado para los soldados de mayor rango, de forma que montar un caballo tiene un valor simbólico que le otorga mayor jerarquía. Ya luego se puede distinguir entre caballos pues los relatos de la revolución señalan cómo los líderes o los caudillos seleccionaban para sí los mejores caballos capturados en las batallas. También la ropa nos ayuda a distinguir, no sólo facciones revolucionarias, sino también grupos sociales. Las imágenes nos permiten ver dos grupos fundamentales: los que montan a caballo traen botas, chaquetas, camisas, sacos o pantalones al estilo occidental. Ellos pertenecen a la clase media. El otro grupo está conformado por los soldados de a pie. Son campesinos y probablemente indígenas. Su atuendo es el tradicional: pantalón y camisa de manta. Son los pobres. Pero en ambos grupos vemos las ropas sucias, deterioradas. El contexto no permite lavarlas y plancharlas. Hay que usarlas prácticamente hasta que se acaban.
El ferrocarril, por su parte, fue el símbolo del progreso del período porfiriano y luego el medio de transporte más socorrido por las tropas revolucionarias, convirtiéndose en un referente del movimiento pero además, en el sustituto de la casa pues alrededor de él se traslada la vida doméstica: ahí se transportaban hombres, mujeres, niños y caballos. Ahí dormían, cocinaban y extraían agua caliente para la confección de alimentos o el baño. A su sombra se descansa o se preparan alimentos. En el tren se enamoran y desenamoran. Por su valor estratégico como medio de transporte, el sistema ferroviario fue uno de los que más daños sufrió a causa de la guerra pues todos los bandos pelearon por su control y, de no tenerlo, por su destrucción. El ferrocarril adquiere, por todo lo anterior, un alto valor simbólico.
Desde la mirada del género, las fotografías ilustran la división sexual del trabajo imperante: los hombres aparecen como los grandes protagonistas de la guerra, mientras que las mujeres se muestran como complemento del quehacer varonil. Si bien fueron ellas las encargadas del aprovisionamiento de la tropa tanto en armas como municiones y comida, esta labor no les fue reconocida pues formaba parte de su deber ser. Las encontramos también a muchas de ellas en sus labores: acompañando, cuidando, haciendo la comida y todo ello en condiciones fuera de lo común. Sin embargo, ello no impide que se apropien de los espacios que les deja la guerra. El vagón es para los caballos. El techo es para las mujeres que ahí construyen su cocina. Vemos como parte de sus haberes canastas, servilletas, hornillas, ollas, cubetas, pocillos, metates, comales, bateas, petates, cobijas, atados de tela en donde seguramente guardan la ropa, todo lo cual sirve para subsanar las necesidades más básicas: comer, dormir y tener sexo. Y el transporte y cuidado de estos objetos, que se tornan en bienes de inapreciable valor por el contexto en el que están. Sus materiales de origen son corrientes: varas, barro, lámina, algodón; pero la circunstancia los vuelve valiosos. A las mujeres les está encomendado su cuidado: cuidado con las ollas que son de barro y pueden romperse (y cuando ello sucede, como vemos en las imágenes, se siguen usando mientras se pueda), cuidado con la canasta donde se guardan las provisiones de comida, cuidado con el metate porque sin él no se puede hacer la masa para las tortillas, base fundamental de la dieta mexicana. Cuidado con todo lo que se posee porque sustituirlo sería muy costoso en muchos sentidos. Valentín Frías (2005), un cronista de la Revolución, señaló las dificultades para acceder a la comida que se encarecía diariamente, a la ropa y los zapatos que eran prácticamente inalcanzables, a lo más básico (como el maíz y el frijol) que escaseaba porque las cosechas se destinaban a alimentar a la tropa y los animales. Cuidar lo poco que se tiene es entonces un trabajo de alto valor que no ha sido reconocido.
Las fotografías nos muestran a las mujeres movilizadas. La guerra civil no las dejó a todas en sus espacios de supuesta seguridad. Se arriesgaron y arriesgaron a sus hijos, unas para acompañar a su Juan y otras porque la bola se las llevó y con ellas cargaron los utensilios más básicos y la progenie. La familia no iba a quedar dividida por la guerra. Vemos así a mujeres cargando, junto con las ollas, el metate y las cobijas, a los hijos pequeños a los cuales hay que alimentar, cuidar y entretener.
La vanidad no es para estas mujeres. Ni el contexto ni su condición de clase les permiten esos lujos. Si acaso se permiten hacer un tocado con sus trenzas y, a las menos, portar unos aretes. Mientras que los hombres traen en su mayoría botas o guaraches, ellas andan descalzas. Se protegen de la inclemencia del clima (ya sea del frío o del calor) con su rebozo. No hay adornos. Cuando mucho hay medallas de vírgenes o santos a quienes encomiendan su persona, su hombre y sus cosas. No hay cosas superfluas. El continuo caminar les obliga a cargar sólo con lo más indispensable. Su ropa, aparece desgastada: blusas y naguas deben durar pues no hay muchas posibilidades de cambio.
La canasta de carrizo es otra de las grandes protagonistas. Las vemos de todos tamaños, pero siempre asociadas con las mujeres: en su brazo, junto a ella. Ahí se transporta de todo, desde comida hurtada hasta municiones escondidas. La comida es una interrogante pues los ejércitos no les proveen a ellas y algunas veces tampoco a los varones, así que ellas tienen que buscarse su sustento y por ello la cargan todo el tiempo. En la canasta va lo más preciado: el alimento, el sustento.
Los niños también estuvieron presentes en la guerra. Recientemente se les ha estado recuperando como actores. En las fotografías, aparecen como las mujeres: en silencio, como figuras fantasmales. Ahí están: sentados junto a sus madres, durmiendo en sus brazos, sufriendo las penurias de la bola.
La presencia de estos contingentes de mujeres y niños fue duramente criticada por algunos. Francisco Villa, por ejemplo, no gustaba de su presencia pues decía que retardaba mucho la marcha del ejército y generaba problemas entre la tropa, sin embargo, había que tolerarla. Las mujeres y los niños cumplían funciones sustantivas: dar ánimos, mantener la moral de la tropa, dar de comer, cuidar, satisfacer los apetitos sexuales y también enterrar a los muertos y rezar por ellos.
Cuando la guerra terminó, muchas mujeres retornaron a sus terruños. Cuántas mujeres murieron en los campos de batalla, no lo sabemos. No se contaban. Las que regresaron trajeron con ellas sus cosas: las ollas, jarros, comales, cobijas y petates, volvieron al espacio doméstico tradicional. La vida cotidiana volvió a la normalidad.
Consideraciones finales
Rebozos, ollas, jarros, comales, cobijas, servilletas, siguen siendo objetos de gran valor simbólico dentro de los espacios domésticos actuales. Muchas mujeres siguen comprando sus ollas de barro para los frijoles porque no saben igual si se cuecen en olla express. El café, no hay como tomarlo en un jarro y más si es de la olla. El metate ha perdido su popularidad, no así el molcajete pues no hay como una salsa molcajeteada. Estos objetos siguen siendo valorados y utilizados en la actualidad. Los materiales siguen siendo los mismos con los que se han fabricado de antiguo: barro, piedra, varas o carrizos, algodón. Materiales pobres que se identifican con el pueblo.
Casasola, al retratar la realidad social, nos legó una serie de documentos muy ricos para acercarnos al fenómeno de la Revolución Mexicana en general y de múltiples aspectos particulares por abordar. En este caso, la cultura material y las mujeres. Su fotografía, construida desde una posición de clase, ideológica-política y de género, nos muestra un recorte de esa realidad que pretendía perpetuar.
Las imágenes nos han mostrado cómo, desde nuestra lectura, pese al contexto de crisis revolucionaria, los roles de género se mantuvieron (en su gran mayoría) incólumes. Las mujeres (no las soldadas), aunque en un espacio diferente, siguieron realizando sus labores naturales aunque en contextos más difíciles. El trabajo realizado por ellas ha quedado invisibilizado pues su labor de cuidado está tan naturalizada que no se problematiza la presencia femenina en los campos de batalla. Los objetos que aparecen en las imágenes y que forman parte de la cultura material nos muestran una persistencia cultural en términos de materiales y usos, pero ha pasado desapercibida su valoración por el contexto y las implicaciones que tenían para las mujeres su cuidado. Vimos también cómo, pese al cambio de espacio macro, los espacios tradicionales fueron conservados al ser trasladados por las mujeres con su presencia. El ferrocarril, en este sentido, fue un espacio simbólico sobre el que se reprodujo la casa en un intento por sostener la vida cotidiana.
Jinetes y mujer. Archivo Casasola.
Soldaderas en espera. Archivo Casasola
Mujer cocinando. Archivo Casasola
Mujeres cocinando sobre el tren. Archivo Casasola
Mujeres viajando arriba de un tren. Archivo Casasola
Las Adelitas. Archivo Casasola
Mujer con su Juan. Archivo Casasola
Esperando la partida. Archivo Casasola
Tren Militar. Archivo Casasola
Bibliografía
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SARMIENTO RAMÍREZ, Ismael, Cultura y Cultura Material: aproximaciones a los conceptos e inventario epistemológico en Anales del Museo de América 15 (2007), pp. 217-233
[1] Escorza señala que se han detectado más de 460 fotógrafos dentro de las fotografías que integran el acervo. La explicación es que Agustín Víctor Casasola se dedicó, además de a tomar fotografías, a comprar fotografías que luego pasaron a formar parte de sus colecciones. Cfr. (Escorza, 2006)